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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 135-156)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE CIENTO CUARENTA Y NUEVE

LOS CREYENTES: SU PRESENTE

(33)

  En este mensaje consideraremos cómo los creyentes disfrutan la impartición de la Trinidad Divina en la transformación divina con miras a la conformación divina al ser configurados a la muerte de Cristo.

c. Al ser configurados a la muerte de Cristo

  Filipenses 3:10b habla acerca de ser configurados a la muerte de Cristo. Esto indica que debemos tomar la muerte de Cristo como el molde para nuestra vida. El molde de la muerte de Cristo se refiere al hecho de que Cristo hacía morir de continuo Su vida humana para poder vivir por la vida de Dios. Ahora la muerte de Cristo es para nosotros un molde conforme al cual somos configurados. A medida que nuestra vida humana es configurada a tal molde, morimos a nuestra vida humana a fin de vivir la vida divina.

  A menos que seamos configurados a la muerte de Cristo, no podremos ser conformados a la imagen de Cristo. La muerte de Cristo es un molde en el cual somos moldeados a la imagen del Hijo primogénito de Dios. Al pasar por los procesos de la transformación y la conformación, estamos siendo configurados a la muerte de Cristo.

  La muerte de Cristo tuvo lugar a lo largo de Su vida. Mientras Él vivía, también moría. Él era moldeado diariamente por la cruz, incluso mientras era un niño que vivía en el hogar de un carpintero en Nazaret. Él era continuamente aniquilado: aniquilado por Su madre, por Sus hermanos y por Sus discípulos, quienes no supieron atender a lo que Él les decía acerca de Su sufrimiento y muerte en la cruz. Día tras día Cristo murió a la vieja creación para llevar una vida en la nueva creación.

  Ser configurados a la muerte de Cristo debería ser nuestra experiencia diaria como creyentes. Cuanto más se haga morir nuestra vida natural, más la vida divina en nuestro interior será liberada. Entonces, en nuestra experiencia, hemos de ser configurados a la muerte de Cristo.

(1) Llevar la cruz

  En Mateo 16:24 el Señor Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. La cruz no sólo nos hace sufrir, sino que primordialmente nos mata. La cruz mata al criminal y acaba con él. Cristo primero llevó la cruz y después fue crucificado. Al llevar la cruz, Cristo estuvo constantemente bajo el efecto aniquilador de la cruz, no meramente sufría. Nosotros, Sus creyentes, primero fuimos crucificados con Él y ahora llevamos la cruz. Para nosotros, llevar la cruz es permanecer bajo la operación de la muerte de Cristo, la cual acaba con nuestro yo, nuestra vida natural y nuestro viejo hombre.

  Podríamos tener un concepto errado de lo que es la cruz y pensar que su única finalidad es traernos sufrimientos; pero es erróneo asociar la cruz meramente con los sufrimientos. En Mateo 16:24 la cruz no denota sufrimientos, sino dar muerte. El propósito final de la cruz no es hacernos sufrir, sino darnos fin, aniquilarnos. Lo dicho aquí por el Señor no incluye el concepto del sufrimiento; más bien, Su concepto con respecto a la cruz es el de aniquilamiento.

  El significado de llevar la cruz es el de no dejarla. Todos los que han experimentado la cruz están de acuerdo en que aquel que lleva la cruz no puede separarse de ella. Una persona que lleva la cruz se ha hecho uno con ella; no se separa de la cruz.

  A fin de llevar la cruz debemos comprender que ya hemos sido crucificados. Fuimos aniquilados en la cruz juntamente con Cristo, y ahora tenemos que permanecer bajo su efecto aniquilador. Debemos poder decir: “Fui aniquilado. La vida de mi yo, mi vida natural, mi viejo hombre y todo mi ser han sido aniquilados. Ahora tengo que permanecer bajo este efecto aniquilador”. Esto es lo que significa llevar la cruz.

(a) Para identificarse con el Cristo crucificado

  Para los creyentes, llevar la cruz consiste en identificarse con el Cristo crucificado. Cristo pasó por la muerte mediante la crucifixión, y nosotros tenemos que ser uno con Él. Esto es identificarnos no con el Cristo glorificado, sino con el Cristo crucificado.

