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Mensaje 66

LAS ORDENANZAS DE LA LEY EN CUANTO A LA ADORACION A DIOS

  Lectura bíblica: Éx. 20:22-26

  Podemos resumir el libro de Génesis en dos frases: la creación de Dios y la caída del hombre. Génesis 1:1 dice: “En el principio Dios creó...” Génesis concluye de esta manera: “Y José ... fue puesto en un ataúd en Egipto” (50:26). Por tanto, Génesis inicia con la obra creadora de Dios y concluye con José dentro de un ataúd en Egipto. Por supuesto, la creación es muy positiva, pero la caída del hombre es sumamente negativa. Por consiguiente, el contenido de Génesis incluye el asunto positivo de la creación y el aspecto negativo de la caída del hombre.

  Podemos decir que el libro de Exodo tiene un punto principal: la redención efectuada por Dios y Su salvación. Debido a la caída del hombre, Dios vino, nos redimió y nos salvó. El hombre caído necesita la redención y también la salvación. Exodo revela la salvación todo-inclusiva de Dios, una salvación que incluye Su redención. El libro de Exodo enseña que primero Dios redimió a Su pueblo y luego lo salvó.

  Los cristianos quizá no se den cuenta de que todo el libro de Exodo habla acerca de la salvación de Dios. Para muchos, los últimos dieciséis capítulos de Exodo, del veinticinco al cuarenta, no están relacionados con la salvación de Dios, sino que se tratan de la visión y de la construcción del tabernáculo. No obstante, la construcción del tabernáculo como morada de Dios también forma parte de Su salvación todo-inclusiva. Esto significa que la salvación de Dios revelada en el libro de Exodo empieza con la redención y continúa con la construcción de la morada de Dios, el tabernáculo. Si ya fuimos redimidos y experimentamos la salvación de Dios hasta cierto punto sin estar en el edificio de Dios, Su morada, todavía no hemos participado plenamente de la salvación. La salvación completa de Dios incluye la edificación de Su pueblo redimido para hacer de ellos Su morada en la tierra.

  Entre los millones de cristianos contemporáneos, aquellos que han sido verdaderamente redimidos y salvados, pocos tienen la experiencia de haberse convertido en la morada de Dios. Para algunos, el libro de Exodo aparentemente tiene solamente doce o catorce capítulos. Experimentaron la redención del cordero pascual y quizás fueron liberados de Egipto, pero no experimentaron la edificación de la morada de Dios. En realidad, muchos cristianos contemporáneos siguen en Egipto, en el mundo. Han experimentado la redención de Dios, pero no han cruzado el mar Rojo. Esto significa que no han sido salvos del mundo ni del cautiverio de Faraón. Algunos cristianos han cruzado el mar Rojo y han sido salvos del mundo, pero no han progresado en su experiencia hacia el monte de Dios y no se han convertido en el tabernáculo.

  En Exodo, el monte Sinaí es llamado el monte de Dios. Aquí el pueblo redimido de Dios fue llevado a una comunión directa con él. Este es un asunto importante. Los hijos de Israel fueron llevados a esta comunión con Dios veinticinco siglos después de la creación del hombre. Antes de ese momento, ninguna persona en la tierra tuvo comunión directa con Dios. Por una parte, en el monte Sinaí, el pueblo fue llevado a la comunión con Dios. Por otra parte, Dios bajó y habló con ellos. En Génesis 11, Dios no bajó para tener comunión con el pueblo sino para juzgarlo. En Exodo, Dios no bajó para juzgar, sino para tener comunión con Su pueblo. En el monte Sinaí, los hijos de Israel disfrutaban de una fiesta con Dios. Esto también lo abarca la salvación todo-inclusiva de Dios, revelada en Exodo.

  En el monte Sinaí, Dios no se reunió con Su pueblo por un solo día; mas bien, el pueblo permaneció con El durante muchos meses (Éx. 19:1; 40:2,17; Nm. 10:11-13). Dios consideró a Su pueblo redimido como Su “posesión personal” (19:5), Su tesoro preciado. Puesto que Su pueblo le era tan preciado, El bajó a visitarlos. El Antiguo Testamento enseña que la reunión de Dios con Su pueblo duró más de mil años. Terminó cuando la gloria de Dios se fue del templo (Ez. 10:18).

