
Lectura bíblica: 1 Co. 5:6-7a; Lv. 2:1-13; Mt. 16:24; Fil. 2:2; Ef. 4:3; Hch. 1:14; 4:24; Nm. 6:1-4; Ap. 2—3; Ro. 15:161 P. 2:5, 9; 1 Ts. 2:7; Ef. 4:12-13; 1 Co. 14:1-5, 23-26, 31, 39a
Hay dos cosas cruciales a las cuales tenemos que prestar atención en el Nuevo Testamento: la unidad y la unanimidad. En el Nuevo Testamento la unidad entre los creyentes se menciona por primera vez en Juan 17. En ese capítulo el Señor Jesús trata de la unidad en Su oración. La oración del Señor en Juan 17 vino después de Su discurso en Juan 14—16, en donde El divulgó el misterio de la Trinidad Divina. No hay en toda la Biblia una revelación más alta y profunda de la Trinidad Divina que la revelación que el Señor Jesús dio en esos tres capítulos. Después de que el Señor completó Su obra en esta tierra en Su contacto con los discípulos, El estaba listo para morir en la cruz. Fue en ese momento cuando El oró al Padre. La oración que hizo fue muy particular. Ningún ser humano podría haber ofrecido tal oración. En Su oración al Padre, El usó la palabra nosotros, refiriéndose a El mismo y al Padre, incluyendo también al Espíritu (vs. 11, 21-22). En los versículos 20-21, El dijo: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como Tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”. Aquí el Señor oró para que todos Sus creyentes fuesen uno “en nosotros”, o sea, en la Trinidad Divina. Esta es la unidad genuina. La unidad genuina es simplemente la mezcla del Dios Triuno con Sus creyentes. Esta unidad es también el Cuerpo de Cristo, pues el Cuerpo de Cristo es la mezcla del Dios Triuno procesado y consumado con Sus creyentes.
En Mateo 18:19-20 el Señor dijo: “Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Aquí el Señor dijo que si Sus discípulos oran en unanimidad, su oración será ciertamente oída y respondida.
Ahora necesitamos preguntar, ¿qué es unanimidad? La unanimidad parece ser menos importante que la unidad. Aparentemente, la unidad es una gran cosa, mientras que la unanimidad es menos importante. Es fácil definir la unidad: la unidad es el Dios Triuno mezclado con todos Sus creyentes, y esta unidad es simplemente el Cuerpo de Cristo. Sin embargo, es difícil definir la unanimidad.
La palabra griega sumfonéo en Mateo 18:19 es traducida “acuerdo”. Significa “estar en armonía” y se refiere al sonido armonioso de instrumentos musicales o de voces. Con el tiempo, la unanimidad, o la armonía de sentimientos interiores entre los creyentes, se convierte en una melodía, una música. Todas las buenas melodías son armoniosas. Cuando tenemos unanimidad, a los ojos de Dios somos una melodía para El. Nos convertimos no sólo en un poema escrito sino en sonido, en voz, en melodía. Nuestra unanimidad debe ser como una melodía armoniosa. Tal unanimidad es el núcleo de la unidad. En otras palabras, la unidad es como una nuez, y la unanimidad es como el grano de la nuez. En Hechos 1:14 hay otra palabra griega, homothumadón, traducida “unanimidad”. Esta palabra viene de homo, “igual”, y thumos, “mente, voluntad, propósito (alma, corazón)”. La palabra denota una armonía de sentimientos interiores en el ser de uno.
En la actualidad algunos cristianos tal vez digan que tienen unidad. He oído a algunos pastores decir que mientras todas las denominaciones tengan un Dios, un Salvador, un Cristo, y una Biblia, son uno. Según su concepto, las denominaciones no son divisiones; son meramente medios utilizados por los cristianos para llevar a cabo su obra. Según su forma de ver, las denominaciones son como los diferentes tipos de vasijas y utensilios que la gente usa para comer. Ellos alegan que si hay diferentes clases de utensilios, como palillos chinos, tenedores y cucharas, que éstos no dividen a la gente, tampoco las denominaciones dividen a los cristianos. Temo que algunos de los santos en el recobro no puedan refutar esta clase de argumento. Después de escuchar tal argumento, quizá sean sometidos y admitan que las denominaciones no son divisivas. Tal vez aquellos que están en las denominaciones vuelvan la cuestión a nosotros y nos pregunten: “¿No son ustedes una división? Antes de que Watchman Nee y Witness Lee estuvieran en esta tierra, tal vez habrá habido mil cien divisiones, pero ahora ustedes en las iglesias locales se han convertido en una más. Ahora hay mil ciento una divisiones en la tierra”. Parece difícil responder a tal argumento.
