Mensaje 27
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Lectura bíblica: Éx. 12:14, 37; 13:1-22; Gn. 50:24-25; He. 11:22; Jos. 24:32; Ez. 37:1, 10
En este mensaje seguiremos estudiando el éxodo del pueblo de Dios fuera de Egipto. En el mensaje anterior, vimos que Faraón y los egipcios fueron sometidos por Dios; luego echaron a los hijos de Israel fuera de Egipto (12:29-33; 11:1). Los hijos de Israel no tuvieron tiempo de leudar su pan (12:34, 39), pero según el mandato de Dios, despojaron a los egipcios de su plata, oro y vestidos (12:35-36; 3:21-22; 11:2-3). Además, vimos que los hijos de Israel salieron de Egipto con sus hijos, sus ovejas y ganado (12:37-38, 31-32). Su estancia en la tierra gentil había durado cuatrocientos treinta años (12:40-41). La noche de su éxodo fue una noche de vigilia (12:42). Finalmente, cuando los hijos de Israel emprendieron su éxodo fuera de Egipto, habían llegado a ser los ejércitos del Señor (12:41, 51). Por lo tanto, según Exodo 13:18, salieron de Egipto de una manera militar.
En este mensaje, cubriremos cuatro puntos adicionales, que se encuentran en el capítulo trece. En contraste con lo mencionado en el mensaje anterior, estos puntos están relacionados con asuntos espirituales.
Tal parece que el capítulo trece es una inserción entre los capítulos doce y catorce y que el catorce debería seguir directamente al doce. En cierto sentido, esto puede estar correcto. No obstante, desde el punto de vista espiritual, el capítulo trece no es una inserción, sino una continuación clara del capítulo doce.
Todos los puntos mencionados en el capítulo trece se relacionan con la experiencia espiritual por el lado positivo. Por ejemplo, Exodo 13:2 habla de la santificación de los primogénitos. Ciertamente esto representa cierto aspecto de la experiencia espiritual del pueblo de Dios al salir de Egipto. Indica que el propósito de nuestro éxodo fuera del mundo es que seamos santificados para el Señor.
Exodo 13:3-10 habla acerca de un día de conmemoración festejado en el mes de Abib. En ese día de conmemoración, los hijos de Israel no debían comer pan leudado. El día en que los hijos de Israel salieron de Egipto debía ser un día de panes sin levadura y un día de conmemoración. Según 13:3, la conmemoración, el recuerdo, consistía en comer los panes sin levadura. La manera de recordar el éxodo consistía en eliminar toda la levadura. Por lo tanto, tres cosas van juntas: el día del recuerdo, los panes sin levadura, y el mes de Abib.
En Exodo 13:19, vemos que Moisés “tomó también consigo los huesos de José”, ya que le había pedido esto a los hijos de Israel: “Dios ciertamente os visitará y haréis subir mis huesos de aquí con vosotros”. Es significativo que este detalle no se mencione ni en el capítulo doce ni en el catorce sino inmediatamente después de un versículo que nos cuenta cómo Dios condujo al pueblo por el desierto (v. 18). Como veremos más adelante, Dios los condujo de una manera opuesta a lo que esperaríamos según el concepto natural. Nosotros esperamos que El tome el camino corto, pero en lugar de esto, El tomaría un camino complicado. Además, en los versículos que siguen inmediatamente al relato acerca de los huesos de José, vemos que el Señor iba delante de los hijos de Israel, de día en una columna de nube y de noche en una columna de fuego. Por lo tanto, al considerar este capítulo a la luz de la experiencia espiritual, debemos relacionar el asunto de los huesos de José con la manera en que Dios guía.
Al ver este capítulo en su conjunto, nos damos cuenta de que empieza con la santificación y culmina con la presencia de Dios como la guía para su pueblo. ¡Cuán maravilloso es esto! Estudiaremos ahora los detalles de este capítulo maravilloso.
La santificación se basa en la redención. Exodo 13:2 dice: “Conságrame todo primogénito. Cualquiera que abre matriz entre los hijos de Israel, así de los hombres como de los animales, mío es”. El Señor exigía que sólo los primogénitos fuesen santificados porque eran los redimidos. Esto implica que todo aquel que es redimido también debe ser santificado. Este principio se aplica a nosotros los que creemos en Cristo. Por haber sido redimidos, también debemos ser santificados. De otro modo, permaneceremos en Egipto, en el mundo. Si deseamos experimentar un verdadero éxodo fuera de Egipto, debemos ser redimidos y también santificados. Nadie puede salir de Egipto sin ser santificado para el Señor. Según los requisitos divinos, todos los redimidos deben ser santificados también.
