
En este mensaje consideraremos algo más con respecto a la obra de Dios en la antigua dispensación, en Su antiguo arreglo administrativo.
En su testimonio ante los fanáticos religiosos judíos, Esteban habló sobre el llamamiento hecho a Abraham, el padre del linaje escogido, para que saliese de aquella generación idólatra: “El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán, y le dijo: ‘Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que Yo te mostraré’” (Hch. 7:2-3). Abraham fue llamado por Dios. Adán fue el padre y cabeza del linaje creado, pero Abraham fue el padre y cabeza del linaje llamado. Tal como se relata en Génesis, la historia del linaje creado culminó en la edificación de la torre y ciudad de Babel. Nombres de ídolos fueron inscritos en esa torre, lo cual indica que el linaje creado había abandonado a Dios y se había vuelto a la idolatría. Entonces Dios intervino para llamar a Abraham a salir de la generación idólatra. Según Hechos 7:2-3, Dios llamó a Abraham a salir de su tierra y de su parentela.
Para cuando Dios llamó a Abraham, el hombre había abandonado a Dios. Que el hombre abandonase a Dios se hallaba representado por el hecho de que edificaron una ciudad para protegerse. Además, el hombre había edificado una torre como símbolo de la exaltación de sí mismo; más aún, la humanidad se había vuelto de Dios a los ídolos. Por tanto, Abraham fue llamado a salir de una generación idólatra.
El llamamiento de Abraham se originó en Dios mismo; dicho llamamiento no fue iniciado por aquel que fue llamado. Aunque Abraham fue el padre del linaje llamado, el llamamiento no se originó en él. Un día, mientras él estaba en Mesopotamia adorando otros dioses (Jos. 24:2), Dios se le apareció y lo llamó. Dios fue el Originador del llamamiento de Abraham.
Aunque el llamamiento que Dios le hizo a Abraham tuvo lugar en el tiempo, algo anterior a esto —la elección de Dios— tuvo lugar en la eternidad pasada. Antes de la fundación del mundo, Dios eligió a Abraham y también lo predestinó. Después, en el tiempo, mientras Abraham adoraba otros dioses, sin pensar que sería llamado por Dios, Dios se le apareció como el Dios de gloria y lo llamó.
Fue el Dios de gloria quien se apareció a Abraham. La gloria de Dios ejerció gran atracción sobre Abraham y lo separó de la generación idólatra apartándolo para Dios. Esta aparición fortaleció a Abraham para que aceptase el llamamiento de Dios. De acuerdo con la situación en que se encontraba Abraham en Mesopotamia, sin la atracción y el aliento provistos por la gloria de Dios habría sido imposible que Abraham aceptase el llamamiento de Dios. Pero el Dios de gloria se le apareció y transfundió Su propio ser en Abraham, de modo que éste respondió al llamamiento de Dios.
Dios no se le apareció a Abraham sin hablarle. Al venir a Abraham, Dios lo llamó. Llamar implica hablar. Según Hechos 7:3, el Dios de gloria le dijo a Abraham: “Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que Yo te mostraré”. Éste fue el hablar de Dios a Abraham. Tal hablar también debe haber capacitado a Abraham para aceptar el llamamiento de Dios.
El llamamiento de Dios representa un nuevo comienzo. Cuando Dios creó al hombre, hubo un comienzo. Pero el hombre que Dios había creado para Sí cayó y abandonó a Dios. Por tanto, Dios intervino para llamar a Abraham a fin de poder tener un nuevo comienzo. En el tiempo de Su llamamiento a Abraham, Dios empezó a tener un nuevo comienzo.
El llamamiento de Dios también representa un traslado de linaje. El nuevo comienzo que Dios tuvo con el hombre mediante Su llamamiento es un traslado de linaje. Que Dios llamase a Abraham significaba que Él había abandonado el linaje de Adán y había escogido a Abraham con sus descendientes como nuevo linaje que sería Su pueblo para el cumplimiento de Su propósito eterno. Éste fue un traslado del linaje de Adán, el linaje creado, al linaje de Abraham, el linaje llamado (Gá. 3:7-9, 14; Ro. 4:16-17). Cuando decimos que el llamamiento de Dios es un nuevo comienzo, debemos entender que este nuevo comienzo es un traslado de linaje.
