
Hemos visto que la primera mención que se hace de la reunión de los creyentes en el Nuevo Testamento se encuentra en Mateo 18:20. Allí el Señor Jesús nos dice que donde dos o tres estén reunidos en Su nombre, Él estará en medio de ellos. Tal parece que la mayoría de los cristianos saben esto. Muchos cristianos hoy en día afirman reunirse en el nombre del Señor Jesús, pero ¿qué significa esto? ¿Qué significa esto en términos prácticos? ¿Qué significa esto en realidad? ¿En qué consiste la realidad de reunirse en el nombre del Señor Jesús? Nosotros los cristianos estamos muy familiarizados con muchos términos de la Biblia, pero cuando se nos pone a prueba con respecto al verdadero significado de estos términos, no sabemos responder. Conocemos los términos por haber leído la Biblia, por haber leído muchos libros espirituales que tratan de la Biblia y también por haber escuchado a muchísimos mensajes, pero si se nos pide definir dichos términos, no podemos. Si hace unos veinticinco años ustedes me hubieran preguntado qué significa reunirse en el nombre del Señor Jesús, habría tenido que responderles que en realidad no lo sé.
Existe un principio que concierne a todas las revelaciones contenidas en la Biblia; primeramente encontramos la simiente de tal revelación, después el crecimiento de ella y, finalmente, la cosecha. La revelación de la verdad relativa a las reuniones cristianas es una semilla en Mateo 18:20. La simiente es ésta: reunirse en el nombre del Señor Jesús. Pero ¿qué significa esto? No podemos hallar la respuesta a esto en los cuatro Evangelios; así que tenemos que acudir al libro de Hechos.
En el libro de Hechos vemos dos asuntos de vital importancia. Uno es el nombre. El día de Pentecostés, cuando Pedro se dirigió a la multitud, les dijo que debían ser bautizados en el nombre de Jesús. Si ellos eran bautizados en Su nombre, recibirían al Espíritu Santo (Hch. 2:38). Así que, los dos asuntos de vital importancia que son presentados juntos en el libro de Hechos atañen al nombre del Señor Jesús y al Espíritu Santo. Si avanzamos al capítulo 19 de este libro, encontraremos un puñado de creyentes que se reunían en la ciudad de Éfeso. Ellos no habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús, por lo cual Pablo les instó a hacerlo. En cuanto lo hicieron, recibieron al Espíritu Santo. El nombre y el Espíritu son presentados juntos en este libro una y otra vez.
Ahora avanzaremos del libro de Hechos a las Epístolas. En todas las Epístolas no podemos encontrar un versículo que nos diga que tenemos que reunirnos en el nombre del Señor Jesús, debido a que reunirse en Su nombre constituye la simiente de este tema de las reuniones. En el libro de Hechos tenemos el crecimiento de la simiente, el desarrollo de este tema, y en las Epístolas se nos presenta la cosecha. Entre todas las Epístolas, 1 Corintios 14 es prácticamente el único capítulo que trata sobre la manera en que deben reunirse los cristianos. Lo que se recalca en este capítulo no es el nombre, sino el Espíritu. Con respecto a esta verdad subyacente a las reuniones de los cristianos, reunirse en el nombre del Señor Jesús es la simiente de esta verdad, estar inmersos en el nombre del Señor para recibir al Espíritu Santo representa el crecimiento de esta verdad, y finalmente estar en el Espíritu es la cosecha de esta verdad. Por tanto, vemos que el nombre del Señor Jesús guarda un vínculo muy estrecho con el Espíritu Santo. Sin el Espíritu Santo, el nombre del Señor Jesús carecería de toda realidad. Decimos que el nombre de Jesús es muy poderoso, pero ¿en qué consiste el poder del nombre de Jesús? En el Espíritu Santo. Todo el poder y realidad del nombre de Jesús radica en el Espíritu Santo y es el Espíritu Santo.
Ahora veamos otros versículos adicionales que nos demuestran que existe una relación vital entre el Espíritu Santo y el nombre de Jesús. Juan 14:13-17 dice: “Todo lo que pidáis en Mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pedís en Mi nombre, Yo lo haré. Si me amáis, guardaréis Mis mandamientos. Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros, y estará en vosotros”. Si leemos estos versículos como conjunto, podemos ver el contexto en que todas estas palabras fueron dichas, lo cual nos permite ver que la realidad del nombre del Señor reside en el Espíritu y es el Espíritu. El Señor Jesús nos insta por primera vez a pedir algo en Su nombre; después, nos dice que con este propósito Él rogará al Padre que nos dé el Espíritu. Sin el Espíritu, jamás podríamos pedir en el nombre del Señor Jesús. Por tanto, la realidad del nombre del Señor es el Espíritu. La realidad del nombre de cualquier persona es la persona misma. La persona del Señor Jesús es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es simplemente el propio Señor (2 Co. 3:17). Él mismo es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Por tanto, el Espíritu Santo, la persona del Señor, es la realidad del nombre del Señor. Así pues, reunirse en el nombre del Señor quiere decir reunirse en el Espíritu Santo.
