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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 034-049)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE CUARENTA Y SIETE

CRISTO: SU PERSONA

(27)

  En este mensaje continuaremos considerando la persona de Cristo en las parábolas del Nuevo Testamento.

11. Las tres medidas de harina en la parábola acerca de la levadura

  En Mateo 13:33 el Señor Jesús dice: “El reino de los cielos es semejante a levadura, que una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado”. Esta parábola revela el tema de la mixtura. Las tres medidas de harina se refieren a la flor de harina hecha de trigo, la cual era usada en la ofrenda de harina (Lv. 2:1). Aquellos que servían a Dios como sacerdotes se alimentaban de la flor de harina usada para la ofrenda de harina. La ofrenda de harina no solamente servía al propósito de satisfacer a los sacerdotes, sino también a Dios mismo. Por tanto, la ofrenda de harina era alimento tanto para los sacerdotes como para Dios. La ofrenda de harina tipifica a Cristo en Su humanidad, donde la flor de harina representa la fineza y equidad de la humanidad de Cristo.

  Cuando el Señor se le apareció a Abraham, Abraham le dijo a Sara que preparase una comida completa con tres medidas de flor de harina (Gn. 18:6). Por tanto, en la Biblia tres medidas de harina denotan una comida completa. Como tres medidas de harina, Cristo, la realidad de la ofrenda de harina, es alimento para Dios y para el hombre.

  El hecho de que en Mateo 13:33 las tres medidas de harina hubieran sido leudadas por la mujer indica que todo lo relacionado con Cristo ha sido leudado por esta malvada mujer. En las Escrituras, la levadura representa las cosas malignas (1 Co. 5:6, 8) y las doctrinas malignas (Mt. 16:6, 11-12), y esta mujer representa a la Iglesia Católica apóstata, la cual ha mixturado las enseñanzas acerca de Cristo con prácticas paganas, herejías y perversidades “hasta que todo fue leudado”. Esto es completamente contrario a las Escrituras, las cuales prohíben categóricamente introducir levadura en la ofrenda de harina (Lv. 2:4-5, 11). La iglesia, que es el reino de los cielos en términos prácticos, debería tener únicamente a Cristo, la flor de harina libre de toda levadura, como su contenido.

12. El hombre en la parábola del tesoro escondido en un campo

  Mateo 13:44 dice: “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halló y luego escondió. Y gozoso por ello, va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo”. El tesoro representa el reino con el verdadero Israel, que es el tesoro particular de Dios (Éx. 19:5; Sal. 135:4). El campo es la tierra, que representa el mundo creado por Dios para Su reino (Gn. 1:26-28). Por tanto, el tesoro escondido en el campo representa el reino oculto en el mundo creado por Dios. Cristo es el hombre que halló el tesoro, lo escondió y, en Su gozo, vendió todo cuanto tenía para comprar el campo. Cristo encontró el reino de los cielos en Mateo 4:12 al 12:23, lo escondió en 12:24 al 13:43, y gozoso por ello fue a la cruz en 16:21; 17:22-23; 20:18-19 y 26:1 al 27:52 para vender todo lo que tenía y comprar aquel campo —es decir, redimir la tierra creada que se había perdido— para el reino. Cristo primero encontró el tesoro cuando salió a ejercer Su ministerio, declarando: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (4:17). Cuando el rechazo de parte de los judíos al Señor llegó a su punto culminante, Él los dejó. A partir de entonces, Él escondió el tesoro. Después, Él fue a la cruz para comprar no solamente el tesoro, sino también el campo y, de este modo, redimir la tierra creada por Dios. Él redimió toda la tierra por causa del tesoro.

  Cristo fue a la cruz para redimir la tierra creada por Dios debido a que dentro de la tierra estaba el reino, el tesoro. A fin de obtener el reino en la tierra, Cristo tuvo que redimir la tierra debido a que ésta se encontraba contaminada y dañada por la rebelión de Satanás y el pecado del hombre. El Señor vendió todo lo que tenía y compró la tierra; esto es, en la cruz sacrificó todo cuanto tenía a fin de redimir la tierra para obtener el tesoro del reino. Sin duda alguna, este reino se hace realidad en la vida de iglesia, pero su manifestación se relaciona con la nación redimida de Israel. Durante el milenio la tierra se convertirá en el reino de Cristo (Ap. 11:15). En aquel tiempo la nación de Israel será el centro del reino de Cristo.

