Mensaje 175
Lectura bíblica: Éx. 32:7-14, 19-29
En los mensajes anteriores, hemos considerado el quebrantamiento de la ley y el principio del ídolo del becerro de oro. Ahora proseguimos y veremos cómo Moisés destruyó al ídolo y a los idólatras.
Moisés no fue el primero en enterarse de que los hijos de Israel practicaban la idolatría al pie del monte. Dios le habló al respecto: “anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido” (v. 7). Dios dijo claramente a Moisés que el pueblo se había corrompido.
¿Cree usted que existe grupos de cristianos que no se han corrompido en la tierra hoy en día? El enemigo de Dios usa los ídolos para corromper a los cristianos. Los ídolos corrompen. Nada nos puede corromper más que los ídolos. Todo lo que usted ama por encima de Dios constituye un ídolo, y eso lo corrompe a usted. La corrupción por idolatría trae muchas cosas pecaminosas. Si amamos algo por encima de Dios, eso se convertirá en un factor corruptible que nos inducirá a pecar. Por consiguiente, debemos estar en alerta y no amar a nada por encima de Dios, porque eso se convertiría en ídolo corruptible.
En cuánto a los idólatras, el Señor prosigue y dice a Moisés: “Pronto se han apartado del camino que Yo les mandé; se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado y le han ofrecido sacrificios, y han dicho: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto” (v. 8). Los hijos de Israel estuvieron bajo los tratos de Dios y fueron entrenados durante un año aproximadamente. Vieron los muchos milagros que cumplió Dios. Resulta difícil creer que pudieron apartarse tan rápidamente del camino de Dios.
¿Cuál es la situación de los cristianos contemporáneos acerca del camino de Dios? Los cristianos poseen la Biblia, pero muy pocos toman el camino de Dios. Por el contrario, muchos se han apartado haciendo un becerro de oro y adorándolo.
El versículo 9 relata lo que el Señor añadió: “Yo he visto a este pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz”. Eso significa que el pueblo era terco y que no estaba dispuesto a someterse o a convencerse de la necesidad de cambiar. Eran duros de cerviz, y además todo su ser era insumiso. Pasa lo mismo con muchos cristianos contemporáneos. ¿Quien puede someter a estos cristianos que adoran a un becerro de oro? ¿Quién puede convencerlos de actuar de otro modo? Si usted intenta hablar con ellos, lo considerarán como hereje.
En el versículo 10, el Señor declara: “ahora, pues, déjame que se encienda Mi ira en ellos, y los consuma; y de ti Yo haré una nación grande”. Esto indica que Dios consideraba destruir a los hijos de Israel. Ciertamente El no habría hablado así con Moisés para atemorizarlo. Ciertamente el Señor pensaba lo que decía. El pensaba preservar a Moisés y su familia y hacer de Moisés una nación que cumpliría Su propósito y Su promesa a los antepasados Abrahán, Isaac, y Jacob.
En Exodo 32:11-13, Moisés intercede por los idólatras. Leamos el versículo 11 “Entonces Moisés apaciguó el rostro de Jehová su Dios y dijo: Oh Jehová, ¿por qué se encenderá Tu furor contra Tu pueblo, que Tú sacaste de la tierra de Egipto, con gran poder y mano fuerte?” (Hebreo). La palabra hebrea traducida por “apaciguó” significa ablandar, intervenir en favor de. El significado literal es hacer que el rostro de una persona parezca dulce o agradable. Dios tenía una expresión de ira en Su rostro, y Moisés intentaba apaciguar el rostro de Dios, hacer que Su rostro exprese felicidad. Moisés procuraba que Dios estuviese en favor de los idólatras. Esta fue la intercesión de Moisés.
Parece que a Moisés no le cautivó la posibilidad de convertirse en gran nación, según la palabra de Dios. El Señor estaba diciendo que el pueblo se encontraba en una situación irremediable, que El los consumiría, y que haría de Moisés una gran nación. Si yo hubiera estado allí, quizá me hubiese tentado esta situación. Nos resulta fácil decir: “Amén, Señor. Todo el que diga, Señor”, en actitud de Humildad. No obstante, Moisés no sucumbió a esta clase de pensamiento. Por el contrario, él apaciguó la cara de furor de Dios en favor de los idólatras.
En el versículo 7, el Señor declara a Moisés que el pueblo es suyo y que él los había sacado de la tierra de Egipto, pero en el versículo 11, Moisés pregunta al Señor: “¿por qué se encenderá Tu furor contra Tu pueblo, que Tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte?” Aquí Moisés parece decir: “Señor, Tú afirmas que son mi pueblo y que yo los saqué de Egipto, pero Señor, éste es Tu pueblo, no el mío. Tú los sacaste de la tierra de Egipto; yo no lo hice. No tuve la fuerza de hacerlo”. Moisés fue un verdadero mediador, uno de los primeros abogados, en su intercesión con Dios.
