Mensaje 41
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Lectura bíblica: Éx. 17:1-7; Nm. 20:1-13; 1 Co. 10:1-4
Cuando los hijos de Israel llegaron a una región donde no había agua, discutieron con Moisés y tentaron a Dios (17:1-2; Nm. 20:2-3). Ellos habían visto los milagros de Dios, pero no conocían Sus caminos (Sal. 103:7).
Supongamos que usted hubiese sido uno de los hijos de Israel en aquellos tiempos. Usted habría visto a Dios ejercer Su poder milagroso al mandar las plagas sobre los egipcios. Además, habría experimentado la Pascua y un éxodo maravilloso de Egipto. Luego habría pasado a través del mar Rojo como si hubiera caminado en tierra seca. Después de eso, habría probado del agua que había sido cambiada de amarga a dulce, y habría disfrutado de las doce fuentes y de las setenta palmeras en Elím. Hace poco habría empezado a tomar del maná celestial, provisto milagrosamente por Dios. Ahora al seguir la dirección de la columna, usted llega a un lugar en el desierto donde no hay agua. En este caso, ¿qué haría usted? ¿Se quejaría y discutiría con Moisés? Cuando llegamos a estas circunstancias, quizá pensemos que le daríamos gracias al Señor. No obstante, si usted lograra hacer esto, sería el más espiritual de los santos. En esta situación, nosotros ciertamente nos quejaríamos al Señor. Nos olvidaríamos probablemente de todo, incluyendo la oración, y nos quejaríamos acerca de nuestra situación. Así como los hijos de Israel, podríamos decir a los hermanos responsables: ¿por qué nos hicieron “subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?” (17:3). No creo que ninguno de nosotros alabaría al Señor ni le agradecería. Por el contrario, le echaríamos la culpa a los que llevan la delantera y los criticaríamos.
En Exodo 17:2 vemos que “el pueblo altercó con Moisés y dijo: danos agua para que bebamos”. Mientras los hijos de Israel altercaban con Moisés y tentaban al Señor, en medio de ellos se hallaba la columna, entre la tierra y el cielo. Pero aún en presencia de esta columna, el pueblo se quejó a Moisés. El reaccionó y dijo: “¿por qué altercáis conmigo? ¿Por qué tentáis a Jehová?” (v.2). El pueblo parecía olvidar que la columna estaba con ellos.
Tal vez podríamos considerarnos superiores a los hijos de Israel y pensar que en tal situación nosotros jamás altercaríamos, ni nos quejaríamos, ni tentaríamos al Señor. Debemos estar conscientes de que a los ojos de los hijos de Israel, la columna estaba fuera de ellos. No obstante, para nosotros hoy, la columna se halla dentro de nosotros. A menudo cuando nos quejamos en cuanto al por qué hemos llegado a cierto ambiente o circunstancia, sentimos en lo profundo de nosotros que el Señor, quien mora en nosotros, nos ha llevado a esa situación. Muchos de nosotros podemos testificar que a menudo, hemos sentido la presencia del Señor dentro de nosotros, cuando nos hemos quejado. A veces hemos tenido esta clase de experiencia cuando nos quejamos de los ancianos de la iglesia o cuando los acusamos acerca de algo que hicieron. Mientras criticábamos a los ancianos, nos dimos cuenta de la presencia de la columna en nosotros. Por consiguiente, no debemos imaginarnos que Exodo 17:1-6 describe solamente a los hijos de Israel. Esta porción de la Palabra es también un cuadro de nosotros actualmente.
Si los hijos de Israel hubiesen conocido los caminos de Dios, no habrían altercado con Moisés ni habrían tentado al Señor. Por el contrario, se hubieran dado cuenta de que su liberación de Egipto no fue iniciada ni llevada a cabo por ellos. Fue totalmente la acción de Dios, llevada a cabo por Su iniciativa. Dios mandó a Moisés al pueblo para decirles que El haría todo lo necesario para sacarlos de Egipto y llevarlos al desierto donde servirían al Señor. Entonces el pueblo se habría acordado que en Egipto habían visto los hechos poderosos de Dios. Esto les habría dado la seguridad de que Dios satisfaría todas sus necesidades. También habrían entendido que no se encontraban en una situación que ellos habían propiciado por su propia elección, sino por la dirección del Señor. El Señor los condujo allí, y El estaba presente con ellos, como lo indica la columna que permanecía entre el cielo y la tierra. Por tanto, no había ninguna necesidad de preocuparse acerca del suministro de agua. Ciertamente Dios no permitiría que murieran de sed. El proveería el agua que necesitaban. Por tanto, ellos podían estar tranquilos.
