
Con respecto al presente de los creyentes hemos visto el llamamiento de Dios, la separación efectuada por el Espíritu y nuestro arrepentimiento. Después de arrepentirnos, creemos, y después de creer somos bautizados. En este mensaje y el siguiente procuraremos dar una definición completa de lo que significa que un cristiano crea en Cristo.
Primero, hemos recibido a Aquel que es la Palabra, Dios mismo y la luz verdadera; esto es, hemos creído en Su nombre, el cual denota Su persona. Todo esto se halla claramente revelado en el capítulo 1 del Evangelio de Juan. En el versículo 1 dice: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”. El versículo 9 dice que Él también es la luz verdadera “que, con Su venida al mundo, ilumina a todo hombre”. La Palabra es Dios mismo definido, explicado y expresado. La palabra ilumina se refiere a la iluminación interna que trae vida a quienes reciben la Palabra. El versículo 12 añade: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio autoridad de ser hechos hijos de Dios”. Este versículo indica que creer es recibir. Creer en el Señor Jesús es recibirle como Aquel que es la Palabra, Dios y la luz verdadera.
Los creyentes han creído en el Hijo de Dios, quien tiene vida eterna, y en el Hijo del Hombre, quien fue levantado como serpiente de bronce en la cruz, a fin de entrar en una unión orgánica con Él. Juan 3:16 dice: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no perezca, mas tenga vida eterna”. Este versículo nos habla de creer en el Hijo de Dios. Aquí la preposición griega traducida “en” significa “dentro de” y denota la unión con Cristo producida al creer en Él.
En 1 Juan 5:11 se nos dice que la vida eterna está en el Hijo de Dios. El testimonio de Dios no consiste solamente en que Jesús es Su Hijo, sino también en que Él nos da vida eterna, la cual está en el Hijo. El Hijo de Dios es el medio a través del cual Dios nos da Su vida eterna. Debido a que dicha vida está en el Hijo (Jn. 1:4) y el Hijo es la vida (11:25; 14:6; Col. 3:4), el Hijo y la vida son uno. Si tenemos al Hijo de Dios, tenemos la vida eterna, porque la vida eterna está en el Hijo. De hecho, la vida eterna es el Hijo, y el Hijo es la corporificación del Dios Triuno. Por tanto, cuando recibimos al Hijo de Dios creyendo en Él, obtenemos la vida eterna que está en Él.
Juan 3:14 y 15 dice: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él cree, tenga vida eterna”. Estos versículos nos hablan de poseer la vida eterna, esto es, la vida divina, la vida increada de Dios, al creer en el Hijo del Hombre. Aquí el Señor Jesús aplicó a Sí mismo el tipo de la serpiente de bronce (Nm. 21:4-9), dando a entender que en tanto que Él estuviera en la carne, tenía la “semejanza de carne de pecado” (Ro. 8:3), la cual equivale a la forma de la serpiente de bronce. La serpiente de bronce tenía la forma de la serpiente, pero no tenía el veneno de ella. Cristo fue hecho en “semejanza de carne de pecado”, pero no participó en ningún aspecto del pecado de la carne (2 Co. 5:21; He. 4:15). Cuando Cristo —como Hijo del Hombre y estando en la carne— fue levantado en la cruz, Su muerte destruyó a Satanás, la serpiente antigua (Jn. 12:31-33; He. 2:14). Ahora podemos tener la vida eterna al creer en Él. La palabra griega traducida “para que” al inicio de Juan 3:15 indica el objetivo por el cual el Hijo del Hombre debía ser levantado. El Hijo del Hombre fue levantado a fin de que todo aquel que cree en Él, tenga vida eterna.
El resultado de que creamos en Cristo como Hijo de Dios y como Hijo del Hombre es que entramos en una unión orgánica con Él. Cuando creemos en el Señor Jesús, entramos en Él por la fe. Al creer en Él entramos en Él para ser uno con Él orgánicamente, para participar de Él y para participar en todo cuanto Él ha logrado para nosotros. Esto significa que al creer en Él somos identificados con Él en todo lo que Él es, en todo por lo cual ha pasado y en todo lo que Él ha logrado, obtenido y alcanzado. Por tanto, al creer en Cristo entramos en una unión orgánica con Él y, así llegamos a ser un solo espíritu con Él (1 Co. 6:17). Éste es el significado de la expresión unión orgánica. Por la fe en el Hijo de Dios y en el Hijo del Hombre hemos sido introducidos en una unión orgánica con Él.