Moisés prosigue : “¿por qué han de hablar los egipcios diciendo: para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra Tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac, y de Israel tus siervos, a los cuáles has jurado por ti mismo, y les has dicho: Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; y daré a vuestra descendencia toda esta tierra de que he hablado, y la tomarán por heredad para siempre” (vs. 12-13). Moisés dijo al Señor que si El consumiera a Su pueblo, los egipcios lo calumniarían a El. El señor debía cuidar Su nombre y no permitir que los egipcios lo calumniaran.
Después de decir eso, Moisés instó al Señor a que se arrepintiera, y luego le recordó Su pacto con Abrahán, Isaac, Israel. Moisés oraba sobre una base firme. El se mantuvo sobre la palabra fiel de Dios, la promesa incambiable, en forma de pacto con los antepasados de Moisés. Moisés parecía decir: Señor, si Tú consumes a este pueblo, vas a quebrantar Tu palabra. Quebrantarás el pacto que hiciste con nuestros antepasados. Permitirás que los Egipcios te calumnien, y además actuarás en contra de Ti mismo. Tú eres el Dios de fidelidad, y no puedes olvidar Tus palabras".
El versículo 14 indica que la intervención de Moisés fue eficaz: “entonces Jehová se arrepintió del mal que dijo qué había que hacer a Su pueblo”. Jamás pensaríamos que Dios se arrepentiría, pero Moisés era un intercesor muy eficaz. El pudo convencer a Dios a que se arrepintiera. Dios cambió de parecer y decidió que no consumiría al pueblo. El rostro del Señor cambió de expresión y pasó del furor a algo placentero.
En lugar de Moisés, habríamos actuado de otro modo. Al oir las palabras de furor del Señor, habríamos bajado rápidamente al pie del monte para destruir a los idólatras. Sin embargo Moisés apaciguó al Señor antes de bajar. El arregló este asunto en la corte celestial. Bajó después para destruir el ídolo y los idólatras.
En el versículo 20, vemos cómo Moisés destruye con el ídolo del becerro de oro: “y tomó al becerro que habían hecho, y lo quemó en el fuego, y lo molió hasta reducirlo a polvo, que esparció sobre las aguas, y lo dio a beber a los hijos de Israel”. Aarón dijo que el becerro había salido del fuego (v. 24). Aarón había usado el fuego para moldear el becerro de oro, y Moisés usó el fuego para destruir el becerro. Después de quemar el becerro, Moisés lo molió hasta reducirlo a polvo. Luego lo esparció sobre las aguas y obligó a los hijos de Israel a beberlo. ¿Cuál es el significado de esto? Eso significa que finalmente los que adoran un ídolo deben beber de este mismo ídolo que adoran. Podemos comparar eso con el dicho según el cual cosechamos lo que sembramos, o que comemos el resultado de lo que hacemos.
Por cierto, el agua con polvo de oro no tenía un sabor muy bueno. Un té puede ser agradable, pero no un agua con oro. A un idólatra, no le agrada beber al ídolo que él adora. lo podemos confirmar por experiencia. Todo lo que adoramos como ídolo, se convierte finalmente en el agua que debemos beber. En el pasado, todos teníamos ídolos, y finalmente los bebimos. Beber ídolos no es ningún disfrute; es un castigo, y eso es un principio. Los ídolos que adoramos se convertirán siempre en el agua que debemos beber.
Ningún relato especifica que Dios le pidió a Moisés que quemara el becerro de oro, lo moliera, lo redujera a polvo, esparciera el polvo sobre el agua, y forzara a los idólatras a beberlo. No obstante, Moisés actuó así conforme al corazón de Dios, y Dios estaba complacido con lo que hizo Moisés.
En Exodo 32:21-24, Moisés reprendió a Aarón, quien había moldeado el ídolo. En los versículos 25 a 29, él destruyó a los adoradores del ídolo. Viendo que el pueblo estaba desenfrenado, “se puso Moisés a la puerta del campamento, y dijo: ¿quién está por Jehová? júntense conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Leví” (vs. 25-26). Moisés llamó a los vencedores. El culto al becerro de oro causó división, pero el llamado de Moisés no causó ninguna división; produjo una purificación.
