
Lectura bíblica: Mt. 15:21-28; 22:2; 1 Co. 10:21; 11:24-26; Ap. 19:9; Sal. 23:5; Jn. 6:63; 2 Co. 3:6; 1 Co. 15:45b; 2 Co. 3:17; 2 Ti. 3:16; Jn. 1:1; 4:24
Hemos hecho notar que el árbol de la vida, es decir, el asunto de la vida, es la verdadera semilla, la raíz misma, de todo lo relacionado con el propósito de Dios, especialmente en cuatro áreas principales. Primero, la vida interior es la semilla del reino de Dios. El reino de Dios es algo que crece y brota de la semilla de la vida interior. En segundo lugar, la vida de iglesia procede de la vida interior. En tercer lugar, el andar cristiano, o sea el vivir cristiano, también rebosa de la vida interior. El comportamiento cristiano, la conducta cristiana, no es algo de moralidad humana, sino de expresión divina. La vida divina está en nosotros, y vivimos por esta vida y la naturaleza divina. Entonces tendremos el rebosamiento de la vida divina. Por consiguiente, el comportamiento cristiano, el andar cristiano, es la expresión misma de la vida y la naturaleza divinas en nuestro interior y es el fruto del Espíritu Santo que mora en nosotros. No es algo humano. Debe de ser la divinidad mezclada con la humanidad. En cuarto lugar, la obra cristiana, o sea, el servicio o el ministerio cristiano, no es una actividad, sino un rebosamiento de la vida interior. Al alimentarnos del Señor Jesús, algo de El fluirá de nuestro ser para ser ministrado a otros.
Mateo 15:21-28 relata un encuentro que tuvo el Señor con una mujer cananea: “Saliendo Jesús de allí, se retiró a la región de Tiro y de Sidón. Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquellos confines clamaba, diciendo: ¡Ten misericordia de mí, Señor, Hijo de David! Mi hija sufre mucho estando endemoniada. Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose Sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, porque viene gritando detrás de nosotros. El respondiendo, dijo: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Pero ella vino y le adoró, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo El, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh mujer, grande es tu fe!; te sea hecho como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora”.
En este pasaje de las Escrituras el Señor se reveló a la mujer cananea como “el pan de los hijos”. La mujer cananea le consideró como el Señor, una persona divina, y también le reconoció como el hijo de David, un descendiente real, una persona grande y noble que había de reinar. Sin embargo, El se le reveló a ella como pedazos pequeños de pan, buenos para comer. Tal vez clamemos al Señor día a día, pidiéndole que haga cosas para nosotros sin darnos cuenta de que El es el pan de los hijos que podemos disfrutar, del cual podemos alimentarnos. Desde ahora en adelante espero que tengamos contacto con el Señor cada mañana dándonos cuenta de que El es el pan de los hijos. Tal vez seamos los perros gentiles pero “también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (v. 27). Como el rey celestial, el Señor reina sobre Su pueblo alimentándole consigo mismo como pan. Sólo cuando lo tomamos como nuestra comida podemos ser las personas apropiadas de Su reino. Comer a Cristo como nuestro suministro es la manera de ser el pueblo del reino en la realidad del reino.
Mateo 22:2 dice: “El reino de los cielos ha venido a ser semejante a un rey que hizo fiesta de bodas para su hijo”. La predicación correcta del evangelio es invitar a la gente a una fiesta de bodas. El Cristo inescrutablemente rico es un banquete preparado por Dios para ser el disfrute del hombre. El evangelio es una fiesta de bodas. Cuando predicamos el evangelio, llamando a la gente, invitándola, esto es como si les invitamos a un banquete, y no sólo a arrepentirse con lágrimas. El Señor posiblemente diría a estos pecadores lastimosos: “No lloréis, sino regocijaos. Venís a un banquete. Habéis venido para disfrutarme a Mí”. Los pecadores han venido para disfrutar el árbol de la vida. Tal vez hayamos sido salvos hace muchos años, pero es posible que no lo hayamos comprendido de esta manera. Cuando acudimos al Señor Jesús, vamos a disfrutarle como rico banquete. Vamos a participar de un banquete. El comienzo de la vida cristiana es el disfrute de una fiesta de bodas.