  Con este mensaje llegamos a las ordenanzas de la ley. En el Antiguo Testamento, la ley no sólo incluía los Diez Mandamientos; también mencionaba muchas ordenanzas. Estas ordenanzas se encuentran en los siguientes capítulos de Exodo, en todo el libro de Levítico, y en parte de Números y Deuteronomio. Muchos cristianos piensan que la ley incluye solamente los Diez Mandamientos. Este era mi concepto cuando era joven. No obstante, me molestaba el hecho de que en la Biblia, Exodo, Levítico, Números, y Deuteronomio son considerados como parte de la ley. Además, según Salmos 119, la ley incluye ordenanzas y también mandamientos. Esto indica que la ley incluye dos secciones: los Diez Mandamientos y todas las ordenanzas. Por tanto, es un error considerar que solamente los Diez Mandamientos son la ley. No, la ley abarca mucho más que los Diez Mandamientos. Si miramos que la ley también incluye las ordenanzas, entonces entenderemos fácilmente el Salmo 119.

  Las ordenanzas son la parte complementaria de la ley y añaden detalles a los Diez Mandamientos. Es correcto considerar los Diez Mandamientos como la sección principal de la ley. No obstante, esta sección debe ser complementada y detallada. En la segunda parte de Exodo, en Levítico, Números y Deuteronomio, tenemos el suplemento de la ley y sus detalles. En este mensaje, el primero que acerca de las ordenanzas de la ley, consideraremos las ordenanzas acerca de la adoración a Dios. En otros mensajes, consideraremos las ordenanzas acerca de las relaciones entre la gente.

  En 20:22-26, Dios le revela a Su pueblo redimido la manera en que debían adorarle a El. Esto no había sido revelado anteriormente, ni siquiera a Abraham, a quien llamó Su amigo. Dios reveló la manera en que debían de adorarle solamente después de que Su pueblo fuese llevado a una comunión cara a cara con El en Su monte. Si indagamos en estos versículos, veremos que nos dan los puntos principales de cómo debemos adorar a Dios. Esta revelación es conforme a lo que encontramos no solamente en el resto del Antiguo Testamento, sino también en el Nuevo Testamento. Aquí tenemos una revelación de la cruz y de Cristo. Además, estos versículos muestran que tanto la obra del hombre como sus métodos quedan excluídas. Estos versículos hacen referencia a ídolos de oro y de plata.

  Exodo 20:22 dice: “Y Jehová dijo a Moisés: así dirás a los hijos de Israel: vosotros habéis visto que he hablado desde el cielo con vosotros”. Aquí vemos que Dios habló a Su pueblo desde los cielos. Aun este versículo está relacionado con el culto a Dios, ya que muestra que el Dios que adoramos es viviente y habla.

  El versículo 23 continúa: “No hagáis conmigo dioses de plata, ni dioses de oro os haréis”. Aquí tenemos un suplemento de los dos primeros mandamientos y también detalles relacionados con estos mandamientos. En los dos primeros mandamientos se nos exhorta a no tener dioses ajenos ni a hacer ídolos. La palabra “conmigo” en el versículo 23 es muy significativa. Indica que el pueblo no debía adorar ni tener otro dios fuera de El. Esto sería como una mujer que tiene un marido, y también un amante. Así como una mujer debe tener un solo marido, también los hijos de Israel deberían tener al Señor como su único Dios.

  Exodo 20:23 menciona específicamente ídolos de oro y de plata. Aquí no se menciona nada acerca de los ídolos hechos de madera o de piedra. En el libro de Isaías, vemos que el pueblo de Dios hizo, más adelante, ídolos de oro y de plata (2:20; 30:22; 31:7). La primera vez que hicieron un ídolo de oro fue cuando Moisés se encontraba en el monte Sinaí con el Señor. Mientras Moisés estaba en la cima del monte en comunión con Dios, el pueblo al pie de la montaña le pidió a Aarón que hiciera un becerro de oro. Entonces dijeron al respecto: “Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto” (Éx. 32:4). Al hacer un dios de oro, el pueblo adoraba a otro dios junto con el verdadero Dios. Pero Dios prohibe que Su pueblo tenga dioses ajenos. En el versículo 23 parece que Dios dijera: “Si ustedes quieren rechazarme, lo pueden hacer. Pero a Mi no me tengan junto con dioses de oro y de plata. Esto es fornicación. Ustedes me deben tomar a mí como Su único marido. No tengan otros dioses”.

