
Lectura bíblica: 2 Co. 3:13-18; 4:3-11, 16-18
Hemos visto que una persona que vive en la presencia del Señor, es decir, en su espíritu, en el Lugar Santísimo, puede compararse con un cautivo que anda en un desfile triunfal y también con una carta. Si tomamos en serio al Señor y deseamos seguirlo en el espíritu, debemos convertirnos en esos cautivos y en esas cartas de Cristo que lo expresan al ser inscritas con el Espíritu del Dios viviente. En este capítulo presentaremos dos aspectos adicionales de una persona que vive en el Lugar Santísimo.
En 2 Corintios 3:18 dice que debemos ser espejos que miran y reflejan la gloria del Señor. Lo que un espejo mira, lo refleja; del mismo modo, cuando miramos al Señor, lo reflejamos. Pero si un velo cubre el espejo, éste no podrá reflejar nada. Pablo dice que debemos mirar al Señor a cara descubierta, sin ningún velo. Pero, ¿a qué velo se refiere Pablo? Quizás algunos piensen que se refiere a la carne, como se menciona en Hebreos 10:20. Sin embargo, el velo que se menciona en Hebreos 10 no es el mismo que se ve en 2 Corintios 3, pues son dos velos diferentes. Hebreos 10 habla del velo que estaba dentro del tabernáculo (He. 9:3), y 2 Corintios 3 se refiere al velo que cubría el rostro de Moisés (v. 13). Hablando en términos espirituales, ¿qué representa el velo que cubría el rostro de Moisés? Probablemente muy pocos han prestado atención a este detalle. El velo que se menciona en 2 Corintios 3 se refiere al velo de las tradiciones religiosas, esto es, el velo de la religión tradicional. ¿Por qué había un velo sobre el corazón de los hijos de Israel cuando leían el Antiguo Testamento? El velo que cubría sus corazones era la antigua religión tradicional.
Debemos aplicar este entendimiento a nuestra propia experiencia, pues tenemos la tendencia de aplicar la Biblia a los demás, y no a nosotros. Podemos pensar que los israelitas del Antiguo Testamento fueron insensatos en muchos aspectos, pero debemos darnos cuenta de que nosotros somos muy parecidos a ellos. Quizás hayamos leído el Nuevo Testamento repetidas veces, sin haber recibido mucha luz debido a que nos cubre un velo. El velo que nos tapa son las tradiciones religiosas; incluso nuestro trasfondo cristiano puede constituir un velo. Por tanto, si hemos de vivir en el espíritu, tenemos que salir de la religión y ser librados de todas sus tradiciones; quizás aún nos cubra el velo religioso del cristianismo o el velo de las enseñanzas tradicionales. Acudamos al Señor pidiéndole que nos muestre nuestra verdadera condición, y que nos libere de todo velo que estorbe nuestra visión de El.
La religión es un verdadero obstáculo para los que buscan a Dios. Muchos de los que buscan al Señor no pueden verlo porque la religión los estorba y los ciega. Tanto el judaísmo como el cristianismo, el cual incluye al catolicismo y al protestantismo, se han convertido en grandes sistemas religiosos e impiden que los que buscan al Señor puedan experimentarlo y disfrutarlo como su vida y su todo. La religión es un ardid del enemigo. ¿Quiénes condenaron a muerte al Señor Jesús? Los judíos religiosos, poseedores del Antiguo Testamento, quienes basados en su entendimiento erróneo de las Escrituras, sentenciaron a muerte al Señor Jesús. ¿Quiénes persiguieron a los apóstoles? Los religiosos judíos. ¿Quién persiguió a Martín Lutero? Los católicos romanos. ¿Quiénes han perseguido a los que han buscado al Señor a lo largo de la historia de la iglesia? Los religiosos. A veces somos tan religiosos que nos perseguimos a nosotros mismos. Necesitamos ser rescatados y liberados de la religión tradicional.
