
Lectura bíblica: Sal. 119:147-148; Jn. 15:7; Dn. 9:2-4; 2 Co. 3:6
Éste es el último capítulo de la serie de mensajes en cuanto a cómo disfrutar a Dios. Dios dispuso dos maneras en que el hombre le puede disfrutar. La primera es la oración y la segunda es la lectura de la Biblia. Orar y leer la Biblia son dos cosas tan necesarias como nuestros dos pies. En los mensajes anteriores, combinamos la oración y la lectura de la Biblia. Hablando con propiedad, no es que tengamos que combinarlas, pues naturalmente van juntas. Cuando andamos, ejercitamos nuestro pie izquierdo y nuestro pie derecho. De la misma manera, toda persona que disfruta y absorbe a Dios sabe por experiencia que la oración debe acompañar la lectura de la Palabra de Dios y que la lectura de la Biblia debe acompañar la oración. Orar sin leer es como caminar con un solo pie, y leer sin orar es hacer lo mismo. A fin de andar normalmente en la senda de disfrutar a Dios, no podemos tener un “pie” sin el otro. Eso significa que siempre que absorbamos a Dios, debemos combinar nuestra oración con la lectura, y nuestra lectura con oración.
Es difícil decidir si la lectura o la oración deben ir primero. Esto es lo mismo que considerar cuál pie debemos mover primero cuando caminamos. Cuando caminamos, no estamos conscientes de cuál pie movemos primero. De manera semejante, no sólo es difícil sino también innecesario decidir si debemos orar o leer primero cuando disfrutamos a Dios. Es una necedad dar instrucciones a alguien de que siempre use su pie derecho o su pie izquierdo cuando vaya a caminar. Lo único que necesita es caminar. No es necesario explicar a los hermanos y hermanas lo que deben hacer primero y lo que deben hacer después cuando absorben a Dios. A veces puede ser más conveniente orar primero y leer después; otras veces puede ser más conveniente leer primero y después orar.
La Biblia no nos da una secuencia particular. En Salmos 119:147-148, cuando el salmista se levantó por la mañana, primero clamó y después meditó en la palabra del Señor. Estos versículos dicen: “Me anticipé al alba y clamé; / en Tus palabras esperé. / Se anticiparon mis ojos a las vigilias de la noche, / para reflexionar sobre Tu palabra”. El salmista oró y después leyó la Palabra. En Juan 15:7 el Señor dijo: “Si permanecéis en Mí, y Mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis, y os será hecho”. Aquí el orden es primero la palabra del Señor y después pedir; es decir, el orden es primero leer y después orar. ¿Cuál secuencia es la correcta? Ambas son correctas. A veces oramos primero y después leemos la Palabra de Dios. Otras veces leemos la Palabra y después oramos. Esto muestra que la lectura de la Palabra y la oración van juntas; son asuntos paralelos.
Las Escrituras y nuestra experiencia nos lo confirman. Nosotros disfrutamos a Dios por medio de la oración y la lectura de la Palabra. En un capítulo anterior vimos que el Señor es el Espíritu, el Señor es la Palabra, y la Palabra es el Espíritu. Si el Señor no quisiera que lo disfrutáramos, no tendría necesidad de ser la Palabra ni tampoco el Espíritu; no necesitaría ser nuestro alimento ni nuestra bebida. Él es la Palabra, y llegó a ser el Espíritu para que nosotros pudiéramos contactarlo, absorberlo, comerlo, beberlo y disfrutarlo. Él únicamente tiene un propósito para nosotros: que nosotros le recibamos como la Palabra y como el Espíritu. La Palabra nos es dada para que la recibamos, y el Espíritu también nos es dado para que lo recibamos. La Palabra es visible y está fuera de nosotros, y el Espíritu es tangible y está dentro de nosotros. Uno es visible, y el otro invisible; uno está fuera de nosotros y el otro está dentro de nosotros. Si únicamente tuviéramos al Espíritu mas no la Palabra, la luz que recibimos no sería tan clara. Y si únicamente tuviéramos la Palabra mas no el Espíritu, la luz que recibimos sería clara, pero no tan profunda. A fin de poseer la debida claridad y profundidad, así como ser precisos y resplandecer en nuestro interior, necesitamos la Palabra y el Espíritu. El Señor tiene que ser tanto el Espíritu como la Palabra.
