Mensaje 62
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Lectura bíblica: Éx. 19:10-24; 20:19-21; 32:1; Ro 3:19; 5:13, 20; 4:15; 7:7-8, 13; Gá. 3:19, 23-24
Pocos cristianos saben que la ley y su función tienen dos aspectos. No obstante, esta verdad se esconde en la Biblia. Si profundizamos la verdad en la Biblia y la consideramos a la luz de nuestra experiencia espiritual, nos daremos cuenta de estos dos aspectos.
Los cristianos jamás deberían pensar que la ley de Dios no es buena. En Romanos 7:12, Pablo declara: “De manera que la ley es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”. En Romanos 7:14, él va más lejos y afirma: “La ley es espiritual”. La ley es buena y espiritual.
Pablo usa el adjetivo “espiritual” con respecto a la ley y eso indica que la ley está relacionada con Dios el Espíritu. Por ser algo de Dios, proceder de El y pertenecerle a El, quien es Espíritu (Jn. 4:24), la ley es idéntica a Dios en esencia y en naturaleza. Todo lo que procede de Dios debe ser idéntico en sustancia. En Romanos 7:14, la palabra “espiritual” se refiere hacia esta sustancia. Ciertas cosas son muy buenas, pero como su sustancia no es del espíritu, no pueden ser llamadas espirituales. Por proceder de Dios y por ser idéntica a El en sustancia, la ley es buena y espiritual.
Puesto que Dios es la fuente de la ley y también su sustancia, la ley es muy elevada en su naturaleza. No debemos considerar la ley como algo que no es bueno ni espiritual. Al hablar de la ley en Romanos 7, Pablo era cuidadoso. El declaró con énfasis que la ley es santa y espiritual. Sin importar si somos buenos o malos, ni si somos espirituales, la ley siempre es buena y espiritual. Si somos malignos, la ley sigue siendo buena. Si no somos espirituales, la ley sigue siendo espiritual. Independientemente del tipo de persona que seamos, la ley es buena y espiritual.
En sí misma la ley es siempre buena y espiritual; sin embargo, para nosotros la promulgación de la ley puede resultar positiva o negativa, en “luz” o en “tinieblas”, dependiendo de nuestra condición espiritual. Para una clase de persona, la promulgación de la ley puede ser muy negativa. Sin embargo, para otra, puede ser totalmente positiva. Vemos estos dos aspectos de la promulgación de la ley en la misma ciscunstancia. El monte donde se dio la ley se llamaba el monte Horeb y también el monte Sinaí. Para Moisés en la cumbre del monte, el monte era el monte Horeb, el monte de Dios. Sin embargo, para el pueblo al pie del monte, era el monte Sinaí.
Estoy seguro de que Moisés jamás olvidó esta experiencia maravillosa con el Señor en la cima del monte. Cuando Pedro, Jacobo y Juan estuvieron con el Señor Jesús en el monte de la transfiguración, vieron al Señor transfigurado, pero ellos no fueron transfigurados. No obstante, cuando Moisés se encontraba en la cima del monte con el Señor, él mismo fue transfigurado. Cuando él bajó después de pasar cuarenta días con Dios en el monte, su rostro resplandecía con el elemento de Dios infundido en él. La luz que irradiaba el rostro de Moisés era la luz de Dios mismo. Si esta luz no fuese de Dios, entonces ¿qué otra clase de luz habría sido? Para Moisés, el monte en el cual se dio la ley no era el monte Sinaí, sino el monte Horeb, el monte de Dios.
Cuando Moisés estaba en la cima del monte infundido con Dios, él estaba mezclado con Dios. Así como Pedro no olvidó su experiencia en el monte de la transfiguración, sino que se refirió a ella cuando él era anciano (2 P. 1:17), también Moisés no pudo olvidar su experiencia en el monte de Dios, donde él contempló al Señor, fue infundido con Su elemento y se mezcló con El. Hoy en día, algunas personas, se oponen por ignorancia y ceguera, a que los creyentes pueden mezclarse con Dios. Según ellos, enseñar esto es algo herético. No obstante, si Moisés no se hubiese mezclado con Dios, ¿cómo podríamos considerar el resplandor de su rostro? ¿Por qué resplandecía su rostro y el pueblo no podía mirarlo? Moisés fue infundido con Dios mismo y hasta cierto punto fue transfigurado.
