Mensaje 5
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En el capítulo uno de Exodo, vimos a los hijos de Israel bajo cautiverio, en el dos vimos la preparación de un salvador. En este mensaje, llegamos a Éx. 3, donde vamos a estudiar el llamamiento a la persona que Dios preparó.
La motivación del llamamiento de Dios fue el llanto de los hijos de Israel (Éx. 2:23-25; 3:7, 9). Exodo 3:7 dice: “Dijo luego Jehová: bien he visto la aflicción de Mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores; pues he conocido sus angustias”. Dios no solamente oyó el clamor de ellos, sino que también los visitó en el lugar de sus aflicciones. Por consiguiente, el conocía plenamente su situación y anhelaba rescatarlos de ella.
Dios deseaba liberar a los hijos de Israel del cautiverio, pero El tuvo que esperar que Moisés fuese plenamente preparado. Estos capítulos de Exodo revelan que Dios es muy paciente. Aún antes del nacimiento de Moisés, los hijos de Israel sufrían en Egipto. Pero Dios esperó por lo menos ochenta años. Resulta fácil ser paciente si no tenemos la fuerza ni la habilidad para hacer algo acerca de la situación. En este caso, usted no tiene otra elección que esperar. No obstante, al que es capaz y calificado, le resulta difícil ser paciente. Dios ciertamente era capaz de liberar a los hijos de Israel; Su poder era suficiente. No obstante, El esperó con paciencia.
A veces estamos agotados por la paciencia de Dios y preguntamos: “¿Cuánto tiempo, Señor? ¿has escuchado nuestras oraciones? Señor, ¿dónde estás? ¿no te preocupas por nosotros? ¿cuánto tiempo vamos a esperar todavía antes de que hagas algo por nosotros?” Parece como si no hubiera Dios en este universo. Los Salmos plantean estas preguntas muchas veces, pues los salmistas eran iguales que nosotros.
Es bueno ser agotado por la paciencia de Dios porque después de esto, descansamos. Podemos estar tan agotados que abandonamos la oración. Sabemos que Dios es verdadero y real y que El tiene Su tiempo. Por ende, aprendemos a confiar en El. Entonces descansamos.
Después de cuarenta años, Moisés ya no podía esperar más para liberar a los hijos de Israel. El había recibido la educación más elevada y se había convertido en un hombre poderoso en palabras y en hechos (Hch. 7:22). No cabe duda de que a sus propios ojos él estaba calificado y listo para actuar por el bien de su pueblo. Pero Dios dejó a Moisés a un lado por cuarenta años más, hasta que fuese plenamente preparado conforme a las normas de Dios. En eso vemos la paciencia de nuestro Dios.
¿Por qué Dios tuvo que esperar estos ochenta años? Ninguno de nosotros estaría dispuesto a esperar tanto tiempo. Ciertamente Dios deseaba tener la manera de intervenir antes, pero entre los hijos de Israel no había nadie a quien El podía presentarse. Por tanto, Dios tuvo que esperar hasta el nacimiento de Moisés. Cuarenta años más tarde Moisés estaba allí y había crecido, pero Dios todavía tuvo que esperar porque Moisés era muy natural. Dios tuvo que esperar porque faltaba una persona preparada.
Aquí vemos un principio. En cada edad, Dios ha deseado hacer algo. El problema no estaba de su lado, sino siempre del lado de Su pueblo. Esta ha sido siempre la pregunta: ¿Dónde está la persona lista para recibir el llamamiento de Dios? En nuestra era también Dios anhela hacer ciertas cosas. ¿Pero quién está listo para Su llamamiento? Hace más de diecinueve siglos, el Señor Jesús dijo que El vendría pronto (Ap. 22:7). Pero todavía El no ha venido. Si le preguntáramos al Señor porque ha demorado tanto Su regreso, El quizá contestaría: “¿Dónde están las personas listas para Mi regreso? Cuando vea que un número suficiente de personas estén listas, vendré. Tengo muchos deseos de volver, pero ¿a qué volvería?”
