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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 135-156)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE CIENTO TREINTA Y NUEVE

LOS CREYENTES: SU PRESENTE

(23)

  En este mensaje abarcaremos más aspectos de la experiencia y el disfrute que —en la etapa progresiva de la salvación de Dios— los creyentes tienen de Dios como Padre en Su amor.

(26) Atiende a las necesidades de los creyentes

  El Padre atiende a las necesidades de los creyentes. En Mateo 6:32 el Señor Jesús, refiriéndose a las necesidades de la vida, dice: “Los gentiles buscan con afán todas estas cosas. Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas”. Los creyentes poseen la vida divina de su Padre celestial y también tienen a su Padre celestial como Aquel que se encarga de sus necesidades materiales, de ahí que no necesitan preocuparse por ello. Su Padre celestial es la fuente de la fortaleza y el suministro de ellos. Por tanto, no tienen por qué ser débiles y sufrir carencia alguna.

  En Mateo 6:33 el Señor añade: “Mas buscad primeramente Su reino y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. El reino del Padre es la realidad del reino de los cielos hoy y será la manifestación del reino de los cielos en la era venidera. La justicia del Padre es la justicia obtenida al guardar la nueva ley del reino, como se menciona en 5:20 y 6:1. Puesto que los creyentes buscan primeramente el reino y la justicia de su Padre celestial, les serán dados Su reino y Su justicia, y además les será añadido todo lo que necesitan.

  A medida que Dios el Padre atiende a nuestras necesidades, nosotros disfrutamos de Su impartición. Confiamos en Él con relación a nuestras necesidades, y Él cuida de nosotros. Lo que disfrutamos no es meramente la provisión externa del Padre, sino Su impartición interna. Al atender a nuestras necesidades materiales, Él imparte Su elemento en nosotros; así que, experimentamos la impartición divina por medio de que el Padre atienda a nuestras necesidades materiales.

(27) No permite que sean tentados más de lo que pueden, sino que con la tentación da la salida para que puedan soportar

  En 1 Corintios 10:13 se nos dice: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”. Algunos creyentes podrían pensar que las tentaciones son demasiado fuertes para poder resistirlas; pero aquí Pablo hace notar que no nos ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana. Él también dice que Dios es fiel y no permitirá que seamos tentados más de lo que podamos resistir, sino que juntamente con la tentación dará la salida de modo que podamos soportar tal tentación. Estas palabras constituyen una promesa y también son palabras de aliento; no obstante, todavía nos atribuyen a nosotros, no a Dios, la responsabilidad por haber sido tentados. Cuando seamos tentados, jamás debiéramos culpar a Dios por habernos sobrevenido tal tentación. Según este versículo, la responsabilidad por haber sido tentados recae sobre nosotros. Al mismo tiempo, podemos ser alentados al saber que nuestro Dios fiel proveerá una salida para nosotros. Que Dios no permita que seamos tentados más de lo que podemos resistir y que Él provea una salida para que podamos soportar la tentación también son asuntos que guardan relación con Su impartición.

  Siempre que seamos tentados, podemos basarnos en 1 Corintios 10:13 y declarar: “Señor, Tú no permitirás que sea tentado más allá de lo que pueda resistir, sino que con la tentación Tú darás la salida de modo que pueda soportar la tentación”. Cuando oramos al Señor de este modo diciéndole que Él sabe cuánto podemos soportar, Él nos dará una salida por medio de Su impartición a fin de que podamos soportar la tentación.

(28) Los disciplina para que ellos puedan participar de Su santidad

  El Padre disciplina a los creyentes para que éstos puedan participar de Su santidad. Refiriéndose a los creyentes hebreos que padecían persecución, Hebreos 12:5-11 considera esta persecución como la disciplina de Dios el Padre para los creyentes, quienes son hijos genuinos de Dios (v. 7). “El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo hijo que recibe” (v. 6), y todos los creyentes, por ser hijos de Dios, han sido hechos participantes de la disciplina del Padre (v. 8). Como hijos de Dios, debemos respetar al Padre como Aquel que nos disciplina y estar muy sujetos a Él, quien es el Padre de nuestros espíritus, de modo que vivamos (v. 9). El Padre nos disciplina para nuestro propio provecho a fin de que participemos de Su santidad (v. 10), la cual es la característica propia de Su naturaleza santa. Ésta es la obra realizada por Dios nuestro Padre al disciplinarnos a nosotros, Sus hijos. Su obra que consiste en hacernos santos está relacionada con la obra transformadora del Espíritu (2 Co. 3:18), la cual es llevada a cabo mediante la impartición divina internamente y la disciplina procedente de nuestro entorno externamente.

  La disciplina que el Padre aplica a los creyentes implica Su impartición. Al disciplinarnos, Él imparte Su naturaleza santa a nuestro ser. Por tanto, mediante esta impartición nosotros llegamos a ser participantes de Su santidad.