La intención de Dios al llamar a Abraham era traerlo de regreso a Sí mismo como árbol de la vida. Según Génesis 1 el hombre no solamente fue creado por Dios, sino también para Dios y en pro de Dios a fin de que éste pudiese expresar la imagen de Dios y ejercer Su autoridad. En Génesis 2 Dios estaba representado por el árbol de la vida. El hecho de que el hombre creado por Dios fuese puesto frente al árbol de la vida indica que el hombre debe comer continuamente de este árbol. El hombre tenía necesidad de venir a Dios, contactar a Dios y permitir que Dios fuese transfundido en él. Sin embargo, el hombre fracasó al dejar de hacer esto y, en lugar de ello, acudió a la fuente equivocada, al árbol del conocimiento. Como resultado de ello, el hombre creado por Dios se alejó de Él. Éste es el significado de la caída del hombre.
Dios se apareció a Abraham para llamarle a salir de tal condición caída. Esto significa que Dios deseaba llevar al hombre de regreso a Él. Cuando Dios llamó a Abraham a salir de Mesopotamia, Su intención era traerlo de regreso a Él mismo. Al llamar a Abraham, Dios lo estaba trayendo de regreso al árbol de la vida. Cuando Dios se apareció a Abraham, aquello fue la aparición del árbol de la vida. A medida que Abraham pasaba tiempo en la presencia de Dios, él disfrutaba del árbol de la vida. Todas las veces que esto sucedía, la esencia de Dios era transfundida al interior de Abraham. De este modo Dios entrenó a Abraham para que fuese totalmente transfundido y empapado de Dios y ya no actuase por sí mismo, a fin de que Dios pudiese ser todo para él.
Como parte de Su obra en la antigua dispensación, Dios prometió a Abraham que mediante su descendencia, Cristo, la bendición del evangelio vendría a todas las familias de la tierra. Gálatas 3:8 dice: “La Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, anunció de antemano el evangelio a Abraham, diciendo: ‘En ti serán benditas todas las naciones’”. En Gálatas 3:14 Pablo procede a decir: “Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. Después, en el versículo 16, Pablo dice: “A Abraham fueron hechas las promesas, y a su descendencia. No dice: Y a los descendientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: ‘Y a tu descendencia’, la cual es Cristo”. Debido a que el versículo 14 combina la promesa del Espíritu con la bendición de Abraham, este versículo es de extrema importancia. La bendición de Abraham es la bendición prometida por Dios a Abraham (Gn. 12:3) para todas las naciones de la tierra. Por medio de la redención efectuada por Cristo mediante la cruz, esta promesa se ha cumplido en Cristo y, en Él, ha venido a todas las naciones. El contexto del versículo 14 indica que el Espíritu es la bendición prometida por Dios a Abraham para todas las naciones, la cual ha sido recibida por todos los creyentes por medio de la fe en Cristo. Este Espíritu es el Espíritu compuesto y es, en realidad, Dios mismo procesado en Su Trinidad a través de Su encarnación, crucifixión, resurrección, ascensión y descenso a fin de que lo recibamos como nuestra vida y nuestro todo.
El aspecto material de la bendición que Dios prometió a Abraham era la buena tierra (Gn. 12:7; 13:15; 17:8; 26:3-4), la cual tipifica al Cristo todo-inclusivo (Col. 1:12). Puesto que Cristo finalmente es hecho real para nosotros como el Espíritu todo-inclusivo y vivificante (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17), la bendición del Espíritu prometido corresponde a la bendición de la tierra que fue prometida a Abraham. En realidad, el Espíritu, quien es Cristo hecho real en nuestra experiencia, es la buena tierra, la fuente del abundante suministro de Dios para nuestro disfrute. ¿Qué clase de Espíritu podría ser la bendición que Dios prometió a Abraham? ¿Qué Espíritu podría ser la bendición todo-inclusiva, la cual es Cristo como la tierra? Tiene que ser el Espíritu, esto es, el Espíritu vivificante y todo-inclusivo.
Lo dicho por Pablo acerca del Espíritu debiera recordarnos lo dicho en Juan 7:39: “Aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. El Espíritu en Gálatas 3:14 y Juan 7:39 es la máxima expresión del Dios Triuno. El Espíritu denota al Dios procesado. El Padre es la fuente. El Hijo de Dios como curso se encarnó, vivió sobre la tierra, fue crucificado y resucitó. La encarnación, la crucifixión y la resurrección son todos aspectos de un proceso. En resurrección Cristo, el postrer Adán, llegó a ser el Espíritu vivificante. Sin duda alguna, el Espíritu vivificante es el propio Espíritu Santo que da vida. Este Espíritu es la consumación máxima del Dios procesado. Así como la buena tierra es un tipo todo-inclusivo de Cristo y así como Cristo, la corporificación del Dios Triuno (Col. 2:9), ha llegado a ser el Espíritu, así también el Espíritu, el Espíritu todo-inclusivo como Dios procesado, es la buena tierra dada a los creyentes neotestamentarios como cumplimiento de la promesa hecha por Dios a Abraham de que todas las naciones de la tierra serían bendecidas en él.
