
Lectura bíblica: 2 Co. 1:17-20; 2:10; 10:1; 11:10; 12:9; 3-5, 13:14
Anteriormente vimos que en 2 Corintios el apóstol Pablo se presenta como una persona que vivía absolutamente en su espíritu. Pablo era una persona a quien Dios había enseñado, puesto a prueba y entrenado a no vivir más en la carne, sino únicamente en el espíritu. En capítulos anteriores indicamos que la iglesia no necesita personas que estén llenas de dones, conocimiento y poder, sino personas cuyo hombre exterior haya sido totalmente desgastado (4:16). El hombre exterior, es decir, el hombre natural, tiene que ser consumido y reducido a nada, hasta que sólo quede el espíritu y aprendamos a vivir en él. La iglesia necesita tal tipo de personas. A lo largo de la historia de la iglesia han existido gigantes espirituales, grandes maestros y personas poseedoras de dones milagrosos; sin embargo, la iglesia aún no ha sido edificada. Por consiguiente, el Señor necesita creyentes que sean reducidos a vivir en el espíritu, a fin de edificar la iglesia, Su Cuerpo.
La venida del Señor está cercana. El dijo que vendría pronto (Ap. 22:20); sin embargo, quizás dudemos de ello porque ya han transcurrido casi dos mil años desde la ascensión del Señor, y El aún no ha vuelto. Recordemos que para Dios, mil años son como un día (2 P. 3:8). Al estudiar las profecías tuve una profunda impresión al ver que los escritos proféticos dan énfasis a la restauración de Israel como nación (léase Mt. 24:32 y notas de la Versión Recobro). En 1948 la nación de Israel fue establecida de nuevo, y en 1967 Jerusalén fue recuperada. El Señor hizo esta obra maravillosa, pues nadie jamás soñó que la nación de Israel sería restaurada ni que Jerusalén le fuera devuelta a Israel. El cumplimiento de esta profecía indica claramente que el Señor está preparando a Israel y a Su iglesia para Su regreso. Tengo la certeza de que así como el Señor cumplió Su profecía con respecto a Israel, asimismo actuará rápidamente para preparar a Su novia. El no la preparará por medio de dones ni enseñanzas, sino mediante la obra de la cruz y la unción del Espíritu. Por tanto, tenemos que ser reducidos a nada y permitir que Cristo nos derrote y nos conquiste.
Es necesario que seamos reducidos a vivir en el espíritu. Nuestro espíritu no se encuentra vacío, sino que está ocupado por Cristo. Cristo reside en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22); por tanto, cuando somos reducidos a nuestro espíritu, hallamos a Cristo. Ser reducidos al espíritu equivale a ser reducidos a Cristo y vivir sólo por El. En 2 Corintios 3:17, un versículo vital y precioso, se revela que Cristo el Señor es el Espíritu. Cristo hoy es el Espíritu que mora en nuestro espíritu, y como tal, vive, actúa y se mueve buscando que seamos reducidos a vivir en el espíritu. Tenemos que ser reducidos al espíritu, pues cuando esto sucede, hallamos a Cristo. En 2 Corintios vemos, por una parte, que el apóstol Pablo fue reducido al espíritu, y por otra, que el apóstol vivía, se conducía y actuaba dirigido por Cristo, quien estaba en su espíritu.
En 2 Corintios 2:10 vemos la expresión: “la persona de Cristo”. La versión Reina Valera (1960) traduce esta frase como: “en presencia de Cristo”. La palabra griega usada comúnmente para denotar presencia es parousia, pero la palabra que aparece en este versículo es prosopon, que significa “persona”. Pablo dice: “Y al que vosotros algo perdonáis, yo también; porque también yo lo que he perdonado, si algo he perdonado, por vosotros lo he hecho en la persona de Cristo”. Pablo perdonó a un hermano, y lo hizo en la persona de Cristo. La palabra griega prosopon literalmente significa faz, y denota la parte que está alrededor de los ojos, la expresión que muestra los pensamientos y sentimientos interiores, la cual exhibe y manifiesta todo lo que la persona es. Pablo perdonó a dicho hermano y lo hizo en la persona de Cristo, conforme a la expresión que indicaba la persona de Cristo, según se trasmite en Su mirada. Pablo no sólo vivía en la presencia del Señor, sino que también se conducía según la expresión de Sus ojos, la cual le comunicaba los sentimientos y pensamientos más íntimos de Cristo. Esto es algo muy profundo, tierno y delicado.
En cierta ocasión fui invitado a la casa de una amada pareja cristiana. Mientras estuve allí, observé que el hermano se conducía no sólo en la presencia de su esposa, sino también en la persona de ella. Con sólo mirarle los ojos a ella, sabía si su esposa aprobaba o desaprobaba lo que él hacía. No había necesidad de palabras. Este esposo había aprendido a conducirse en la persona de su esposa.