Mi respuesta para ellos es la siguiente: “Sí, es posible que ustedes tengan la unidad, pero ¿tienen el grano? ¿Tienen la unanimidad? Las familias que usan tenedores y palillos chinos para comer también usan los mismos utensilios para pelear entre ellos. Tal vez tengan unidad, pero ¿dónde está la unanimidad?”. Algunos en las denominaciones podrían volver la pregunta a nosotros: “¿Tienen unanimidad entre ustedes?”. Si examinamos nuestra situación, tendremos que admitir que hasta ahora estamos deficientes con respecto a la unanimidad.
Si entre los que están en un grupo no hay unanimidad, ¿qué puede hacer el Señor con ellos? Es por ello que siento una carga tan pesada en cuanto a los grupos vitales. Para mí es muy claro que la unanimidad entre nosotros aún no es plena ni completa. Por lo tanto, en un sentido, le es difícil al Señor moverse libremente entre nosotros. Si no estamos en unanimidad, Dios no puede responder a nuestras oraciones. Si Dios no puede responder a nuestras oraciones, ¿qué puede hacer con nosotros? Sin la unanimidad, es difícil que la salvación dinámica de Dios logre salvar, convertir y regenerar a las personas. Es por ello que nuestra falta de unanimidad es una enfermedad muy grave. Hemos estado enfermos por muchos años, y pareciera como si no nos hubiésemos dado cuenta de nuestra enfermedad. Es posible que asistamos a las reuniones, alabemos al Señor y profeticemos, pero tal vez hagamos todas estas cosas sin estar conscientes del hecho de que nuestra unanimidad no es la adecuada.
Aunque he estudiado la Biblia por muchos años, sólo hasta hace poco pude ver que la unidad es como el cuerpo, y la unanimidad es como el corazón del cuerpo. Nuestra enfermedad no es como una enfermedad que afecta al cuerpo externamente, sino como una enfermedad que lo afecta interiormente, es decir, que afecta el corazón. Les digo la verdad franca y sinceramente, tal como el Señor me ha mostrado y con una conciencia pura. Necesitamos saber cuál es nuestra enfermedad. Nuestra enfermedad es que nuestra unanimidad no es adecuada. Por lo tanto, guardamos la unidad con un “corazón” enfermo. En los últimos cuatro o cinco años esta malsana unidad ha sido dañada por los disidentes. A ellos ni siquiera les interesa la unidad. Nosotros todavía estamos aquí en pro de la unidad; sin embargo, en nuestro interior la unanimidad sigue siendo deficiente. Es por esto que se le hace difícil al Señor responder a nuestras oraciones, especialmente en cuanto a llevar fruto para el incremento del recobro del Señor. Por esta razón, necesitamos humillarnos ante El.
La agrupación de los santos en los grupos vitales tiene como fin que seamos recobrados, y ser recobrados significa ser sanados, curados. Estamos enfermos; por tanto, necesitamos la sanidad. La sanidad que necesitamos es agruparnos unánimes. La manera de atacar la enfermedad que está entre nosotros es tener los grupos vitales.
La palabra comunión es usada en el Nuevo Testamento primero en Hechos 2:42: “Y perseveraban en la enseñanza y la comunión de los apóstoles, en el partimiento del pan y en las oraciones” (gr.). Este versículo menciona la comunión de los apóstoles. Entre los apóstoles había una comunión íntima. Al comienzo de Hechos, los apóstoles estaban con un grupo de unos ciento veinte santos (1:15). Nosotros podríamos decir que ése era el grupo de los apóstoles. Entre ellos había una comunión íntima. Los ciento veinte permanecieron juntos por lo menos diez días. Ellos comían juntos, oraban juntos y hacían todo juntos. Sin duda que tenían una comunión íntima. Lo ocurrido en Pentecostés fue producido por diez días de este tipo de comunión. Entre nosotros carecemos de esta comunión.
