Mensaje 51
Lectura bíblica Éx. 21:1-17; 16:34; 25:16, 25:21-22; 27:21; 31:18; 26:33-34; 38:21; 34:28; Nm. 1:50, 53; Dt. 4:13; Sal. 19:7.
En el capítulo diecinueve, los hijos de Israel fueron introducidos en la presencia de Dios y empezaron a tener comunión con El en el monte. En el mensaje anterior, señalamos que en esta comunión con Dios, Su pueblo llegó a conocer Su gracia y santidad. Durante esta comunión, se les dio la ley (20:1-17).
Muchos lectores no han entendido correctamente Exodo 20. Generalmente piensan que este capítulo nos cuenta cómo fue dada la ley. Esto está correcto, pero no es el concepto básico y principal. El concepto fundamental en este capítulo es que Dios se revela a Sí mismo a Su pueblo y entonces les permite conocer la clase de Dios que El es. El deseaba que los hijos de Israel supieran a qué clase de Dios se estaban acercando, con qué clase de Dios tenían comunión. Era importante que los hijos de Israel conocieran estos atributos divinos, los cuales son la gracia y la santidad, y también que conocieran a Dios mismo. En Exodo 20:4, se usan las palabras imagen y semejanza. Génesis 1:26, un versículo que habla de la creación del hombre, usa también las palabras imagen y semejanza. Dios creó al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza. Las palabras imagen y semejanza, tal como se usan en Génesis 1:26, se refieren a la persona de Dios, y a lo que El es. Por consiguiente, el hombre fue hecho conforme a Dios. No obstante, en 20:4, se usan estas palabras en una advertencia: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza, de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra”. En el versículo 3, el Señor declara: “No tendrás dioses ajenos delante de Mí”. La palabra “delante” significa en realidad aparte de, además de. Por tanto, el Señor estaba diciendo: “Yo soy el Dios único. Aparte de Mí, además de Mí, no deben tener ningún otro Dios. No deben tener ninguna otra imagen ni semejanza. La única imagen y semejanza que deben tener es la Mía. Yo soy único y celoso. No se hagan para sí mismos otra imagen u otra semejanza”. Estos versículos indican que los Diez Mandamientos hablan primeramente de la imagen y semejanza de Dios. En otras palabras, estos mandamientos se refieren a Dios mismo. Esto indica que la ley no consiste simplemente en mandamientos que debemos guardar. Primeramente, la ley es un testimonio que revela la clase de Dios que es el Señor.
En cuanto a la ley, existe un principio importante: la clase de ley que promulga una persona expresa la clase de persona que es. Por ejemplo, si los criminales pudieran promulgar leyes, legalizarían el crimen. Además, un país retrógrado tendría leyes bastante bárbaras, mientras que una sociedad muy culta tendría leyes altamente cultas. Este principio se aplica también a Dios mismo. Dios es el dador de la ley. Al dar la ley, El jamás legalizaría el crimen ni el pecado. El no legalizaría el robo ni el adulterio, pues El no es esta clase de Dios. Sólo el dios de la brujería legalizaría estas cosas. Una ley es siempre una revelación de la clase de persona que la ha promulgado.
La primera función de la ley no consiste en exponernos, sino en revelarnos a Dios. Hace años, puse énfasis en el hecho de que la función de la ley consistía en exponernos. No obstante, en este mensaje, deseo recalcar que la primera función de la ley consiste en revelarnos a Dios. Después de que Dios introdujo a Su pueblo en Su presencia para tener comunión con El, para servirle a El, tener contacto con El, adorarlo a El y aún festejarle a El, El se dio a conocer a ellos. Antes de ese momento, Dios no había revelado a Su pueblo la clase de Dios que El era. Efectivamente, en Génesis 17, Dios dijo a Abraham que El era perfecto, todopoderoso y omnipotente. Sin embargo, ésta no era una revelación apropiada de Dios mismo. Cuando llegamos a Exodo 20, entonces tenemos una revelación de la clase de Dios que es nuestro Dios.