  El versículo 24 es muy importante: “Altar de tierra harás para mí, y sacrificarás sobre él tus holocaustos y tus ofrendas de paz, tus ovejas y tus vacas; en todo lugar donde yo hiciere que esté la memoria de mi nombre, vendré a ti y te bendeciré”. Esta porción se refiere al altar, a los sacrificios, a la recordación del nombre de Dios, y cuando El visita a Su pueblo y lo bendice. Según los versículos 24 y 25, se podía hacer un altar con tierra o con piedra. No obstante, el pueblo no podía construir un altar de piedras talladas. Sólo se podía erigir un altar con materiales creados por Dios. El pueblo no debía añadir su obra a la obra de Dios. Podían usar tierra o piedra natural, pero no piedra tallada. Además, en el versículo 26, vemos que el pueblo no debía “subir por gradas” hacia el altar del Señor; para que no fuera expuesta su desnudez.

  El versículo 24 menciona dos de las cinco ofrendas fundamentales: el holocausto y la ofrenda de paz. No se mencionan la ofrenda de harina, la ofrenda por el pecado, ni el sacrificio por la culpa. La razón es esta: el concepto aquí no es la redención, sino la comunión entre Dios y Su pueblo redimido.

  El versículo 24 habla también del nombre de Dios que debe ser recordado. Cuando nos reunimos para adorar a Dios, debemos recordar el nombre del Señor. Su nombre es el único nombre que debemos recordar en nuestras reuniones de adoración.

  Si tenemos el altar y los sacrificios, y si recordamos el nombre del Señor, experimentaremos la visitación y la bendición de Dios. Dios mismo vendrá a nosotros y nos bendecirá.

I. NINGUN IDOLO

  Mencionamos que en el versículo 23, se le pidió al pueblo no hacer dioses de plata ni de oro. Este versículo menciona solamente ídolos de oro y de plata, y no ídolos de otros materiales como madera y piedra. Por consiguiente, este versículo implica que no debemos adorar la plata ni el oro. Según Hechos 3, un hombre cojo pidió limosna a Pedro y a Juan. Pedro le dijo: “No poseo plata ni oro; pero lo que tengo esto te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (v. 6). Pedro no tenía plata ni oro, pero tenía el nombre de Jesucristo.

  En el culto a Dios, no debemos adorar las riquezas ni el oro ni la plata. El Señor Jesús nos dice que no podemos servir a Dios y a las riquezas (Mt. 6:24). No podemos servir a Dios y también al oro y a la plata al mismo tiempo. Para sobrevivir, necesitamos dinero, pero no debemos permitir que éste nos ocupe. Tener un gran deseo y aspiración por las riquezas equivale a hacer ídolos de oro y de plata. En Primera de Timoteo 6:17 dice: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en lo inseguro de las riquezas, sino en Dios, que nos provee todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos”. Los que tienen oro y plata en esta era no deben apegarse a la inseguridad de los bienes. Por el contrario, deben depender del Dios vivo.

  Un cristiano fácilmente puede decir que no tiene ningún ídolo. No obstante, no es tan fácil que los cristianos testifiquen de su desapego por las riquezas. Tener bienes no es algo incorrecto, pero aferrarse a los bienes en lugar de apegarse a Dios vivo equivale a adorar ídolos. Si deseamos adorar de una manera pura, todos los ídolos y el amor por las riquezas deben irse. Por experiencia, sabemos que si nos aferramos a las riquezas, nuestro culto a Dios será anulado. Mientras nos aferramos a las riquezas, no podemos ofrecer a Dios un culto genuino y puro. Por consiguiente, el mandamiento de no hacer dioses de oro y de plata implica que en nuestro culto a Dios no debemos dejar ningún lugar a las riquezas.

  La situación entre muchos cristianos contemporáneos se ha degradado por la importancia que dan al dinero. En su mayoría, el cristianismo se ha convertido en una religión caracterizada por el culto del becerro de oro. Los que ofrecen muchos donativos son exaltados y reciben un honor público. Esto es hacer dioses de oro y de plata, es también la adoración al becerro de oro.