Nuestra comunión no debería ser solamente íntima sino también detallada. Tal vez nos conozcamos unos a otros, pero tal vez no nos conozcamos en detalle. Si tal es el caso, no podemos decir que tenemos una comunión completa unos con otros. En los grupos vitales los miembros primero necesitan conocerse unos a otros íntima y completamente.
La comunión es el fluir, la corriente, de la unidad. Diez días antes de Pentecostés, había sobre esta tierra un grupo de personas que estaban en comunión; estaban en la corriente, en el fluir, de la unidad. Según Hechos 1:14, ellos también estaban unánimes.
La comunión íntima y detallada está en Cristo. Cristo es el elemento, y Cristo también es la esfera, el límite, de la comunión. En realidad esa comunión es Cristo mismo, porque Cristo es el elemento de la comunión, y El es la esfera de la misma.
Para tener una comunión íntima y completa tenemos que ejercitar nuestro espíritu. Siempre que digamos algo en comunión, necesitamos ejercitar el espíritu. Según he observado, algunos santos tienen la enseñanza del ejercicio del espíritu, pero en la práctica no tienen la realidad. Para tener una comunión apropiada necesitamos ejercitar nuestro espíritu orando mucho y minuciosamente. En los grupos vitales necesitamos tener comunión acerca de nuestro estado, nuestra condición espiritual y nuestra situación presente en el Señor y con El.
Necesitamos desarrollar una intimidad con todos los miembros del grupo. Para hacer esto, una hermana puede llamar a otra durante el día y pasar algunos minutos en contacto y comunión. Si nos amamos unos a otros, siempre sentiremos que nos extrañamos. Si nos comunicamos así mutuamente, veremos la diferencia. Seremos reavivados y estimulados a amar al Señor. Nuestros corazones también se ablandarán unos para con otros, y podremos recibir algo los unos de los otros.
El Señor Jesús edificó la unidad entre Pedro, Juan, Jacobo y todos los demás que lo siguieron por tres años y medio. Ellos dejaron sus familias, sus redes, sus barcas y sus trabajos para seguir sólo al Señor cada día. Los que no siguieron a Jesús habrán pensado que aquello era una pérdida de tiempo. Según su punto de vista, a dónde El iba, las personas que lo seguían no hacían nada. Parecía que el Señor no hacía nada, pero en realidad El entrenó a Sus discípulos por tres años y medio. Cada día que El hablaba, los entrenaba. Cuando no hablaba, seguía entrenando a Sus discípulos. Su silencio era también una especie de entrenamiento. Al final de los tres años y medio, cuando el Señor Jesús subió a Jerusalén para morir, mientras iban en camino, Jacobo y Juan y los doce estaban discutiendo acerca de quién se sentaría a la derecha y a la izquierda del Señor en Su reino (Mt. 20:20-24). Parece que no ganaron nada durante esos tres años y medio; pero algo fue edificado dentro de ellos. Después de ser testigos de la muerte, resurrección y ascensión del Señor, fueron personas diferentes. Había entre ellos comunión, unidad y unanimidad. En ese momento estaban listos, calificados, preparados y equipados para recibir al Dios derramado sobre ellos. El derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés (Hch. 2:1-4) fue el acontecimiento más grande que jamás haya ocurrido en el universo. Ni la creación de los cielos y de la tierra fue algo tan grandioso. El Dios Triuno se derramó sobre esta gente que estaba en unidad y en comunión y que tenía la unanimidad genuina. Desarrollar tal unanimidad no es una cosa fácil. Mi intención es desarrollar esta unanimidad a través de los grupos vitales en los próximos meses.
En los grupos vitales necesitamos compenetrarnos por medio de muchas oraciones minuciosas, como la harina fina del trigo, con todos los miembros de nuestro grupo, con el Espíritu como el aceite, por medio de la muerte de Cristo como la sal, y la resurrección de Cristo como el incienso, para ser una masa para el Señor (1 Co. 5:6-7a; Lv. 2:1-13). Compenetrarse no es meramente juntarse como una pareja de esposo y esposa. Estar “juntos” no es tan profundo como estar compenetrados. Es posible que una pareja esté casada por algunos años sin compenetrarse nunca. En la sociedad humana a menudo hay discusiones entre esposos y esposas, entre hermanos y hermanas, y entre hijos y padres porque nunca han sido compenetrados unos con otros.