Sin embargo, esta revelación no es dada directamente. Por el contrario, es dada indirectamente por medio de la ley dada. En apariencia, Exodo 20 trata de la ley que es dada. En realidad, este capítulo trata de la revelación de Dios mismo. Al promulgar la ley, Dios se dio a conocer a Su pueblo. Mediante la ley, pudieron entender la clase de Dios que El es. La legislación divina es una revelación de Dios mismo. Si deseamos entender correctamente esta porción de la Palabra, debemos recordar firmemente este concepto.
Deuteronomio 4:13 habla de “Diez Mandamientos”, mientras que Exodo 34:38 habla de “diez palabras”. La expresión “diez palabras” es bastante significativa. Dios considera a los Diez Mandamientos, las diez leyes, como diez palabras. Esta expresión indica además que la ley es la revelación de Dios mismo, puesto que las palabras que pronuncia una persona constituyen una revelación de esa persona. Exodo 20 no dice claramente cual mandamiento es el primero, el segundo, etc. Podemos identificar claramente del cuarto mandamiento hasta el décimo, pero resulta difícil determinar cúal es el primero, segundo y tercero. Los judíos entienden eso de una manera, los católicos de otra, y los protestantes de otra. Si queremos entender correctamente los Diez Mandamientos, debemos ver que en realidad comienzan con el versículo 2. El versículo 1 es la introducción, y luego los versículos 2 y 3 continúan: “Yo soy Jehová Tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de Mí”. Los versículos 2 y 3 incluyen el primer mandamiento. Observe que en este primer mandamiento se usa el título “Jehová tu Dios”. Pasa lo mismo con cada uno de los cuatro mandamientos siguientes. No obstante, a pesar de que la expresión “Jehová tu Dios” es usada en cada uno de los cinco primeros mandamientos, no es usada en ninguno de los últimos cinco. El uso del título Jehová en los versículos 2 al 11 nos permite unir el versículo 3 con el versículo 2 y considerar entonces al versículo 2 como parte del primer mandamiento. Encontramos el segundo mandamiento en los versículos 4 al 6. Aquí se nos manda a no hacer imagen ni semejanza de nada que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra y no inclinarnos a ellas, porque el Señor es un Dios celoso. El tercer mandamiento, acerca de no tomar el nombre del Señor en vano, es mencionado en el versículo 7; y el cuarto, acerca del día del sábado, es mencionado en los versículos 8 al 11. El quinto mandamiento (v. 12) se trata de honrar a nuestro padre y madre. Los otros cinco mandamientos se encuentran en los versículos 12 al 17.
Si leemos detenidamente el relato de los Diez Mandamientos, veremos que se dividen en dos grupos de cinco. Como lo hemos indicado, en el primer grupo, se usa el título sagrado “Jehová tu Dios” en cada mandamiento. Pero con el segundo grupo de cinco, el nombre de Jehová no se menciona ni siquiera una sola vez. Por consiguiente, el uso del nombre del Señor es un factor determinante al considerar el arreglo de los Diez Mandamientos.
Podemos entender el arreglo de los Diez Mandamientos según la manera judía, católica, protestante, o bíblica. Según la manera judía, el versículo 2 es considerado como el primer mandamiento y los versículos 3 al 6 como el segundo. Según los católicos, el versículo 2 no es considerado como parte del primer mandamiento; lo son solamente los versículos 3 al 6. Además, el versículo 17 es considerado como dos mandamientos distintos. Según la manera que siguen la mayoría de los protestantes, la cual se acerca más de la manera bíblica, el versículo 3 es considerado como el primer mandamiento, y los versículos 4 al 6 como el segundo. Luego el versículo 17 es considerado como el décimo mandamiento. No obstante, como lo hemos señalado, el versículo 2 debe ser incluido con el versículo 3 como parte del primer mandamiento. Es necesario tener el título sagrado, Jehová, incluido en cada uno de los primeros cinco mandamientos. Según la manera bíblica, el primer mandamiento incluye los versículos 2 y 3; el segundo, los versículos 4 al 6; el tercero, el versículo 7; el cuarto, los versículos 4 al 11; el quinto, el versículo 12; y el sexto hasta el décimo, los versículos 13 al 17 respectivamente.