La Biblia nos habla de dos personas cuyos rostros resplandecieron: Cristo en el monte de transfiguración y Moisés cuando él bajó del monte Horeb. Cuando Cristo se hallaba en el monte de transfiguración, Su rostro resplandecía como el sol (Mt. 17:2). Como ya lo hemos señalado, cuando Moisés bajó del monte después de contemplar al Señor durante tantos días, el cutis de su rostro también resplandecía. Al final, los creyentes resplandecerán como el sol. En Mateo 13:43, el Señor Jesús dijo: “Los justos resplandecerán como el sol en el reino de Su Padre”. Si deseamos ser las personas que resplandezcan como el sol, debemos ser como Moisés en la cima del monte contemplando al Señor y recibiendo Su infusión.
En nuestra experiencia, lo positivo o lo negativo, el “día” o la “noche” de la promulgación de la ley depende de nuestra condición, y no de la ley misma. Si somos como Moisés en la cumbre del monte, la ley será una experiencia maravillosa para nosotros. Pero si somos como la gente que temblaba al pie del monte, la promulgación de la ley será horrible y aterrada en nuestra experiencia.
Había tres tipos de personas al momento de dar la ley: Moisés y quizás Josué también, en la cima del monte, el pueblo al pie del monte, y los que estaban en el monte adorando desde muy lejos. Como aquel que estaba en la cima del monte, Moisés experimentó la transfusión y la infusión de Dios. Aquellos que estaban en el monte, pero no en la cima ni al pie, adoraban de muy lejos, y los que estaban al pie de la montaña temblaban. ¿Dónde está usted en su experiencia? ¿Está al pie del monte temblando, en el monte adorando de lejos, o en la cima del monte siendo infundido con el elemento de Dios?
Para Moisés y posiblemente también para Josué, la promulgación de la ley fue una experiencia maravillosa. No obstante, para aquellos que se encontraban al pie del monte, esto era algo que los atemorizaba. Esta fue la razón por la cual temblaban por miedo. Aquí el punto esencial es éste: lo que hace de la ley algo positivo o negativo, es determinado por nuestra condición, y no por la ley. Si nuestra condición es positiva, la ley también resultará positiva. Pero si nuestra condición es negativa, la promulgación de la ley será negativa.
Podemos aplicar el mismo principio cuando leemos la Biblia. En nuestra experiencia, la Biblia puede ser un libro “diurno” o “nocturno”. Muchos creen de manera supersticiosa que la Biblia proporciona únicamente cosas buenas a los que la leen. Según esta creencia supersticiosa, cuando una persona acuda a las Escrituras, recibirá algo positivo. No obstante, muchos leen la Biblia sin recibir ningún beneficio. Además, tanto los creyentes como los incrédulos en realidad han sido matados espiritualmente por la Biblia. Los que toman la Biblia como un libro de letras muertas serán matados por ella. Esta ha sido la experiencia de muchos cristianos, incluyendo numerosos pastores y estudiantes de la Biblia. La gente es devastada por la Palabra, no por algo equivocado que ésta contendría, sino por lo equivocado que están las personas que la lean. Así como la ley, la Biblia es buena y también espiritual. Como don de Dios, la Biblia no puede estar equivocada de ninguna manera. No obstante, para aquellos que tienen una condición espiritual negativa, la Biblia se convierte en un libro “nocturno”. Una vez más, vemos que nuestra condición espiritual, y no la Biblia en sí, es lo que determina el aspecto de la “luz” o de “tinieblas” de la misma.
Desde el principio mismo, Dios no tenía la intención de dar mandamientos al hombre ni de hacer que el hombre hiciese cosas por él. La intención eterna de Dios consiste en forjarse a Sí mismo dentro de nosotros. Cuando El viene a nosotros y nos habla, El no lo hace con la intención de darnos ciertos mandamientos para que los aprendamos y guardemos. Por el contrario, Su deseo consiste simplemente en infundirse a Sí mismo dentro de nosotros. Cuanto más permanecemos en la presencia de Dios, más nos infunde.
