
Hagamos un recuento de todas las reuniones que el Señor Jesús tuvo con Sus discípulos después de Su resurrección. El día de Su resurrección, Él primero se le apareció a una hermana, a María la magdalena (Jn. 20:11-18; Mr. 16:9-11); luego la segunda vez, también de mañana, se les apareció a unas cuantas hermanas (Mt. 28:8-10; Lc. 24:9-11). Más tarde, durante el día, se le apareció a Pedro (v. 34; 1 Co. 15:5). Después, al atardecer se les apareció a dos discípulos que iban de camino a Emaús (Lc. 24:13-35; Mr. 16:12-13). Aquella noche, cuando todos los discípulos estaban reunidos, Jesús se reunió con ellos, la cual fue la primera reunión que Él celebró con un número significativo de Sus discípulos después de Su resurrección (Jn. 20:19-23; Lc. 24:36-49). Una semana después, al siguiente día del Señor, Él se les apareció nuevamente a fin de celebrar una segunda reunión con ellos. En esa primera reunión no había estado Tomás, pero en la segunda reunión, Tomás estuvo presente (Jn. 20:24-29). Después de estas dos reuniones, las cuales se celebraron a puertas cerradas en Jerusalén, los discípulos fueron a Galilea, al monte que el Señor les indicó. Allí, el Señor se reunió con ellos (Mt. 28:10, 16-20). En otra ocasión, el Señor se reunió con ellos a orillas del mar de Tiberias (Jn. 21:1-24). Después, según 1 Corintios 15:6, el Señor se apareció a quinientos hermanos a la vez. Él incluso se le apareció a Jacobo, Su hermano en la carne (v. 7). Finalmente, Él se reunió con ellos de retorno en Judea en el monte de los Olivos, muy cerca de Jerusalén, donde, a plena vista de Sus discípulos, Él fue recibido arriba en los cielos (Mr. 16:19; Lc. 24:50-52; Hch. 1:6-13). Desde el monte de los Olivos, ellos regresaron a Jerusalén y fueron al aposento alto, donde permanecieron reunidos en continua oración. Allí permanecieron ellos por algún tiempo, tal como les había ordenado el Señor, hasta que fueron investidos de poder desde lo alto (Lc. 24:49; Hch. 1:4-5).
Al examinar todas estas reuniones, podemos discernir dos clases de reuniones: la primera es aquellas reuniones con el Cristo resucitado; la segunda es aquellas reuniones para el Cristo ascendido. ¿Qué clase de reuniones tenemos hoy en día? Hoy en día la gente dice celebrar reuniones de estudio de la Biblia, reuniones de oración, reuniones de comunión, reuniones de evangelismo, etc. Yo no diría que está mal hacer tal clasificación, pero tenemos que darnos cuenta de que siempre que nos reunamos, debemos reunirnos primero con el Cristo resucitado y después debemos reunirnos para el Cristo ascendido.
¿Habían ustedes notado una diferencia, incluso podríamos decir una contradicción, entre los últimos capítulos de los cuatro Evangelios y el capítulo al inicio del libro de Hechos? Ni en Mateo ni en Juan se deja constancia de la ascensión del Señor. Según estos Evangelios, Él todavía está aquí. Mateo dice: “He aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo” (28:20). Según esto, el Señor Jesús continúa en la tierra: Él jamás nos dejó. Podemos tener plena certeza de que el Señor Jesús está con nosotros en este mismo momento. ¡Aleluya! Juan tampoco nos dice nada sobre la ascensión del Señor. ¿Por qué? Porque el mensaje de Juan es que el Señor es la vida que permanece para siempre dentro de nuestro ser. Él jamás podría dejarnos, pues es nuestra vida misma. Mateo nos dice que el Señor Jesús se reunió con los discípulos en el monte. Juan nos dice que Él se reunió con Sus discípulos por un lado, en secreto, en un cuarto cerrado, y por otro, a la orilla del mar. Eso es todo. Ni Mateo, ni Juan nos dicen que después de esto los discípulos vieron ascender a Jesús a los cielos. De acuerdo con los relatos hallados en Mateo y Juan, las reuniones que el Señor Jesús celebró con Sus discípulos correspondieron a la primera clase de reuniones, es decir, fueron reuniones celebradas con el Cristo resucitado.