La Biblia nos enseña claramente que los Diez Mandamientos fueron escritos sobre tablas de piedra por Dios mismo. Los cuatro primeros mandamientos se relacionan con Dios, mientras que los últimos seis están relacionados con el hombre. Algunos lectores de Exodo pensarán que los primeros cuatro mandamientos, los mandamientos acerca de Dios, fueron inscritos sobre una sola tabla de piedra, mientras que los últimos seis, los mandamientos acerca del hombre, fueron escritos en la segunda tabla. No obstante, los Diez Mandamientos se dividían en dos grupos de cinco. Esto indica que el quinto mandamiento, el de honrar a los padres, está clasificado con los cuatro primeros mandamientos, relacionados con Dios mismo.
Durante años, no logré encontrar la razón de esto. Finalmente, llegué a ver que se relaciona con nuestra fuente como seres humanos. En Lucas 3, las generaciones humanas se remontan hasta Adán, y luego hasta Dios. Esto indica que cuando honramos a nuestros padres, honramos a nuestra fuente, la cual es Dios mismo.
El hecho de que Dios deseaba poner en la misma categoría el quinto mandamiento con los cuatro primeros mandamientos queda demostrado en el hecho de que el título sagrado Jehová tu Dios es usado en este mandamiento y en ninguno de los siguientes cinco mandamientos. Debe haber una razón por la cual el nombre divino es mencionado en cada uno de los cuatro mandamientos acerca de Dios y del primer mandamiento acerca del hombre, y no en ningún otro de los cinco mandamientos acerca del hombre. La razón es que al honrar a nuestros padres, recordamos nuestra fuente. Muchas veces he preguntado a incrédulos quien era su padre. Luego les he pedido remontar más adelante hasta que tuvieron que remontar su origen a Dios mismo. Nuestros padres humanos nos recuerdan a Dios, nos refieren a El, y nos devuelven a El como nuestro origen. Por consiguiente, despreciar a sus propios padres es algo muy grave. Despreciar a nuestros padres equivale a despreciar nuestro origen, nuestra fuente, particularmente cuando nos damos cuenta de que nuestro origen en realidad no es nuestro padre humano, sino Dios mismo.
Como seres humanos, nuestro origen es Dios. Los que no creen en Dios deberían preguntarse a sí mismos de donde vienen. Deberían remontar su origen hasta encontrar su fuente. Los que lo hacen honestamente se darán cuenta de que su fuente es Dios. Honrar a nuestros padres consiste en recordar nuestra fuente. Yo creo que ésta es la razón por la cual el quinto mandamiento fue escrito en la misma tabla junto con los cuatro primeros mandamientos acerca de Dios mismo. Yo creo que ésta es también la razón por la cual incluye el nombre “Jehová tu Dios”.
Yo puedo testificar de las bendiciones que recibimos al honrar a nuestros padres. En Efesios 6:2 y 3, Pablo señaló que el mandamiento acerca de honrar a nuestro padre y madre es el primer mandamiento con una promesa. Según Exodo 20:12, si honramos a nuestros padres, nuestros días se prolongarán en la tierra. Esto se refiere a la bendición de una vida larga. La bendición de longevidad está relacionada con Dios como nuestra fuente, pues solamente El, la fuente de vida, nos puede conceder una vida larga. Esta es otra razón por la cual el quinto mandamiento está relacionado con los primeros cuatro mandamientos acerca de Dios. Este mandamiento nos refiere a Dios e indica que El es la fuente de vida. Si obedecemos a este mandamiento, Dios ciertamente nos concederá una vida larga. Si deseamos que nuestra familia y nuestro país sean bendecidos por Dios, debemos honrar a nuestros padres, y por tanto recordar a Dios mismo como nuestra fuente.