En Exodo, Dios no pudo venir cuando Moisés era un niño o cuando todavía confiaba en su fuerza y habilidad naturales. Dios tuvo que esperar hasta que Moisés cumpliera los ochenta años. Entonces, después de preparar a Moisés, Dios vino y lo llamó. Los hijos de Israel clamaron por causa de la tiranía, la persecución y la opresión, pero Dios todavía tuvo que esperar por la preparación de Moisés. En el mismo principio, el Señor sigue demorando Su regreso porque no hay suficiente gente que esté preparada para ello.
En los capítulos dos y tres de Exodo vemos que los hijos de Dios que eran perseguidos clamaron a El y que el Dios de misericordia, de gracia y de amor deseaba rescatarlos. Pero Moisés crecía lentamente hacia la madurez. El clamor de los israelitas era desesperado y el anhelo de Dios era grande, pero el crecimiento de Moisés era lento. Hoy en día la situación es la misma. Muchos santos han anhelado el regreso del Señor, y El mismo desea volver. ¿Pero dónde están los que han sido preparados? Por consiguiente, en lugar de quejarse al Señor acerca de la situación actual, debemos dedicarnos a crecer en vida.
Cuando Moisés fue descartado por la soberanía de Dios, posiblemente estaba muy desilusionado y sin esperanza. El se conformó con ser pastor apacentando al rebaño en la tierra de Madian. Un hombre educado en el palacio real estaba obligado a vivir como pastor en el desierto. Con el transcurso de los años, él lo perdió todo: su confianza, su futuro, sus intereses, sus metas. Finalmente, Moisés probablemente alcanzó el punto en el cual ya no pensaba más en ser aquel que Dios usaría para rescatar a los hijos de Israel del cautiverio egipcio. Moisés debe de haber pensado: “Debo cuidar este rebaño. Pero ni siquiera es mío; pertenece a mi suegro. No tengo ningún imperio, ningún reino. No tengo otra cosa que hacer aparte de sostener mi familia. Mi preocupación inmediata consiste en encontrar hierba fresca para el rebaño y agua para que beban”. Pero un día, cuando Moisés fue plenamente procesado, Dios se apareció a él y lo llamó. A la edad de ochenta años, a los ojos de Dios, Moisés estaba plenamente preparado y calificado, y El se presentó a Moisés en el momento preciso.
El relato del llamamiento de Moisés por parte de Dios es más largo que el relato del llamamiento que le hizo a otras personas en la Biblia. El de Abraham es breve, y lo mismo sucede con el llamamiento de Isaías. Vemos lo mismo en el llamamiento de Pedro y de Saulo de Tarso. Pero el relato del llamamiento de Moisés es largo y detallado. En este relato, encontramos todos los puntos básicos acerca del llamamiento de Dios. Por tanto, si deseamos conocer el pleno significado del llamamiento de Dios, debemos prestar más atención al que Dios hizo a Moisés en Exodo 3.
Moisés fue el primer siervo completo, calificado y perfeccionado de Dios en la historia. Noé fue usado por Dios para construir el arca, pero él no era la clase de siervo que era Moisés. Ni siquiera Abraham, el padre de la fe, fue perfeccionado para servir a Dios como lo fue Moisés. Por ser el primer siervo de Dios plenamente calificado en la Biblia, Moisés es el modelo de un siervo de Dios, y el llamamiento que le hizo Dios es la norma que usa para llamar a todos Sus siervos. En principio, todos debemos ser llamados como lo fue Moisés.
Exodo 3:1 dice: “apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios”. Un día Moisés llevó el rebaño hasta el final del desierto. Esto indica que nosotros únicamente podemos ser llamados cuando estamos al final de nuestra situación, y nunca cuando estamos al principio. Creo que Moisés condujo el rebaño hasta el final del desierto porque él estaba buscando el mejor pasto. Quizá no haya estado satisfecho con los lugares que conocía, y él tal vez haya deseado un nuevo lugar. Por tanto, él fue hasta el final.
