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Mensaje 133

La santificacion de Aarón y de sus hijos para ser los sacerdotes

(1)

  Lectura bíblica: Éx. 29:1-14; 40:12-15; Lv. 8:1-9, 12-17

  Comenzamos otra sección del libro de Exodo, ya hemos cubierto el tabernáculo con su mobiliario y las vestiduras sacerdotales. Cuando el pueblo de Dios se reunió en el monte Sinaí, Moisés recibió la revelación del modelo del tabernáculo y el diseño de los muebles. Los hijos de Israel debían edificar una casa, un santuario, para que el Señor morara en medio de ellos y para que Su pueblo le sirviera a El. Luego de esto, el libro de Exodo relata la descripción de las vestiduras sacerdotales.

  En la Biblia las vestiduras representan nuestro vivir, comportamiento, conducta y carácter. Esto indica que, con relación a los sacerdotes, los sirvientes de Dios, Exodo primero se ocupa de su conducta externa, representada por las vestiduras sacerdotales. Ahora en el capítulo veintinueve tenemos la sección que trata de la santificación de Aarón y de sus hijos para ser sacerdotes.

LLENAR NUESTRAS MANOS VACIAS

  Al leer Exodo 29 somos fácilmente impresionados con la consagración de los sacerdotes. Tal parece que este capítulo se trata de la consagración, ya que vemos que los sacerdotes y sus vestiduras estaban listos y debían ser consagrados. Algunas versiones utilizan la palabra ordenación en lugar de consagración. Esta traducción de la Biblia se basa en la práctica de la ordenación religiosa tradicional. En realidad no hay ninguna base para tal traducción. El versículo 9 dice: “Les ceñirás el cinto a Aarón y a sus hijos, y les atarás las tiaras, y tendrán el sacerdocio por derecho perpetuo. Así consagrarás a Aarón y a sus hijos”. La palabra hebrea traducida consagrar literalmente significa “llenar sus manos”. Ni la palabra consagrar, ni ordenar son precisas. Por lo tanto, yo prefiero no usar la palabra consagrar en el versículo 9. Este versículo está hablando de llenar las manos de los sacerdotes. Debido a que sus manos estaban vacías, necesitaban ser llenadas. Esto indica que no podemos servir a Dios con las manos vacías. Si le queremos servir, nuestras manos deben estar llenas de Cristo. Por ende, consagrar a los sacerdotes, ordenarlos (si queremos usar esa palabra), significa llenar sus manos. Las manos de los que sirven al Señor deben estar llenas con Cristo.

  En 29:1 dice: “Esto es lo que harás para consagrarlos, para que sean mis sacerdotes: Toma un becerro de la vacada, y dos carneros sin defecto”. Algunas versiones utilizan aquí la palabra santificar. Santificar algo es totalmente diferente a ordenar o consagrar, pues significa separar algo. Por ejemplo. pueden haber muchas vacas en la manada, pero se separa una. Como resultado, ese animal es santificado. Además, cuando se separa un animal de la manada o del rebaño, a veces se usa una marca para señalar que éste ha sido separado. Por ende, santificar significa separar algo con una marca.

  Antes estábamos con todos los pecadores del mundo. Pero un día el Señor nos separó. La salvación es un asunto todo-inclusivo, e incluye separación. Un día el Señor Jesús vino a separarnos, es decir, a salvarnos. El nos separó de los pecadores. Ser salvo y separado de esta forma es ser santificado.

  La santificación del Señor siempre nos marca. Llevamos una marca que indica que hemos sido salvados, santificados y separados para Dios. ¿Cuál es la marca que nos separa? Es Cristo mismo.

  Cuando estábamos entre los pecadores, estábamos vacíos. No solamente nuestras manos estaban vacías, sino todo nuestro ser. Cuando fuimos salvos, Cristo entró en nosotros y llegó a ser la marca que nos separa de los pecadores vacíos. Desde ese momento, hemos tenido algo dentro de nosotros, en nuestra mano, con lo cual servir a Dios. Sin embargo, pocos cristianos se dan cuenta de esto. Nadie les dijo que tienen a Cristo para llenar sus manos. no obstante, desde el momento en que fuimos salvos, hemos tenido a Cristo.

  Ya que tenemos a Cristo, no debemos venir a Dios con las manos vacías. Más bien, debemos venir a El, siempre con Cristo. Esta es la razón por la cual oramos y nos reunimos en el nombre del Señor Jesús. Reunirse en el nombre del Señor es reunirse con El. Aquellos, como los judíos, que oran a Dios sin orar en el nombre del Señor Jesús, lo hacen como si tuvieran las manos vacías. Pero nuestro orar en el nombre del Señor Jesús es diferente debido a que estamos orando a Dios con nuestras manos llenas.