Espero que todos los jóvenes en el recobro del Señor honren a sus padres y no los ofendan. Sin embargo, esto no significa que deben seguir a sus padres en todo y que nieguen al Señor o que adoren a ídolos. La palabra de Dios debe ser nuestra norma. Mientras sus padres no exijan nada contrario a la norma bíblica, los jóvenes deben obedecerles. Según lo que dice Pablo en Efesios 6, ésta es la manera de disfrutar de la bendición de una vida larga.
Hemos visto que en 34:28, los diez mandamientos son llamados las diez palabras de Dios. La Biblia enseña que las palabras denotan la expresión. Las palabras pronunciadas por una persona son la expresión de esa persona. Si una persona es silenciosa, guardará un misterio. No podemos saber lo que está dentro de ella. Cuanto más hablamos, más somos expresados, y más queda expuesto lo que está dentro de nosotros. Esto se aplica a los Diez Mandamientos como las diez palabras de Dios. Los mandamientos no son meras leyes, sino también la expresión de Dios. Mediante estas diez palabras, Dios se ha revelado a Sí mismo a nosotros.
Cuando era muy joven, pensaba que Dios era liberal. Cuando leí en la Biblia que El es un Dios celoso, esto me molestó. Para mi, los celos no son nada positivo. Ciertamente, no me gustaría que la gente pensara que yo soy una persona celosa. Preferiría ser considerado como una persona amable, liberal. Entre los que tienen este concepto de Dios, muchos piensan que todas las religiones son idénticas. No les gusta oír que en nuestra predicación del evangelio, decimos que el hinduismo, el budismo y el islamismo están erróneos. Esta gente prefiere pensar que Dios es liberal y que no es celoso en nada. Sin embargo, como lo revelan los Diez Mandamientos, Dios es celoso, y El no tolera ídolos. Aparte de los Diez Mandamientos, no podríamos saber que Dios es limitado, o celoso de esta manera. Dios desea que lo amemos solamente a El. Si amamos a algo o alguien que no sea El, El será celoso. Por tanto, los Diez Mandamientos revelan primeramente los celos de Dios, aún Su odio (Ro. 9:13). Los celos dan por resultado el odio. La Biblia afirma que Dios no sólo es amor, sino también que El es celoso. En 2 Corintios 11:2, Pablo se refiere a los celos de Dios. Las diez palabras, la expresión de Dios, revelan que Dios es único. El es un Dios celoso, y El no permitirá ningún otro dios. No permita que otra cosa sea su dios. No tome a su educación o a su bienestar como su dios; sólo Dios debe ser su Dios.
Los Diez Mandamientos revelan también que Dios es santo. El cuarto mandamiento, que concierne la obediencia al día del sábado, está relacionado con la santidad de Dios, con Su ser separado de todas las cosas. Según Génesis 2, Dios santificó el séptimo día, y lo hizo santo. Por tanto, el día de sábado, el séptimo es una señal de la santidad de Dios, de Su separación. Muchos judíos y adventistas del séptimo día guardan al día de sábado, pero son pocos los que conocen el verdadero significado de guardar un día para el Señor. Pocos se dan cuenta de que el día de sábado es una señal de la santidad de Dios. Los gentiles son gente común, pero el pueblo de Dios ha sido separado para El. Como señal de separación, se aparta un día para El. La observancia de este día los identifica con el pueblo santo y separado de Dios. Además, esto revela que el Dios que adoramos es santo, separado. Como pueblo Suyo, debemos tener una marca, una señal de nuestra separación de todo lo que no es Dios mismo. Esto revela que nuestro Dios es santo.