En el libro de Éxodo la presencia de Dios venía mediante la columna de nube y la columna de fuego. La columna de humo tipifica al Espíritu, y la columna de fuego tipifica la Biblia. Durante el día la columna de nube guiaba a los hijos de Dios; y por la noche, cuando era difícil ver la columna de nube, la columna de fuego los iluminaba. En realidad, la columna de fuego durante la noche era la columna de nube durante el día. Sin la columna de fuego, los hijos de Dios no habrían tenido luz por la noche. De igual manera, si únicamente tuviéramos al Espíritu sin la Biblia, nuestra visión de Dios no sería clara durante la “noche”. Pero damos gracias a Dios porque Él nos ha dado tanto la columna de nube como la columna de fuego. Él nos ha dado tanto al Espíritu como las Escrituras. Cuando interiormente estamos en la luz, sentimos que el Espíritu como columna de nube es suficiente, pero cuando interiormente estamos en oscuridad, sentimos que también necesitamos la Palabra. Sin embargo, la Biblia en sí misma es sólo un libro de letras. Si no ejercitamos nuestro espíritu, la Biblia no nos dará vida. Tener al Espíritu sin la Palabra puede conducirnos al error, y tener la Biblia sin el Espíritu puede conducirnos a la muerte. A fin de no errar y ser vivientes, debemos ejercitar nuestro espíritu cuando contactamos al Espíritu y la Palabra.
El Señor nos ha dado el Espíritu y la Biblia para nuestro disfrute. El Espíritu que está dentro de nosotros y la Biblia que está fuera de nosotros son indispensables. Lo mejor es combinar la lectura con la oración y acompañar la oración con la lectura a fin de comer y beber al Señor. Poco después de cerrar nuestros ojos para orar, podemos abrirlos para leer la palabra del Señor, y después de leer por unos minutos, tal vez queramos cerrar nuevamente nuestros ojos para orar. De esta manera, la lectura y la oración se mezclarán al grado en que nuestra lectura es oración y nuestra oración es lectura. En medio de nuestra lectura oramos y en medio de nuestra oración leemos. Tanto la lectura como la oración se unen, permitiéndonos tocar, disfrutar y obtener a Dios.
Por ejemplo, cuando pasemos tiempo con el Señor, ya sea en la mañana o en cualquier otro momento del día, debemos tener dos clases de Biblia. Debemos tener la Biblia que está grabada en nuestro corazón y ha sido sellada por el Espíritu Santo, y debemos tener una Biblia visible en nuestras manos. Es preferible si la Biblia visible es una versión de bolsillo que podamos llevar con nosotros y leerla donde estemos. En nuestra lectura podemos mezclar la oración con la lectura; podemos orar-leer y leer-orar la Biblia. Esta clase de lectura la podemos hacer en cualquier momento. No debe ser algo legalista. Sin embargo, conforme a nuestra experiencia, el mejor momento es la mañana.
