
Hemos visto que después de que Dios creó al hombre, lo puso delante del árbol de la vida. Dios tenía la intención de que el hombre participara del árbol de la vida, el cual simboliza a Dios en Cristo por medio del Espíritu Santo como vida para nosotros en forma de alimento. No obstante, el hombre no tuvo contacto con el árbol de la vida, porque el enemigo de Dios, Satanás, intervino para seducir al hombre y así apartarle del árbol de la vida engañándole con otra fuente, el árbol del conocimiento. Junto con el árbol del conocimiento encontramos no sólo el mal sino también el bien. Es el árbol del conocimiento del bien y del mal y da por resultado la muerte. El hombre fue seducido, tentado, a participar de este árbol, y así cayó.
Después de que el hombre cayó, lo primero que hizo Dios por el hombre fue proveerle un sacrificio. Adán disfrutó y participó de ese sacrificio (Gn. 3:21). Abel, después de Adán, participó del mismo sacrificio (4:4). Noé construyó un altar y ofreció en él sacrificios (8:20). Más tarde, Abraham siguió los mismos pasos: construyó un altar y ofreció un sacrificio (12:7-8). Isaac (26:24-25) y Jacob (35:1, 7) también siguieron los pasos de sus antepasados construyendo un altar y ofreciendo sacrificios. El cordero Pascual fue el primer aspecto principal de Cristo disfrutado por los hijos de Israel (Ex. 12:3-7). De Adán a los hijos de Israel, los que fueron escogidos o elegidos por Dios, disfrutaron el mismo sacrifico.
A partir de Exodo 12 los hijos de Israel empezaron a disfrutar el cordero, el cual tipifica a Cristo. Cristo mismo es el Cordero de Dios, sacrificio único en su género, que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29). El cordero mencionado en Exodo 12 tiene dos aspectos: la sangre que redime externamente y la carne que alimenta interiormente. La sangre constituye el aspecto redentor del cordero, y la carne, el aspecto alimentador del cordero. Mediante Cristo, el Cordero de Dios, fuimos llevados de nuevo a disfrutarle como el árbol de la vida. Con el sacrificio del cordero pascual, los hijos de Israel disfrutaron el pan sin levadura y las hierbas amargas (12:8). Luego experimentaron la columna de nube durante el día y la columna de fuego durante la noche (13:21-22), el maná celestial (16:31), y el agua viva que fluyó de la roca hendida (17:6). Finalmente, disfrutaron todas las ofrendas (Lv. 6:8—7:34), el sacerdocio (Ex. 40:13-15), el tabernáculo (Ex. 25:9), todas las riquezas de la buena tierra (Dt.8:7-10) y, por último, disfrutaron de manera más completa a Cristo como el templo (1 R. 7:51). El cordero pascual, el pan sin levadura, las hierbas amargas, el maná celestial, el agua viva, las diferentes clases de ofrendas, y el rico producto de la buena tierra constituyen diferentes aspectos del árbol de la vida. Recordemos que todo el Antiguo Testamento nos habla de una sola cosa: Dios primero se presentó a Sí mismo como el árbol de la vida para que participáramos de El como alimento y le disfrutáramos como nuestra vida y nuestro todo. Después de que el hombre cayó, Dios le proveyó al hombre del cordero para que pudiese ser redimido, y finalmente Dios mismo llegó a ser el templo para el hombre.
Un día el Dios Triuno, quien es la realidad del árbol de la vida y de todas las otras cosas positivas del Antiguo Testamento, se hizo hombre. El se encarnó. El Evangelio de Juan nos dice que en el principio era el Verbo, el Verbo era Dios, y el Verbo se hizo carne (1:1, 14). Juan 1:29 nos dice que éste es el Cordero de Dios. En Juan 2 el Señor revela que El es el templo (vs. 20-22).
