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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 034-049)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE CUARENTA Y SEIS

CRISTO: SU PERSONA

(26)

  Después de abarcar la persona de Cristo en el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento y en el cumplimiento de los tipos y figuras del Antiguo Testamento, en este mensaje abordamos otra categoría referente a Cristo: la persona de Cristo en las parábolas del Nuevo Testamento.

P. EN LAS PARÁBOLAS DEL NUEVO TESTAMENTO

1. Aquel que avienta el grano en la era

  Al recomendar a Cristo, Juan el Bautista dijo que “Su aventador está en Su mano, y limpiará completamente Su era; y recogerá Su trigo en el granero, pero quemará la paja con fuego inextinguible” (Mt. 3:12). Aquí Cristo es presentado como Aquel que avienta el grano en la era. Debido a que Él es Aquel que avienta el grano para limpiar la era, es necesario que todos tomemos en serio lo que se relacione con Él.

  Aquellos que están representados por el trigo poseen la vida en su ser. El Señor los bautizará en el Espíritu Santo (v. 11) y los reunirá guardándolos en Su “granero” en el cielo por medio del arrebatamiento. Aquellos que están representados por la paja, al igual que la cizaña mencionada en Mateo 13:24-30, carecen de vida. El Señor los bautizará en fuego al ponerlos en el lago de fuego. Esto guarda relación con el hecho de que Él es el Juez de los vivos en Su trono de gloria a Su regreso (25:31-46) y el Juez de los muertos en el trono blanco después del milenio (Ap. 20:11-15). En Mateo 3:12 la paja se refiere a los judíos no arrepentidos, mientras que en Mateo 13 la cizaña se refiere a los que son cristianos sólo de nombre. El destino eterno reservado para ambos es el mismo: la perdición eterna en el lago de fuego (vs. 40-42).

  No debemos ser como la paja ni tampoco debemos ser la cizaña; más bien, debemos ser el trigo, los hijos vivientes de Dios. A fin de ser hijos de Dios debemos nacer de nuevo (Jn. 3:3), nacer del agua y del Espíritu (v. 5). Todos aquellos que se arrepienten y creen en el Señor serán bautizados por Él en el Espíritu Santo a fin de que tengan la vida eterna. Aquellos que no se arrepientan ni crean, serán bautizados en fuego por Aquel que avienta el grano; ellos serán puestos en el lago de fuego para perdición eterna. Por tanto, el bautismo del Señor resulta ya sea para vida eterna en el Espíritu Santo o para perdición eterna en fuego.

2. El Hijo del Hombre que no tiene donde recostar Su cabeza, a diferencia de las zorras y las aves del cielo

  En Mateo 8:19 un escriba le dijo al Señor Jesús: “Maestro, te seguiré adondequiera que vayas”. Este escriba, quien estaba acostumbrado a vivir cómodamente, vio que las multitudes seguían al Señor y en su curiosidad quería seguir al Señor, sin considerar el costo. El Señor le respondió de tal manera que le hiciera considerar el costo de tal decisión: “Las zorras tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar Su cabeza” (v. 20). El Señor comparó Su situación a la de las zorras y las aves. A diferencia de las zorras y las aves, el Hijo del Hombre no tenía dónde reposar, aun cuando las multitudes se sentían atraídas hacia Él. Él no tenía ni siquiera un lugar para reposar, como lo tienen las zorras y las aves. Su vida humana era una vida de sufrimiento. Cuando Él nació no se halló lugar para Él en el mesón (Lc. 2:7). En Su maravilloso ministerio tampoco tuvo un lugar de reposo.