No alcanzo a expresar apropiadamente lo que sentí al descubrir el significado de la palabra “persona”. Ese día me incliné ante el Señor y le dije: “Señor, durante todos estos años nunca sospeché que no sólo debía conducirme en Tu presencia, sino también en Tu persona de una manera tan tierna”. Este no es sólo un asunto de vivir en la presencia del Señor, sino aún más, de vivir en Su persona misma. Dudo que muchos se conduzcan de una manera tan tierna en la persona de Cristo. Quizás algunos afirmen que viven, actúan y se conducen en la presencia del Señor, pero ¿quién de nosotros puede asegurar que se conduce en la persona de Cristo, de la misma forma en que lo hacía aquel hermano con su esposa? No obstante, en 2 Corintios 2:10 encontramos una frase que nos revela que Pablo era tal persona. El se conducía todo el tiempo conforme a lo que le indicaba la mirada del Señor, la cual le trasmitía los sentimientos y pensamientos íntimos de Su persona.
Pablo fijó su atención en la faz del Señor, en la expresión de Sus ojos, y entendió que debía perdonar a ese hermano. El lo perdonó no porque él mismo sintiera hacerlo, ni porque la razón se lo indicaba, sino porque eso era lo que sentía y pensaba Aquel que moraba en él. El se conducía en la persona de Cristo, de tal manera que cuando perdonaba, lo hacía en la persona de Cristo. Pablo dio a conocer a los corintios que él perdonaba a este hermano no por sí mismo, ni según su propia carne, sino en la persona de Cristo. Esto es lo que significa vivir por Cristo. El apóstol Pablo fue reducido a su espíritu a tal grado que no se conducía según su propia persona, sino según la persona de Cristo, en la expresión de Su rostro, es decir, en la expresión de los sentimientos y pensamientos de Cristo. Vivir en la persona de Cristo es algo muy tierno y profundo. Pablo era una persona que había sido limitada a tal grado, que tomaba a Cristo como su persona. El se conducía absolutamente en la persona de Cristo.
En 2 Corintios 1:17 Pablo dice: “Así que, teniendo esta intención, ¿procedí acaso con inconstancia? ¿O lo que pienso hacer, lo pienso según la carne, para que haya en mí sí, sí y no, no?” Pablo no tomaba decisiones según la carne, de modo que dijera sí en un momento dado, y luego dijera no. El no era una persona inconstante. Cuando decía sí, lo decía con Cristo; y cuando tomaba una decisión, la tomaba con Cristo. En otras palabras, cuando Cristo decía sí, él decía lo mismo, y cuando Cristo decía no, él decía lo mismo. En Pablo no había inconstancia ni variabilidad, pues no tomaba decisiones por su propia cuenta ni según su carne, sino de acuerdo con el Cristo que moraba en él.
En 1:18-20 Pablo declara: “Mas, como Dios es fiel, nuestra palabra a vosotros no es sí y no. Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, que entre vosotros ha sido predicado por nosotros, por mí, Silvano y Timoteo, no ha sido sí y no; mas nuestra palabra ha sido sí en El; porque para cuantas promesas hay de Dios, en El está el Sí, por lo cual también a través de El damos el Amén a Dios, para la gloria de Dios, por medio de nosotros”. Cristo es inmutable. Puesto que el Cristo a quien Pablo predicaba conforme a las promesas de Dios no vino a ser sí y no, la palabra que él predicaba acerca de Cristo tampoco era sí y no. No sólo su predicación era conforme a Cristo, sino también su vivir. El no era un hombre inconstante que dijera sí y no, sino un hombre que era igual a Cristo. El vivía a Cristo, así que cuando él decía sí, lo decía en Cristo. La persona de Pablo había sido reducida a nada, de modo que podía simplemente tomar el sí de Cristo como suyo propio. En Cristo no hay sí y no, pues El no cambia; de igual manera, Pablo no cambiaba, debido a que vivía por Cristo.
Debemos orar para que el Espíritu nos permita ver qué clase de persona era el apóstol Pablo. El era una persona que había sido reducido a nada, y que tomaba a Cristo en su espíritu como todo. Es menester que seamos reducidos al grado que permanezcamos siempre en nuestro espíritu y tomemos a Cristo como nuestro todo. Cuando digamos sí, debemos decirlo juntamente con Cristo; si Cristo dice no, nosotros también decimos lo mismo. No tenemos la posición, el derecho ni la base para expresar algo aparte de Cristo, pues fuimos crucificados con El (Gá. 2:20). Pablo había sido abrumado sobremanera (2 Co. 1:8) y reducido al espíritu, de modo que ya no vivía su propia vida, sino que Cristo vivía en él. Por consiguiente, cuando Pablo decía sí, era Cristo quien lo decía.
