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Mensajes del libro «Autobiografía de una persona que vive en el espíritu, La»
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CAPITULO SEIS

EMBAJADORES Y COLABORADORES

  Lectura bíblica: 2 Co. 5:4, 5, 9, 10, 13-17, 20; 6:1, 4-10

  En este capítulo estudiaremos el quinto y sexto aspecto de una persona que vive en la presencia del Señor, en el Lugar Santísimo. Hemos visto que dicha persona es un cautivo, una carta, un espejo y una cámara. El quinto aspecto de tal persona es ser un embajador, y el sexto, ser un colaborador.

EMBAJADORES DE CRISTO

  El apóstol Pablo era un embajador de Cristo y, como tal, representaba a la autoridad más elevada. El gobierno de los Estados Unidos envía embajadores a diferentes países, y ellos representan en el exterior al gobierno de los Estados Unidos. Dios es la máxima autoridad de este universo y le dio a Cristo toda potestad en el cielo y en la tierra (Mt. 28:18). Dios nombró a Cristo como Rey de reyes y Señor de señores (1 Ti. 6:15; Ap. 17:14). Jesús es el Cristo, el Señor de todos. El es la máxima autoridad, y por tanto, El necesita que haya algunos embajadores en la tierra que estén capacitados para representarle. Los ministros del Señor no son predicadores ni maestros solamente, sino que han sido investidos con la potestad celestial para representar a la máxima autoridad de todo el universo. Así que, primero tenemos que ser capturados por Cristo, y luego debemos llegar a ser Sus representantes sobre la tierra, a fin de relacionarnos con las naciones terrenales en calidad de embajadores.

  Algunos cristianos imprimen tarjetas de presentación, con la frase: “Embajador de Cristo”. Hace muchos años imprimí unas tarjetas que decían: “Witness Lee—Esclavo de Cristo”. En ese tiempo no me atrevía a llamarme embajador de Cristo, pero ahora mi comprensión es más amplia y me doy cuenta de que todos debemos ser embajadores de Cristo en esta tierra. No solamente debemos ser Sus cautivos, sino también embajadores que representen Sus intereses en la tierra. Quizás algunos piensen que esto es demasiado elevado; las hermanas posiblemente se pregunten cómo ellas, siendo vasos débiles, pueden ser embajadores de Cristo que representen a la autoridad más alta de esta tierra. No importa si usted es un hermano o una hermana: todos somos miembros del Cuerpo de Cristo. Cristo es la Cabeza, la máxima autoridad, y nosotros, los miembros de Su Cuerpo, debemos ser Sus representantes, Sus embajadores. No piense que usted es pequeño o demasiado débil, pues ser un embajador no depende de esto; más bien, debemos ser aún más débiles, esto es, débiles en Cristo (2 Co. 13:4).

No debemos vivir por lo que somos ni por lo que podemos hacer, sino por la vida inmortal, que es Cristo mismo

  Pablo, como embajador de Cristo, se daba cuenta de que todo lo que había en él, lo que él era y lo que tenía, era mortal (5:4). Todo lo que está sujeto a muerte es mortal; nuestra sabiduría es mortal, así como también nuestras habilidades. Todo lo que hacemos, y todo lo que somos y poseemos está por morir. Por eso no debemos confiar en lo que somos. Es necesario comprender que somos seres mortales; pero también debemos darnos cuenta de que Dios ha forjado algo eterno en nosotros, algo que nunca morirá sino que perdurará por siempre. Debido a que recibimos al Señor Jesús y El vive en nosotros, poseemos la divinidad, la cual es inmortal. Al final, todo lo que es mortal en nosotros será “absorbido por la vida” (5:4). Nuestra mortalidad será absorbida por la vida divina.

  Si deseamos ser embajadores que representan a Cristo en esta tierra, debemos entender claramente que somos mortales, y que todo lo que somos, podemos hacer y tenemos, perecerá. No debemos tener ninguna confianza en nosotros ni vivir por nosotros mismos, sino ver que en nosotros hay una persona, quien es la vida inmortal, la vida divina (Jn. 14:6). Debemos depender de esta vida, y vivir y conducirnos por ella; esta vida nos equipa y nos hace aptos para que seamos embajadores de Cristo. Ni el poder, ni los dones, ni el conocimiento nos capacitan para ser embajadores de Cristo, sino la vida inmortal que está en nosotros. Olvidémonos de nosotros mismos, desechemos lo que podemos hacer y rechacemos lo que somos, y pongamos nuestra confianza en esta vida inmortal, que es el propio Dios en Cristo. Este es el primer requisito para ser equipados como embajadores de Cristo.