3. Un médico para los enfermos

  Cuando el Señor Jesús disfrutaba de un banquete con recaudadores de impuestos y pecadores, fue criticado y condenado por los fariseos, quienes preguntaron a los discípulos por qué su maestro comía con tales personas (Mt. 9:10-11). El Señor aprovechó esta oportunidad provista por la pregunta de los fariseos para dar una revelación muy placentera de Sí mismo como Médico: “Los que están fuertes no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” (v. 12). El Señor le estaba diciendo a los fariseos que los recaudadores de impuestos y los pecadores eran “pacientes”, enfermos, y que para ellos Él no era un juez, sino un médico, alguien que les traía sanidad. Al llamar a las personas a seguirlo, el Señor les ministraba como médico, no como juez. Un juez juzga conforme a la justicia, mientras que un médico sana conforme a la misericordia y la gracia. Aquellos a quienes el Señor constituyó ciudadanos de Su reino celestial eran leprosos (8:2-4), paralíticos (vs. 5-13; 9:2-8), personas con fiebre (8:14-15), endemoniados (vs. 16, 28-32), enfermos con toda clase de dolencias (v. 16), menospreciados recaudadores de impuestos y pecadores (9:9-11). Si el Señor Jesús hubiera visitado como Juez a esta gente miserable, todos ellos habrían sido condenados y rechazados, y ninguno de ellos habría sido considerado apto, ni habría sido seleccionado o llamado, para ser uno de Sus seguidores. Él vino a ministrar como médico para sanarlos, recobrarlos, vivificarlos y salvarlos, a fin de que pudieran ser reconstituidos para ser los ciudadanos del reino de los cielos. Lo dicho por el Señor en Mateo 9:12 implica que los fariseos, justos en su propia opinión, no se daban cuenta de que necesitaban que Él fuera su Médico. Ellos se consideraban fuertes; así que, cegados por creerse justos, no sabían que estaban enfermos.

  El Señor Jesús no solamente les dijo a Sus discípulos que Él vino como médico y no como juez; ello hubiera sido mera doctrina. Mientras el Señor participaba del banquete con aquellos que estaban espiritualmente enfermos, Él se reveló como Médico y los sanó. Como Médico, Él puede sanar únicamente a quienes están enfermos. El vino a llamar a los pecadores, a los enfermos, no a los justos, a los que están sanos (v. 13). Si a nosotros nos parece que no estamos enfermos, Él no puede sanarnos. Pero si tomamos nuestra posición como pecadores, habremos de experimentarlo como nuestro Médico. Si vemos que Cristo es nuestro Médico, tendremos fe en Él como Aquel que nos puede sanar.

  Como nuestro Médico, Cristo tiene autoridad para sanar. Su sanidad no solamente estriba en el poder, sino también en la autoridad. No hay necesidad de que Él nos toque directamente a fin de sanarnos. Sólo basta con que Él diga la palabra, y Su autoridad acompaña Su palabra a fin de sanarnos (8:8). Nuestro Médico nos sana con Su autoridad.

4. El Novio con los compañeros del novio

  El ministerio de Juan el Bautista consistió en presentar a las personas a Cristo a fin de que Cristo pudiera llegar a ser el Redentor de ellas, su vida y su todo. Sin embargo, algunos de los discípulos de Juan se desviaron de su meta, que era Cristo mismo, para ocuparse en ciertas prácticas establecidas por Juan y convirtieron dichas prácticas en una nueva religión, la cual impedía que las personas disfrutaran a Cristo. Debido a que estos discípulos de Juan tenían la práctica de ayunar, se sintieron turbados porque Cristo y Sus discípulos participaban de banquetes y los condenaron por no ayunar: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos mucho, y Tus discípulos no ayunan?” (Mt. 9:14). El Señor les respondió: “¿Acaso pueden los compañeros del novio tener luto mientras el novio está con ellos?” (v. 15). Aquí el Señor Jesús se reveló a Sí mismo como el Novio, la persona más placentera, que estaba con los compañeros del novio.

  La frase los compañeros del novio se refiere a los discípulos del Señor. En el período de transición del ministerio del Señor en la tierra, Sus discípulos eran “los compañeros del novio”, es decir, Sus compañeros nupciales que estaban junto al Novio en Su cámara, contemplándolo a Él y disfrutando de Su presencia. Después ellos llegarían a ser la novia (Jn. 3:29; Ap. 19:7). El Novio les fue arrebatado a los compañeros del Novio cuando el Señor Jesús fue llevado de los discípulos al cielo (Hch. 1:11). Después de eso, ellos ayunaron (13:2-3; 14:23).