Es posible que amemos al Señor y nos esforcemos en vivir por la vida de Cristo, pero ¿ponemos esto en práctica cuando nos hacen una pregunta? ¿Nos acordamos en ese momento que debemos responder juntamente con Cristo? Esta es la razón por la que tantos hermanos dicen primero una cosa y luego cambian de parecer; en la mañana dicen “sí”, pero en la tarde dicen “no”. Ellos cambian de parecer continuamente. Si tomaran a Cristo como la respuesta, el Sí y el Amén, no variarían, pues Cristo no cambia (He. 13:8). El apóstol Pablo vivía de esta manera.
En 2 Corintios 10:1 Pablo dice: “Mas yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo”. Quizás seamos mansos y tiernos, pero ¿contiene algo de Cristo nuestra mansedumbre y ternura? Todos estamos de acuerdo en que debemos repudiar nuestro carácter si no manifiesta mansedumbre ni ternura, pero ¿entendemos que también debemos rechazar nuestra mansedumbre y ternura naturales? Algunos hermanos y hermanas se sienten orgullosos de ser mansos y tiernos; incluso es posible que una hermana piense que ella tiene más mansedumbre que las demás hermanas. En cambio, el apóstol Pablo le rogaba a los corintios, no con su propia mansedumbre y ternura, sino con la mansedumbre y ternura de Cristo. De nuevo, esto muestra a una persona que vivía en su espíritu y que siempre tomaba a Cristo como su todo. Pablo experimentó a Cristo no sólo como su poder, sino también como su mansedumbre y su ternura. El era una persona que vivía por Cristo.
En 11:10 Pablo dice: “Por la veracidad de Cristo que está en mí”. Todos estaríamos de acuerdo en que debemos rechazar la mentira y hablar la verdad, pero ¿se ha preguntado usted alguna vez de quién es la verdad que debemos hablar? ¿Habla usted la verdad de Cristo o su propia verdad? Pablo dijo que la veracidad de Cristo estaba en él. Debemos hablar según la veracidad de Cristo, no conforme a la veracidad de la naturaleza humana, ni la del hombre viejo o la del yo. No sólo debemos desechar las mentiras sino también nuestra propia veracidad. Si repudiamos nuestra propia veracidad así como rechazamos las mentiras, podremos tomar la veracidad de Cristo. Pablo perdonó en la persona de Cristo, rogó según la mansedumbre y ternura de Cristo, y afirmó que la veracidad de Cristo estaba en él. Puesto que el apóstol vivió por Cristo, El llegó a ser la virtud misma que Pablo expresaba en su conducta.
En el capítulo trece Pablo añade algo respecto al poder de Cristo (vs. 3-5). El poder de Cristo no se obtiene cuando somos poderosos sino cuando somos débiles. Pablo dice: “Porque cuando soy débil, entonces soy poderoso” (2 Co. 12:10). Es más difícil ser débil que ser poderoso. Pablo dice que Cristo fue “crucificado en debilidad” (13:4). Todos sabemos que Cristo era el Dios todopoderoso; pero en el momento de Su crucifixión, El se hizo débil. Si no hubiera sido así, ¿cómo habrían podido los seres humanos crucificar al Dios todopoderoso? ¿Cómo podrían haberlo arrestado? ¿Quién hubiera podido clavarlo en la cruz? Sin embargo, El estuvo dispuesto a hacerse débil. Por eso el apóstol Pablo dice: “Nosotros somos débiles en El” (v. 4).
¿Ha aprendido usted a ser débil en Cristo? Nos gusta hablar acerca de ser poderosos en Cristo, pero ¿hemos tratado alguna vez de ser débiles en El? El poder de Cristo no puede perfeccionarse ni manifestarse en nosotros hasta que seamos débiles. El poder de Cristo, el cual respecto a nosotros es Su gracia, se perfecciona en nuestra debilidad (12:9). Cuando somos débiles, podemos experimentar este poder de Cristo en nuestra debilidad. Una vez más vemos que 2 Corintios presenta una persona que había sido reducida a nada, que no tenía fuerzas, a fin de que el poder de Cristo pudiera ser perfeccionado en su debilidad. He aquí una persona que había sido reducida a nada, y que tomaba a Cristo como su todo.
En 13:14 Pablo menciona la gracia de Cristo, y en 13:3 dice que Cristo hablaba en él. Una vez más vemos a una persona que había sido reducida a nada y en quien Cristo lo era todo: Cristo hablaba en él; la persona misma de Cristo era su persona; la veracidad de Cristo era su veracidad; la mansedumbre y la ternura de Cristo eran suyas, así como también el poder de Cristo y Su gracia. Cristo era todo en Pablo. Pablo era una persona que vivía en el espíritu.