  A continuación, Hebreos 12:11 dice: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por ella han sido ejercitados”. La disciplina del Padre tiene por finalidad la santidad, que resulta en justicia y paz. La disciplina de Dios no solamente nos hace participantes de Su santidad, sino que también da fruto apacible de justicia. La paz es el fruto de la justicia (Is. 32:17). La santidad se refiere a la naturaleza interna, mientras que la justicia se refiere a la conducta externa, esto es, a ser hallados rectos externamente para con Dios y para con los hombres, de modo que en tal situación de justicia podamos disfrutar de la paz como un dulce fruto, un fruto apacible de justicia.

  Si no hemos sido empapados internamente con la naturaleza santa de Dios, no podremos manifestar la justicia en nuestra conducta externa. Primero, Dios forja Su naturaleza santa en nuestro ser; después, en nuestra conducta externa, tendremos el fruto apacible de justicia como resultado de nuestra santidad interna. En términos de nuestra experiencia práctica, por tanto, primero es la santidad, segundo la justicia y tercero la paz.

(29) Los guarda de tropiezos y hace de ellos personas sin mancha

  Mediante la impartición divina, el Padre guarda de tropiezos a los creyentes y hace que sean personas sin mancha. Judas 24 dice: “A Aquel que es poderoso para guardaros de tropiezos, y presentaros sin mancha delante de Su gloria con gran alegría”. Aquí el escritor indica claramente que aunque exhortó a los creyentes a esforzarse en cuanto a los asuntos mencionados del versículo 20 al 23, sólo Dios nuestro Salvador puede guardarlos de tropiezos y presentarlos sin mancha delante de Su gloria con gran alegría. La gloria aquí mencionada es la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo, la cual se manifestará cuando Él aparezca (Tit. 2:13; 1 P. 4:13) y en la cual Él vendrá (Lc. 9:26). El uso de la preposición con aquí significa “en el elemento de”. La frase gran alegría denota la exuberancia de un gozo triunfal (Alford).

(30) Los juzga primero

  La epístola de 1 Pedro trata sobre la vida cristiana bajo el gobierno de Dios, el cual es ejercido mediante el juicio de Dios. En Su juicio gubernamental, Dios juzga a los creyentes primero. Debido a ello, 1 Pedro 4:17 dice: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?”. Según el contexto, el padecimiento de los creyentes bajo una feroz persecución es usado por Dios como un medio para juzgarlos a fin de que ellos sean disciplinados, purificados y separados de los incrédulos y a fin de que no compartan el mismo destino con los incrédulos. Por tanto, tal juicio disciplinario comienza por la propia familia de Dios. La casa de Dios, o la familia de Dios, es la iglesia compuesta por los creyentes (1 P. 2:5; He. 3:6; 1 Ti. 3:15; Ef. 2:19). Dios comienza a ejercer Su administración gubernamental mediante Su juicio disciplinario sobre esta casa, Su propia casa, o sea, sobre Sus propios hijos, a fin de tener una base firme para juzgar, en Su reino universal, a los que desobedecen Su evangelio y se rebelan contra Su gobierno. Esto tiene como fin establecer Su reino.

  El juicio mencionado en 1 Pedro 4:17 no tiene por finalidad la condenación que lleva a la perdición eterna; más bien, es un juicio disciplinario, es una disciplina dispensacional a fin de purificar nuestra vida. Este juicio equivale al fuego de tribulación, a un horno ardiente (v. 12), cuya finalidad es purificarnos y depurarnos de toda escoria. Nosotros mismos podemos ser comparados con el oro, pero todavía tenemos cierto grado de escoria, de la cual debemos ser purificados. Ninguna enseñanza o comunión puede lograr esta purificación. El juicio disciplinario del horno ardiente es necesario para llevar a cabo tal purificación. Por ello, Dios pone a los creyentes en un horno ardiente, en el fuego de tribulación, a fin de incinerar la escoria. Pedro considera esto como un juicio bajo el trato gubernamental de Dios con los creyentes.

  Al leer 1 Pedro 4:17, debe impresionarnos profundamente que el juicio comienza por la casa de Dios. Éste es el ejercicio de la administración gubernamental de Dios realizado mediante Su juicio disciplinario sobre Sus propios hijos. En la actualidad, todos nosotros estamos bajo el juicio de Dios. Dios no solamente nos agracia, nos da gracia, sino que también nos juzga. Ésta es la razón por la que experimentamos muchos sufrimientos. Sufrimos debido a que Dios nos juzga. Por un lado, Dios nos agracia a fin de que llevemos una vida que corresponda a Su justicia bajo Su juicio; por otro, Él juzga todo aquello que no corresponda a Su gobierno. Por tanto, en esta era, nosotros los creyentes estamos bajo el juicio diario de Dios. Sin embargo, incluso el juicio de Dios sobre los creyentes guarda relación con Su impartición.

(31) Aplasta a Satanás bajo los pies de ellos

  Romanos 16:20 revela que Dios aplasta a Satanás bajo los pies de los creyentes: “El Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies”. Para los creyentes, incluso que Satanás sea aplastado guarda relación con la impartición de Dios en ellos.