Después de ser salvos, día a día y semana tras semana participamos de la mesa. Dice en 1 Corintios 10:21: “No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios”. Después de ser salvos, tenemos que ir a la mesa del Señor continuamente, por lo menos una vez a la semana. Cada día del Señor nos acercamos a la mesa. Recordar al Señor de verdad es participar de El comiéndole y bebiéndole. Dice en 1 Corintios 11:24: “Y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Esto es Mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí”. Partimos el pan para poder comerlo (Mt. 26:26). Recordar al Señor de verdad es tomarle y comerle. No recordamos al Señor usando nuestra mente para pensar, considerar y meditar acerca del Señor; le recordamos ejercitando nuestro espíritu para alimentarnos de El. Dice a continuación 1 Corintios 11:25: “Esta copa es el nuevo pacto establecido en Mi sangre; haced esto todas las veces que la bebáis, en memoria de Mí”. De nuevo, recordar al Señor de verdad es comerle y beberle.
Al principio de la vida espiritual, llegamos a una fiesta de bodas. Luego, después de ser salvos, semana tras semana, tenemos que ir a una fiesta, un banquete, es decir, la mesa del Señor. En la mesa del Señor ejercitamos nuestro espíritu para comer y beber de El, una vez más testificando y proclamando a todo el universo que ésta es la manera en que vivimos por el Señor. Vivimos tomando a Cristo como nuestra comida y bebida. Vivimos comiéndole y bebiéndole. Esta es la verdadera memoria de El. La vida cristiana comenzó con una fiesta de bodas y continuará con la mesa del Señor hasta que El regrese (1 Co. 11:26).
Apocalipsis 19:9 dice: “Y me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero”. Este es el momento del regreso del Señor. Cuando El regrese, los creyentes vencedores disfrutarán la cena de las bodas del Cordero. En la cena de bodas, los creyentes disfrutarán una porción especial de Cristo. Una fiesta de bodas no consiste de comida ordinaria, sino de una porción especial. En aquel entonces el Señor mismo será una porción especial que podremos disfrutar.
La vida cristiana comienza con una fiesta de bodas, continúa con la mesa del Señor semana tras semana hasta que El venga, y cuando regrese, habrá una cena de bodas. Toda la vida cristiana, desde el principio hasta el fin, consiste en gozar de un banquete. ¿Disfrutamos nosotros al Señor todo el tiempo en nuestra vida cristiana? ¿Disfrutamos la vida cristiana como un banquete continuo? La vida cristiana es un rico banquete. Comienza con un banquete, continúa con un banquete y concluye con un banquete. Disfrutaremos al Señor como rico banquete por toda la eternidad.
En vez de disfrutar al Señor comiéndole todo el día, es posible que nos esforcemos. Aun en el campo de batalla, el Señor adereza una mesa delante de nosotros en presencia de nuestros enemigos (Sal. 23:5). Mientras peleamos, disfrutamos de un rico banquete. Si no sabemos comer, nunca podremos pelear de manera adecuada. Sólo los que saben disfrutar al Señor como rico banquete, saben cómo pelear por el Señor. La vida cristiana es una vida de gozo. En 1958 yo estaba en unas conferencias en Dinamarca. Un día el hermano encargado dijo: “Hermano Lee, ¿se preocupa usted? Me parece que siempre está feliz. ¿Acaso no tiene usted problemas?” Sí, yo tengo problemas, pero mi secreto es éste: yo soy un cristiano que siempre goza del banquete. En mí mismo debo ser triste, pero en El hay un rico banquete. Tratemos de ser cristianos que siempre gozan de un rico banquete, y no los que se esfuerzan.
Necesitamos ver que la vida cristiana es una vida de banquetes. Somos destinados y ordenados para disfrutar al Señor comiéndole. Cuando yo era joven, mi pastor me dijo que fuimos destinados por Dios para sufrir. Eso me asustó. Más tarde en mi vida cristiana descubrí que todos nosotros tenemos que pasar por sufrimientos, pero somos destinados y ordenados por Dios a disfrutarle como un rico banquete. El comienzo de la vida cristiana es un banquete, la continuación de la vida cristiana es la mesa, y la consumación es el banquete eterno. Que el Señor nos muestre Su gracia para que podamos empezar a disfrutarle como rico banquete día a día. ¡Venga a la mesa! ¡Venga y coma!
