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Mensajes del libro «Autobiografía de una persona que vive en el espíritu, La»
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CAPITULO DIEZ

CRISTO COMO GRACIA

  Lectura bíblica: 2 Co. 1:12; 4:15; 6:1; 8:1, 2, 9; 9:8, 14, 15; 12:9; 13:14; Jn. 1:14, 16-17; 1 Co. 15:10; Gá. 6:18

HIMNOS

  Gracia, en su mayor definición Es Dios en Cristo siendo mi porción; No sólo es algo hecho a mi favor, Sino Dios mismo como bendición.

  Dios se encarnó para que pueda yo, Hoy recibirle en Su realidad; Esta es la gracia que viene de Dios, La cual es Cristo en Su humanidad.

  Pablo, el apóstol, no consideró Más que a Cristo, la gracia de Dios; Por esta gracia se fortaleció, Y en la carrera a todos pasó.

  Basta la gracia, suficiente es, Cristo en nosotros: fuerza y vigor; En nuestro espíritu la gracia está Dando energía, obrando el plan de Dios.

  El Cristo vivo esta gracia es, La necesito experimentar; Que pueda yo la gracia conocer, Y en mi vivir a Cristo realizar.

CRISTO, LA BUENA TIERRA

  Al comienzo de este libro mencionamos que en la Biblia se destacan tres tipos que describen cómo Dios lleva a cabo Su propósito. Estos tipos son: la buena tierra de Canaán, el templo y la novia. Además, vimos que las personas que viven en la presencia de Dios, en Su gloria shekinah, son el templo donde El descansa y las vírgenes que satisfacen a Cristo. En este capítulo queremos dedicar nuestra atención a la buena tierra, la cual es el tipo que abarca todos los aspectos de Cristo. Debemos ver de qué forma Cristo como la gracia de Dios es la buena tierra, para que entremos en ella, la disfrutemos, la experimentemos, participemos de ella y la poseamos.

  En 2 Corintios encontramos las palabras templo y virgen, pero no hallamos la expresión “la buena tierra”. ¿Cómo entonces podemos decir que 2 Corintios muestra que Cristo es la buena tierra, la cual podemos disfrutar? Debemos darnos cuenta de que en esta epístola vemos a un grupo de personas que han alcanzado la cumbre en el cumplimiento del propósito de Dios. En 1 Corintios Pablo compara a los creyentes corintios con los hijos de Israel, pues ellos habían salido de Egipto al experimentar a Cristo como la Pascua (1 Co. 5:7) y ahora vagaban por el desierto, experimentando a Cristo como el maná celestial y como la roca de la cual fluyó el agua viva (1 Co. 10:3-4). Sin embargo, en 1 Corintios no encontramos ninguna mención de la buena tierra de Canaán, a la cual los hijos de Israel entraron y la cual finalmente poseyeron. ¿En dónde, entonces, encontramos el hecho de que ellos entraron a la buena tierra? En 2 Corintios. Aunque la expresión “la buena tierra” no aparece de manera explícita en este libro, espiritualmente hablando sí la podemos ver. La buena tierra en 2 Corintios es Cristo mismo como la corporificación del Dios Triuno, quien se imparte en nosotros como la gracia divina para que lo disfrutemos. Este libro presenta a un grupo de personas que poseían a Cristo, la porción que Dios les había asignado. Estas personas entraron en la tierra que Dios les había prometido y dado, y estaban disfrutándola; y esa tierra era Cristo mismo.

CRISTO COMO GRACIA

  En este libro vemos que Cristo es la gracia. En 2 Corintios 13:14 Pablo dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Según la secuencia lógica, el amor de Dios debería mencionarse primero; no obstante, la gracia del Señor se menciona primero porque 2 Corintios trata sobre la gracia de Cristo (1:12; 4:15; 6:1; 8:1, 9; 9:8, 14; 12:9). La gracia del Señor es el pensamiento central, el tema de este libro. En 12:9 el Señor le dijo a Pablo que Su gracia era suficiente.