Cuando estemos listos para disfrutar a Dios por medio de la oración, debemos estar calmados, volver todo nuestro ser a nuestro espíritu y tocar al Señor. Espontáneamente podemos hacer una oración, diciendo: “Señor, mientras leo Tu Palabra, ábremela”. Después de orar, podemos entonces leer. Por ejemplo, podemos leer Romanos 8:1-2, que dice: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”. No debemos leer estos versículos rápidamente. Estos dos versículos son suficientes para que los meditemos. No debemos meditar en las palabras solamente; más bien, nuestra meditación debe basarse en las palabras. En otras palabras, meditamos por medio de la Palabra de Dios y valiéndonos de ella. Podemos meditar en el Señor, en Su obra redentora, en el hecho de que Él mora en nosotros, en nuestra unión con Él y en el hecho de que Él es vida para nosotros. Debemos leer nuevamente estos versículos, no simplemente con nuestra mente, sino absorbiendo con nuestro espíritu las riquezas que están en la Palabra. Podemos decir: “No hay condenación en Cristo. ¡Cuán dulce es estar en Cristo! En Adán yo fui condenado y estaba destinado a morir, pero ahora estoy en Cristo. ¡Soy una persona en Cristo! En Cristo no hay más condenación. ¡Por lo tanto, en Cristo no hay muerte!”. Después de reflexionar y meditar de esta manera, espontáneamente seremos llenos de acciones de gracias y alabanzas. Podremos decir: “Señor, te alabo porque estoy en Cristo. Estoy en Ti. ¡Gracias! No hay condenación en Ti”. Es difícil determinar si esto es leer u orar. En medio de la oración se lee, y en medio de la lectura se ora. Es nuestra oración, pero las palabras que usamos son de Romanos 8:1. Esto es orar-leer y leer-orar. La oración y la lectura se mezclan y llegan a ser uno. La mejor manera de absorber, comer y beber a Dios es mezclar nuestra oración con nuestra lectura de esta manera.
Si simplemente leemos la Biblia, ésta permanecerá en nuestra mente y será letra muerta para nosotros; no tocaremos a Dios, ni le comeremos ni beberemos. Cuando convertimos las palabras que leemos en oración, la letra de la Palabra es introducida en la esfera del Espíritu y llega a ser un manantial de agua en nuestro espíritu. Por lo tanto, interiormente somos nutridos y refrescados. Después de orar y leer de esta manera, el Espíritu vendrá a nosotros con la Palabra. Seremos iluminados y entenderemos claramente muchas cosas. Recibiendo al Espíritu y la Palabra de esta manera, disfrutaremos a Dios de una manera rica, profunda, clara, práctica y prevaleciente. Lo comeremos y beberemos y seremos llenos de Su Espíritu y de Su palabra.
Después de unos minutos podemos proseguir al versículo 2: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”. Podemos hablar con el Señor, a modo de orar y leer, diciendo: “Señor, sé que el Espíritu de vida está en mí. Este Espíritu de vida es el Espíritu. Este Espíritu está dentro de mí como mi vida; me vivifica y vigoriza. El Espíritu es el Espíritu de vida en mí. Te doy gracias porque hay una ley, un poder espontáneo, dentro del Espíritu. Esta ley está dentro de mí, y me hace vencer la ley del pecado y de la muerte. Señor, mi voluntad jamás puede librarme de la ley del pecado y de la muerte. Pero te doy gracias porque estás en mí como el Espíritu de vida. Tú eres la ley de vida, el poder de vida, que espontáneamente me libra de la ley del pecado y de la muerte”. Podríamos decir que esto es leer, pero también es orar. De esta manera tocamos a Dios. Esta manera de leer la Palabra nos nutre, no es una práctica seca ni insulsa. Al leer de esta manera tocamos a Dios, y Su palabra es introducida en Su Espíritu. Las palabras de la Biblia son como flor de harina, y el Espíritu es el aceite. Esta clase de lectura mezcla la flor de harina con el aceite y mezcla el aceite con la flor de harina. Como resultado, somos nutridos y refrescados. Ésta es la manera más provechosa de leer la Palabra.
Algunos pensarán que nosotros somos los únicos abastecidos al orar y leer de esta manera, pero eso no es cierto. Si leemos Romanos 8:1 de esta manera, el Espíritu puede poner en nosotros el sentir de orar por otros. Así que podríamos decir: “Muchos hermanos y hermanas no han visto esta gracia de no tener ninguna condenación en Cristo. Señor, muéstraselo a ellos así como me lo has mostrado a mí”. En esta oración estamos pidiendo, intercediendo por nosotros mismos y por otros hermanos y hermanas.