Empeñarnos en agradar a Cristo

  Puesto que tengo a Cristo como vida inmortal en mí, ahora debo empeñarme en agradarlo a El (2 Co. 5:9). Si tenemos como meta ser embajadores de Cristo, un día debemos poner por testigos a los cielos y la tierra y tomar la decisión de entregarnos incondicionalmente a Cristo con un solo propósito: serle agradables. Dios se ha forjado en nosotros como la vida inmortal para que ya no vivamos por nosotros mismos sino por esta vida. Por lo tanto, debemos empeñarnos en complacerlo a El.

  No estoy diciendo que simplemente debemos consagrarnos. La consagración es un tema muy popular en el cristianismo actual. En las reuniones de avivamiento muchos responden al llamado y pasan al frente a consagrarse; sin embargo, aunque se consagran, continúan empeñándose en agradarse a sí mismos y no a Cristo. Por tanto, aunque se consagran a Cristo, no pueden representarlo. Debemos preguntarnos cuál es nuestro empeño hoy. Si deseamos representar a Cristo en la tierra como embajadores Suyos, debemos orar: “Señor, hoy llamo a los cielos y a la tierra por testigos de que mi empeño es uno solo: agradarte a Ti”.

Constreñidos por el amor de Cristo

  En 5:14 Pablo dice que “el amor de Cristo nos constriñe”. Debido a que el amor de Cristo lo constreñía, Pablo era una persona que vivía sólo para el Señor (v. 15). Otro asunto que nos hace aptos para ser embajadores de Cristo es el amor de Cristo, un amor que nos constriñe. Este amor de Cristo nos debe arrastrar. En 2 Corintios 5:14-15 Pablo dice que el amor que Cristo nos mostró al morir por nosotros es como un fuerte torrente de aguas que nos impulsa, más allá de nuestro control, a vivir para El. Ser constreñido es semejante a ser arrastrado por una corriente de agua. El amor de Cristo es tan fuerte como una corriente de agua que nos domina y arrastra. Permitamos que el amor de Cristo nos inunde y nos constriña hasta que no tengamos más alternativa que dejarnos llevar por El. Debemos llegar a decir: “No tengo otro camino. Tengo que amar al Señor porque Su amor me ha constreñido. ¿Qué más puedo hacer?” Cuando hay una inundación, las corrientes de agua vienen con tal ímpetu que no tenemos la opción de aceptarlas o rechazarlas. Debemos ser constreñidos por el amor de Cristo de esta manera.

  Confieso que por muchos años he orado a diario para que el Señor me muestre Su amor a fin de ser constreñido. Siempre oro: “Señor, constríñeme por Tu amor. Oh Señor, inúndame con Tu amor”. Todos debemos orar así. Los jóvenes deben darse cuenta de que aunque aman al Señor hoy, todavía les esperan muchas encrucijadas en su experiencia cristiana; es decir, delante de ellos todavía hay muchos caminos que escoger y muchas decisiones que tomar. Pero, una vez que sean inundados por el amor de Cristo, ya no tendrán opciones.

Conocer a otros en el espíritu según Cristo

  El cuarto aspecto de un embajador consiste en que no conoce a las personas según la carne, sino en el espíritu según Cristo. No debemos analizar ni conocer a las personas según las apariencias, lo cual procede de la carne, sino según el espíritu, según Cristo. Supongamos que usted escucha predicar a un hermano, el cual es muy elocuente, inspirador y posee mucho conocimiento. Si admira esa elocuencia y piensa que esos mensajes son maravillosos, entonces usted conoce a las personas y las cosas por su apariencia externa según la carne, no por Cristo según el espíritu. Mientras escucha el mensaje, debe discernir cuánto de Dios se ha forjado en el orador. No debemos conocer a nadie según su elocuencia, conocimiento, don ni enseñanzas, sino conforme al espíritu. Debemos percibir si hay algo de Cristo, algo de Dios, forjado en esa persona. Por otra parte, quizás escuchemos a un hermano que no es elocuente, y sin embargo, percibimos que sus palabras tienen peso, que están impregnadas de Cristo. Por eso, Pablo dice en 2 Corintios 5:16: “De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así”. Por tanto, el cuarto requisito de un embajador de Cristo consiste en conocer las cosas y discernir a las personas, no en la carne según la apariencia externa, sino en el espíritu según la medida de Cristo.

  La iglesia necesita embajadores que representen a Cristo en la tierra de manera práctica. Para ello, debemos dejar de vivir por lo que somos o por lo que podemos hacer, y vivir sólo por la vida inmortal, la cual es Cristo mismo, poniendo todo nuestro empeño en complacerlo a El. También debemos ser inundados y arrastrados por el amor de Cristo que nos constriñe. Además, necesitamos aprender a conocer y discernir las cosas, no por su apariencia externa, sino en el espíritu según la medida de Cristo. Entonces, seremos embajadores de Cristo y representaremos Su autoridad y Sus intereses en la tierra.