  Probablemente conocemos algo acerca de la gracia; sin embargo, quizás sólo tengamos un entendimiento superficial de lo que significa. Muchos cristianos piensan que la gracia sólo se refiere a un favor inmerecido, es decir, a algo que el Señor nos da gratuitamente. No tengo nada en contra de esta definición. De hecho, Cristo murió en la cruz por nuestros pecados; éste fue un hecho que El efectuó gratuitamente a nuestro favor. Sin duda alguna, esto es gracia. Además, por la gracia Dios perdona nuestros pecados y nos justifica. Sin embargo, debemos ver que el Nuevo Testamento principalmente nos revela que la gracia es Cristo mismo (1 Co. 15:10; cfr. Gá. 2:20), la corporificación del Dios Triuno procesado que hemos de disfrutar. Cristo no vino simplemente para realizar algo a nuestro favor de modo objetivo, ni tampoco se manifestó sólo para traernos algunos regalos de parte de Dios. La obra de Cristo tiene como propósito que El entre en nosotros. La muerte que Cristo experimentó en la cruz no fue el objetivo final, sino el medio para cumplir Su plan de entrar en nosotros a fin de que lo disfrutemos como vida, suministro de vida, fuerza y nuestro todo. La gracia es Cristo que entra en nosotros para que le disfrutemos plenamente.

  En 8:1 Pablo dice: “Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado en las iglesias de Macedonia”. Podemos pensar que esta gracia consistía en la abundancia de cosas buenas que Dios les había dado, pero el siguiente versículo lo aclara. “Que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su liberalidad” (v. 2). La gracia no se refería a algo que recibieron, sino a que ellos tuvieron la fuerza, la energía, de dar algo a otros en medio de su pobreza. En medio de su pobreza y aflicción ellos estuvieron dispuestos y fueron capaces de dar algo a otros; esto es la gracia. Si Dios nos da algo por medio de otros, quizás digamos: ¡Alabado sea el Señor por esta gracia! Es infantil expresarse de esta manera. Cuando uno madura en la vida divina, se da cuenta de que la mayor gracia no consiste en recibir algo, sino en experimentar que hay una Persona en nosotros dándonos la fuerza de voluntad y capacitándonos a fin de que podamos proveer para las necesidades de los demás. La gracia no es algo que uno recibe externamente, sino una Persona que opera dentro de nosotros vigorizándonos, capacitándonos y fortaleciéndonos a fin de que podamos hacer algo por el Señor.

  En el capítulo doce encontramos otro buen ejemplo de lo que es la gracia. En los versículos del 7 al 9 Pablo dice: “Y para que la excelente grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás, para que me abofetee, a fin de que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor que este aguijón me sea quitado. Y me ha dicho: Bástate Mi gracia”. Quizás pensemos que la verdadera gracia consistiría en que el aguijón nos fuera quitado. Si al estar enfermos le pidiéramos al Señor que nos sanara y El quitara la enfermedad, nos sentiríamos muy contentos y alabaríamos al Señor por Su gracia. Sin embargo, ésta no es la gracia que se menciona en 2 Corintios, pues la gracia que Pablo experimentó estaba relacionada con el aguijón en su carne, el cual lo molestaba y lo abofeteaba todo el tiempo. El Señor no quiso quitarle el aguijón a Pablo y le dijo que Su gracia era suficiente. Si fuéramos Pablo, quizás habríamos discutido con el Señor y le habríamos dicho: “Señor, si Tu gracia es suficiente, tiene que ser suficiente para quitarme este aguijón”. Sin embargo, si el aguijón fuera removido, no podríamos experimentar cuán suficiente es esta gracia. La gracia que se menciona aquí no consiste en algo que el Señor haya hecho por nosotros o nos haya dado; es el Señor que está en nosotros sosteniéndonos, vigorizándonos y fortaleciéndonos para que podamos enfrentar los problemas y las situaciones. Esta es la gracia viva, la gracia verdadera, la cual es Cristo, quien como corporificación de la plenitud de la Deidad (Col. 2:9) nos es dado para que lo disfrutemos.

