Mensaje 7
Hemos visto que la zarza en Éx. 3 simboliza a Moisés como aquel que ha sido llamado por Dios. A los ojos de Dios, Moisés era una zarza. Nadie presta mucha atención a una zarza. Aunque Moisés había sido rechazado por el hombre, él fue aceptado por Dios, y el fuego de la gloria de Dios ardía dentro de él y sobre él. Por tanto, Moisés era una zarza ardiendo con la gloria de Dios.
La zarza ardiente en Exodo 3 se refiere no solamente a Moisés como individuo, sino también a los hijos de Israel como entidad corporativa. El pueblo de Dios, los hijos de Israel, incluía a aquellos que eran débiles y a aquellos que eran fuertes. Moisés era solamente una persona entre el pueblo corporativo de Dios. Para el Señor, la zarza ardiente en el capítulo tres no era solamente un individuo, sino también un pueblo corporativo. En este mensaje, mi carga consiste en considerar el aspecto corporativo de la zarza. Como individuos, todos somos los Moisés de hoy. Pero también formamos parte de la iglesia como la zarza corporativa.
Al tratar con Su pueblo, los hijos de Israel, El tenía una meta: obtener una morada apropiada. Deuteronomio 33:16 habla de Dios como Aquel que moraba en la zarza. Esta palabra, escrita por Moisés, indica que Dios poseía esta zarza ardiente como Su casa, Su morada. ¿Quién hubiera pensado algún día que la habitación de Dios en la tierra sería una zarza?
Moisés debe haberse dado cuenta de que la zarza ardiente que él vio cuando Dios lo llamó era un símbolo de él mismo. En la época de Deuteronomio 33, Moisés se consideraba a sí mismo como una zarza; sin embargo, para Dios él era “el hombre de Dios” (Dt. 33:1). En el aspecto individual, Moisés era una zarza, y en el aspecto corporativo, los hijos de Israel eran una zarza. No obstante, el Dios de bendición moraba en esta zarza. Si Dios no mora en nosotros, estamos acabados. Sin El no somos más que zarzas comunes. Podemos ser damas y caballeros cultos o profesionales bien adiestrados, pero seguimos siendo zarzas porque nuestra naturaleza caída está relacionada con las espinas y con la maldición.
Al referirse a Dios como Aquel que moraba en la zarza, el corazón de Moisés debe haber estado lleno de agradecimiento a Dios. Durante los últimos cuarenta años de su vida, Moisés sabía que él no era más que una zarza. Pero él sabía también que Dios estaba con él. Todos debemos darnos cuenta de esto. Cuando tenemos un espíritu apropiado delante del Señor, sabemos que somos una zarza. Sabemos que aún nuestras virtudes naturales, como la bondad, la humildad y la paciencia, son “espinas”. A veces podemos sentir que debemos postrarnos ante el Señor y confesarle lo lamentable que somos. Mientras Moisés bendecía a los hijos de Israel, probablemente se sintió así.
Un cántico evangélico muy conocido dice: “No soy más que un pecador salvo por gracia”. El sentir que tenía Moisés era más profundo, aún más tierno y dulce que eso, pues él entendía que él era una zarza quemada por la gloria de Dios. Hoy en día, nosotros los creyentes en Cristo, no somos solamente pecadores salvos por gracia, sino una zarza ardiendo con el fuego de la gloria de Dios. Moisés se daba cuenta de esto tanto para sí mismo como para los hijos de Israel como pueblo corporativo de Dios. En su interior, él sabía que él personalmente y también los israelitas corporativamente eran una zarza.
Debemos ver que existe un lazo entre Génesis 3 y Exodo 3. En ambos capítulos, vemos la espina y el fuego. La espina de Génesis 3 indica que el hombre se encuentra bajo una maldición (vs. 17-18), y la llama de fuego indica que el hombre está excluido de Dios como el árbol de la vida (vs. 22-24). Según Génesis 3, las espinas provienen de la maldición causada por el pecado. Por tanto, las espinas simbolizan al hombre caído bajo la maldición. Inmediatamente después de que la maldición fue pronunciada, se colocó una espada flameante al este del jardín para guardar “el camino del árbol de la vida” (v. 24). Por tanto, el pecado introdujo la maldición, y la maldición trajo la llama de fuego. La función del fuego en Génesis 3 consiste en excluir a los pecadores del árbol de la vida, es decir, de Dios como la fuente de vida.