La redención nos sirve de garantía, mientras que nuestra santificación sirve para el propósito de Dios. Si tenemos una visión estrecha, quizá veamos solamente la redención, la cual es para nuestro provecho. Pero si tenemos el discernimiento adecuado, veremos que la redención debe ser seguida por la santificación (Ro. 6:22), la cual cumple el propósito de Dios.
Debido a que los primogenitos fueron redimidos por el cordero pascual, todos ellos, tanto de los hombres como de las bestias debían ser santificados para el Señor. Para la santificación de los primogénitos, las vacas y ovejas no necesitaban que otra clase de animal los sustituyera. Ellos eran animales puros, aceptables para el Señor como sacrificio. No obstante, el versículo 13 declara: “Más todo primogénito de asno redimirás con un cordero”. Por ser impuros a los ojos de Dios, los asnos no pueden ser aceptados por El y no pueden satisfacerle. Por lo tanto, el primogénito de un asno debía ser redimido con un cordero.
En este punto, debemos hacernos una pregunta bastante extraña. Puesto que el primogénito de un asno ya había sido redimido por el cordero pascual, ¿por qué necesitaba ser redimido de nuevo en santificación? La respuesta es que aunque el asno había sido redimido, seguía siendo un animal impuro. Para ser santificado, y ofrecido en el altar al Señor para Su satisfacción, el asno todavía debía ser redimido con un cordero. No estaba calificado para ser sacrificado al Señor para Su satisfacción.
Podemos aplicar este principio a nuestra experiencia espiritual. En cuanto a la santificación, no somos ni ovejas ni vacas, sino asnos. Hemos sido redimidos, pero nuestro hombre natural todavía es impuro a los ojos de Dios. Por lo tanto, para ser santificados para el Señor, necesitamos que Cristo sea nuestro sustituto. En el versículo 13, vemos que no solamente el primogénito de los asnos, sino todo primogénito de los hombres entre los hijos de Israel debía ser redimido. Esto indica que debían ser redimidos en santificación. Necesitaban la redención no solamente en el tiempo de la Pascua, sino también para su santificación. Esto significa que se necesitaba un sustituto para la redención y también para la santificación.
El cordero pascual representa a Cristo como nuestro Redentor. Hemos sido redimidos por medio de El como nuestro sustituto. Sin embargo, por ser todavía impuros y naturales, no podemos ser un sacrificio vivo que satisfaga a Dios; necesitamos que Cristo sea nuestro sustituto en la santificación. Este cuadro indica que necesitamos a Cristo como nuestro sustituto, tanto para nuestra salvación como para nuestra santificación.
En Gálatas 2:20, Pablo dijo: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Necesitamos a Cristo no solamente para nuestra redención, sino también para nuestro vivir como sacrificio a Dios. Hemos sido redimidos, pero nuestra naturaleza todavía no ha cambiado. En cuanto a nuestra naturaleza, todos somos “asnos” impuros a los ojos de Dios y por tanto no aceptables por El para Su satisfacción. Por esta razón, necesitamos a Cristo para nuestra santificación. Podemos ser un sacrificio vivo para Dios, aceptable y satisfactorio para El, sólo al tener a Cristo como nuestro sustituto.
La mayoría de los cristianos sólo se da cuenta de que necesitan a Cristo como su sustituto para la redención. Pocos están conscientes de que también lo necesitan como su sustituto en la santificación para ser un sacrificio vivo que satisface a Dios. Según 13:13, si un asno no era redimido, se debía romper su cerviz. Esto significa que todo primogénito de un asno que no era redimido debía ser matado. Puesto que muchos cristianos no toman a Cristo como su sustituto para su santificación, es como si su “cerviz” hubiera sido quebrada, es decir, espiritualmente hablando, están muertos. No practican tomar a Cristo como su sustituto para su vida con Dios. Por el contrario, se ofrecen a sí mismos en el altar como si pudiesen ser un sacrificio aceptable para Dios. Esto es un error grave. Dios nunca aceptará al hombre natural como sacrificio. Por el contrario, la “cerviz” del hombre natural debe ser quebrada.
