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Mensaje 77

La promulgacion del pacto

(2)

  Lectura bíblica: Éx. 24:1-8; He. 9:18-20, 22; Jer. 31:33-34; Ez. 36:25-29a

  Este mensaje da continuación al anterior acerca de la promulgación del pacto. Ya vimos que cuando Moisés promulgó el pacto, él construyó un altar y también doce pilares. El altar indica que debemos ser redimidos, aniquilados y reemplazados. Las columnas significan que debemos ser un testimonio viviente de Dios, un reflejo de lo que El es.

III. CON LOS HOLOCAUSTOS Y SACRIFICIOS DE PAZ

  Exodo 24:5 dice: “Y envió jóvenes de los hijos de Israel, los cuales ofrecieron holocaustos y becerros como sacrificios de paz a Jehová”. No es difícil entender el significado de estas ofrendas. El holocausto servía para satisfacer a Dios. Fuimos creados por Dios para Su satisfacción. No obstante, debido a la caída, el hombre fracasó y no puede satisfacer a Dios. Finalmente, Cristo vino como el segundo hombre y satisfizo totalmente a Dios. Por consiguiente, El fue el holocausto que satisfizo a Dios.

  Después de que Dios fue satisfecho por el holocausto, había paz entre Dios y el hombre. Esta paz proviene del sacrificio de paz. Cuando el hombre y Dios disfrutan juntos a Cristo, hay una satisfacción y una paz mutua. Primero Cristo fue el holocausto ofrecido a Dios para satisfacerle, y luego el sacrificio de paz para hacer la paz entre el hombre y Dios. Finalmente, Cristo llegó a ser una fiesta para Dios y el hombre a fin de que se disfrutasen mutuamente. Este es el Cristo que nos redimió, nos aniquiló y que ahora nos está reemplazando. Cuanto más somos reemplazados por Cristo en nuestra experiencia, más llegamos a ser el holocausto, el sacrificio de paz. Día tras día, satisfacemos a Dios y disfrutamos de paz con El mientras celebramos y disfrutamos a Cristo con Dios.

  No podemos satisfacer a Dios, tener paz con El, ni disfrutar de Cristo con El, por nuestros propios esfuerzos por obedecer la ley. Repito que Dios no dio la ley a Su pueblo con la intención de que la observaran. La intención de Dios es que el pueblo sea reemplazado por Cristo y llegue a ser un reflejo de Dios. Esta es la economía de Dios. Le damos gracias porque en el recobro esto nos ha sido aclarado.

  Según el concepto natural, el Dios todopoderoso, Creador, santo, nos ha dado la ley para que la obedezcamos. Este concepto religioso está muy propagado entre los cristianos contemporáneos, pero está muy alejado de la economía de Dios. Nosotros en el recobro todavía podemos estar incoscientemente bajo la influencia de este concepto. Después de escuchar un mensaje podemos orar: “Señor, he decidido vivir conforme a este mensaje. Por favor ayúdame a llevar a cabo mi decisión”. Esta clase de oraciones nos deja ver que todavía estamos bajo la influencia del concepto natural y religioso. Toma mucho tiempo liberarnos de esta influencia. Cuando leemos cierto requisito bíblico, nos resulta fácil decidir que queremos cumplir este requisito nosotros mismos. Así como los hijos de Israel en el monte Sinaí, prometemos al Señor que haremos todo lo que El dice. No obstante, si somos iluminados por el Señor, ya no trataremos de hacer lo que El requiere. Por el contrario, oraremos: “Señor, ten misericordia de mí, pues no puedo hacer lo que Tú exiges. Señor, Te alabo porque Tú me redimiste y me aniquilaste y Tú me estás reemplazando contigo mismo y estás haciendo de mí Tu reflejo”.

  ¡Alabado sea el Señor porque tenemos la cruz que nos aniquila y Cristo que nos reemplaza! Cristo es nuestro holocausto y nuestro sacrificio de paz. Mientras lo experimentamos a El, El hace de nosotros un holocausto viviente y un sacrificio de paz viviente. Esto no se debe a que obedecemos la ley, sino por nuestra experiencia del altar y del sacrificio, de la cruz que aniquila y reemplaza para que lleguemos a ser el testimonio de Dios. Si experimentamos a Cristo y la cruz de esta manera, no sólo tendremos el altar y los sacrificios, sino también las doce columnas. ¡Aleluya por la maravillosa redención de Cristo y Su reemplazo que puede transformar a pecadores caídos y corruptos en columnas!

  No trate de cumplir la ley de Dios. Cristo lo ha redimido, y ahora El lo está reemplazando, reconstituyéndole y arreglándole nuevamente para hacer de usted un testimonio viviente de Dios, Su reflejo. Si usted camina conforme al Espíritu y pone su mente en el Espíritu, automáticamente los justos requisitos de la ley serán cumplidos en usted y llegará a ser un testimonio de Dios.

