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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 172-188)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE CIENTO SETENTA Y DOS

LOS CREYENTES: SU PRESENTE

(57)

  En la etapa progresiva de la salvación completa de Dios, la etapa de la transformación, los creyentes experimentan la impartición de la Trinidad Divina en muchos aspectos. Estos aspectos incluyen servir a Dios y adorarle, trabajar y laborar para el Señor, no amar al mundo, vencer a Satanás el diablo, pelear la buena batalla y correr el curso completo de la carrera. Todo esto puede ser llevado a cabo únicamente por la impartición de la Trinidad Divina, por la infusión y transfusión en nosotros de las riquezas del Dios Triuno procesado. Podríamos enseñar estos asuntos sin llegar a tocar la fuente de la fortaleza, energía y capacidad requeridas para llevarlos a cabo. La fuente es el disfrute que tenemos de la impartición del Dios Triuno procesado a nuestro ser. Por esta razón, debemos contactar la Trinidad Divina. Debemos permanecer en Su presencia, tener comunión con Él e, incluso, orar con ayuno a fin de recibir mayor impartición de la esencia divina a nuestro ser a fin de que podamos servir a Dios y adorarle, trabajar y laborar para el Señor, no amar al mundo, vencer a Satanás, pelear la buena batalla y correr el buen curso de la carrera. Para todas estas cosas tenemos necesidad de la impartición del Dios Triuno, la transfusión de Sus riquezas a nuestro ser.

g. Obtener provecho de todo cuanto forma parte de sus circunstancias y su entorno

  Los seis asuntos anteriormente tratados —servir y adorar a Dios, trabajar y laborar para el Señor, no amar el mundo, vencer a Satanás, pelear la buena batalla y correr el curso de la carrera— pertenecen a una misma categoría. Ahora abordaremos una segunda categoría de aspectos en los cuales los creyentes experimentan la impartición de la Trinidad Divina, a saber: los creyentes obtienen provecho de todo cuanto forma parte de sus circunstancias y su entorno. Día tras día no podemos ser ajenos a nuestras circunstancias y nuestro entorno. En todas nuestras circunstancias y nuestro entorno enfrentamos muchas cosas, muchos asuntos y muchas personas. Según el designio y disposición de parte de Dios, todas estas cosas, asuntos y personas son usados por Dios para nuestro bien. Por tanto, obtenemos provecho de todas las cosas que conforman nuestras circunstancias y nuestro entorno.

(1) Todas las cosas cooperan para el bien de aquellos que aman a Dios y son llamados conforme a Su propósito

  Romanos 8:28 dice: “Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados”. En el griego la expresión aquí traducida “todas las cosas” se refiere a todos los asuntos, todas las personas y todas las cosas. Dios el Padre es soberano, y Él dispone todas las cosas. Él sabe qué es lo que necesitamos. En Su soberanía Él hace que todas las cosas, todos los asuntos y todas las personas cooperen para el bien de aquellos que le aman y que Él llamó, con la finalidad de cumplir Su propósito.

  Dios determinó de antemano nuestro destino, y este destino no se cumpliría sin el ordenamiento divino que hace que todas las cosas cooperen para nuestro bien. Nuestro destino es ser conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios (v. 29). Todavía no hemos sido plenamente conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios, pero Dios el Padre hace que todas las cosas cooperen para bien a fin de cumplir Su propósito, el cual consiste en obtener muchos hijos conformados a la imagen del Hijo primogénito.

  Debido a que el propósito de Dios es introducirnos en la plena filiación, debemos crecer. Ciertamente el crecimiento procede del nutrimento interno, pero este nutrimento requiere de la colaboración del entorno externo; por tanto, es necesario que, en Su soberanía, Dios disponga nuestro entorno de modo que todas las cosas cooperen para nuestro bien conforme a Su propósito.

  Los creyentes fueron llamados por Dios conforme a Su propósito. En Romanos 8:28 la palabra propósito equivale a plan. El propósito de Dios es Su plan, y Su plan consiste en que seamos conformados a la imagen de Su Hijo a fin de que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos. El Hijo primogénito de Dios es el prototipo, y nosotros somos Su reproducción en serie. Cristo es el modelo, el molde y el patrón. Dios nos puso a todos en Él a fin de que seamos moldeados a la imagen de Su Hijo primogénito. A la postre, todos seremos conformados a este molde. Hemos sido predestinados para ser conformados a la imagen del Hijo de Dios a fin de que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos. En esto consiste el propósito de Dios.