Si la Biblia hubiera terminado con Génesis 3:24, nuestra situación no habría tenido ninguna esperanza jamás. Según los capítulos uno y dos de Génesis, fuimos creados específicamente para recibir a Dios como vida. El hombre creado por Dios fue colocado frente al árbol de la vida. Entonces en el capítulo tres vino el pecado: el hombre cayó bajo una maldición, y el fuego de la santidad de Dios excluyó a los pecadores malditos y les impidió tener un contacto directo con Dios como el árbol de la vida.
La situación del hombre en Exodo 3 es muy diferente de la de Génesis 3. En Exodo 3, la espina maldita se convierte en el vaso de Dios, y la llama de fuego se hace uno con la zarza. Mediante la redención, representada por el cordero muerto y ofrecido a Dios por los hombres caídos (Gn. 4:4), la maldición ha sido quitada, y el fuego se ha hecho uno con la espina.
Vemos la realidad de este cuadro en Gálatas 3:13 y 14. El versículo 13 dice: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición”. Eso significa que por medio de la muerte de Cristo en la cruz, la maldición fue quitada. El versículo 14 continúa: “Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. Por consiguiente, según estos versículos, la maldición ha sido quitada, y el Espíritu, el fuego, nos fue dado.
Hechos 2:3-4 indican que el Espíritu derramado es representado por las lenguas de fuego. Este derramamiento del Espíritu como fuego fue predicho por el Señor Jesús en Lucas 12:49: “Fuego he venido a echar sobre la tierra; y ¡Cómo quisiera que ya estuviera encendido!” En el día de Pentecostés el Espíritu prometido, dado por medio de la redención de Cristo que removió la maldición, bajó sobre los discípulos en forma de fuego. Este fuego ya no nos excluye de Dios; por el contrario, es la llama de la visitación de Dios.
Al considerar eso a la luz del cuadro de Exodo 3, vemos que la espina y la llama son uno. En Génesis 3, el hombre caído estaba bajo la maldición representada por la espina. Allí la llama de fuego excluía a este hombre caído de la presencia de Dios como el árbol de vida. No obstante, en Exodo 3, la zarza, que puede ser considerada como un tipo de vasija, y el fuego, son uno. En Génesis 3, el fuego mantiene apartado al hombre que está bajo la maldición y le impide acercarse al árbol de la vida, y lo aleja de Dios como la fuente de vida. Pero en Exodo 3, la llama de fuego visita la zarza y mora en ella. Esto indica que por medio de la redención de Cristo, Dios mismo, Aquel que es santo y cuya santidad separa a los pecadores de Su presencia, puede venir a visitarnos, permanecer con nosotros y aún morar en nosotros. ¡Aleluya, Cristo ha quitado la maldición y ha echado sobre la tierra el fuego del Espíritu Santo! Ahora que la maldición fue quitada, ya no estamos excluidos de Dios como vida. ¡Alabado sea el Señor porque la llama que excluye en Génesis 3 se ha convertido en la llama de Exodo 3, la cual nos visita y mora en nosotros! Ahora la espina que antes estaba maldita puede convertirse en la morada de Dios.
Los que han sido cristianos durante varios años quizá se vean tentados a considerarse a sí mismos como muy buenos o santos. Si usted ha seguido al Señor y ha experimentado algún éxito en su vida cristiana, quizá secretamente se considere a sí mismo como un “santo” extraordinario, como alguien que es más espiritual que los demás creyentes. No obstante, debemos estar conscientes de que seguimos siendo una zarza llena de espinas. No se considere a sí mismo muy maravilloso y no admire a otros demasiado. Todos seguimos siendo una zarza. Estoy consciente del hecho de que soy una zarza.