Para que un espejo pueda reflejar una imagen apropiadamente, debe estar libre de obstáculos y ubicado en la posición correcta. Por eso en 2 Corintios 3:16 dice que, cuando el corazón “se vuelve al Señor, el velo es quitado”. Es preciso que nuestro corazón se vuelva al Señor, si hemos de contemplarlo a cara descubierta. Quizás usted piense que desechó la religión y todas sus tradiciones desde hace muchos años; incluso pudo haber abandonado las denominaciones. Pero, ¿hacia dónde se dirigió su vista? Un espejo debe estar dirigido hacia nosotros para que refleje nuestro rostro. Cuando nos paramos frente a un espejo, éste nos refleja. Tal vez pensemos que ya abandonamos la religión tradicional, pero ¿cuál es nuestra dirección? ¿Hacia dónde dirigimos nuestra mirada? ¿Estamos contemplando al Señor? ¿Hemos vuelto todo nuestro ser hacia El? Es necesario que volvamos nuestro rostro al Señor, y que el velo sea quitado de nosotros.
No debemos tomar el pasaje de 2 Corintios 3 en una manera doctrinal. Ser liberados de la religión tradicional no involucra cosas externas, sino al espíritu. Cuando andamos, laboramos y actuamos en el espíritu, estamos fuera de la religión y de sus tradiciones. Pero si alguien no anda ni vive en el espíritu, aunque ya no practique sus tradiciones y haya salido de las denominaciones, aún se conduce religiosamente; abandonó una religión, pero formó otra. Aparte del Espíritu, aun nosotros mismos podemos convertirnos en una religión.
Ser librados de la religión y desechar las tradiciones equivale a vivir, andar, actuar y comportarse en el espíritu. Este es un asunto muy serio. Cuando andamos en nuestro espíritu, nos hallamos fuera de las denominaciones, de las tradiciones y de cualquier clase de religión; pero, si no andamos en nuestro espíritu, aunque aparentemente abandonemos estas cosas, en realidad vivimos en nuestra propia religión. La religión es un velo que cubre nuestros ojos y nos impide ver la luz, la revelación y las visiones que presenta el Nuevo Testamento. Por consiguiente, debemos salir de todo tipo de religión, incluyendo la religión que nosotros mismos fabricamos, y volvernos al Espíritu.
Muchos amados creyentes han formado su propia religión. En cierta ocasión, un hermano nos dijo que sentía que era incorrecto orar-leer la Palabra. Según su parecer, deberíamos adorar al Señor en silencio y orar de forma lenta; ésta era su propia religión. Otro hermano quizás sienta que debe irse al extranjero a hacer una obra misionera; ésta puede ser su propia religión. En el Lejano Oriente, una vez un hermano inglés me preguntó por qué en nuestras reuniones los varones se sentaban aparte de las hermanas. Según su opinión y de acuerdo con su propia religión, ésta no es la manera correcta de reunirse. Estos casos muestran que la religión inmediatamente se convierte en un velo que nos impide ver a Cristo y llevar una vida en el Lugar Santísimo. Muchos quizás ni estemos conscientes de haber creado nuestra propia religión.
Tenemos que ser salvos del velo de la religión. “Y el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Co. 3:17). El Espíritu nos libera de toda clase de religión. La adoración al Señor no tiene nada que ver con el lugar donde los hermanos y las hermanas se sientan en las reuniones. En Juan 4:24 dice que debemos adorar a Dios en espíritu. Debemos vivir en el espíritu y reunirnos con el Señor en el espíritu. No debe preocuparnos si los hermanos y las hermanas se sientan juntos o separados en las reuniones. Sólo debe interesarnos una cosa: si vivimos o no en el espíritu. El Señor es el Espíritu quien mora en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22; Ro. 8:16). Si nos mantenemos en el espíritu, el velo desaparecerá de inmediato. Entonces tendremos la cara descubierta; no me refiero a nuestra cara física y externa, sino a la espiritual e interna. De esta manera, al mirar al Señor y reflejarlo, los demás podrán verlo en nosotros. Así podremos ser un espejo que mira y refleja a Cristo.