Después de leer de esta manera, es posible que tengamos el sentir de hablar con los hermanos y hermanas acerca de Romanos 8:1. Cuando recibamos esta carga, debemos responder preguntándole al Señor si el sentir de hablar con los hermanos y hermanas viene de Él y si Él desea que nosotros hablemos en la reunión. La unción puede moverse en nosotros, de modo que sintamos que ése es el deseo del Señor. No obstante, si no estamos seguros, en oración podemos expresarle al Señor nuestra falta de denuedo. Nuestra indecisión puede hacer que interiormente tengamos velos y seamos atados. Tal vez sintamos que nuestra indecisión ha ofendido al Señor. Por lo tanto, de inmediato debemos responder diciendo: “Señor, si es Tu voluntad que yo hable, entonces fortaléceme y motívame”. De este modo, sentiremos que se nos ha quitado el peso por dentro y empezaremos a anticipar la reunión de la noche. Algo dentro de nosotros saltará cada vez que pensemos en leer Romanos 8:1.
Esto no es simplemente leer ni simplemente orar. Después de esto podemos interceder, y recibir cargas, dirección, luz y las palabras necesarias. Todo el día podemos repetir este versículo, diciendo: “¡Aleluya, no hay condenación para aquellos que están en Cristo Jesús! Estando en Cristo, ¿quién podrá condenarme? Estoy en Cristo, y jamás puedo salir. ¡Aleluya, estoy en Cristo! ¡Aleluya, no estoy en Adán!”. Queremos predicar esto a los que van en el autobús con nosotros. En el trabajo podemos decirles a nuestros colegas: “¿¡No sabe usted que ahora estoy en Cristo!?”. Este versículo nos imparte un suministro, nos nutre y nos refresca todo el día. Es como si estuviésemos caminando por las nubes o embriagados con vino.
En la reunión de la noche un hermano movido por el Espíritu podría escoger el himno que dice: “¡Ninguna condenación! ¡Qué palabras más preciosas!” (Hymns, #297). Después de cantar, otro hermano podría ofrecer una oración en cuanto al hecho de que ya no seremos condenados. En ese momento podríamos ponernos de pie y pedirles a los santos que lean Romanos 8:1. También podríamos testificar sobre cómo el Señor ha abierto nuestros ojos para que veamos que los que están en Él ya no están bajo condenación. Mientras hablamos, somos liberados y estamos llenos de la presencia del Espíritu. Como resultado, la reunión es vivificada. En cuanto nos sentamos, un hermano podría nuevamente pedir que se cante: “¡Ninguna condenación! ¡Qué palabras más preciosas!”. Después de cantar, otro hermano podría orar, diciendo: “Señor, te damos gracias y te alabamos. Estamos en Ti, y ya no estamos bajo condenación”. Después de esto, todos serían llevados a los lugares celestiales, y sentirían que están en la esfera celestial.
Este ejemplo nos muestra que no sólo nosotros somos llenos y nutridos, sino que además le hemos provisto al Espíritu un camino para que imparta Su suministro a los demás hermanos y hermanas. Muchos se llevarán una profunda impresión de que no hay condenación para los que están en Cristo. Así, en la siguiente reunión de la mesa del Señor, muchos ofrecerán acciones de gracias y alabanzas porque ya no hay condenación para los que están en Cristo. Ésta es la clase de lectura y oración que nos permite contactar a Dios, comerle y beberle. Comer y beber de esta manera introduce a Dios en nuestro ser.
