Mensaje 33
Lectura bíblica: Éx. 16:1-4, 8-13a, Nm. 11:1-6, 10-23, 31-34
El libro de Exodo presenta un cuadro de la salvación completa que Dios efectúa. La misma posee dos asuntos cruciales. El primero es que Dios desea ser todo para Su pueblo escogido. El quiere forjarse dentro de los que El ha predestinado para Sí mismo. Segundo, puesto que Dios desea ser nuestro todo, El no quiere que hagamos nada. Al contrario, El desea hacerlo todo para nosotros.
Al aplicar estos dos asuntos al libro de Exodo, vemos que Dios mismo fue El que venció a Faraón y a los egipcios. Dios no le pidió a los hijos de Israel que lucharan para ser liberados de la tiranía egipcia. Dios lo hizo todo para producir la derrota total de los egipcios. Cuando Moisés se enfrentó a Faraón, todo lo que él tenía era una vara, un palo seco. Dios fue El que hizo todo por Su pueblo.
Considere lo que Dios hizo por Su pueblo en menos de cuarenta días. El mandó las plagas sobre los egipcios, y en la noche de la Pascua mató a los primogénitos. Luego liberó a los hijos de Israel de las manos de Faraón y los llevó a través del mar Rojo, en el cual se ahogó el ejército egipcio. Además, Dios llevó al pueblo a Mara, donde El cambió las aguas amargas en aguas dulces. Luego El los llevó más adelante a Elim, donde había doce fuentes y setenta palmeras.
Según 16:1, vemos que los hijos de Israel vinieron “al desierto de Sin... a los quince días del segundo mes después de que salieron de la tierra de Egipto”. La Pascua se celebraba el día catorce del primer mes. Por lo tanto, el relato del capítulo dieciséis describe lo que ocurrió solamente treinta y un días después de la Pascua. Cuando me di cuenta de esto por primera vez, quedé muy sorprendido. Durante este corto periodo de tiempo, el pueblo de Dios vió muchos milagros. No obstante, no quedaron lo suficientemente impresionados con la omnipotencia de Dios. La Pascua era un acontecimiento importante, y el cruce del mar Rojo era aún más importante. Además, las experiencias en Mara y en Elim tenían mucho significado. No obstante, cuando el pueblo llegó al desierto de Sin y murmuró y codició las ollas de carne de Egipto, parece como si no hubieran experimentado nada.
Pocos lectores de Exodo han prestado la atención suficiente al capítulo dieciséis. En realidad este capítulo es más importante que el capítulo doce o catorce. En el capítulo doce, vemos la Pascua, en el capítulo catorce, el cruce del mar Rojo, y en el capítulo dieciséis, el comer el maná. Comer el maná significa que el pueblo de Dios había alcanzado el punto en que empezó a ser un pueblo celestial, un pueblo cuya naturaleza había empezado a ser transformada con el elemento celestial.
Muchos milagros en las Escrituras fueron llevados a cabo con las cosas físicas de la salvación de Dios. Por ejemplo, el Señor Jesús alimentó a la multitud con panes y peces (Mt. 14:19). Pero ¿podemos afirmar que el maná del capítulo dieciséis era un artículo de la vieja creación de Dios? Ningún erúdito nos puede decir cuál era la substancia o el elemento del maná. Cualquiera que hubiese sido la substancia del maná, ciertamente no pertenecía a la vieja creación. En la vieja creación de Dios, no existe tal cosa como el maná.
El capítulo dieciséis presenta dos milagros: las codornices y el maná que mandó Dios. Las codornices pertenecen a la vieja creación. Un viento sopló de parte del Señor y trajo las codornices (Nm. 11:31). Indudablemente éste era un milagro, pero concernía las cosas naturales y físicas. No obstante, el hecho de mandar el maná fue algo diferente. El maná vino del cielo (Éx. 16:4). Aunque sabemos que el maná vino del cielo, no sabemos cuál era el elemento del maná. No podemos decir cual era la esencia del maná, pero sí sabemos que difería de todas las otras clases de los alimentos terrenales. Comer del maná significaba tener una dieta celestial. Este alimento celestial no pertenecía a la vieja creación.