  He conocido a muchas queridas hermanas que verdaderamente amaban al Señor, pero los esposos de ellas no les correspondían. Parecía que cuanto más ellas oraban por sus esposos, más mundanos ellos se volvían. Al principio no podía comprenderlo, pero luego me di cuenta de que cuanto más estas queridas hermanas sufrían por la actitud de sus esposos, más conocían y experimentaban al Señor como gracia. Cuando ellas expresaban algo, se podía sentir la presencia del Señor.

  No podemos entender esto con nuestra mente humana debido a que el pensamiento divino es diferente al nuestro. Nosotros siempre esperamos que por “Su gracia” el Señor haga ciertas cosas por nosotros. Pero cuando El no hace nada y la situación permanece igual, nos desanimamos; sin embargo, quizás no estemos lo suficiente desanimados. Tal vez necesitamos desanimarnos más hasta que aprendamos a experimentar la gracia del Señor. Debemos aprender a disfrutar al Señor como la gracia de Dios, sin esperar recibir nada exteriormente ni esperar que el Señor haga algo por nosotros.

  Dios asignó a cierto obrero, quien era peculiarmente fastidioso, a que laborara con otro colaborador. Este colaborador le pidió al Señor muchas veces que por Su gracia y misericordia le permitiera ya no laborar con ese hermano. Pero los años pasaban y su oración no era contestada. Finalmente, este hermano fue subyugado por el Señor y comprendió que tenía que aceptar este aguijón. Entonces oró: “Señor, te doy gracias por este precioso y querido aguijón, pues por medio de él puedo experimentarte a Ti cada vez más como mi porción de gracia”. Este hermano aprendió la lección de disfrutar al Cristo vivo como la gracia, es decir, como la corporificación de la plenitud de la Deidad viva en nosotros para que lo disfrutemos.

  El Cuerpo de Cristo se produce por causa del disfrute que tenemos de El como gracia, y no por las enseñanzas. Solamente al disfrutar a Cristo como la gracia de Dios se puede producir la vida práctica del Cuerpo de Cristo. Cuanto más lo disfrutamos a El, más lo poseemos como gracia, y más se produce la vida práctica de iglesia.

  Tanto el templo de Dios, el edificio en el cual El halla descanso y expresión, como la virgen, que satisface a Cristo, provienen del disfrute que tenemos de Cristo como la gracia de Dios, lo cual es tipificado por la buena tierra de Canaán. Experimentar la gracia de Cristo equivale a disfrutar de la buena tierra. Cuando disfrutamos a Cristo como la gracia de Dios, disfrutamos las riquezas de la buena tierra. A medida que disfrutamos de las riquezas inescrutables de Cristo (Ef. 3:8) día a día, El se forja en nosotros y satura completamente todo nuestro ser con Sus elementos. Al disfrutar y poseer a Cristo de esta manera se produce la edificación del Cuerpo, el cual es la virgen, la novia de Cristo que lo satisface, y el templo, la morada de Dios donde El descansa. La vida práctica de iglesia no se lleva a cabo por medio de enseñanzas y visiones, sino al disfrutar a Cristo como la gracia de Dios.