Una persona que vive en el espíritu debe ser un cautivo de Cristo, una carta de Cristo y un espejo vuelto en dirección al Señor a cara descubierta. Entonces, esta persona contemplará y reflejará la gloria del Señor, y será transformada en la imagen de Cristo de un grado de gloria a otro. Esta clase de transformación proviene del Señor Espíritu y no tiene nada que ver con la religión, los formalismos, los reglamentos, las enseñanzas ni con el conocimiento muerto. Debemos volvernos al espíritu y tener contacto a cara descubierta con el Señor Espíritu. Contemplar al Señor a cara descubierta equivale a ser librados de toda religión. Si nos ocupamos exclusivamente del Espíritu que vive en nosotros, día a día y hora tras hora seremos transformados en la misma imagen de Cristo.
En 2 Corintios 4:7 dice que “tenemos este tesoro en vasos de barro”. Somos vasos que contienen a Cristo y, por ende, tenemos un tesoro maravilloso, el Cristo de gloria, quien como corporificación de Dios es nuestra vida y nuestro todo. Si leemos detalladamente los primeros diez versículos del capítulo cuatro, notaremos que este vaso es exactamente igual que una cámara. Para tomar una fotografía se requieren cuatro elementos básicos: el lente, el rollo o película, el obturador que abre y cierra la cámara, y la luz. El mecanismo es el siguiente: el paisaje entra en la cámara a través de la luz y queda impreso en la película o rollo, produciéndose así la fotografía. Sin la luz, el paisaje no puede entrar en la cámara. Una vez llevé conmigo una cámara en un viaje y tomé muchas fotos. Pero al revelar el rollo, no se produjo ninguna imagen. No entendía lo qué había ocurrido, hasta que descubrí que había olvidado quitarle la tapa al lente.
En la esfera espiritual, el lente representa la mente, y el rollo de película equivale a un espíritu recto dentro de un corazón apropiado. Necesitamos tener una mente abierta y un espíritu recto dentro de un corazón apropiado. Además de esto, también se requiere el obturador, lo cual significa que necesitamos abrir nuestro ser al Señor. La luz divina está esperando que esto suceda. Cuando abrimos nuestro ser y mente al Señor y poseemos un espíritu recto dentro de un corazón apropiado, la luz divina infunde a Cristo en nuestro espíritu y produce una impronta en él. Como resultado, queda impresa en nosotros una imagen, la cual es el tesoro contenido en los vasos de barro.
Es menester que nuestra mente esté abierta a Cristo, y que nuestro corazón, con un espíritu recto y puro, sea apropiado. Constantemente debemos abrir nuestro ser a Cristo para que El, como el paisaje celestial y divino, quede impreso en nosotros. No diga que porque es salvo, ya Cristo está en usted. Ciertamente Cristo está en usted, en su espíritu, pero El aún no ocupa la totalidad de su corazón. Debemos mantener nuestra mente constantemente abierta al Señor, para que El gobierne nuestros pensamientos; además, debemos tener un corazón apropiado, y un espíritu puro y abierto. Durante el día debemos operar continuamente el obturador, lo cual significa que debemos volvernos al Señor para que El, quien es el tesoro celestial, deje Su imagen impresa en nosotros.
Después de permitir que Cristo entre en nosotros, debemos ser quebrantados. El vaso debe ser quebrantado para que el tesoro pueda manifestarse. La primera parte del capítulo cuatro explica de qué forma Cristo, el tesoro, entró en nosotros, y la última parte indica que este tesoro sólo puede expresarse cuando el vaso es quebrantado. En el versículo 7 dice que “tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”. Más adelante, en los versículos del 8 al 10, encontramos las palabras “oprimidos”, “en apuros”, “perseguidos” y “derribados”, al igual que la frase: “llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús”. Además, en el versículo 16, Pablo añade que el hombre exterior se va desgastando. Esto no sólo alude al desgaste de nuestro hombre exterior, sino también al quebrantamiento del vaso.