En los Evangelios se nos habla sobre reunirnos en el nombre del Señor, pero en las Epístolas tal parece que los apóstoles se olvidaron del nombre; pero no fue así. Ellos lo tenían presente, sólo que se encontraban en la etapa que corresponde a la cosecha; ellos estaban en el Espíritu, el cual es la realidad del nombre del Señor. Por tanto, en las Epístolas, los apóstoles nos dicen que tenemos que reunirnos en el Espíritu. Entre los Evangelios y las Epístolas tenemos el libro de Hechos. En Hechos vemos la progresión de este tema que se desarrolla de la etapa de la simiente a la de la cosecha; por tanto, se unen el nombre del Señor con el Espíritu.
Ahora leamos Juan 14:26: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre...”. Aquí, el Señor nos dice que el Espíritu Santo sería enviado en el nombre del Señor. ¿Qué quiere decir esto? Supongamos que yo prometo darle a usted una cantidad de dinero, pero a la postre le entrego un cheque a su nombre. Usted comprenderá, por supuesto, que este cheque representa para usted la realidad misma del dinero que le prometí. El Señor Jesús prometió darnos algo en Su nombre, y lo que nos dio fue el Espíritu. El Espíritu es la realidad de Su nombre. Él no dijo que nos dejaría Su nombre, un nombre que es apenas un término. Si así fuera, no tendríamos ninguna realidad y ningún poder. Jesús es una palabra de cinco letras. Estas cinco letras ¿tienen acaso poder en sí mismas? No. Entonces, ¿dónde reside el poder del nombre de Jesús? En el Espíritu. Si uno no toca al Espíritu, jamás podrá experimentar el poder del nombre del Señor. Si uno no está en el Espíritu, no está en Su nombre ni está en la realidad del Señor Jesús. A esto se debe que cuando arribamos a la cosecha de esta verdad en las Epístolas, arribamos al tema del Espíritu. No es necesario entonces hablar del nombre del Señor, porque no estamos en la etapa que corresponde a la simiente, sino en la etapa que corresponde a la cosecha. Ahora tenemos al Espíritu, así que nos reunirnos en el Espíritu. Cuando usted ponga mi cheque en su banco, de inmediato obtendrá el dinero.
En 1 Corintios 12:3 leemos: “Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en el Espíritu Santo”. Cuando uno dice: “Jesús es Señor”, entonces está en el Espíritu. Cuando uno invoca el nombre de Jesús, está en el Espíritu. Al invocar: “¡Señor Jesús!”, obtenemos al Espíritu, porque el Espíritu Santo es la realidad de Jesús. Si llamáramos: “¡Juan!”, no me obtendrían a mí, porque yo no soy Juan. Yo no soy uno con Juan ni tampoco soy la realidad de Juan. Pero ahora el Espíritu Santo es la realidad de Jesús; así que cada vez que llamamos: “¡Jesús!”, ¡aleluya!, obtenemos al Espíritu. ¿Pueden ver esto? La realidad de reunirse en el nombre del Señor Jesús es reunirse en el Espíritu. El nombre es apenas la simiente que está en la tierra, pero ahora tenemos la cosecha de dicha simiente, porque tenemos al Espíritu. Todos debemos comprender que el verdadero significado de reunirse en el nombre del Señor Jesús es reunirse en el Espíritu. Cuando estamos en el Espíritu, estamos en el nombre. En 1 Corintios 14 el apóstol Pablo no dijo nada acerca del nombre del Señor, sino que solamente nos habló del Espíritu, porque el Espíritu Santo es la propia realidad, poder y esencia del nombre de Jesús. Tenemos que estar en el Espíritu Santo a fin de estar en el nombre de Cristo. Esto está muy claro.