Hemos creído en Cristo Jesús para ser justificados con la justicia de Dios. La justificación es la acción efectuada por Dios al aprobarnos en conformidad con el estándar de Su justicia. Nosotros podríamos justificarnos a nosotros mismos conforme a nuestro propio estándar de justicia, pero esto no nos permitiría ser justificados por Dios conforme a Su estándar. Tenemos necesidad de la justificación por la fe. La justificación por la fe significa que somos aprobados por Dios conforme al estándar de Su justicia. Dios puede hacer esto debido a que nuestra justificación está basada en la redención efectuada por Cristo. Cuando la redención efectuada por Cristo es aplicada a nosotros, somos justificados. Si no se hubiera realizado tal redención, sería imposible que fuéramos justificados por Dios. La redención es el fundamento de la justificación.
Hechos 13:39 dice: “Y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en Él es justificado todo aquel que cree”. Aquí “Él” se refiere al Señor Jesús, quien fue resucitado para ser el Hijo primogénito de Dios y nuestro Salvador. Por medio de Él somos justificados de todo aquello de lo cual no podíamos ser justificados por la ley de Moisés. En realidad, Aquel por quien somos justificados es Él mismo nuestra justificación. En la actualidad, Cristo en resurrección es nuestra justificación. Por tanto, no debemos considerar la justificación como algo aparte de Cristo.
Gálatas 2:16 dice: “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo, nosotros también hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley ninguna carne será justificada”. Aquí “carne” denota el hombre caído, que se ha vuelto carne (Gn. 6:3). Ningún hombre caído será justificado por las obras de la ley. Además, en Gálatas 3:11 Pablo dice: “Y que por la ley ninguno se justifica ante Dios, es evidente”. En estos versículos Pablo nos dice claramente que nadie es justificado por las obras de la ley.
En la economía neotestamentaria de Dios somos justificados por la fe en Cristo. Probablemente estemos tan familiarizados con la expresión justificados por la fe en Cristo que la subestimemos. La fe en Cristo denota una unión orgánica con Cristo al creer en Él. La predicación apropiada del evangelio no es la predicación de una doctrina, sino de Cristo, el Hijo de Dios, Aquel que es la corporificación del Padre y es hecho real para nosotros como Espíritu. La fe en Cristo, por la cual los creyentes son justificados, está relacionada con el aprecio que ellos tienen por el Hijo de Dios. De hecho, tal aprecio es su fe en Cristo. A raíz del aprecio que ellos sienten por el Señor Jesús, surge en ellos el deseo de obtenerlo; entonces el Cristo que les ha sido predicado se convertirá en ellos la fe por la cual creerán. Por tanto, la fe es Cristo infundido en nosotros mediante la predicación, con lo cual Él se convierte en nuestra capacidad de creer mediante el aprecio que tenemos por Él.
Esta fe crea una unión orgánica en la cual nosotros y Cristo somos uno. La expresión por la fe en Cristo en realidad denota una unión orgánica lograda al creer en Cristo. La frase en Cristo se refiere a esta unión orgánica. Antes que creyéramos en Cristo había una gran separación entre nosotros y Cristo; pero al creer hemos sido unidos a Cristo y hemos llegado a ser uno con Él. Ahora estamos en Cristo, y Cristo está en nosotros. Ésta es una unión orgánica, es decir, una unión en vida.
Es por medio de nuestra unión orgánica con Cristo que Dios puede reconocer a Cristo como nuestra justicia. Debido a que Cristo y nosotros somos uno, todo cuanto le pertenece a Él es ahora nuestro. Éste es el fundamento sobre el cual Dios considera a Cristo como nuestra justicia. Mediante nuestra unión orgánica con Cristo participamos de todo lo que Cristo es y tiene. En cuanto se produce esta unión, a los ojos de Dios, Cristo llega a ser nosotros y nosotros llegamos a ser uno con Él. Únicamente de este modo podemos ser justificados delante de Dios.
No debemos tener meramente un entendimiento doctrinal de la justificación por la fe. Según el concepto de algunos cristianos, Cristo es el Justo, Aquel que es recto, quien está en el trono en presencia de Dios, y Dios reconoce a Cristo como nuestra justicia cuando creemos en Cristo. Tal entendimiento de la justificación no es adecuado. A fin de ser justificados por la fe en Cristo, debemos creer en Él a raíz del aprecio que tenemos por Él. A medida que el Señor Jesús es infundido en nosotros mediante la predicación del evangelio, espontáneamente sentimos aprecio por Él y le invocamos. Éste es el auténtico acto de fe. Al creer de este modo, nosotros y Cristo llegamos a ser uno. Como resultado de ello, Dios reconoce a Cristo como nuestra justicia.