Los versículos 12 a 14 revelan que Dios es un Dios de amor. Si no honramos a nuestros padres, eso significa que no los amamos. Así mismo, si amamos a los demás, no debemos robarle. En Mateo 22:37-40, el Señor Jesús contestó a Sus opositores diciendo que toda la ley es cumplida cuando uno ama a Dios y al hombre. No debemos solamente amar al Señor con todo nuestro ser, sino también amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos. En Gálatas 5:14, Pablo afirma: “Por que toda la ley en esta sola palabra se cumple: amarás a tu prójimo como a tí mismo”. Si consideramos profundamente los Diez Mandamientos, veremos que el amor de Dios es revelado en ellos.
Exodo 20:5-6 afirman que Dios visita la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que lo aborrecen, pero que El muestra misericordia para miles de generaciones de los que lo aman y que obedecen a Sus mandamientos. El amor de Dios es revelado también en estos versículos. Dios castigará la iniquidad hasta la tercera o cuarta generación; no obstante, para los que lo aman, El mostrará misericordia para mil generaciones. Así vemos la compasión de Dios. Si usted aborrece a Dios, El visitará su familia durante tres o cuatro generaciones. Esto significa que El lo castigará a usted por el odio hacia El durante esta cantidad de generaciones. Pero si amamos a Dios, Su misericordia reposará sobre nosotros durante mil generaciones. En la Biblia, un millar denota la plenitud. Por ejemplo, el salmista dijo que un día en los atrios del Señor es mejor que mil (Sal. 84:10). Disfrutar de la misericordia de Dios a lo sumo equivale a disfrutarlo por la eternidad. Su misericordia no acaba. El odio de Dios puede ser contado, pero Su misericordia va más allá de las cuentas.
Los Diez Mandamientos revelan también que nuestro Dios es justo. Por ser justo, El visitará a los que lo aborrecen durante tres o cuatro generaciones. Si El no lo hiciera, El no sería un Dios justo. El debe actuar de esta manera para indicar que El es justo. Si usted lo aborrece, El lo castigará a usted conforme a Su justicia. No obstante, al mismo tiempo El es misericordioso y amante.
Exodo 20:16 dice: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”. Este mandamiento revela que Dios es honesto. No dar falso testimonio significa que debemos decir la verdad y no mentir. Este mandamiento se encarga de las mentiras que perjudican a los demás. Esto indica que debemos ser honestos y sinceros.
Los que dicen mentiras están en las tinieblas, pero los que hablan la verdad están en luz. Como el Dios sincero, Dios es el Dios de luz. Vemos aún que El mismo es luz y que en El no hay tinieblas (1 Jn. 1:5). Esto indica que con Dios no hay nada falso. Por el contrario, Satanás es el padre de las mentiras (Jn. 8:44). Como tal, El es el dios de las tinieblas y el poder de las tinieblas. En Satanás, no hay nada honesto. Por consiguiente, Satanás pertenece a las tinieblas. Pero con nuestro Dios, vemos la fidelidad y la sinceridad. Por ser la luz, El no puede mentir. La luz es la fuente de la verdad.
Si indagamos en las profundidades de estos versículos, veremos que la luz queda implícita en los Diez Mandamientos. En realidad, estas diez palabras son palabras de luz. Esta ley divina está llena de luz. Pasa lo mismo aún con las leyes promulgadas por el hombre. Si en una ciudad o en un país no existen leyes, esta ciudad o país estará en tinieblas. No obstante, donde hay ley, hay luz. La ley ilumina siempre. Aclara la situación de una persona. Los Diez Mandamientos son palabras de luz, e implican que nuestro Dios es un Dios de luz. Con El, no hay nada falso, y no hay ninguna sombra. El es sincero en todos los aspectos, pues El es luz. Si los pecadores acudieran a las diez palabras de Dios mencionadas en Exodo 20, verían luz y serían iluminados. Supongamos que una persona haya robado muchas cosas. Cuando esta persona lea el mandamiento acerca del robo, esta persona será iluminada. La ley divina resplandecerá sobre él. Las diez palabras nos iluminan con la luz que proviene de Dios. ¡Oh, los Diez Mandamientos son ciertamente una revelación de nuestro Dios! Cuando profundizamos estas diez palabras, vemos que Dios es celoso, santo, amante, justo y sincero.