Cuando los levitas se reunieron con Moisés, él les dijo: “así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente” (v. 27). El versículo 28 declara: “y los hijos de Leví lo hicieron conforme al dicho de Moisés; y cayeron del pueblo en aquél día como tres mil hombres”. Eso produjo un resultado: los hijos de Leví fueron separados de sus hermanos para reemplazar a la nación de Israel en el sacerdocio de Dios (v. 29; Dt. 33:8-10). Deuteronomio 33:9 lo menciona también: “quien dijo de su padre y de su madre: nunca los he visto; y no reconoció a sus hermanos, ni a sus hijos conoció; pues ellos guardaron tus palabras, y cumplieron Tu pacto.” En otras palabras, los levitas negaron hasta su parentesco con los adoradores del becerro de oro.
Esta parentela nos representaban a nosotros. Dentro de nosotros, muchos “parientes” adoran al becerro de oro y debemos “matarlos”. De otro modo, seremos nombrados entre los que han perdido el sacerdocio.
En Exodo 19, Dios deseaba que toda la nación de Israel fuese una nación sacerdotal, un reino de sacerdotes. Esto significa que Dios consideraba a cada uno de ellos como sacerdote. La mayoría de los hijos de Israel perdió el sacerdocio por adorar al becerro de oro. Entonces el sacerdocio pasó a una sola tribu, la tribu de Leví, porque los levitas estaban dispuestos a matar a los adoradores del becerro de oro. Al matar a los adoradores del ídolo, los levitas se separaron de sus hermanos y se calificaron para tener el sacerdocio de Dios. A partir de ese momento, una sola tribu entre toda la nación continuó a ser sacerdotes de Dios.
Hoy en día existen millones de cristianos. ¿Son todos ellos sacerdotes de Dios? ¡No! La mayoría de ellos adora al becerro de oro; se asocian en un culto impuro. Dios desea que cada creyente en Cristo, cada hijo de Dios, sea un sacerdote. Apocalipsis 1:6 y 5:10 lo indica claramente. La relación de Dios tiene una meta: todos los creyentes deben ser sacerdotes de Dios, pero en el transcurso de los siglos, el culto impuro, la adoración del becerro de oro, ha descalificado a muchísimos cristianos y les ha impedido servir a Dios como sacerdotes. El culto impuro fue la causa por la cual la mayoría de los creyentes perdió su sacerdocio. Así como una sola tribu poseía el sacerdocio en el Antiguo Testamento, existe ahora una minoría que por su fidelidad al Señor mata el culto impuro y guarda así el sacerdocio.
Puedo testificar que hemos sido fieles al Señor por más de medio siglo. Hemos pasado por persecuciones, oposición, calumnias, y difamación porque no estábamos dispuestos a perder nuestro sacerdocio. El Urim y el Tumim nos acompañan, pues tenemos el sacerdocio. Esa es la razón por la cuál recibimos luz de la Biblia. Cuando abrimos la Palabra de Dios, recibimos iluminación. Esta es la experiencia del Urim y del Tumim, los cuales son una gran bendición para los que guardan el sacerdocio de Dios.
Leamos Deuteronomio 33:8 y 9 “y Leví dijo: tu Tumim y tu Urim sean para Tú varón piadoso, a quien probaste en Masáh con quien contendiste en las aguas de Meriba, quien dijo de su padre y de su madre: nunca los he visto; y no reconoció a sus hermanos, ni a sus hijos conoció; pues ellos guardaron tus palabras, y cumplieron tu pacto”. A los levitas se les concedió el derecho de tener sacerdocio con el Tumim y el Urim porque eran fieles a Dios y mataron a los adoradores del becerro de oro. El sacerdocio de Dios depende del Urim y del Tumim. Mas tarde, cuando los levitas dejaron de ser fieles, perdieron también el Urim y el Tumim. Al perder el Urim y el Tumim, perdieron el sacerdocio de Dios.
Necesitamos ser puros, y debemos matar el culto impuro, la adoración del becerro de oro. Este es el punto crucial aquí. Debemos matar el culto impuro entre los cristianos contemporáneos, por nuestro propio bien y por Dios. Eso nos calificará para ser los sacerdotes de Dios.
No debemos leer el capítulo treinta y dos de Exodo simplemente como un relato o como parte de la historia de Israel. Debemos ver los principios contenidos en este capítulo. Todos estos principios se aplican a nuestra situación actual. Debemos eliminar el autoembellecimiento, y matar la adoración del becerro de oro y la parte de nuestro ser que participa en este culto. Así nos preservaremos en la posición del sacerdocio de Dios, y Dios dispondrá de una minoría de creyentes que cumplan Su propósito. ¡Ojalá y veamos estos principios para discernir el camino que debemos tomar!
Nuestro camino no es divisivo; es el camino de la purificación. El recobro del Señor es una purificación y no una división. El recobro depende de un grupo de levitas, fieles a Dios y preservando su calidad de sacerdotes de Dios. ¡Alabado sea el Señor por el sacerdocio de Dios y el Urim y el Tumim que hemos recibido de El!