El pueblo siempre vive conforme a lo que come. Los nutricionistas afirman que somos lo que comemos. Por ejemplo, si comemos mucho pescado, llegaremos a ser una composición de pescado. Día tras día por cuarenta años, los hijos de Israel comieron maná. Como resultado, se constituyeron de maná. Aún podemos decir que llegaron a ser maná. No conocemos la esencia del maná, pero sabemos que esta clase de alimento hizo que el pueblo se volviese celestial. Al comer este alimento celestial, llegamos a ser un pueblo celestial.
Al dar maná a Su pueblo, Dios indicaba que Su intención era cambiarles su naturaleza. El quería cambiar su ser, su misma constitución. Ya habían pasado por un cambio geográfico. Antes estaban en Egipto. Ahora estaban con el Señor en el desierto, un lugar de separación. No obstante, cambiar solamente de lugar no es suficiente, pues eso es demasiado externo y objetivo. Debe haber también un cambio interior, subjetivo, un cambio de vida y naturaleza. La manera en que Dios podía producir este cambio en Su pueblo era cambiarles la dieta. Al comer alimentos egipcios, el pueblo de Dios se había constituido del elemento de Egipto. El elemento del mundo se había convertido en su composición. Cuando ellos estaban en Egipto, no comían ningún alimento celestial, pues todo lo que tomaban era conforme a la dieta egipcia y era de naturaleza egipcia. A pesar de que el pueblo de Dios fue sacado de Egipto y llevado al desierto de separación, todavía estaban constituídos con el elemento de Egipto. Ahora la intención de Dios era cambiar su elemento al cambiar su dieta. El deseaba que ellos no comieran nada que viniese de una fuente mundana. Ya no se les permitía ingerir comida egipcia. Dios deseaba alimentarlos con alimento del cielo para constituirlos con el elemento celestial. Su deseo era llenarlos, satisfacerlos, saturarlos con comida del cielo, y por lo tanto hacer de ellos un pueblo celestial.
Antes de mandar maná del cielo, Dios mandó las codornices (16:13). Las codornices hicieron que el pueblo fuese aún más carnal. La naturaleza y la sustancia de las codornices correspondían a la naturaleza y la sustancia de los hijos de Israel. No obstante, éste no fue el caso del maná, pues pertenecía a otra categoria, a otro reino y esfera. Por tanto, al mandar el maná, Dios mostró que Su intención consistía en cambiar la constitución de Su pueblo. El no está satisfecho con un simple cambio de lugar. También debe haber un cambio de constitución. Nosotros, el pueblo de Dios hoy en día, somos una composición de cosas terrenales, una composición del elemento egipcio. Por lo tanto, la meta de Dios no consiste simplemente en cambiar nuestro comportamiento, sino en cambiar nuestro ser interior, la fibra interna de nuestra constitución. Aunque hemos sido constituídos con la sustancia de Egipto, Dios procura constituirnos con un elemento celestial. Es vital que todos veamos esto.