13. El comerciante en la parábola de aquel que busca perlas

  En Mateo 13:45 y 46 el Señor Jesús dice: “El reino de los cielos es semejante a un comerciante que busca perlas finas, y habiendo hallado una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró.” El comerciante mencionado en el versículo 45 es Cristo, quien buscaba la iglesia para Su reino. Después de encontrarla en Mateo 16:18 y 18:17, fue a la cruz donde vendió todo lo que tenía y la compró para el reino.

  En Mateo 13:46 vemos la obra realizada por Cristo para obtener la perla única, la perla de gran valor. En la cruz Él lo vendió todo, todo cuanto tenía, y compró aquella perla. La perla, producida en las aguas de muerte (el mundo lleno de muerte) por la ostra viva (el Cristo viviente), que cuando es herida por una piedrecilla (el pecador), segrega su jugo vital sobre la piedrecilla que la hiere (el creyente); dicha perla es también el material para la edificación de la Nueva Jerusalén. Puesto que la perla proviene del mar, que representa el mundo corrompido por Satanás (Is. 57:20; Ap. 17:15), debe de referirse a la iglesia, que está constituida principalmente de creyentes regenerados provenientes del mundo gentil y que es de gran valor. Después de haber herido a Cristo, quien es la ostra viva, nosotros permanecimos en la cruz, esto es, en Su herida; y entonces de Él emanó Su vida de resurrección que nos cubre una y otra vez para hacer de nosotros la perla, la iglesia, que fue sacada de las aguas de muerte.

  Las parábolas en Mateo 13 revelan que el Señor Jesús vino como Sembrador a sembrar la semilla y que, a la postre, obtuvo la perla. La perla procede de la semilla. Cristo es la semilla, y la iglesia es la perla. La perla es preciosa, y el precio pagado por ella fue enorme. El Señor Jesús pagó el precio requerido al vender todo lo que tenía para comprar la iglesia. Según Hechos 20:28, Él compró la iglesia con Su propia sangre. El Señor Jesús se sembró a Sí mismo como semilla, pagó el precio y, finalmente, obtuvo la perla.

14. El pan y las migajas en la parábola acerca del pan de los hijos

  Un día una mujer cananea vino al Señor Jesús clamando: “¡Ten misericordia de mí, Señor, Hijo de David! Mi hija sufre mucho estando endemoniada” (Mt. 15:22). El Señor le dijo: “No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (v. 24). Entonces ella, comprendiendo que no era uno de los hijos de Israel, clamó nuevamente: “¡Señor, socórreme!” (v. 25). El Señor le respondió: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos” (v. 26). Los “hijos” representan a los judíos, y los “perrillos” (perros mascota, perros de la casa) son los gentiles. Aquí Cristo se revela como el pan de los hijos. La mujer cananea le consideraba el Señor, el Hijo de David, un descendiente real, eminente y excelso en Su reinado. Pero Él se reveló a ella como pequeños pedazos de pan que habían de comerse. Pese a que lo que esta mujer le pedía no tenía relación alguna con el hecho de comer, el Señor deliberadamente la remitió a este asunto del comer a fin de mostrarle que ella necesitaba nutrimento interno. Él hizo que ella comprendiese que Él mismo era el pan para alimentar a los hijos hambrientos, que Él estaba impartiéndose en los demás para ser su suministro interno de vida.

  Cuando el Señor Jesús se refirió a la mujer cananea llamándola perrillo, ella le dijo: “Sí, Señor; también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (v. 27). La mujer cananea, la cual no se ofendió por la palabra del Señor sino que admitió ser un perrillo pagano, se dio cuenta de que en aquel tiempo Cristo, después de haber sido rechazado por los hijos, los judíos, vino a ser “las migajas” que caen bajo la mesa como porción para los gentiles. La tierra santa de Israel era la mesa a la cual Cristo, el pan celestial, había venido como porción para los hijos de Israel. Pero lo tiraron de la mesa al suelo, a la tierra gentil, de modo que Él vino a ser migajas como porción para los gentiles. ¡Qué profunda comprensión tuvo esta mujer gentil acerca de Cristo! Nosotros también debemos comprender que Cristo fue echado de la mesa por los israelitas y ahora está en el mundo de los gentiles, esto es, Aquel que es el pan de vida proveniente del cielo ahora está donde están los perrillos. Como migajas debajo de la mesa, el Cristo comestible está cerca de nosotros.

