
En este mensaje consideraremos más aspectos de lo que, en Su persona, Cristo es en la iglesia. Después procederemos para ver a Cristo en el edificio de Dios.
Efesios 5:29 dice que Cristo sustenta a la iglesia y la cuida con ternura. Esto revela que en la iglesia Cristo es Aquel que sustenta y cuida con ternura. Sustentar es alimentar. Cuando somos sustentados, nutridos, algo entra en nuestro ser a fin de satisfacer nuestra necesidad. El nutrimento, por tanto, tiene que proceder de un determinado suministro. Sin el suministro correspondiente, es imposible obtener el nutrimento.
Cristo sustenta, nutre, a la iglesia con todas las riquezas del Padre. Cristo es la corporificación de la plenitud de la Deidad (Col. 2:9). Por tanto, todas las riquezas de Dios están en Cristo, y Él disfruta estas riquezas. Después, Él nutre a la iglesia con las mismas riquezas de la Deidad que Él disfrutó. Esto es demostrado por Juan 15, donde el Señor Jesús dice que Él es la vid, que el Padre es el labrador y que nosotros, los que creemos en Cristo, somos los pámpanos. La vid nutre a los pámpanos con lo que absorbió del suelo. Dios el Padre es el suelo, el agua y todo para Cristo, quien es la vid. La vid absorbe las riquezas del suelo y del agua, las digiere y, después, las transmite a los pámpanos. Esto es nutrir, sustentar. Cristo nutre a la iglesia con las riquezas del Padre que Él absorbió y asimiló. Al nutrir a la iglesia de este modo, Cristo satisface la necesidad interna que tiene la iglesia.
Es correcto afirmar que Cristo nutre a la iglesia con Su vida y con Su palabra. Pero ni Su vida ni Su palabra son la fuente. La fuente es el Padre. Lo que Cristo recibe del Padre se convierte en la vida y el suministro de vida que está corporificado en la Palabra. Por esta razón, la Palabra es la palabra de vida, incluso el pan de vida o suministro de vida. Si hemos de ser nutridos por Cristo, debemos permanecer en Él a fin de absorber Su contenido en nuestro ser como vida y suministro de vida. A fin de experimentar esto de manera práctica, es necesario que diariamente contactemos la Palabra viviente, pues la Palabra es la corporificación de la vida y del suministro de vida. Cuanto más permanezcamos en el Señor y contactemos la Palabra, más experimentaremos Su nutrir.
A medida que somos nutridos por Cristo, somos lavados y transformados. El nutrimento que recibimos hace posible el lavamiento. Si el nutrimento cesa, el lavamiento también cesará. Pero si de continuo ingerimos el suministro espiritual, los elementos que absorbamos en nuestro ser nos lavarán internamente. Cuanto más venimos a la Palabra, más somos nutridos. El nutrimento que recibimos redunda en el lavamiento interno de todos los defectos causados por la vida natural.
Únicamente si estamos siendo nutridos por Cristo podremos soportar el lavamiento metabólico de nuestra manera de ser que efectúa el Señor. Todo lavamiento que no es acompañado de nutrimento, no es el lavamiento genuino. Siempre que procuremos lavarnos a nosotros mismos, sentiremos una aguda hambre espiritual. Pero si Cristo realiza el lavamiento, Él suministrará el nutrimento y nosotros disfrutaremos de una dulce satisfacción. Cuanto más nos purifica el Señor, más de Su nutrimento recibimos. En lugar de sufrir bajo el proceso de purificación, disfrutaremos a Cristo y Su abundante suministro de vida.
El nutrimento de la iglesia efectuado por Cristo también causa transformación. Nosotros llegamos a ser lo que comemos. Esto significa que si comemos a Cristo, con el tiempo seremos constituidos con Cristo. Seremos transformados por el elemento de Cristo que ha sido impartido en nosotros. Mediante el nutrimento de Cristo somos transformados y, por tanto, llegamos a ser una nueva persona con un nuevo elemento y una nueva sustancia.