IV. POR LA SANGRE

  Exodo 24:6 dice: “Y Moisés tomó la mitad de la sangre, y la puso en tazones, y esparció la otra mitad de la sangre sobre el altar”. Esta sangre servía para la redención. Somos pecaminosos, caídos y corruptos, pero tenemos la sangre que nos redime y perdona nuestros pecados. Hebreos 9:22 declara: “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no hay perdón”.

  En Exodo 24, la sangre le recordaba al pueblo la sangre del cordero pascual. Casi un año después de la promulgación del pacto en el monte Sinaí, los hijos de Israel pusieron la sangre del cordero en los postes de sus casas.

  Moisés roció la sangre sobre “el mismo libro del pacto y también (sobre) todo el pueblo” (He. 9:19) y dijo: “Esta es la sangre del pacto que Dios os ha mandado”, como indicación de que los hijos de Israel eran pecaminosos y necesitaban la cubierta de la sangre. Esta sangre venía de los sacrificios, los cuales tipifican a Cristo. Por consiguiente, Primera de Pedro 1:18-19 afirma que fuimos redimidos con la sangre preciosa de Cristo.

  El Antiguo Testamento nosólo revela el pacto promulgado en 24:1-8, sino que también profetiza un nuevo pacto. Jeremías 31:33 dice: “Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: daré Mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón”. En Ezequiel 36:26 y 27, el Señor hizo esta promesa: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra”. Estas profecías indican que Dios haría otro pacto con Su pueblo, el cual completaría el primer pacto. En Jeremías 31.33, Dios prometió escribir Su ley en los corazones de Su pueblo. En Ezequiel 36, El prometió cambiar la naturaleza de ellos dándoles un nuevo corazón y regenerándoles al poner un nuevo espíritu y también Su espíritu dentro de ellos. Que la ley esté escrita en nuestro ser interior significa que somos regenerados, que recibimos una nueva naturaleza, y que el Espíritu de Dios está dentro de nosotros. Como lo indica la promulgación del pacto, el resultado es que somos reemplazados por Cristo y vivimos espontáneamente en conformidad con el justo requisito de la ley de Dios. En lugar de intentar guardar la ley, seremos un reflejo viviente de la ley.

  Ya vimos que el pueblo de Dios debía ser redimido, aniquilado y sustituído para ser Su testimonio y reflejo viviente. Según Ezequiel 36, esto proviene de un cambio interior profundo, de recibir un nuevo corazón, un nuevo espíritu y el Espíritu divino.

  Todos estos asuntos tienen su complemento en el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento revela la cruz de Cristo por medio de la cual somos redimidos, aniquilados y sustituídos. El Nuevo Testamento revela también que nosotros, los creyentes en Cristo, tenemos una nueva naturaleza, fuimos regenerados para recibir un nuevo espíritu, y el espíritu divino, Dios mismo, mora en nuestro espíritu. Ahora si caminamos conforme al espíritu mezclado, el Espíritu divino mezclado con nuestro espíritu, llevaremos una vida que es el reflejo de Dios. Todo esto es posible porque tenemos la sangre preciosa de Cristo que nos lava de nuestros pecados.

V. LA IGNORANCIA DE LOS HIJOS DE ISRAEL

  Exodo 24 expone la ignorancia de los hijos de Israel. El versículo 3 dice: “Y Moisés escribió todas las palabras de Jehová, y levantandose de mañana edificó un altar al pie del monte, y doce columnas, según las doce tribus de Israel”. El pueblo habló de una manera insensata no sólo una vez, sino dos. El versículo 7 afirma que después de que Moisés “tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo”, ellos dijeron: “haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos”. Esto demuestra que estaban ciegos espiritualmente. En su condición caída y natural, no vieron lo que era Dios y no se conocían a sí mismos. Tenían una confianza insensata en ellos. Sin revelación ni visión, muchos cristianos contemporáneos son idénticos a los hijos de Israel en este aspecto. Nosotros también podemos estar bajo la influencia del concepto religioso y pensar que podemos obedecer la ley de Dios. Todos necesitamos el altar, las columnas, los sacrificios y la sangre. Debemos aplicar la sangre y ser reemplazados por Cristo para convertirnos en un reflejo de Dios.

  Exodo 24:1-8 es un cuadro de la economía de Dios. Según este cuadro, no debemos ser los observadores de la ley. Por el contrario, debemos ser aniquilados y reemplazados para ser pilares como testimonio viviente de Dios, un reflejo de El en Cristo. Debemos dejar de hablarle a Dios de una manera insensata, prometiendo hacer todo lo que El diga. Pronunciar este juramento o promesa a Dios equivale a hablar de una manera natural. Simplemente no tenemos el medio de cumplir esta promesa. Nuestras vidas están llenas de fracasos y fallas. ¿Qué base tiene usted para prometerle a Dios que cumpliría Sus requisitos? Necesitamos la redención, el aniquilamiento, el reemplazo, y la reconstitución. En lugar de hacer promesas ridículas, debemos orar: “Señor, no tengo nada y no puedo hacer nada. Pero contigo hay posibilidad de ser redimidos, aniquilados y reemplazados. Señor, al forjarte en mí, Tú puedes reconstituirme y hacer de mí una columna viviente como Tu testimonio”. Que todos veamos que Dios desea forjarse a Sí mismo dentro de nosotros y en reconstituirnos consigo mismo para que seamos Su testimonio. Este es el significado del altar, las columnas, los sacrificios, la sangre y la conversación insensata de los hijos de Israel en Exodo 24.