Si deseamos recibir el llamamiento de Dios, nosotros también debemos estar en el lugar adecuado. Primeramente este lugar es el final de nuestra situación. Si usted es un maestro, Dios no lo puede llamar estando al frente de su profesión de maestro. Usted debe estar al final. Bajo el mismo principio, si usted es negociante, debe ir hasta el fin de su negocio para ser llamado por Dios.
Estar la final significa que no estamos conformes con nuestra situación presente. Durante años, Moisés llevó el rebaño al principio del desierto. Pero un día, estaba insatisfecho y decidió ir hasta el final para ver lo que había allí. Si usted está insatisfecho con su profesión o su matrimonio, esta insatisfacción lo puede conducir hasta el fin. Todo aquel que ha sido llamado de Dios puede testificar que esto ocurrió en el final.
En el llamamiento de Moisés, ¿quién vino a quién? ¿Fue Moisés a Dios, o Dios a Moisés? Yo diría que ambos viajaban, y que finalmente se encontraron en cierto lugar. Dios viajó hasta allí desde los cielos, y Moisés viajó hasta allí desde el lugar en que vivía. Por tanto, resulta difícil decir quién vino a quién. Según nuestra experiencia, un día nosotros llegamos a cierto lugar, y allí encontramos a Dios.
“Cuando Moisés llegó a la parte más lejana del desierto, él llegó hasta Horeb, monte de Dios”. A menudo el fin de nuestra situación resulta ser el monte de Dios. No obstante, Moisés no sabía que el monte de Dios se encontraba al final del desierto. Sin embargo, mientras Moisés viajaba despacio con el rebaño hasta el monte de Dios, Dios ya estaba allí esperándole.
En el versículo 5, Dios dijo a Moisés: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tu estás, tierra santa es”. En este versículo, la “tierra santa” se refiere a la tierra que el hombre no ha tocado. Esto indica que el llamamiento de Dios se produce en un lugar en donde no existe ninguna interferencia humana. El llamamiento de Dios siempre llega a una persona que se encuentra en tierra virgen, una tierra que sólo Dios toca. Esto significa que cada llamamiento genuino ocurre en un lugar donde no hay ninguna manipulación humana ni opinión. Si deseamos ser llamados por Dios, debemos estar en un lugar plenamente reservado para El.
En esta tierra santa hay una zarza. El versículo 2 dice: “Y se le apareció el ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía”. La zarza representa a Moisés. El hecho de que Dios llamó de en medio de la zarza indica que el lugar del llamamiento de Dios está dentro de nosotros. Dios no nos llama desde los cielos; El llama desde nuestro interior. Algunos pueden preguntarse si este principio se aplica al caso de Saulo de Tarso. Inicialmente, Saulo fue llamado por el Señor desde los cielos, pero finalmente este llamamiento llegó a ser algo interior en Saulo. El Señor, quien lo llamó vino dentro de él, dentro de la “zarza” de Tarso.
Nuestra experiencia testifica el hecho de que el lugar del llamado de Dios se encuentra dentro de nosotros. Todo aquel que ha sido verdaderamente llamado por Dios puede testificar esto. En el principio, parecía que Dios llamaba desde los cielos. No obstante, resultó claro que Dios llamaba desde dentro de la “zarza”.
El versículo 2 habla también de “una llama de fuego”. Esto se refiere a la gloria de la santidad de Dios. En la Biblia, la santidad de Dios es comparada con el fuego. Cada vez que Dios llama a alguien, El lo llama en la gloria de Su santidad. Al llamar a una persona de esta manera, Dios lo separa para Su santidad.
Aparentemente, el llamamiento de Dios se produjo en la parte más lejana del desierto; en realidad, sucedió en el monte de Dios, y particularmente en una tierra santa. En experiencia, fue desde el interior de una zarza, y finalmente, fue desde la llama de fuego. El lugar del llamamiento que hizo Dios a Moisés: en la parte más lejana, en el monte, en la tierra santa, en medio de una zarza, y en una llama de fuego. En el fuego, Dios llamaba a Moisés. De hecho, Dios fue la llama de fuego, pues la voz que llamó a Moisés procedió del fuego. Por consiguiente, era el fuego el que hablaba, que llamaba. Todos debemos estar en ese lugar. Entonces el llamamiento de Dios vendrá a nosotros.