Cuando creímos en el Señor Jesús tuvimos tal clase de experiencia, aunque no teníamos la terminología para explicarla. Primero, comenzamos a percibir la preciosidad del Señor. Esto hizo surgir en nosotros la fe que nos unió orgánicamente a Cristo. A partir de entonces, Cristo y nosotros llegamos a ser uno en vida y en realidad. Por tanto, la justificación por la fe no es meramente un asunto posicional, sino que también es un asunto orgánico, un asunto en vida. La unión orgánica con Cristo es lograda espontáneamente por medio de la fe viva producida a raíz del aprecio que sentimos por Él. Esto es ser justificados por la fe en Cristo.
Romanos 3:22 se refiere a “la justicia de Dios por medio de la fe de Jesucristo, para todos los que creen”. La justicia de Dios consiste en lo que Dios es con respecto a la equidad y la justicia. Dios es justo y recto. Todo cuanto Dios es en Su equidad y justicia constituye Su justicia. Además, todo lo que Dios es en Su equidad y justicia es, en realidad, Él mismo. Por tanto, la justicia de Dios no es meramente uno de Sus atributos divinos, sino que es Dios mismo.
Aunque somos justificados con la justicia de Dios, en realidad quienes hemos sido justificados tenemos a Cristo como nuestra justicia (1 Co. 1:30). Sin embargo, podríamos pensar incorrectamente que nosotros poseemos la justicia de Cristo. Nuestra justicia no es la justicia de Cristo, sino que es Cristo mismo. Cristo mismo como persona, no Su atributo de justicia, ha sido hecho justicia de Dios para nosotros. Dios hizo de Cristo, la corporificación de Dios mismo, nuestra justicia.
En Romanos 1:17 Pablo, refiriéndose al evangelio, dice: “En el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe”. El evangelio es poderoso (v. 16) porque la justicia de Dios se revela en él. Según Juan 3:16, la salvación procede del amor de Dios, y según Efesios 2:8, la salvación es efectuada por la gracia de Dios. Pero en Romanos 1:16 y 17 Pablo no dice que la salvación proceda del amor de Dios ni tampoco que sea efectuada por la gracia de Dios, sino que ella viene mediante la justicia de Dios. Ciertamente fuimos salvos por el amor y la gracia de Dios, pero especialmente fuimos salvos mediante la justicia de Dios. El amor de Dios y Su gracia pueden fluctuar con relación a nosotros, pero es imposible que la justicia de Dios fluctúe. Debido a que Cristo cumplió con todos los justos requisitos de la ley, murió por nuestros pecados y fue resucitado para nuestra justificación (Ro. 4:25), Dios está obligado por Su justicia a salvarnos. Dios no puede cambiar de opinión con respecto a esto, pues Él está obligado por Su justicia. Por tanto, para nuestra salvación tomamos como firme base la justicia de Dios. Con la justicia de Dios nosotros, los creyentes en Cristo, fuimos justificados al creer en Cristo.
Creer es creer en el Señor Jesús, esto es, tomarle como nuestro fundamento y posición, para ser salvos. Hechos 16:31 dice: “Cree en el Señor Jesús, y serás salvo”. Esto indica no solamente que entramos en Cristo al creer en Él, sino también que ponemos nuestra fe en Él. Esto significa que tomamos como nuestro fundamento y posición tanto la persona de Cristo como todo lo que Él ha logrado, pues ambos constituyen la creencia, la fe, de la economía neotestamentaria de Dios. Creemos en Cristo tomándole como nuestro fundamento y posición a fin de ser salvos.
Marcos 16:16 dice: “El que crea y sea bautizado, será salvo; mas el que no crea, será condenado”. Este versículo no dice: “El que no crea y no sea bautizado”. Esto indica que la condenación sólo está relacionada con la incredulidad, y no tiene nada que ver con el bautismo. Todo lo que se necesita para ser salvo de la condenación es creer. Creer es recibir al Señor Jesús no solamente para perdón de pecados (Hch. 10:43), sino también para regeneración (1 P. 1:21, 23) a fin de que lleguemos a ser hijos de Dios (Jn. 1:12-13) y miembros de Cristo (Ef. 5:30) en una unión orgánica con el Dios Triuno (Mt. 28:19).