Dios sabía que los hijos de Israel necesitaban alimentos. Si ellos hubieran tenido fe en el Señor, se habrían animado unos a otros a simplemente descansar en El. Habrían dicho: “Nuestro Dios conoce nuestra necesidad. No necesitamos murmurar ni quejarnos. Confiemos en El y descansemos. Recuerden lo que el Señor ha hecho por nosotros en estos días. El venció a Faraón, mató a los primogénitos, venció a los egipcios, nos llevó a través del mar Rojo y ha satisfecho todas nuestras necesidades”. Pero en lugar de usar la fe en el Señor, los hijos de Israel aparentemente olvidaron todo lo que el Señor había hecho por ellos. En vez de alabarlo y agradecerle por lo que El había hecho, murmuraron y se quejaron. Sus palabras fueron agudas y horribles cuando le dijeron a Moisés: “Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos hasta saciarnos, pues nos habeís sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud” (16:3). Aún Moisés fue afectado por las murmuraciones del pueblo. Lo vemos en las palabras de Moisés: “¿Qué somos, para que vosotros murmuréis contra nosotros?” (16:7). Al declarar esto, Moisés no fue victorioso. Al contrario, esto mostraba que había sido vencido, pues fue afectado por las murmuraciones del pueblo. Si yo hubiese sido Moisés, hubiese sido más severo con ellos. Les habría dicho: “¿Acaso han olvidado todo lo que hice por ustedes? Se acuerdan de las ollas de carne, pero no se acuerdan de la tiranía, la labor y los sufrimientos en Egipto. Yo los saqué de esta tiranía. ¿Por qué murmuran contra mí?” En comparación con nosotros, Moisés era victorioso, pero no de manera absoluta.
Hemos señalado que en Su salvación, Dios procura ser nuestro todo y hacer todo por nosotros. El es real, viviente, fiel, y está lleno de propósito. Puesto que Dios tiene un propósito en Su salvación, no necesitamos rogarle que nos tenga misericordia ni que nos rescate. Dios obra por nosotros, y El conoce todas nuestras necesidades. Si conocieramos al Señor y Sus caminos, no nos quejaríamos ni murmuraríamos cuando tenemos una necesidad. Al contrario, diríamos: “¡Alabado sea el Señor! El conoce cada una de nuestras necesidades. Si El quiere que nos falte una comida, pues ayunemos con alabanzas y regocijo. Aún cuando El nos niegue la comida por varios días, debemos regocijarnos. El conoce nuestras necesidades, y El mandará el suministro a su debido tiempo. Si El escoge que ayunemos en lugar de festejar, todavía debemos alabarlo. El sabe que es lo mejor para nosotros. Aceptemos con regocijo todo lo que El nos da”.
Si esta hubiera sido la actitud de los hijos de Israel, Dios no habría mandado las codornices. El simplemente habría mandado el maná temprano en la mañana del siguiente día. Su propósito al mandar el maná era cambiar la constitución de Su pueblo. El maná produce un cambio metabólico en el cual el elemento egipcio es reemplazado por el celestial. Este metabolismo celestial transforma al pueblo de Dios. De nombre, los hijos de Israel no eran egipcios. Pero en naturaleza y composición, no diferían de los egipcios en nada. Al darle maná al pueblo, Dios parecía decir: “los he rescatado de Egipto en posición, pero ustedes todavía no han cambiado en su carácter. Ahora cambiaré su constitución al cambiar su dieta, de una dieta egipcia a dieta celestial. Así cambiaré su naturaleza y su ser, y los constituiré en un pueblo particular. Yo quiero que ustedes sean celestiales, y por esto no les alimentaré con nada que tenga su origen en la tierra. Día tras día, mandaré el alimento celestial, el alimento de Mi morada en los cielos. Esta comida cambiará su constitución”. Que todos veamos que la intención de Dios en Su salvación consiste en forjarse a Sí mismo dentro de nosotros y en cambiar nuestra constitución al alimentarnos con la comida celestial.
Continuemos para ver cómo Dios disciplinó a Su pueblo cuando murmuraron y se quejaron por la falta de comida. Al considerar este asunto, debemos comprender que todos tenemos la tendencia de entender la Biblia de una manera natural. Según nuestra comprensión natural, nos imaginamos que en Exodo 16, Dios simplemente estaba probando a los hijos de Israel. Podemos creer que Dios les quitó a propósito la comida para probar a Su pueblo y exponer su falta de fe. Algunos hasta pueden referirse a Hebreos 3:12 acerca del corazón maligno de incredulidad. Según este punto de vista, los hijos de Israel no tenían la fe para esperar en Dios, de atenderse en Dios, para confiar en El y de alabarle. Por tener un corazón maligno de incredulidad, se quejaron. Por lo tanto, Dios los reprendió. Entonces El mandó las codornices por la tarde y el maná por la mañana.