En Gálatas 3:14, la bendición de la promesa es el Espíritu, y en Gálatas 3:16 las promesas fueron hechas a la descendencia de Abraham, la cual es Cristo. Por un lado, el Espíritu es el Cristo todo-inclusivo; por otro, el Espíritu, como bendición de la promesa, fue dado a Cristo, quien es la descendencia. Cuando creímos en el Señor Jesús, le recibimos a Él como descendencia, como vida. Esta descendencia es el Espíritu vivificante y todo-inclusivo, la realidad de la buena tierra. El Cristo que recibimos como descendencia es el Espíritu tipificado por la buena tierra. Cristo entró en nosotros como descendencia, pero a medida que vivimos por Él, Él llega a ser la tierra (el Espíritu todo-inclusivo). Éste es el cumplimiento de lo dicho por Dios al prometerle a Abraham que, mediante su descendencia, la bendición del evangelio vendría a todas las familias de la tierra.
En 2 Pedro 2:6 se nos dice que Dios “condenó a destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente”. En la antigua dispensación, Dios condenó a destrucción por fuego a las ciudades de Sodoma y Gomorra. Él hizo esto para ponerlas de ejemplo a quienes habían de vivir impíamente. Vivir impíamente es vivir en la carne en las concupiscencias de los hombres, no en la voluntad de Dios (1 P. 4:2); es hacer los deseos de los gentiles (1 P. 4:3) y vivir de una manera vana e impía (1 P. 1:18). Las personas que viven impíamente deben ser advertidos por este ejemplo.
En Su antiguo arreglo administrativo, Dios escogió a los hijos de Israel, los descendientes de Abraham, e hizo de ellos Su pueblo como tipo de la iglesia (Ro. 9:11-13; Hch. 7:38). En el Antiguo Testamento la iglesia no es mencionada directamente mediante palabras simples; sin embargo, hay tipos que representan a la iglesia. Los hijos de Israel, como pueblo escogido de Dios, constituyen el tipo colectivo más importante de la iglesia, en el cual podemos ver que la iglesia es escogida y redimida por Dios, disfruta a Cristo y al Espíritu como su suministro de vida, edifica la habitación de Dios, hereda a Cristo como su porción, cae en degradación y es llevada en cautiverio, es recobrada y espera la venida de Cristo. ¡Cuán grande fue la obra realizada por Dios en la antigua dispensación al preparar tal tipo todo-inclusivo de la iglesia!
Pablo aplica la historia de Israel a la vida de iglesia del Nuevo Testamento. Tanto en Hebreos como en 1 Corintios él da a entender con toda claridad que lo sucedido a los hijos de Israel es un tipo de nosotros (1 Co. 10:6). Toda la historia de Israel es una historia de la iglesia. La Biblia, por tanto, contiene dos historias: la historia de Israel y la historia de la iglesia. La historia de los hijos de Israel es un tipo, y la historia de la iglesia es el cumplimiento de dicho tipo. Por tanto, toda la Biblia nos da una revelación, la revelación de la economía de Dios con respecto a la iglesia. En el Antiguo Testamento tenemos un tipo, un cuadro, de la economía de Dios con respecto a la iglesia, mientras que en el Nuevo Testamento la economía de Dios con respecto a la iglesia es realizada.
Parte de la obra realizada por Dios en la antigua dispensación consistió en dar la ley y hacer el antiguo pacto. Juan 1:17 dice que “la ley por medio de Moisés fue dada”.
La ley también fue dada para poner en evidencia lo que el hombre es y dónde está el hombre. La mejor manera de poner en evidencia al hombre es hacer que su situación sea considerada a la luz de los atributos de Dios. Los Diez Mandamientos están compuestos principalmente de cuatro atributos divinos: santidad, justicia, luz y amor. Dios es santo y justo; Él también es luz y amor. Si uno examina los Diez Mandamientos, verá que ellos son la corporificación de la santidad, justicia, luz y amor divinos. Por esta razón, la ley se convirtió en el testimonio de Dios. En otras palabras, los Diez Mandamientos testifican que Dios es santo y justo y que Dios es luz y amor. Dios usó este testimonio para poner en evidencia al hombre. Al comparecer el hombre ante este testimonio, su pecaminosidad queda puesta en evidencia.