Ahora llegamos al punto práctico de cómo disfrutar este banquete. Según la revelación bíblica, el Señor es el Espíritu y la Palabra viva. Juan 6:63 y 2 Corintios 3:6 nos dice que el Espíritu es el que da vida. ¿Quién es este Espíritu? Dice en 1 Corintios 15:45b: “El postrer Adán [fue hecho] Espíritu vivificante” y 2 Corintios 3:17 dice: “El Señor es el Espíritu”. El Señor es el Espíritu que da vida, y este Espíritu vivificante es el Cristo encarnado, crucificado, resucitado y ascendido. Cristo, por medio de Su muerte y Su resurrección llegó a ser Espíritu vivificante. Como nuestro alimento, como nuestro banquete, Cristo es el Espíritu vivificante. Nuestro alimento es el Espíritu.
El Espíritu es abstracto así como el aire, pero la Palabra es concreta. En Juan 6:63 el Señor también dijo: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. En nuestro concepto siempre consideramos que la Palabra de Dios tiene que ver con el conocimiento y la enseñanza en las letras. Pero el Señor nos dice que Sus palabras son espíritu. La palabra del Señor es espíritu. Dice en 2 Timoteo 3:16 que “toda la Escritura es dada por el aliento de Dios”. Esto indica que las Escrituras, la Palabra de Dios, son el aliento de Dios. Por esto, Su Palabra es espíritu, pneuma, o aliento.
No debemos considerar que las Escrituras son meramente la letra. Las Escrituras son el aliento de vida. Las palabras que el Señor habló son espíritu porque el Señor mismo es el Espíritu. Así que, todo lo que sale de El como aliento, tiene que ser espíritu. Debemos cambiar nuestro concepto. La palabra no equivale al conocimiento sino al espíritu. Las palabras que el Señor nos habla son espíritu, no conocimiento, y toda Escritura es el aliento de Dios. El Señor mismo está en la Palabra, y El mismo es llamado el Verbo. En el principio era el Verbo, el Verbo era Dios (Jn. 1:1), y Dios es Espíritu (4:24). El Señor es el Verbo, y éste es el Espíritu.
Un periódico se compone de material escrito en blanco y negro, de letras solamente. Cuando leemos el periódico, debemos ejercitar nuestros ojos para leer y nuestra mente para entender. Pero no podemos tocar la Palabra de Dios de semejante manera ni siquiera intentarlo. La Palabra de Dios necesita que nuestros ojos la lean, pero no es para nuestros ojos. Es necesario que nuestra mente la entienda, pero no es para nuestra mente. Los ojos son miembros de nuestro cuerpo físico, y la mente es la parte principal del alma. Pero la Palabra es para nuestro espíritu, el cual debe recibirla y digerirla. Después de leer y entender la Palabra, debemos ejercitar nuestro espíritu para recibirla. La Palabra no tiene como fin que nuestros ojos la lean, ni que nuestra mente la entienda, sino que nuestro espíritu se alimente de ella. Si no ejercitamos nuestro espíritu mientras leemos la Palabra, por lo que a nosotros se refiere la Biblia se convertirá en el árbol del conocimiento y no el árbol de la vida. La misma Biblia puede ser un libro de conocimiento para una persona y un libro de vida para otra. Esto depende de cuál órgano usamos para tocarla.
Por lo menos siete años después de que recibí al Señor en mi juventud leí y estudié la Biblia sin darme cuenta de que necesitaba ejercitar mi espíritu para tocar al Señor en la Palabra. Nunca me ayudaron a entender que era necesario ejercitar mi espíritu para relacionarme con este libro espiritual. Nunca me lo enseñaron. Así que, cuanto más estudié este libro con mi mente solamente, más muerto estaba. Cuanto más estudié, más me llené de letras muertas, de conocimiento muerto. Tenemos que ejercitar nuestro espíritu para relacionarnos con esta Palabra viviente y para tocarla. Luego la Palabra se convierte en espíritu. Cuando llega a ser espíritu, se convierte en vida. Cuando se convierte en vida, llega a ser nuestro alimento, nuestro suministro de vida.
Cuando acudimos a la Palabra, debemos leerla con nuestros ojos y entenderla con nuestra mente, pero no debemos ejercitar la mente mucho. Ya ha sido usada demasiado. Aun cuando estamos dormidos, nuestra mente todavía está activa, pues soñamos. Si no entendemos algo cuando leemos la Palabra, no nos debe molestar. No obstante, después de entender algo, debemos ejercitar nuestro espíritu para tocar esa porción de la Palabra por medio de la oración. Inmediatamente tenemos que orar acerca de lo que entendemos y orar con lo que entendemos.