Si los hijos de Israel hubiesen sido tan espirituales, no sólo habrían agradecido al Señor, sino que lo habrían alabado con cantos y danzas. Podrían haber declarado con confianza: “nuestro Señor nos ha traído aquí. El tiene Su plan, y El nos proporcionará todo lo que necesitamos para nuestro vivir”. El pueblo de Dios debía haber tenido esta actitud, pero sin embargo ella fue totalmente distinta. Parece que ellos se olvidaron de todo lo que Dios había hecho por ellos. Además, hasta ignoraban la presencia del Señor en la columna. Altercaban con Moisés y se preguntaron si el Señor estaba entre ellos.
Debemos estar conscientes de que nuestra situación actual es idéntica y no debemos burlarnos de los hijos de Israel y criticarlos. En Exodo 17:1-6 tenemos un cuadro de nosotros mismos. Podemos entender perfectamente la doctrina y la enseñanza. Pero cuando estamos en esta clase de situación, nos olvidamos de todo lo que sabemos. Aún nos puede parecer que Dios no existe, pues quizá nos preguntemos si El está entre nosotros. En ese momento, quizá ya no nos demos cuenta de que el Señor está dentro de nosotros.
En Exodo 17:7, vemos que el nombre del lugar fue llamado Masah y Meriba a causa del altercado de los hijos de Israel y por el hecho de que tentaron al Señor. El nombre original de este lugar, tal vez fue Refidim. Masah significa probado, tentado, comprobado. Meriba significa altercado o contienda. Masah fue un lugar de prueba. Habían tres entidades involucradas en la prueba de Masah: Moisés, los hijos de Israel, y Dios. Israel probó a Dios, y Dios probó a Moisés por una parte, y a los hijos de Israel por otra. Por tanto, en Masah, los tres grupos fueron puestos a prueba. Salmos 81:7 confirma el hecho de que Dios puso a Israel a prueba en Masah y Meriba, pues dicen que Dios probó al pueblo “junto a las aguas de Meriba”. El único que pasó la prueba en Masah fue Dios. Moisés y los hijos de Israel fracasaron. A pesar de eso, Dios no los condenó.
Dios probó al pueblo guiándole a propósito a un lugar seco por medio de la columna. Después de conducir al pueblo a un lugar sin agua, Dios quedó silencioso y no hizo nada durante cierto tiempo. Si El hubiese provisto agua viva en el acto, el pueblo no habría quedado expuesto. Para exponer al pueblo, Dios se negó deliberadamente a actuar para satisfacer la sed de ellos. Esto los puso a prueba. Como lo hemos señalado, ellos fracasaron en la prueba de Dios porque altercaron con Moisés y tentaron a Dios. Si hubiesen conocido los caminos de Dios, habrían pasado la prueba en Masah. Ellos habrían dicho: “el Señor nos trajo aquí con un propósito. El jamás nos abandonará. Por el contrario, El ciertamente satisfacerá nuestras necesidades. Demos gracias al Señor, cantemos alabanzas a El, y bailemos delante de El”.
Moisés también fracasó en la prueba de Masah. En aquel tiempo, Moisés era un hombre mayor, de más de ochenta años. Por ser una persona de edad avanzada, podemos pensar que él era paciente. Pero en esta situación, Moisés no fue paciente. Cuando los hijos de Israel altercaron con él, reaccionó inmediatamente al preguntar por qué hacían esto y tentaban al Señor. Parece que Moisés estaba diciendo: “ustedes no tienen ninguna razón de altercar conmigo. No he hecho nada equivocado. ¿Acaso no se dan cuenta de que yo no fui el que los llevó a este lugar?” La reacción de Moisés al altercado del pueblo indica que en esta situación, él estaba vencido. Así como el resto de los hijos de Israel, él no pasó la prueba.
