Mensaje 32
Lectura bíblica: Éx. 16:1-30; Nm. 11:1-10, 18-23, 31-34
El libro de Exodo no fue escrito de manera doctrinal, sino conforme a la experiencia. Después de que los hijos de Israel cruzaron el mar Rojo, el Señor los condujo a Mara. Allí el pueblo murmuró porque las aguas eran amargas. En lugar de enojarse con el pueblo por sus murmuraciones, el Señor le mostró a Moisés un árbol de sanidad que cambió la amargura en dulzura. Tan sólo tres días antes, el pueblo de Dios había experimentado la obra salvadora de Dios en el mar Rojo. El ejército de Faraón había sido destruido, y el pueblo se había regocijado en alabanzas al Señor. No obstante, en Mara parece que el pueblo olvidó su experiencia en el mar Rojo. No obstante, el Señor comprendió que Su pueblo era infantil y que ésta era la primera vez que murmuraban y no los castigó. Al contrario, El cambió las aguas amargas en aguas dulces.
Desde Mara, el Señor condujo al pueblo hasta Elim, donde fluían doce fuentes de agua y crecían setenta palmeras. La experiencia del pueblo de Dios en Elim debió haber sido alentadora. Cuando llegamos a un Elim en nuestra experiencia espiritual, nosotros también estamos muy animados. Después de su experiencia maravillosa en Elim, los hijos de Israel “partieron luego de Elim toda la congregación de los hijos de Israel, y vino al desierto Sin que está entre Elim y Sinaí” (16:1). Como lo veremos, después de experimentar la vida que fluye y que crece en Elim, fueron conducidos a una situación distinta, la cual fue bastante difícil para ellos.
Según el arreglo de Dios existe el día y la noche. Por un lado, después del día viene la noche. Por otro, después de la noche viene otro día. En nuestra experiencia con el Señor, necesitamos el día y también la noche. Necesitamos la experiencia del mar Rojo y también necesitamos la amargura en Mara. Necesitamos la experiencia animante en Elim, y también la experiencia en el desierto de Sin.
El pueblo de Dios fue al desierto de Sin “a los quince días del segundo mes después de salir de la tierra de Egipto” (16:1), aproximadamente un mes después de la Pascua en Egipto. La Pascua y las experiencias en el mar Rojo y en Elim eran maravillosas. Pero después de todas estas experiencias maravillosas, el pueblo fue conducido al desierto por la columna de nube.
Exodo 16:2 dice: “Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto”. Aquí vemos tres grupos de personas: los que murmuraban, aquellos de quien se murmuraba y el Señor, que escuchaba las murmuraciones. Según el versículo 8, Moisés dijo al pueblo: “Jehová ha oído vuestras murmuraciones con que habeís murmurado contra El; porque nosotros, ¿qué somos? Vuestras murmuraciones no están contra nosotros, sino contra Jehová”. Moisés estaba muy disgustado con el pueblo debido a sus murmuraciones. El estaba más disgustado que el Señor mismo. El Señor mandó a Moisés que dijera al pueblo que ellos verían Su gloria por la mañana (v. 7). El también prometió: “les haré llover pan del cielo” (v. 4).
Aunque el título de este mensaje es “La experiencia del maná”, mi carga en realidad no es el maná mismo. Mi carga consiste en señalar que después de la maravillosa experiencia en Elim, los hijos de Israel todavía estaban en la carne. Pasa lo mismo con nosotros en nuestra experiencia espiritual. Después de tener una experiencia animante en Elim donde fluyen las doce fuentes y crecen las setenta palmeras, la carne nos sigue molestando. Las aguas vivas en Elim no eliminan la carne. Esta es la razón por la cual las llamadas experiencias pentecostales no nos libran de la carne. Los creyentes pueden experimentar el bautismo del Espíritu o la llamada segunda bendición, pero aún les queda el problema de la carne. Aun la verdadera experiencia del bautismo en el Espíritu no es otra cosa que la experiencia en Elim. Como lo indica el relato del capítulo dieciséis, la experiencia en Elim no resuelve el problema con la carne.
