Mensaje 176
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Lectura bíblica: Éx. 32:30-35; 33:1-23
En este mensaje, llegamos al relato de un asunto muy particular, un relato que revela que Moisés era Compañero de Dios (32:30-33:23).
El becerro de oro fue un golpe muy duro para Dios y para Moisés. Antes del becerro, todo estaba tranquilo. Moisés se encontraba en la cumbre del monte con el Señor, y el Señor le reveló el diseño del tabernáculo, su mobiliario y utensilios. Sin duda, Dios y Moisés estaban muy contentos. No obstante, al final de los cuarenta días que Moisés pasó en el monte con Dios, los hijos de Israel cometieron una maldad al hacer un becerro de oro y al adorarlo. Así quebrantaron los cuatro primeros mandamientos.
La adoración del becerro de oro causó un problema grave. ¿Qué debería hacer Dios? ¿Podría abandonar a los hijos de Israel? ¿Debía abandonar el propósito por el cual los sacó de Egipto? Por supuesto Dios no podía hacer eso. Si usted hubiera sacado a más de dos millones de gente fuera de Egipto, no por sus propias ganas, sino conforme a la promesa que usted hizo, ¿podría usted abandonarlos? ¡Por supuesto que no! Dios liberó a los hijos de Israel para cumplir la promesa que El hizo a Abrahán, Isaac y Jacob. Dios sacó al pueblo de Egipto, lo condujo a través del desierto, y los llevó al monte Sinaí, donde El les dio entrenamiento. De repente, los hijos de Israel cometieron la maldad de adorar al becerro de oro. Esto fue una sorpresa, y causó a Dios un grave problema. ¿Qué debía hacer El? En principio, podemos tener la seguridad de que Dios no abandonaría a Su pueblo ni a Su proyecto con ellos. Por el contrario, El seguiría con ellos. ¿Pero cómo podría El seguir adelante con los hijos de Israel en esta situación?
El problema que Dios enfrentó con Su pueblo lo podemos comparar a ciertos problemas que existen entre marido y esposa ó entre padres e hijos. Una esposa puede causar un grave problema a su esposo, y los hijos hacer lo mismo con sus padres, pero el marido no puede abandonar a la esposa, ni los padres a sus hijos. Debe haber una manera para que sigan adelante juntos. Del mismo modo, Dios tuvo que encontrar la manera de seguir con Su pueblo. El necesitaba salir del problema que ello causaron.
Dios encontró una salida por medio de Moisés como intermediario, mediador. Esta posición de intermediario entre Dios y los hijos de Israel requería que Moisés estuviese íntimamente relacionado con ambas partes. Moisés fue el único en reunir los requisitos para ser mediador. El no tenía nada que ver con la adoración del becerro de oro. Se mantuvo alejado de esta maldad y fue preservado en presencia de Dios. Por consiguiente, él era la única persona pura entre el pueblo de Dios. Además Moisés era muy allegado a Dios. Como lo veremos, la manera en que Moisés expresa su súplica a Dios indica que disfrutaba de una relación íntima con El.
Yo creo que en lo profundo de Su corazón, Dios anhelaba que Moisés se presentaba como mediador entre El y el pueblo. Dios deseaba que Moisés le proporcionara una salida al problema. Sin un intermediario con capacidad de hablar íntimamente con Dios, El no hubiera arreglado una solución a este problema. Sin duda, Dios deseaba ser apaciguado. En Exodo 32:30, Moisés indica que se necesitaba una expiación: “Y aconteció que al día siguiente dijo Moisés al pueblo: Vosotros habéis cometido un gran pecado, pero yo subiré ahora a Jehová; quizá pueda obtener la expiación de vuestro pecado” (hebreo).
Los hijos de Israel ofendieron gravemente a Dios. Lo que hicieron era imperdonable. No se trataba de alguna equivocación; hicieron un ídolo y lo adoraron como si fuese Dios. Usaron el nombre del Señor en vano. Así ofendieron a Dios a lo sumo, y es como si no le hubieran dejado a Dios ningún terreno para perdonarlos. Aparentemente Dios se quedaba sin imposibilidad de intervenir, de perdonar esta ofensa o de decir algo al pueblo. Aparentemente lo único que El podía hacer era destruir a los hijos de Israel. Por consiguiente, se necesitaba un intermediario, un mediador, ¡Qué bueno que Moisés estuvo allí como mediador entre Dios y los hijo de Israel!
Ahora quisiera decir a todos los santos, y particularmente a los jóvenes, que servir al Señor no es un mero asunto de manera o método. Servir al Señor es algo muy personal. Si deseamos servir al Señor, debemos tener una relación íntima con El. De otro modo, podremos ser buenos cristianos, sin tocar el corazón de Dios.