  Ya hemos sido llamados por Dios en conformidad con Su propósito; sin embargo, todavía es necesario que cooperemos con el llamamiento de Dios al amarle. Si no le amamos, entonces todas las cosas no cooperarán para bien, incluso cuando hayamos sido llamados por Dios. Esto significa que si no amamos a Dios, todas las cosas no cooperarán para nuestro bien. Por ejemplo, si usted ama a Dios y se enferma, su enfermedad cooperará para bien; pero si usted se enferma y no ama a Dios, su enfermedad no le será de aprovecho. Que las cosas, asuntos y personas en nuestro entorno cooperen para nuestro bien dependerá de si amamos a Dios o no. Si le amamos, Él hará que todas las cosas cooperen para nuestro bien.

(2) Nadie ni nada, sea esto tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada, muerte, vida, ángeles, principados, lo presente, lo por venir, potestades, lo alto, lo profundo o ninguna otra cosa creada, puede separarlos del amor de Dios, el amor de Cristo

  En Romanos 8:35 Pablo pregunta: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?”. En los versículos 38 y 39 él declara: “Estoy persuadido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni potestades, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Nadie puede apartarnos del amor de Dios. Una vez que Él nos ama, nos ama para siempre con un amor eterno. Nada puede separarnos de Él. Debido a que Él nos ama y debido a que somos Sus amados, tarde o temprano hemos de ser santificados, transformados, conformados y glorificados.

  En Romanos 8 Pablo nos conduce al amor de Dios. Después de todo, nuestra seguridad no solamente reside en la justicia de Dios, en Su santidad y en Su gloria, sino también en Su amor. El amor es el corazón de Dios. El amor de Dios emana de Su corazón. La justicia es el proceder de Dios, la santidad es la naturaleza de Dios, la gloria es la expresión de Dios y el amor es el corazón mismo de Dios. Por tanto, Pablo, en el libro de Romanos, después de haber presentado la justicia de Dios, la santidad de Dios y la gloria de Dios, nos lleva al corazón de amor de Dios.

  Antes de actuar conforme a Su justicia, santidad y gloria, Dios nos amó. El amor fue la fuente, el amor fue la raíz y el amor fue el origen de todo. Dios nos amó antes de predestinarnos, Él nos amó antes de llamarnos, Él nos amó antes de justificarnos y Él nos amó antes de glorificarnos. Antes de todo y de cualquier cosa, Él nos amó. Nuestra salvación se originó con el amor de Dios. El amor es la fuente de todo cuanto Dios hace por nosotros, y este amor es Su corazón. El amor fue la fuente de la salvación eterna efectuada por Dios, la cual incluye la redención, la justificación, la reconciliación, la santificación, la transformación, la conformación y la glorificación. La salvación comenzó con el corazón de amor de Dios.

  El amor de Dios no es solamente la fuente de nuestra salvación, sino también la seguridad de nuestra salvación. Después que la salvación de Dios ha sido plenamente lograda, Su amor seguirá siendo nuestra seguridad. Por tanto, la seguridad eterna es el amor de Dios. Dios es por nosotros debido a que desde la eternidad Él nos amó de corazón. Por tanto, Su amor es nuestra seguridad.

  Al igual que Pablo, podemos estar persuadidos de que nada puede separarnos del amor de Dios, pues este amor no es algo que derive de nosotros ni que dependa de nosotros. Este amor deriva de Dios mismo y depende de Él. Además, este amor no fue iniciado por nosotros; más bien, fue iniciado por Dios en la eternidad. Por esta razón, Pablo tenía la firme convicción de que nada puede separarnos del amor de Dios, el cual es en Cristo Jesús nuestro Señor.

  En Romanos 8:39, la frase en Cristo Jesús Señor nuestro es muy significativa. Pablo incluyó esta frase porque sabía que se produciría un problema si el amor de Dios se hubiera manifestado aparte de Cristo Jesús. Aparte de Cristo Jesús incluso un pequeño pecado, como enojarse, nos separaría del amor de Dios. Sin embargo, el amor de Dios no es meramente el amor de Dios en sí mismo, sino el amor de Dios que es en Cristo Jesús. Debido a que el amor de Dios es en Cristo Jesús, todo está asegurado, y podemos tener plena certeza que nada puede separarnos de tal amor.

(3) Se les da muerte, contados como ovejas de matadero, pero en todas estas cosas son más que vencedores por medio de Aquel que los amó

  Romanos 8:36 y 37 dicen: “Según está escrito: ‘Por Tu causa somos muertos todo el día; somos contados como ovejas de matadero’. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó”. En lugar de ser derrotados, somos más que vencedores porque Dios nos ama. Si bien somos muertos y somos contados como ovejas de matadero, no obstante, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Nuestra victoria depende íntegramente del amor de Dios. Por medio de Aquel que nos ama no solamente podemos vencer, sino que podemos ser vencedores. Prevalecemos sobre todas las cosas, incluso sobre la muerte.

