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Mensajes del libro «Arbol de la vida, El»
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CAPITULO OCHO

COMO LLEGARON A EXISTIR EL CUERPO, EL EJERCITO Y LA MORADA DE DIOS

  Lectura bíblica: Ap. 2:7, 17; 3:20; Ez. 1:1, 27; 37:1-12, 14, 26-28; 47:1-12; 48:30-35

LA IMPORTANCIA DEL COMER

  En tres de las últimas siete epístolas que el Señor escribió a las iglesias en el libro de Apocalipsis, El habla de que les daría a comer como galardón a los vencedores. Comer del árbol de la vida se menciona primero y luego comer del maná. En la primera epístola El habla en cuanto a comer del árbol de la vida (2:7), el cual fue mencionado al principio de la revelación divina, en Génesis 2. En la tercera epístola el Señor habla de comer del maná escondido (2:17). El maná fue revelado primero en Exodo 16. En la última epístola el Señor concluye diciendo que está a la puerta llamando. Si alguno está dispuesto a abrir la puerta para dejar entrar al Señor, El cenará con él (3:20). Las siete epístolas abren y cierran con el asunto de comer.

  Hemos visto claramente en las Escrituras que el comer nos transforma. Esto se puede entender también en la alimentación de la comida física. Si una persona no come durante tres días, se verá débil y pálida. Pero una vez que coma algunas buenas comidas, su apariencia se transformará. Se verá saludable en vez de ser pálido y será fuerte en vez de ser débil. Somos transformados al comer. Si uno come carne día tras día, empezará a oler a carne. Tendrá el olor de una vaca por haber comido tanta carne de res. El comer produce la transformación.

  Anteriormente, vimos que el comer es el viraje decisivo, pues hace que uno se vuelva del atrio del tabernáculo al Lugar Santo. En el atrio del tabernáculo, en el altar, están todas las ofrendas. Podemos disfrutar la redención de Cristo por medio de estas ofrendas. Después de disfrutar el aspecto redentor de las ofrendas, los sacerdotes tenían que comer la mayor parte de ellas. Empezaban a comer participando de las ofrendas que estaban en el atrio.

  Al comer las ofrendas los sacerdotes son llevados al tabernáculo. En el Lugar Santo del tabernáculo está la mesa del pan de la proposición. Los sacerdotes habían de comer el pan de la proposición en el Lugar Santo (Lv. 24:5-9). Según la secuencia en que se mencionan los artículos que están en el tabernáculo, la mesa del pan de la proposición fue el primer artículo al norte, y al sur estaba el candelero (Ex. 26:35). La vida que disfrutamos comiendo el pan de la proposición da por resultado la luz del candelero. Comer del pan equivale a disfrutar la vida y esta vida es la luz de los hombres (Jn. 1:4), la luz de la vida (Jn. 8:12). Luego en el tabernáculo estaba el altar del incienso. La dulzura de Cristo sigue la iluminación.

  En el atrio lo primero es la redención, es decir, la justificación por fe mediante la sangre. Basado en la justificación mediante la redención, uno tiene derecho a disfrutar y comer de todas las ofrendas, las cuales son los diferentes aspectos de Cristo. Por medio de la redención de Cristo, uno tiene el derecho y la base para disfrutar a Cristo como su porción. Hay que comer de El. Así que, comer es lo último que se hace en el atrio, y lo primero que se hace en el Lugar Santo. En la mesa del pan de la proposición, el sacerdote sigue comiendo.

  En el Lugar Santísimo, lo primero que se encuentra en el arca es el maná escondido. También, dentro del arca se encuentran la ley que ilumina, que corresponde con el candelero, y la vara de Aarón que retoñaba y reverdecía, la cual simboliza la experiencia que tenemos de Cristo en Su resurrección, o sea el ser aceptados por Dios, y corresponde con la dulzura del incienso (He. 9:3-4). Tanto en el Lugar Santo como en el Lugar Santísimo, el comer es lo principal en nuestra búsqueda del Señor.