  Ahora entendemos que la consagración en Exodo 29 significa llenar nuestras manos. La consagración genuina es el llenar de nuestro vacío con Cristo. Esto también es la santificación. Siempre que venimos a la reunión, debemos tener algo de Cristo que ofrecer a Dios. No debemos venir a la reunión con las manos vacías. Esto nos condena. Debemos ser los sacerdotes que tienen las manos llenas con Cristo.

LA OFRENDA POR EL PECADO

  Aarón, el sumo sacerdote, tuvo la experiencia de la Pascua en Egipto. En cuanto al llenar de las manos de Aarón, la del pecado fue la primera ofrenda que se le presentó a Dios. ¿No fue esto una repetición de la Pascua? ¿No estaba incluida la ofrenda por el pecado en la Pascua? Estas preguntas son difíciles de contestar. Todos experimentamos la Pascua cuando fuimos salvos. ¿Por qué, entonces, necesitamos la ofrenda por el pecado? ¿Por qué al llenar las manos de los sacerdotes había la necesidad de la ofrenda por el pecado? Cuando fuimos salvos y experimentamos la Pascua, nuestros pecados fueron perdonados. No obstante, cuando venimos al Señor, todavía necesitamos la ofrenda por el pecado. No importa por cuanto tiempo hemos sido salvos, siempre que vamos a servir a Dios, necesitamos la ofrenda por el pecado, ya que todavía estamos en la carne, en la vieja creación. Para servir a Dios como sacerdotes se requiere de la ofrenda por el pecado. Hasta para entrar en contacto con el Señor en la mañana se requiere de ésta. Servirle al Señor como un sacerdote es un gran asunto, y tener contacto con El en la mañana es comparativamente pequeño, pero en ambos casos necesitamos la ofrenda por el pecado y la de la transgresión.

LA MARCA DE SEPARACION

  Consagrar a alguien para ser un sacerdote de Dios es santificarlo, y separarlo. A fin de ser separado para servir a Dios como un sacerdote, sus manos deben ser llenadas. Este llenar de las manos llega a ser la marca que lo separa de todo lo que es común. Si tengo algo de Cristo llenando mis manos, eso indica que he sido separado. Todo aquel que tenga a Cristo en sus manos para llenar su vacío, está separado, santificado.

  No es preciso ni apropiado usar la palabra consagrar en el versículo 9, ya que esto limita el entendimiento correcto de lo que se relata en este capítulo. Cuando leemos la palabra consagrar, automáticamente pensamos en dedicarnos al Señor. Pero, el significado de esto es tener a Cristo llenando nuestro vacío. En nosotros tenemos las manos vacías. Necesitamos que nuestras manos estén llenas de Cristo. Tener nuestras manos llenas no es un asunto de consagración; es santificarnos, separarnos, hacernos diferentes a los demás.

  Si nuestras manos están llenas de Cristo, nuestros familiares, vecinos y compañeros de trabajo se darán cuenta de que somos diferentes. Pero si somos comunes, si no hay ninguna diferencia entre nosotros y los no creyentes, no somos sacerdotes. Lo que nos hace diferentes a los demás es que tenemos a Cristo llenando nuestras manos. Donde quiera que estemos, en la escuela, en el trabajo o en el hogar, necesitamos tener nuestras manos llenas de Cristo. Estar llenos de Cristo será una marca que nos separará de la gente común. Otros reconocerán que somos diferentes. Ellos tienen las manos vacías, pero nuestras manos están llenas de Cristo. Tener las manos llenas con Cristo es ser santificado para ser un sacerdote.

SEPARADOS PARA SERVIRLE A DIOS COMO SACERDOTES

  Cuando era joven, aprendí acerca del sacerdocio universal de los maestros de los Hermanos. Los Hermanos se oponen al sistema de cleros y laicos. Antes de que ellos se establecieran, hace ciento sesenta años, éste sistema era muy prevaleciente entre los cristianos. Entonces ellos comenzaron su oposición y a testificar de que estaba mal. Decían que, según el Nuevo Testamento, todos los creyentes son sacerdotes. Debido a que esta enseñanza es cierta, la acepté y la enseñé a otros. Sin embargo, no sabía como el pueblo de Dios puede ser santificado para servir como sacerdotes.