Con esto vemos una vez más que el libro de Exodo no está escrito según la doctrina, sino según la experiencia espiritual. Según la comprensión doctrinal, la experiencia de las doce fuentes que fluyen y de las setenta palmeras que crecen en Elim debería hacernos santos maduros. Pero las experiencias animantes en Elim jamás dan este resultado. Las murmuraciones de los hijos de Israel en el capítulo dieciséis lo comprueban. Ellos habían sido redimidos y liberados de Egipto, habían experimentado la sanidad de las aguas en Mara, y habían disfrutado las fuentes y las palmeras en Elim. Pero después de todas estas experiencias, todavía se comportaron como lo vemos en el capítulo dieciséis. Si vemos eso desde la perspectiva de la doctrina, sería difícil entenderlo. Pero si lo vemos desde el punto de vista de nuestra experiencia, veremos que el capítulo dieciséis es fácil de entender. Según nuestra experiencia espiritual, nos damos cuenta de que los momentos de entusiasmo de Elim jamás harán madurar a los creyentes.
Después de una experiencia en Elim, el Señor expondrá la carne de nuestro ser natural. Esta es la razón por la cual después de que tengamos la experiencia animante de las doce fuentes que fluyen y de las setenta palmeras que crecen, vemos que todavía vivimos conforme a la carne. Las doce fuentes satisfacen la sed en nuestro espíritu, pero no acaban con nuestra carne. De hecho, cuanto más experimentemos las fuentes que fluyen, más quedará expuesta nuestra carne. Si su intención es esconder su carne, usted tendrá que evitar la experiencia de las fuentes y de las palmeras en Elim. Luego de la experiencia de las doce fuentes en Elim nuestra carne queda expuesta.
Hace años, leí algunos libros acerca de la experiencia del bautismo del Espíritu Santo y de la llamada segunda bendición. Estos libros afirmaban que cuando un creyente tenía esta experiencia, todos sus problemas se solucionaban. Algunos libros llegaban al extremo de decir que hasta el pecado sería erradicado. No obstante, nuestra experiencia actual demuestra que esto es falso. Después de disfrutar de las aguas de vida en Elim, nuestra carne queda expuesta. Esta no tiene ningún lugar donde esconderse. En nuestra experiencia, no podemos evitar el cambio de día a noche. Somos incapaces de alargar el día o impedir que venga la noche.
Es importante que penetremos la superficialidad del cristianismo de hoy. Muchos cristianos hablan de la experiencia del bautismo del Espíritu. Pero aún estas experiencias auténticas no son más que la experiencia en Elim. Hemos señalado que estas experiencias pueden satisfacer nuestra sed, pero no acaban con nuestra carne. Al contrario, hacen que la carne quede expuesta todavía más. Esta fue la razón por la cual después de su experiencia en Elim, los hijos de Israel todavía tenían la carne y fue expuesta. No había cambiado en absoluto.
Del mismo modo, podemos tener experiencias animantes de las doce fuentes en Elim, pero pronto descubriremos que nosotros mismos no hemos cambiado. Una cosa es satisfacer la sed de nuestro espíritu, y otra es acabar con el aspecto carnal de nuestro ser natural. No espere que las doce fuentes en Elim cambien lo que usted es en la carne. Mi intención es que quedemos profundamente impresionados con este punto tan crucial. Si entendemos esto claramente, seremos librados de la influencia del concepto erróneo que prevalece en el cristianismo actual.
Puesto que nuestra carne permanece después de nuestra experiencia en Elim, debemos ser conducidos por el Señor desde Elim hasta el desierto descrito en Exodo 16. Este desierto no es un lugar específico. Simplemente se nos dice que se encontraba en el desierto entre Elim y Sinaí. Esto indica que después de beber del agua viva en Elim, seremos introducidos en una situación indefinida. En esta clase de lugar indefinido, nuestra carne quedará expuesta.
Como veremos ahora, nuestra carne queda expuesta por la falta de alimento, por la falta de Cristo como el suministro de la vida celestial. Esta es la razón por la cual se menciona el maná en Exodo 16 y en Números 11 se relaciona con la murmuración del pueblo. Esto indica que el maná celestial se nos da para acabar con nuestra carne. Esta obra no puede ser cumplida por las fuentes en Elim; el maná celestial es lo único que la puede llevar a cabo.