  El comer nos transforma en materiales preciosos para el edificio de Dios. En el tabernáculo hay tablas de madera cubiertas con oro y cimentadas en basas de plata (Ex. 26:15-25; 29-30). Esto significa que al comer de Cristo, lo cual se basa en Su redención, simbolizada por las basas de plata, seremos transformados, cubiertos con la naturaleza divina, la cual es el oro. Al comer de Cristo basándonos en Su redención, algo divino será forjado en nosotros y sobre nosotros. Finalmente, tendremos el tabernáculo edificado con la mezcla de la ma- dera y el oro. Esta mezcla se lleva a cabo al comer. La madera nos representa a nosotros, y el oro a Dios. ¿Cómo podría Dios llegar a ser parte de nosotros? ¿Cómo podríamos estar en la naturaleza de Dios? ¿Cómo podría la naturaleza de Dios cubrirnos? Sólo al comerle nosotros.

  El comer incluye tres cosas. Primero, significa ingerir algo. En segundo lugar, sin comer no podemos existir. Yo tengo vida, pero tengo que comer para mantener esta vida. En tercer lugar, todo lo que ingiero se convierte en el elemento por el cual vivo, y lo que ingiero será lo que digiero, y esto llegará a ser lo que constituye mi ser, los elementos de mi ser. Lo que como llega a ser parte de mí. En Juan 6 el Señor nos dice que El es el pan de vida (v. 35) y que aquel que le come, vivirá por causa de El (v. 57).

  Toda la Biblia nos revela un punto central: la intención de Dios es forjarse en nosotros. Dice en 1 Corintios 6:17: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con El”. Dios quiere hacerse uno con nosotros. Esto es maravilloso. No existe mente humana que pueda imaginar que tal cosa podría ocurrir en el universo, a saber, que el Creador y Dios todopoderoso quiere hacerse uno con nosotros. Hay una sola manera en que Dios puede ser uno con nosotros. Dios puede forjarse en nosotros para ser uno con nosotros al comerle. Dios se le presentó al hombre como el árbol de la vida inmediatamente después de crearlo. Dios como árbol de la vida se nos presenta para que le comamos. No sólo en Génesis 2, sino también en Apocalipsis 2 se nos manda a comer del árbol de la vida.

  El árbol de la vida es el Dios Triuno: el Padre corporificado en el Hijo y el Hijo hecho real en nosotros como el Espíritu. El árbol de la vida es el propio Dios Triuno corporificado y hecho real para nosotros. El Padre es la fuente, y toda la plenitud de esta fuente mora en el Hijo. El Hijo es la corporificación de la fuente, y es hecho real en nosotros como Espíritu. El Espíritu entra en nosotros con toda la plenitud de la fuente para que le disfrutemos y le tomemos como alimento. Este es el pensamiento central de todas las Escrituras, las cuales abren con el árbol de la vida y concluyen con el árbol de la vida. Vivimos por lo que ingerimos. Digerimos lo que ingerimos y esto se convierte en el elemento que nos constituye. Lo que hemos ingerido llegará a ser uno con nosotros y será nosotros. Necesitamos aprender a alimentarnos del Dios Triuno y disfrutarle todo el día. Esto dará por resultado el tabernáculo.

  Después del tabernáculo apareció el templo, el cual también fue resultado del comer. Seis libros del Antiguo Testamento, de 1 Samuel a 2 Crónicas nos dan una crónica completa de la edificación del templo. Si uno lee estos libros con esmero, verá que el templo fue producido por el disfrute de los productos de la buena tierra de Canaán. La buena tierra de Canaán tipifica al Cristo todo-inclusivo, resucitado y ascendido. La porción central de la buena tierra fue ofrecida a Dios en Ezequiel como una ofrenda elevada (48:8-12), la cual tipifica al Cristo resucitado y elevado, ascendido a los cielos. La tierra de Canaán era una tierra elevada, la cual estaba muy por encima del nivel del mar. Esto simboliza al Cristo resucitado y ascendido. Dios nos ha llevado a esta tierra y nos ha puesto en Cristo. Ahora vivimos en esta tierra. Ahora vivimos en Cristo, andamos en Cristo y aun cultivamos a Cristo. Día por día laboramos y cultivamos esta buena tierra, este Cristo. Luego tendremos el producto de Cristo no sólo para disfrutarlo personalmente, sino también para disfrutarlo pública y corporativamente con Dios, ofreciéndole a El el ex- cedente del producto de la buena tierra. Por medio de esto el templo, el cual tipificaba la iglesia, fue edificado. El templo procedió del disfrute de todo lo que la buena tierra produjo, lo cual tipifica cómo la iglesia llega a existir por el disfrute que tenemos de Cristo.