Cuando la ley fue dada, los hijos de Israel prometieron obedecer los mandamientos de Dios (Éx. 19:8). Antes que los hijos de Israel respondieran de esta manera, la atmósfera alrededor del monte Sinaí no era amenazante; pero cuando el pueblo declaró que guardaría los mandamientos de Dios, la atmósfera cambió al grado de inspirar terror. Dios manifestó Su santidad, y el pueblo no pudo acercarse más. Aterrorizados ante la manifestación de la santidad de Dios, ellos le pidieron a Moisés que fuera a Dios en lugar de ellos. Esto indica que la ley cumple la función de poner en evidencia a la humanidad caída.
Cuando Dios dio la ley, Él sabía que el pueblo no podría guardarla. Pero aún así Él la dio a fin de poner en evidencia al pueblo. Al cumplir la función de poner en evidencia al pueblo, la ley guarda a dicho pueblo. La ley fue usada por Dios como custodio a fin de guardar a Su pueblo, tal como un redil guarda un rebaño de ovejas durante el invierno o durante una tormenta. El tiempo anterior a la venida de Cristo puede compararse al tiempo del invierno. Dios usó la ley como un redil para guardar al pueblo. Pablo deja claramente establecido este principio básico en Gálatas 3:23: “Antes que viniese la fe, estábamos bajo la custodia de la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada”. En el versículo 24 él procede a decir: “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe”. Estos versículos revelan claramente que la ley cumple la función de un custodio. Al poner en evidencia la transgresión del hombre, la ley guardó al pueblo de Dios hasta que Cristo vino.
En la antigua dispensación Dios no solamente dio la ley a Su pueblo, sino que además hizo un pacto con ellos. Al respecto, Hebreos 9:18-20 dice: “Por eso ni aun el primer pacto se inauguró sin sangre. Porque habiendo anunciado Moisés todos los mandamientos según la ley a todo el pueblo, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, lana escarlata e hisopo, y roció el mismo libro del pacto y también a todo el pueblo, diciendo: ‘Ésta es la sangre del pacto que Dios os ha mandado’”. La aspersión de la sangre de los sacrificios selló el pacto y completó la promulgación oficial del pacto.
Un pacto requiere de dos o más partes. Aquí el pacto fue hecho entre Dios y Su pueblo. Hacer este pacto fue algo grandioso. En palabras modernas, este pacto fue un acuerdo o contrato. La manera apropiada de poner en vigencia un contrato hoy consiste en hacer que las partes involucradas lo firmen. Se determina un tiempo para ello y se prepara un documento oficial; después, todas las partes involucradas firman este documento. En algunos casos, las partes involucradas hacen algún juramento o promesa. Si no hubiera una promulgación oficial, el contrato existiría apenas como una declaración escrita, pero no sería vinculante para ninguna de las partes involucradas. Aunque la ley había sido dada por medio de Moisés, todavía había necesidad de que se promulgase el pacto. Por tanto, después que Dios dio la ley, Él hizo un pacto entre Él y Su pueblo.
El pacto de Dios en la antigua dispensación fue promulgado con base en Su promesa. Una promesa es una declaración común y corriente que carece de una confirmación. Después que Dios hizo Su promesa, Él la selló con un juramento. Él juró por Su Deidad que Su promesa estaba confirmada. Una vez que Su promesa fue confirmada por un juramento, de inmediato se convirtió en un pacto sellado por Dios. Si usted lee el Antiguo Testamento con la debida atención, verá que todas las promesas de Dios fueron selladas con Su juramento. Que las promesas hayan llegado a ser un pacto significa que no es posible alterarlas. Una vez que las promesas fueron confirmadas por el juramento de Dios, habiendo sido hecho inalterables, no hay posibilidad de cambio alguno. La promesa ha sido sellada, por lo cual ya no es una promesa sino un pacto confirmado por el juramento de Dios.
Dios prometió a David, el rey del linaje escogido, que del fruto de sus lomos levantaría al Mesías venidero: Cristo. Al respecto, Hechos 2:30-31 dice: “Siendo profeta y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que del fruto de sus lomos levantaría a uno para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que no fue abandonado en el Hades, y Su carne no vio corrupción”. La palabra griega traducida “fruto” en el versículo 30 es karpós, la cual el Nuevo Testamento usa únicamente para referirse a Cristo en el sentido de descendencia aquí y en Lucas 1:42. También se usa para referirse al fruto del árbol de la vida en Apocalipsis 22:2. Cristo es el Renuevo de Jehová (Is. 4:2) y de David (Jer. 23:5), así como el fruto de María y de David, a fin de que nosotros podamos comer de Él como árbol de la vida. Prometer que tal Cristo vendría revestía gran trascendencia y era una buena nueva. Dios hizo esto con el rey David en la antigua dispensación como gran bendición a Su pueblo escogido.