(b) Para permanecer en la muerte de Cristo

  Llevar la cruz significa llevar la muerte de Cristo sobre nosotros y permitir que la muerte de Cristo opere continuamente sobre nosotros a fin de que hagamos morir nuestro yo. Llevar la cruz es también permanecer en la muerte de Cristo. La muerte de Cristo no solamente es nuestro destino, sino también nuestra destinación. Si hemos de ser transformados y conformados a la imagen de Cristo como Hijo primogénito, es necesario que permanezcamos en Su muerte tomando Su muerte como nuestra residencia, nuestro hogar. Por tanto, el significado de llevar la cruz es que nos identificamos con el Cristo crucificado y, entonces, permanecemos con Él en Su muerte. Si no permanecemos en la muerte de Cristo, hacemos a un lado Su cruz. Sin embargo, cuando permanecemos en Su muerte, estamos llevando la cruz. En esto consiste ser configurados a la muerte de Cristo.

  Debemos tener una clara visión de que llevar la cruz no es cuestión de sufrir, sino de mantener a nuestro yo bajo el efecto aniquilador de la muerte. La cruz de Cristo es la muerte que aniquila, y nosotros tenemos que permanecer en el lugar del aniquilamiento. Permanecer allí es llevar la cruz. Por ser personas que llevan la cruz, nos mantenemos bajo el efecto aniquilador de Cristo. Por la gracia del Señor debemos permanecer en el lugar del aniquilamiento durante toda nuestra vida.

(2) Al haber sido crucificado su viejo hombre

  No solamente debemos llevar la cruz, identificándonos con el Cristo crucificado y permaneciendo en Su muerte, sino que también debemos ver el hecho de que nuestro viejo hombre fue crucificado. Romanos 6:6 dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él para que el cuerpo de pecado sea anulado, a fin de que no sirvamos más al pecado como esclavos”. Hemos sido bautizados en Cristo, y ahora estamos en Él. Debido a que estamos en Él, todo aquello por lo cual Él pasó es nuestra historia. Él ha sido crucificado, y Su crucifixión es nuestra. Éste es un hecho glorioso. Debemos orar pidiendo que el Señor nos conceda una clara visión del hecho de que estamos en Él y que hemos sido crucificados juntamente con Él. Dios ha llevado a cabo este glorioso hecho de ponernos en Cristo. Nuestro viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Él.

  La frase sabiendo esto en Romanos 6:6 en realidad se refiere a ver un hecho en una visión espiritual. Tal visión es fundamental para que nosotros sepamos. Después de haber visto algo, no podemos decir que desconocemos tal hecho. Asimismo, si tenemos una clara visión del hecho de que nuestro viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo, sabremos este hecho en toda su realidad. Debemos orar pidiendo que el Señor nos libere de contentarnos con una comprensión meramente doctrinal de Romanos 6:6 y nos conceda una clara visión en nuestro espíritu del hecho divino que nuestro viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo.

(a) Su cuerpo de pecado ha sido anulado, a fin de que ellos no sirvan más al pecado como esclavos

  Debido a que nuestro viejo hombre ha sido crucificado, el cuerpo de pecado ha sido anulado. Simplemente comprender que nuestro viejo hombre ha sido crucificado hace que tal cuerpo de pecado, el cuerpo pecaminoso, sea anulado, a fin de que no sirvamos más al pecado como esclavos. Puesto que hemos sido crucificados con Cristo, el cuerpo de pecado está desempleado; ha perdido su trabajo. No tiene nada que hacer.

(b) Justificados, limpios, eximidos del pecado

  Romanos 6:7 dice: “El que ha muerto, ha sido justificado del pecado”. Ser justificado del pecado es ser limpio, eximido, liberado del pecado. Habiendo sido justificados del pecado, ya no estamos en deuda con el pecado ni tenemos obligación alguna para con él.

(3) Crucificar su carne con sus pasiones y concupiscencias

  Gálatas 5:24 dice: “Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias”. La frase los que son de Cristo Jesús se refiere a quienes han creído en Cristo y han sido bautizados en Él. Ellos, por tanto, pertenecen a Cristo y son de Cristo. Por ser salvos, ahora nosotros somos de Cristo.