El pueblo murmuró contra Moisés y Aarón debido a su lujuría en cuanto a la comida. No obstante, sus murmuraciones en realidad fueron en contra del Señor mismo. El pueblo había bebido mucha agua, pero todavía tenía hambre porque no había nada de comer. Su hambre no podía ser satisfecha por el agua de las doce fuentes que fluyen. Por mucha agua que bebamos, nuestra hambre no es satisfecha. Por un lado, necesitamos que nuestra sed sea saciada. Por otro, necesitamos que nuestra hambre quede satisfecha. Las doce fuentes sólo pueden saciar nuestra sed; no pueden satisfacer nuestra hambre.
La experiencia cristiana tiene distintos aspectos. No obstante, muchos cristianos piensan que existe un sólo aspecto: el aspecto del bautismo del Espíritu Santo. Según ellos, la experiencia del bautismo es todo-inclusiva y satisface todas las necesidades del creyente. No obstante, los cuadros de Exodo muestran que esta clase de experiencia no puede serlo todo. Efectivamente, en Elim, hay doce fuentes, pero no se menciona la comida. Por esta razón, el pueblo tenía hambre. Dentro de ellos, carecían del suministro necesario de vida. La carencia de este suministro expuso a la carne. Cuando carecemos del suministro de la vida, nuestra carne no puede permanecer escondida. Si usted considera su experiencia, verá que un solo día después de haber tenido una gran experiencia en Elim, usted ha sentido insatisfacción dentro de sí. Esta insatisfacción proviene de la falta del suministro de la vida celestial, de la falta de Cristo como el maná celestial. En su experiencia, usted no ha tomado a Cristo como su suministro de vida.
Cada creyente tiene problemas con la carne y con los deseos de la carne. ¿Sabe usted cuando se acaba con la carne? Solamente cuando Cristo se convierte verdaderamente en nuestro suministro de vida cotidiano. Cuando Cristo nos llena y nos satisface, esta satisfacción matará nuestra carne. En principio, ésta es la experiencia de cada creyente. Después de visitar al Señor en Elim, descubrimos que todavía tenemos un problema con la carne y sus deseos. Este problema es causado por el hambre. En lo profundo de nuestro ser, estamos mal nutridos. Nuestra hambre no ha sido satisfecha. En nuestra experiencia cristiana, no hemos llegado al lugar donde experimentamos a Cristo cada día como el suministro de vida que nos llena y nos satisface. No obstante, cuando disfrutamos a Cristo diariamente como nuestro suministro de vida celestial, quedamos plenamente satisfechos. En ese momento, nuestra carne es sometida, y nuestros deseos acabados. No obstante, la carne y sus deseos no son acabados de una vez y por todas. Cuando estemos mal nutridos y carezcamos de Cristo, volveremos a tener hambre. Esto hará que nuestra carne y sus deseos aparezcan y se activen nuevamente.
Nuestra carne permanecerá hasta que estemos en resurrección y tengamos un cuerpo glorificado. Aunque he estado en el Señor durante tantos años, debo testificar que la carne sigue presente en mi. Si no estoy lleno de Cristo y no estoy satisfecho con El, mi carne seguirá activa. No crea que una persona que ha estado en el Señor durante muchos años alcanzará el punto de no ser perturbada por la carne. Aunque la carne sea disciplinada muchas veces, aun centenares de veces, todavía permanece con nosotros. Sin embargo, cuando estamos satisfechos con Cristo como el suministro de la vida celestial, la carne y sus deseos son vencidos. Pero cuando carezcamos de Cristo como nuestro alimento, la carne quedará expuesta una vez más. En este mensaje, mi carga consiste simpleamente en aclarar este asunto a todos los santos.