Moisés reaccionó a la queja del pueblo, pero en el capítulo 17, él no reaccionó con mucha firmeza. Después de dirigirse a ellos, él clamó al Señor diciendo: “¿qué haré con este pueblo? Dentro de poco me apedrearán” (v. 4). Es difícil declarar en este versículo con certeza si Moisés estaba orando o acusando. Al clamar al Señor, él parecía acusar al pueblo.
En lugar de Moisés, ¿cómo hubiera reaccionado usted? Doctrinalmente, podemos tener más conocimiento que Moisés, pero en realidad, no somos mejores que él. Según nuestra comprensión doctrinal, sabemos que Moisés debía haber dicho: “Señor, Te doy gracias por Tu fidelidad. Te alabo y Te adoro por traernos a esta región seca. Señor, aunque no hay agua en este lugar, miro a Ti y creo en Ti. Tu suministro llegará en debido tiempo”. No obstante, Moisés no oró de esta manera. Por una parte, él reaccionó frente a los hijos de Israel; por otra parte, él los acusó de querer apedrearlo. Todo eso muestra que Moisés fracasó en Masah.
El Señor no condenó a Moisés ni a los hijos de Israel por su fracaso en Masah relatado en Exodo 17, pero sí los condenó por su fracaso en Cades en Números 20. Cuando el pueblo volvió a quejarse por la falta de agua, Moisés, aprendió la lección de Masah, y no reaccionó al principio. Pero él no pudo tolerar la situación, y finalmente él reaccionó con mucha firmeza, diciendo: “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?” (Nm. 20:10). Entonces, Moisés desobedeció el mandato del Señor de hablar a la peña: “Alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces” (v. 11). Al hacer eso, Moisés quebrantó la economía de Dios. Como resultado, se le prohibió entrar con los hijos de Israel a la buena tierra. Según Números 20:12, el Señor le dijo a él y a Aarón: “por cuanto no creísteis en Mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado”. Así como su hermana que falleció en Cades, Moisés y Aarón morirían en el desierto. No participarían en la entrada del pueblo a la buena tierra.
El incidente en Exodo 17:1-6 se produjo al principio de su viaje por el desierto, cuando los hijos de Israel acababan de seguir al Señor. Por esta razón, aunque los hijos de Israel se comportaron de manera lamentable y a pesar del fracaso de Moisés, Dios no estaba enojado con ellos. En realidad, El estaba plenamente preparado para enfrentarse a la situación. Como lo hemos mencionado, en Su obra de creación, El había preparado la peña que había de ser golpeada. Luego, por la columna, Dios los llevó a ese lugar. Aunque el pueblo altercó con Moisés y tentó a Dios, el Señor no estaba enojado con ellos. Treinta y ocho años más tarde, en Cades, la situación era totalmente distinta. En aquel tiempo, la mayoría de aquellos que habían vivido Exodo 17:1-6 ya habían fallecido. Esto significa que las personas presentes en Cades pertenecían a la nueva generación, a aquellos que habían nacido en el desierto. En los capítulos anteriores a Números 20 El Señor había matado mucha gente. En Números 20:1, vemos incluso la muerte de María. Después de su muerte, se produjo el altercado en Cades por la falta de agua. Este caso sucedió al final de sus años de vagar. Por consiguiente, el Señor estaba muy enojado con ellos. Además, el Señor fue muy estricto al disciplinar a Moisés.
En Exodo 17, el fracaso de Moisés consistió únicamente en reaccionar al altercado de los hijos de Israel. Pero en Números 20, él no sólo reaccionó al altercado del pueblo, sino que quebrantó un principio fundamental de la redención de Dios. Cristo tipificado por la peña, debía ser golpeado una sola vez. Esta fue la razón por la cual en Números 20:8, el Señor encargó a Moisés que hablara a la peña, y que no la golpeara. La peña ya había sido golpeada en Exodo 17. No obstante, Moisés fracasó pues golpeó la peña por segunda vez. En el transcurso de los siglos, los cristianos han hecho lo mismo, crucificando continuamente a Cristo. Hacer eso es una violación grave del principio de Dios en Su redención y en Su administración. Este asunto era mucho más que un asunto personal ya que se relacionaba con la administración de Dios. Por esta razón, Dios castigó a Moisés con tanta severidad.