  Según lo dicho por Pablo, quienes son de Cristo Jesús han crucificado la carne. La crucifixión del viejo hombre en Romanos 6:6 no fue llevada a cabo por nosotros; pero aquí dice que nosotros hemos crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias. El viejo hombre es nuestro ser; la carne es la expresión de nuestro ser en nuestro vivir práctico. La crucifixión de nuestro viejo hombre es un hecho cumplido por Cristo en la cruz, mientras que la crucifixión de nuestra carne con sus pasiones y concupiscencias es nuestra experiencia práctica de este hecho. Mediante la crucifixión de Cristo hemos sido crucificados juntamente con Él. Esto nos permite crucificar nuestra carne con sus pasiones y concupiscencias. En otras palabras, hemos sido crucificados con Cristo a fin de que podamos crucificar nuestra carne. Nosotros crucificamos nuestra carne con base en el hecho de que nuestro viejo hombre ha sido crucificado con Cristo.

  Necesitamos una clara comprensión con respecto al viejo hombre y la carne. No hay necesidad de que confrontemos al viejo hombre, debido a que el viejo hombre ya fue crucificado con Cristo; sin embargo, día a día debemos crucificar nuestra carne. Los problemas que se suscitan en nuestro diario vivir no proceden del viejo hombre, sino de la carne con sus pasiones y concupiscencias. Por tanto, con base en el hecho de que la muerte de Cristo ya se encargó de nuestro viejo hombre, nosotros tenemos que proceder a crucificar nuestra carne de manera práctica.

  Es crucial que veamos la diferencia entre Romanos 6:6 y Gálatas 5:24. En 5:24 Pablo no dice que quienes son de Cristo han crucificado al viejo hombre; él dice que ellos han crucificado la carne. Es imposible cometer suicidio por crucifixión. Por esta razón, es imposible para nosotros crucificar nuestro viejo hombre. Aunque no podemos crucificar al viejo hombre, sí podemos crucificar la carne. La crucifixión del viejo hombre tenía que ser realizada por otro, pero la crucifixión de la carne tiene que ser realizada por nosotros.

  Al referirse a la crucifixión de la carne, Pablo usa el presente perfecto. Él no dice que estamos crucificando la carne ni que la crucificaremos, sino que la hemos crucificado. Él se refiere a esto como un hecho ya cumplido. Con respecto a la crucifixión hay dos aspectos: el primer aspecto es que cuando Cristo fue crucificado, Él crucificó a nuestro viejo hombre; el otro es que hemos crucificado nuestra carne. Con base en el hecho de que Cristo ha crucificado al viejo hombre, nosotros hemos crucificado la carne. Por tanto, el segundo hecho, nuestra crucifixión de la carne, es la aplicación del primer hecho, a saber, la crucifixión del viejo hombre realizada por Cristo. En nuestra experiencia debemos aplicar la crucifixión de Cristo a nuestra carne. El uso que Pablo hace del presente perfecto para describir esto indica que ésta debe ser la experiencia normal de los creyentes. Todos los creyentes deben ser aquellos que han aplicado la crucifixión de Cristo a su carne. Por ser aquellos que pertenecen a Cristo, es decir, quienes hemos sido puestos en Cristo, nosotros hemos realizado esto. Aquí Pablo habla en conformidad con el principio rector. Si jamás hemos crucificado nuestra carne, nuestra experiencia es anormal. Si nuestra experiencia es normal, entonces quienes pertenecemos a Cristo hemos crucificado la carne.

(a) Por el Espíritu

  Es por el Espíritu (Gá. 5:16) que crucificamos la carne. La cruz de Cristo nos otorga la posición o fundamento requerido para tratar con la carne. Todo nuestro ser —la totalidad del hombre tripartito caído— fue crucificado con Cristo. No sólo tenemos esta base en términos objetivos, sino que además tenemos al Espíritu en términos subjetivos, el cual hace posible que apliquemos la cruz de Cristo a nuestra carne. A fin de andar por el Espíritu, tenemos que aplicar la crucifixión de Cristo a nuestra carne. Si por el Espíritu que mora en nosotros aplicamos la cruz a nuestra carne, entonces nuestra carne será clavada a la cruz. Esto es crucificar la carne. Cuando la carne está en la cruz, únicamente permanece el Espíritu, y así experimentamos al Espíritu como Aquel que lo es todo para nosotros. Al experimentar al Espíritu de este modo, andamos por el Espíritu y somos guiados por el Espíritu. Cuanto más experimentamos al Espíritu de este modo, más somos transformados y conformados a la imagen de Cristo como Hijo primogénito de Dios.