Si vemos que la carne queda siempre expuesta cuando carecemos de Cristo como el suministro diario de vida, seremos iluminados en cuanto a nuestra experiencia con el Señor. Quizás usted se ha preguntado por qué aun después de haber tenido ciertas experiencias gloriosas en el Señor, ha descubierto que su carne sigue igual de fuerte. Ya deberíamos saber que necesitamos el maná celestial así como las doce fuentes en Elim. Si el apóstol Pablo estuviera todavía en la tierra, hasta él necesitaría ser satisfecho por Cristo como el suministro diario de vida, pues él todavía estaría perturbado por la carne. Debemos experimentar las doce fuentes en Elim, pero también necesitamos que nuestra hambre sea satisfecha por Cristo como el maná celestial. Día tras día, debemos experimentar a Cristo como el suministro de vida.
Lo que más nos ayuda en nuestro vivir cotidiano con el Señor no es beber de las doce fuentes en Elim, sino comer a Cristo como el maná celestial. La experiencia en Elim sucede de vez en cuando. Como lo indica el relato, no fue una experiencia continua de los hijos de Israel. No obstante, el pueblo comió del maná todos los días durante un periodo de cuarenta años. Con la excepción de los sábados, ellos tenían que recoger el maná cada mañana durante todos estos años. Esto indica claramente que la experiencia del maná es cotidiana y continua. Si experimentamos correctamente el comer a Cristo cada día como nuestro maná celestial, nuestra carne, y sus deseos serán disciplinados. Pero cuando nos falte el maná, la carne y sus deseos volverán a aparecer. Esta es la razón por la cual la experiencia negativa relatada en Exodo 16 sigue a la experiencia positiva de Elim en 15:27.
La experiencia negativa de Exodo 16 se repite en Números 11. Hemos señalado que cuando el pueblo se quejó en Mara, el Señor no se enojó con ellos. Cuando murmuraron contra Moisés y Aarón en el desierto entre Elim y Sinaí, el Señor estaba algo disgustado. Pero en Números 11 “aconteció que el pueblo se quejó a oídos de Jehová; y lo oyó Jehová, y ardió su ira, y se encendió en ellos fuego de Jehová y consumió uno de los extremos del campamento” (v. 1). Cuando el pueblo se quejó esta vez, Moisés no necesitó decir ni una sola palabra. En Su enojo, el Señor vino como un fuego ardiente. El versículo 2 dice: “Entonces el pueblo clamó a Moisés, y Moisés oró a Jehová y el fuego se extinguió”. El versículo 3 continua y dice que el nombre de ese lugar fue llamado Tabera, “porque el fuego de Jehová se encendió en ellos”.
Debemos ver que esta experiencia negativa está relacionada con la experiencia del maná. Una vez más vemos que cuando carecemos de Cristo como nuestro suministro de vida, la carne queda expuesta. Los deseos aparecen porque estamos mal nutridos. No ponga su confianza en su experiencia pasada con el Señor. No se imagine que porque usted ha estado en el Señor tanto tiempo, ya no puede ser perturbado por la carne. Puedo testificar que a pesar de ser un hombre mayor y de haber estado en el Señor por años, todavía necesito que el Señor sea mi suministro diario de vida. Recuerde que el maná era enviado cada mañana y tenía que ser recogido cada mañana. Esto indica que no podemos almacenar el suministro de Cristo. El Cristo que experimentamos ayer no es suficiente para hoy. Si usted intenta conservar el maná de ayer, se dará cuenta de que no lo nutrirá ni los satisfará. Al contrario, producirá gusanos y hederá (Éx. 16:20).
Espero que todos quedemos impresionados con la necesidad de experimentar a Cristo cada día como nuestro suministro de vida. Es crucial ver que la falta de este suministro celestial es lo que expone nuestra carne. Por muy maravillosas que hayan sido nuestras experiencias en el Espíritu, todavía debemos tomar a Cristo cada día como nuestro maná celestial. Si estamos mal nutridos, nuestra carne se levantará, y nuestros deseos nos molestarán e impedirán nuestra comunión con el Señor. Día tras día, debemos estar llenos de Cristo como el maná celestial y debemos estar satisfechos por El.