Luego llegamos a los Evangelios de Marcos y Lucas así como al libro de Hechos. Estos tres libros nos dicen claramente que este Cristo resucitado que se reunió con Sus discípulos después de Su resurrección, ascendió a los cielos. En el curso de una de Sus reuniones con los Suyos, Él ascendió a la vista de ellos. La gente de este mundo no pudo verlo, pero Sus discípulos lo observaban fijamente mientras era recibido arriba en los cielos. ¿Quién podría robarles semejante impresión? Esto no fue para ellos una mera doctrina o mera información; simplemente, ¡era la más grandiosa vista panorámica que se pueda experimentar! Todos ellos vieron la ascensión. Una vez que uno ha visto algo, jamás podrá negar haberlo visto. En cierto sentido, ellos no vieron Su resurrección. Ellos vieron el sepulcro vacío, pero no vieron a Jesús en el acto mismo de Su resurrección. Pero ellos ciertamente le vieron ascender. Ellos no solamente vieron al Cristo ascendido, sino que vieron la ascensión. Si yo hubiera estado allí, habría dado saltos de emoción. Ésta es la razón por la cual Pedro adquirió tal valentía y probablemente decidió que jamás regresaría al negocio de la pesca. Es probable que él haya dicho: “Por esto vale la pena sacrificar mi vida”. Supongamos que hoy en día, ante sus ojos, usted viera al Señor ascender. ¿Podría dormir esa noche? Me temo que si viera la ascensión del Señor, ¡yo no podría dormir por tres días! Estaría fuera de mí. Gritaría: “¡Aleluya! ¡Vi a Jesús ascender!”.
Repito, esto no es mera enseñanza ni información; esto es una especie de vista panorámica. Hubo muchos que fueron al Cabo Kennedy para ver Apolo 13 despegar para la luna. Pero aquel día los discípulos vieron a Jesús ascender, no a la luna, sino a los cielos. ¡Esto es maravilloso! De inmediato, sus reuniones fueron transformadas al punto de ser reuniones de otra categoría. Antes ellos se reunían con Cristo, pero ahora comenzaron a celebrar reuniones para Cristo. Antes ellos se reunían con el Cristo resucitado; ahora celebraban sus reuniones para el Cristo ascendido. Examinemos ahora estas dos clases de reuniones.
Todos tenemos que aprender a reunirnos con el Cristo resucitado, y no solamente en torno a la Biblia o al himnario, o haciendo uso de las sillas y el piano, ni solamente debemos aprender a reunirnos con los santos.
¿Qué clase de Cristo es el Cristo resucitado? Es muy claro que Él es aquel Cristo que vive en el Espíritu. El Cristo resucitado es el Cristo vivo que hallamos en el Espíritu; de hecho, Él es el Espíritu vivificante. Lo que este Cristo resucitado hizo principalmente en esta clase de reunión fue infundirse en Sus discípulos al soplar en ellos diciéndoles: “Recibid al Espíritu Santo” (Jn. 20:22). Es también en esta clase de reunión que Cristo nos habla, pidiéndonos algo para comer y ofreciéndonos algo para comer. Ésta es la primera clase de reunión, la reunión con el Cristo resucitado, con el Cristo vivificante, con el Cristo viviente en el Espíritu.
¿Dónde está este Cristo hoy? Sí, en nuestro espíritu. Todos tenemos que exclamar: “¡Aleluya! ¡Este Cristo está dentro de nosotros!”. Éste es el Cristo resucitado, no el Cristo ascendido. Éste es el Cristo tan viviente que mora en nuestro ser como Espíritu, y no Aquel de gran poder que mora en los cielos.