  Cristo es la tierra elevada. El está tipificado por la tierra que surgió de las aguas de la muerte el tercer día, en el primer capítulo de Génesis (vs. 9, 13). El tercer día la tierra surgió de las aguas; esta tierra es el Cristo resucitado. Vivimos en El, andamos en El, le cultivamos, y luego le disfrutamos. Disfrutamos todas las riquezas de la vida, los diferentes aspectos de la vida. Muchos diferentes aspectos de la vida surgieron de la tierra elevada en Génesis 1, lo cual muestra que todas las riquezas de la vida proceden del Cristo resucitado y ascendido. Simplemente debemos cultivarle y disfrutarle. El resultado, el producto, al disfrutar a Cristo es la edificación de la iglesia.

  Los fariseos y los escribas aprendieron las enseñanzas objetivas del Antiguo Testamento, pero ellos fueron los que tramaron para poner al Señor en la cruz. El Señor les dijo a los judíos fanáticos que escudriñaban las Escrituras, pero no estaban dispuestos a acudir a El para que tuviesen la vida (Jn. 5:39-40). Escudriñar la Biblia para obtener conocimiento es una cosa, pero acudir al Señor y tocarle para obtener vida es otra. Los sacerdotes y los escribas sabían del nacimiento de Cristo, pero no tenían el deseo de buscarle como hicieron los magos del oriente (Mt. 2:1-12). Los gentiles doctos, los magos, no conocían las Escrituras tocantes a dónde iba a nacer Cristo, pero fueron a ver al Rey recién nacido.

  La vida cristiana no tiene que ver con el simple conocimiento, sino con el comer. No considere usted las reuniones de la iglesia como una escuela. Usted debe considerarlas como un restaurante. No vaya a las reuniones simplemente para aprender, sino para comer, para alimentarse del Señor. La gente no va a un restaurante simplemente para aprender cómo leer el menú. Cuando nosotros vamos a un restaurante, no vamos para obtener el menú. Sólo nos importa una sola cosa: el comer. Aprenda a comer al Señor. El conocimiento envanece, pero el amor en vida edifica (1 Co. 8:1). Tenemos que aprender cómo disfrutar al Señor. Hablando con propiedad, la Biblia no tiene como fin que simplemente aprendamos, sino que comamos. No sólo del pan vive el hombre, sino de cada palabra que sale de la boca de Dios (Mt. 4:4). La palabra de la boca de Dios es nuestro alimento, no es simple conocimiento o enseñanzas.

  Todas las enseñanzas de la Biblia son para Cristo. El propósito del menú es que comamos. No debemos considerar que el menú es en sí lo que debemos comer. Necesitamos ser rescatados del conocimiento y de las enseñanzas que nos distraen y llevados de nuevo a esta única cosa: el disfrute del Señor viviente como Espíritu vivificante. Aprenda a relacionarse con El y dejar que El haga con usted lo que quiera. Aprenda a ponerse en contacto con El. Aprenda a meditar en El. Aprenda a cultivarle. Así el propósito de Dios se cumplirá y el deseo de Dios será logrado. Su deseo, o sea el templo, la morada, el edificio universal donde El ha de reposar, puede ser realizado al comerle nosotros, al mezclarse el Señor con nosotros. Sólo cuando nosotros comemos al Señor, puede El entrar en nosotros y mezclarse con nosotros.