  La religión instruye a la gente a adorar a Dios y a obedecer sus mandamientos. El judaísmo, el catolicismo y el protestantismo tienen este énfasis. No obstante, este énfasis se conforma al concepto natural del hombre. Bajo la influencia de este concepto, podemos hacer todo lo posible por guardar las leyes de Dios y ser aprobados por El y complacerle. Podemos pensar que Dios dio la ley a Su pueblo para que al obedecer a la ley pudiese mantener una buena relación con El. Este concepto es natural y religioso, totalmente contrario a la intención de Dios en Su economía.

  Ya dijimos que la manera usada por Moisés para promulgar la ley era muy distinta de lo que podíamos esperar de manera común. En lugar de pedirle al pueblo que sea fiel y que observe la ley, Moisés promulgó el pacto por medio del altar, las columnas, los sacrificios y la sangre. Al promulgar el pacto de esta manera, Moisés parecía decir al pueblo que a pesar de la condición pecaminosa y corrupta de ellos, sin ninguna esperanza en su condición caída, Dios haría de ellos columnas que fuesen Su testimonio. Como hemos recalcado continuamente, esto sólo puede producirse por medio de la cruz de Cristo, por Su sangre, y por El mismo. Por la cruz, somos redimidos y aniquilados, por la sangre, somos lavados de nuestros pecados, y por Cristo somos reemplazados, reconstituídos, y arreglados nuevamente. Mientras estamos en proceso de ser reemplazados por Cristo, a menudo le fallamos al Señor. No obstante, tenemos la sangre que nos limpia.

  El Señor está obrando para aniquilarnos y reemplazarnos a fin de hacer de nosotros columnas, el reflejo de Dios en Cristo. El hecho de ser este pilar equivale a magnificar a Cristo en nuestro vivir diario.

  Esta es la economía de Dios. Si vemos la manera en que la promulgación del viejo pacto describe la economía de Dios, nos volveremos del concepto natural y religioso al concepto de Dios y a Su intención en Su economía.

  En los Diez Mandamientos, no vemos la redención, el aniquilamiento, ni el reemplazo. Tampoco vemos la sangre redentora, el altar, y los sacrificios. Por supuesto, el altar y los sacrificios están mencionados más adelante. Aunque la ley no describe la economía de Dios, la promulgación de la ley describe efectivamente la economía de Dios. Además, en Jeremías 31 y Ezequiel 36, leemos algo acerca de otro pacto. Estos capítulos nos muestran que Dios inscribirá sus leyes dentro de nuestro ser, cambiará nuestro corazón, regenerará nuestro espíritu, y pondrá Su espíritu dentro de nosotros para reemplazarnos, y El también nos perdonará y nos limpiará. Jeremías 31:34 dice: “Perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado”. Ezequiel 36:25 declara: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré”. Estos versículos indican que Dios nos lavará, limpiará y perdonará. Por tanto, no nos deben desanimar nuestros fracasos, pecaminosidad e impureza.

  No obstante, el punto principal acerca de la promulgación del pacto no es que somos perdonados o limpiados, sino que la naturaleza de Dios está puesta dentro de nosotros como ley de vida. Así como la ley de pecado es la naturaleza de Satanás, también la ley de vida es la naturaleza de Dios. Al inscribir Su naturaleza dentro de nosotros como ley de vida, Dios cambia nuestro corazón, regenera nuestro espíritu, y se imparte dentro de nosotros como el Espíritu. De esta manera, somos gradualmente reemplazados y reconstituídos para ser un testimonio viviente, un retrato vivo, de lo que Dios es. Esta es la manera de ser el reflejo de Dios.

  Mediante el ministerio de Pablo en el Nuevo Testamento, vemos que Dios desea reconstituirnos de Cristo y por tanto hacer de nosotros Su testimonio. Pedro afirma que somos participantes de la naturaleza divina (2 P. 1:4). Esta declaración es la más elevada del ministerio de Pedro, pero él no explica claramente que Cristo esté en nosotros o que Cristo sea forjado dentro de nosotros. Pablo es el apóstol que presenta los detalles de cómo somos aniquilados por la cruz y reemplazados por Cristo para ser un testimonio viviente de nuestro Dios. Que todos los santos vean esta revelación y experimenten la tremenda diferencia que efectúa en nuestra vida cristiana.

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