El Nuevo Testamento nos dice, primero, que somos granos de trigo. En Juan 12:24 el Señor Jesús era el único grano. Por medio de Su muerte y resurrección El liberó Su vida impartiéndola a nosotros, y así nos hizo los muchos granos. Esto es muy bueno. No obstante, el Nuevo Testamento luego dice que como granos, finalmente necesitamos ser hechos una sola masa (1 Co. 5:6-7a). Para hacer una masa es necesario mezclar, “compenetrar”, granos de trigo; pero antes de ser “compenetrados”, los granos necesitan ser molidos hasta ser harina fina.
El Nuevo Testamento también nos dice que con el tiempo todos nos convertiremos en un solo pan (1 Co. 10:17). En un sentido, los granos, la harina fina, y la masa no son nada hasta que se convierten en un pan. Después de que nos convertimos en un pan, significamos algo y somos algo en las manos del Señor. El pan es el grupo. En la mesa del Señor, a menudo alabamos al Señor por el pan, pero en realidad quizá no seamos un pan. Muchos de los santos entre nosotros tal vez nunca hayan sido molidos o quebrantados. Aunque somos granos, puede ser posible que nunca hayamos sido quebrados o molidos hasta ser harina fina. Por el otro lado, es posible que estemos quebrantados, pero tal vez nunca nos hayamos compenetrado. Entonces, estamos muy lejos de ser un pan. Para llegar a ser un pan es preciso que seamos compenetrados en los grupos. El pan es el grupo.
La manera de ser compenetrados es orar mucho y de manera minuciosa, como harina fina de trigo, con todos los miembros de nuestro grupo, con el Espíritu como el aceite, por medio de la muerte de Cristo como la sal, y la resurrección de Cristo como el incienso. Necesitamos orar mucho sobre todos estos puntos de una manera minuciosa. Necesitamos compenetrarnos como una “masa” para el Señor. Ser masa implica ser quebrados, ser molidos y ser compenetrados. Conforme al tipo de la ofrenda de harina en Levítico 2:1-13, para ser mezclado o “compenetrado” se requiere el aceite para que la harina no esté seca. Es imposible mezclar harina fina seca; se necesita el aceite para humedecer la harina. De la misma manera, necesitamos el Espíritu como el aceite para “humedecernos” para que podamos compenetrarnos.
Para ser compenetrados, también necesitamos la sal, o sea, la muerte de Cristo, para matar todos los microbios que hay en nosotros. Necesitamos darnos cuenta que tenemos muchos microbios en nuestro ser. Todos estos microbios deben ser matados por la muerte de Cristo. Luego, también necesitamos estar en la resurrección de Cristo. En la compenetración necesitamos experimentar al Espíritu como el aceite, y también necesitamos pasar por las experiencias de la muerte de Cristo y la resurrección de Cristo. Si por la misericordia del Señor podemos experimentar tal compenetración, seremos absolutamente diferentes de lo que somos hoy. No es suficiente juntar gente y decirle que son un grupo. Eso se hace muy rápidamente. El grupo apropriado en el cual los miembros se han compenetrado de manera adecuada requiere tiempo.
A fin de compenetrarnos, necesitamos confesar el pecado del individualismo y de la individualidad. Nuestro individualismo es una especie de principio, una especie de política. Cada uno de nosotros tiene su propia política, su propia lógica humana. Nuestro individualismo se convierte en nuestra lógica. El sistema educativo en los Estados Unidos educa a los jóvenes para que sean individualistas. La lógica de ser un individuo independiente, o la lógica del individualismo, es un pecado a los ojos de Dios. Debemos condenar el individualismo y la individualidad. Al vivir la vida de iglesia puede ser que estemos llenos de individualidad. Tal vez no nos importen los demás sino solamente nosotros. Aunque amemos a otros, tal vez no nos importen nada. Al amar a otros seguimos cuidándonos a nosotros mismos. Esto es la individualidad. Necesitamos confesar este pecado. Mientras estos microbios permanezcan en nosotros, no podremos ser uno y no podremos compenetrarnos.
Si hemos de ser compenetrados por el Señor, también necesitamos confesar todos nuestros defectos, fallas, equivocaciones, errores, transgresiones, ofensas, pecados exteriores e iniquidades interiores. No solamente tenemos que confesar estas cosas, sino también pedir el perdón del Señor (Hch. 2:38; 10:43; Ef. 1:7; Col. 1:14; 1 Jn. 1:9). El Señor desea perdonar e incluso olvidar (He. 8:12), pero nosotros necesitamos confesar. Debemos hacer una confesión completa para que podamos ser perdonados y justificados. Luego podremos compenetrarnos.