El cuidado que Cristo brinda a la iglesia incluye tanto cuidarlos con ternura como también sustentarlos, nutrirlos. La expresión cuidar con ternura denota suma ternura. Cuidar con ternura es criar con tierno amor y acoger con tierno cuidado. A medida que el Señor nos nutre, también nos cuida con ternura. Él es como una madre que cuida con ternura a su hijo incluso mientras lo alimenta. ¡Cuánto disfrutan los pequeños de la calidez y aliento que les brindan sus madres! Cuando el Señor nos nutre, Él también nos cuida con ternura brindándonos Su cálido afecto. Su tierno cuidado nos conforta, nos tranquiliza y nos calma.
Cuidar con ternura consiste en ser enternecidos al ser acogidos cálidamente. Cuando estamos endurecidos y fríos, necesitamos que Cristo nos brinde Su tierno cuidado. Necesitamos que Él traiga calor a nuestro corazón. Después de habernos sido infundida Su calidez, somos enternecidos. Así como una madre cuida con ternura a un niño al acogerlo en su seno, también el Señor nos cuida con ternura al mantenernos cerca de Él. ¡Cuán tierno, dulce y cálido es el Señor Jesús! Al descansar en Él, nosotros que alguna vez éramos duros y fríos llegamos a ser tiernos y cálidos. Tal cambio tiene lugar mediante el cuidado que Cristo nos brinda desde nuestro interior. Él nos hace cálidos y tiernos en la medida que nosotros disfrutamos de Su ternura, Su dulzura y Su cariño. Cristo es verdaderamente Aquel que nos cuida con ternura.
La presencia de Cristo en la iglesia produce una atmósfera de ternura y calidez a fin de confortar nuestro ser. Por esta razón, en la iglesia disfrutamos de la atmósfera producida por el tierno cuidado del Señor. En realidad, es mediante esta atmósfera producida por Su presencia acogedora que Cristo cuida tiernamente de la iglesia. Cuando estamos en esta atmósfera, experimentamos el descanso, el calor, el consuelo y el aliento producidos por el tierno cuidado que Cristo prodiga a la iglesia.
En Apocalipsis 1:13-16 vemos que Cristo es el Sumo Sacerdote que arregla las lámparas (cfr. Éx. 30:7). En la actualidad, Cristo está en medio de las iglesias (Ap. 1:13). Por un lado, Él es el Sumo Sacerdote en los cielos que intercede por las iglesias (He. 9:24; 7:25-26; Ro. 8:34); por otro, Él es el Sumo Sacerdote que está entre las iglesias cuidándolas.
El hecho de que Cristo estuviera “vestido de una ropa que llegaba hasta los pies” demuestra que Él es un Sacerdote, pues Sus vestiduras son las de un sacerdote (Éx. 28:33-35). Actualmente Cristo prodiga Su cuidado sacerdotal a las iglesias. Además, Él está “ceñido por el pecho con un cinto de oro”. Es interesante notar que Él no está ceñido por los lomos, sino por el pecho. Esto indica que Su obra ya fue realizada y que ahora Él cuida amorosamente de Sus amadas iglesias, incluso al reprenderlas y disciplinarlas en amor. Él es el Sumo Sacerdote amoroso que camina entre Sus iglesias y cuida de ellas.
En el Antiguo Testamento los sacerdotes se encargaban de hacer principalmente cuatro cosas. Ellos ofrecían los sacrificios, disponían los panes en la mesa del pan de la Presencia, arreglaban las lámparas y hacían arder el incienso. Arreglar las lámparas incluía dos cosas: llenarlas de aceite y despabilarlas. Despabilarlas significa cortar la parte quemada del pábilo. Debido a que el aspecto sacrificial de la obra de Cristo ya fue realizado en la cruz, ahora Él no está en el altar sino entre los candeleros, es decir, en el santuario. Ya no es necesario que Él ofrezca más sacrificios, pero sí es necesario que arregle las lámparas al llenarlas de aceite y cortar el pábilo quemado. En Su corazón todavía está presente la preocupación por todos los candeleros resplandecientes. Él es el Sacerdote a fin de suministrar el aceite y eliminar el desecho. Esto es lo que Él hace en la actualidad entre las iglesias. Mientras Él ora por nosotros, Él nos poda. Él sabe cuánta poda necesitan las iglesias.