Este entendimiento de Exodo 16 es muy superficial. Entender el capítulo de esta manera no requiere la iluminación del Espíritu Santo. Los que entienden esta porción de esta manera leen la Biblia como un niño de primaria que puede leer las palabras, pero sólo tiene una comprensión natural y superficial de lo que lee.
Si tenemos una visión espiritual, veremos que Exodo 16 revela que el pueblo redimido de Dios todavía quería vivir una vida natural. No obstante, la intención de Dios era que vivieran una vida celestial. Deseando vivir de la misma manera que vivían en Egipto, el pueblo recordaba cómo se sentaban a las ollas de carne y disfrutaban la comida de Egipto. Pero el deseo de Dios era que no comieran más la comida egipcia. El quería que ellos cambiaran su dieta y llevaran una vida celestial. El deseaba que ellos olvidaran la dieta egipcia y comieran la celestial, una clase de comida que nadie había comido antes. Dios parecía decir a Su pueblo: “Hasta ahora nadie ha comido el alimento celestial. Quiero que ustedes sean un pueblo celestial y deseo que lleven una vida celestial y vivan de una manera celestial. A partir de ahora, los alimentaré con una dieta celestial”.
Por medio de la lectura de la Palabra, he aprendido a no confiar en mi comprensión natural. Mientras leía este capítulo de Exodo, no estuve satisfecho con la comprensión natural de esta porción de la Palabra. No quiero desperdiciar el tiempo de los santos al hablar conforme al concepto natural. Por lo tanto, le dije al Señor: “Si Tú deseas que yo hable de este capítulo, Tú debes darme Tu luz y Tu visión. Muéstrame lo que está en Tu mente acerca de este capítulo”. Mientras yo oraba, recurría al Señor y consideraba este capítulo en Su presencia, la luz comenzó a resplandecer. Bajo el resplandor de la luz, ví que el punto principal aquí es que a pesar de que el pueblo de Dios deseaba seguir llevando la vida egipcia, la intención de Dios era que ellos viviesen otra clase de vida. Su propósito era cambiales la dieta, y por esta razón, El no les mandó comida inmediatamente después de que llegaron al desierto. En Su sabiduría, Dios a propósito demoró en proveer los alimentos para ellos. Si El hubiera cambiado Su dieta antes, el pueblo no habría quedado impresionado de una manera apropiada. El comprendía que si esperaba hasta que Su pueblo tuviese una necesidad y luego mandaba el maná celestial, ellos quedarían impresionados de una manera más profunda y duradera.
Los hijos de Israel se alimentaron del maná en el desierto durante cuarenta años. La Biblia nos enseña que solamente en dos ocasiones estuvieron molestos en cuanto al maná. En Exodo 16, el pueblo fue disciplinado por Dios. Esta disciplina los adiestró a no desear la dieta egipcia. Pero según Números 11, un año más tarde, el pueblo codició nuevamente los alimentos de Egipto. Pero después de haber sido disciplinados por Dios de una manera más severa en Kibrot-hataava, ya no tenían ningún problema con la dieta celestial que les proporcionaba Dios. Ciertamente Dios era un buen Padre para Su pueblo. Primero los hijos de Dios fueron disciplinados en el desierto. Un año más tarde, fueron disciplinados en Kibrot-hataava. Si Dios hubiera mandado el maná antes de que el pueblo llegase al desierto, ellos no lo habrían apreciado y probablemente no habrían aprendido nada. Después de que el pueblo llegó al desierto y se dio cuenta de que no había alimento, empezaron a murmurar y a quejarse. Por la tarde de aquel día, Dios mandó codornices para satisfacer su codicia. Luego, a la mañana siguiente, llegó el maná. Sin lugar a dudas, esto dejó una impresión profunda en el pueblo.