También necesitamos confesar nuestra naturaleza pecaminosa, su mancha, sus vínculos con la contaminación del mundo, y su vejez, y pedir al Señor la limpieza de Su preciosa sangre. Aunque hemos sido regenerados, tenemos la vieja naturaleza pecaminosa con sus manchas y sus ataduras a la contaminación del mundo. Nuestra vil naturaleza interior se pega fácilmente al mundo exterior. La razón por la cual somos atraídos tan fácilmente a las tiendas es que dentro de nosotros hay algo que responde a las tiendas. Los gerentes de las tiendas han dispuesto los artículos en sus tiendas de tal manera que correspondan a nuestra naturaleza. Todos necesitamos experimentar la muerte y resurrección de Cristo para que sea anulada nuestra naturaleza pecaminosa con sus manchas y ligaduras a la contaminación del mundo.
También necesitamos confesar la vejez de nuestra naturaleza pecaminosa. Mientras seamos naturales, somos viejos. Necesitamos confesar todo esto y luego pedir al Señor que El nos limpie con Su preciosa sangre. Necesitamos el perdón del Señor, y también necesitamos que nos limpie. El perdón nos justifica, mientras que la limpieza nos purifica, nos deja limpios. Luego podemos compenetrarnos.
También necesitamos confesar los problemas de nuestra manera de ser y la peculiaridad de nuestro carácter. Tenemos muchos problemas por culpa de nuestra manera de ser. Todos estos problemas nos impiden compenetrarnos. También tenemos nuestra peculiaridad en nuestro carácter. En general, una persona simple no tiene muchas peculiaridades; cuánto más refinada una persona es, más peculiaridades tiene. Las características peculiares de nuestro carácter también nos impiden compenetrarnos con otros.
También necesitamos negar nuestro yo, nuestros hábitos y nuestra vieja manera de actuar (Mt. 16:24). Esto nos proporcionará la manera de ser compenetrados.
Después de tanta confesión no tendremos confianza en nosotros ni debemos confiar en nuestra habilidad natural. Todas estas cosas necesitan ser tratadas; luego podremos compenetrarnos.
Además, necesitamos amar a todos los miembros de nuestro grupo con un amor imparcial. Es común que prefiramos a ciertos santos. Esto demuestra que no amamos a todos los santos por igual. Filipenses 2:2 dice que debemos tener un mismo amor por todos los santos.
Para edificar los grupos vitales, necesitamos guardar la unidad del Espíritu, o sea, la unidad del Cuerpo, en la unanimidad conforme al deseo del Señor con mucha oración minuciosa (Ef. 4:3; Hch. 1:14; 4:24). Sin la unanimidad no podemos guardar la unidad. La unanimidad es el corazón, el meollo, de la unidad.
Para guardar la unidad del espíritu necesitamos condenar todos los conceptos que exaltan el yo y dejar todas las opiniones divisivas. Todos tenemos tendencia a exaltarnos a nosotros mismos. Algunos de los santos se sientan confiados de que son más conocedores y pueden hacer las cosas mejor que los ancianos de la iglesia, lo cual indica, que se exaltan a sí mismos. Cada miembro de la iglesia, sea viejo o joven, tiene conceptos que exaltan el yo. Todo aquel que tenga dichos conceptos ciertamente tiene opiniones. Todos tienen una opinión. Debemos condenar todos los conceptos que exaltan el yo y dejar las opiniones divisivas.
Para guardar la unidad del Cuerpo en la unanimidad, necesitamos negar todas las preferencias y no hacer caso de los gustos personales. Las hermanas son a menudo más notorias en cuanto a los gustos personales que los hermanos. Nuestras preferencias y gustos personales son un gran impedimento para guardar la unidad del Cuerpo.
Finalmente, para guardar la unidad del Espíritu, necesitamos seguir la dirección del Espíritu y respetar el sentir de los demás miembros. Sin importar nuestro punto de vista u opinión, deberemos seguir siempre el Espíritu. Debemos volver al espíritu para seguir la dirección del Espíritu Santo quien está dentro de nosotros, y debemos respetar el sentir de los demás y cuidar del mismo.