(b) Experimentar en términos prácticos la muerte de Cristo al no vivir habitualmente según la carne

  Crucificar la carne por el Espíritu es experimentar en términos prácticos la muerte de Cristo al no vivir habitualmente según la carne. Si hemos de ser configurados a la muerte de Cristo y, de este modo, ser conformados a Su imagen, entonces no debemos vivir habitualmente según la carne, esto es, no debemos vivir según nuestros hábitos. Debido a que estamos acostumbrados a vivir habitualmente según la carne, debemos permanecer alertas en todo momento y permanecer en guardia con respecto a nuestros hábitos. Debemos rechazar, abandonar, hacer a un lado, nuestros hábitos y vivir según el Espíritu.

(4) Hacer morir los hábitos de su cuerpo

(a) Por el Espíritu

  Romanos 8:13 dice: “Si vivís conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. Si vivimos conforme a la carne, hemos de morir espiritualmente; sin embargo, si por el Espíritu hacemos morir los hábitos del cuerpo —esto es, los hacemos morir o los crucificamos—, hemos de vivir en el espíritu.

  Romanos 8:13 corresponde a 8:6, donde dice que la mente puesta en la carne es muerte y que la mente puesta en el espíritu es vida. Vivir conforme a la carne primordialmente significa poner nuestra mente en la carne; asimismo, poner nuestra mente en la carne principalmente significa vivir conforme a la carne. A fin de hacer morir los hábitos del cuerpo por el Espíritu, es necesario que pongamos la mente en el espíritu y andemos conforme al espíritu. Cuando nuestra mente esté puesta en nuestro espíritu, nuestra carne será aniquilada. Por tanto, al poner nuestra mente en nuestro espíritu hacemos morir todos los hábitos del cuerpo.

  La experiencia genuina de ser crucificados juntamente con Cristo consiste en hacer morir los hábitos del cuerpo por el Espíritu. Esto no sucede una vez por todas, sino que es un ejercicio constante a diario. Tenemos que hacer morir todos los hábitos del cuerpo al volver nuestra mente al espíritu y ponerla en el espíritu.

(b) No vivir habitualmente según la carne

  Hacer morir por el Espíritu los hábitos del cuerpo significa que no vivimos habitualmente según la carne. Esto requiere coordinación con Dios mediante el ejercicio de nuestra voluntad. Debemos tomar una firme decisión y decir: “Señor, me pongo de Tu lado. Deseo ser configurado a Tu muerte. Señor, ten misericordia de mí a fin de que ya no viva habitualmente según la carne, sino que deseche todos los hábitos de mi vida natural”. Esto es hacer morir los hábitos de nuestro cuerpo.

(5) Negarnos al yo

  Mateo 16:24 habla de negarnos al yo. El yo es la vida del alma (v. 25) con énfasis en los pensamientos y opiniones humanos. El yo, la vida del alma y la opinión son tres aspectos de una sola cosa. El yo en esencia es la vida del alma, y la expresión del yo es la opinión. La vida del alma es manifestada por el yo, y el yo se expresa por medio de la mente. Todo aquello que es concebido o pensado por la mente es una opinión, una idea o un concepto. Las opiniones, conceptos e ideas de nuestra mente constituyen la expresión del yo, el cual es la corporificación de la vida del alma. Debido a que las opiniones son la expresión del yo, debemos negarnos al yo aplicando la cruz a nuestras opiniones.

(a) Experimentar la muerte de Cristo

  Nos negamos al yo al experimentar la muerte de Cristo en términos subjetivos de manera específica. La experiencia que tenemos de la cruz de Cristo se da en tres pasos: primero, al ser crucificado nuestro viejo hombre, lo cual es el hecho objetivo realizado por Cristo; segundo, al tomar conciencia de este hecho y recibirlo declarando: “He sido crucificado juntamente con Cristo”; y tercero, al proceder a experimentar este hecho en términos subjetivos.