¿De qué manera nos reunimos con este Cristo? Pueden estar seguros de que al reunirnos con este Cristo lo hacemos sin formalismo alguno. Es posible reunirse con Él a puertas cerradas, como también es posible reunirse con Él en la cima de un monte. Es muy interesante que no se le asigne un nombre a este monte. Cualquier monte es bueno para reunirse con el Cristo resucitado, bastaría sólo con que haya un monte. Y si nos hemos descarriado y estamos a la orilla del mar, allí también podemos reunirnos con el Señor. Cuando estamos en una habitación, Él está allí; cuando estamos en la cima de un monte, Él está allí; y cuando nos hemos descarriado y estamos a la orilla del mar, Él también está allí. Tal vez ustedes digan: “Es muy difícil permanecer aquí en pro del testimonio del Señor, regresemos al mundo”. Pero aun si así lo hicieran, el Señor iría con ustedes. Jamás podrán dejar a Cristo, pues están seriamente involucrados con Él. Jesús es Aquel que resucitó y ahora Él está en usted. Él es el Espíritu vivificante; Él es el Espíritu que da vida y, como tal, permanece en nuestro interior todo el tiempo. Entonces, ¿qué formalidades podríamos tener? En mi corazón bulle el deseo de decirles que si estableciéramos alguna formalidad, cometeríamos una ofensa pecaminosa contra el Señor. No es posible adoptar formalismo alguno cuando nos reunimos con el Cristo resucitado.
Los discípulos estaban reunidos llenos de temor y con todas las puertas cerradas, cuando de repente Jesús estaba en medio de ellos diciéndoles: “Paz a vosotros”. Ellos podrían haber exclamado: “¿Quién es?”. Entonces se dieron cuenta de que era el Señor y se alegraron en gran manera. Jesús sopló en ellos y, después, les dio un breve mensaje, un mensaje muy conciso (vs. 19-23). Creo que si hubiéramos estado allí probablemente le hubiéramos dicho: “Señor Jesús, por favor siéntate y danos un mensaje muy largo, como el Sermón del monte, el cual abarca tres capítulos, Mateo 5, 6 y 7. O háblanos como lo hiciste la noche antes que fueras entregado, como se nos relata en Juan 14, 15 y 16, después de lo cual puedes hacer una larga oración, como consta en Juan 17”. Pero el Señor simplemente les dijo unas cuantas palabras. Después, ¿creen ustedes que Él dijo: “Aquí acaba la reunión; pueden retornar a sus hogares, y Yo retornaré a los cielos”? No fue así. Lean ustedes aquel relato, de la misma manera en que el Señor Jesús se presentó, Él desapareció. Él no tocó la puerta antes de entrar, es decir, no entró de una manera formal, ni tampoco les dio un mensaje muy largo. Él hizo algo extraordinario: Él se infundió a Sí mismo en ellos al soplar. Y después desapareció. Aquella reunión no estuvo limitada por el tiempo; dudo mucho que los discípulos tuvieran un reloj allí. Dudo que se hayan hecho arreglos especiales con respecto a los lugares donde debían sentarse. Simplemente no había formalismo alguno. Pero les digo —simplemente con base en ese tiempo tan breve en que el Señor Jesús se reunió con Sus discípulos y se sopló en ellos—, todos se sentían satisfechos. Fue una visita muy breve en la que se hizo muy poco; el Señor apenas sopló en Sus discípulos y les dio un breve mensaje en dos o tres frases, pero se logró completa satisfacción. Ellos no cantaron un himno, ni tampoco pidieron a un hermano que haga una oración, etc. ¡Aquella reunión fue una reunión llena de vida con el Cristo viviente!