  Debemos guardar el principio bíblico de lo primero que se menciona. Después de la creación del hombre, lo primero mencionado con respecto a la relación entre el hombre y Dios tiene que ver con lo que comería el hombre. El primer cuadro presentado en la Biblia nos muestra que Dios se le presentó al hombre en forma de alimento y que éste tenía que aprender cómo comer de El, cómo ingerirle, cómo vivir por El, y cómo digerirle para que El pudiera ser el mismo constituyente del hombre. Sólo al comerle nosotros puede Dios lograr Su deseo y cumplir Su propósito.

EL SEÑOR COMO EL FUEGO QUE JUZGA, EL AIRE QUE SE PUEDE RESPIRAR, Y EL AGUA QUE CORRE

  También en el Antiguo Testamento, en el libro de Ezequiel, se encuentra una profecía acerca del templo venidero. En el libro de Ezequiel hay tres grandes capítulos: los capítulos uno, treinta y siete y cuarenta y siete. En el capítulo uno se ve el fuego (vs. 4, 27). En el capítulo treinta y siete se ve el aire, o sea el viento, el aliento, el Espíritu (vs. 9, 14). Y en el capítulo cuarenta y siete tenemos el agua (vs. 1-12). Estos son los tres capítulos grandes de Ezequiel y el contenido de este libro depende de estas tres cosas: el fuego, el aire y el agua, los cuales son el Señor Dios mismo. Nuestro Dios es un fuego consumidor, el aire y también es el agua.

  La primera parte de Ezequiel nos revela cómo Dios es el fuego que juzga. Dios es un fuego ardiente que quema y devora todas las cosas que no corresponden con Su naturaleza divina. Después de esto, Dios vino para soplar. El soplo viene después del fuego. Después del fuego tenemos el aire. El aire, el soplo, es el Espíritu divino. El aire entró en los huesos muertos y secos, que estaban bajo el juicio del fuego, para vivificarlos, avivarlos, y para darles todo lo que necesitaban a fin de conformar un cuerpo. El aliento (heb. ruach) puesto en estos huesos muertos y secos es el propio Espíritu de Dios (Ez. 37:5, 6, 14). El cuerpo viene del aire, del aliento, del Espíritu vivificante.

  Después de que fueron avivados los huesos secos, llegaron a ser tres entidades: el cuerpo (Ez. 37:7-8), el ejército (37:10), y la morada (37:26-28). El cuerpo vive para Dios, el ejército pelea para Dios y la morada tiene como fin que Dios repose en ella. Todos los huesos muertos llegaron a conformar un cuerpo viviente, y éste llegó a ser un ejército que guerreaba. Finalmente, este ejército llegó a ser el lugar de reposo para Dios. Cuando podemos vivir con Dios y pelear para Dios, podemos ser el lugar de reposo para Dios. El templo, la casa de Dios, proviene del disfrute del Señor como vida, como el Espíritu vivificante. Cuando disfrutemos al Señor como lo que respiramos, seremos vivificados, creceremos y seremos edificados. Originalmente, es posible que fuésemos huesos separados, pero ahora podemos ser edificados como cuerpo y conformar un ejército para ser la morada de Dios, donde El puede reposar. Este edificio, este templo, la casa de Dios, proviene del verdadero disfrute que tenemos de Dios como vida.

  Muchos cristianos son indiferentes a las cosas del Señor y son mundanos y aun pecaminosos, desviándose y apartándose del Señor. Sin embargo, hay algunos entre los hijos del Señor que buscan más de El, han sido avivados por El y, hasta cierto punto, experimentan al Señor. Pero muchos de ellos han sido distraídos y, por eso, prestan toda su atención al estudio de la Palabra con el simple propósito de ganar más conocimiento. Ni la enseñanza ni el conocimiento pudieron avivar los huesos secos de Ezequiel 37. ¿Acaso necesitan los huesos secos enseñanzas o la letra de la Palabra? ¡No! Necesitan el aire; necesitan el soplo, el aliento. ¿Quién es el aliento? Dios lo es; El es el ruach, el pnéuma. Lo que necesitamos es este Dios que da vida, este Espíritu vivificante.