  El hecho objetivo respecto a tratar con el yo es que nuestro viejo hombre, que incluye el yo, ha sido crucificado juntamente con Cristo. La experiencia subjetiva respecto a tratar con el yo tiene lugar mediante el Espíritu Santo. Si hemos visto el hecho de que nuestro viejo hombre ha sido crucificado, entonces en nuestro diario vivir siempre que descubrimos la expresión de nuestras opiniones naturales tenemos que permitir que el Espíritu Santo aplique la muerte de la cruz a estas opiniones y las aniquile. En esto consiste nuestra experiencia subjetiva al tratar con el yo.

  A fin de negarnos al yo es necesario que, mediante la revelación divina, veamos que nuestro viejo hombre ha sido crucificado con Cristo. Luego debemos ver que nuestras opiniones naturales son la expresión del viejo hombre. Una vez que sabemos que nuestro viejo hombre ha sido crucificado y comprendemos que nuestras opiniones son la expresión del viejo hombre, debemos aplicar la muerte de Cristo por el Espíritu Santo a nuestras opiniones. A esto es a lo que el Señor Jesús se refiere en Mateo 16:24 cuando habla de negarnos a nosotros mismos.

  La experiencia genuina de negarnos al yo ocurre únicamente en la comunión del Espíritu Santo. Aunque hayamos entendido que el viejo hombre fue crucificado y sepamos que nuestras opiniones son la expresión del yo, si no vivimos en la comunión del Espíritu Santo, todos ello será apenas una doctrina vacía y no nos conducirá a ninguna experiencia espiritual genuina. Únicamente al vivir nosotros en la comunión del Espíritu Santo podremos verdaderamente ver estas cosas y, así, nuestra experiencia de estas cosas será auténtica. Por tanto, si deseamos vivir de continuo en la experiencia de negarnos a nosotros mismos, debemos vivir en la comunión del Espíritu Santo. Después, tenemos que permitir que el Espíritu Santo haga efectiva la crucifixión de Cristo aplicándola sobre toda expresión de nuestro yo. Ésta es la realidad de negarnos a nosotros mismos al experimentar, por el Espíritu Santo, la muerte de Cristo en términos subjetivos.

(b) No vivir en su “yo”, que ha sido crucificado con Cristo

  Los creyentes se niegan a sí mismos al no vivir en su “yo”, que ha sido crucificado con Cristo (Gá. 2:20). El viejo hombre mencionado en Romanos 6:6 se refiere a nuestro propio ser, el hombre creado y caído, y el “yo” en Gálatas 2:20 es el título con el cual el viejo hombre se llama a sí mismo. El viejo hombre es el “yo”, y el “yo” es el viejo hombre. Gálatas 2:20 dice que este “yo” ha sido crucificado juntamente con Cristo, y Romanos 6:6 nos ayuda a ver que el “yo” que fue crucificado es el viejo hombre. Cuando vemos que nuestro viejo hombre ha sido crucificado con Cristo, podemos decir: “He sido crucificado con Cristo”. Entonces, al no vivir en el “yo” que ha sido crucificado con Cristo, nos negamos a nosotros mismos.

(6) Perder su vida del alma

  Los creyentes son configurados a la muerte de Cristo al perder la vida de su alma. En Mateo 16:25 el Señor Jesús dice: “El que quiera salvar la vida de su alma, la perderá; y el que la pierda por causa de Mí, la hallará”. Salvar la vida del alma es permitirle al alma obtener su disfrute en esta era y evitarle el sufrimiento. Perder la vida del alma es hacer que el alma sufra la pérdida de su disfrute. Al ir en pos del Señor no debemos salvar nuestra vida del alma, esto es, no debemos permitirle a nuestra alma obtener su disfrute. Si en esta era salvamos nuestra vida del alma, la perderemos en la era venidera; pero si la perdemos por causa de Cristo, la hallaremos en el disfrute del reino en la era venidera. Esto significa que si los creyentes permiten a su alma obtener su disfrute en esta era, harán que su alma sufra la pérdida de su disfrute en la era venidera del reino. Pero si permiten que su alma sufra la pérdida de su disfrute en esta era por causa del Señor, harán posible que su alma tenga su disfrute en la era venidera del reino. Entonces, ellos participarán del gozo del Señor al reinar sobre la tierra (25:21, 23).