Si nos parecemos a Moisés, el hombre de Dios, tenemos una conciencia doble. Por una parte, estaremos conscientes del hecho de que somos zarzas; por otra parte, estaremos conscientes de que la gloria de Dios mora dentro de nosotros como una llama ardiente. Moisés se convirtió en un hombre de Dios, pero él todavía se consideraba a sí mismo como una zarza. En el mismo principio, la gloria de Dios moraba entre los hijos de Israel e hizo de ellos su morada gloriosa, pero ellos seguían siendo una zarza, aún una zarza corporativa.
Como zarza individual, Moisés fue redimido, santificado, y transformado. Algunos se preguntarán qué base tenemos para afirmar que Moisés fue transformado. Las palabras “transformado” o “transformación” no se encuentran en los escritos de Moisés, pero los libros que él escribió revelan el hecho de que Moisés fue transformado. Hemos señalado que según Deuteronomio 33:1, Moisés era un hombre de Dios. Esto indica la transformación. Aparte del proceso de transformación, ¿cómo pudo Moisés, un hombre tan fuerte y activo en su vida natural, convertirse en un hombre de Dios? El pudo llegar a ser esta persona solamente por medio de la transformación.
Un ejemplo de la transformación de Moisés fue su experiencia con el Señor en la cumbre del monte. Después de que Moisés estuvo con el Señor en el monte durante cuarenta días, su rostro estaba resplandeciente porque la llama del fuego santo de Dios había ardido dentro de él. Moisés era como acero echado al fuego y conservado allí hasta que el acero se hace incandescente con el fuego que ha quemado dentro de su misma esencia. Cuando Moisés estaba en la cima del monte, la gloria de Dios ardía dentro de su ser. Cuando él bajó del monte, su rostro resplandecía. Por tanto, “cuando Aarón y todos los hijos de Israel miraron a Moisés, he aquí la piel de su rostro era resplandeciente” (34:30). ¿Acaso no era eso una señal de transformación? Fue ciertamente una indicación que mostraba la transformación por la cual pasó Moisés. Según el adiestramiento que él recibió en el palacio, Moisés pudo haberse convertido en un experto en todo el conocimiento egipcio. No obstante, debido a la redención, el llamamiento, la santificación, y la transformación que él recibió, finalmente se convirtió en un hombre de Dios.
En las Escrituras podemos ver ciertos elementos o temas esenciales. Si no entendemos correctamente estos asuntos, no podremos conocer la Biblia adecuadamente. Estos elementos cruciales incluyen la redención, santificación, y transformación. Moisés fue redimido, santificado, y transformado; hoy en día nosotros hemos sido redimidos y estamos siendo santificados y transformados. Moisés se convirtió en un hombre de Dios, y también estamos llegando a ser hombres de Dios. Conforme a la revelación del Nuevo Testamento, nosotros como creyentes en Cristo, nos estamos convirtiendo aún en Dios-hombres, aquellos que son uno con el Dios Triuno y mezclados con El. Ya vendrá el día en que todos seremos hombres de Dios en realidad.
En el recobro del Señor, no nos preocupa conseguir mucha gente; lo que nos interesa es la experiencia genuina de transformación. Estoy contento de que estamos bajo la llama divina, la llama que nos transforma y nos hace diferentes en disposición de la gente mundana. El elemento de Dios está ardiendo dentro de nuestra naturaleza, y por esta razón, nos estamos convirtiendo en hombres de Dios. Esto es el significado de ser una zarza ardiente en un sentido individual. Conforme a nuestra naturaleza, todavía somos una zarza, pero según la llama de Dios dentro de nosotros, somos personas transformadas. Por una parte, somos una zarza; por otra, somos hombres de Dios.