  Según el contexto de Romanos 16, que Dios aplaste a Satanás está relacionado con la vida de iglesia. Si no estamos en la iglesia y no practicamos la vida de iglesia, difícilmente experimentaremos que Satanás es aplastado bajo nuestros pies por obra de Dios. La vida de iglesia es el medio más poderoso a través del cual Dios vence a Satanás. Siempre que estamos separados de la iglesia, nos convertimos en presa fácil de Satanás, pues es difícil para nosotros luchar individualmente contra Satanás. Pero cuando estamos en la iglesia y somos uno con el Cuerpo, Satanás está bajo nuestros pies, y mediante la impartición divina disfrutamos a Dios como Dios de paz en la vida de iglesia.

  La palabra griega traducida “vuestros” en 16:20 es plural; esto apunta al Cuerpo. Dios aplastará a Satanás bajo los pies del Cuerpo. Romanos 16 no se refiere al Cuerpo en el sentido universal, sino que se refiere a la expresión práctica y local del Cuerpo. Esto indica que Satanás puede ser aplastado únicamente bajo los pies de la expresión práctica del Cuerpo en las iglesias locales. Es sólo cuando tenemos una iglesia local adecuada como expresión práctica del Cuerpo que Satanás es aplastado bajo nuestros pies.

  Tanto el Cuerpo como la vida divina son cruciales para que Dios aplaste a Satanás bajo los pies de los creyentes. La vida es nada menos que el propio Dios Triuno impartido en nosotros a fin de ser nuestro contenido. Según el libro de Romanos, la vida y el Cuerpo son uno; son inseparables entre sí. Si no hubiera vida, no podría haber Cuerpo. La vida es el contenido, y el Cuerpo es la expresión. La expresión práctica del Cuerpo en las iglesias locales es posible únicamente mediante la vida divina. Podríamos haber experimentado la redención y la salvación, pero si no experimentamos la impartición de Dios como vida en nosotros, será imposible obtener la expresión práctica del Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo es edificado con Cristo como vida. Dios aplasta a Satanás bajo nuestros pies por medio de la vida divina y por medio del Cuerpo.

  Es significativo que Aquel que aplasta a Satanás bajo nuestros pies sea el Dios de paz. El Dios de paz y la paz de Dios son uno. Cuando Dios es impartido en nosotros, la paz también es impartida en nosotros, pues la paz genuina que disfrutamos es Dios mismo. Confiamos en Dios, y Él aplasta a Satanás bajo nuestros pies. A medida que Dios aplasta a Satanás bajo nuestros pies en la vida de iglesia, tenemos la paz de Dios como prueba de esta victoria sobre él. Es mediante la impartición divina que los creyentes, en la vida de iglesia, experimentan tanto el aplastamiento de Satanás como la paz de Dios.

(32) Responde a su clamor y los venga

  Los creyentes experimentan y disfrutan a Dios como Padre en Su amor al responder Él a su clamor y vengarlos. La parábola de la oración persistente relatada en Lucas 18:1-8 indica esto. El juez injusto (vs. 6-7) se refiere al Dios justo, y la viuda (v. 3) representa a los creyentes. En cierto sentido, los que creen en Cristo son una viuda en esta era debido a que Cristo, el Esposo de ellos (2 Co. 11:2), está ausente. Los que creemos en Cristo también tenemos un opositor, que es Satanás el diablo, acerca del cual necesitamos la venganza de Dios. Debemos orar con persistencia por esta venganza y no desanimarnos.

  En esta parábola se manifiesta el sufrimiento que experimentamos de parte de nuestro enemigo durante la aparente ausencia del Señor. Durante Su aparente ausencia, somos una viuda, y nuestro enemigo nos perturba todo el tiempo. Mientras nuestro enemigo nos hostiga, puede parecer que nuestro Dios no es justo, pues Él permite que Sus hijos sean injustamente perseguidos. A lo largo de los siglos, miles y miles de fieles seguidores del Señor Jesús han sufrido persecuciones injustas. Incluso en la actualidad todavía padecemos maltratos injustos. Parece que nuestro Dios es injusto, pues Él no interviene de inmediato para juzgar y vindicarnos. Cuando nuestro Marido aparentemente se encuentra ausente y nosotros somos dejados en la tierra como una viuda, temporalmente nuestro Dios parece ser un juez injusto. Aunque Él parece ser injusto, nosotros todavía tenemos que apelar a Él, orar persistentemente y molestarlo una y otra vez. Con el tiempo, Dios responderá a nuestro clamor y nos vengará. “¿Acaso Dios no hará justicia a Sus escogidos, que claman a Él día y noche aunque los haga esperar? Os digo que pronto les hará justicia” (vs. 7-8a).

  Por un lado, esta parábola indica que el Juez, el Dios justo, es soberano. Por ser el soberano Señor, Él juzga cuando así lo elige. Por otro, esta parábola indica que debemos molestar al Señor orando persistentemente, sabiendo que Él responderá a nuestro clamor y nos vengará. Incluso la respuesta y venganza por parte del Padre guarda relación con Su impartición. Al responder a nuestro clamor y vengarnos de nuestro enemigo, Él se imparte en nosotros a fin de que podamos experimentarle y disfrutarle en Su amor.

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