  Al dirigirse a los fariseos, que eran justos en su propia opinión y pertenecían a la vieja religión, el Señor indicó que Él es el Médico para sanar a los enfermos. Al dirigirse a los discípulos de Juan que ayunaban, los cuales habían formado una nueva religión, Él se reveló como el Novio que viene por la novia. Juan el Bautista le había dicho a sus discípulos que Cristo era el Novio (Jn. 3:25-29). Ahora, Cristo les recordaba esto. El Señor primero sanó a Sus seguidores, y luego hizo de ellos los compañeros del novio. Finalmente, Él hará de ellos Su novia. Ellos debían tomarlo a Él, no solamente como su Médico para experimentar el recobro efectuado por la vida, sino también como su Novio para llevar una vida de disfrute en Su presencia. Ellos estaban con Él en una boda gozosa, y no en un triste funeral sin Él. ¿Cómo, pues, podrían ayunar y no festejar delante de Él? La pregunta formulada por los discípulos de Juan parecía estar relacionada con la doctrina; sin embargo, el Señor no les respondió con una doctrina, sino con la revelación de Él mismo como Novio que está con Sus compañeros nupciales.

5. El paño no abatanado no es apropiado para remendar un vestido viejo

  En Mateo 9:16 el Señor Jesús dijo: “Nadie pone un remiendo de paño no abatanado en un vestido viejo; porque lo añadido tira del vestido, y se hace peor la rotura”. La palabra griega traducida “no abatanado” es ágnafos, y está formada por el prefijo a, que significa no, y gnapto, que denota cardar o peinar la lana, es decir, tratar o procesar la tela. Por tanto, esta palabra significa no cardado, no tratado al vapor ni lavado, burdo, no abatanado, no procesado. Este paño no abatanado representa a Cristo desde Su encarnación hasta Su crucifixión, como un remiendo de paño nuevo, no tratado, no acabado, mientras que el vestido nuevo mencionado en Lucas 5:36 representa a Cristo como manto nuevo después que Él fue “tratado” en Su crucifixión. Cristo fue primero el paño no abatanado que servía para hacer un vestido nuevo, y luego, por medio de Su muerte y resurrección, Él fue hecho un vestido nuevo que nos cubre como nuestra justicia delante de Dios a fin de que seamos justificados por Dios y aceptables a Él (Lc. 15:22; Gá. 3:27; 1 Co. 1:30; Fil. 3:9). Como paño no abatanado, Cristo era verdaderamente maravilloso, mas no adecuado para cubrirnos. Tal paño era nuevo, pero no estaba en la condición apropiada para poder ser vestido por nosotros; por tanto, debía ser objeto de cierto tratamiento, lo cual fue realizado cuando Cristo estuvo en la cruz. En la cruz el Señor Jesús fue “tratado” por el hombre y aún más por Dios mismo. Después, en resurrección, Él fue hecho el vestido nuevo. Antes de Su crucifixión Él era el paño no abatanado, pero después de Su resurrección Él es el vestido nuevo para ser vestido por nosotros.

  El “vestido viejo” en Mateo 9:16 representa la buena conducta, las buenas acciones y las prácticas religiosas producidas por la vieja vida natural del hombre. Un remiendo de paño no abatanado, cosido sobre un vestido viejo, tira del vestido debido a que se encoge y hace peor la rotura. Coser un remiendo así en un vestido viejo representa el esfuerzo por imitar lo que Cristo hizo en Su vida humana en la tierra. En la actualidad algunos solamente imitan las acciones humanas de Jesús buscando mejorar su comportamiento, sin creer en el Jesús crucificado como su Redentor ni creer en el Cristo resucitado como su vestido nuevo que los cubriría como su justicia delante de Dios. Lo dicho por el Señor en Mateo 9:16 indica que jamás debiéramos intentar cortar un pedazo de Su paño no abatanado y usarlo para remendar las “roturas” en nuestras propias vestimentas, puesto que Su paño abatanado está lleno de fuerza para encoger y, si es aplicado a vestidos viejos, simplemente tira de éstos haciendo que sus “roturas” sean mayores.