En el salmo 23 primero disfrutamos al Señor como el pasto viviente (v. 2), y finalmente le disfrutamos como el templo. El salmista dice: “En la casa de Jehová moraré por largos días” (23:6). El templo no solamente es la morada de Dios, sino también la de nosotros, los que buscamos más a Dios. En Juan 15 el Señor Jesús nos dijo que debemos permanecer en El; luego El permanecerá en nosotros (vs. 4-5). Llegamos a ser una morada para El, y El se convierte en morada para nosotros. Esta es una morada mutua. El es nuestra morada, nuestra habitación, nuestro templo (Ap. 21:22). En Juan 14 el Señor nos dijo que en la casa de Su Padre había muchas moradas (v. 2). El Señor es nuestra morada, nosotros somos las Suyas. Esta morada mutua indica la mezcla del Señor como Espíritu (2 Co. 3:17) con nosotros en nuestro espíritu. “El que se une al Señor, es un solo espíritu con El” (1 Co. 6:17). El Espíritu divino y el espíritu humano se mezclan juntos como un solo espíritu, y esta mezcla es la morada mutua. Somos la morada de Dios, y El es nuestra morada; El y nosotros somos mezclados.
Debemos volver a leer el Evangelio de Juan para descubrir todo lo que es el Señor Jesús para con nosotros. Juan nos dice que el Verbo, quien era Dios, se hizo un hombre de carne. ¿Quién es este Cristo? Este Cristo es el mismo Dios encarnado para ser un hombre. El es el Dios completo y el hombre perfecto, el Dios-hombre. Isaías 9:6 dice: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. Cristo como el propio Dios encarnado para ser un hombre nos era un niño nacido, un hijo dado. El Evangelio de Juan nos dice claramente que Cristo es el verdadero Hijo de Dios, pero Isaías 9:6 no sólo nos dice que un niño nos es nacido cuyo nombre es Dios fuerte, sino que también nos dice que un hijo nos es dado cuyo nombre es Padre eterno.
En Juan 14 Felipe le pidió al Señor Jesús que les mostrara a los discípulos el Padre, y luego estarían satisfechos. Jesús le respondió a Felipe: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí?” (vs. 9-10). El Padre está en el Hijo, y el Hijo es la propia expresión del Padre. No se puede separar al Hijo del Padre.
Debido a los límites de nuestro lenguaje humano con respecto a describir el misterio de la Trinidad Divina, podemos decir que el Hijo y el Padre son dos personas de la Deidad, pero no podemos decir que son dos personas separadas. Son dos personas en una sola realidad. Nunca podemos separar al Hijo del Padre. Si usted no tiene al Hijo, no tiene al Padre (1 Jn. 2:23). Si tiene al Hijo, tiene al Padre porque el Padre está en el Hijo, y el Hijo es la verdadera expresión, la propia corporificación, y la pura realidad del Padre. En Juan 10:30 el Señor Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos”.
Juan 14 revela que el Hijo es el Padre y luega revela que el Hijo es el Espíritu. El Señor les dice a los discípulos que El pedirá al Padre que les dé otro Consolador y que este Consolador es “el Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir; porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros, y estará en vosotros” (v. 17). El Señor añade en el versículo 18: “No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros”. La persona mencionada en el versículo 17, quien es el Espíritu de realidad, llega a ser aquel que habla en el versículo 18, quien es el Señor mismo. Esto significa que el Señor, después de Su resurrección, llegó a ser el Espíritu de realidad, lo cual se confirma en 1 Corintios 15:45. Al tocar la cuestión de la resurrección, dice: “...fue hecho ... el postrer Adán, Espíritu vivificante”. Isaías 9:6 es un versículo que comprueba contundentemente que el Hijo es el Padre. Un hijo nos es dado, pero se llamará Su nombre Padre eterno. Otro versículo, 2 Corintios 3:17, da una prueba irrefutable que el Hijo es el Espíritu: “ El Señor es el Espíritu”. En 2 Corintios 3:6 dice: “La letra mata, mas el Espíritu vivifica”. Por lo tanto, el Señor es el Espíritu que da vida, el Espíritu vivificante.