Creo que estos ejemplos son bastante claros. Los que han sido salvos y aman al Señor no encontrarán dificultad en practicar esto. Podemos empezar a practicar esto en la mañana antes de levantarnos. Simplemente acudan al Señor. No es necesario que escojan un pasaje especial. Simplemente debemos seguir nuestro horario de lectura de la Palabra. No importa si estamos en Génesis, 1 Reyes, Mateo o Efesios, cada palabra de la Biblia es dada por el aliento de Dios (2 Ti. 3:16). Cada palabra es Su expresión y contiene al Espíritu de Dios y vida. Lo único que necesitamos hacer es cambiar la manera en que leemos, es decir, debemos dejar el método anterior de estudiar ejercitando nuestra mente, y en lugar de ello comer y absorber con nuestro espíritu. La Biblia es la expresión de Dios; es Su palabra. Es espíritu, vida y alimento. Necesitamos tener claro que la Biblia no es un libro de enseñanzas, mandamientos ni doctrinas que debemos estudiar. Una vez que cambie nuestro concepto, la mitad del trabajo estará hecho.
Algunos proponen que debemos leer la Biblia una vez al año, leyendo cada día tres capítulos del Antiguo Testamento y uno del Nuevo. Sin embargo, no es necesario obligarnos a leer cuatro capítulos cada día. No es necesario que nos impongamos la pesada carga de leer apresuradamente la Biblia de esta manera. Hoy estoy rompiendo las cadenas que nos han atado. Lo único que necesitamos es encontrar un momento cada día para concentrarnos en comer y beber a Dios. Podemos hacer esto una vez al día, o más veces durante el día. ¿Cómo comemos? Comemos al leer a modo de orar y al orar a modo de leer. No es necesario que nos limitemos a leer un solo versículo o un solo capítulo. No hay reglas establecidas al respecto. Esto es semejante a cuando comemos. A veces podemos comernos sólo una rebanada de pan, mientras que otras veces podemos comernos tres tazas de avena. Al respecto no hay ningún requisito legal. No es necesario que nos preocupemos por cuánta comida hay en la despensa. Lo único que debemos considerar es cuánto podemos comer y digerir ese día. Si no tenemos mucho apetito, podemos comer menos; y cuando tengamos más apetito, podremos comer más. Debemos aplicar esto a la lectura de la Palabra. La Biblia es muy rica; yo he estado leyéndola por treinta y cuatro años. A veces cuando leo la Palabra, puedo ingerir sólo cinco o seis palabras. Una vez dije que necesitaría un mes completo para leer el salmo 133. Los demás pensaron que estaba exagerando; se preguntaban cómo podía dedicar un mes a leer sólo tres versículos. En realidad tuve que invertir dos meses. Estuve leyendo este libro un día tras otro. Este salmo es muy rico. Lo que debe preocuparnos no es cuántos versículos leemos, sino cuánto hemos digerido. Esperamos que todos los hijos de Dios aprendan esta manera de leer la Palabra: la manera de comer y beber a Dios.
Si nos es posible, podemos apartar otros momentos durante el día para leer más capítulos. Podemos comparar esto a echar un vistazo en la dispensa para saber cuánta comida hay. Por ejemplo, podríamos leer los cincuenta capítulos de Génesis en dos horas. Aunque no hay nada de malo con ello, no es lo mismo que comernos una comida completa. Esto es como dar una ojeada a la cocina; no es comer y beber a Dios; es simplemente leer historias bíblicas. Sin embargo, la experiencia más preciosa es poder apartar un tiempo específico durante el día para leer con oración y acompañar la oración con lectura, o dicho de otro modo, orar-leer y leer-orar. Leer de esta manera no requiere mucho tiempo. No necesariamente es saludable leer por demasiado tiempo; de hecho, comer demasiado puede causarnos indigestión.