  Aunque Aarón y sus hijos eran parte del pueblo de Dios, necesitaban ser santificados. Lo que hizo con ellos en Exodo 29 no se le hacía a los incrédulos, o sea, los egipcios. Ya que pertenecían al pueblo de Dios, Aarón y sus hijos habían experimentado la Pascua, cuando estaban en Egipto. Pero ellos necesitaban ser separados, santificados, a fin de servir a Dios como sacerdotes. Según el versículo 9, el sacerdocio era un estatuto perpetuo para ellos. ¿Qué era lo que santificaba a Aarón y a sus hijos y los hacía diferentes a los demás? Lo que los hacía diferente y los separaba del resto de los hijos de Israel era que sus manos estaban llenas de todas las ricas ofrendas. Este llenar los santificaba, los separaba y llegaba a ser una marca de separación y santificación. Si, todos hemos sido salvos, pero debemos preguntarnos si nuestras manos están llenas con Cristo

  Por mucho tiempo yo no sabía como ser un sacerdote. Durante muchos años de búsqueda, poco a poco llegué a entender que servir a Dios como un sacerdote requiere que nuestras manos estén llenas de Cristo. ¡Alabado sea el Señor que mi búsqueda cesó! Ahora he visto que cuando nuestras manos estén llenas con Cristo somos separados para servir a Dios como Sus sacerdotes.

  Todos necesitamos ser animados a ejercer nuestra función en las reuniones. Pero la pregunta es como funcionar. Tal vez algunos simplemente lo hagan al decir: “¡Alabado sea el Señor!” Sin embargo, si alguien funciona de esta manera por mucho tiempo, dejará de tener un sabor agradable cuando lo declare en las reuniones. Lo mismo sucederá al decir: “Oh Señor, Amén, Aleluya”. Para funcionar de manera apropiada en las reuniones, todos necesitamos tener nuestras manos llenas de Cristo.

  Debemos ver qué significa ser santificado para servir a Dios como un sacerdote. Este asunto de estar separado, no se lleva a cabo por medio de acciones o actividades de nuestra parte; sino por medio de tener nuestras manos llenas de Cristo como las ofrendas. Este llenar de nuestras manos con Cristo es nuestra santificación, y ésta nos separa para ser los sacerdotes de Dios.

  ¿Quién nos separa para esto? Cristo es el que nos separa para ser los sacerdotes que le sirven a Dios. Sin embargo, este Cristo no es una simple doctrina; sino el Cristo que experimentamos como las ofrendas que llenan nuestras manos. Si entendemos esto, tenemos la base apropiada para considerar los detalles de la santificación de Aarón y sus hijos para ser los sacerdotes.

NECESITAMOS SER LIMPIADOS

  A fin de tener nuestras manos llenas de Cristo, necesitamos ser lavados. Exodo 29:4 dice: “Y llevarás a Aarón y a sus hijos a la puerta del tabernáculo de reunión, y los lavarás con agua”. Si no estamos limpios nuestras manos no pueden ser llenadas. Por lo tanto, necesitamos ser limpiados y lavados. Alguien que está sucio no puede servir a Dios. Por esta razón, Aarón y sus hijos necesitaban ser llevados a la puerta del tabernáculo de reunión y ser lavados con agua.

  El lavamiento de Aarón y de sus hijos con agua representa el lavamiento de toda la corrupción del contacto terrenal, con el agua de la palabra (He. 10:22; Jn. 15:3 véase Ef. 5:26). En Juan 15:3, el Señor Jesús dice: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado”. En Efesios 5:26 Pablo dice: “Para santificarla, purificándola por el lavamiento del agua en la palabra”. El agua que nos limpia es la palabra de Dios. En los capítulos catorce, quince y dieciséis de Juan vemos la santificación de los sacerdotes. En estos capítulos el Señor Jesús estaba santificando a Sus discípulos para ser sacerdotes. Esta santificación comienza con el lavamiento de la palabra, el Señor les dijo que ellos estaban limpios por Su palabra. Esto también es cierto en cuanto a Efesios 5:26. Es por medio del agua en la palabra que somos santificados y limpiados.

VESTIDOS CON LAS VESTIDURAS SACERDOTALES

  Los versículos de Exodo del 5 al 9 indican que luego de que Aarón y sus hijos eran lavados, se les ponían las vestiduras sacerdotales. Primero Aarón era vestido con la túnica, el manto del efod, el efod y el pectoral. Luego se le ceñía con el cinto. Después de eso, se le ponía la mitra sobre la cabeza y sobre ésta la diadema santa, la lámina de oro. Una vez Aarón se vestía de esta manera, sus vestiduras se convertían en una expresión completa y perfecta llena de gloria y hermosura.