Moisés fue un hombre grandemente usado por Dios. En los mensajes anteriores, hemos visto cómo Moisés fue suscitado y entrenado por Dios. Moisés fue levantado por Dios durante los cuarenta primeros años de su vida, y él fue entrenado por Dios durante los siguientes cuarenta años. Cuando Moisés cumplió ochenta años de edad, Dios se presentó a él, lo llamó y lo usó. Dios le dio la visión de la zarza ardiente (3:2). La zarza ardía en fuego, y no se consumía. Con esta visión, Dios parecía decir: “Moisés, tú eres como esta zarza. Procuro usarte, pero no te consumiré, ni te quemaré. Arderé en ti conforme a lo que Yo soy”.
Cuando Dios llamó a Moisés en Exodo 3, todavía no existía intimidad entre El y Moisés. Moisés era nuevo para Dios. Podemos comparar la relación de ellos con la de un jefe con un empleado nuevo. Dios, el patrón, habló a Moisés, el nuevo empleado y le preguntó si aceptaría el empleo. Sabemos que finalmente Moisés quedó convencido de aceptar el “trabajo” que el Señor le ofreció.
El período de tiempo que va del llamado de Moisés en Exodo 3, y la conversación que sostuvo con Dios en Exodo 32 y 33, probablemente no excedió de dos años. En este período de tiempo, Moisés llegó a ser íntimo con Dios.
Según el relato en Exodo, Moisés pasó un período de cuarenta días a solas con Dios en dos ocasiones en la cumbre del monte. En la primera vez, Dios le proporcionó a Moisés el diseño del tabernáculo y del mobiliario. La descripción aparece en seis capítulos, de Exodo 25 a 30. ¿Cree usted que el contenido de estos seis capítulos ocupó Dios durante todo este periodo de cuarenta días? Evidentemente eso no fue el caso. ¿Qué estaban haciendo Dios y Moisés todo este tiempo? Disfrutaron probablemente de una comunión íntima. Los hijos de Israel quizá hayan intentado encontrarse excusas por hacer el becerro de oro, por el hecho de que Moisés se fue tanto tiempo. Algunos habrán dicho: “no hemos oído ni del Señor ni de Moisés durante mucho tiempos. Nos dejaron aquí al pié del monte, y aquí hemos estado por casi cuarenta días. El Señor y Moisés nos sacaron de Egipto y nos trajeron a este lugar, pero no sabemos lo que les ha sucedido. No vemos ni Dios ni Moisés. Por lo tanto, debemos hacer algo nosotros mismos. Por supuesto, Dios no le dio al pueblo ninguna posibilidad de tener excusas. Del mismo modo, Moisés no permitió que los hijos de Israel, y en particular Aarón, tuviesen una excusa. Si a Aarón y a los hijos de Israel, se les hubiera permitido tener excusas, probablemente habrían regañado a Moisés por haberse ido demasiado tiempo. Habrían dicho: ”Moisés, ¿dónde has estado? te fuiste demasiado tiempo. ¿Desea el Señor que seamos Su pueblo; quizá te quiera a ti solamente? Nos parece que Dios y tú nos han olvidado".
Podemos decir que el Señor y Moisés quedaron juntos tanto tiempo, porque habían llegado a una intimidad el uno con el otro. Tuvieron un buen tiempo juntos en la cumbre del monte, pero este tiempo placentero fue un tiempo de prueba para los hijos de Israel. Más tarde Dios pidió a Moisés que subiera al monte de nuevo, y estuvieron allí cuarenta días más. Dios y Moisés disfrutaban el estar juntos. Se amaban el uno al otro, y querían estar juntos.
El relato del libro de Exodo nos presenta muchos detalles acerca de la persona de Moisés. Vemos que antes de los cuarenta primeros días que Moisés pasó en el monte con Dios, su relación con Dios todavía no era íntima. Sin embargo, en el incidente del becerro de oro, vemos que Moisés y Dios conversaron íntimamente. Esto indica el inicio de la intimidad de Moisés con Dios. Moisés sabía lo que estaba en el corazón de Dios. El bajó del monte, arrojó las tablas, molió el becerro de oro, y obligó al pueblo a beber el agua en la cual este polvo había sido rociado. También pidió a un grupo de vencedores que mataran a los idólatras. Moisés hizo todo eso conforme al corazón de Dios.