Los hijos de Israel eran una zarza corporativa. Como tal, fueron redimidos (13:14-16), santificados (13:2), transformados, y edificados. Quizá a usted le cueste trabajo creer que los hijos de Israel fueron transformados. Cuando yo era joven, también me costaba creer eso. Pero algo sucedió en una reunión de oración en Shanghai a principios de los años 1940, y eso me ayudó a ver al pueblo de Dios como El lo ve. En aquella reunión, una colaboradora con experiencia, preocupada por la condición deplorable de la iglesia, clamó al Señor por la iglesia. Mientras ella oraba, ella gemía y suspiraba por la condición lamentable de la iglesia. Cuando ella acabó de orar, el hermano Nee se expresó en alabanzas al Señor y le dio gracias a El porque la iglesia jamás es débil o lamentable, sino más bien elevada. La congregación estaba asombrada. Entonces el hermano Nee nos ayudó a entender el significado de la profecía de Balam acerca de los hijos de Israel. Balam fue contratado por Balac para maldecir a los hijos de Israel. Pero en lugar de maldecir al pueblo de Israel, Balam los bendijo. Hablando en nombre de Dios, Balam dijo: “El no ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel” (Nm. 23:21). Además, en Números 24:5, Balam dijo: “¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob, tus habitaciones, oh Israel!” Según estos versículos, Dios no vio iniquidad ni perversidad en Israel. Por el contrario, El vio solamente cosas hermosas, agradables y bellas. Pasa lo mismo con la iglesia hoy.
No diga que la iglesia está en una condición lamentable o que está muerta. Cuanto más dice eso, más se pone usted bajo una maldición. No obstante, si usted alaba al Señor por la vida de iglesia y habla bien acerca de ella, usted se colocará bajo la bendición de Dios. Durante todos los años en los cuales he estado en la vida de iglesia, no he visto ninguna persona hablando negativamente de la iglesia y que estaba bajo la bendición de Dios. Por el contrario, todos los que dijeron que la iglesia está en una condición lamentable, deplorable, o muerta, han estado bajo una maldición. Los que hablan positivamente de la iglesia, declarando que la iglesia es agradable y que es la casa de Dios, reciben la bendición. Esta no es una doctrina solamente, sino un testimonio que puede ser confirmado por las experiencias de muchos santos.
A veces cuando estoy desilusionado acerca de la iglesia y no pienso positivamente en cuanto a ella, el Señor dentro de mí me advierte que debo tener cuidado. Inmediatamente le pido al Señor que me limpie, y empiezo a declarar lo maravillosa que es la iglesia. Aunque la iglesia me cause algunos problemas, yo sigo amándola. Cuanto más hablo de esta manera positiva, más me encuentro bajo la bendición de Dios.
¿Cuál es la palabra correcta acerca de la iglesia: la de usted o la del Señor? En la eternidad, la palabra del Señor resultará ser correcta, pues en la eternidad la iglesia será maravillosa, gloriosa, y trascendente. Todas las acusaciones del enemigo acerca de la iglesia son mentiras. Decir que la iglesia es deplorable o que está muerta es declarar una mentira diabólica. La situación aparente de la iglesia es una mentira. Es una mentira decir que la iglesia está fría o muerta o deplorable. La iglesia es elevada y muy viviente. Le doy gracias al hermano Nee por su palabra firme acerca de la profecía de Balam. Esa palabra cambió radicalmente mi concepto acerca del estado actual de la iglesia. Desde el tiempo en que recibí esa palabra, he visto a la iglesia de una manera completamente distinta.
No vea más allá de lo que el Señor ve. Según la palabra de Balam en Números, el Señor no vio iniquidad en Jacob. Entonces, ¿cómo puede verla usted? ¿Acaso es usted más sabio o más perceptivo que Dios? La Biblia declara que el Señor no contempla perversidad en Israel, pero usted pretende ver perversidad en la iglesia. ¿Qué prefiere creer usted: la visión del Señor o la de usted? Si nos ponemos al lado de la estimación que tiene el Señor por la iglesia, eso nos impedirá perder la bendición y caer en la maldición. Que todos prestemos atención a la manera de considerar a la iglesia.
Los hijos de Israel pudieron ser una zarza corporativa porque habían sido transformados y edificados. Dios creyó eso, y debemos estar de acuerdo con El.
El tabernáculo representaba a los hijos de Israel como la morada de Dios. No considere usted al tabernáculo como algo aparte de los hijos de Israel. En realidad, los hijos de Israel eran los que constituían la morada de Dios. El tabernáculo era simplemente un símbolo.