A raíz de este fracaso de Moisés debemos aprender a tener mucho cuidado con nuestras reacciones, pues no deben tocar la administración de Dios. Cuando perdemos la calma, debemos tener cuidado de nuestra forma de actuar ya que podría quebrantar un principio fundamental de la redención y la administración de Dios. Es sumamente grave reaccionar de esta manera.
Hemos visto que la falta de agua es una prueba tanto para Dios como para Su pueblo. En nuestra vida familiar o vida de iglesia, Dios a menudo nos permite llegar a una etapa de sequía. Eso pasa sobretodo en la vida de iglesia. Ninguna iglesia local fluye siempre con agua viva. A veces en la vida de iglesia, llegamos a Mara, donde las aguas son amargas. En otras ocasiones, llegamos a Elím, donde se encuentran doce fuentes de agua que fluyen. No obstante, raras veces permanecemos mucho tiempo en Elím, Bajo la dirección de Dios, nosotros en la iglesia somos llevados finalmente a Masah, donde no hay agua. Ahí somos puestos a prueba. Cuando hay mucha agua que beber, nos resulta fácil comportarnos adecuadamente. Los hermanos actúan como caballeros, y las hermanas son agradables. No obstante, cuando no hay nada de beber, altercamos y somos indisciplinados, y quizá aún salimos de toda restricción. Pasa lo mismo en la vida matrimonial. Cuando todo es agradable y positivo, el marido y la esposa quizá sean humildes, amables, y simpáticos. Pero cuando llegamos a un lugar seco en nuestra vida matrimonial, nuestro comportamiento experimenta un cambio radical. En lugar de amabilidad, hay murmuraciones y peleas. Cuando hay suficiente comida para todos, no hay peleas. Pero cuando falta comida, aún los que habitualmente se comportan correctamente pelearán por la comida. Del mismo modo, cuando hay un suministro adecuado de agua, podemos ser educados y permitir que otros beban primero. Pero cuando tenemos sed y no estamos satisfechos por la falta de agua, pelearemos y lucharemos por nuestro propios intereses. De esta manera, en la vida de iglesia y en la vida familiar, somos expuestos.
En realidad, el Señor nos lleva a una etapa seca con el propósito específico de exponernos. En esta situación, el Señor nos pone a prueba, y nosotros a El. El nos pone a prueba para ver cómo reaccionamos. ¿Oraremos, alabaremos, y agradeceremos al Señor, o murmuraremos y nos quejaremos? Además, los que llevan la delantera entre el pueblo de Dios, también son probados en la sequía como lo fueron Aarón y Moisés. Son probados tanto por Dios como por Su pueblo. No obstante, de todos los que son probados, Dios es el único que siempre pasa la prueba. Raras veces los siervos de Dios o los que llevan la delantera entre el pueblo de Dios pasan la prueba de Dios. Y es mucho más raro que el pueblo en su conjunto pase la prueba.
Ezequiel 47:19 y 48:28 hablan de “las aguas de contienda en Cades”. En ambos casos, la palabra hebrea traducida por contiendas es “Meriba”, el nombre dado a las aguas en Números 20:13. El agua que fluye de la peña golpeada debería ser el agua de paz. Pero a causa de nuestro fracaso, se convierte en el agua de Meriba, el agua de contienda, de pelea, de altercado. Dios es fiel y misericordioso, pero somos pecaminosos y sin fe. Por esta razón, el agua que debería ser el agua de paz es llamada el agua de contienda.
En nuestra opinión, Dios no debería suministrar agua viva a los pecaminosos e incrédulos. No obstante, Dios no detuvo el suministro de agua. Por el contrario, El usó la ley para matar a Su Cristo a fin de que el agua viva pudiese fluir y satisfacer nuestra sed. Esto revela la fidelidad y la misericordia de Dios.
El cuadro presentado en Exodo 17 del agua viva que brota de la peña golpeada expone la pecaminosidad y la incredulidad del pueblo de Dios y las carencias de Sus siervos. Nosotros los que servimos al Señor debemos tomar la delantera entre el pueblo de Dios y confesar nuestras carencias. A menudo reaccionamos negativamente cuando llegan las pruebas. Simplemente no podemos pasar las pruebas que Dios y Su pueblo han puesto sobre nosotros. Dios es fiel y misericordioso, pero somos pecaminosos, así como lo eran los hijos de Israel. Ellos habían sido redimidos, pero en Masah todavía se comportaban como pecadores. Cristo fue golpeado por nosotros a fin de que el agua viva saliese de él y satisficiera la sed del pueblo pecaminoso. En este cuadro, vemos un aspecto importante del evangelio.