II. MEDIANTE EL ALTAR: LA CRUZ

  Hebreos 13:10 dice: “Tenemos un altar”. El altar denota la cruz. En el Antiguo Testamento, el altar era una sombra, la realidad de la cual es la cruz del Nuevo Testamento. El hombre caído no puede adorar directamente a Dios sin un altar. El altar señala un proceso de muerte y resurrección. En este proceso tenemos la redención y también la terminación de todas las cosas negativas. Por consiguiente, la palabra altar implica muchas cosas. En cuanto al altar, tenemos la muerte, el fuego y la resurrección. Esto denota la redención, la terminación de las cosas negativas y la resurrección de las cosas positivas. Sin el altar, es decir, la cruz, este proceso no podría producirse. Por consiguiente, sin un altar, la gente caída no tiene ninguna posibilidad de adorar directamente a Dios.

  Como lo hemos visto, el altar debía de ser erigido con materiales creados por Dios, tierra o piedra. Esto indica que la cruz fue preparada completamente por la obra de Dios. El hecho de que la piedra tallada, un material preparado por el hombre, no podía ser usado para el altar indica que la cruz no fue producida por la obra del hombre. Dios, y no el hombre, fue el que preparó la cruz. Si Dios no hubiera obrado para preparar la cruz por nosotros, no habría nada que hacer.

  En estos versículos, la erección de un altar significa recibir lo que Dios ha preparado. Dios ha preparado la cruz por nosotros para que lo adoremos a El, y nosotros no debemos hacer otra cosa que recibirla, diciendo “amén” con acción de gracias para Dios por Su obra de preparación. Debemos decir: “Dios, gracias por preparar la cruz a fin de que yo Te adore. No necesito obrar, simplemente recibo la cruz que Tú has preparado”. El hecho de que los hijos de Israel podían erigir un altar de tierra o de piedra indica que la cruz está disponible. Si Dios hubiera pedido a Su pueblo que construyeran un altar solamente de piedra, los hijos de Israel habrían tenido dificultades para encontrar los materiales. Pero la tierra siempre estaba disponible. Por consiguiente, un altar hecho de tierra representa la disponibilidad de la cruz.

  Recibir la cruz puede ser algo poco estable, como la tierra, o fuerte, como la piedra. Al recibir la cruz, muchos creyentes son débiles. No obstante, otros son bastante fuertes. Todo esto depende de nosotros. Aquí el principio es similar al uso de diferentes animales para el holocausto. Una persona puede ofrecer un buey o un cordero, mientras que otra ofrecería palomas. Se podía construir un altar de piedra o de tierra, para recibir la cruz de una manera fuerte o de manera débil. En ambos casos, la cruz sigue siendo la cruz, preparada por Dios en Su obra. No participamos en la preparación del material, simplemente recibimos lo que Dios ha preparado.

  Al recibir la cruz, no queda ningún lugar para la obra del hombre. En el catolicismo existe una gran herejía: se puede añadir la obra del hombre; la obra del hombre está presente al recibir la cruz de Cristo. Pero según la Biblia, la tierra o las piedras hechas por Dios se deberían usar para construir un altar. Si alguien hubiera considerado este altar como algo demasiado rústico y hubiera querido tallar las piedras para decorarlas, esto las habría contaminado. Añadir la obra humana a la obra de Dios en Su preparación produce contaminación.

  En el transcurso de los siglos, en la historia de la iglesia, muchos han intentado decorar la obra de Dios por la obra humana. Su actitud ha sido ésta: la obra de Dios carece de belleza y necesita que el hombre añada algo para mejorarla. Incluso hoy en día hay algunos predicadores que no les gusta decir palabras sencillas. Para ellos, eso es insensatez. No obstante, en Primera de Corintios 1:23-24, Pablo declara: “Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos tropezadero, y para los gentiles necedad; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios”. La predicación de la cruz por parte de Pablo no tenía ninguna belleza, pero ahí estaba el poder de Dios y la sabiduría de Dios. No obstante, en los sermones “azucarados” que se predican hoy en día hay belleza falta poder ni sabiduría. Cuando se le añade la obra decorativa del hombre a la obra de preparación de Dios, el resultado es la contaminación. ¡Cuánto el cristianismo actual ha contaminado la obra de Dios! Esta contaminación ha venido principalmente por medio de la obra del hombre. Muchos cristianos prefieren las piedras talladas y pulidas a las piedras naturales creadas por Dios. Por tanto, cambian la obra de Dios y la contaminan.