Cuando hablo con los hermanos responsables acerca de la iglesia de un modo negativo, lo lamento más adelante. Antes de pronunciar estas palabras, me encuentro en los lugares celestiales, pero después, pierdo mi paz. Si procuro disculparme al decir que no estaba condenando a la iglesia, sino simplemente diciendo los hechos, me quedo aún más molesto. Cuanto más me disculpo, más estoy bajo condenación. Por consiguiente, puedo testificar a través de mi experiencia que tocar a la iglesia no es un asunto fácil. Cuando la tocamos, debemos hacerlo de una manera positiva. Entonces recibiremos la bendición.
El Antiguo Testamento revela que Dios venía a menudo a reprender y reprobar a los hijos de Israel. Pero cuando los gentiles atacaron al pueblo de Dios, tarde o temprano sufrieron pérdidas. A los ojos de Dios, los hijos de Israel eran redimidos, santificados, transformados, edificados, y Dios tenía Su morada entre ellos. Todos debemos ver esto y creerlo.
En el mismo principio, debemos creer que la iglesia hoy es maravillosa. Tenga cuidado con su vista natural. Si Dios no ve iniquidad ni perversidad en la iglesia, entonces ¿cómo puede verla usted? Cuando Dios es misericordioso, El abunda en misericordia. Los israelitas tenían muchas iniquidades, pero Dios pudo decir que El no contemplaba iniquidad en Israel. Pasa lo mismo con la iglesia hoy. Así como los hijos de Israel, la iglesia es una zarza corporativa.
Según nuestra naturaleza humana, nosotros en la iglesia tenemos muchas debilidades, faltas, errores, y fracasos. No obstante, debemos agradecer al Señor porque como iglesia hemos sido transformados y edificados. Dios no solamente está de acuerdo con eso, sino que el enemigo de Dios, Satanás, debe reconocerlo.
Como zarza corporativa, la iglesia está transformada, pero sigue siendo una zarza; no puede cambiar. ¿Cómo podemos decir que algo es transformado sin ser cambiado? Analice la zarza ardiente en Exodo 3: el fuego ardía dentro de ella y sobre ella, pero la zarza no fue cambiada. No obstante, fue transformada mediante el fuego ardiente.
Algunos se preguntarán qué base tenemos para afirmar que somos el recobro del Señor. Reconocemos que tenemos muchas espinas, tal vez más espinas que otras “zarzas”. Pero a pesar de estar llenos de espinas, no podemos negar que el fuego divino está ardiendo dentro de nosotros. Quizá otras “zarzas” tengan menos espinas, pero no tienen el fuego. Por tanto, la señal del recobro del Señor es este fuego. Lo que hace que la zarza corporativa en el recobro del Señor sea distinta de todas las demás zarzas es el hecho de que la llama de fuego arde. Sólo esta zarza está ardiendo.
Después de ser erigido, el tabernáculo estaba lleno de la gloria del Señor (40:34-35). Por la noche, la columna de gloria tenía la apariencia de fuego (Nm. 9:15-16). El fuego ardiendo sobre el tabernáculo significaba que el pueblo de Israel era una zarza corporativa y ardiente.
Los ojos humanos fácilmente pueden ver defectos en la iglesia. En particular, esos ojos están fijados sobre los ancianos, los que llevan la responsabilidad. En cuanto un hermano llega a ser anciano, él está sujeto a las críticas de muchos santos cuyos ojos rápidamente detectan cualquier deficiencia. No obstante, Dios no tiene esta clase de ojos. Recuerde la palabra de Balam: “El no contempló iniquidad en Jacob, ni vio perversidad en Israel”. Mientras Balam profetizaba, parece que Dios estaba diciendo: “Los hijos de Israel son muy agradables a Mi vista. Ellos son Mi morada”. Si alguien hubiera dicho que los israelitas eran solamente una zarza, Dios habría contestado que para El no eran una simple zarza, sino un pueblo transformado y edificado para ser Su morada.