El ser llamado por Dios no es simplemente un asunto de consagrarnos al Señor, asistir a una escuela o a un seminario bíblico, y ser ordenados después de la graduación. Este “llamamiento” no significa nada a los ojos de Dios. El llamamiento de Dios se produce al final de nuestra vida en el mundo, en el monte de Dios, y en un lugar en donde no existe ninguna interferencia humana. Además, somos llamados por Dios en la gloria de Su santidad desde el interior de una zarza ardiente.
Es sumamente vital que la persona llamada conozca el nombre del que lo llama. Exodo 3 revela el nombre de Dios, el que llama, de una manera completa, quizá más plenamente que en cualquier otra parte de la Palabra. Cuando Dios llamó a Moisés, este respondió: “He aquí que llego yo a los hijos de Israel y les digo: el Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿cuál es Su nombre? ¿Qué les responderé?” (v. 13). Aquí vemos que Moisés se preocupaba por el nombre divino. El deseaba conocer el nombre de Aquel que lo llamaba.
Aquel que llamó a Moisés era primero el ángel de Jehová (v. 2). En su traducción, Darby usa ángel con mayúscula para indicar que este ángel era una persona única. En realidad era Cristo, el Hijo de Dios, quién es el Angel de Dios, el único enviado. La Biblia enseña que un ángel es un mensajero, es decir, alguien que es enviado. En el libro de Apocalipsis, los hermanos responsables en las iglesias son llamados ángeles, mensajeros, enviados. Por tanto, el ángel del Señor en 3:2 es el enviado de Dios.
Cuando juntamos los versículos 2 y 4, vemos que este enviado, el ángel de Jehová, en realidad es Jehová mismo. El versículo 4 dice: “Viendo Jehová que El iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza”. Esto demuestra que el ángel de Jehová es Jehová mismo y que Jehová es Dios. El Nuevo Testamento revela que el Señor Jesús, el Hijo de Dios, vino como el enviado del Padre. Como enviado de Dios, El era Dios mismo.
Dios, Aquel que envía, apareció a Moisés como el enviado con el propósito de llamarlo y de enviarlo. Aquel que fue enviado es el único que puede enviar a los enviados. Por ejemplo, los apóstoles, los enviados en el Nuevo Testamento, fueron enviados por el Señor Jesús, el enviado de Dios. En Juan 20:21, el Señor Jesús dijo a los discípulos: “Como me envió el Padre, así también Yo os envío”. Por tanto, nosotros, los discípulos del Señor, somos enviados por el enviado de Dios, quien es Cristo como el ángel de Jehová.
Según Exodo 3, el que llama es el enviado. Este es un punto crucial en el llamamiento de Dios. Aquel que sabe ocupar a sus empleados y sabe supervisarlos correctamente es aquel que ya ha hecho este trabajo. En el mismo principio, Cristo es el único que sabe como enviar a otros porque El es el enviado de Dios.
En cuanto a la creación, Génesis 1 afirma que en el principio fue Dios el que creó los cielos y la tierra. Pero en Génesis 2, cuando Dios hace contacto con el hombre y desarrolla una relación con él, se usa el nombre “Jehová”. Aquí en Exodo 3, Dios vino y llamó a Moisés no directamente en el nombre de Dios ni primeramente en el nombre de Jehová, sino en el nombre del ángel de Jehová. En este capítulo, no se trata de la creación ni de desarrollar una relación con el hombre, sino de llamar a Moisés. El que llama debe ser una persona que tiene las requisitos de un enviado, requisitos que sólo Cristo satisface como el ángel de Jehová. Por ser el enviado que llama a un enviado, el ángel de Jehová, el Hijo de Dios, vino y envió a Moisés.