  Alimentar está relacionado con impartir. La palabra griega para economía o dispensación (oikonomía) procede de una raíz que denota la distribución de alimentos. En el capítulo 15 del Evangelio de Mateo vemos que Cristo se imparte como pan, como alimento nutritivo, como elemento propio del suministro de vida, para satisfacer a los hambrientos. Esto indica que la economía de Dios no consta de cosas externas, sino de Cristo que entra en nosotros como alimento. Para esto, debemos ingerir a Cristo alimentándonos de Él como pan, incluso como migajas que están debajo de la mesa.

15. El dueño de casa en la parábola de la viña

  La parábola del dueño de casa (Mt. 20:1-16) fue relatada por el Señor Jesús para explicar lo dicho por Él con respecto a que muchos primeros serán postreros y postreros, primeros (19:30), en respuesta a la pregunta de Pedro: “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué habrá, pues, para nosotros?” (v. 27). Mateo 20:1-2 dice: “El reino de los cielos es semejante a un hombre, dueño de casa, que salió muy de mañana a contratar obreros para su viña. Y habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña”. El dueño de casa es Cristo. La mañana denota la primera parte de la era de la iglesia, cuando Cristo vino para llamar a Sus discípulos a que entrasen en el reino. Los obreros son los discípulos, y la viña es el reino. El denario denota la recompensa que el Señor ofreció a Pedro en el trato que hizo con él en Mateo 19:28-29, la cual es el pleno disfrute de la vida divina en gloria en la manifestación del reino.

  Después de “contratar” más obreros en las diferentes etapas de la era de la iglesia (20:3, 5, 6), “al caer la tarde, el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los primeros” (v. 8). Aquellos que fueron contratados cerca de la hora undécima recibieron un denario, y quienes fueron contratados primero recibieron también un denario; como éstos pensaron que habrían de recibir más, cuando recibieron el denario convenido empezaron a murmurar contra el dueño de casa. Al responderles, el dueño de casa les dijo: “Quiero dar a este postrero, como a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?” (vs. 14b-15). Esto indica que el Señor Jesús, como dueño de casa, tiene derecho de dar el mismo salario a los obreros que vinieron al último según Su propio deseo, en conformidad con el principio de la gracia y no por obras. Aquí el Señor enfáticamente indicó que Su recompensa para Sus seguidores no corresponde a valores comerciales, sino a Su deseo y gracia. Para obtener el reino de los cielos, los discípulos deben dejarlo todo y seguir al Señor; pero el galardón que Él les dará es más de lo que merecen. No es dado conforme al principio que rige el comercio, sino conforme al beneplácito del Señor. El Señor Jesús no dará el reino como parte de una transacción comercial. Por tanto, no debiéramos pensar que aquello a lo que hemos renunciado para seguirlo a Él es equivalente al precio que costará adquirir el reino. El Señor Jesús otorga la recompensa como un acto de bondad. El reino viene a nosotros a raíz de que el Señor en Su gracia lo otorga conforme a Su propia voluntad. Ésta es la revelación de Cristo en Su gracia como dueño de casa.

16. El hijo del dueño de casa en la parábola de los viñadores malvados

  Cristo es el hijo en la parábola de los viñadores malvados (Mt. 21:33-46). En esta parábola el dueño de casa es Dios, la viña es la ciudad de Jerusalén (Is. 5:1) y los viñadores son los líderes de los israelitas (Mt. 21:45). Los esclavos enviados para recibir los frutos de la viña son los profetas del Antiguo Testamento que fueron perseguidos (Jer. 37:15; Neh. 9:26; 2 Cr. 24:21). Finalmente, el dueño de casa “les envió su hijo, diciendo: Respetarán a mi hijo. Mas los viñadores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: Éste es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad” (Mt. 21:37-38). Esto indica que los líderes judíos, queriendo mantener su posición falsa, tenían envidia de Cristo debido a los derechos que Él tenía. Por tanto, “tomándole, le echaron fuera de la viña, y le mataron” (v. 39). Esto se refiere al hecho de que Cristo sería muerto fuera de la ciudad de Jerusalén (He. 13:12). Así que, Cristo, el Hijo del Dueño de Jerusalén, fue rechazado por los malvados líderes de los judíos.