Cuando Moisés habló de Dios como de Aquel que moraba en la zarza, es difícil saber si se refería a la zarza actual que había visto cuarenta años antes o a sí mismo y a los hijos de Israel respectivamente como zarza individual y corporativa. Creo que Su palabra incluye todo eso. Por una parte, seguimos siendo una zarza; por otra, mediante la redención, santificación, transformación, y edificación, somos la morada de Dios. ¡Aleluya, hoy en día Dios tiene una morada en la tierra! Satanás podría decir a Dios: “Tu pueblo no es más que una zarza”. Pero Dios contestaría: “Satanás, retírate de Mí. ¿Acaso no sabes que este pueblo ha sido redimido, santificado, y transformado? También han sido edificados y ahora son uno. Por consiguiente, estoy morando entre ellos. Tú dices que ellos son una zarza, pero declaro que ellos son Mi morada”.
La iglesia hoy es la morada de Dios. Usted pensará que la iglesia no es agradable; sin embargo para Dios sí lo es. Usted criticará a la iglesia por sus carencias, pero Dios afirma que El no ve ninguna iniquidad en Su pueblo. Acerca de Su pueblo, Dios dice: “No encuentro ninguna falla en ellos. Estoy en medio de ellos, son Mi morada sobre la tierra”. Esta es la iglesia como zarza corporativa.
El Dios que estaba en la zarza, Aquel que llamó a Moisés, era el Dios de resurrección. Esto queda demostrado por la palabra del Señor a los saduceos en Marcos 12:18-27. Mientras los saduceos discutían con El acerca de la resurrección, el Señor dijo: “Pero respecto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo le habló Dios, diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. Aquí el Señor dirigió a los incrédulos saduceos a las Escrituras, a la sección acerca de la zarza. El título: “El Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob” implica el Dios de resurrección. Abraham, Isaac, y Jacob murieron. Si Dios fuese el Dios de Abraham, Isaac y Jacob y no hubiera resurrección, entonces Dios sería el Dios de los muertos. Pero Dios no es el Dios de los muertos, sino el Dios de los vivos, el Dios de resurrección.
El hecho de que el Dios de resurrección moraba en la zarza indica que ser una zarza corporativa como morada de Dios hoy en día es un asunto totalmente en resurrección. Aquel que es santo nos puede visitar y puede morar entre nosotros porque El está en resurrección. El es el Dios de resurrección, y nosotros, Su pueblo, estamos en resurrección.
Como aquellos que viven conforme a la carne, tal vez nos resulte difícil creer o darnos cuenta que estamos en resurrección. Si yo le preguntara a usted si está en la vida natural o en la vida de resurrección, es probable que usted contestaría, que en la mayor parte del tiempo, usted está en la vida natural. Sin embargo, si usted dice eso, no tiene fe. Debemos ser fuertes en la fe y declarar que estamos en resurrección porque nuestro Dios no es el Dios de los muertos sino el Dios de los vivos. En mi mismo, estoy en la carne y en la vida natural, pero en mi Dios, estoy en resurrección. Hoy disfrutamos a Dios como el Dios de resurrección. En resurrección El es el gran Yo soy. Todos debemos afirmar en fe que estamos en resurrección. Cuanto más hablemos de esto en fe, más se convertirá esto en nuestra experiencia.
Lo que decimos es lo que experimentamos. Si afirmamos que estamos en la carne, entonces estaremos en la carne. Pero si afirmamos que estamos en resurrección, entonces estaremos en resurrección. Puesto que el Dios que mora en nosotros es el Dios de resurrección, tenemos una base para declarar que estamos en resurrección. Aquí en resurrección, la zarza puede ser bendecida para ser la morada de Dios.
Nos damos cuenta de que en el mejor de los casos, no somos más que una zarza. No obstante, el gran Yo soy, el Dios de resurrección, el Dios de Abraham, de Isaac, y de Jacob, mora dentro de nosotros y le disfrutamos. Individualmente somos una zarza y en conjunto somos una zarza corporativa ardiendo con el Dios de resurrección. Este es un cuadro de la vida de iglesia hoy en día.