Ahora permítanme hacerles otra pregunta. ¿Dónde está el Espíritu hoy? ¡Aleluya! La realidad del nombre es el Espíritu Santo, y hoy en día el Espíritu Santo está en nuestro espíritu. Por esta razón, tenemos que ejercitar nuestro espíritu. Es muy difícil decir si la palabra espiritual en 1 Corintios 12 y 14 se refiere a algo que es propio del Espíritu Santo o algo que es propio de nuestro espíritu humano regenerado. En 1 Corintios 12:1 leemos: “Acerca de los dones espirituales”, y 14:1 dice: “Seguid el amor y anhelad los dones espirituales”. Si ustedes lo observaron, se puede ver que la palabra dones está en cursiva en el texto de la Biblia, debido a que dicha palabra no se encuentra en el texto original; esta palabra no está presente en el texto en griego. En otras palabras, aquí simplemente dice: “Acerca de lo espiritual” y: “Seguid el amor y anhelad lo espiritual”. Por supuesto, no hay necesidad de que el Espíritu Santo sea espiritual. Quienes necesitan ser espirituales somos nosotros. La palabra espiritual en estos versículos alude a nosotros; somos nosotros los que tenemos que aprender a ser espirituales. Estoy convencido de que en realidad esto indica que es imprescindible que nosotros estemos en el espíritu. Es bastante difícil determinar si la “e” de “espíritu” debe ser escrita con “E” mayúscula o no. Podríamos traducir 1 Corintios 12:1 así: “No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de estar en el espíritu”. Asimismo, el versículo 1 del capítulo 14 podría traducirse como: “Seguid el amor y anhelad estar en el espíritu”. Preferiría no escribir “espíritu” con “E” mayúscula en estos versículos. Si ustedes leen el capítulo 14, observarán cuantas veces la palabra espíritu fue usada con “e” minúscula. Finalmente, cuando llegan al versículo 32, donde leemos sobre “los espíritus de los profetas”, debemos percatarnos que la palabra espíritus está en plural debido a que los profetas también están en el plural, y los espíritus a los que se hace referencia son los espíritus de los profetas. Es fácil ver que aquí no se hace referencia al Espíritu Santo, sino a los espíritus humanos de los profetas.
Me parece que ahora ustedes conocen el secreto de cómo debemos reunirnos. En primer lugar, debemos reunirnos en el nombre del Señor. En segundo lugar, reunirse en el nombre del Señor significa reunirse en el Espíritu. Y en tercer lugar, reunirse en el Espíritu implica ejercitar nuestro espíritu. Ésta es la manera en que debemos asistir a las reuniones. La manera en que los cristianos se reúnen no debe consistir en adoptar algunos formalismos, preceptos, programas, etc., sino que simplemente debe consistir en ejercitar el espíritu. El Espíritu Santo está mezclado con nuestro espíritu; por ende, cuando ejercitamos nuestro espíritu, el Espíritu Santo se mueve junto con nosotros. Cuando el Espíritu Santo se mueve en nuestro espíritu, poseemos la realidad del nombre del Señor. Al reunirnos no solamente debemos ejercitar nuestro espíritu, sino que también debemos estar inmersos en el Espíritu y, por consiguiente, en el nombre del Señor.
La clave, el secreto, para nuestras reuniones radica en el ejercicio de nuestro espíritu humano regenerado. ¿Cómo comprobamos esto? La prueba más clara se halla en 1 Corintios 14:32. El versículo 31 nos dice que podemos “profetizar todos”. Luego el versículo 32 nos dice que profetizar consiste simplemente en ejercitar nuestro espíritu. No es necesario esperar hasta que el Espíritu nos empuje a profetizar, pues los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas. En nuestra condición de profetas, si no tomamos la iniciativa, si nuestro espíritu no se mueve, entonces el Espíritu Santo no podrá manifestarse. Somos nosotros quienes tenemos que tomar la iniciativa y ejercitar nuestro espíritu. Si nuestro espíritu se mueve, el Espíritu Santo que está dentro de nuestro espíritu se moverá con nosotros y traerá la realidad del nombre de Jesús. Por tanto, la manera de reunirnos como cristianos consiste en reunirnos ejercitando nuestro espíritu. Esto no es algo insignificante.
No saben ustedes cuánto tiempo hemos dedicado a escudriñar las Escrituras, especialmente el Nuevo Testamento, así como muchos otros escritos a fin de descubrir la manera en que debemos reunirnos. Por la misericordia del Señor, Él nos mostró que el secreto para reunirnos es ejercitar nuestro espíritu, porque la realidad del nombre del Señor está en el Espíritu, y Su Espíritu está mezclado con nuestro espíritu. El secreto para nuestras reuniones hoy en día radica en el ejercicio de nuestro espíritu.