Sigamos adelante y veamos cómo el Señor disciplina la carne de Su pueblo (16:4-30). El disciplina la carne de ellos al mostrarles Su gloria (16:7, 10). Según la comprensión doctrinal de muchos cristianos, una persona carnal no puede ver la gloria del Señor. No obstante, es significativo que la Palabra no indica que la gloria del Señor apareció a Su pueblo cuando estaban en Elim. Sino que Su gloria sí apareció a ellos cuando estaban murmurando en el desierto de Sin.
Considere este asunto de la aparición de la gloria del Señor a la luz de su experiencia. Cuando tuvo la experiencia maravillosa y animante en Elim, ¿sintió la gloria del Señor, o simplemente fue llevado por su entusiasmo? Pero en los momentos que usted murmuraba y se quejaba, ¿no se le apareció la gloria del Señor? Puedo testificar que muchas veces la gloria del Señor se me apareció cuando me estaba quejando, y esta aparición me causó temor. En Elim hay mucho entusiasmo, pero muy poca aparición de la gloria del Señor de una manera clara. No obstante, cuando murmuramos contra el Señor, a menudo éste es el momento en que Su gloria se aparece a nosotros.
Mientras los hijos de Israel seguían al Señor en el desierto y lo buscaban, su carne y sus deseos seguían activos. Hemos señalado muchas veces que esto se debía a su estado de mala nutrición. Ellos murmuraban contra el Señor porque carecían del suministro de vida apropiado. Mientras murmuraban, la gloria de Dios se apareció a ellos. En principio, nosotros hemos experimentado lo mismo. Mientras seguíamos al Señor y lo buscábamos, a veces nuestra actitud era negativa, y empezamos a murmurar contra la iglesia o contra los hermanos responsables de la iglesia. A menudo, cuando nos quejamos de esta forma, vemos la gloria del Señor. La aparición de la gloria del Señor en esos momentos es algo aterrador. He sentido más temor cuando la gloria del Señor se apareció a mí en medio de mis murmuraciones y quejas. La razón por la cual me quejaba era que yo carecía de Cristo como mi alimento.
En sus murmuraciones contra el Señor, los hijos de Israel dijeron: “Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová, en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud” (16:3). En nuestras quejas, quizá digamos algo por el estilo: “¿Por qué hemos entrado en el recobro del Señor? ¿qué está pasando en el recobro? ¡Ojalá hubiéramos muerto en las denominaciones!” A menudo en medio de nuestras quejas, la gloria del Señor aparece y nos atemoriza.
En Exodo 16, vemos continuamente que el Señor oyó las murmuraciones de Su pueblo (vs. 7b, 8b, 9b). Según el versículo 12, el Señor le dijo a Moisés: “Yo he oído las murmuraciones de los hijos de Israel”. Tenga la seguridad de que el Señor oye sus murmuraciones. Además, mientras usted murmura El lo está mirando; El observa todo lo que sucede.
En Exodo 16:7, el Señor dijo que por la mañana el pueblo vería Su gloria. El versículo 10 dice: “Y hablando Aarón a toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto y he aquí la gloria de Jehová apareció en la nube”. Cuando la gloria del Señor apareció al pueblo, ellos dejaron de murmurar. En principio, hemos experimentado lo mismo. En ciertas ocasiones, por estar mal nutridos, nuestra actitud se ha hecho negativa mientras buscabamos al Señor. Esta falta de Cristo como el suministro de vida nos hizo murmurar y quejarnos. En esos momentos, interiormente vimos la gloria del Señor y estuvimos llenos de temor. Así como los hijos de Israel, a menudo somos muy elocuentes en nuestras murmuraciones y quejas, mucho más que cuando testificamos del Señor en las reuniones. Pero la gloria del Señor aparece y acaba con nuestras murmuraciones y quejas.