Estas palabras revelan también que Dios es puro. Su pureza toca nuestro ser interior. Mientras los primeros nueve mandamientos están relacionados con nuestra conducta exterior, el décimo está relacionado con el pecado escondido dentro de nosotros, principalmente en nuestros pensamientos. En realidad, el primer mandamiento está relacionado también con nuestra relación interior. Tener a otro dios aparte del verdadero Dios es esencialmente un asunto interior. No obstante, tener una imagen y semejanza de algo es un hecho exterior. Por consiguiente, el primer mandamiento toca nuestra condición interior, y el mandamiento acerca de la codicia también toca nuestra condición interior. El primer y el último mandamiento exponen la idolatría y la codicia dentro de nosotros. En nuestro interior estamos llenos de ídolos y de codicia. Colosenses 3:5 afirma que la codicia es idolatría. Pablo se refiere a la codicia en Romanos 7. Cuanto más intentaba parar la codicia, más se despertaba la codicia dentro de él. Por tanto, en Romanos 7, Pablo no se preocupaba por asuntos exteriores, sino por el problema interior de la codicia.
El hecho de que somos codiciosos indica que no somos puros. Sólo Dios es puro, pues los que son puros no codician. Codiciamos porque somos impuros y sucios. Si nuestro corazón, deseo e intención fueran puros en todos los aspectos, no codiciaríamos.
El mandamiento acerca de la codicia revela la pureza de Dios. Con la luz de este mandamiento, todos debemos ver que en nuestro interior no somos puros. Todos tenemos cierta cantidad de codicia. No obstante, puesto que Dios es puro, no existe codicia en El.
Por ser una revelación de Dios, la ley es el testimonio de Dios. Según Exodo 31:18, las dos tablas de piedra sobre las cuales fueron escritos los Diez Mandamientos son llamadas las “dos tablas del testimonio”. Esto indica que la ley era el testimonio de Dios. Cuando las tablas de la ley fueron colocadas en el arca, el testimonio fue puesto en el arca. Además, el maná en la vasija de oro fue colocado en frente de las tablas de la ley. No obstante, en 16:34 vemos que “fue puesto delante del testimonio para guardarlo”. Esto demuestra que la ley era el testimonio. Salmos 19:7 nos indica esto. Aquí, en el paralelismo que encontramos a menudo en la poesía hebrea, leemos: “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo”. Por tanto la ley del Señor es el testimonio del Señor. Como testimonio del Señor, la ley testifica de la clase de Dios que es nuestro Señor. Puesto que la ley, el testimonio de Dios, fue colocada en el arca, esta fue llamada el arca del testimonio (25:21-22; 26:33-34); y puesto que el arca estaba en el tabernáculo, éste fue llamado el tabernáculo del testimonio (38:21; Nm. 1:50, 53). La ley fue el testimonio, el arca fue el arca del testimonio, y el tabernáculo era el tabernáculo del testimonio.
La ley es una figura, una tipología de Cristo, la cual habla de Dios, lo describe y lo expresa. Por tanto, la ley tipifica a Cristo como el testimonio de Dios. Es crucial ver que la ley es un testimonio que nos revela a Dios. Como tipología de Cristo, lo tipifica a El como el testimonio de Dios, Aquel que describe a Dios y lo expresa plena y adecuadamente. Así como la ley es las diez palabras de Dios que revelan a Dios ante Su pueblo, también Cristo es la palabra de Dios que nos lo revela.