17. La piedra que rechazaron los edificadores judíos en la parábola de los viñadores malvados

  Al hablarles a los líderes judíos acerca de la viña, con lo cual les indicaba que Él es el Hijo del Dueño de la viña, eventualmente Cristo se refiere al edificio de Dios y a Él mismo como piedra: “La piedra que rechazaron los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo” (Mt. 21:42). Esta piedra es Cristo, cuyo fin es el edificio de Dios (Is. 28:16; Zac. 3:9; 1 P. 2:4), y los edificadores son los líderes judíos, quienes debían laborar en el edificio de Dios. Aquí el Señor Jesús afirma que la piedra rechazada por los edificadores ha venido a ser la piedra angular. Cristo no sólo es la piedra de fundamento y la piedra cimera (Zac. 4:7), sino también la cabeza del ángulo, la piedra angular que une los muros. Como piedra angular, Cristo une a judíos y gentiles. Es por medio de Cristo como piedra angular que los creyentes judíos y gentiles son reunidos a fin de conformar un solo edificio para Dios.

  Según Mateo 21:42 y 44, Cristo es una piedra para tres categorías de personas: para los creyentes, Él es la piedra de edificación; para los judíos que le rechazaron, Él es la piedra de tropiezo; y para los gentiles, Él es la piedra que hiere. Para nosotros, Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador, el Redentor, Aquel que es nuestra vida, es la piedra del edificio de Dios. Como piedra de edificación, Cristo es el elemento que edifica, la vida que edifica. Por último, Cristo como vida dentro de nosotros tiene por finalidad el edificio de Dios. Ahora, para el edificio de Dios, debemos disfrutar y experimentar a Cristo como piedra de edificación, como vida y elemento que edifica. Cristo no solamente es la piedra de fundamento que nos sustenta, sino que también es la piedra angular que nos mantiene unidos. En Él y por medio de Él somos conjuntamente edificados.

18. El Hijo del rey en la parábola de la fiesta de bodas

  Después que el Señor Jesús relató la parábola de los viñadores malvados de la viña en Mateo 21:33-46, que hace referencia al Antiguo Testamento, el cual es semejante a una viña, cuyo enfoque es la labor bajo la ley, Él procede a relatar otra parábola, la parábola de la fiesta de bodas en Mateo 22:1-14, que hace referencia al Nuevo Testamento, el cual es semejante a una fiesta de bodas, cuyo enfoque es el disfrute propio de la gracia. Tanto el dueño de casa de la parábola anterior como el rey de esta última parábola se refieren a Dios mismo. El hijo, tanto del dueño de casa como del rey, es Cristo. En la parábola anterior, Cristo es el Heredero que hereda las propiedades del Padre y se convierte en la piedra angular del edificio de Dios, con lo cual une al pueblo de Dios que tiene orígenes diferentes. En la parábola postrera Cristo es el Novio que cumple el deseo del Padre y llega a ser el deleite de los que Dios invitó. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento son para Cristo. ¡Él es el centro de la economía de Dios!

19. El relámpago que sale del oriente y brilla hasta el occidente

  En Mateo 24:3 los discípulos le preguntaron al Señor Jesús con respecto a la señal de Su venida y de la consumación, el final, de la era. Como parte de Su respuesta, la cual consta en los capítulos 24 y 25 de Mateo, el Señor dice: “Así como el relámpago sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre” (24:27). La palabra griega traducida “venida” en este versículo, al igual que en el versículo 3, es parousía, que significa “presencia”. La venida de Cristo será Su presencia con Sus creyentes. Esta parusía comenzará con Su venida a los aires y terminará con Su venida a la tierra. Incluida en esta parusía está el arrebatamiento de la mayoría de los creyentes a los aires (1 Ts. 4:15-17), el tribunal de Cristo (2 Co. 5:10) y las bodas del Cordero (Ap. 19:7-9). Mateo 24:27 indica que Cristo estará en los aires para Su venida a la tierra. Así como el relámpago brilla del oriente al occidente, así también será la venida del Hijo del Hombre.

  La venida (parousía) de Cristo tiene dos aspectos: uno es secreto, relacionado con los creyentes que velan; el otro es visible, relacionado con los judíos y gentiles incrédulos. El relámpago mencionado en el versículo 27 representa el aspecto visible después de la gran tribulación (vs. 29), mientras que en el versículo 43 la venida del ladrón representa el aspecto secreto antes de la gran tribulación. El relámpago está oculto en una nube a la espera de la ocasión para resplandecer. Del mismo modo, Cristo estará envuelto en una nube (Ap. 10:1) en el aire por cierto tiempo y luego aparecerá repentinamente, como un relámpago que resplandece sobre la tierra.