(4) En nada son avergonzados, sino que Cristo es magnificado en su cuerpo, sea por vida o por muerte

  En Filipenses 1:20 Pablo dice: “Conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte”. La expectativa de Pablo era no ser avergonzado en nada, es decir, no ser derrotado por sus circunstancias o su entorno. Además, Pablo tenía la expectativa de que Cristo sería magnificado en él, sea por vida o por muerte. Esto indica que independientemente de cuáles fuesen sus circunstancias, Pablo tenía la expectativa de que Cristo fuese magnificado en él.

  Cuando Pablo sufría en su cuerpo, Cristo era magnificado, es decir, era mostrado o declarado grande (ilimitado), exaltado y loado. Por tanto, magnificar a Cristo es expresar al Cristo ilimitado. Es dar a conocer a los demás que el Cristo que vive en nosotros es ilimitado. Incluso cuando era maltratado en prisión, Pablo podía exhibir la ilimitada grandeza de Cristo. Él expresó, exhibió, exaltó y loó a Cristo. Él era un testigo viviente de Cristo, quien daba testimonio de Su capacidad, poder, paciencia, amor y sabiduría, todo ello sin medida. Como creyentes, debemos ser como una lupa en relación con Cristo, de modo que otros puedan ver a Cristo magnificado a través de nosotros.

  En 1:20 Pablo declara que Cristo sería magnificado en él, sea por vida o por muerte. Independientemente de lo que él tuviera que confrontar —la oportunidad de seguir viviendo o de morir como mártir—, Pablo esperaba magnificar a Cristo. En su vivir Pablo magnificó a Cristo. Esto es magnificar a Cristo por vida. Mientras esperaba morir como mártir, él también magnificó a Cristo. Esto es magnificar a Cristo por muerte. Por tanto, ya sea por vida o por muerte, Cristo fue magnificado en el cuerpo de Pablo. Asimismo, mientras experimentamos la impartición del Dios Triuno procesado, no somos avergonzados en nada, sino que Cristo es magnificado en nosotros.

(5) Son bienaventurados por padecer persecución por causa de la justicia, porque de los tales es el reino de los cielos

  Mateo 5:10 dice: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. El mundo entero está bajo el maligno (1 Jn. 5:19) y lleno de injusticia. Todo aspecto del mundo es injusto. Si tenemos hambre y sed de justicia, padeceremos persecución por causa de la justicia. Debemos pagar cierto precio por la justicia que buscamos por causa del reino de los cielos. Si somos justos, habremos de ser condenados, opuestos y perseguidos. Por tanto, hemos de padecer persecución.

  Mateo 5:10 afirma que quienes son perseguidos por causa de la justicia son bienaventurados “porque de ellos es el reino de los cielos”. Si pagamos un precio por buscar la justicia, el reino de los cielos llega a ser nuestro. Hoy estamos en su realidad, y en la era venidera seremos recompensados con su manifestación. Según Mateo 5:20, a fin de estar en el reino de los cielos, tenemos necesidad de la justicia insuperable, la justicia del más elevado nivel. A fin de entrar en la manifestación del reino de los cielos tenemos necesidad de esta clase de justicia; por tanto, debemos tener hambre y sed de tal justicia, y ser perseguidos por causa de ella.

  Si padecemos persecución por causa de la justicia, es nuestro el reino de los cielos. Padecer por causa de la justicia es una condición para participar en el reino de los cielos. Si no permanecemos en la justicia, estamos fuera del reino; pero si permanecemos en la justicia, estamos en el reino, porque el reino está íntegramente relacionado con la justicia. En la medida que buscamos la justicia, debemos estar preparados para enfrentar persecuciones. Hemos de ser perseguidos por causa de la justicia.

(6) Son bienaventurados al ser vituperados, perseguidos y calumniados por causa de Cristo, pues su recompensa es grande en los cielos

  En Mateo 5:11 el Señor Jesús dice: “Bienaventurados sois cuando por Mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo”. La persecución mencionada en el versículo 10, por causa de la justicia, se debe a que buscamos la justicia; la persecución mencionada en el versículo 11 directamente se debe a Cristo, a que le seguimos a Él.

  Cuando vivimos para el reino de los cielos, en su naturaleza espiritual y conforme a sus principios celestiales, seremos vituperados, perseguidos y calumniados, principalmente por las personas religiosas, quienes se aferran a sus conceptos religiosos y tradicionales. Los judíos fanáticos les hicieron todo esto a los apóstoles en los primeros días del reino de los cielos (Hch. 5:41; 13:45, 50; 2 Co. 6:8; Ro. 3:8). Esto también se aplica a nuestros días. Si buscamos a Cristo y le seguimos, muchos en la religión se levantarán contra nosotros.