Dios está llevando a cabo no sólo la obra de reducirnos, sino también la de aplastarnos y quebrantarnos. No debemos tratar de permanecer enteros; es necesario que seamos quebrantados. El Señor desea quebrantar nuestro hombre exterior, el hombre natural, el cual incluye nuestra alma y nuestra carne. Tanto el elemento humano como la vida anímica y el elemento carnal, deben ser quebrantados. En cuanto al aspecto positivo, somos una cámara con lente, rollo de película y obturador, el cual permite que la luz entre e imprima en nosotros el paisaje, la imagen divina. Con todo, debemos estar dispuestos a ser quebrantados, aplastados y destruidos. El problema que hallamos en el capítulo tres es el velo, mientras que aquí, en el capítulo cuatro, el obstáculo es nuestro hombre exterior. El velo, como ya vimos, es la religión; pero el hombre exterior es el yo, el cual se compone de la vida natural, la vida anímica y la carne. No obstante, el hecho de entender qué es el hombre natural, la carne y el alma, difiere de experimentar el quebrantamiento del hombre exterior, el quebrantamiento santo, efectuado por Dios.
Al seguir al Señor, no debemos esperar que tendremos en todo momento un “viaje seguro”. En cuanto tomamos el camino que conduce a la vida, el camino angosto de seguir al Señor (Mt. 7:14), pasaremos por aflicciones y apuros, y seremos perseguidos, derribados, puestos a muerte, destruidos, aplastados y quebrantados. Posiblemente se pregunte de qué forma sucederá esto. Yo no lo sé, pero el Señor sí lo sabe. El tiene multitud de formas para lograr aplastarnos. Quizás alguien se queje diciendo que la vida de casado es terrible, pero yo diría que es igualmente lamentable quedarse soltero. Si alguien preguntara qué es mejor: casarse o no casarse, yo no sabría qué contestar; lo único que les aconsejo es que no traten de huir del Señor, porque cuanto más lo intenten, más quedarán atrapados. Si logran escapar de la aflicción, caerán en apuros; si escapan de la persecución, serán derribados. Debemos entender que nuestras vidas no se encuentran bajo nuestro control, sino en las manos de Dios. Nadie sabe lo que el mañana nos deparará. Aun David, en Salmos 31:15, dice: “En tu mano están mis tiempos”. Debemos alabar al Señor en todo momento, pues Su mano es soberana, misericordiosa y llena de gracia. No tenemos nada que temer; por el contrario, debemos permanecer tranquilos y recibir la porción que El nos asigne. Debido a que tenemos el tesoro dentro de este vaso, el destino del vaso es ser quebrantado.
Si hemos de ser una persona que permanece en el Lugar Santísimo, debemos ser cautivos de Cristo, cartas inscritas por El, espejos que lo reflejan y vasos quebrantados. Es necesario presentar estos asuntos al Señor y orar sobre cada uno de ellos, hasta que experimentemos subjetivamente que somos rebeldes que han sido capturados, cartas que están siendo inscritas con el Espíritu del Dios viviente, espejos que lo miran a cara descubierta y vasos que siempre se hallan bajo Su disciplina y Su quebrantamiento, y que cumplen Su deseo de expresar el tesoro interior. Cada uno de estos aspectos es glorioso. Para concluir la comunión en este capítulo, nos ayudaría mucho cantar y orar el Himno #177 (Himnos, Living Stream Ministry).
Vive en mí, Señor, Tu vida, Pues mi vida eres Tú; Tú resuelves mis problemas Cuando toco Tu virtud. Vive en mí, Señor, Tu vida, Cumple en mí Tu voluntad; Hazme un vaso trasparente Para al Hijo expresar.
Consagrado está Tu templo, Ya purgado de maldad; Que la llama de Tu gloria Brille en mí con claridad. Que con admirable asombro Pueda el mundo contemplar, La ofrenda de mi cuerpo, Que este esclavo a Ti te da.
Todo el tiempo, todo miembro, Quede atento a Tu mandar, Para trabajar en yugo O esperar según Tu plan. Cuando sea restringido No me intranquilizaré; En Tu trato fiel conmigo Nunca yo murmuraré.
Tierno, quieto y en reposo, Mis tendencias ya negué, Para que te sientas libre Y me indiques Tu querer. Vive en mí Señor Tu vida, Pues mi vida eres Tú; Tú resuelves mis problemas Cuando toco Tu virtud.