En Juan 20 el Señor Jesús fue a Sus discípulos después de Su resurrección y sopló en ellos, diciéndoles: “Recibid el Espíritu Santo” (v. 22). El aliento que sale del Señor es el propio Espíritu Santo. Cristo se encarnó para ser la corporificación del Dios Triuno, y llegó a ser el Espíritu quien es la trasmisión del Dios Triuno. Por el Espíritu, el Señor trasmite a nuestro ser todo lo que El es. La palabra griega traducida espíritu es pneuma, y puede significar también viento, aliento o aire. El Espíritu hoy en día es como el aire que respiramos. Sin el aire, nuestra vida cesaría en cosa de minutos. El aire es maravilloso. Se extiende por todos lados, y al mismo tiempo está muy disponible. El Señor Jesús es para nosotros como el aire. El sopló en los discípulos y les dijo que recibieran al Espíritu Santo. Nuestro Cristo no sólo es el Salvador, el Redentor, el Cordero que fue inmolado en la cruz, sino que también es el propio Dios en el Hijo, con el Padre como realidad y el Espíritu como trasmisión. El entra en nosotros como el Espíritu, como el aire, muy extenso pero también disponible y real. Este Espíritu como el aire es la plena realidad del Dios Triuno.
Necesitamos la vida, la luz, el alimento, la bebida, el aire y también una morada, un lugar de descanso. El Señor es todos estos aspectos para nosotros. Aunque hay muchos otros aspectos de Cristo presentados en el Evangelio de Juan, éstos constituyen los seis aspectos principales que podemos disfrutar. Cristo es nuestra vida (1:4; 14:6), pero si vamos a mantener la vida, necesitamos a Cristo como luz (1:4; 8:12), alimento (6:35), bebida (7:37-39; 4:14), aire (20:22) y como una morada (15:5). Todas estas cosas son diferentes aspectos de Cristo como árbol de la vida. Necesitamos dejarnos impresionar con que el Señor es la corporificación del Dios Triuno hecho real en nosotros como el Espíritu para ser todo para nosotros. Espero que esta comunión amplíe nuestra comprensión y nuestra visión del Señor Jesús. Llegué a conocerle de manera viva hace muchos años, pero cuando era un creyente joven, no le conocía de manera completa. Debemos decirle al Señor: “Oh Señor, Tú eres todo para mí”. Necesitamos la visión celestial con la cual ver todos los diferentes aspectos de Cristo en la Palabra.
Según nuestra experiencia, cuando inhalamos al Señor como el aire fresco, también le disfrutamos como el agua. En esta agua El es nuestro alimento, y en este alimento El es nuestra luz. Aprendamos a inhalarle. Cuanto más le inhalemos, más le experimentaremos como el rocío que nos refresca. En el agua viva se encuentra el árbol de la vida que crece, o sea el alimento, y junto con este alimento siempre está la luz. El agua está en el aire, el alimento en el agua y la luz está con el alimento. Cuanto más le inhalemos, más agua recibiremos. Cuanto más agua recibamos, más seremos alimentados. Cuanto más alimento recibamos, más seremos iluminados. Estaremos en la luz y llenos de la luz. Necesitamos disfrutar al Señor de tal modo. Cuando acudimos al Señor para pasar un tiempo personal con El, tenemos muchos aspectos de Su persona maravillosa por los cuales alabarle.
Juan 1:12 dice que “a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Nosotros, por haber recibido a Cristo, nacimos “no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad del varón, sino de Dios” (v. 13). Todos los que recibieron a Cristo nacieron de Dios. Cuando recibimos a Cristo inicialmente como el árbol de la vida, un nacimiento tomó lugar y se estableció una relación de vida con Dios. Cuando yo recibí a Cristo como mi Salvador, sólo comprendí que era pecador salvado de la perdición eterna. No me di cuenta de que Cristo era vida para mí y que yo tenía una relación de vida con el Dios Padre. Necesitamos entender que cuando recibimos a Cristo, nacimos de Dios, y Dios nació en nosotros. Habiendo nacido de Dios, tenemos una relación de vida con El.
Ahora tenemos que continuar para ver en cuál parte de nuestro ser sucedió este nacimiento. ¿Nacimos de Dios en nuestra mente, en nuestro cuerpo, o en nuestro corazón? Algunos dicen que el corazón y el espíritu son la misma entidad. Pero la Biblia revela que el corazón y el espíritu son entidades distintas. Ezequiel 36:26-27 dice: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu...” El corazón nuevo mencionado en estos versículos difiere del espíritu nuevo, y este espíritu no es el Espíritu de Dios porque en el versículo 27 el Señor dice “mi Espíritu”. Son tres entidades: un corazón nuevo, un espíritu nuevo y “Mi Espíritu”. No podemos decir que el corazón es el espíritu. Necesitamos un corazón nuevo, y también un espíritu nuevo.