En el cristianismo de hoy se habla mucho del Espíritu en relación con las reuniones. Los así llamados pentecostales afirman que es imprescindible tener la manifestación del Espíritu Santo en la reunión. Esto quiere decir, de acuerdo con sus enseñanzas, que tenemos que orar, tenemos que confesar nuestros pecados y tenemos que permanecer por cierto tiempo en ayuno y oración, y entonces repentinamente en una de las reuniones el Espíritu Santo descenderá sobre nosotros y tendremos la manifestación del hablar en lenguas. Según ellos, esto es algo difícil de lograr. Yo estuve en esta clase de movimiento por algún tiempo, hace más de treinta años. Dediqué mucho tiempo a orar, ayunar, confesar todos mis pecados, etc. No es mi intención criticarlos; simplemente quiero presentar ante ustedes la verdadera situación en la que se encuentra el cristianismo de hoy.
Luego, tenemos el otro extremo. En el cristianismo que se conoce como fundamentalista se nos dice que debemos seguir la inspiración del Espíritu Santo. En todas las reuniones tenemos que estar a la espera de tal inspiración y no actuar si no la tenemos. Si ustedes leen todos los escritos del cristianismo fundamentalista con respecto a la inspiración del Espíritu en las reuniones, todos ellos nos dicen lo mismo. Uno tiene que confesar sus pecados y consagrarse, tiene que orar más y tiene que esperar en el Señor, entonces sentirá que el Espíritu Santo le inspira y todo lo que necesita hacer es obedecer tal inspiración. Pero permítanme preguntarles: ¿Pueden acaso encontrar tal versículo en la Biblia? ¿Hay un versículo que nos diga que debemos reunirnos de esta manera? No, no lo hay.
Lean 1 Corintios 12 y 14, y allí verán que debemos anhelar estar en el espíritu, que debemos anhelar profetizar. Profetizar no implica quedarse esperando por una inspiración. Fíjense en el contexto. Profetizar implica tomar la iniciativa para ejercitar nuestro espíritu. Podrá parecer que tomamos la delantera, pero cuando lo hacemos, el Espíritu de Dios nos acompaña y fluye desde nuestro ser, porque hoy el Espíritu Santo está mezclado con nuestro espíritu. El problema no reside en Él. Él siempre está esperando por nosotros; el problema reside en nosotros. Si nosotros simplemente cooperamos con Él, o sea, si tomamos la delantera, Él nos acompañará y se manifestará. Él laborará juntamente con nosotros. No es que debamos esperar por Él, sino que es Él quien continuamente espera por nosotros. Desde que Él vino a nuestro ser y se mezcló con nosotros, Él ha estado esperando por nosotros todo este tiempo. Él ya tomó la iniciativa y ahora espera por nosotros.
Tengo la convicción de que si ustedes leen todos estos pasajes a los que hicimos referencia, y no solamente los leen, sino que los oran-leen una y otra vez, sus ojos les serán abiertos. Alabamos al Señor porque ya no es necesario que estemos a la espera de alguna clase de manifestación o inspiración. Todo lo que necesitamos hacer es ejercitar nuestro espíritu y abrir nuestra boca para decir: “¡Oh, Señor! ¡Oh, Señor!”. ¿Entienden esto? Lean el contexto de todos estos pasajes y podrán captar el significado apropiado de los mismos. Simplemente ejerciten su espíritu y digan: “¡Señor Jesús!”. Hagan uso de aquello que está en lo profundo de su ser para hablar de parte del Señor Jesús. Éste es el ejercicio del espíritu. Podría parecer que esto procede de usted, pero en realidad procede de Dios, pues hoy el propio Espíritu de Dios está mezclado con su espíritu.
Cuando yo era niño jugaba con otros niños corriendo una carrera muy particular. Nos dividíamos en pares, y dos de nuestros pies eran atados de tal manera que cada pareja debía correr con tres pies. Creo que en los Estados Unidos a esta carrera le llaman la carrera de las tres piernas. Siempre que corría en esta carrera, quien me tocaba por pareja siempre tenía que esperar por mí, hasta que finalmente yo me levantaba y me disponía a correr con él. Ahora bien, díganme: ¿quién era el que tomaba la iniciativa, él o yo? Aparentemente era yo, pero en realidad era él quien tomaba la iniciativa. Ahora nosotros estamos “atados” al Espíritu Santo, y no solamente atados a Él, sino mezclados con Él. Pero por ser nosotros tan lentos y perezosos, Él siempre ha tenido que esperar por nosotros. Cuando nos percatamos de Su presencia, todavía permanecemos en nuestra ignorancia, pues le decimos: “Señor Jesús, he estado esperando por Ti en mi espíritu. He estado orando por tres días y hasta ahora no he recibido la inspiración”. Santos muy queridos han venido a mí, diciéndome: “¿Cómo hace para tener tal inspiración, mientras que a nosotros nos es tan difícil obtenerla? Tal parece que a usted le es muy fácil ser inspirado, pero para nosotros es muy difícil. ¿Por qué?”. La respuesta es que ellos se han dejado arrastrar por las enseñanzas fundamentalistas. Deben leer 1 Corintios 14 una y otra vez. Allí no se nos dice que tenemos que esperar, tampoco se nos dice que tenemos que orar, ni que tenemos que ayunar. Se nos dice que debemos tomar la iniciativa: nuestro espíritu humano tiene que entrar en acción. Tal vez nos parezca que siempre estamos esperando; pero en realidad el Espíritu Santo ha estado esperando por nosotros todo el tiempo.