(a) La realidad de negarnos al yo y de llevar la cruz

  Que los creyentes pierdan la vida de su alma es la realidad de negarse al yo y de llevar la cruz. La vida del alma está corporificada en el yo. Negarnos a nosotros mismos significa perder la vida de nuestra alma. Llevar la cruz es hacer morir el yo, la vida del alma. Identificarnos con la muerte de Cristo es llevar la cruz, y llevar la cruz es negarnos a nuestra vida del alma.

(b) Experimentar la muerte de Cristo

  Que los creyentes pierdan la vida de su alma equivale a que ellos experimenten la muerte de Cristo. Quienes han creído en Cristo han sido crucificados (aniquilados) con Él. Después de haber sido orgánicamente unidos a Él por medio de la fe, ellos deben permanecer en la cruz, manteniendo su viejo hombre bajo el efecto aniquilador de la cruz (Ro. 6:3; Col. 2:20). Esto es ser partícipes de la crucifixión de Cristo. Al permanecer en esta crucifixión, este aniquilamiento, experimentamos la muerte de Cristo en términos subjetivos, esto es, perdemos nuestra vida del alma.

(c) No vivir en su vida natural

  Perder la vida del alma es ya no vivir en nuestra vida natural. El alma está estrechamente vinculada a la vida natural. Es necesario tratar con nuestra vida natural al perder nuestra vida del alma. Todo cuanto pertenece a la vida natural y sus hábitos tiene que ser desechado. Cuando hayamos hecho morir nuestra vida natural, entonces perderemos nuestra vida del alma.

(d) Aborrecer (no amar más que al Señor) a sus padres, madres, esposas, hijos, hermanos, hermanas, y aun la vida de su alma

  Para los creyentes, perder su vida del alma consiste en aborrecer (no amar más que al Señor, Mt. 10:37) a sus padres, madres, esposas, hijos, hermanos, hermanas, y aun la vida de su alma. En Mateo 10:37 el Señor Jesús dice: “El que ama a padre o madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que ama a hijo o hija más que a Mí, no es digno de Mí”. Nuestro amor por el Señor debe ser absoluto. No debemos amar nada ni a nadie en mayor grado que a Él. No hay nadie más digno de nuestro amor que Él, y nosotros debemos ser dignos de Él.

  En Lucas 14:26 el Señor Jesús dice: “Si alguno viene a Mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun la vida de su alma, no puede ser Mi discípulo”. Según lo dicho por el Señor aquí, debemos aborrecer a quienes amamos, no a quienes odiamos. Especialmente debemos aborrecernos a nosotros mismos, incluso nuestra vida del alma. Lo que amamos con respecto a nosotros mismos mayormente no está relacionado con nuestro espíritu o nuestro cuerpo, sino con nuestra alma. En 14:26 el Señor claramente dice que si no aborrecemos nuestra vida del alma, no podemos ser Sus discípulos. Una prueba genuina de que buscamos al Señor es que aborrecemos nuestra vida del alma.

(e) A fin de salvar su alma

  Perder nuestra vida del alma en esta era tiene por finalidad salvar nuestra alma en la era venidera. Cuando el Señor Jesús regrese, Él ejecutará Su juicio sobre todos los creyentes. En aquel tiempo, se tomará una decisión con respecto a si hemos de sufrir cierto castigo dispensacional. Que nuestra alma sea salva significa que ella es salva del castigo dispensacional en la era venidera y, en lugar de sufrir castigo, participa en el gozo del Señor. Que un creyente tenga que padecer el castigo dispensacional en la era venidera significa que él pierde su vida del alma.