Todos debemos quedar impresionados por el hecho de que necesitamos a Cristo como nuestra seguridad para la redención y que necesitamos a Cristo como nuestro sustituto para la santificación a fin de ser aceptables para Dios y complacerlo. En nosotros mismos, no estamos calificados para ser aceptados por Dios ni para complacerlo. En nosotros mismos, no estamos calificados para ser redimidos y salvos. Del mismo modo, en nosotros mismos no estamos calificados para ser santificados para Dios y así satisfacerle. Por lo tanto, así como Cristo fue nuestro sustituto para la redención, El también tiene que convertirse en nuestro sustituto para la santificación. Luego en nuestro vivir, seremos un sacrificio aceptable y agradable para Dios.
Al considerar el cuadro del libro de Exodo, vemos que para nuestra seguridad y salvación, necesitamos a Cristo como nuestro sustituto para ser redimidos. También vemos que para emprender nuestro éxodo fuera de Egipto, servir a Dios, y ser un sacrificio vivo que agrade a Dios, necesitamos a Cristo como nuestro sustituto. Tomar a Cristo como nuestro sustituto para la santificación forma parte de nuestra redención.
Si deseamos ser santificados para Dios al tomar a Cristo como nuestro sustituto, debemos experimentar el mes de Abib (13:4), un período de tiempo que representa toda nuestra vida cristiana, durante el cual disfrutamos de una nueva vida. Hemos señalado que la palabra Abib significa brote, retoño. Por lo tanto, denota un nuevo comienzo de vida. Para ser santificados al Señor y satisfacerle, necesitamos este nuevo comienzo de vida. Debemos ser una nueva espiga de trigo que brota con nueva vida.
En este nuevo comienzo de vida, no debe haber ninguna levadura. Hemos señalado que en la Biblia, la levadura representa lo pecaminoso o la corrupción. Debemos eliminar todo pecado expuesto. No debemos tolerar ningún pecado después de que haya sido expuesto. Comer los panes sin levadura de esta manera significa tener una verdadera conmemoración para el Señor, un verdadero recuerdo. Al tener a Cristo como sustituto y al empezar una nueva vida sin pecado, los santificados llevarán una vida cotidiana digna de ser una conmemoración. Si experimentamos adecuadamente la salvación de Dios, tendremos una historia espiritual maravillosa. Después de nuestra Pascua, seremos santificados para el Señor al tomar a Cristo como nuestro sustituto para que El viva en nosotros. Entonces tendremos un nuevo comienzo de vida, y todo pecado expuesto será eliminado. Nuestro vivir será una conmemoración, un recuerdo. Cualquier día vivido de esta manera, será un día de conmemoración. En nuestra vida cristiana, cada día debe ser ese día de conmemoración. Cualquier día que no sea una conmemoración es un día de fracaso.
Me preocupa el hecho de que muchos cristianos tendrán muy poco que recordar, cuando estén en la Nueva Jerusalén. Pero si vivimos con Cristo como nuestro sustituto; si tenemos un nuevo comienzo de vida, y si eliminamos todos los pecados expuestos, tendremos mucho que recordar en la eternidad. Cada día vivido de esta manera, es un día digno de ser recordado. Es posible que cada día de nuestra vida cristiana sea un día de conmemoración. Que el Señor nos salve, y no tengamos que arrepentirnos por los días desperdiciados, días en los cuales no tenemos un nuevo comienzo de vida ni eliminamos totalmente la levadura. Después de ser salvos por medio de Cristo, nuestro cordero pascual, debemos tomarlo a El como nuestro sustituto y empezar una nueva vida sin pecado. Entonces tendremos muchos días de conmemoración.
Exodo 13:19 indica que los huesos de José fueron sacados de Egipto junto con los hijos de Israel. Tal vez parecezca extraño que estos huesos se mencionen en el mismo capítulo que habla del mes de Abib. Aparentemente, no existe ninguna relación entre ambas cosas. Las espigas tiernas de trigo, representadas por Abib están llenas de vida. Pero los huesos muertos no tienen ninguna vida. No obstante, debemos recordar que en la Biblia, el hueso representa una vida inquebrantable, una vida en resurrección (Jn. 19:36). Por tanto, los huesos en 13:19 están relacionados con la vida de resurrección.