La comida de Egipto agradaba a la carne del pueblo de Dios. Cuanto más comían alimentos egipcios, más carnales se hacían, pues la dieta egipcia correspondía con la carne del pueblo y la nutría. No obstante, el maná pertenecía a otra categoría de alimento. Venía del cielo y hacía que los que la comiesen se volvieran celestiales. Cuando los hijos de Israel murmuraban en el desierto, sus murmuraciones eran conforme a su carne. Esto significa que murmuraban conforme a su viejo ego, conforme a su vieja persona. En sus murmuraciones, no vivían como el pueblo redimido de Dios, sino como pueblo natural.
Esta carne no significa solamente la parte codiciosa de nuestro ser; representa la totalidad de nuestro ser caído, la totalidad de nuestra vieja persona. Aunque el pueblo de Dios había sido redimido, todavía vivía como egipcios, como si no hubiesen sido redimidos. Por esta razón, Dios mandó codornices para satisfacer sus deseos carnales. La primera vez que El mandó codornices fue en Exodo 16. Aunque El disciplinó al pueblo, Su disciplina en esta ocasión no fue severa. La segunda vez “la ira de Jehová se encendió en el pueblo, e hirió Jehová al pueblo con una plaga muy grande” (Nm. 11:33). Números 11:34 dice: “Y llamó el nombre de aquel lugar Kibrot-hataava, por cuanto ahí sepultaron el pueblo codicioso”. Kibrot-hataava significa las tumbas de los codiciosos.
Antes de que Dios hiriera al pueblo con una gran plaga, El mandó codornices en abundancia. De una manera milagrosa, el Señor alimentó al pueblo con codornices durante treinta días (Nm. 11:19-20). En Números 11:31, tenemos una descripción del gran número de codornices: “Y vino un viento de Jehová y trajo codornices del mar, y las dejó sobre el campamento, un día de camino a un lado, y un día de camino al otro, alrededor del campamento, y casi dos codos sobre la faz de la tierra”. ¡Qué abundancia de codornices! Al principio el pueblo estaba contento. Pero finalmente las codornices llegaron a repugnarless, pues el pueblo tuvo que comer la carne hasta que les saliera por las narices (Nm. 11:20). En Números 11:33 dice: “Aún estaba la carne entre los dientes de ellos, antes que fuese masticada, cuando la ira de Jehová se encendió en el pueblo".
Debemos aplicar el relato de Números 11 a nuestra experiencia. Si seguimos codiciando cosas mundanas después de ser salvos, es posible que Dios nos los dé. Por ejemplo, supongamos que usted codicie un automóvil nuevo. Dios quizá se lo dé para satisfacer su codicia, pero El no estará contento al hacer eso. Al contrario, El le dará lo que codicia para mostrarle Su gloria, Su enojo, y Su omnipotencia. Así como El mandó una abundancia de codornices a los hijos de Israel, El puede mandarle tantos automóviles que le repugnaraán. Dios le dará lo que usted codicia, pero usted puede experimentar Su disgusto. Tarde o temprano, los automóviles que usted codicia le repugnarán.
He conocido creyentes que tenían mucho amor por el dinero cuando eran jóvenes cristianos. Pero después de ser ricos, el dinero que ellos amaban les repugnó. Además, sufrieron muerte espiritual. Todos los cristianos hoy en día deben escuchar la enseñanza de la Palabra acerca de esto.
Animo a todos los santos a no amar el mundo y a no codiciar conforme a la carne las cosas mundanas. No obstante, eso es lo que muchos cristianos están haciendo hoy en día. Para satisfacer su codicia, buscan las cosas de Egipto. Tal vez Dios les permita tener lo que desean. No obstante, eso no es una señal positiva. No se imagine que si Dios le da lo que usted codicia, El está de acuerdo con usted, contento o quiera favorecerle. Al contrario, ésta es una señal de Su enojo y de Su disgusto. La mayoría de los cristianos de hoy han sido heridos por el enojo de Dios. Por esta razón, no tienen ninguna vida; más bien tienen muerte espiritual.