En el norte de China, donde yo nací, el invierno es muy frío. Antes usábamos una estufa con carbón para calentar el cuarto. En los días más fríos, me gustaba quedarme al lado de la estufa y absorber el calor. Cuando iba a otro cuarto después de pasar un rato cerca de la estufa, los demás podían sentir el calor que emanaba de mi ropa. Por sentarme cerca de la estufa, era infundido con el calor. Este es un ejemplo de cómo somos infundidos de Dios al pasar tiempo con El. La intención de Dios consiste en tener un pueblo que permanezca cerca de El, para que El pueda infundir Su elemento en ellos.
Cuando Moisés estaba en Egipto, él vio cómo los hijos de Israel recibieron malos tratos de parte de los egipcios. Por consiguiente, él decidió hacer algo para liberar al pueblo de Dios y sacarlo del cautiverio egipcio. Ciertamente Moisés actuó de manera insensata por muy noble que fuese su intento de liberar al pueblo. Más adelante, cuando Dios liberó al pueblo y lo sacó de Egipto, Su intención no consistía simplemente en liberarlos del cautiverio. Si tenemos la visión celestial, veremos que la intención de Dios fue llevar al pueblo que había sido separado de El y ponerlo en una posición en la que pudiesen estar con El.
Después de intentar rescatar a los hijos de Israel del cautiverio de Egipto, Moisés huyó al desierto. El estaba profundamente desilusionado y desanimado. En todos estos años en el desierto, Moisés se vio obligado a abandonar la perspectiva de una gran carrera. Por mucha ambición o aspiración que tenga una persona, después de cuarenta años en el desierto, ciertamente toda traza de ambición desaparecerá. Moisés tenía cuarenta años cuando él intentó rescatar a los hijos de Israel. Al final de los cuarenta años siguientes, cuando él tenía ochenta años, se consideraba listo para morir. Según las palabras de Moisés en Salmos 90, aún los fuertes no deben tener la esperanza de vivir más de ochenta años. Cuando él alcanzó la edad de los ochenta años y pensaba que no servía para otro cosa que la muerte, Moisés había perdido toda traza de ambición. Ya no tenía más intenciones, ya que para él estaba acabado. El pudo haber dicho al rebaño que él pastoreaba: “me estoy muriendo, rebaño, y no sé cuánto tiempo más estaré con ustedes. Puede ser que dentro de unos días, ya me habré ido”. Repentinamente Moisés contempló un día una zarza ardiente, una zarza que ardía sin consumirse. Cuando él se puso a un lado para “ver esta gran visión” y aprender por qué la zarza no se había quemado (3:3), Dios lo llamó del medio de la zarza (v. 4). No es de sorprenderse que más adelante Moisés habló de Dios como de Aquel que moraba en la zarza (Dt. 33:16). Dios quería que Moisés se olvidara de sus propias acciones. Además, Dios no quería que Moisés se desilusionara o desanimara. El lo había llamado y devuelto a Egipto para que sacara al pueblo del cautiverio y los dirigiera hacia El mismo. En 3:12, el Señor dijo a Moisés: “Cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte”. Como lo indica este versículo, la intención de Dios no era rescatar solamente al pueblo de la persecución de Egipto, sino llevarlos a Sí mismo, en Su monte. Es importante que veamos este aspecto positivo de la salvación de Dios.
Pocos cristianos ven la intención de Dios en Su salvación. Para ellos, la salvación consiste únicamente en ser liberados del infierno. No obstante, la Biblia recalca un asunto positivo: la salvación de Dios consiste en traer a Su pueblo a El mismo. El Nuevo Testamento enseña que en Su salvación, Dios no lleva solamente a Su pueblo a Sí mismo, sino también dentro de Sí. Por tanto, la intención de Dios en Su salvación consiste en llevar a Su pueblo escogido a Sí mismo y aún dentro de Sí mismo.
Según el cuadro del libro de Exodo, Dios lo hizo todo para sacar a Su pueblo del cautiverio de Egipto y llevarlo a Sí mismo en Su monte en el desierto. El los sacó de Egipto, a través del mar Rojo, y por el desierto, donde El proveyó agua y alimentos. Finalmente, Dios llevó a los hijos de Israel al lugar donde se le había aparecido a Moisés y lo había llamado. En 5:1, el Señor dijo a Faraón por medio de Moisés y Aarón: “Deja ir a Mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto”. En 10:9, Moisés dijo una vez más a Faraón: “Debemos celebrar a Jehová”. Dios deseaba que Su pueblo viniese a Su monte para festejar con El y para El. Dios no dijo a Moisés: “Los hijos de Israel deben hacer muchas cosas. Quiero que los rescates de Egipto para que hagan una gran obra para Mí”. Por el contrario, Dios le pidió a Moisés que sacara al pueblo fuera de Egipto para que lo celebraran a El. Finalmente, para cumplir Su palabra, Dios llevó a Su pueblo a Su monte.