LA MANERA DE DISFRUTAR A CRISTO COMO GRACIA

  Es importante tener una vista panorámica de la epístola de 2 Corintios a fin de saber cómo disfrutar a Cristo. Algunos dicen que para disfrutar a Cristo debemos orar-leer la Palabra y ejercitar el espíritu. Esto es cierto, no obstante, para disfrutar a Cristo ricamente debemos ser personas que poseen los diez aspectos que hemos abarcado en los capítulos anteriores. Debemos ser cautivos, cartas, espejos, vasos, embajadores, colaboradores, el templo, una virgen, los que aman a la iglesia y aquellos que saborean a Cristo. Si hemos de disfrutar a Cristo, tenemos que ser capturados, conquistados y subyugados por El. No importa cuánto ejercitemos nuestro espíritu, si no somos cautivos de Cristo, no podremos disfrutarlo como gracia; si no somos subyugados y cautivados por Cristo, no nos será de provecho orar-leer la Palabra ni ejercitar el espíritu. También debemos ser cartas en las que Cristo es inscrito en nuestro espíritu continuamente. Como espejos debemos desechar el velo de la religión con sus tradiciones, para poder contemplar y reflejar al Señor; y como vasos, por una parte debemos contenerlo y recibirlo en nuestro interior continuamente, y por otra, debemos ser quebrantados, reducidos y consumidos todo el tiempo. Además, debemos ser embajadores bajo Su autoridad, representando Sus intereses en la tierra; y por último, debemos ser colaboradores que están atados a El y son uno con El. No debe haber más libertad ni separación entre nosotros y el Señor. Entonces seremos un templo que está completa, definitiva y exclusivamente separado para El, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. También debemos ser una virgen pura, casta y sencilla que lo satisface a El. Cuando esto suceda, espontáneamente amaremos a la iglesia en la cual somos miembros. Amaremos a la iglesia incondicionalmente sin importar cómo nos trate. Por último, debemos siempre saborear a Cristo. Por medio de todos estos aspectos podremos disfrutar a Cristo. Si poseemos estos aspectos, cada vez que ejercitemos nuestro espíritu, nos deleitaremos en Cristo; cada vez que oremos-leamos la Palabra, ingeriremos un dulce anticipo de Cristo. Este es el mensaje que 2 Corintios comunica.

LA TRINIDAD DIVINA SE TRASMITE A NOSOTROS PARA QUE LA DISFRUTEMOS

  Al final de la epístola Pablo escribe: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (13:14). Así como los tres de la Deidad son uno, de igual manera el amor, la gracia y la comunión no son tres asuntos separados, sino tres aspectos de una sola cosa. Dios el Padre está en Cristo (Jn. 14:10), y Cristo es el Espíritu (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17); del mismo modo, el amor de Dios está en la gracia de Cristo, y la gracia de Cristo junto con el amor de Dios están en la comunión del Espíritu Santo. El amor de Dios es la fuente, pues Dios es el origen; la gracia del Señor es el caudal del amor de Dios, pues el Señor es la expresión de Dios; y la comunión del Espíritu es la impartición de la gracia del Señor con el amor de Dios, pues el Espíritu nos trasmite al Señor con Dios para que nosotros experimentemos y disfrutemos al Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— con Sus virtudes divinas. La comunión del Espíritu Santo nos trasmite la gracia de Cristo junto con el amor de Dios.

  Por eso Gálatas 6:18 dice: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu, hermanos. Amén”. Dios está en Cristo, Cristo es el Espíritu, y el Espíritu está en nuestro espíritu para que lo disfrutemos. Para nosotros Dios es amor, Cristo es la gracia, y el Espíritu es la comunión, la trasmisión, que imparte en nuestro ser todo lo que Cristo es como la gracia, junto con todo lo que Dios es como amor, a fin de que lo disfrutemos. Todo lo que Dios es en Su Trinidad se está impartiendo en nosotros para que lo disfrutemos. En esto consiste la buena tierra, la tierra de riquezas donde fluye leche y miel, y donde disfrutamos todas las riquezas del Dios Triuno procesado. Estas riquezas, que nos fueron dadas para que nos deleitemos en ellas, constan del amor de Dios, la gracia de Cristo y la trasmisión del Espíritu Santo.

  Espero que podamos llevar esta comunión al Señor en oración para que experimentemos las riquezas de Cristo mencionadas en 2 Corintios. Entonces, mediante esta experiencia, se producirá una expresión viva del Cuerpo de Cristo en muchas ciudades. ¡Alabado sea el Señor! El es la gracia, la buena tierra, la cual disfrutamos para que se produzca el templo, donde Dios descansa, y la virgen, que satisface a Cristo.

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