Hebreos 11:22 dice: “Por la fe, José, estando a punto de morir, mencionó el éxodo de los hijos de Israel, y dio mandamiento acerca de sus huesos”. José creía que algún día, Dios visitaría a Su pueblo y lo sacaría de Egipto y lo llevaría a la tierra que El le había prometido a Abraham, Isaac y Jacob. Además, José “hizo jurar a los hijos de Israel, diciendo: Dios ciertamente os visitará y haréis llevar de aquí mis huesos” (Gn. 50:24-25). Sacar los huesos de José fuera de la tierra de Egipto y llevarlos a la buena tierra representa la resurrección. La única manera en que los huesos muertos y secos podrían entrar en la tierra de Canaán fue por la resurrección. Según el cuadro, los huesos que fueron sacados de la tumba y llevados a la buena tierra representan la vida de resurrección.
En 1 Corintios 15:50, Pablo declara: “La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios”. La Biblia enseña que la carne y la sangre denotan el hombre natural (Mt. 16:17; Gá. 1:16). En resurrección, Cristo tiene carne y huesos pero no tiene sangre (Lc. 24:39). El que los huesos de José fueran llevados a la buena tierra indica que los santos que han muerto entrarán en el reino en resurrección (los santos vivientes serán arrebatados y luego entrarán en el reino). Los que participen del reino ya no estarán en la vida natural representada por la carne y la sangre; estarán en la vida de resurrección representada por los huesos de José. Como pueblo de Dios hoy, debemos estar en resurrección; debemos ser los huesos que se mueven en la vida de resurrección.
A los ojos de Dios, todos los hijos de Israel han estado muertos y sepultados en Egipto. Esa era la situación de ellos antes de la Pascua. Egipto era un cementerio inmenso en el cual el pueblo de Dios fue sepultado. Por lo tanto, desde el punto de vista de Dios, Su pueblo en Egipto era huesos secos. El cuadro de los huesos secos en Ezequiel 37 muestra la condición de los hijos de Israel en Egipto. Ellos eran huesos secos que necesitaban resucitar y formar un ejército (Ez. 37:1, 10). Por tanto, el éxodo fuera de Egipto era en realidad una resurrección. Vemos eso particularmente en el cruce del mar Rojo.
El principio de resurrección se aplica al asunto de la sustitución para la santificación. Según Gálatas 2:20, hemos sido crucificados juntamente con Cristo. Ya no vivimos nosotros, es Cristo el que vive dentro de nosotros. El hecho de que Cristo es nuestro sustituto para la santificación significa que estamos en resurrección.
Sin resurrección, es imposible que el pueblo de Dios salga del mundo. Tanto los huesos de José como el cruce del mar Rojo señalan la resurrección. En nuestra vida natural, no podemos emprender un éxodo fuera del mundo. Para emprender tal éxodo, debemos ser un pueblo resucitado. Nosotros somos huesos secos, pero somos huesos que se mueven. Así como los huesos en Ezequiel 37, seremos avivados y nos convertiremos en un ejército.
Así como los hijos de Israel eran huesos secos en Ezequiel 37, también lo eran en el tiempo de Moisés. No obstante, fueron resucitados para convertirse en el ejército de Dios. Esta debe ser también nuestra experiencia hoy en día.
La razón por la cual se mencionan los huesos de José en Exodo 13:19 es para mostrarnos que el éxodo se cumple solamente en la resurrección. Somos santificados para el Señor y hechos aceptables para El y lo satisfacemos en resurrección. Sólo en la resurrección podemos tener un nuevo comienzo de vida sin pecado y por tanto un día de conmemoración. Todos los aspectos del éxodo fuera de Egipto están relacionados con la resurrección.
Podemos testificar por nuestra experiencia que sin la vida de resurrección no puede haber un éxodo fuera del mundo. El éxodo se lleva a cabo solamente en la resurrección. Se dan muchos sermones exhortando a los cristianos a no amar el mundo y a emprender su éxodo fuera del mundo. Estos sermones están llenos de palabras vanas. Nadie puede dejar el mundo sin estar avivado por la vida de resurrección. Si deseamos salir de Egipto, debemos ser huesos secos sepultados en el mundo. A pesar de haber sido sepultados, hemos sido escogidos por Dios y saldremos en resurrección.