Al llevar al pueblo a Su monte, Dios no tenía la intención de darles mandamientos que debían guardar. Cuando Dios habló por primera vez al pueblo en el capítulo diecinueve, no había relámpago, tiniebla, ni sonido de trompeta. Allí en el monte, el ambiente era agradable y tranquilo. El versículo 4 dice: “Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a Mi”. El pueblo había salido de Egipto, había ido al desierto, y al monte de Dios. No obstante, por el lado de Dios, El los había llevado a Sí mismo sobre alas de águilas. Después de compararse con un gran águila, el Señor continuó y dijo que el pueblo sería Su posesión personal y que ellos serían para El “un reino de sacerdotes, y una nación santa” (vs. 5-6). ¿Es ésta una palabra de ley o una palabra de gracia? Es una palabra de gracia. En realidad, es una palabra de amor expresada por gracia.
Si el pueblo hubiera sido iluminado acerca de Dios y de ellos mismos, habrían dicho: “Señor, Te damos gracias por Tu misericordia. No la merecemos. Todo lo que podemos hacer es darte las gracias por ella”. No obstante, cuando los hijos de Israel oyeron lo que Dios le dijo a Moisés, contestaron: “Haremos todo lo que Jehová ha hablado” (v. 8). Esto indica que el corazón del pueblo no era uno con Dios y no lo conocían. Incluso Aarón era bastante ignorante. De otro modo, ¿cómo se dejó persuadir para hacer el becerro de oro que el pueblo adoró? La respuesta del pueblo y el hecho de que Aarón esculpiera un becerro de oro demuestra que los hijos de Israel no conocían a Dios y que realmente no tenían un corazón por El.
Puesto que el pueblo no conocía a Dios ni a ellos mismos, Dios cambió de actitud hacia ellos y causó un cambio de ambiente. El dijo a Moisés que El vendría en una nube espesa (v. 9). También exhortó al pueblo a santificarse, a lavar sus ropas y a observar los límites. Exodo 19:12 dice: “Guardaos, no subáis al monte, ni toquéis sus limites; cualquiera que tocare el monte, de seguro morirá”. En el versículo 16, vemos en que estado lamentable y horrible se había degradado el ambiente: “Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento”.
Originalmente Dios no deseaba crear este ambiente terrible. Moisés era la única persona que conocía la intención de Dios. El se dio cuenta de que Dios no deseaba atemorizar al pueblo. Esta fue la razón por la cual El dijo al pueblo en 20:20: “No temáis; porque para probaros vino Dios”. Moisés sabía que El estaba probando al pueblo. El se dio cuenta de que Dios no deseaba los relámpagos, las tinieblas y el sonido temible de las trompetas. Entre todos los hijos de Israel, Moisés era la única persona que conocía el corazón de Dios.
Siguiendo el mandato del Señor, Moisés subió a la cima del monte y permaneció allí durante un periodo de cuarenta días. Hace años, pensaba que estos cuarenta días representaban una prueba para los hijos de Israel. Efectivamente, estos días fueron un tiempo de prueba para ellos. No obstante, la meta principal de estos cuarenta días no consistía en probar a los hijos de Israel, sino en proporcionarle a Moisés la oportunidad de ser infundido con Dios. Cuanto más tiempo yo pasaba cerca de la estufa en mi casa, más absorbía calor. Del mismo modo, cuanto más tiempo permaneció Moisés con Dios en la cima del monte, más estuvo infundido con El.