¿Por qué no se usa el título “el ángel de Jehová” en los primeros dos capítulos de Exodo? Este título sólo aparece en el capítulo 3 donde Moisés fue preparado y estuvo listo. Por consiguiente, Dios se presentó a él como el ángel de Jehová que lo llama y que lo envía. Para mandar a Moisés, se necesitaba una persona que tuviera la experiencia de haber sido enviada. Según Zacarías dos, el que envía es el enviado, y el enviado es el que envía. Vemos el mismo principio funcionando en el capítulo tres de Exodo. El ángel de Jehová es Jehová mismo. El enviado de Dios, el Hijo de Dios, en realidad es Dios mismo. Aquel que está desde el principio con Dios y que es Dios mismo, fue enviado por Dios.
El título “el ángel de Jehová” se refiere principalmente a Cristo, el Hijo de Dios, enviado para salvar al pueblo de Dios de sus aflicciones (Jue. 6:12, 22; 13:3-5, 16-22). Aquí en Exodo 3 el Señor vino a llamar a Moisés a liberar a los hijos de Israel del cautiverio. Por consiguiente, El se presentó como el ángel de Jehová.
El segundo título revelado en este capítulo es Jehová, que significa “El que era, que es y que será”. Este capítulo se compone básicamente del verbo “ser”. Fuera del Señor, todo lo demás forma parte de la nada. El es el único que es, el único que tiene la realidad de ser. El verbo “ser” no debe ser aplicado en sentido absoluto a alguien o a algo fuera de El. El es el único ser que existe por Si mismo. En el universo, todas las cosas forman parte de la nada. Sólo Jehová es “El que era, que es y que será”. En el pasado, El era; en el presente, El es; y en el futuro, El será.
Hebreos 11:6 afirma “que es necesario que el que se acerca a Dios crea que existe”. Según este versículo, Dios es, y nosotros debemos creer que El es. Dios es, mas nosotros no somos.
Si deseamos el llamamiento de Dios, debemos saber que aquel que llama es primeramente el enviado de Dios, y segundo es Jehová, El que era, que es y que será. Debemos saber que el Dios que nos llama es, y que nosotros no somos. Todos debemos conocer a Dios de esta manera.
El que llama es Dios mismo (3:4, 6, 14). La palabra hebrea traducida como Dios es Elohim, que significa el poderoso que es fiel en su juramento. Dios no es solamente poderoso, sino también fiel para cumplir Su pacto. Si queremos ser llamados por el Señor, debemos darnos cuenta de que El es poderoso y fiel, poderoso para hacer todo por nosotros, y fiel en cumplir Su palabra.
El versículo 6 dice: “y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob”. La frase “el Dios de tu padre” denota la historia con Dios. Cuando Dios viene para llamarle a usted, El no debe ser un extraño para usted. Si El es un extraño para usted, entonces usted no está calificado para ser llamado por El. Decir que Dios es el Dios de nuestro padre no significa que El es el Dios de nuestro padre en la carne, pues nuestro padre natural quizá no sea un hijo de Dios. Cuando fuimos salvos, ganamos otra genealogía, un linaje espiritual. Por esta razón, Pablo dijo a los corintios que él les había engendrado en el evangelio (1 Co. 4:15). Pablo no estaba casado, y por tanto, él no tenía ningún hijo en la carne. Pero él tenía muchísimos hijos espirituales. Todo creyente en Cristo tiene un padre espiritual. A los ojos de Dios, el Señor que lo llama a usted es el Dios de su padre espiritual. El padre de Moisés en la carne era un hombre piadoso; por tanto, cuando Dios llamó a Moisés, El se refirió a Sí mismo como el Dios de “tu padre”. Esto indica una historia con Dios. Cuando Dios apareció a Moisés y lo llamó, El no era un extraño, pues El había estado con la familia de Moisés durante generaciones.
El Dios del padre de Moisés era el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob. Eso significa que Dios es el Dios de toda clase de personas. Podemos ser una buena persona como Abraham, una persona un tanto neutral como Isaac, o un suplantador como Jacob. Pero quienquiera que seamos, Dios es nuestro Dios. El Dios de Abraham, Isaac, y Jacob, es el Dios todo-inclusivo. Cuando Dios viene y lo llama a usted, El es siempre el Dios todo-inclusivo.