Al orar-leer de esta manera, uno muchas veces puede preguntarse si está orando o leyendo. Nuestra lectura se convierte en nuestra oración, y nuestra oración llega a ser nuestra lectura. Al hacer esto, debemos también meditar; es decir, necesitamos algunos “selahs”. Como ya les mencioné, los selahs en los salmos pueden ser comparados a los silencios musicales. Cuando nos encontramos un selah, debemos detenernos por unos minutos; no debemos darnos prisa. No necesariamente es mejor leer muchos versículos; debemos detenernos y meditar. Mientras meditamos, nos volvemos a nuestro ser interior. Antes de esto, nuestro ser estaba orientado hacia las cosas externas. Pero al orar-leer, al leer-orar y al meditar, llegamos a ser personas que están vueltas al ser interior. Anteriormente, vagábamos y éramos personas desconcentradas, pero al orar-leer y al meditar, recuperamos nuestra concentración. Ya nuestra mente no vaga, y nuestra alma inestable se calma.
Este asunto tiene mucho que ver con nuestro beneficio espiritual. Muchos de nosotros tenemos mentes que fácilmente vagan. Nuestras mentes siempre andan vagando, y nos es difícil estar calmados y orar. Por esta razón, nos resulta difícil vivir en comunión con Dios o vivir en Su presencia. Al leer la palabra mediante la práctica de orar-leer y leer-orar, somos salvos de esta condición. No es necesario que oremos o leamos demasiado. Simplemente necesitamos leer un poco, orar un poco y meditar un poco. No obstante, no debemos dejar que nuestros pensamientos vaguen. Debemos meditar únicamente en lo que hemos leído y orado. Entonces nuestra mente que tan fácilmente se distrae será rescatada. De este modo, ya no estaremos confundidos interiormente, y nuestro espíritu se fortalecerá. Cuando meditemos de esta manera, habrá mucha oración e intercesión; recibiremos cargas, dirección y comisiones de parte del Señor.
Ésta era la manera en que Daniel leía la Palabra de Dios. Él entendió la palabra de Jehová hablada al profeta Jeremías en cuanto a los setenta años de la cautividad de Israel. Esto produjo una carga en él, y él convirtió esta carga en oración. Su oración fue iniciada por la palabra de Dios. Esto concuerda con las palabras del Señor en Juan 15:7: “Si permanecéis en Mí, y Mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis, y os será hecho”. Nosotros no somos quienes iniciamos las peticiones; éstas son iniciadas por la palabra de Dios. Cuando la palabra que leemos causa alguna impresión en nuestro ser interior, se convierte en una carga dentro de nosotros y de ese modo nos guía en nuestra oración. Esta oración es iniciada por el Espíritu, procede de Dios y será contestada. En esta oración, dos oraciones se combinan y llegan a ser una; Dios ora en nuestra oración, y nuestra oración concuerda con Su oración. Por lo tanto, somos unidos a Dios. En esta oración nuestro espíritu y el Espíritu oran juntos; las naturalezas divina y humana se combinan. En esto consiste la oración genuina. Puesto que esta oración es iniciada por Dios, Dios la cumplirá. Puesto que Sus palabras han entrado en nosotros, Su deseo llega a ser nuestro deseo. Puesto que Él es el motivo y fuente de esta oración y Él fluye a través de nosotros, podemos pedir lo que queramos, y será hecho. Nuestra petición es conforme a la voluntad de Dios porque es iniciada por Su Palabra.
Abraham era un hombre que vivía en la presencia de Dios. Dios lo visitó y tuvo comunión con él, y él tuvo comunión con Dios. Cuando Dios estaba por partir, Abraham acompañó a Dios una distancia para despedirlo. Mientras caminaban, Dios dijo: “¿Ocultaré Yo a Abraham lo que voy a hacer?” (Gn. 18:17). Abraham recibió esta palabra. Mientras esperaba en la presencia de Dios, recibió una carga y oró conforme a ella. Por lo tanto, esta oración fue iniciada por Dios, no por Abraham. Su oración expresaba a Dios y lo magnificaba. Ésta fue una experiencia muy preciosa.