En cuanto a la mayor parte de estos cuarenta días, ningún versículo indica que Moisés o Dios hicieran algo. Dios empezó a hablar con Moisés al final de este periodo. Dios estaba contento simplemente por tener a una persona de Su pueblo que permaneciera con El. ¿A usted le hubiese gustado quedarse con Dios durante estos cuarenta días y no hacer nada? Supongamos que un hermano lo invita a su comedor y le pida que usted se siente con él. Luego él simplemente se sienta durante doce horas con usted y lo mira sin decir una sola palabra. ¿Podría soportarlo? No creo que nadie podría tolerar esta situación, y menos una persona activa. Pero Moisés permaneció en el monte con Dios durante cuarenta días sin comer, ni beber, ni dormir. No hay indicios de que sucediera algo entre él y Dios. Lo único que sucedió fue que Moisés recibió una infusión divina. El elemento de Dios fue infundido dentro de él.
A algunos de mis nietos les gusta visitarnos a mi esposa y a mí. Una de mis nietas viene principalmente para conseguir algo bueno que comer. A veces consigue algo en otro lado. Pero cuando no le queda más remedio, nos visita. Sin embargo, no se queda mucho tiempo. Su intención no consiste en estar con nosotros, sino en obtener algo de nosotros y luego irse. Por el contrario, nosotros disfrutamos de su presencia y nos gustaría que se quedase más tiempo. El comportamiento de mi nieta describe la manera en que nosotros nos relacionamos a menudo con el Señor. Acudimos a El no simplemente para estar con El, sino para obtener algo bueno de El. En cuanto lo recibimos, nos alejamos. Por tanto, podemos orar al Señor y aún reunirnos con El en comunión para conseguir algo de El, algo que nos beneficie.
Dios sabe lo difícil que nos resulta permanecer en Su presencia sin hacer nada. El simpatiza con nuestras debilidades y quizás nos pida hacer ciertas cosas. Pero Su intención no consiste en exigirnos nada. El desea que estemos con El para infundirnos. Según nuestro concepto natural, consideramos que Dios nos pone exigencias y requisitos. ¡Oh, veamos que la intención de Dios consiste en infundirnos con lo que El es y con lo que El tiene! Debemos estar con El para que se produzca esta infusión.
Después de pasar cuarenta días en el monte, recibiendo la infusión de Dios, Moisés resplandecía con la luz de Dios. Observe que Dios no le pidió a Moisés que hiciese nada. Por el contrario, El se infundió a Sí mismo dentro de Moisés hasta que éste resplandeció con El. Esta fue la razón por la cual su rostro resplandecía cuando él bajó del monte. Esta es la profesión más elevada en la tierra: pasar tiempo con Dios para ser infundidos y resplandecer con El. Esto es mucho más importante que hacer algo por Dios. Si deseamos resplandecer con Dios, debemos pasar tiempo con El, sin hacer nada más que recibir la infusión de El dentro de nuestro ser.
En este mensaje, mi carga es señalar que la intención de Dios al sacar a los hijos de Israel fue llevarlos a Su monte para que El los infundiera consigo mismo. El deseaba que ellos recibieran Su infusión, así como la zarza ardiente había sido infundida. La zarza que ardía sin consumirse fue completamente infundida con Dios. Dios estaba en la zarza y habló de en medio de ella. Dios deseaba que todo Su pueblo fuese llevado al lugar donde El los podía infundir consigo mismo. Por tanto, El les dijo que El los llevaría sobre alas de águilas y que El haría de ellos Su tesoro personal y un reino de sacerdotes.
Cuando el pueblo oyó esto, debiera haberse inclinado y confesado: “Oh Dios no podemos hacernos a nosotros mismos un tesoro para Ti. No somos preciosos. No podemos convertirnos en Tu tesoro personal”. Con tal actitud, Dios les habría dicho: “Les haré un tesoro personal. Permanezcan conmigo, y yo les infundiré con lo que soy. Finalmente, todos llegarán a ser preciosos para Mí”. Imagínese lo que hubiese pasado si los dos millones de israelitas hubiesen recibido la infusión de Dios y hubieran empezado a resplandecer con El. Su gloria se habría parecido a la gloria de la Nueva Jerusalén.
El pueblo de Dios no entendía Su intención. Su concepto era que debían hacer cosas por Dios. Además, ellos deseaban hacer estas cosas y pensaban que podían hacerlas. Habían visto lo que Dios hizo por ellos, y ahora deseaban hacer algo por El. Este concepto los hizo caer.