Dios es el Dios de nuestro padre, y el es el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob. Estos títulos de Dios indican también el Dios del pacto. El Dios del pacto es para todos. Quienquiera que sea usted, El es su Dios y El está calificado para llamarle a usted.
Ahora llegamos al título más maravilloso de Dios: “YO SOY EL QUE SOY” (3:14-15). En el versículo 14, el Señor dio instrucciones a Moisés: “Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros”. El nombre del Señor es Yo soy. En otras palabras, Su nombre es simplemente el verbo “ser”. No somos calificados para decir que somos. No somos nada; sólo El tiene ser. Por tanto, El se llama a Si mismo “YO SOY EL QUE SOY”. La versión china habla de El como de Aquel que existe por Sí mismo y existe para siempre. “Yo soy” denota Aquel que existe por Sí mismo, Aquel cuyo ser no depende de nada fuera de Si mismo. Esta persona también es Aquel que existe para siempre, que es, que existe eternamente, sin comienzo ni fin.
En Juan 8:58, el Señor dijo “de cierto, de cierto os digo: antes de que Abraham fuese, Yo soy”. Como el gran Yo soy, el Señor es el eterno, el Dios que existe para siempre.
Hemos visto que en 3:14, el Señor pidió a Moisés que dijera a los hijos de Israel que Yo soy lo mandó. Las palabras “Yo soy” no constituyen una frase completa, sino que funcionan aquí como un nombre, aún un nombre único. Como hemos visto, este nombre es en realidad el verbo “ser”. Sólo Dios califica para que este verbo se aplique a Su ser, pues sólo El existe por Sí mismo. Usted y yo debemos darnos cuenta de que no existimos por nosotros mismos.
Como el Yo soy, Dios es todo lo que necesitamos. A las palabras “Yo soy”, podemos añadir todo lo que necesitamos. ¿Está usted cansado? El Yo soy es su descanso. ¿Tiene usted hambre? El es su comida. ¿Está usted muriendo? El es vida. En el Nuevo Testamento, el Señor usa muchas cosas para describirse a Sí mismo: “Yo soy la vid verdadera” (Jn. 15:1) “Yo soy el pan de vida” (Jn. 6:35), “Yo soy la luz” (Jn. 8:12). Como el Yo soy, Dios lo es todo: los cielos, la tierra, el aire, el agua, los árboles, los pájaros, el ganado. Esto no es panteísmo, es decir, la creencia religiosa que identifica a Dios con el universo material. No estoy diciendo que todo es Dios, sino que Dios es la realidad de todas las cosas positivas. Esto indica que Dios debe ser usted, aún la realidad de su mismo ser. Le podemos decir: “Señor, Tu eres yo mismo”. Si el Señor no es hasta nosotros mismos, entonces no somos nada, y no tenemos ninguna realidad. Este gran Yo soy, Aquel que es todo-inclusivo, es Aquel que ha venido a llamarnos. No es una herejía decir que nuestro Dios es todo-inclusivo. Es una verdad llena de luz. Sólo los ciegos y los que están en tinieblas se oponen a esta verdad.
Puedo testificar que durante más de cincuenta años de mi vida cristiana, el Yo soy me ha sostenido. Porque El me ha sostenido con lo que El es, nunca me he apartado. Además, he podido seguir en el ministerio por más de cuarenta años. Conozco a Aquel que me llamó. He sido llamado por el Yo soy. Aquel que me llamó me sostiene continuamente. Ningún idioma humano puede expresar apropiadamente lo que El es.
Finalmente, el que llama es “Jehová, el Dios de los hebreos” (3:18). La palabra hebreo significa el que cruza ríos. Los que cruzan ríos son un pueblo separado, separados del mundo. Si deseamos ser llamados de Dios, debemos ver que, como Aquel que llama, Dios es el Dios de los que cruzan ríos, del pueblo separado. Como tal Dios, El no es el Dios de los que están en Babel ni el Dios de los que están en Egipto, porque no están separados. Si no estamos separados del mundo, Dios no puede ser nuestro Dios. El no es el Dios de los egipcios, sino el Dios de los hebreos, el pueblo que ha cruzado el río a fin de cumplir Su propósito.