LA NECESIDAD VITAL DE ALIMENTO

  Si Aarón hubiese estado parado cerca del tabernáculo de reunión con sus vestiduras sacerdotales por mucho tiempo, tal vez hubiese dicho: “Tengo hambre. Estoy vestido de manera adecuada externamente. Mi desnudez está cubierta, y tengo ropas de gloria y hermosura. Pero necesito algo que me alimente y que satisfaga mi hambre”. Esto quiere decir que los sacerdotes necesitaban las ofrendas además de las vestiduras. Las ofrendas eran la comida de los sacerdotes. Además de ser lavados y vestidos, los sacerdotes necesitaban de la nutrición, la fortaleza interna.

  A medida que estudiamos el cuadro del lavamiento y vestimenta de los sacerdotes, vemos la necesidad vital del alimento. En mensajes anteriores vimos que las vestiduras sacerdotales tipifican a Cristo. Estudiar las mismas es una manera excelente de estudiar la persona de Cristo. Ni siquiera en el Nuevo Testamento tenemos un relato tan claro, rico y profundo de los detalles de la persona de Cristo como el de las vestiduras sacerdotales en Exodo. Pero éstas eran sólo una expresión externa de la hermosura. No satisfacían la necesidad interna de alimento.

  La historia del hijo pródigo y su regreso a casa nos da un ejemplo de la necesidad de vestido y comida. El decidió regresar a su casa porque tenía hambre y no tenía nada que comer. El no regresó para recibir un vestido para una expresión externa de hermosura. Sin embargo, antes de alimentarlo, el padre lo vistió. Según Lucas 15:22, el padre le dijo a sus sirvientes: “Sacad pronto el mejor vestido, y vestidle”. Mientras se le ponía el vestido, el hijo pródigo tal vez decía: “Todavía tengo hambre. Tal vez el vestido sea muy importante para mi padre, pero no para mi. Yo regresé porque necesitaba algo de comer”. Luego de decirle a los sirvientes que le pusieran el mejor vestido, el padre dijo: “Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y regocijémonos” (Lc. 15:23). Lo que hizo feliz al hambriento no fue la vestimenta, sino el becerro gordo.

  Si Aarón hubiese sido vestido y no alimentado, indudablemente continuaría su hambre. Tal vez hubiera dicho: “Externamente todo está bien, bonito y glorioso. Pero ¿y mi hambre? Todavía estoy vacío internamente”. Este cuadro nos indica que necesitamos a Cristo como nuestra expresión externa y gloria, pero aún más como nuestra nutrición interna y fortaleza. ¡Necesitamos que El sea nuestra comida! Por esta razón, en Exodo 28 tenemos la vestimenta de los sacerdotes y en el veintinueve tenemos la comida para ellos. Si, como hijos de Dios, queremos ser santificados para ser los sacerdotes que le sirven a El, necesitamos la vestimenta externa y el alimento interno. Estas cosas llenan nuestro vacío.

NUESTRO VACIO ES LLENADO CON CRISTO

  Ahora podemos entender lo que quiere decir que nuestro vacío es llenado con Cristo. Existen dos clases de vacío: interno y uno externo. El vacío externo es un asunto de desnudez, y el interno es un asunto de hambre. Para poder existir debemos resolver estos dos asuntos. Por lo tanto, para la conservación de la vida humana, la comida y la vestimenta son absolutamente vitales. Estas necesidades, junto con la vivienda y la transportación, son aspectos básicos de nuestro vivir. Ganarse el sustento significa ganar lo necesario para garantizar que se tenga vestimenta, comida, vivienda y transporte. En la Biblia el énfasis no es la vivienda o el transporte; sino en la vestimenta y en la comida. Cuando Cristo es nuestra vestidura, también es nuestra vivienda, ya que éstas son lo mismo. Además, podemos decir que el Espíritu es nuestro transportne. En este mensaje, nos concentramos en la vestimenta y en la comida. Externamente necesitamos la vestimenta e internamente la comida.

  La ropa y la comida que necesitamos es Cristo. Esto también lo demuestra la parábola del hijo pródigo en Lucas 15. El mejor vestido es Cristo, y el becerro gordo también. El mejor vestido es Cristo como nuestra vestidura y el becerro es Cristo como nuestra comida. ¡Alabado sea el Señor que cuando usamos el mejor vestido y comemos del becerro gordo, somos llenados y santificados! Somos santificados por Dios el Padre para ser los sacerdotes con Cristo como la marca de nuestra santificación. El Cristo que llena nuestro vacío es quien nos separa, de lo común. ¡Aleluya, nuestro vacío es completamente llenado con Cristo! Ya no estamos desnudos externamente, ni con hambre internamente. Hemos sido satisfechos con Cristo como nuestra vestidura y como nuestra comida.

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