Tal vez seamos huesos muertos, pero estos representan una vida inquebrantable y divina. Somos capaces de emprender un éxodo fuera del mundo sólo cuando esta vida surge de la resurrección. Por lo tanto, salimos de Egipto, no por nuestra propia energía ni por nuestra vida natural, sino por la vida de resurrección. Aunque José fue escogido por Dios, fue sepultado en Egipto. Sin embargo, en resurrección sus huesos fueron sacados de Egipto. Hoy, para nosotros es lo mismo. Hemos sido escogidos por Dios pero hemos sido sepultados en el mundo. No obstante, en la resurrección los huesos muertos pueden moverse fuera del mundo. ¡Esta es la vida que sale de la muerte! ¡Aleluya por la vida de resurrección que nos saca del mundo!
Inmediatamente después de lo dicho acerca de los huesos de José, tenemos un relato acerca de la dirección y de la guíanza del Señor (13:20-21; vease también 13:17-18; 12:37). Esta secuencia maravillosa indica que Dios no puede guiar a Su pueblo sin la vida de resurrección. Su dirección está disponible sólo para los huesos que se mueven en resurrección. Cuando los huesos secos se avivan y empiezan a salir de Egipto, la dirección de Dios llega a ellos.
Durante muchos años, me pregunté por qué se mencionan los huesos de José en relación con la columna de nube y la columna de fuego (13:19-22), las cuales representan a Dios mismo. El hecho de que la columna de nube y la columna de fuego se mencionen en relación con los huesos de José indica que la dirección viviente de Dios está relacionada con la vida de resurrección. Cuando los huesos muertos se mueven, Dios guiándolos. Cuando nos movemos en la vida de resurrección, espontáneamente Dios nos guia.
Muchos cristianos hoy en día buscan la voluntad de Dios; desean sinceramente Su dirección y Su guianza. No obstante, cuanto más buscan estas cosas, menos las tienen. La razón de esa carencia es que esos creyentes no son huesos que fueron sepultados y resucitados; ellos no son huesos que se mueven con el poder de la vida de resurrección. Para tener la guianza y la dirección de Señor, los huesos sepultados deben ser levantados de la tumba y empezar a moverse.
El capítulo doce habla del éxodo de los hijos de Israel, pero no dice nada acerca de la dirección del Señor. Eso lo vemos eso en el capítulo trece. Si los hijos de Israel hubieran salido de Egipto por sí solos, habrían cometido un grave error. Para emprender un éxodo correcto, ellos debían tener la guianza y la dirección de Señor.
En Exodo 12, tenemos el mandato del Señor, y en Exodo 13, tenemos la guianza del Señor. En asuntos espirituales, no es suficiente tener solamente el mandato del Señor sin Su guianza. Tener sólo Su mandato sería trágico. Su mandato debe ser seguido siempre por Su guianza.
La celebración de la Pascua por parte de los hijos de Israel era algo correcto. Su entorno había sido sometido por el Señor, y ellos estaban listos para salir de Egipto. No obstante, como lo aclaran los últimos versículos del capítulo trece, el pueblo de Dios pudo haber tomado uno de los dos caminos: el camino corto o el complicado. Según la comprensión natural, ellos seguramente habrían escogido el camino corto, y no el complicado, el cual es más largo. No obstante, el camino que los hijos de Israel debían tomar no dependía de ellos. Ni siquiera dependía de Moisés ni de Aarón. Dependía solamente de la dirección del Señor por medio de la columna de fuego y de la columna de nube. Fuera de la dirección del Señor, el pueblo de Dios no tenía ningún derecho de moverse. Si los hijos de Israel se hubiesen movido sin la dirección del Señor en la columna de fuego o en la columna de nube, se habrían movido por sí sólos. En asuntos espirituales, jamás se debe hacer esto. Junto con el mandato del Señor, debemos tener Su guianza y Su dirección. Si El nos pide hacer algo, no debemos hacerlo por nosotros mismos. Por el contrario, debemos orar: “Señor puesto que Tú me pediste hacer esto, debes guiarme. Guíame por la columna de fuego o por la columna de nube”.
Aunque el capítulo trece parece ser una inserción entre los capítulos doce y catorce, en realidad no es una inserción. Al contrario, este capítulo es necesario. Revela que necesitamos la guianza del Señor así como Su mandato.