¿Diría usted que la gloria del Señor apareció para rescatar al pueblo o para condenarlos? La respuesta es ésta: la gloria de Dios apareció con el propósito de rescatarlos por medio de condenarlos. Esto puede ser confirmado por nuestra experiencia. A menudo el Señor viene para rescatarnos por medio de condenarnos. Cuando estamos mal nutridos y nuestra actitud es negativa, podemos temer que el Señor venga y nos mate. Tal vez nos quejemos contra el Señor pero no podemos dejar de buscarlo. En el mismo principio, podemos quejarnos de la iglesia y de los ancianos. Sin embargo, no estamos dispuestos a abandonar la vida de iglesia ni el recobro del Señor. Muchas veces los santos han venido donde mí con quejas acerca de la iglesia. Cuando les pregunté por qué no dejaban la iglesia y se iban a otra parte, me dijeron que no podían encontrar un lugar mejor. Cuando sugerí que dejaran de quejarse y estuvieran satisfechos con la vida de iglesia, me dijeron que tampoco podían hacer eso. Por un lado, no estaban satisfechos con la vida de iglesia. Pero por otro, no querían renunciar a ella. A menudo, los que se quejan de la iglesia de esta manera tienen un profundo sentir de la aparición de la gloria del Señor y temen que El pueda matarlos. Esta es la aparición de la gloria del Señor al rescatarnos por medio de condenarnos.
Después de mostrar Su gloria al pueblo, el Señor les mandó la carne que pedían. El les mandó codornices (16:13, Nm. 11:31) para satisfacer sus codicia de comer (16:12; Nm. 11:18, 32), mostrarles Su omnipotencia y disciplinarles con Su enojo (Nm. 11:19-20, 33-34).
En Exodo 16, el Señor no disciplinó al pueblo duramente. Pero cuando murmuraron y se quejaron de nuevo en Números 11, el Señor dijo a Moisés: “No comeréis un día ni dos días, ni cinco días, ni diez días, ni veinte días, sino hasta un mes entero, hasta que os salga por las narices, y la aborrezcáis por cuanto menospreciastéis a Jehová que está en medio de vosotros, y llorastéis delante de El diciendo: ¿para qué salimos acá de Egipto?” (vs 19-20). El versículo 33 muestra que “hirió Jehová al pueblo con una plaga muy grande”. Luego El dió a ese lugar el nombre de Kibrot-hataava, que significa tumbas de codiciosos (v. 34).
Muchos cristianos han experimentado esto de una manera espiritual. El Señor satisfizo su codicia al darles lo que deseaban. Luego, hablando espiritualmente, El vino para matarlos y sufrieron muerte espiritual. Cuanto más disfrutaban de las “codornices” más eran heridos. Durante mucho tiempo, quizás por años, permanecieron amortecidos en el espíritu.
El Señor mandó maná a los hijos de Israel sólo después de que les sucedieron tantas cosas. Esto indica que el maná no es dado de una manera sencilla. No obstante, muchos cristianos se adhieren al concepto erróneo de pensar que el maná viene fácilmente. En realidad, podemos disfrutar del maná solamente cuando ciertas condiciones son satisfechas. Esta es la razón por la cual, aunque dos capítulos cubren la experiencia del maná un sólo versículo trata de la experiencia en Elim.
La experiencia de Cristo como el maná celestial no es tan sencilla como lo suponen muchos cristianos. Los hijos de Israel no disfrutaron del maná en cuanto cruzaron el mar Rojo. Más bien, tuvieron que pasar por la experiencia en Mara y en Elim. Luego, cuando su carne quedó expuesta y fueron disciplinados por el Señor, vino el maná.
Pasa lo mismo con nosotros en nuestra experiencia con el Señor. Cristo como el maná celestial viene a nosotros de esta manera. Muchos santos acostumbran a pasar un tiempo con el Señor temprano por la mañana. No obstante, algunas veces no se recoge maná durante este tiempo. La razón de esta carencia de maná es que las condiciones para dar el maná no están satisfechas. Exodo 16 y Números 11 revelan que el maná es dado solamente cuando ciertas condiciones han sido satisfechas. Esto indica que en nuestro andar cristiano debemos llegar hasta cierto punto antes de poder recibir el maná. Este es un principio fundamental. Recibimos el maná únicamente después de que nuestra carne haya quedado expuesta debido a la carencia del suministro de vida interior. Es dado cuando reconocemos nuestra necesidad por algo más que las doce fuentes en Elim. Necesitamos el maná; necesitamos a Cristo como nuestro suministro de vida celestial.