La obra realizada por Dios en Su antiguo arreglo administrativo incluyó prometer el evangelio venidero de la nueva dispensación entre el linaje escogido por medio de los profetas. La palabra evangelio significa buenas nuevas, noticias alegres. El evangelio es las nuevas que alegran a todo aquel que las oye. Es las buenas nuevas procedentes de Dios, de los cielos.
En Romanos 1:1b-3a Pablo se refiere al evangelio que “Él había prometido antes por medio de Sus profetas en las santas Escrituras, acerca de Su Hijo”. El evangelio de Dios trata acerca de una persona, Cristo. Por supuesto, asuntos tales como el perdón y la salvación están incluidos en el evangelio, pero no son su tema central. El evangelio de Dios trata sobre la Persona del Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor. El evangelio no es una doctrina ni una enseñanza ni tampoco una religión; más bien, es una Persona.
Este evangelio fue prometido por Dios mediante los profetas en las Escrituras. El evangelio de Dios no fue un accidente, sino que fue planeado y preparado de antemano por Dios. La Biblia nos muestra que este evangelio fue planeado por Dios en la eternidad pasada. Antes de la fundación del mundo, Dios había planeado tener este evangelio. Por tanto, numerosas veces en las Escrituras, desde Génesis hasta Malaquías, Dios habló a manera de promesa mediante los profetas con respecto al evangelio. Esto indica que si hemos de entender el contenido del evangelio como buenas nuevas, será necesario que conozcamos el Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento no es meramente un relato de la creación y de la historia, sino que allí se revelan elementos cruciales relacionados con el evangelio.
Hemos visto la obra de Dios en la eternidad pasada. Dios hizo Su economía divina, escogió a los creyentes antes de la fundación del mundo, predestinó a los creyentes para filiación y probablemente determinó un consejo entre la Trinidad de la Deidad con respecto a la creación y la redención. También hemos visto la obra de Dios en la antigua dispensación: la obra de crear el universo, crear al hombre y prefijarle sus tiempos y linderos, tomar medidas con relación a la humanidad caída desde Adán hasta Noé, llamar a Abraham, prometer a Abraham que mediante su descendencia la bendición del evangelio vendría a todas las familias de la tierra, condenar a la destrucción por fuego a Sodoma y Gomorra, escoger a los hijos de Israel y hacer de ellos Su pueblo, dar la ley y hacer el antiguo pacto, prometer a David que del fruto de sus lomos levantaría al Mesías venidero y por medio de los profetas prometer el evangelio venidero de la nueva dispensación entre el linaje escogido.
Ahora debemos preguntarnos, ¿por qué Dios realizó todo este trabajo en la eternidad pasada y en la antigua dispensación? ¿Con qué propósito trabajó Él de este modo? La respuesta es que Dios hizo todo esto con el propósito de impartirse en Su pueblo escogido. Éste es el pensamiento subyacente en la Biblia. El tema central, el pensamiento subyacente, en las Escrituras es que Dios desea impartirse en Su pueblo escogido a fin de obtener una expresión corporativa, cuya consumación es la Nueva Jerusalén. Éste fue el propósito de Dios al hacer la economía divina, Su plan eterno. Éste fue el propósito de Dios al escoger a los creyentes, predestinarlos y determinar un consejo entre la Trinidad de la Deidad. Éste fue el propósito de Dios al crear el universo, al crear al hombre y fijarle sus tiempos y linderos, y al hacer tantas otras cosas en Su antiguo arreglo administrativo. El propósito de la obra realizada por Dios en la eternidad pasada así como en la antigua dispensación era impartirse Él mismo en Su pueblo escogido a fin de producir la iglesia como Su expresión corporativa, la cual alcanzará su consumación en la Nueva Jerusalén como expresión eterna del Dios Triuno.
Estos mensajes, que presentan la conclusión del Nuevo Testamento, no buscan meramente abordar la doctrina, la teología o la enseñanza. El foco de estos mensajes es la visión de la impartición divina del Dios Triuno en nosotros. No es mi intención que ustedes simplemente conozcan todos los ítems de la persona de Dios o todos los aspectos de Sus atributos; más bien, mi intención es que podamos ver los ricos ingredientes del alimento divino que ingerimos día tras día a fin de poder ser partícipes de la impartición del Dios Triuno en nosotros.