El Señor es la Palabra viviente, y la Biblia es la Palabra escrita. ¿Son la Palabra escrita y la Palabra viviente dos clases de palabras? Si consideramos que la Palabra escrita es algo diferente a la Palabra viviente, la Palabra escrita será conocimiento muerto. La Palabra escrita no puede separarse de la Palabra viviente, sino que debe ser una con la misma.
Muchas esposas conocen Efesios 5:22, donde dice: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor”. La mayoría de las esposas aprecian y respetan a los maridos de las demás; por lo tanto, el apóstol le exhorta a las esposas que estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor, sin considerar qué tipo de maridos son. ¿Cómo podría una esposa hacer que esta palabra escrita sea la Palabra viviente? Debemos darnos cuenta de que la sumisión que las casadas deben tener para con sus maridos es simplemente Cristo mismo. Las esposas deben estar sujetas a sus maridos, y esta sumisión es Cristo.
Después de leer esta palabra, debemos orar acerca de lo que entendemos. Una esposa no debe orar: “Señor, ayúdame a estar sujeta a mi propio marido”. El Señor nunca contesta una oración así. Debe orar: “Señor, yo sé que Tú eres esta vida de sumisión, esta misma sumisión. No sólo recibo esta palabra, sino que también te recibo a Ti. Señor, fórjate en mí como esta vida de sumisión. Fórjate en mí para ser mi verdadera sumisión. Te tomo a Ti como la realidad de esta palabra. Vengo a tocarte por medio de esta palabra y en ella”. Si una esposa ora de esta manera, disfrutará al Señor. Tal vez también ore: “Señor, no presto mucha atención a la cuestión de sumisión, pero presto toda mi atención a Ti. Quiero disfrutarte. Señor, te doy gracias porque eres tanto para mí. No sólo eres mi Salvador y mi Señor, sino también mi sumisión. Tú mismo eres la sumisión que tengo a mi propio marido. Voy a disfrutarte y tomarte como mi sumisión”.
Una esposa podría orar de manera equivocada: “Señor, Tú sabes que soy débil. Señor, ayúdame a estar sujeta a mi marido”. Después de orar así, se esforzará. Tendrá miedo de cometer un error con su marido y estará alerta todo el tiempo para estar sujeta. Esto en realidad es luchar, y no es gozar de un banquete. En la mañana, la esposa tal vez se esfuerce por estar sujeta y tenga bastante éxito, pero en la tarde fracasará. Experimentará luchas y fracasos. Luego tal vez se sienta avergonzada y no pueda orar. Quizás después de dos días regrese al Señor y se arrepienta, diciendo: “Señor, perdóname. Fracasé. Señor, por Tu misericordia y gracia, vuelvo a tomar la decisión de estar sujeta a mi marido. Señor, Tú sabes cuán débil soy. Señor, ayúdame”. Después de esta oración, se esforzará más y de nuevo fracasará.
Si usted aprende a ponerse en contacto con el Señor de manera correcta, no será usted quien se someta, sino el Señor. “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Ya no vivo yo mas vive Cristo como la vida de sumisión. No es necesario que yo me esfuerce ni luche, simplemente necesito comer al Señor. Después de que oremos correctamente para tocar al Señor y disfrutarle como nuestra vida de sumisión, le cantaremos aleluyas y alabanzas al Señor. Tal vez declaremos: “¡Aleluya! Estoy en el Señor y en los cielos!” No es necesario que tomemos la decisión de someternos. Hay una gracia interna que nos ministra esta sumisión cuando sea necesario. Espontánea y voluntariamente nos someteremos con gozo, con alegría y con regocijo. Sin darnos cuenta nos someteremos. Después de orar de la manera correcta, no hay tensión. La esposa no prestará atención a la sumisión, pero sí apreciará y valorará mucho a su Señor Cristo. Después de un tiempo así con el Señor, su cara resplandecerá.