  En 1 Pedro 1:9 se nos dice: “Obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas”. Aquí la salvación es la salvación completa, la salvación que tiene tres etapas: la etapa inicial, la etapa progresiva y la etapa de compleción. Nuestro espíritu fue salvo por medio de la regeneración (Jn. 3:5-6). Nuestro cuerpo será salvo, redimido, por medio de la transfiguración venidera (Ro. 8:23; Fil. 3:21). Nuestra alma será salva mediante los sufrimientos e introducida al pleno disfrute del Señor en Su manifestación, Su regreso. Por esta causa tenemos que negarnos a nuestra alma, a la vida de nuestra alma, con todos sus placeres en esta era, para poder ganarla en el disfrute del Señor en la era venidera (Mt. 10:37-39; 16:24-27; Lc. 17:30-33; Jn. 12:25). Cuando el Señor se manifieste, algunos creyentes, después de comparecer ante Su tribunal, entrarán en el gozo del Señor (Mt. 25:21, 23; 24:45-46), y otros sufrirán el llanto y el crujir de dientes (25:30; 24:51). Entrar en el gozo del Señor es la salvación de nuestras almas (He. 10:39).

  Cuando el Señor Jesús regrese, nuestra alma será salva de la esfera de los sufrimientos al ser introducida en la esfera del consuelo. En esto consistirá la salvación completa de nuestra alma. Por tanto, esperamos la manifestación del Señor Jesús. Cuando Él regrese hemos de ser rescatados de la esfera de los sufrimientos para ser introducidos en la esfera del disfrute. En esa esfera habremos de tener el pleno disfrute del Dios Triuno y de todo lo que Él es, tiene, ha logrado, alcanzado y obtenido. Ésta es la salvación de nuestras almas que está lista para ser revelada a nosotros en el tiempo postrero.

(7) Haber muerto con Cristo a los rudimentos del mundo: las ordenanzas mundanas según enseñanzas de hombres

  Como aquellos que son configurados a la muerte de Cristo, hemos muerto con Cristo a los rudimentos del mundo: las ordenanzas mundanas según enseñanzas de hombres. Toda religión tiene ordenanzas, normas, reglas y códigos. Éstas son ordenanzas religiosas enseñadas por los hombres. En Cristo hemos muerto a todas estas cosas.

  En Colosenses 2:20-22 Pablo dice: “Si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a ordenanzas (no manejes, ni gustes, ni aun toques; cosas que todas se destruyen con el uso), en conformidad a mandamientos y enseñanzas de hombres?”. Los rudimentos del mundo incluyen las prácticas religiosas judías, las ordenanzas paganas y la filosofía; también incluyen el gnosticismo, el ascetismo y el misticismo. Los rudimentos del mundo son los principios rudimentarios que rigen la sociedad propia de este mundo, es decir, los principios rudimentarios inventados por la humanidad y practicados en la sociedad. Con Cristo hemos muerto a estos rudimentos del mundo. Cuando Cristo fue crucificado, nosotros también fuimos crucificados. En Su crucifixión fuimos liberados de los principios rudimentarios del mundo.

  A fin de ser configurados a la muerte de Cristo es necesario que llevemos la cruz, que nuestro viejo hombre sea crucificado, que crucifiquemos la carne con sus pasiones y concupiscencias, que hagamos morir los hábitos del cuerpo, que nos neguemos al yo, que perdamos la vida del alma y que experimentemos haber muerto con Cristo a los rudimentos del mundo. Es necesario poner fin a seis cosas negativas: el viejo hombre, el cuerpo de pecado, la carne con sus pasiones y concupiscencias, los hábitos del cuerpo, el yo y la vida del alma. Ninguna de estas cosas puede permanecer en el molde de la muerte de Cristo, pues la muerte de Cristo las elimina, las aniquila, las anula. Por tanto, no queda vestigio alguno de estas seis cosas en el molde de la muerte de Cristo. En realidad, ser configurados a la muerte de Cristo consiste en darle fin a estas seis cosas negativas. Cuanto más estas cosas son aniquiladas, más somos configurados a la muerte de Cristo a fin de que podamos ser conformados a Su imagen como Hijo primogénito de Dios. El Hijo primogénito de Dios posee humanidad, pero no tiene el viejo hombre, el cuerpo de pecado, la carne con sus pasiones y concupiscencias, los hábitos del cuerpo, el yo ni la vida del alma. A fin de ser conformados a la imagen de Cristo, tenemos que ser aniquilados por la cruz y, de este modo, ser configurados a Su muerte.

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