¿De qué manera, entonces, podemos entrar en acción y tomar la iniciativa en nuestro espíritu? Alabado sea el Señor que en estos dos capítulos se nos muestran dos maneras de hacerlo. La primera es simplemente al decir: “¡Señor Jesús!”. “Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en el Espíritu Santo” (12:3). En otras palabras, siempre que verdaderamente clamamos: “¡Señor Jesús!”, esto implica que estamos en el Espíritu. De hecho, hay versiones de la Biblia que traducen este versículo de esta manera: “Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino por inspiración del Espíritu Santo”. Otras versiones traducen: “Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en el poder del Espíritu Santo”. Si bien los términos para referirse a tal inspiración o poder no se encuentran en el texto original en griego, éstos comunican el verdadero significado de lo que aquí se dice. Estar en el Espíritu verdaderamente significa ser partícipes del poder e inspiración del Espíritu Santo. Cuando uno dice: “Señor Jesús”, participa de la inspiración del Espíritu Santo. No es necesario que esperemos por la inspiración, sino que ya somos partícipes de la misma. Todos tenemos que aprender a decir: “Señor Jesús” en las reuniones, en nuestro hogar y miles de veces al día. Espero que las hermanas, mientras están en el supermercado comprando víveres, digan “Señor Jesús” muchas veces. Mientras recorren los pasillos considerando lo que deben comprar, ellas deberían decir “Señor Jesús”. Todos tenemos que decir esto. Si estamos a punto de enojarnos, tenemos que clamar: “¡Oh, Señor Jesús!”, entonces nuestro mal genio desaparecerá. No tenemos necesidad de leer tantos libros para ser hechos santos. Créanme que ustedes pueden llegar a ser santos simplemente al decir: “Señor Jesús”. Siempre que exclamamos: “Señor Jesús”, estamos en el Espíritu Santo. ¡Esto es maravilloso!
Después, en las reuniones, la segunda manera de ser guardados en el Espíritu Santo es profetizar. Estar en el Espíritu Santo significa profetizar. Pero tenemos que darnos cuenta que profetizar no solamente significa predecir el futuro. De manera general, profetizar tiene tres acepciones: 1) predecir el futuro o anunciarlo de antemano; 2) hablar en representación de otros o decir algo por ellos; y 3) poner a algo o alguien de manifiesto o proclamarlo y anunciarlo. Éstos son los tres significados que encierra la palabra profetizar en el Nuevo Testamento. En Romanos 12 así como en 1 Corintios 14, profetizar significa principalmente “hablar en representación de otros”; no alude mucho a los otros dos significados. Profetizar significa decir algo por Cristo; profetizar verdaderamente es hablar por el Señor. Tal vez usted no pueda hablar en lenguas, pero sí puede profetizar; puede decir algo por el Señor en las reuniones. Todos pueden hacer esto. En 1 Corintios 14:31 se nos dice: “Podéis profetizar todos”. Todos podemos profetizar; todos podemos decir algo por Jesús. Les confieso que yo no puedo cantar muy bien, pero puedo decir muchas cosas por Cristo. Hermanas, ustedes pueden decir algo por el Señor. Alabado sea el Señor, ustedes pueden profetizar. Yo puedo decir algo por el Señor Jesús en todo tiempo. Mientras tenga aliento, puedo decir algo por el Señor. Ésta es la verdadera profecía. Lean 1 Corintios 14 una y otra vez, y comprobarán que éste es el verdadero significado de este pasaje.
Por tanto, la manera de reunirse es estar en el nombre del Señor Jesús, y la manera de estar en la realidad del nombre del Señor Jesús es estar en el Espíritu. Para estar en el Espíritu es necesario que ejercitemos nuestro espíritu, porque el Espíritu Santo es uno con nuestro espíritu. Y la manera de ejercitar nuestro espíritu en las reuniones es clamar: “¡Señor Jesús!” y profetizar, es decir, hablar por Cristo el Señor.