  El fuego juzga, devora y quema; el aire aviva, genera, da energía, fortalece, enriquece y edifica. Después de que el edificio fue establecido en Ezequiel, el agua corrió desde el edificio para regar a los demás. Antes de que fluyera el agua en Ezequiel 47, había desierto por todas partes, donde se hallaban solamente muerte y sequedad. Pero, al correr el agua viva desde la casa todo sería regado (vs. 8-9). La muerte es sorbida y la vida ministrada a todas estas partes muertas y secas. El libro de Ezequiel revela el juicio por fuego, la vivificación, la infusión de vida, por el aire, y la ministración por el agua. Estos tres pasos todavía están con nosotros hoy, en principio. Primero tenemos que ser juzgados, quemados por el Señor como fuego. Luego el Señor será como el aire que sopla sobre nosotros. Por este soplo seremos vivificados, regenerados y creceremos y seremos edificados. Después de establecerse el edificio, el agua viva correrá para regarnos. El verdadero contenido del libro de Ezequiel es el Señor como fuego juzgador que quema y devora, el Señor como el aire que sopla, regenerándonos, fortaleciéndonos y edificándonos, y el Señor como el agua que fluye, ministrándose a Sí mismo a los lugares secos. Todo esto se hará posible sólo cuando nosotros comamos al Señor.

DEBEMOS COMER AL SEÑOR PARA SER MEZCLADOS CON EL A FIN DE QUE SE EDIFIQUE LA IGLESIA

  En el último capítulo de Ezequiel hay una ciudad cuadrada que tiene tres puertas en cada lado (48:30-35). Tres por cuatro equivale a doce. Tres se refiere al Dios Triuno y cuatro a las criaturas, como por ejemplo los cuatro seres vivientes. En el edificio de Dios tenemos el número tres. El primer edificio de Dios fue el arca de Noé. El arca tenía tres pisos, los cuales simbolizan a Dios Padre, a Dios el Hijo y a Dios el Espíritu. El edificio de Dios siempre contiene el número tres porque el Dios Triuno está allí. Tres más cuatro significa que Dios se añade al hombre. Al principio del libro de Apocalipsis hay siete iglesias; siete equivale a tres y cuatro. Pero el número consumado en la Nueva Jerusalén es doce, el cual representa a Dios multiplicándose con el hombre, Dios mezclándose con el hombre. La adición llega a ser la multiplicación. Por consiguiente, el resultado del libro de Ezequiel es el número doce, la mezcla del Dios Triuno con el hombre creado. Al final de Apocalipsis se ve lo mismo: una ciudad cuadrada con tres puertas en cada lado, lo cual representa al Dios Triuno mezclado con el hombre. Esta mezcla sólo puede llevarse a cabo cuando comemos. Muchos huevos americanos han sido mezclados con algunos de nosotros porque los hemos comido. Tenemos que aprender a comer al Señor para ser mezclados con El.

  Es por esto que el Señor Jesús, en Sus últimas siete epístolas a las iglesias en el libro de Apocalipsis, nos dijo claramente que al que venza El le dará a comer del árbol de la vida, el cual es el propio Dios Triuno para nuestro disfrute. El también le promete al vencedor que le dará a comer del maná escondido. Cuando la iglesia es muy mundana y aun casada con el mundo así como la iglesia en Pérgamo, el Señor dará a los vencedores el maná escondido, el maná privado, el cual es El mismo. Finalmente en estas siete epístolas, el Señor Jesús nos dijo que si tenemos oído para oír Su voz y si abrimos la puerta, El entrará no para enseñarnos sino para cenar con nosotros, disfrutar un rico banquete con nosotros, a fin de que le disfrutemos y El nos disfrute a nosotros.

  La vida de iglesia es el disfrute del árbol de la vida, el maná escondido y el banquete divino. Disfrutamos un rico banquete con el Señor y permitimos que El lo disfrute también. Al comer así, al mezclarnos así, la edificación de la casa de Dios será realizada. Aquí tenemos el camino de la vida de iglesia. La vida de iglesia no es algo producido por el poder organizador, por las enseñanzas ni por los dones, sino al comer nosotros del Señor, quien es el árbol de la vida, el maná escondido y el rico banquete.

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