Cuando los hijos de Israel murmuraron en Mara y el Señor mostró a Moisés el árbol de sanidad, el Señor no disciplinó al pueblo. Al contrario, el árbol fue echado al agua, y las aguas amargas se endulzaron. Pero en Exodo 16, el Señor pidió a Moisés que dijera al pueblo que El había oído sus murmuraciones y que El se les aparecería en gloria. El Señor estaba algo disgustado con ellos, y El los disciplinó. Después de esta disciplina, les envió el maná.
Consideremos brevemente la manera en que se envió el maná (16:13-14; Nm. 11:9). El maná siempre caía por la mañana. Sin embargo, es significativo que las codornices que satisfacían la codicia del pueblo venían por la tarde. El maná viene a refrescarnos cuando empieza el día. Debido a que es enviado por la mañana, el maná nos proporciona un nuevo comienzo.
En segundo lugar, el maná viene con el rocío. Números 11:9 dice: “Y cuando descendía el rocío sobre el campamento de noche, el maná descendía sobre él”. En Exodo 15 y 16 vemos tres clases de agua: las aguas en Mara, las doce fuentes en Elim, y el rocío en el desierto. Debemos experimentar estas tres clases de agua. Necesitamos el agua que ha sido cambiada de amarga a dulce. Necesitamos el agua que fluye de las doce fuentes y necesitamos el agua que viene como rocío. En realidad, atesoro el rocío mucho más que el agua que fluye de las fuentes.
Cuando algunos oigan esto, quizás me recordarán que no hay rocío en la Nueva Jerusalén, sino solamente el fluir del río de agua de vida. (Ap. 22:1). La razón por la cual no habrá rocío en la Nueva Jerusalén es porque el rocío viene durante la frescura de la noche y en al Nueva Jerusalén no habrá noche. Como lo hemos señalado, en nuestra experiencia con el Señor, tenemos ahora el día y también la noche. Después de la noche, necesitamos el rocío, el cual es el Señor mismo, para regarnos de manera suave y tierna. Debido a que aún tenemos que pasar por muchas noches, por muchas situaciones llenas de tinieblas, necesitamos el rocío que nos refresca y riega. Cada mañana, la gracia del Señor desciende sobre nosotros como el rocío fresco.
Si deseamos disfrutar del maná durante nuestro tiempo con el Señor por la mañana, debemos experimentarlo a El como el rocío. El maná no viene solo; siempre viene con el rocío. De hecho, el rocío viene primero y sirve de base para enviar el maná. El maná no viene con el agua que ha sido cambiada de amarga a dulce, ni con el agua que fluye de las doce fuentes. Viene con el rocío. Cuando tenemos el rocío, también tenemos el maná. Esto significa que cuando experimentamos la gracia del Señor, la cual refresca y riega, también lo recibimos a El como el suministro de vida celestial.
No tome esta palabra acerca del rocío como algo doctrinal; mas bien recíbala como una palabra que corresponde con su experiencia. Aun los jóvenes entre nosotros pueden testificar que esta palabra corresponde con su experiencia. En Elim, experimentamos el fluir de las aguas de las doce fuentes, pero no tenemos el rocío. En cuanto salimos de Elim, sentimos la sequía dentro de nosotros. Eso indica que debemos experimentar el rocío de la mañana, el rocío que es el fundamento para recibir el maná.
Números 11:9 indica también que el maná viene alrededor del campamento. El campamento se refiere al arreglo del pueblo de Dios en un ejército. Esto indica que el alimento del maná sirve también para el pueblo de Dios, como ejército, a fin de pelear la batalla por los intereses de Dios en la tierra.
En los próximos mensajes diremos mucho acerca del maná. El punto principal de este mensaje es que después de la experiencia maravillosa y animante en Elim, descubrimos que la carne está todavía con nosotros. El hecho de que la carne quede expuesta es el resultado de una mala nutrición. Esto muestra nuestra necesidad de que nuestra hambre sea satisfecha al llenarnos de Cristo día tras día. Cuando no estemos llenos de El, nuestra carne y sus deseos volverán a aparecer.