Además, este capítulo revela que la guianza y la dirección del Señor vienen solamente cuando se cumplen ciertas condiciones. Su dirección y guianza no son incondicionales. La primera condición es la santificación. Si no somos santificados, no podemos tener la dirección del Señor. También debemos experimentar el nuevo comienzo de una vida sin levadura. Ser santificados y tener el nuevo comienzo de una vida sin pecado son los primeros dos requisitos para poder recibir la guianza del Señor.
La resurrección es otra condición. Para ser guiados por el Señor, no debemos estar en el hombre natural. Nuestros huesos deben resucitar y moverse. Entonces, cuando ya no estemos en el hombre natural, tendremos la dirección y la guianza del Señor.
Mencionamos que la Biblia se refiere al hombre natural como carne y sangre. Cuando Pedro recibió la revelación de que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Señor le dijo: “Bienaventurado eres Simón Barjona, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt. 16:17). Además, después de que Cristo fue revelado a Pablo, él no consultó a carne ni a sangre, es decir él no consultó al hombre natural (Gá. 1:16). Como lo hemos señalado, el mover los huesos de José representa la resurrección. Estos huesos estaban secos, pero todavía podían moverse. Este es un cuadro de un hombre en resurrección. Esta persona puede ser guiada por el Señor y conducida por El. Cuando estamos en resurrección, estamos calificados para recibir la guianza del Señor y Su dirección.
En realidad, la dirección del Señor y Su guianza son simplemente el Señor mismo en la columna de fuego durante la noche y en la columna de nube durante el día. Al salir fuera de Egipto de una manera militar, los hijos de Israel fueron conducidos por la columna de fuego o por la columna de nube. Los egipcios se deben haber aterrorizado por esta visión.
El cuadro de los hijos de Israel saliendo de Egipto conforme a la guianza del Señor revela que Su dirección se da únicamente cuando se cumplen sus condiciones. Debemos ser santificados, debemos empezar una nueva vida sin pecado y debemos estar en resurrección. Entonces seremos guiados por el Señor y conducidos por El.
Al guiar a los hijos de Israel, el Señor no los llevó por el camino corto. Al contrario, El los condujo a tomar un camino complicado, un camino que parecía ser un desvío. En nuestra opinión, los hijos de Israel debían ir directamente a través de la tierra de los filisteos hasta la buena tierra. No obstante, Exodo 13:17 declara: “Dios no los llevó por el camino de la tierra de los filisteos que estaba cerca; porque dijo Dios: Para que no se arrepienta el pueblo cuando vea la guerra y se vuelva a Egipto”. Puesto que existía la posibilidad de una guerra con los filisteos, Dios no los condujo por este camino. Como lo indica 13:20: “Partieron de Sucot y acamparon en Etam, a la entrada del desierto”.
Según la mentalidad humana, la manera en que el Señor condujo a Su pueblo era extraña y aún insensata. Si nosotros fueramos Dios, ciertamente habríamos conducido al pueblo por otro camino, para evitar la posibilidad de que Faraón los persiguiera. Sin embargo, Dios condujo a Su pueblo por el camino largo. Como lo veremos en el próximo mensaje, esto tentó a Faraón a perseguirlos. Dios pareció equivocarse en la manera en que El condujo a Su pueblo. En realidad, la dirección del Señor nunca está equivocada. Todo camino que Dios nos hace tomar está correcto, El nunca se equivoca.
Exodo 13:18 dice: “Más hizo Dios que el pueblo rodease por el camino del desierto del mar Rojo”. Aquí el idioma hebreo indica que Dios hizo que el pueblo diera la vuelta. Por la columna de fuego y la columna de nube, El los condujo de una manera complicada.