Todavía nos encontramos, en gran medida, bajo la influencia del cristianismo degradado. Todo lo que necesitamos es el Cristo resucitado, el Cristo viviente, a quien nada puede detener. Ni la muerte, la fuerza más poderosa en este universo, pudo detenerlo. Él es el Cristo resucitado que posee la vida de resurrección. Él se reúne ahora con nosotros, y ésta es la mejor manera de reunirnos. ¿Cómo debemos reunirnos? Debemos reunirnos con el Cristo que es el Espíritu viviente; debemos reunirnos con el Cristo viviente y sin formalismo alguno.
En la siguiente reunión de los discípulos, Jesús nuevamente se les apareció de improviso (vs. 26-29). No se nos dice cómo es que Él llegó a dicha reunión; Él simplemente estaba presente. No piensen que antes de aparecérseles Él no estaba presente. Él estaba presente todo el tiempo. La única diferencia era que a veces aparecía y otras desaparecía. Pero ya sea que se les apareciera o no, Él estaba siempre con ellos. Hoy en día no podemos ver a Jesús con nuestros ojos físicos, pero tenemos que creer que el Señor Jesús está aquí con nosotros. Y que Él está dentro de nosotros. No nos reunimos con un Cristo ascendido, sino con un Cristo resucitado. Cuando los discípulos llegaron a aquel monte en Galilea, Jesús estaba allí. Cuando ellos se descarriaron y se fueron a pescar al mar, Jesús estaba allí. Antes que ellos llegaran a aquel monte, ¿dónde piensan que Jesús estaba? Sí, Él estaba dentro de ellos. Antes de aparecérseles a la orilla del mar, ¿dónde estaba Jesús? Él estaba dentro de ellos. Como pueden ver, el Señor Jesús estaba todo el tiempo dentro de ellos.
Todos debemos comprender que siempre que nosotros, como discípulos del Señor, nos reunimos, venimos con Jesús, le traemos con nosotros. Venimos a reunirnos con Él, no solamente en torno a una Biblia, o a un himnario, o con los hermanos y hermanas, sino con el Cristo viviente, el Cristo resucitado, el Espíritu vivificante. Todos tenemos que orar pidiendo que nadie venga a nuestras reuniones solamente con una Biblia y un himnario. Todos los que vienen a reunirse con nosotros, deben tener plena conciencia de que traen consigo al Cristo viviente. Venimos a reunirnos con Cristo, con el mismo Cristo que se infunde en nosotros al soplar en todas nuestras reuniones, y con el mismo Cristo que, incluso hoy mismo, continúa hablándonos. Nos reunimos a fin de inhalarlo a Él, a fin de hablar por Él y dejar que Él hable por medio de nosotros, y nos reunimos a fin de ofrecerle algo para Su satisfacción así como para tomar algo de Él que nos satisfaga. Es posible que sea solamente una reunión muy breve, pero seremos plenamente satisfechos.
Jamás debemos olvidar que estas reuniones que Él celebró con Sus discípulos fueron las primeras reuniones que Cristo celebró con la iglesia cristiana en su totalidad. Dichas reuniones deben constituir un ejemplo a seguir; por lo cual tenemos que prestar atención a los principios representados en estas reuniones, que son las primeras reuniones cristianas mencionadas en la Biblia.
Durante años recientes en las iglesias locales hemos observado cierto comportamiento en las reuniones que no es el más apropiado. Pero no nos atrevemos a hacer nada al respecto. ¿Por qué? Porque sabemos que nuestro entorno es el de la amortecida religión, y nos abstenemos de imponer regulaciones y formar así otra clase de reunión. Preferimos tolerar más bien cierta confusión que cualquier forma de religión. Que el Señor tenga misericordia de nosotros. Él ha de recobrar todas las cosas. Él no fue al templo para reunirse con Sus discípulos; fue a una habitación que tenía todas sus puertas cerradas y fue a un monte de Galilea. Él ni siquiera notificó a Sus discípulos que los esperaría a la orilla del mar; simplemente se apareció allí. Todas las reuniones con el Cristo resucitado eran completamente ajenas a la religión.