  Además, según 20:26, el pueblo no debía subir escalones para entrar en el altar del Señor. No se les permitía hacer escalones, ya que esto es algo hecho por el hombre. Cada denominación tiene su propia clase de escalón. Estos exponen la desnudez del hombre. El altar preparado por Dios no estaba elevado. Al contrario, estaba cerca del suelo. Esto elimina la necesidad de escalones y permite que todos se acerquen al altar. ¡Alabado sea el Señor porque la cruz está a nuestro nivel, tan disponible! No existe ningún logro humano para su jactancia y glorificación. Los escalones proporcionan el logro humano. Considere cuantas escalones existen en el sistema de obispos, arzobispados y cardenales. No obstante, la cruz de Cristo no tiene ninguna escalón; está a nuestro nivel. No existe ningún espacio para el logro humano, ningún espacio para la manera humana. Debemos rechazar todo lo que se origina del hombre para ir a la cruz.

III. CON LAS OFRENDAS: CRISTO

  Ya dijimos que de los cinco sacrificios principales, sólo dos, el holocausto y la ofrenda de paz, se mencionan en Exodo 20. El holocausto sirve de satisfacción para Dios, y la ofrenda de paz es el disfrute del pueblo y Dios en mutualidad. Presentar un holocausto significa que ofrecemos Cristo a Dios para Su disfrute y satisfacción. Presentar la ofrenda de paz significa que ofrecemos Cristo a Dios para nuestro disfrute y satisfacción mutua con Dios. La adoración correcta de Dios debe incluir el holocausto y la ofrenda de paz; algo de Cristo ofrecido a Dios para Su disfrute y satisfacción y algo de Cristo que disfrutamos con Dios. Esta clase de adoración no se puede encontrar en el judaísmo, ni en el cristianismo degradado.

  Juan 4:24 profundiza la palabra en 20:22-26. El Señor Jesús dijo que debemos adorar al Padre en espíritu y en realidad. Esta realidad incluye a Cristo como el holocausto y la ofrenda de paz. Una vez más vemos que, junto con las ofrendas se revelan los principios fundamentales de la adoración genuina y adecuada en 20:22-26.

IV. RECORDAR EL NOMBRE DEL SEÑOR

  Exodo 20:22-26 se refiere a la adoración de Dios antes de que los hijos de Israel entraran en la buena tierra. Cuando estaban rumbo a la buena tierra, debían tener comunión con Dios conforme a los principios mencionados en estos versículos. No obstante, después de entrar en la tierra, debían adorarlo a El en un lugar designado, el lugar que Dios escogió para Su morada, y el lugar en que El haría morar a Su nombre. Pero el principio es el mismo. Cuando nos reunimos para adorar a Dios, solamente el nombre de Dios, y no ningún otro nombre, debe ser recordado. No obstante, muchos cristianos contemporáneos usan nombres como luteranos o wesleyanos aparte del nombre del Señor. El uso de estos nombres es una abominación para el Señor. Por una parte, en la adoración apropiada de Dios no debe haber ningún ídolo; por otra parte, no debe haber ningún otro nombre. Cuando nos reunimos para adorar a Dios, debemos abandonar todo otro nombre y exaltar el nombre del Señor (Dt. 12:11; Mt. 18:20). Su nombre es el único que debe ser recordado en nuestro culto a Dios.

V. LA VISITA Y BENDICION DE DIOS

  Si adoramos a Dios correctamente conforme a estos versículos, El vendrá y nos bendecirá. Esto significa que si nuestra adoración es genuina, será una invitación a Dios para que nos visite y nos bendiga. Para que Dios haga esto, El debe ser el Dios viviente que habla. Un Dios que no habla no puede bendecir. Recuerde el versículo 22: el Señor afirma que El habló al pueblo desde los cielos. Por consiguiente, El es el Dios vivo que habla. Nuestra adoración debe ser tal que invite al Dios viviente a venir a nosotros y bendecirnos. Si en una reunión se adora correctamente, debemos tener la certeza de que Dios ha sido invitado a visitar y a bendecir a los que se encuentran en ella. Este es siempre el resultado de la adoración adecuada de Dios. ¡Alabado sea Dios por Su visita y bendición! Esto demuestra que el Dios que adoramos es viviente y habla.

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