Tenemos que tratar con cada versículo de la Biblia de esta forma. Lo leemos con nuestros ojos, lo entendemos espontáneamente con nuestra mente y nos relacionamos con el versículo ejercitando el espíritu para traducir o convertir la Palabra escrita en la Palabra viviente, la cual es Cristo mismo. Nunca ore de tal modo que pida al Señor que le ayude a hacer algo. Esto está mal. Al contrario, siempre tómele como el cumplimiento de Su palabra. Supongamos que leemos Juan 15:12, donde dice que debemos amarnos unos a otros. No ore usted: “Señor, tengo que amar a mi hermano. Pero Señor, Tú sabes que soy débil. Señor, ayúdame a amar”. Después de esta oración, tomará la decisión de amar a los hermanos y será expuesto y verá el fracaso. Debe esperar nada más que el fracaso. Es posible que tenga éxito por un rato, pero con el tiempo fracasará. Aun si tuviera éxito, no significaría nada ni tendría ningún valor.
Cuando leemos las palabras: “Amaos unos a otros”, tenemos que acudir al Señor con la palabra ejercitando nuestro espíritu para orar: “Señor, Tú eres el amor con el cual puedo amar a mi hermano. Simplemente te abro mi ser. Señor, entra y lléname contigo como el amor con el cual debo amar a mi hermano. Tú eres la vida que ama”. Con el tiempo cambiaremos nuestra oración en alabanzas: “Señor, te alabo. No sólo eres mi vida, sino también mi amor”. Por lo tanto, amar a nuestro hermano no es una carga sino un banquete. No es un sufrimiento sino un gozo. Disfrutamos al Señor cuando El ama al hermano a través de nosotros. No es necesario que tomemos la decisión de amar a otros. Simplemente necesitamos disfrutar al Señor y El amará a los demás a través de nosotros. Amaremos mucho, pero sin darnos cuenta.
Debemos tocar y recibir la palabra de la Biblia de esta manera. Entonces nos alimentaremos del Señor y le comeremos de verdad mediante la lectura de la Palabra. Así, la Palabra escrita llega a ser la Palabra viviente, es decir, Cristo mismo. Cristo y la Biblia serán una sola entidad. Necesitamos probar y ver. Debemos ayudar a los hermanos y hermanas a tocar la palabra del Señor de esta manera. Por la misericordia del Señor, necesitamos conservar la Biblia como un libro de vida, el árbol de la vida, no como el árbol del conocimiento. El conocimiento envanece (1 Co. 8:1). Cuanto más los cristianos aprendan de la Biblia, más envanecidos llegarán a ser. Adquieren el conocimiento sólo para condenar y criticar a otros. Demasiado conocimiento en las letras muertas da por resultado el orgullo. No haga de este libro viviente un libro de letras muertas. Pablo dijo que la letra mata (2 Co. 3:6), lo cual significa que la letra de la Biblia mata. No debemos tomar la Biblia como algo de la letra. Debemos tomar la Palabra como algo en vida y en el espíritu. Que todos gustemos y veamos lo bueno que es el Señor.
Debemos cambiar nuestra manera de leer este libro. Siempre recordemos que debemos leer la Palabra con nuestros ojos, entenderla con nuestra mente y recibirla y alimentarnos de ella con nuestro espíritu por medio de la oración. Entonces día a día seremos alimentados. Diariamente la Palabra viviente llegará a ser una con la Palabra escrita, y día a día cuando recibamos algo de la Palabra escrita, llegará a ser el Espíritu. Delante de nosotros es la Palabra, pero llegará a ser el Espíritu dentro de nosotros. Cuando llega a ser el Espíritu, se convierte en vida. Las palabras que el Señor nos habla son espíritu y vida. Cuando la Palabra llega a ser el Espíritu, es vida, y cuando llega a ser vida, es el suministro de vida, el alimento, que nos nutre.
Es menester que dediquemos algún tiempo diariamente para sentarnos a la mesa y disfrutar al Señor como rico banquete, para comer del Señor. Entonces seremos fortalecidos, refrescados y alimentados. De este modo, creceremos en vida. No creceremos en el conocimiento muerto, sino en vida, en espíritu y con la estatura de Cristo. El Señor es el árbol de la vida. El se nos presentó en la forma de alimento, y no sólo está en la Palabra, sino que también es la Palabra. Podemos tocarle usando nuestros ojos para leer la Palabra, nuestra mente para entenderla y nuestro espíritu para digerirla, recibirla e ingerirla. Tenemos que tocar cada porción de la Palabra ejercitando nuestro espíritu. Entonces la Palabra llegará a ser viviente y se convertirá en espíritu y vida. Entonces es nuestro alimento. Día a día tenemos que disfrutar al Señor de esta manera. Que el Señor nos introduzca en esta práctica vital.