Si hemos de reunirnos con Cristo, tenemos que inhalar a Cristo como vida; pero si hemos de reunirnos para Cristo, será necesario que el viento recio sople poderosamente sobre nosotros (Hch. 2:1-2). A fin de reunirnos para el Cristo ascendido, necesitamos poder para demostrar que Aquel a quien servimos está ahora en los cielos y ha sido hecho Señor y Cristo (vs. 33-36). Tenemos que declarar esto a todo el universo. Ésta es la segunda clase de reunión cristiana. A veces nuestras reuniones tienen que ser esta clase de reuniones. No solamente nos reunimos con el Cristo resucitado, sino que también nos reunimos para el Cristo ascendido. Las reuniones en las que predicamos el evangelio tienen que ser reuniones para el Cristo ascendido, es decir, reuniones en las que declaramos al universo que al mismo Jesús a quien el mundo rechazó, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Él está con nosotros y en nosotros, pero para los incrédulos, Él está en los cielos. Mateo y Juan dicen que debemos reunirnos con Cristo; Marcos, Lucas y Hechos dicen que debemos reunirnos para Cristo. Necesitamos tanto inhalar el aliento santo como también recibir el viento recio. Necesitamos inhalar el aire a fin de vivir, y necesitamos experimentar el viento recio para obtener poder.
Para celebrar estas dos clases de reuniones, tenemos que pagar un precio. Después de la resurrección, los discípulos estaban en Jerusalén: ellos estaban asustados, bajo amenaza y persecución. Éste fue el precio que tuvieron que pagar. Ellos eran galileos; no obstante, permanecieron en Jerusalén en medio de una atmósfera de fiera oposición. Ellos pagaron un precio.
Entonces, en un momento determinado, el Señor Jesús les dijo que fueran a un monte en Galilea. Si yo hubiera estado en el lugar de Pedro, habría preguntado: “Señor, ¿por qué tenemos que ir a un monte en Galilea? Tengo un cuarto de huéspedes muy amplio; si ya te reuniste aquí con nosotros en un cuarto que tenía todas las puertas cerradas, ¿por qué no podrías hacer lo mismo en Galilea? ¿Por qué tenemos que ir a un monte?”. Pero esto no depende de nosotros. Si Él nos dice que subamos a un monte, ¿qué debemos hacer? Simplemente debemos decir: “Amén”. Decir esto, no obstante, es fácil, pero subir al monte no es tan fácil. Si hoy yo decidiera que subamos al monte mañana, pienso que las hermanas serían las primeras en abandonarnos, alegando que no tengo la debida consideración por los niños. Pero el Señor Jesús dijo: “Subid al monte”, y Sus discípulos así lo hicieron.
Luego el Señor Jesús nuevamente tomó la delantera y regresó a Jerusalén. ¿Por qué no ascendió a los cielos desde aquel monte en Galilea? ¿Por qué tenía que regresar al monte de los Olivos para Su ascensión? Esto es muy interesante e involucra muchas cosas relacionadas con las Escrituras. En primer lugar, esto involucra Su segunda venida. Dos ángeles les dijeron a los discípulos: “¿Por qué os quedáis mirando al cielo? Este Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá de la misma manera que le habéis visto ir al cielo” (1:11). Zacarías 14:4 nos dice que Jesús vendrá por segunda vez al monte de los Olivos. Así pues, Su ascensión desde este monte guarda relación con Su retorno y con el ejercicio de Su administración sobre todo el universo. Esto no es algo en secreto, sino algo oficial y relacionado con el gobierno divino. El Señor tenía que ascender desde el monte de los Olivos, por lo cual pidió a Sus discípulos que fueran de Galilea a Jerusalén para verlo ascender.
Después que ellos hicieran esto, el Señor les pidió que permanecieran en Jerusalén, informándoles que algo sucedería en esta tierra con miras a la administración divina, a la economía divina, a la actividad gubernamental de Dios. Esto jamás podría realizarse en Galilea, sino que tenía que realizarse en Jerusalén. Debemos comprender que Pedro y los demás discípulos no eran personas ricas, sino pescadores pobres. ¿Cómo podrían ellos viajar tan lejos y permanecer por tanto tiempo allí al mismo tiempo que se encontraban bajo amenazas y persecuciones? Pero ése fue el precio que se les pidió pagar.