Para la edificación de los grupos vitales, necesitamos consagrarnos corporativamente como nazareos (Nm. 6:1-4). Necesitamos hacer esto hasta ser compenetrados, hasta ser una masa. Todos los miembros del grupo deben reunirse para consagrarse como sola una entidad, como un grupo de nazareos, para darle al Señor una consagración corporativa. Necesitamos dejar que el Señor gane todo nuestro grupo como una entidad para el cumplimiento de Su economía neotestamentaria. Nuestra consagración corporativa no debe hacerse para cumplir alguna clase de deber formal, sino para servir al Señor conforme a la guía orgánica del Espíritu.
Para la edificación de los grupos vitales, necesitamos ser vencedores en esta era orando mucho y en detalle. Según el principio del Nuevo Testamento, todos los creyentes son y deberían ser vencedores (1 Jn. 2:13, 14; 4:4; 5:4-5), pero la mayoría se ha degradado. Entonces, en las siete epístolas de Apocalipsis 2 y 3 el Señor llamó a los vencedores.
Necesitamos ser vencedores en esta era orando mucho y en detalle, conforme al llamado del Señor en Sus últimas palabras a los santos que están en las iglesias. El llamado que el Señor hace a los vencedores en Apocalipsis 2 y 3 no era sólo para la iglesia, no sólo para los santos, sino para los santos que están en las iglesias. Es difícil que toda la iglesia sea vencedora corporativamente, pero los santos individuales, dentro de las iglesias, deben ser vencedores.
Necesitamos ser vencedores en esta era para reemplazar a la iglesia degradada. Por causa de que la iglesia se degradó, ya no es lo que debería ser; por tanto, se necesitan los vencedores para reemplazar a la iglesia degradada.
Para la edificación de los grupos vitales, necesitamos orar mucho y minuciosamente para los cuatro pasos de la manera ordenada por Dios. Cuando nos reunimos en grupos, debemos olvidar la vieja manera y las cosas viejas en nuestra oración. Necesitamos aprender la nueva manera y las cosas nuevas, que son los cuatro pasos de la manera ordenada por Dios. El primer paso de la manera ordenada por Dios es cumplir el sacerdocio neotestamentario del evangelio para buscar, visitar y tener contacto con los pecadores salvándolos para hacer de ellos miembros orgánicos del Cuerpo de Cristo y ofrecerlos a Dios como sacrificio neotestamentario (Ro. 15:16; 1 P. 2:5, 9). El segundo paso es alimentar y cuidar de los recién nacidos en Cristo en reuniones de hogar como madres que amamantan (1 Ts. 2:7). El tercer paso es perfeccionar a los santos por medio de la mutua enseñanza en las reuniones de grupo para la obra del ministerio de edificar el Cuerpo orgánico de Cristo (Ef. 4:12-13). Finalmente, el cuarto paso de la manera ordenada por Dios es el profetizar de todos los santos en las reuniones de la iglesia para la directa edificación orgánica del Cuerpo de Cristo como el organismo del Dios Triuno procesado (1 Co. 14:1-5, 23-26, 31, 39a).
Necesitamos orar día y noche por estas cuatro cosas. Después de varios meses de preparación prestaremos atención al cumplimiento de estas cuatro cosas. Antes de eso necesitamos mucha oración. Por lo tanto, día y noche, mañana y tarde, no deberemos olvidar estos cuatro puntos. Este es el propósito y la meta de que nos agrupemos. Nos agrupamos para ser nazareos corporativos y vencedores para reemplazar a la iglesia degradada a fin de llevar a cabo estas cuatro cosas.
Si vamos a compenetrarnos, no deberemos olvidar la comunión. La comunión es la base de la compenetración. Por consiguiente, debemos tener comunión. Al hacer esto estableceremos el fundamento para la compenetración. Sin embargo, en vez de tener comunión, hemos practicado la hipocresía por años; nos hemos estado escondiendo bajo una máscara. Sin el fundamento de la comunión íntima y completa, no puede haber compenetración.