Cristo es Aquel que sostiene a los mensajeros de las iglesias. Apocalipsis 1:16 dice: “Tenía en Su diestra siete estrellas”, y el versículo 20 explícitamente dice: “Las siete estrellas son los mensajeros de las siete iglesias”. Estos mensajeros son las personas espirituales en las iglesias que llevan sobre sí la responsabilidad del testimonio de Jesús. Como estrellas, ellos deben ser de naturaleza celestial y estar en una posición celestial. En los Hechos y en las epístolas, los ancianos eran quienes tomaban la delantera en la operación de las iglesias locales (Hch. 14:23; 20:17; Tit. 1:5). El ancianato es, en cierto modo, algo oficial. Además, en los tiempos en que se escribió el libro de Apocalipsis, los cargos en las iglesias se habían deteriorado por causa de la degradación de la iglesia. Por todo ello, en este libro el Señor nuevamente dirige nuestra atención a la realidad espiritual. Por esta razón Apocalipsis da más énfasis a los mensajeros de las iglesias que a los ancianos. El oficio de los ancianos se percibe fácilmente, pero es necesario que los creyentes vean la importancia de la realidad espiritual y celestial de los mensajeros a fin de que la vida de iglesia apropiada sea portadora del testimonio de Jesús en medio de la oscuridad de la degradación de la iglesia.
Tanto los candeleros como las estrellas alumbran por la noche. Un candelero es una unidad colectiva y representa una iglesia local, mientras que una estrella es una entidad individual y representa un mensajero de una iglesia local. En la noche oscura de la degradación de la iglesia, es necesario el resplandor de las iglesias colectivamente y de los mensajeros individualmente. Mientras Cristo camina en medio de las iglesias, Él sostiene con Su diestra a quienes toman la delantera. Los que llevan la delantera deben sentirse confortados por el hecho de que ellos están en Su mano y que Él los sostiene. Debido a que quienes toman la delantera están en las manos del Señor, no deben retroceder. Cristo verdaderamente asume la responsabilidad por Su testimonio.
Tanto la iglesia como quienes toman la delantera en las iglesias tienen que resplandecer. Todos los que toman la delantera deben ser estrellas que resplandezcan en esta era oscura y maligna. Si hemos de ser estrellas resplandecientes en la iglesia, debemos comprender que en nosotros mismos no tenemos luz. Cristo es nuestra luz. Debemos fijar nuestra mirada en Él a cara descubierta a fin de que podamos reflejar Su gloria (2 Co. 3:18). Esto hace que seamos hechos las estrellas, los mensajeros, que el Señor Jesús sostiene.
En Apocalipsis 1:18 el Señor Jesús dice: “Tengo las llaves de la muerte y del Hades”. Debido a la caída y al pecado del hombre, entró la muerte, la cual ahora opera en la tierra para recoger a todos los pecadores y llevarlos al Hades, el lugar donde son guardados los muertos. En la vida de iglesia, sin embargo, ya no estamos sujetos a la muerte ni al Hades. Cristo abolió la muerte en la cruz y venció al Hades en Su resurrección. Aunque la muerte se esforzó al máximo por retener a Cristo, no tenía poder alguno para hacerlo (Hch. 2:24). Cristo es tanto Dios mismo como la resurrección (Jn. 1:1; 11:25), quien posee la vida indestructible (He. 7:16). Debido a que Él es Aquel que vive para siempre, la muerte no puede retenerle. Él se entregó a la muerte, pero la muerte no pudo retenerle; más bien, la muerte fue derrotada por Él, quien se levantó de la muerte. Por tanto, con Cristo la muerte no tiene su aguijón, y el Hades no tiene poder.
Debido a que Cristo es Aquel en la iglesia que tiene las llaves de la muerte y del Hades, ni la muerte ni el Hades debieran tener poder alguno sobre nosotros. En la vida de iglesia, las llaves de la muerte y del Hades están en las manos del Señor. Para nosotros es imposible enfrentarnos a la muerte; simplemente carecemos de la capacidad necesaria para ello. Siempre que entra la muerte, muchos serán vencidos por ella. Pero si le damos plena cabida al Señor Jesús, concediéndole la oportunidad y una vía libre para que opere y actúe entre nosotros, tanto la muerte como el Hades vendrán a estar bajo Su control. Sin embargo, siempre que el Señor Jesús no halla cabida en la iglesia, la muerte inmediatamente llega a ser prevaleciente y el Hades se hace poderoso para retener a los muertos. Es crucial que nosotros veamos que Cristo tiene las llaves, la autoridad, de la muerte y del Hades. La muerte está sujeta a Él, y el Hades está bajo Su control.