Con respecto a estas reuniones celebradas después de la resurrección o ascensión, no podemos percibir ninguna clase de ligereza. Todas ellas fueron reuniones muy serias, con mucha autoridad, lo cual es muy diferente de las reuniones del cristianismo de hoy. Hoy en día la gente dice algo así: “Vamos al culto que se celebra a las once de la mañana del día domingo. Como hemos trabajado tanto durante la semana, el domingo por la mañana es el mejor tiempo para dormir hasta tarde”. Lo que quiero decir es esto: si adoptamos la manera de reunirse establecida por el Señor, tenemos que reunirnos a cualquier precio; tenemos que pagar el precio. Me siento tan feliz de poder declarar ante el universo que aquí en Los Ángeles hay muchos santos muy queridos que vienen desde lejos con el único propósito de reunirse. Hay muchos que se han establecido aquí y han encontrado trabajo, pero ellos tienen como meta principal asistir a las reuniones, y no establecerse o hallar trabajo. Esto es muy bueno. Hay una razón por la cual aquí disfrutamos tan ricamente de la presencia del Señor. Hay tantos que verdaderamente han pagado un precio para asistir a las reuniones. Tengo plena certeza de que quienes han emigrado desde aquí a otras ciudades para propagar la vida de iglesia son grandemente bendecidos con la rica presencia del Señor. Ellos están dispuestos a vender sus casas, renunciar a sus trabajos, su futuro y seguridad, a fin de ir y propagar la vida de iglesia a cualquier costo. ¡Alabado sea el Señor!
Hermanos y hermanas, tenemos que estar aquí no por causa de nuestros negocios, nuestros estudios o nuestras familias, sino por causa de las reuniones. Somos personas que se reúnen. Deseamos pagar el precio que sea necesario a fin de mantener el estándar de nuestras reuniones. Preferimos perder nuestros trabajos antes que dejar de reunirnos. Algunos dicen que nuestras reuniones son demasiado frecuentes y se preguntan cómo es que las madres podrán cuidar apropiadamente a sus hijos. Pero yo no tengo nada que decir al respecto. Todo depende de qué es lo más precioso o valioso en nuestras vidas. Si para ustedes la iglesia es aún más preciosa que sus propios hijos, ustedes sabrán qué hacer. Si para ustedes sus hijos son más preciosos que el Señor Jesús y Su iglesia, ustedes también sabrán qué hacer. No hay necesidad de que yo les diga nada. Si verdaderamente tomamos en serio los asuntos de la iglesia, tenemos que darnos cuenta de que la iglesia está en las reuniones. Estar aquí por causa de la iglesia significa estar en las reuniones. No nos importan las cosas pasajeras de nuestro presente; lo que nos importa es la eternidad. ¡Aleluya! Buscamos la consumación eterna.
Nuestro Contador Público está en los cielos y Él lleva nuestras cuentas por la eternidad. Todo lo que podamos ganar en este mundo a manera de ganancia carece de significado, pues, a la postre, todo ello será una pérdida. El Contador Público celestial dirá: “Lo siento, su cuenta muestra un déficit. Ustedes piensan que les fue bien y ganaron mucho dinero, pero han sufrido una gran pérdida”.
¿Cuál es el propósito de nuestra existencia? Miren a Jesús y a todos Sus discípulos. Reflexionen sobre la manera en que ellos se reunieron y estuvieron dispuestos a pagar cualquier precio con miras a mantener sus reuniones en el debido nivel. Todos tenemos que reunirnos con el Cristo resucitado y para el Cristo ascendido, y tenemos que estar dispuestos a pagar el precio que sea necesario para mantener esta clase de reuniones.