Moisés sabía que Dios no deseaba abandonar a los hijos de Israel, pero él sabía también que Dios necesitaba una manera de solucionar el problema entre El y Su pueblo. Si leemos detenidamente Exodo 32 y 33, veremos que Moisés estaba seguro de poder solucionar el problema causada por la ofensa inexcusable del pueblo en contra de Dios. Pues él sabía que podía apaciguar a Dios en esta situación. En Exodo 32:30, Moisés parecía decir a los hijos de Israel: “ Ustedes cometieron un pecado tal que parece ser imperdonable. Lo que ustedes hicieron es realmente imperdonable, pero iré y haré expiación por ustedes”. Moisés estaba seguro de que se podía hacer una expiación, porque sabía lo que estaba en el corazón de Dios, por haber estado con El cuarenta días en la cumbre del monte.
En los cuarenta días de la estancia de Moisés con Dios, él ganó un conocimiento completo del corazón de Dios, con respecto a los hijos de Israel. Moisés sabía que Dios tenía un deseo: que Su pueblo fuese Suyo, y que se convirtiera en esposa Suya. Moisés sabía que el pecado del pueblo al adorar el becerro de oro, no podía cambiar el deseo del corazón de Dios. Esta ofensa creó un problema extremadamente difícil, pero Moisés estaba seguro de que Dios la expiaría. El conocía el corazón de Dios y la manera de acercarse él por el bien de Su pueblo.
Nosotros, los siervos de Dios, debemos conocer también lo que está en el corazón de Dios. Muchos cristianos contemporáneos dan énfasis el hecho de que debemos tomar la Palabra de Dios. Por supuesto, debe ser así. No obstante, si Moisés no hubiera hecho más que tomar la palabra de Dios, no hubiera podido propiciar una reconciliación entre Dios y el pueblo. El Señor le dijo a Moisés: “ Al que pecare contra mí, a éste raeré Yo de mi libro” (32:33). Esta era la palabra de Dios, pero ¿era realmente la intención del corazón de Dios? No, no lo era. La palabra de Dios es una cosa, y otra cosa puede ser el deseo de Su corazón. Moisés se dio cuenta de que Dios estaba a punto de raer el pueblo. Sin embargo, Moisés conocía el corazón de Dios y sabía que El no abandonaría a Su pueblo. Como intermediario entre Dios y los hijos de Israel, Moisés sabía lo que estaba en el corazón de Dios.
Cuando Moisés se presentó delante de Dios por esta situación, él no oró de forma religiosa, como nosotros probablemente hubiéramos dicho: “Señor, gracias porque estás lleno de misericordia”. Exodo 32:31 y 32 nos muestra que Moisés habló íntimamente con el Señor como un hombre habla con un allegado.
No debemos conformarnos con conocer simplemente la palabra acerca de la economía de Dios y el terreno de la iglesia. Si usted conoce la palabra acerca de la economía de Dios y de la iglesia, será un hombre de la palabra, sin ser un hombre conforme al corazón de Dios. Aparte de conocer la palabra, todos debemos conocer el corazón de Dios. Es algo que los ancianos necesitan particularmente. Todos los ancianos deben ser personas conforme al corazón de Dios. En Exodo 32 y 33, vemos en Moisés un hombre que no es solamente justo en todas sus acciones, sino un hombre que conoce el corazón de Dios y que actúa conforme al corazón de Dios.
El pecado que cometieron los hijos de Israel al adorar el becerro de oro causaron un problema no solamente con Dios, sino también con Moisés. Moisés pudo haberse preguntado: “¿Qué debo hacer al respecto? Esta situación provocará la burla del faraón y de los egipcios, y se burlarán de Dios también”. No sabemos si Moisés consideró la situación durante mucho tiempo, o si él ayunó y oró para buscar el favor de Dios. No vemos ninguna indicación mostrando que Moisés se preguntaba si debía consultar nuevamente al Señor en cuanto a ese asunto. Por el contrario, vemos que inmediatamente después de destruir a los idólatras, él declaró a los hijos de Israel que habían cometido un gran pecado, y que él procuraría la expiación por ellos. Moisés hizo eso porque él entendía perfectamente la situación de los hijos de Israel y particularmente el deseo del corazón de Dios. Durante estos cuarenta días en la cumbre del monte, el Señor seguramente no dejó a Moisés a solas mucho tiempo y de vez en cuando le comentó algo acerca del tabernáculo y de su mobiliario. Moisés y el Señor probablemente tuvieron conversaciones largas. Como resultado de su comunión intima con Dios, Moisés conocía la verdadera situación entre el pueblo y él se sentía seguro de poder apaciguar al Señor.
En este punto, la Biblia reconoce que Moisés era Compañero de Dios. Leamos Exodo 33:11 “y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero”. La palabra hebrea traducida por “compañero” difiere de “amigo” usado en le caso de Abrahán en 2 Crónicas 27 e Isaías 41:8. En su calidad de amigo de Dios, Abrahán había sido separado de los idólatras (Jos. 24:2-3), y él intercedió por Lot (Gn. 18:16-33). El apóstol Jacobo escribió también que Abrahán era amigo de Dios (Jac 2:23): Abrahán no solamente fue justificado por Dios, sino que se convirtió en amigo de Dios. Dios consideraba a Abrahán como un allegado, una persona por la cual sentía afecto. No obstante, Moisés no era solamente amigo de Dios como Abrahán; era también Su compañero.