En Exodo 17, Moisés tenía más de ochenta años de edad, pero en Números 20, él tenía casi ciento veinte años de edad. Pero él no pasó la prueba en ambas ocasiones. El altercado que se produce por la falta de agua nos pone en una prueba muy difícil. Cuando el Señor permite que la iglesia llegue a esta etapa de sequía, ni siquiera Sus siervos que llevan la delantera pueden pasar la prueba. Cuando carecemos de Cristo como el agua viva que satisface nuestra sed, automáticamente estamos sometidos a la prueba de Dios. Debido a la escasez de agua, los cristianos contemporáneos son sometidos a muchas pruebas. Las contiendas, altercados, peleas y críticas son comunes por causa de esta escasez.
A veces el Señor nos lleva a un lugar seco para que aprendamos una lección. Aquí tenemos la oportunidad de probar a Dios y de ser probados por El. Tanto Su pueblo en general como Sus siervos en particular son probados. Pero como lo hemos señalado repetidas veces, sólo Dios puede pasar la prueba. Sólo El está calificado. Esto indica la gravedad que constituye el hecho de carecer de Cristo como el agua viva que satisface nuestra sed. ¡Cuán crucial es que El satisfaga esta necesidad para nosotros!
En un próximo mensaje, veremos que debemos ser uno con Cristo a fin de que las aguas vivas fluyan de nosotros. El ha sido golpeado, y nosotros también debemos ser golpeados. Si no nos identificamos con El en este asunto, el agua viva dentro de nosotros no tendrá ninguna posibilidad de fluir. Todos debemos identificarnos con el Cristo golpeado a fin de que fluya el agua viva.
La Biblia habla más acerca del agua espiritual, o del agua de vida, que acerca de la comida espiritual. Fácilmente los lectores de las Escrituras quedan impresionados con el beber del agua de vida. Aún cuando estuvimos en las denominaciones, oímos mensajes acerca de beber el agua viva. Pero raras veces, por no decir nunca, oímos algo acerca de comer el alimento espiritual. En la Palabra, el beber es más vital que el comer.
Según la revelación en las Escrituras, el comer está en el beber y el beber está en la respiración. Algunos cristianos han visto la importancia de beber, pero no la necesidad de respirar. Quizá tengamos la doctrina de beber; sin embargo, sin la respiración no tendríamos ninguna posibilidad de beber el agua viva. Si queremos comer, debemos beber; y si queremos beber debemos respirar. Si prestamos atención a Exodo 16 pero no a Exodo 17, tenemos la comida sin la bebida. En práctica, no podemos tener una cosa sin la otra, pues la comida está siempre en la bebida.
La secuencia del evangelio de Juan lo indica. En el capítulo seis, Juan habla de comer el maná. Luego en el capítulo siete, él continúa y abarca el asunto de beber el agua viva. La secuencia de comer y beber en Juan es la misma que la de Exodo, donde tenemos el maná en el capítulo dieciséis y el agua en el capítulo diecisiete.
Si el Señor nos ilumina, nos daremos cuenta de que debemos beber aún más que comer. Por esta razón, en 1 de Corintios, Pablo recalca el beber más que el comer. En 1 de Corintios 12:13, el dice que a todos se nos ha dado de beber de un solo Espíritu. Si fracasamos en el beber, no podremos comer. La bebida incluye la comida. Esto significa que el alimento espiritual queda incluido en el agua de vida. Por consiguiente, sin el agua de vida, no podemos tener ningún alimento espiritual.
Según Apocalipsis 22:1-2, el árbol de la vida crece en el río de agua de vida. Esto revela que donde fluye el agua de vida, allí crece el árbol de vida. El agua nos trae el árbol. El agua es la fuente, pues es el agua de vida, y no el árbol de la vida, que procede del trono de Dios y del Cordero. El hecho de que el río fluye del trono y que el árbol crece en el río indica que el beber del agua de vida es aún más crucial que el comer del árbol de la vida.