6. El vino nuevo que no puede ser contenido en odres viejos

  En Mateo 9:17 el Señor Jesús dijo: “Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se revientan, y el vino se derrama, y los odres se estropean” La palabra griega traducida “nuevo” en este versículo es naós, que significa nuevo con respecto al tiempo, reciente, joven. Este vino nuevo representa a Cristo como vida nueva, lleno de vigor y fuerza para animar, cuyo efecto es el de entusiasmar y satisfacernos. Cuando recibimos Su vida, ella opera en nuestro ser de modo tal que nos estimula, entusiasma, vigoriza y alegra. Como vino nuevo, Cristo es nuestro contenido, la provisión para nuestra sed interna. Él no solamente es el Novio, sino también la vida nueva que nos entusiasma internamente a fin de que lo disfrutemos a Él como nuestro Novio.

  El Señor Jesús dijo que no debemos poner vino nuevo en odres viejos. Los odres viejos representan los formalismos, rituales y prácticas propias de la religión, tales como el ayuno practicado por los fariseos y los discípulos de Juan en su religión (Mt. 9:14). Todas las religiones son odres viejos. El vino nuevo echado en odres viejos hará que los odres viejos revienten debido al poder de su fermentación. Echar vino nuevo en odres viejos es poner a Cristo, la vida estimulante, en cualquier clase de religión. Actualmente algunos intentan reducir a Cristo circunscribiéndolo a sus varias formas de rituales y formalismos religiosos. Pero nosotros jamás debiéramos intentar poner el vino de la vida de Cristo en el odre de las viejas prácticas religiosas, pues el vino hará reventar tales prácticas. El vino nuevo de Cristo como vida requiere de un odre nuevo.

7. El Señor de la mies

  En Mateo 9:38 el Señor Jesús dice: “Rogad, pues, al Señor de la mies, que lance obreros a Su mies” Aquí Cristo es revelado como el Señor de la mies. Esto indica que Su reino es establecido con cosas que tienen vida, las cuales crecen y se multiplican, y que el Señor es el dueño de esta cosecha. Nosotros somos la mies del Señor. Bajo Su mano, no hay nada que carezca de vida. Él no cuida de cosas carentes de vida, sino de aquello que es viviente. Todo cuanto está bajo Su cuidado es viviente.

  Todos debemos ver la visión del Señor Jesús como Señor de la mies y comprender que debemos rogarle a Él, el Señor de la mies, que envíe obreros a Su mies. Siempre que percibamos que se necesitan obreros debemos orar al Señor de la mies, clamando a Él que envíe obreros a Su mies y reconociendo que la mies le pertenece a Él. Siempre que oramos de este modo honramos mucho al Señor Jesús. Orar de este modo indica que hemos visto la visión de que nuestro Cristo es el Señor de la mies. Todos tenemos necesidad de recibir más revelación con respecto a este aspecto del Señor.

8. El maestro que está sobre Sus discípulos, el Señor sobre Sus esclavos y el Amo sobre la casa

  En Mateo 10:24-25 el Señor Jesús usa tres parábolas para instruir a los doce apóstoles con respecto a sufrir persecución al salir a propagar Su ministerio. En estas parábolas Él se compara a un maestro, a un señor y a un amo sobre su casa, y compara a los apóstoles con discípulos, esclavos y aquellos que conforman la casa. Al sufrir persecución los apóstoles no pueden estar sobre Él, es decir, no deben esperar que les vaya mejor. Al padecer persecución, deberá bastarles llegar a ser como Él. Él es su Maestro, su Señor y el Amo de la casa, mientras que ellos son Sus discípulos, Sus esclavos y aquellos que conforman Su casa. Si los fariseos lo vituperaron llamándolo señor de las moscas (Beelzebú), cuánto mas a ellos. Lo dicho aquí por el Señor preparó a los apóstoles para sufrir persecución a manos de los líderes judíos.

9. Un glotón y borracho en la parábola de los muchachos que juegan

  En Mateo 11:16-17 el Señor Jesús dice: “¿A qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a los otros, diciendo: Os tocamos la flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis”. Juan el Bautista y Cristo “tocaron la flauta” al predicar el evangelio del reino, pero los judaizantes no “bailaron” a causa del gozo de la salvación. Asimismo, Juan y Cristo cantaron una “endecha” al predicarles el arrepentimiento, pero los judaizantes no se lamentaron a causa de la pena por el pecado. La justicia de Dios exigía de ellos arrepentirse, pero ellos se rehusaban a obedecer. La gracia de Dios les otorgaba la salvación, pero ellos se rehusaban a recibirla.