20. El ladrón en la parábola acerca de velar

  En Mateo 24:43 el Señor Jesús dice: “Pero sabed esto, que si el dueño de casa supiese en qué vigilia el ladrón habría de venir, velaría, y no permitiría que penetrasen en su casa”. El “dueño de casa” se refiere al creyente, y la “casa” se refiere a la conducta y la obra que el creyente ha edificado en su vida cristiana. Un ladrón viene en un momento inesperado para robar cosas preciosas. Ningún ladrón nos anunciaría por anticipado su venida ni tampoco robaría cosas sin valor. Los ladrones vienen en secreto para robar lo que tiene valor, pues saben discernir lo que es precioso. El Señor Jesús vendrá secretamente, como ladrón, a los que le aman, y se los llevará como Sus tesoros. Debido a que Cristo vendrá a robar cosas de valor, debemos buscar ser personas preciosas para Él, dignas de ser “robadas” por Él cuando venga secretamente. Un cristiano normal es uno que reúne los requisitos para ser robado por el Señor. Además, debido a que el tiempo de la venida secreta de Cristo es desconocido, debemos velar: “Pues si no velas, vendré como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti” (Ap. 3:3). En Mateo 24:44 el Señor nos dice: “También vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis”. Por tanto, con miras a la venida secreta del Señor como ladrón, debemos velar y prepararnos.

21. El Señor de los esclavos fieles y de los esclavos malos

  En Mateo 24:45-51 Cristo es el Señor de los esclavos fieles y de los esclavos malos. El versículo 45 dice: “¿Quién es, pues, el esclavo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a su debido tiempo?”. Aquí el esclavo es fiel para con el Señor, quien lo puso sobre Su casa, y es prudente para con los creyentes. La “casa” se refiere a los creyentes (Ef. 2:19), quienes constituyen la iglesia (1 Ti. 3:15). Darles “el alimento” es ministrar la palabra de Dios con Cristo como suministro de vida a los creyentes en la iglesia. “Bienaventurado aquel esclavo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá” (Mt. 24:46-47). Ser “bienaventurado” equivale a recibir como recompensa la autoridad para reinar en la manifestación del reino de los cielos; dicha recompensa es dada por Cristo, el Señor. El Señor pondrá al esclavo fiel “sobre todos sus bienes” a manera de recompensa en la manifestación del reino. Aquí vemos a Cristo como Señor de los esclavos fieles.

  En los versículos del 48 al 51 Cristo es presentado como el Señor de los esclavos malos. El esclavo malo es una persona salva, un creyente genuino. Como Señor, Cristo jamás habría de asignar tareas a un falso creyente. Que el esclavo malo es un creyente que ha sido salvo queda demostrado por el hecho de que haya sido designado por el Señor, a quien él llama “mi señor”, y en que es una persona que cree en la venida del Señor. Este esclavo malo dice en su corazón: “Mi señor tarda en venir” (v. 48), y “comienza a golpear a sus consiervos, y come y bebe con los que se emborrachan” (v. 49), esto es: comienza a tratar mal a los demás creyentes y se asocia con la gente mundana, quienes se embriagan de cosas mundanas. “Vendrá el señor de aquel esclavo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y le separará, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el llanto y el crujir de dientes” (vs. 50-51). Que Cristo, el Señor del esclavo malo, le separe o aparte significa que este esclavo será separado del Cristo que viene en Su gloria. Esto corresponde a ser echado “en las tinieblas de afuera” según Mateo 25:14-30. Su Señor designará que el esclavo malo tenga “su parte con los hipócritas”, lo cual no significa que perecerá eternamente sino que será castigado dispensacionalmente. Aquí vemos a Cristo como Señor de los esclavos malos.

22. El Novio en la parábola de las diez vírgenes

  “Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que, tomando sus lámparas, salieron al encuentro del novio” (Mt. 25:1). Aquí el Novio representa a Cristo, la más grata y atractiva de las personas (Jn. 3:29; Mt. 9:15), y las vírgenes representan a los creyentes que, en medio de la noche, esperan expectantes la venida de Aquel que es la más atractiva de las personas. Ellos son portadores de Su testimonio que, cual lámpara resplandeciente, arde en sus espíritus (Pr. 20:27), cuentan con una porción adicional del Espíritu (el aceite) que satura todo su ser (los vasos, Ro. 9:23-24) y salen del mundo para ir al encuentro del Novio. Ellas deben estar preparadas para encontrarse con Aquel que es la más grata de las personas al obtener más del Espíritu que satura (al comprar el aceite) pagando el precio de negarse a sí mismas, de renunciar a la vida del alma y de no amar el mundo.