En la iglesia Cristo también es el Viviente. En Apocalipsis 1:18 el Señor dice que Él es el Viviente, que Él estuvo muerto y que ahora vive por los siglos de los siglos. El mismo Cristo que anda en medio de las iglesias, quien es la Cabeza de las iglesias y a quien pertenecen las iglesias, es el Viviente, Aquel que está lleno de vida. En la iglesia, tenemos al Cristo viviente que venció a la muerte. Nuestro Cristo, quien es el Cristo resucitado, es viviente en nosotros y entre nosotros. Por tanto, todas las iglesias deben ser tan vivientes como Cristo, quien está lleno de vida y vence a la muerte.
En Apocalipsis 3:7 el Señor Jesús se refiere a Sí mismo como “el Santo, el Verdadero”. Él es Aquel por quien y con quien la iglesia puede ser santa, separada del mundo, y puede ser veraz, fiel, a Dios. En realidad, Cristo es la santidad y la realidad de la iglesia. Sin Él, tenemos mundanalidad en lugar de santidad, y vanidad en lugar de realidad. Por tanto, es necesario que experimentemos a Cristo como el Santo y como el Verdadero. Si le experimentamos de este modo, entonces el contenido de la iglesia será genuino.
En Apocalipsis 3:14 el Señor dice: “El Amén [...] dice esto”. Esto indica que en la iglesia Cristo es el Amén. En griego “amén” significa firme, estable, confiable. En la iglesia Cristo es Aquel que es firme, estable y confiable. Aparte de Él, nada es verdadero ni es fiel. Aparte de Él, nada es “sí”; más bien, todo y todos son “no”. Cristo, como Amén, es el verdadero sí. Aquellos que no tienen a Cristo son el “no”. Pero si tenemos a Cristo, somos un “sí” en Él, pues le tenemos como el Amén.
Procedamos ahora a considerar lo que, en Su persona, Cristo es en el edificio de Dios. Para el cumplimiento de Su propósito eterno, Dios tiene que realizar dos clases de obras: la obra de creación y la obra de edificación. Las Escrituras se inician con la creación de Dios y concluyen con Su edificio. La creación de Dios sirve al propósito de Su edificio, y el edificio de Dios es la máxima consumación que cumple el propósito de Su creación. En la actualidad, Dios no está realizando la obra de creación, sino la obra de edificación. Después que Él finalizó la obra de creación, hubo un huerto en el Edén. Un huerto denota algo creado por Dios. Al final de la Biblia vemos una edificación: la Nueva Jerusalén. Así como el huerto denota creación, una ciudad denota edificación. Por tanto, al inicio de la Biblia tenemos un huerto que denota la creación de Dios y al final de la Biblia tenemos una ciudad que denota la edificación que Dios efectúa. Aunque muchos no le han dado la debida importancia al edificio de Dios, este tema es enfatizado en el Nuevo Testamento (Mt. 16:18; 1 Co. 3:9; Ef. 2:20-22; 4:16). En el edificio de Dios Cristo es la roca, una piedra viva, el fundamento y la piedra del ángulo.
En el edificio de Dios es necesaria la roca, y esta roca es Cristo (Mt. 16:18). Según el Nuevo Testamento, el edificio de Dios es edificado por completo sobre esta roca, la Roca de las eras. Esta roca es Cristo como corporificación del Dios Triuno (Col. 2:9) y como consumación del Dios Triuno después de los pasos que dio en Su proceso. Por tanto, la roca para la edificación de la casa de Dios es el Dios Triuno consumado.
Cristo es también la piedra, la piedra viva, para el edificio de Dios. En 1 Pedro 2:4 se hace referencia a Cristo como piedra viva: “Acercándoos a Él, piedra viva, desechada por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa”. Una piedra viva no solamente posee vida, sino que también crece en vida. Éste es Cristo para el edificio de Dios. Cristo como vida para nosotros es la simiente; para el edificio de Dios, Él es la piedra. Después de recibirle como simiente de vida, debemos crecer a fin de experimentarle como piedra que vive en nosotros. De este modo, Él también hará de nosotros piedras vivas, transformadas con Su naturaleza pétrea para que seamos edificados juntamente con otros como casa espiritual sobre Él como fundamento y piedra angular (Is. 28:16).