  En Mateo 11:18 y 19 el Señor procede a decir: “Vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre glotón y borracho, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores”. Juan, quien vino para llevar a los hombres al arrepentimiento (Mr. 1:4) y para hacer que se lamenten por haber pecado, no tenía interés en la comida ni en la bebida (Lc. 1:15-17), mientras que Cristo, quien vino para traer salvación a los pecadores y hacer que se regocijaran en ella, tenía el gozo de comer y beber con ellos (Mt. 9:10-11). Debido a que Juan el Bautista vivía de una manera extraña y peculiar, sin comer y beber conforme al modo común, los opositores decían: “Demonio tiene”, o sea, que está poseído por un demonio. Pero ellos mismos llamaron a Cristo glotón y borracho, amigo de recaudadores de impuestos y pecadores. Cristo no solamente es el Salvador de los pecadores, sino también el amigo de los pecadores, pues se identifica con ellos en sus problemas y es sensible ante sus penas.

10. El Sembrador en la parábola del sembrador y de la cizaña

  En las parábolas del sembrador y de la cizaña, Cristo es revelado como Sembrador. Al inicio de la parábola del sembrador, el Señor dice: “He aquí, el sembrador salió a sembrar” (Mt. 13:3). Después, en la parábola de la cizaña, Él dice: “El reino de los cielos ha venido a ser semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo” (v. 24). Tal como explica el versículo 37: “El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre”. Por tanto, el sembrador en estas parábolas es Cristo mismo. Aparentemente Él era un maestro y un predicador; pero en realidad, tanto al enseñar la verdad como al predicar el evangelio Él era un Sembrador, y Su vida era una vida que consistía en sembrar. Por ejemplo, cuando el Señor Jesús sanó a la suegra de Pedro, algo que procedía de Él mismo, el Salvador que sembraba, le fue impartido a ella (8:14-15). Asimismo, mientras el Señor limpiaba al leproso, algo procedente de Él fue sembrado en aquel que fue limpiado (vs. 1-3). Como resultado de la siembra realizada por el Señor, ocurrió un gran cambio tanto en aquel leproso como en la suegra de Pedro. Mateo 13 revela que lo impartido en aquellos con quienes el Señor Jesús entró en contacto fue la semilla sembrada en ellos por Jesús mismo como Sembrador.

  El Sembrador es la persona maravillosa del Señor Jesús, y la semilla sembrada es también el propio Señor, la corporificación del Dios Triuno, quien como vida produce el reino de Dios. Mediante la encarnación Cristo vino a ser la semilla de vida, y en Su ministerio Él sembró esta semilla en otros. Esto significa que Él se sembró en Sus seguidores como corporificación del Dios Triuno. Si reflexionamos sobre nuestra experiencia, nos daremos cuenta de que la semilla sembrada por el Señor en nuestro ser no es otra cosa que Él mismo como vida a fin de hacer de nosotros los hijos del reino (13:38). Cristo, el Sembrador, se ha sembrado como semilla de vida en nuestros corazones a fin de que Él pueda vivir en nosotros, crecer en nosotros y ser expresado desde nuestro interior.

  El hecho de que Cristo sea tanto el Sembrador como la semilla sembrada por Él indica que Él establece el reino no por medio de la enseñanza ni por medio de una labor externa, sino al sembrarse Él mismo como semilla de vida en los creyentes a fin de que el reino pueda ser producido mediante el crecimiento en vida. Esta semilla crecerá, y la vida en ella producirá el reino. A la postre, el Sembrador, quien es también la semilla, llegará a ser la piedra que “fue cortada, no con manos”, la cual herirá a las naciones y se convertirá en “un gran monte” que llenará toda la tierra (Dn. 2:34-35). Este gran monte será el reino establecido por Dios, un reino que “no será jamás destruido” sino que “permanecerá para siempre” (v. 44). Esto revela que el reino de Dios en realidad es una persona: Cristo mismo. Al principio, este reino era el Sembrador que se sembraba a Sí mismo como semilla de vida. Esta semilla crecerá y se desarrollará hasta convertirse en un monte, esto es: el reino de Dios en la era del milenio.

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