23. El hombre que se va al extranjero en la parábola de los talentos

  En la parábola de los talentos (Mt. 25:14-30), Cristo es aquel hombre “que al irse al extranjero, llamó a sus esclavos y les entregó sus bienes” (v. 14). El “extranjero” es los cielos. Los “esclavos” representan a los creyentes en el aspecto del servicio; con relación a la obra, ellos son los esclavos que Él ha comprado y que le sirven. A estos esclavos Suyos, Cristo les ha confiado Sus “bienes”, que incluyen: el evangelio, la verdad, los creyentes y la iglesia. A un esclavo Él le dio “cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno” (v. 15). En el versículo 14 el Señor dio a Sus esclavos Sus bienes, y en el versículo 15 Él les dio talentos.

  Mateo 25:19 dice: “Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos esclavos, y arregló cuentas con ellos”. Aquí “mucho tiempo” denota toda la era de la iglesia, y la venida del amo denota el descenso del Señor a los aires (1 Ts. 4:16). Arreglar cuentas denota el juicio del Señor ejecutado en Su tribunal (2 Co. 5:10; Ro. 14:10) en los aires, donde la vida, la conducta y las obras de los creyentes serán juzgadas por el Señor ya sea para recompensarlos o para castigarlos (1 Co. 4:5; Mt. 16:27; Ap. 22:12; 1 Co. 3:13-15).

24. Un remiendo sacado del vestido nuevo que es incompatible con el vestido viejo

  Lucas 5:36 habla de un “vestido nuevo”. Este vestido nuevo es Cristo como nuestra justicia, quien nos cubre externamente. Mientras que el paño no abatanado en Mateo 9:16 representa a Cristo desde Su encarnación hasta Su crucifixión, el vestido nuevo en Lucas 5:36 representa al Cristo que fue “tratado” en la crucifixión y quien en resurrección llegó a ser el vestido completado a fin de cubrirnos delante de Dios. El propósito del Señor es entregarse Él mismo a nosotros, mas no como un trozo de paño no abatanado, sino como un vestido completo y terminado con el cual podamos vestirnos a fin de que sea nuestra justicia, de modo que seamos justificados delante de Dios y disfrutemos Su presencia. En nosotros mismos no somos aptos para poder estar en la presencia de Dios, pero cuando nos vestimos de Cristo como vestido nuevo, somos justificados y dignos de estar en la presencia de Dios.

  Lucas 5:36 dice: “Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido viejo; de otra manera, no solamente rompe el nuevo, sino que el remiendo sacado del nuevo no armoniza con el viejo”. El “vestido viejo” representa la buena conducta, las buenas acciones y las prácticas religiosas producidas por la vieja vida natural del hombre. Un remiendo sacado del vestido nuevo es incompatible con este vestido viejo. En lugar de intentar remendar el vestido viejo, debemos vestirnos de Cristo como nuestro vestido nuevo.

  Gálatas 3:27 dice: “Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos”. Ser bautizados en Cristo equivale a vestirnos con Él. Por tanto, la manera de vestirnos de Cristo como vestido nuevo consiste en ser bautizados en Él. El Nuevo Testamento revela no solamente que después de Su resurrección Cristo llegó a ser el vestido nuevo, sino también que mediante la resurrección Él llegó a ser el Espíritu vivificante, el Cristo pneumático. Este Espíritu vivificante es el Cristo todo-inclusivo con todo lo que Él es y todo lo que Él ha logrado, y este Cristo como Espíritu es el vestido nuevo con el que nos podemos vestir. Cuando fuimos bautizados en Cristo como Espíritu, nos vestimos de Cristo como nuestra vestimenta, como aquello que nos cubre. Por tanto, el vestido nuevo que nos hemos puesto es Cristo mismo como Espíritu todo-inclusivo. Ahora Cristo ya no es el paño no abatanado, sino el vestido debidamente acabado, el cual incluye Su encarnación, Su crucifixión, Su resurrección y todos los elementos de Su persona maravillosa.

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