Romanos 1:16 nos dice que el evangelio “es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”. En el libro de Romanos la salvación no solamente incluye la salvación de la condenación de Dios y del infierno, sino que también incluye ser salvos de nuestra vida natural, de expresarnos a nosotros mismos, de ser individualistas y de ser divisivos. Esta salvación nos salva por completo al permitir que seamos santificados, conformados, glorificados, transformados, edificados con los demás para formar un solo Cuerpo y, además, nos salva de ser divisivos en la vida de iglesia. Para todo aquel que cree, el evangelio es poder de Dios que resulta en tal salvación, una salvación plena, completa y consumada.
Creemos en Cristo al oír la palabra, la cual es “la palabra de la verdad del evangelio” (Col. 1:5). La verdad del evangelio es la realidad, los hechos reales, del evangelio. En Romanos 10:14 Pablo pregunta: “¿Y cómo creerán en Aquel de quien no han oído?”. Creer en Cristo requiere que hayamos oído acerca de Él, y oír acerca de Él requiere la predicación del evangelio. Hechos 4:4a dice: “Muchos de los que habían oído la palabra, creyeron”. Esta palabra es “la palabra de la verdad, el evangelio de vuestra salvación” (Ef. 1:13). Al oír la palabra del evangelio, creímos en Cristo.
En Marcos 1:15 el Señor Jesús dijo: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. El arrepentimiento se produce principalmente en la mente; la acción de creer sucede principalmente en el corazón (Ro. 10:9). Creer es unirse uno a las cosas en las cuales cree y también es recibir en nuestro ser aquello en lo que uno ha creído. Creer en el evangelio es principalmente creer en Jesucristo (Hch. 16:31), y creer en Él es entrar en Él por la fe (Jn. 3:15-16) y recibirle (1:12) para ser unidos orgánicamente a Él. Tal fe en Cristo (Gá. 3:22) nos la da Dios (Ef. 2:8) por la palabra de la verdad del evangelio que escuchamos (Ro. 10:17; Ef. 1:13). Esta fe nos introduce en todas las bendiciones del evangelio (Gá. 3:14). Por tanto, esta fe es preciosa para nosotros (2 P. 1:1). El arrepentimiento debe preceder a esta fe preciosa.
En Marcos 1:15 el Señor Jesús predicó que debemos creer, específicamente, en el evangelio. Éste es el evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios (v. 1), el evangelio de Dios y el evangelio del reino de Dios. Jesucristo, el Hijo de Dios junto con todos los procesos por los cuales Él pasó —incluyendo la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión— y toda la obra redentora que Él efectuó, es el contenido del evangelio (Ro. 1:1-4; Lc. 2:10-11; 1 Co. 15:1-4; 2 Ti. 2:8). Por tanto, el evangelio es el evangelio de Jesucristo. El evangelio fue planeado, prometido y realizado por Dios mismo (Ef. 1:8-9; Hch. 2:23; Ro. 1:2; 2 Co. 5:21; Hch. 3:15), y es poder de Dios para salvación a todos los creyentes (Ro. 1:16) a fin de que sean reconciliados con Dios (2 Co. 5:19) y regenerados por Él (1 P. 1:3) para ser Sus hijos (Jn. 1:12-13; Ro. 8:16) y disfrutar todas Sus riquezas y bendiciones como herencia (Ef. 1:14). Por tanto, este evangelio es el evangelio de Dios. Además, este evangelio introduce a los creyentes en la esfera del gobierno divino para que participen de las bendiciones de la vida divina en el reino divino (1 Ts. 2:12). Por consiguiente, este evangelio también es el evangelio del reino de Dios. Por eso, el contenido completo del evangelio equivale al contenido del Nuevo Testamento con todos sus legados. Cuando creemos en este evangelio, heredamos al Dios Triuno con Su redención, Su salvación y Su vida y las riquezas de la misma como nuestra porción eterna.
Juan 20:31 dice: “Éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en Su nombre”. Cristo es el título del Señor Jesús en conformidad con Su oficio, Su misión. Este título denota Su obra, la cual realiza el propósito de Dios. El Hijo de Dios es el título del Señor en conformidad con Su persona. Su persona guarda relación con la vida de Dios, y Su misión guarda relación con la obra de Dios. Él es el Hijo de Dios para ser el Cristo de Dios. Él obra para Dios por medio de la vida de Dios a fin de que nosotros, al creer en Él, obtengamos la vida de Dios para llegar a ser los hijos de Dios.
Debido a que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, debemos creer que Él es el Cristo, el Hijo de Dios. Tenemos que creer que Él es la Persona divina que ha venido para llevar a cabo la comisión de Dios con miras a la realización de Su propósito eterno. Al creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, tenemos vida en Su nombre.