No debemos temer que los demás nos conozcan. Cuanto más nos conozcan en la manera apropiada, mejor para nosotros. Esto derribará nuestro orgullo, quitará nuestra jactancia, anulará nuestro complejo de superioridad, e incluso hará a un lado nuestro complejo de inferioridad. No obstante, muchos de nosotros no estamos dispuestos a exponernos. Por el contrario, preferimos cubrirnos pretendiendo ser otra cosa. Por causa de esto, se hace difícil que tengamos una comunión íntima y completa que dé por resultado que seamos compenetrados.
Sin la compenetración, el Señor no puede avanzar con nosotros. La compenetración es el Cuerpo, la compenetración es la unidad, y la compenetración es la unanimidad. Sin embargo, nosotros preferimos quedar intactos y desconocidos para los demás. Por causa de que no queremos que la gente nos conozca, nos hemos hecho muy sensibles, y al ser sensibles somos fácilmente ofendidos. Tal condición nos fuerza a ser muy cautelosos en nuestro hablar, por temor a ser ofendidos.
Entre nosotros hay una gran necesidad de abrirnos paso por lo que nos estorba para permitir que el Señor lleve a cabo los grupos. Desde el mismo comienzo de los cuatro Evangelios, cuando el Señor Jesús envió a Sus discípulos, no los envió uno por uno, sino que los envió de a dos, los agrupó. Desde el tiempo en que el recobro llegó a Estados Unidos el Señor no ha podido establecer los grupos entre nosotros. Muchos santos vinieron al recobro con una actitud absoluta y se quedaron con nosotros, pero en cierto momento se fueron. Eso indica que ellos nos estaban dispuestos a agruparse en el recobro. Los que hemos permanecido en el recobro tenemos el problema de nuestra manera de ser y nuestro carácter que nos mantiene separados. Aunque por la misericordia del Señor aún estamos juntos, nos hemos agrupado muy poco. Por esta razón, no tenemos impacto. El impacto se halla en la unanimidad, y en realidad la unanimidad es la compenetración.
Si no hay unanimidad entre nosotros, Dios no puede contestar nuestras oraciones, porque no practicamos el Cuerpo. Si no somos unánimes, esto significa que no practicamos el principio del Cuerpo. Conforme a la interpretación apropiada del Nuevo Testamento, la unanimidad es el Cuerpo. Debemos practicar el principio del Cuerpo; sólo así tendremos la unanimidad. Aunque no peleemos entre nosotros, es posible que no tengamos unanimidad. Debido a que hemos permanecido juntos, hemos visto la bendición del Señor, pero sólo de una forma limitada. Por lo tanto, necesitamos la unanimidad para practicar el principio del Cuerpo.
Es difícil abrirnos entre nosotros, pero es aún más difícil, después de escucharnos, responder algo en una manera franca y llena de amor. Después de reunirnos en grupos, debemos sentirnos libres de hablarles a los demás acerca de nuestra situación interna con el Señor. De la misma manera, los demás deberán tener libertad para responder. Por causa de que tememos exponernos y ofender a otros, aparentamos unos con otros no permitiendo que otros conozcan nuestra situación real. Necesitamos la comunión íntima y completa. Desde luego, debemos tener cuidado con lo que nos decimos en público. En ciertos casos la confesión pública de pecados ha causado serios problemas. No estoy diciendo que debemos abrirnos en una manera descuidada. No obstante, necesitamos encontrar la manera de compenetrarnos. De lo contrario, el Señor no tiene salida en nuestra situación presente. Necesitamos compenetrarnos hasta que tengamos un amor íntimo por los miembros del grupo. Si continuamos escondiéndonos y guardando la distancia entre nosotros, cuando salgamos a visitar a la gente, no tendremos impacto. La gente que visitemos sentirá que no somos uno.
Nuestra situación actual es muy diferente a la de Pedro, Jacobo y Juan. Cuando ellos seguían juntos al Señor como Sus creyentes, ellos eran genuinos, como se ve en el hecho de que peleaban entre ellos. En Mateo 20, mientras el Señor Jesús les estaba revelando Su muerte y resurrección (vs. 17-19), parece que ellos no estaban escuchando lo El decía. Después de que el Señor Jesús terminó de hablar, tuvieron una disputa entre ellos (vs. 20-24). Esto indica que ellos eran muy genuinos.
Si no practicamos los puntos de este mensaje, no habrá manera de ser agrupados. Los grupos son una necesidad urgente entre nosotros. Estamos tratando de avanzar en este asunto vital. Necesitamos orar mucho acerca de la edificación de los grupos vitales.