Espero que todos los santos en el recobro del Señor, particularmente los jóvenes, aprendan a olvidarse del mundo y a no codiciar las cosas egipcias. El Dios que nos ha salvado es real, viviente, fiel, y lleno de propósito, y El se encargará de nuestras necesidades. No necesitamos codiciar las cosas mundanas. Hemos dejado de ser gente mundana. Somos el pueblo escogido de Dios, y El quiere que llevemos una vida celestial. Puedo testificar que el Señor es fiel y digno de nuestra confianza. Por experiencia he aprendido a no actuar por mí mismo. Todo lo que haga por mí mismo disgustará al Señor. Repito: el Señor quiere ser nuestro todo. Su deseo consiste en darnos alimento celestial, en hacer llover maná sobre nosotros. Al probar de este alimento celestial, seremos un pueblo celestial que lleva una vida celestial. Esto nos hará diferentes de la gente mundana.
Mediante la disciplina de Dios, los hijos de Israel vieron Su gloria. No obstante, no la vieron de una manera agradable. En el mensaje anterior, dijimos que cuando murmuramos en contra del Señor, a menudo Su gloria se aparece a nosotros. No obstante, cuando somos rectos ante El, a lo mejor no detectamos Su presencia. Por ejemplo en las reuniones de la iglesia, quizás usted no sienta la presencia de Dios de una manera especial. Pero si usted intenta darse gusto a sí mismo con algún entretenimiento mundano, va a estar muy conciente de Su presencia. El Señor dentro de usted va a estar muy activo, hasta molesto. Esta es la gloria del Señor que se aparece a usted. Cuando cumple la voluntad de Dios, quizás no sienta que el Señor está con usted. Pero cuando le desobedezca, tendrá una impresión clara de que si lo está. Esta es la aparición de la gloria del Señor, pero no de una manera positiva.
Además, generalmente a través de alguna clase de experiencia negativa, la mayoría de nosotros ha llegado a conocer la omnipotencia del Señor. Hemos aprendido, quizás con vergüenza, que el Señor es verdaderamente omnipotente. Por ejemplo, un hermano del lejano oriente puede llegar a este país muy pobre. Pero varios años después, él obtiene un doctorado y un puesto muy bien pagado. Ahora El puede testificar de la omnipotencia de Dios. Otros pueden testificar que querían una casa con tres habitaciones, pero Dios les dió una casa con cinco habitaciones. En este asunto, Dios mostró Su suficiencia. No obstante, El no lo hizo de una manera positiva, sino negativa.
En el Señor no hay escasez. Sin embargo, en Números 11, Moisés no se dio cuenta de esto. El dijo al Señor que entre el pueblo había seiscientos mil hombres a pie (v. 21). Luego El continuó y le preguntó al Señor: “¿Se degollarán para ellos ovejas y bueyes que les basten? ¿o se juntarán para ellos todos los peces del mar para que tengan abasto?” (v. 22). Aquí vemos que Moisés se preguntaba cómo Dios podría suministrar alimento a seiscientos mil hombres más las mujeres y los hijos por un período de treinta días. Según el versículo 23, el Señor contestó a Moisés: “¿Acaso se ha acortado la mano de Jehová? Ahora verás si se cumple Mi palabra o no”. El Señor no necesitaba ovejas, ganado, ni peces. Su intención era mandar una gran cantidad de codornices.
Muchos de nosotros podemos testificar que después de ser salvos, recibimos lo que codiciábamos. De hecho, lo recibimos con tanta abundancia que nos salió hasta por las narices y nos hizo pasar por la muerte espiritual. Por ejemplo, cuanto más automóviles y casas posee un hermano, más problemas tiene. Finalmente, estas cosas le repugnaron. Aunque esto se produzca de una manera tan negativa, llegamos a ver que el Señor es omnipotente. Luego lo adoramos por Su omnipotencia.