¿Se ha preguntado por qué Dios nos dio este gran libro que es la Biblia? Los centenares de capítulos bíblicos contienen muchos mandamientos que debemos guardar. Ciertos mandamientos se repiten continuamente. Eso tiene una razón sencilla: el deseo de Dios consiste en guardarnos con El a través de la Palabra. Si deseamos permanecer con Dios, debemos permanecer en la Palabra. No obstante, a menudo cuando llegamos a la Biblia, no tenemos ninguna conciencia de ir a Dios. Además, cuando moramos con la Biblia, no sentimos que permanecemos con Dios. ¡Cuánto necesitamos cambiar de concepto! Cuando llegamos a la Biblia, debemos acudir a Dios y permanecer en El. Efectivamente, la Biblia nos muestra muchas cosas que el Señor desea que hagamos. Pero todas estas cosas son secundarias. El asunto principal es que por medio de la Palabra, permanecemos en Dios y El nos infunde. Desafortunadamente, somos distraidos fácilmente. No existen muchas personas, como Moisés, que permanezcan con Dios conforme al deseo de Su corazón. Una vez más, deseo señalar que durante estos cuarenta días en que Moisés estuvo con Dios en la cima del monte, El no hizo nada. Dios no deseaba que Moisés hiciera nada; El deseaba infundirse a Sí mismo dentro de él.
En la Biblia, podemos ver lo que Dios nos dice y lo que El desea que hagamos. No obstante, el asunto principal es que nos quedemos con Dios por medio de la Palabra. Pero esto no es fácil. Nuestra tendencia consiste en acudir a la Biblia simplemente para saber lo que enseña acerca de ciertas cosas. Al leer la Palabra, decidimos hacer lo que nos pide la Biblia. Tenemos poca conciencia de que al tomar esta decisión, en realidad ponemos a Dios a un lado. Los que acuden así a la Palabra no reciben la verdadera bendición de Dios. Si deseamos recibir Su bendición por medio de la Palabra, debemos entender esto: lo que Dios desea que hagamos y lo que El nos dice son cosas secundarias. Lo principal es permanecer en Dios y recibir Su infusión. La razón por la cual Dios nos habla y nos pide hacer algunas cosas es porque El desea que seamos uno con El.
¿Por qué debemos leer la Biblia? Cuando era joven, me dijeron que como cristiano, debía leer la Biblia para enterarme de lo que Dios desea de mí. Efectivamente, al leer la Biblia, podemos enterarnos de muchas cosas que Dios desea que hagamos, quizás centenares y aun miles de cosas. El problema es el siguiente: no somos capaces de hacerlo. No obstante, en nuestro concepto natural, queremos saber lo que Dios desea que hagamos y luego hacerlo. Nuestra actitud es la siguiente: debemos hacer y queremos hacer todo lo que Dios nos pide. Por consiguiente, decidimos hacer estas cosas y en la práctica ponemos a Dios a un lado. En lugar de esto, debemos decir: “Señor, Te amo, amo Tu palabra, y amo todo lo que me dices”. Si hablamos así al Señor, El contestará: “¡Muy bien! Ahora debes saber que todo lo que deseo que hagas, lo haré por ti y a través de ti”.
En un cántico que habla de estar de acuerdo con la Palabra de Dios, hay una línea que me gusta mucho: “lo que jamás podría hacer, Dios lo está haciendo en mí, al decir amén a Su palabra (Himno #1219 en el himnario inglés).
Lo que no podemos hacer nosotros mismos, Dios desea hacerlo en nosotros. Por ejemplo, un esposo debería decir al Señor: “Señor, me pides amar a mi esposa. Señor, Te amo, pero debo confesarte que no puedo amar a mi esposa”. Entonces el Señor dirá: “Es cierto que no puedes amar a tu esposa, pero la amaré a través de ti. Lo que no puedes hacer, lo haré en ti”. En cuanto a los mandamientos acerca de amar a los hermanos y de amar al prójimo como a nosotros mismos, también debemos decir: “Señor, Te amo, pero debo ser honesto contigo. No puedo amar a los hermanos, y no puedo amar a otros como a mí mismo. Tengo muchos vecinos y parientes, pero simplemente no puedo amarlos. Señor, Te amo y amo Tu palabra, pero simplemente no puedo amar a otras personas”. Una vez más, el Señor nos dirá que El hará desde nuestro interior lo que no podemos hacer. Esta es la economía de Dios tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo.