
En este mensaje abarcaremos más aspectos de la persona de Cristo en las parábolas del Nuevo Testamento.
Mientras el Señor Jesús estaba reclinado a la mesa como invitado en casa de un fariseo, vino una mujer que regó con lágrimas Sus pies, los enjugó con sus cabellos, los besó y los ungió (Lc. 7:36-38). Al ver esto, el fariseo decía para sí: “Éste, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora” (v. 39). Por Su atributo divino de la omnisciencia, el Señor sabía que Su anfitrión decía esto en su corazón (v. 40) y le dijo: “Un prestamista tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, generosamente perdonó a ambos” (vs. 41-42a). Lo dicho por el Señor revela que Él es el prestamista y que tanto el fariseo como aquella mujer eran pecadores, deudores a Él. En la parábola, los deudores no tenían nada con lo cual pagar al prestamista, pero él generosamente perdonó a ambos. Esto indica que ningún pecador tiene con qué pagar su deuda a Dios, su Salvador. Lo dicho por el Señor también indica que el Salvador ya había perdonado tanto al fariseo como a la mujer.
En el versículo 48, el Señor Jesús mostró Su tierno cuidado por el pecador al decirle: “Tus pecados te son perdonados”. Los presentes comentaron entre ellos: “¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?” (v. 49). Ellos no habían comprendido que Cristo, Aquel que es el prestamista de la parábola, es la encarnación misma del Dios que perdona, que Él es Dios mismo, Aquel que tiene autoridad para perdonar pecados. Al final de este incidente, el Señor Jesús le dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, ve en paz” (v. 50). Los atributos divinos de Cristo también son manifiestos en el hecho de que Él le impartiera paz al pecador que fue perdonado. Únicamente Dios puede perdonar pecados y dar paz. En Lucas 7 estos atributos divinos son expresados mediante las virtudes humanas del Salvador, mostrándonos a Cristo como Aquel que tiene el más alto nivel de moralidad; como tal, Él es el prestamista que perdona a Sus deudores.
En la parábola del buen samaritano (Lc. 10:25-37), Cristo es presentado como un samaritano compasivo que salva al herido. Queriendo justificarse a sí mismo, cierto intérprete de la ley le preguntó a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?” (v. 29). El Señor Jesús le respondió contándole acerca de cierto hombre que descendía de Jerusalén a Jericó, el cual cayó en manos de ladrones que le despojaron e hirieron dejándolo medio muerto (v. 30). Aquel hombre representa al intérprete de la ley, los ladrones representan a los maestros legalistas de la ley, el acto de despojar representa el despojo causado por el mal uso de la ley por parte de los judaizantes, el acto de herir a aquel hombre representa el dar muerte efectuado por la ley y que ese hombre hubiera sido dejado medio muerto representa que los judaizantes dejaban moribundo a quien observaba la ley. Después que un sacerdote y un levita pasaron de largo, “un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a compasión” (v. 33). El samaritano representa al Señor Jesús, quien aparentemente era un hombre común y corriente, de condición humilde, al cual los fariseos —que se enaltecían a sí mismos y eran justos en su propia opinión— menospreciaron y difamaron considerándolo un samaritano de condición inferior y miserable (Jn. 8:48; 4:9). Esto indica que Cristo, en Su viaje ministerial para buscar al perdido y salvar al pecador (Lc. 19:10), había descendido al lugar donde, en una condición miserable y moribunda, estaba la víctima herida por los ladrones judaizantes. Al verlo, Él fue movido a compasión en Su humanidad con Su divinidad, y lo sanó tiernamente y lo salvó brindándole Su cuidado.
El Señor Jesús, como Samaritano compasivo, atendió plenamente a la urgente necesidad del que había sido herido (vs. 34-35). Él vendó sus heridas, o sea, lo sanó; derramó aceite y vino sobre sus heridas, o sea, le dio el Espíritu Santo y la vida divina (Mt. 9:17; Jn. 2:9); lo puso sobre Su propia cabalgadura, o sea, lo llevó con medios humildes y con humildad (Zac. 9:9); lo llevó al mesón, o sea, lo llevó a la iglesia; cuidó de él, o sea, lo cuidó por medio de la iglesia; pagó en el mesón por él, o sea, bendijo a la iglesia por causa de él; y se comprometió, en Su regreso, a cubrir los gastos en que incurriera el mesón al cuidar del herido. En todo esto vemos los atributos divinos de Cristo y Sus virtudes humanas. En cuanto a los atributos divinos, vemos al Espíritu, la vida eterna, la bendición y la recompensa. Entre las virtudes humanas del Señor aquí reveladas se incluye Su compasión, Su amor, Su conmiseración y Su cuidado. Una vez más, las virtudes humanas de Cristo están mezcladas con Sus atributos divinos para producir el nivel más alto de moralidad, manifestado en el cuidado misericordioso, tierno y generoso que Él prodiga al pecador condenado bajo la ley.
El relato de las parábolas acerca de velar en Lucas 12:35-48 hace alusión a las parábolas relatadas en Mateo 24:42—25:13. Por tanto, el señor mencionado en Lucas 12:36 y 43 es Cristo, al igual que lo son el dueño de casa y el novio en Mateo 24:42—25:13. Él es nuestro Señor, quien regresará para estar con nosotros de una manera placentera en la fiesta de bodas, y Él nos recompensará —de manera placentera o desagradable— conforme a cómo hayamos atendido a Su designación por la cual fuimos hechos Sus esclavos. Por tanto, debemos velar.
Cristo es el viñador en la parábola de la higuera estéril (Lc. 13:6-9). Esta parábola indica que Dios, el dueño de la viña, vino en el Hijo buscando fruto del pueblo judío, que es comparado con una higuera (Mt. 21:19; Jer. 24:2, 5, 8) plantada en la tierra prometida por Dios, o sea, la viña (Mt. 21:33). Durante tres años Él había buscado fruto de parte de ellos (Lc. 13:7) y no había encontrado nada. Él deseaba cortarlos, pero el Hijo, el viñador, oró por ellos pidiendo que Dios el Padre los tolerara hasta que Él muriera por ellos (cavara la tierra alrededor de la higuera) y les diera “el fertilizante” (abonara la higuera), con la expectativa de que entonces ellos se arrepentirían y producirían fruto; de otro modo, serían cortados. De hecho, esto último fue lo que sucedió. Debido a que los judíos no se arrepintieron, incluso después que el Señor Jesús murió y resucitó y el Espíritu vino, finalmente la “higuera” fue “cortada”. Esto sucedió en el año 70 d. C. cuando Tito condujo al ejército romano a Jerusalén y la destruyó.
En Lucas 15:3-32 el Señor Jesús relató tres parábolas en las que reveló y describió cómo opera la Trinidad Divina para llevar a los pecadores —a través del Hijo y por el Espíritu— de regreso al Padre. El Hijo es mencionado primero debido a que, en cuanto a la salvación provista por Dios, es el Hijo quien viene en términos prácticos. El Hijo viene a efectuar la redención, que es la primera necesidad, pues la redención es el fundamento de nuestra salvación. La redención efectuada por la muerte de Cristo en la cruz sirve de base para que se realice la salvación provista por Dios.
En la primera parábola (vs. 3-7), Cristo es presentado como un hombre que sale en busca de la oveja perdida: “¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?” (v. 4). El desierto representa el mundo. A los ojos de Dios el mundo es un lugar agreste y desolado donde uno se pierde fácilmente. Que el pastor se interne en el desierto para buscar la oveja perdida indica que el Hijo ha venido al mundo para estar con los hombres (Jn. 1:14). El Hijo vino en Su humanidad como Pastor para buscar al pecador, la oveja perdida, y traerle de regreso a casa. Habiendo hallado a la oveja, “la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido” (Lc. 15:5-6). Aquí vemos la fortaleza y el amor para salvar propios del Salvador.
La manera en que el Hijo, como Pastor, sale a buscarnos consiste en morir por nosotros. Él es el buen Pastor que da Su vida por las ovejas (Jn. 10:11). Si Él no hubiera muerto por nosotros, Él no habría tenido manera de salir a buscarnos. La labor realizada por el Pastor consiste en morir por nosotros.
En la parábola del Padre que recibe al hijo pródigo (Lc. 15:11-32), Cristo es el mejor vestido y el becerro gordo. El hijo pródigo regresó a su padre y le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (v. 21). Sin embargo, mientras todavía estaba hablando, el padre lo interrumpió y dijo a sus esclavos: “Sacad pronto el mejor vestido, y vestidle” (v. 22). El uso del artículo definido el para “mejor vestido” indica que un vestido particular había sido preparado para este propósito específico, y los esclavos sabían que este vestido era el mejor vestido. La palabra griega traducida “mejor” significa “el primero”. Cuando el hijo regresó a su padre, era un mendigo en harapos; pero después que fue vestido con el mejor vestido, estaba cubierto con una vestimenta espléndida preparada especialmente para él. Que se pusiera el mejor vestido le hizo apto para estar al mismo nivel que su padre. Este vestido representa a Cristo el Hijo quien es la justicia que satisface a Dios, la cual cubre al pecador penitente (Jer. 23:6; 1 Co. 1:30). Cristo, como mejor vestido, es nuestra justicia, Aquel en quien somos justificados delante de Dios. Por tanto, que el hijo pródigo que regresó fuese vestido con el mejor vestido representa la justificación en Cristo. Por ser aquellos que tienen a Cristo como mejor vestido, nosotros fuimos justificados por Dios.
Aunque el hijo pródigo se puso el mejor vestido, él todavía tenía hambre. Seguramente se alegró mucho cuando escuchó a su padre decir: “Traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y regocijémonos” (v. 23). El becerro gordo representa al rico Cristo (Ef. 3:8) inmolado en la cruz para que los creyentes puedan disfrutarle. Al comer a Cristo como becerro gordo, ingiriéndolo para introducirlo en nuestro ser, somos llenos de la vida divina para nuestro disfrute.
En esta parábola la salvación provista por Dios tiene dos aspectos: el aspecto objetivo y exterior, representado por el mejor vestido, y el aspecto subjetivo e interior, representado por el becerro gordo. Cristo como nuestra justicia es nuestra salvación externa; Cristo como nuestra vida y suministro de vida para nuestro disfrute es nuestra salvación interna. Después de regresar a su padre, el hijo pródigo disfrutó de todas las riquezas de la provisión de Dios en Su salvación, salvación que no sólo consiste en vestirse sino también en alimentarse. El mejor vestido capacitó al hijo pródigo permitiéndole estar al nivel de la justicia de su padre, y el becerro gordo satisfizo su hambre. En la actualidad disfrutamos a Cristo externamente como nuestra justicia e internamente como nuestra vida y suministro de vida. Habiéndonos vestido de Cristo como nuestro vestido, nos alimentamos de Él como becerro gordo, digiriéndole y asimilándole de modo que pase a formar parte de las fibras mismas de nuestro ser. Como resultado de ello, somos sustentados, satisfechos y fortalecidos, y experimentamos un cambio interno y metabólico.
La parábola de las minas (Lc. 19:11-27) muestra cómo las personas salvas deben servir al Señor a fin de poder heredar el reino venidero. En el versículo 12 el Señor Jesús dice: “Un hombre de noble estirpe se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver”. Este hombre de noble estirpe representa a Cristo el Salvador, quien tiene la más elevada condición: la de un Dios-hombre. El Señor Jesús es el único cuya estirpe puede ser considerada noble, debido a que Él era por nacimiento un Dios-hombre. La expresión se fue representa el hecho de que el Señor fue al cielo después de Su muerte y resurrección (Lc. 24:51; 1 P. 3:22), y la palabra volver representa el regreso del Salvador cuando venga con el reino (Dn. 7:13-14; Ap. 11:15; 2 Ti. 4:1).
Aquel hombre de noble estirpe llamó “a diez esclavos suyos, les dio diez minas, y les dijo: Negociad hasta que yo vuelva” (Lc. 19:13). En la parábola de Mateo 25:14-30, a los esclavos se les da un número variable de talentos según su habilidad individual; aquí la parábola recalca la porción común dada a cada esclavo por igual, con base en la salvación común a ellos. Sin embargo, el fin de ambas parábolas es el mismo: la fidelidad de los esclavos determinará la porción que les será asignada en el reino venidero como recompensa.
Lucas 19:15 dice: “Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos esclavos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que habían negociado”. Después, el hombre de noble estirpe recompensó al esclavo que usó la mina para ganar diez minas y al esclavo que usó la mina para ganar cinco más (vs. 16-19); pero le quitó la mina al esclavo que la había guardado en un pañuelo y se la dio al esclavo que había ganado diez minas (vs. 20-24). Quitar la mina significa que, en el reino venidero, el Señor retirará Su don de los creyentes ociosos. Dar la mina a quien tiene diez minas significa que, en la era del reino venidero, el don de los creyentes fieles les será incrementado.
Finalmente, el hombre de noble estirpe dijo: “A aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y degolladlos delante de mí” (v. 27). Esto significa que todos los judíos incrédulos, quienes rechazaron al Señor Jesús y no querían que Él reinase sobre ellos (v. 14), perecerán.
En la parábola del redil, Cristo es la puerta, los pastos y el Pastor. En Juan 10:9 el Señor Jesús dice: “Yo soy la puerta; el que por Mí entre, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos”. Algunos interpretan erróneamente estas palabras del Señor pensando que Él es la puerta al cielo. Según este entendimiento, si no tenemos a Cristo no tenemos la entrada al cielo. Pero ésta es una interpretación errónea. En el versículo 9 el Señor Jesús habla de entrar y salir. Si la puerta es la entrada al cielo, esto querría decir que Cristo no solamente es la puerta para nosotros entrar al cielo, sino también para salir del cielo. Ciertamente esta interpretación de Cristo como puerta no es la correcta.
Cristo es la puerta del redil del Antiguo Testamento. El redil representa la ley, o el judaísmo como religión de la ley, en el cual las ovejas, el pueblo escogido por Dios, fueron guardadas hasta que vino Cristo. Cuando los pastos no están disponibles durante el invierno o en las noches, las ovejas tienen que ser mantenidas en el redil. Antes que el Señor Jesús viniera, el pueblo de Dios se hallaba en la noche. Por tanto, Dios usó la ley para guardar a Su pueblo y salvaguardarlo bajo custodia y vigilancia hasta que Cristo viniera. Los santos del Antiguo Testamento, tales como Moisés, David y Daniel, fueron guardados bajo custodia en el redil. Por tanto, el Antiguo Testamento, cuyo centro es la ley, era el redil en el cual el pueblo escogido de Dios fue guardado mientras esperaban el tiempo en que podrían salir del redil y venir a los pastos.
Todos los santos del Antiguo Testamento entraron en el redil a través de Cristo. Esto significa que Cristo fue la puerta del redil del Antiguo Testamento para que el pueblo escogido por Dios pudiese entrar en el redil a fin de ser resguardado. Pero ahora Cristo es la puerta para que las ovejas salgan del redil. Ésta es la razón por la cual el versículo 9 habla de entrar y salir. Primero, el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento entró en el redil; pero cuando el Señor Jesús vino, era tiempo de que ellos salieran del redil. Por tanto, Cristo como puerta es tanto la entrada como la salida del redil.
Es a través de la puerta que las ovejas son sacadas del redil y llevadas a los pastos. Cristo es la puerta a través de la cual las ovejas son sacadas, y Él es también los pastos a los que ellas son llevadas. Los pastos representan a Cristo como lugar donde se alimentan las ovejas. Una vez que los pastos están disponibles, no hay necesidad de que las ovejas permanezcan en el redil. Ser mantenidos en el redil es algo temporal y transitorio. Estar en los pastos para disfrutar de sus riquezas es algo definitivo y permanente. Antes de la venida de Cristo, la ley era nuestro custodio, y estar bajo la ley era algo transitorio. Ahora que Cristo ha venido, todos los escogidos de Dios deben salir de la ley y entrar en Él para disfrutarle como su pasto (Gá. 3:23-25; 4:3-5). Esto debe ser definitivo y permanente.
Los pastos son un lugar donde abunda la hierba tierna, esto es, son un lugar lleno del suministro de vida. Cuando las ovejas están en los pastos, no carecen de alimento. En la actualidad nuestros pastos son el Cristo resucitado como Espíritu vivificante. En nuestra vida cristiana diaria debemos tener el sentir de que estamos en los pastos disfrutando a Cristo como rico suministro de vida.
Cristo no solamente es la puerta y los pastos, sino también el Pastor. Cristo, como Pastor, “a sus ovejas llama por nombre, y las conduce fuera” (Jn. 10:3). Él es el primero en salir del redil y camina delante de Sus ovejas. Las ovejas conocen Su voz y le siguen (v. 4). Cristo, como Pastor, saca a las ovejas del redil por medio de Él mismo como la puerta y las lleva hacia Él mismo como los pastos.
En Juan 10:10 el Señor Jesús dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”, y en el versículo 11 Él dice: “Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor pone Su vida por las ovejas”. En estos dos versículos, en el griego se usan dos palabras distintas para lo que en ambos casos se tradujo “vida”. En el versículo 10 la palabra griega es zoé, que es la palabra usada en el Nuevo Testamento para denotar la vida divina y eterna. En el versículo 11 la palabra griega es psujé, la misma palabra que se usa para “alma”, la cual significa la vida del alma, la vida humana. En calidad de hombre, el Señor Jesús posee la vida psujé, la vida humana, y en calidad de Dios, Él posee la vida zoé, la vida divina. Él puso Su alma, Su vida psujé, Su vida humana, para efectuar la redención de Sus ovejas (vs. 15, 17-18) a fin de que ellas participaran de Su vida zoé, Su vida divina, la vida eterna (v. 28), por la cual puedan formar un solo rebaño bajo un solo Pastor, Él mismo. Cristo, como buen pastor, alimenta a Sus ovejas con la vida divina de esta manera y con este propósito.
Cristo es nuestra puerta, nuestros pastos y nuestro Pastor. Como puerta, Él es nuestra libertad; como pastos, Él es nuestro suministro de vida; y como Pastor, Él nos lidera, guía y dirige en la vida divina. Dicha vida está relacionada con la puerta, los pastos y el Pastor. Siempre y cuando tengamos a Cristo como vida dentro de nuestro ser y le disfrutemos y experimentemos como vida, le tendremos como la puerta, los pastos y el Pastor. Si le tomamos como nuestro disfrute al estar bajo Su impartición, seremos liberados de toda clase de esclavitud o impedimento procedente del “redil” de la religión, seremos alimentados con las riquezas de Su vida y Él será nuestro Pastor, quien nos protege incluso mientras nos alimenta.
En Juan 15:1 el Señor Jesús dijo: “Yo soy la vid verdadera”. El Padre se deleita en que todo lo que Él es, todas las riquezas de Su naturaleza y toda la plenitud de la Deidad, sean las riquezas de esta vid. La vid es, por ende, la corporificación de la plenitud de las riquezas de la divinidad y de la Deidad. Cristo, como vid, es el centro de la operación de Dios en el universo. El universo entero es una viña en cuyo centro está la vid, quien es Cristo el Hijo. Todo está centrado en Él. Dios el Padre es la fuente y el fundador, y Dios el Hijo es el centro. Todo lo que Dios el Padre es y tiene, es para el centro, está corporificado en el centro y es expresado por medio del centro. Dios el Padre es expresado, manifestado y glorificado por medio de la vid.
Cristo, como vida, es la corporificación y manifestación de la Deidad. “En Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9). Cristo no solamente es la corporificación de la Deidad, sino que, según Juan 1:18, Él es la declaración, la manifestación, de Dios. Por tanto, el Hijo de Dios, la vid universal de Dios, es Su corporificación y manifestación.
Cristo, como vid, es un organismo lleno de vida, semejante al árbol de la vida. Además, esta vid tiene por finalidad la propagación y multiplicación de la vida. Propagar la vida equivale a extenderla ampliamente, y multiplicar la vida equivale a reproducirla. Una vid no destaca por sus flores ni por sus materiales; más bien, destaca por su manifestación de las riquezas de vida. Cuando una vid está llena de fruto maduro, vemos las riquezas de la vida. Cristo, la vid verdadera, no es vida para nosotros a fin de que sintamos aprecio por Él como flores de dicha vida, ni tampoco Él es vida para ser usado como material; más bien, Cristo es vida para generar vida y reproducirla. Esta propagación y multiplicación de la vida tiene por finalidad que la vida sea expresada para la glorificación del Padre. Cuando la vida de la vid es expresada por medio de las ramas en su propagación y multiplicación, el Padre es glorificado, debido a que lo que el Padre es en las riquezas de Su vida se expresa en la propagación y multiplicación de la vid.
Cristo es el niño en la parábola de la mujer en labor de parto. En Juan 16:21 el Señor Jesús dice: “La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo”. Esta mujer es el grupo entero de los discípulos, el niño es Cristo y el nacimiento es la resurrección. Según Hechos 13:33, el Señor Jesús nació, fue engendrado, en resurrección para ser el Hijo de Dios con respecto a Su humanidad. La resurrección del Señor, por tanto, fue un nacimiento.
Aunque Cristo ya era el Hijo unigénito de Dios, todavía era necesario que Él naciera en resurrección como Hijo primogénito de Dios. En la eternidad Cristo era el Hijo unigénito de Dios; después, en la encarnación, Él nació de María para ser el Hijo del Hombre, y en resurrección Él tuvo otro nacimiento para ser el Hijo primogénito de Dios. Cuando Cristo nació de María, Él nació como hombre, y Su humanidad no tenía relación alguna con ser el Hijo unigénito de Dios. En otras palabras, la parte humana de Jesús no era el Hijo de Dios. Por tanto, era necesario que esta parte humana de Él naciera en la filiación divina por medio de la resurrección. Por tanto, la resurrección de Cristo fue un nuevo nacimiento para Él, y los discípulos eran la mujer en labor de parto para este nacimiento. Después de la resurrección del Señor, esta “mujer” tuvo un niño recién nacido —el Cristo resucitado como Hijo primogénito de Dios—, y ella se regocijó (Jn. 20:20). En este sentido Cristo era un niño nacido en resurrección. Después de Su resurrección Él era el “niño” con la vida divina y la naturaleza humana, el cual tenía tanto la divinidad glorificada como la humanidad “hijificada”. Los discípulos, como madre, tienen que haber estado muy felices en el nacimiento de este niño maravilloso.
Hemos abordado treinta y cuatro aspectos de la persona de Cristo descritos en las parábolas del Nuevo Testamento. Él es quien tiene el aventador en Su mano, el Médico y el Novio; Él es el paño no abatanado, el vestido nuevo, el mejor vestido, el vino nuevo y el becerro gordo; el Sembrador y el Señor de la mies; la puerta y los pastos; las tres medidas de harina y el pan de los hijos; la vida, la piedra y el relámpago; el Dueño de casa, el Comerciante, el Ladrón, el Maestro, el Amo, el Señor, el Prestamista, el Samaritano compasivo, el Viñador, el Pastor, el hombre de noble estirpe y mucho más. Aquí vemos nuevamente las riquezas de Cristo y Su todo-inclusividad. En realidad, todas las cosas positivas en el universo pueden ser usadas para mostrarnos lo que Cristo es para nosotros.
La intención de Dios en Su creación es usar las cosas creadas para que sirvan como ilustración del Cristo todo-inclusivo. El universo entero llegó a existir con el propósito de describirlo a Él. Por ejemplo, si las vides no hubieran sido creadas, el Señor Jesús no habría podido valerse de una vid para describirse a Sí mismo. Si no hubiera zorras ni aves, Cristo no podría haber comparado Su situación en Su ministerio al de las zorras con sus madrigueras y las aves con sus nidos. Incluso los pastos fueron creados a fin de que el Señor pudiera usarlo a manera de ilustración de Él mismo. Además, muchas diferentes clases de personas, incluso un prestamista y un ladrón, son usadas para describir a Cristo. Debido a que el universo con billones de cosas y personas en él fue creado con el propósito de describir a Cristo, Él, al revelarse a Sus discípulos, fácilmente podía encontrar en Su entorno algo o alguien que le sirviera como ilustración de Sí mismo. El universo entero es un cuadro de Cristo. Si vemos esto comprenderemos cuán rico, profundo, ilimitado e inescrutable es Cristo. ¡Él verdaderamente lo es todo para nosotros!