Muchas veces en mi vida cristiana, Dios me ha conducido en caminos que yo consideraba equivocados. Pero he llegado a adorar al Señor por Su dirección. Su dirección siempre está correcta. Desde nuestro punto de vista humano, podemos pensar que El debería conducirnos de cierta manera. Pero si El nos guia por este camino, no habría ninguna lección que aprender, y podríamos estar en peligro de regresar a Egipto. Por lo tanto, Dios nos hace tomar un camino indirecto, aun un desvío largo. Por ser conducidos de esta manera, los hijos de Israel finalmente tuvieron que vagar en el desierto durante treinta y ocho años. La mayor parte de ese tiempo, fueron en círculo. Esta es también la experiencia de muchos cristianos hoy en día; dan vueltas sin ningún progreso aparente. No obstante, por medio de esta clase de viajes, aprendemos lecciones importantes, como lo aclaran los libros de Números y Deuteronomio. Podemos esperar ser conducidos de una manera directa, pero en lugar de esto, Dios nos conduce a tomar un camino complicado, un desvío. El aún nos hace cruzar el mar Rojo y luego viajar por un desierto grande y terrible.
Una vez leí un libro titulado Caminos directos para loshijos de Israel. No obstante, a menudo no existe ningún camino directo para el pueblo de Dios. Cuando esperamos que Dios tome un camino directo, El nos lleva por un desvío. En el transcurso de siete años podemos tener muchos desvíos. No obstante, con estos desvíos somos ayudados, equipados, educados, entrenados y disciplinados. Esta es la razón por la cual Dios no nos conduce por caminos directos.
Cuando era joven, apreciaba este libro sobre los caminos directos para los hijos de Israel. Pero ya no, porque en mi experiencia cristiana, he aprendido que el Señor a menudo nos conduce por desvíos. Considere el viaje de los hijos de Israel por el desierto. ¿Tomaron un camino directo? No, su camino estaba lleno de desvíos. No obstante, ellos no escogieron tomar estos desvíos. Fueron guiados por la presencia del Señor en la nube y en el fuego.
Exodo 13:21 y 22 dicen: “Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarles a fin de que anduviesen de día y de noche”. Nunca se apartó de delante del pueblo la columna de nube en el día ni de noche la columna de fuego. En realidad las dos columnas son una misma cosa. Cuando anochece, la nube se convierte en fuego. Pero cuando amanece, el fuego se convierte en nube. Sin embargo, el fuego y la nube son una misma cosa.
En tipología, la nube representa el Espíritu. Cuando El nos alcanza, el Espíritu de Dios se parece a una nube. Aquí el fuego representa la Palabra de Dios, la cual es una luz para nosotros. Por lo tanto, la guianza viviente e instantánea que Dios nos da viene por medio del Espíritu o de la Palabra. Cuando el cielo está claro, El es la nube, pero cuando el cielo está oscuro El es el fuego. Cuando el Señor conduce como columna de fuego por la noche, la luz de esta columna hace que la noche se convierta en día. De esa manera, los hijos de Israel podían viajar día y noche.
En la vida cristiana, no debería haber ninguna diferencia entre el día y la noche. En realidad, nosotros los cristianos no deberíamos tener ninguna noche en nuestra vida con el Señor. Al contrario, nuestra noche debe convertirse en día. Si nuestra noche no se convierte en día, somos vencidos. Cuando estamos en tinieblas y dormimos, experimentamos una noche en nuestra vida como cristianos. Pero cuando invocamos el nombre del Señor, somos iluminados y nuestra noche se hace día.
Tanto la nube como el fuego simbolizan a Dios, pues El es el Espíritu y también la Palabra. Además la Palabra es también el Espíritu (Jn. 6:63; Ef. 6:17). El Señor, el Espíritu y la Palabra son uno para conducirnos y guiarnos continuamente. Cuando entendemos claramente, Dios nos guía por medio del Espíritu. Pero cuando no entendemos claramente, El nos está guiando por medio de la Palabra. A medida que entendemos la Palabra, ésta se va convirtiendo en el Espíritu en nuestra experiencia.
Como nube o como fuego, la guianza de Dios es siempre una columna. En la Biblia, una columna denota fuerza. Por lo tanto, la guianza de Dios es fuerte; permanece derecha y soporta peso. Por medio de esta guianza clara, Dios condujo a los hijos de Israel.
Debemos agradecer al Señor por todos los detalles presentados en Exodo 13. Aquí vemos la sustitución para santificación, el día de conmemoración, y el comienzo de una nueva vida sin pecado. Aquí vemos también la vida de resurrección en la cual disfrutamos de la presencia del Señor como la guianza en la columna de nube y en la columna de fuego. Adoremos al Señor por Su dirección, aun cuando El no nos guíe por un camino directo, sino por un camino complicado. ¡Alabado sea El por todos los desvíos!