En Juan 4:24 el Señor Jesús no dijo que Dios es Espíritu y que los que le adoren, en el corazón deben adorarle. Debemos adorar a Dios en el espíritu. Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Nuestro segundo nacimiento, nuestro nacimiento espiritual, el cual ocurrió cuando recibimos a Cristo, se realizó en nuestro espíritu. Nacer del Espíritu significa nacer de Dios. Fuimos regenerados, renacidos, en nuestro espíritu. Antes de que fuésemos regenerados, estábamos muertos en nuestro espíritu (Ef. 2:1). Cuando recibimos a Cristo invocando el nombre del Señor, Cristo como Espíritu entró en nosotros como si fuera aire.
Esta persona viviente, este aire espiritual, es maravilloso. Todos los procesos por los cuales pasó el Dios Triuno, incluyendo la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección y la ascensión, están incluidos en este aire junto con todo lo que es el Dios Triuno, todo lo que ha realizado, logrado y obtenido. Cuando un pecador se abre al Señor diciendo: “Señor, soy pecador. Perdona todos mis pecados y entra en mí para ser mi vida”, el aire vivo, el aliento de vida, el Espíritu Santo, la mismísima realidad del Dios Triuno encarnado como hombre, entra en esta persona para vivificar su espíritu muerto e impartir al Dios Triuno en su espíritu. Ahora todo lo que es el Dios Triuno está en esta persona. Que el Señor nos conceda a todos una revelación de este Dios Triuno todo-inclusivo y maravilloso, quien mora en nuestro espíritu.
Juan 3:6 nos dice que nacimos de Dios en nuestro espíritu. Y Juan 4:14 dice: “El agua que Yo le daré será en él un manantial de agua...” Las palabras “en él” son cruciales en Juan 4:14. Este manantial viviente de agua es Cristo, la propia corporificación del Dios Triuno procesado, quien ha llegado a ser el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu. Como manantial de agua viva, el Señor siempre espera la oportunidad para brotar de nuestro interior. Desde el momento en que usted recibió al Señor inicialmente, tal vez no se haya abierto a El desde lo profundo de su ser. Si es así, el espíritu de usted se ha convertido en una prisión, una cárcel, para Cristo. Es posible que Cristo esté encarcelado en usted. Quizás usted tenga sed, porque la fuente, el manantial, en usted está cerrada; no fluye.
Si usted espera que de los cielos el Señor sacie su sed, que le dé agua de arriba, eso es incorrecto. Si va a pedir que el Señor sacie su sed, que le dé agua, usted tiene que abrirse a El. Cuando usted se abra, el Cristo que mora en usted saltará y fluirá (Jn. 7:37-39a). Cuanto más salte El, más del agua le dará a usted. Su sed será saciada desde adentro, y no de arriba. El manantial fue puesto en usted. La fuente de agua está en nosotros, en nuestro espíritu. Esto se comprueba con Juan 4:24. El Señor es el Espíritu, y si vamos a tocarle, tenemos que hacerlo en nuestro espíritu, lo cual significa que debemos aprender a abrirnos. Para poder ejercitar nuestro espíritu, necesitamos abrir nuestro ser.
Alabado sea el Señor que el árbol de la vida ha sido plantado en nosotros. Lo que necesitamos hacer es liberarle. Debemos aprender a liberar el Espíritu. Entonces le disfrutaremos como el aire, el agua, el alimento, la luz y, de manera completa, como el propio árbol de la vida. Esto es lo que nosotros los cristianos necesitamos ahora. No debemos tomar lo que hemos dicho como enseñanza. Tenemos que poner en práctica lo que oímos y siempre ir al Señor sabiendo que El es mucho para nosotros y que vive en nosotros.
Debemos ejercitarnos para abrir nuestro ser a fin de tocarle a El. Entonces sabremos cuán real, cuán fresco, y cuán refrescante El es para nosotros y también cuán disponible es para nosotros. Disfrutando así al Cristo que mora en nosotros, el árbol de la vida, no sólo nos salvará, nos librará, nos corregirá y nos regulará, sino que también nos transformará. Necesitamos conocer a Cristo como el árbol de la vida. Necesitamos conocer a este Cristo viviente en vida para que el Cristo que mora en nosotros como vida interior pueda transformar todo nuestro ser interior.