Esta manera de orar y leer es la mezcla de Dios con el hombre. Esto es glorioso y a la vez misterioso. El Dios de gloria se mezcla con nosotros en lo práctico de nuestra vida humana. Él hace esto en calidad de Espíritu y como Palabra. El Espíritu está en nuestro espíritu, y la Palabra está en nuestra mano. El Espíritu ora con nuestro espíritu y nos guía a leer y a entender la Palabra. El Espíritu dentro de nosotros y la Palabra fuera de nosotros se complementan y se mezclan como una sola entidad. La Palabra entonces entra en nosotros y nos motiva a orar. Esta oración es la expresión de la palabra. De esta manera, Dios obra en nosotros y se expresa por medio de nosotros. Podría parecernos que el hombre es quien trabaja, pero en realidad es Dios quien trabaja. El resultado de leer, orar e interceder de esta manera es que disfrutamos y digerimos las riquezas de Dios. La voluntad de Dios, Su deseo y Su propósito eterno nos serán encomendados, y nosotros llegaremos a ser un canal para Su expresión. Nuestra intercesión le proveerá a Él un camino para poder llevar a cabo Su voluntad en la tierra. Aparentemente Él contesta nuestra oración, pero en realidad está ejecutando Su voluntad. El resultado de esto es que el hombre es bendecido por medio de la predicación del evangelio, la cual salva a los pecadores, por medio de la liberación de la vida, la cual nutre a los creyentes, y por medio de la edificación de la iglesia. Esta oración nos convierte en pámpanos fructíferos que glorifican a Dios. Nosotros disfrutamos a Dios y somos llenos de Él; por lo tanto, le expresamos, magnificamos y glorificamos. Éste es el resultado de que comamos y digiramos a Dios. Dios se mezcla con nosotros y ambos llegamos a ser uno solo. Él llega a ser nuestro contenido, y nosotros, Su expresión.
De esta manera, Dios llegará a ser todo lo que necesitamos. Si necesitamos paciencia, Él será nuestra paciencia; si necesitamos luz, Él será nuestra luz; si necesitamos poder, Él será nuestro poder; y si necesitamos humildad, Él será nuestra humildad. Él será nuestra magnanimidad y nuestra prudencia. Él es nuestro poder en el evangelio y nuestra elocuencia. Él también será sabiduría para que edifiquemos la iglesia y amor para que pastoreemos a Sus hijos.
Él es nuestra comida. Él lo es todo para nosotros. A fin de ser nuestra vida, Él, como Espíritu y Palabra, es comida para nosotros. El Espíritu es invisible y está dentro de nosotros, mientras que la Palabra es visible y está fuera de nosotros. Nosotros ejercitamos nuestro espíritu para contactar a Dios mediante la oración y la lectura, y mediante la lectura y la oración. Contactamos tanto la Palabra como el Espíritu. La Palabra que está fuera de nosotros entra en nosotros y se expresa por medio de nosotros. Nosotros oramos, pero es Dios quien ora; nosotros vivimos, pero es Dios quien vive. Esto es lo que significa comer, beber y disfrutar a Dios. Esto es lo que significa ingerir a Dios como alimento y recibirle como nuestra vida. Ésta es la mezcla de Dios con el hombre.
En este vivir tenemos la resurrección, al Espíritu, la iglesia, el Cuerpo de Cristo y la coordinación en el servicio. La iglesia es edificada, y nosotros servimos en el Cuerpo; experimentamos la autoridad del reino y el trono de Dios. Asimismo, tenemos la imagen de Dios y Su gloria; tenemos la Nueva Jerusalén. Dios se mezcla con el hombre. Él llega a ser el contenido del hombre, y el hombre llega a ser Su expresión. Éste es el resultado de nuestra lectura y oración, y de nuestra oración y lectura. Éste es el resultado de que nosotros comamos, bebamos, absorbamos y disfrutemos a Dios. Que el Señor nos lleve a vivir esta clase de vida mediante las riquezas de Su gloria.