Entre dos personas primero existe amistad y luego compañerismo; por ejemplo, dos personas se lían de amistad antes de casarse. Luego su amistad llega a ser compañerismo. Después de casarse, ya no se consideran como amigos, sino compañeros.
La palabra “compañero” incluye la amistad, pero va mucho más allá, y comprende una asociación íntima. La palabra hebrea traducida por “compañero” significa asociado. Un compañero es un socio. Si usted se asocia a otra persona, tienen intereses comunes, una empresa común en una carrera común. No quiero decir que no existía ningún interés común entre Abrahán y Dios. Compartían un interés común, pero no se comparaba a lo que existía entre Dios y Moisés. Dios y Moisés eran socios a lo sumo en una gran empresa, ambos involucrados en la misma carrera; Moisés y el Señor no eran solamente amigos íntimos; eran socios, compañeros.
En Génesis 18, Abrahán se comportó como amigo de Dios. Dios vino a visitar a Abrahán; éste le dio la bienvenida y le preparó una fiesta. Dios no deseaba irse pronto y tardó un rato con Abrahán. Dios consideraba a Abrahán como Su amigo, y por esta razón no le podía ocultar lo que estaba a punto de hacer. El le quería revelar a Su querido amigo lo que estaba en Su corazón. El dijo a Abrahán que iba a destruir Sodoma. Dios le reveló eso a Abrahán para que éste se acordara de Lot e intercediera por él. Esto significa que en Su corazón, Dios deseaba infundir en Abrahán la carga de orar por Lot. La intención de Dios era salvar a Lot. No obstante, al mantener Su principio, Dios sabía que no podía hacer nada por Lot si nadie intercedería por él. En esta ocasión, Dios necesitaba también un intermediario.
Hemos visto que Dios y Abrahán eran amigos íntimos. A veces cuando queremos que un amigo íntimo haga algo por nosotros, no se lo decimos claramente. Por lo contrario damos pistas y dejamos que él adivine lo que deseamos o lo que necesitamos. Cuando Dios habló a Abrahán en Génesis 18, El no dijo nada explícitamente acerca de Lot. No obstante, Abrahán se dio cuenta de lo que estaba en el corazón de Su amigo divino; por tanto Abrahán oró por Lot, pero en su intercesión, él no mencionó el nombre de Lot. El oró por él indirectamente. Finalmente Dios salvó a Lot en respuesta a la oración de Abrahán.
El Génesis 18, las dos partes, el Señor y Abrahán, eran amigos. Ambos tenían el deseo de hacer algo por Lot. Yo creo que Génesis 18 nos proporciona la base para decir que Abrahán era el amigo de Dios. Si usted vuelve a leer este capítulo, se dará cuenta de que relata una conversación entre amigos.
Queremos recalcar algo importante: entre el Señor y Moisés existía algo más que una simple amistad. La conversación que entretuvieron muestra que no solamente eran amigos, sino también compañeros, socios. Dios y Moisés se preocupaban por su “empresa”, y “carrera”. Ambos tenían la sabiduría de evitar comentar la situación de una manera demasiado directa y detallada. Primero el Señor habló a Moisés acerca del pueblo y del becerro de oro. Luego dejó la situación a Moisés, y parecía decirle: “Moisés, te dejo este asunto. Baja al pie del monte y mira lo que se puede hacer”. Contrariamente a lo que podíamos esperar, el Señor no le dio a Moisés requisitos específicos en cuanto a moler el becerro y hacer polvo con él, a esparcir el polvo en el agua y forzar a los idólatras a beber de esta agua. El Señor tampoco le pidió a Moisés que llamara a los vencedores para matar a los idólatras, que hablara luego al pueblo en nombre del Señor y volviese a El en la cumbre del monte. El señor simplemente señaló a Moisés lo que el pueblo estaba haciendo. Puesto que Moisés conocía el corazón de Dios, él complacía a Dios en todo lo que hizo acerca de la idolatría relacionada con el becerro de oro. Por ejemplo, el arrojar las tablas sobre las cuales Dios había grabado los mandamientos con Su propia mano era algo muy grave. Este hecho no ofendió a Dios porque Moisés lo hizo conforme al corazón de Dios. Moisés sabía que lo estaba haciendo conforme al corazón de Dios. Como compañero de Dios, Moisés tenía una relación íntima con El y conocía Su corazón; por consiguiente, todas sus acciones estaban aprobadas por el corazón de Dios.