COLABORADORES DE DIOS

Atados junto con Cristo

  El sexto aspecto de una persona que vive en el espíritu, en el Lugar Santísimo, consiste en ser un colaborador de Dios (6:1). No es fácil ser colaborador de alguien. Uno puede trabajar con otros y aun así no ser un colaborador de ellos. Para que dos hermanos sean colaboradores, primero Dios los debe atar el uno al otro. Esto sería semejante a atar una de las piernas de un hermano a la del otro, para que en lugar de cuatro piernas tengan tres. Es difícil correr con “tres piernas” en una carrera. Si dos hermanos pueden trabajar juntos de esta forma, entonces podemos llamarlos colaboradores, pues son colaboradores que caminan juntos.

  Para ser colaboradores de Dios es preciso que estemos atados a El. Tenemos que cederle algo nuestro. Es más fácil ser un siervo del Señor que ser Su colaborador; de igual manera, es más fácil servir a un hermano que ser colaborador de él. Todo colaborador está atado. Quizás yo desee levantarme a las seis de la mañana, pero el hermano con el que laboro quiere dormir hasta las siete y cuarenta y cinco. Debido a que soy su colaborador, debo esperar a que despierte. Quizás yo tenga la carga de ir a Seattle, pero el otro hermano quiere quedarse en San Francisco. ¿Qué se puede hacer en tal caso? Nada. No podemos huir, pues estamos atados a nuestros colaboradores.

  Un colaborador de Dios está atado a El: cuando Dios trabaja, él trabaja; cuando Dios camina, él camina; y cuando Dios se detiene, él también se detiene. Quizás usted sea una persona muy diligente y quiera seguir trabajando, sin embargo, puede ser que Dios le diga: “No quiero que trabajes ahora; quiero que descanses conmigo. Yo estoy descansando, así que descansa conmigo”. Muchos de los supuestos siervos del Señor no soportan descansar con El. La iglesia no necesita un grupo de obreros hábiles, sino un grupo de personas que estén atadas a Dios y que colaboren con El. De manera que si Dios trabaja, nosotros trabajamos; si El descansa, nosotros también descansamos; y si retrocede o avanza, nosotros hacemos lo mismo. Esto se debe a que estamos atados a El como una sola unidad.

Las señales de un colaborador

  Ahora necesitamos ver en 2 Corintios 6:4-10 cuáles son las señales que prueban si uno es un colaborador de Dios. En los versículos del 4 al 7a, Pablo enumera dieciocho requisitos que un ministro del nuevo pacto debe llenar: en mucha perseverancia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias, en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en vigilias, en ayunos, en pureza, en conocimiento, en longanimidad, en bondad, en un espíritu santo, en un amor no fingido, en la palabra de verdad, en el poder de Dios. Desde la mitad del versículo 7 hasta el versículo 10 Pablo menciona tres grupos de cosas y siete tipos de personas. El fue recomendado como ministro de Dios mediante tres grupos de cosas: mediante armas de justicia a diestra y a siniestra, a través de gloria y deshonra, y de mala fama y buena fama (vs. 7-8). Además, fue recomendado como ministro de Dios de siete maneras, es decir, como siete clases de personas: “como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo” (vs. 8b-10). En 2 Corintios 6:4-10 se nos presentan los requisitos, las pruebas y las señales de una persona que es colaborador de Dios.

De mala fama y de buena fama

  Si usted se considera colaborador de Dios, debe preguntarse si alguna vez lo han difamado. Si esto nunca ha sucedido, me temo que usted no es un colaborador de Dios. Ser un fiel colaborador de Dios causa que los demás hablen mal de uno. Cuando colaboramos fielmente con Dios y somos uno con El en nuestra conducta, muchas calumnias se levantan en contra nuestra. Sólo los políticos tratan de complacer a todo el mundo. Si somos diplomáticos, la gente hablará bien de nosotros, pero si somos colaboradores de Dios y somos fieles a Su propósito, ofenderemos a muchos. Cuando colaborábamos con Dios en la China, algunos dijeron de nosotros: “La obra que ellos llevan a cabo en la China es maravillosa, pero hay una ‘mosca muerta’ en el perfume”. Si se les preguntaba cuál era la mosca muerta, no respondían nada específico.

  La mala fama proviene de los opositores y de los perseguidores (Mt. 5:11), pero la buena fama proviene de los creyentes y de los que reciben la verdad que los apóstoles predican y enseñan. Esta ha sido nuestra situación durante años. La gente ha hablado bien de nosotros y también ha hablado mal de nosotros. Así que, si sólo nos enteramos de buenos informes, probablemente no hemos sido sinceros ni fieles al Señor; pero si somos fieles al Señor y sinceros con la iglesia y con los santos, tendremos mala fama y buena fama.

  Debemos aprender a ser fieles colaboradores de Dios. Es necesario aprender a sufrir para experimentar las señales y las pruebas que caracterizan a los que colaboran con Dios. Que el Señor levante santos en muchas ciudades que colaboren con Dios y cuiden de Sus intereses en la tierra.

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