Es en Cristo y por medio de Cristo que nosotros también llegamos a ser piedras vivas a fin de ser edificados como casa espiritual (1 P. 2:5). Nosotros los que creemos en Cristo llegamos a ser piedras vivas, iguales a Él, por medio de la regeneración y la transformación. Nosotros fuimos hechos de barro (Ro. 9:21); pero en la regeneración recibimos la simiente de la vida divina, en virtud de cuyo crecimiento somos transformados en piedras vivas. Cuando Pedro se convirtió, el Señor le dio un nombre nuevo: Pedro, que significa “una piedra” (Jn. 1:42). Cuando Pedro recibió la revelación referente a Cristo, el Señor le reveló además que Él era también la roca (Mt. 16:16-18). Estos dos eventos le permitieron a Pedro comprender que tanto Cristo como Sus creyentes son piedras para el edificio de Dios. En realidad, nosotros llegamos a ser piedras mediante el proceso de la transformación. En este proceso, nuestra vida natural es reemplazada por Cristo, y Cristo llega a ser nosotros mismos, con lo cual Él nos hace los materiales preciosos para el edificio de Dios. En la actualidad estamos pasando por el proceso de transformación con miras a que Cristo, la piedra viva, pueda constituirse dentro de nosotros a fin de hacernos piedras vivas para el edificio de Dios.
La casa espiritual en la que llegamos a convertirnos al ser edificados es el edificio de Dios. Con el tiempo, esta edificación tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén. En la Nueva Jerusalén no habrá ni una pizca de barro, pues todo el barro habrá sido transformado en piedras preciosas. Esto indica que la Nueva Jerusalén es edificada con piedras preciosas. Nosotros estamos siendo hechos piedras preciosas que serán conjuntamente edificadas para llegar a ser la Nueva Jerusalén. Este proceso tiene lugar en la medida que diariamente contactamos a Cristo, la piedra viva para el edificio de Dios, y somos transformados.
En el edificio de Dios, Cristo es el único fundamento. “Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Co. 3:11). Por ser el Cristo y el Hijo del Dios viviente, el Señor Jesucristo es el único fundamento puesto por Dios para Su edificio. Nadie puede poner otro fundamento. Cristo es todo-inclusivo; nada ni nadie puede compararse con Él. No hay nada ni nadie, aparte de Él, que reúna los requisitos para ser el fundamento del edificio divino en el universo conforme a la economía eterna de Dios. Él es el Único que es el fundamento único de este edificio divino.
Efesios 2:20 dice que en el edificio de Dios, Cristo es la piedra del ángulo. En este versículo se menciona a Cristo como piedra del ángulo, no como fundamento. Esto se debe a que el enfoque principal de este pasaje no es el fundamento, sino la piedra del ángulo que une los dos muros, es decir, el muro compuesto por los creyentes judíos y el compuesto por los creyentes gentiles. Cuando los edificadores judíos rechazaron a Cristo, lo rechazaron como piedra del ángulo (Hch. 4:11; 1 P. 2:7), la cual los uniría a los gentiles para la edificación de la casa de Dios.
La intención de Dios al salvarnos no es llevarnos al cielo, sino unirnos a los judíos para que Él pueda obtener Su edificio. Muchos judíos incrédulos rechazan al Señor Jesús porque no quieren unirse a los gentiles. Siempre y cuando un judío no crea en Cristo, podrá estar separado de los gentiles. Pero en cuanto un judío cree en Él, Cristo, la piedra del ángulo, lo une a los creyentes gentiles. Seamos judíos o gentiles, hemos sido salvos a fin de ser unidos en Cristo para el edificio de Dios.
Es crucial para nosotros ver que la edificación que Dios realiza en la era del Nuevo Testamento es efectuada íntegramente con Cristo. En este edificio, Cristo lo es todo. Por eso debemos aprender a no ministrar a los creyentes ninguna otra cosa que no sea Cristo. Por causa del edificio de Dios, debemos tener a Cristo como nuestro todo.