Tal como los hijos de Israel en Números 11, debemos ver el enojo de Dios y Su omnipotencia. Entonces sabremos verdaderamente que el Señor es fiel para satisfacer nuestras necesidades. Puesto que El es nuestro Pastor, nada nos faltará. De hecho, a veces podemos recibir mucho más de lo que necesitamos. Tarde o temprano, aprenderemos a no codiciar nada. Quizás tengamos que decirle al Señor que no queremos más automóviles ni casas. En otras palabras, no queremos más codornices. Al contrario, estamos conformes con el maná celestial. El maná viene simplemente, y nunca causa problemas.
Durante los primeros años en el desierto, los hijos de Israel aprendieron a no codiciar la comida egipcia. Por un año, no estuvieron molestos por su dieta de maná. Pero cuando volvieron a quejarse, Dios los disciplinó y los adiestró con severidad. Después de esta disciplina, aprendieron una lección duradera. Desde ese momento estuvieron satisfechos con la dieta celestial. Siguieron alimentándose del maná durante más de treinta y ocho años. ¿Ha aprendido a quedar satisfecho con el alimento celestial y a no codiciar las cosas de Egipto? Como el pueblo redimido de Dios, no debemos codiciar las cosas mundanas. Debemos darnos cuenta de que nuestro Dios es real, viviente, fiel y lleno de propósito. Porque nos ha salvado con un propósito, El ciertamente nos conducirá y nos cuidará en Su propia manera. No necesitamos preocuparnos por codiciar nada. El conoce todas nuestras necesidades, y El las satisfará a su debido tiempo conforme a la dieta celestial.
Cuanto más disfrutemos de la comida que el Señor nos manda, más celestiales llegaremos a ser. Olvidémonos de las ollas de carne de Egipto y seamos felices y satisfechos con la dieta celestial. Disfrutemos del suministro celestial de Dios para que seamos un pueblo celestial en todos los aspectos. Entonces, a pesar de caminar por el desierto en la tierra seremos un pueblo celestial con una dieta celestial. La fuente de nuestro suministro no está en la tierra sino en los cielos. Día tras día, Dios hace llover el alimento celestial sobre nosotros para que lo comamos y que lleguemos a ser un pueblo celestial.
La manera que Dios usa para disciplinar la carne de Su pueblo es cambiar su dieta. Esta es la manera en que Dios disciplina verdaderamente a Su pueblo. Algunos maestros cristianos ven este asunto de disciplinar la carne de una manera superficial, y dicen que la carne es disciplinada por la cruz. No obstante, que la carne quede entera o esté despedazada, sigue siendo la carne. La disciplina apropiada de la carne se produce por un cambio de dieta.
Cuando los hijos de Israel estaban en el desierto, deseaban vivir como antes. Deseaban los alimentos de Egipto. En Números 11:5, ellos dijeron: “nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos”. Esta dieta egipcia constituía al pueblo con el elemento de Egipto, el elemento que correspondía con su carne. La intención de Dios no consiste solamente en disciplinar la carne de Su pueblo, sino también en desechar la carne. Su intención consiste en dar a Su pueblo otra dieta y por tanto reconstituirlos. En Exodo 16, vemos que su dieta ya no debía consistir de alimentos egipcios, sino solamente de alimentos celestiales. Esta es la manera que Dios usa para disciplinar a la carne.
Nosotros, como seres caídos, en nuestra naturaleza caída, no somos otra cosa que carne. Aun cuando esta carne es despedazada, sigue siendo carne. La manera que Dios usa para disciplinar a la carne es desecharla y no alimentarla. Por esta razón, El cambia la dieta de Su pueblo y les manda alimentos que a su carne no le gustan. Al cambiar su dieta y alimentarlos con el maná del cielo, El los dota de otra constitución. Este es el punto crucial en Exodo 16. En este capítulo, vemos el cambio de dieta que da por resultado la reconstitución y la transformación del pueblo escogido de Dios.