  En Mateo 5:12 el Señor Jesús da palabras de aliento a quienes son perseguidos por Su causa al decirles: “Regocijaos y exultad, porque vuestra recompensa es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”. Esta recompensa es grande y está en los cielos. Es una recompensa celestial, y no terrenal.

(7) Son bienaventurados por ser vituperados en el nombre de Cristo, porque el Espíritu de gloria, que es el de Dios, reposa sobre ellos

  En 1 Pedro 4:14 se nos dice: “Si sois vituperados en el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el Espíritu de gloria, que es el de Dios, reposa sobre vosotros”. Aquí “en el nombre de Cristo” en realidad es en la persona de Cristo, en Cristo mismo, porque el nombre denota la persona. Los creyentes están en Cristo (1 Co. 1:30) y son uno con Él (6:17), puesto que creyeron en Cristo (Jn. 3:15) y fueron bautizados en Su nombre (Hch. 19:5), es decir, en Él mismo (Gá. 3:27). Cuando ellos son vituperados en el nombre de Cristo, son vituperados con Él, y así participan de Sus padecimientos, en la comunión de Sus padecimientos (Fil. 3:10).

  La razón por la cual las persecuciones que padecemos son los sufrimientos de Cristo es que padecemos en el nombre de Cristo. Según lo dicho por Pedro, somos bienaventurados si somos vituperados en el nombre de Cristo. No piensen que es una maldición ser vituperados en el nombre de Cristo; al contrario, esto es ser bienaventurados.

  Si somos vituperados en el nombre de Cristo, “el Espíritu de gloria, que es de Dios” reposa sobre nosotros. En el griego, 1 Pedro 4:14 literalmente dice “el Espíritu de gloria y de Dios”. El Espíritu de gloria es el Espíritu de Dios. Cristo fue glorificado en Su resurrección mediante el Espíritu de gloria (Ro. 8:11). Este mismo Espíritu de gloria, por ser el Espíritu de Dios mismo, reposa sobre los creyentes que sufren al ser perseguidos, para la glorificación del Cristo resucitado y exaltado, quien ahora está en la gloria. Cuanto más sufrimos y somos perseguidos, más gloria habrá sobre nosotros. Por tanto, debemos regocijarnos cuando seamos reprendidos en el nombre de Cristo, porque el Espíritu de gloria reposa sobre nosotros.

(8) Ellos se regocijan porque son tenidos por dignos de ser ultrajados por causa del Nombre de Jesús

  Cuando los creyentes experimentan la impartición de la Trinidad Divina, ellos pueden regocijarse porque han sido tenidos por dignos de ser ultrajados por causa del nombre de Jesús. En Hechos 5 los apóstoles fueron azotados, y se les ordenó que no hablasen en el nombre de Jesús (v. 40). “Ellos salieron de la presencia del sanedrín, regocijándose porque habían sido tenidos por dignos de ser ultrajados por causa del Nombre” (v. 41). Ser ultrajados por causa del Nombre es padecer una afrenta por causa del Nombre. Es un verdadero honor ser ultrajados por causa del Nombre, el propio nombre de Jesús, quien fue menospreciado por el hombre pero enaltecido por Dios. Por consiguiente, los que sufrieron la afrenta se regocijaron de haber sido tenidos por dignos de ello.

(9) Se glorían en las tribulaciones

  En virtud de experimentar la impartición divina, los creyentes también pueden gloriarse “en las tribulaciones” (Ro. 5:3). La palabra griega traducida “gloriarse” también tiene el significado de exultar y jactarse; por tanto, podemos gloriarnos, exultar, jactarnos, en las tribulaciones.

  Debido a que nuestro ser natural debe ser santificado, transformado y conformado, Dios permite ciertas tribulaciones y padecimientos por nuestro bien. Esto es revelado claramente en Romanos 8:28-29, donde se nos dice que Dios hace que todas las cosas cooperen para bien a fin de que seamos conformados a la imagen de Su Hijo. Por tanto, las tribulaciones y los sufrimientos tienen por finalidad nuestra transformación.

  Tal vez sintamos aprecio por la paz, la gracia y la gloria, pero no por las tribulaciones. Las tribulaciones en realidad son la encarnación de la gracia con todas las riquezas de Cristo. Esto es parecido a la encarnación de Dios en Jesús. Aparentemente, Él era simplemente el hombre Jesús; en realidad, Él era Dios. Aparentemente nuestro entorno está conformado por tribulaciones; en realidad, es la gracia. Si leemos detenidamente Romanos 5, veremos que la tribulación no está en el mismo nivel que la gracia, pues está bajo la gracia. En realidad la tribulación es una visitación de la gracia. Esto significa que rechazar la tribulación es rechazar la gracia. La tribulación es la encarnación de la gracia que nos visita. La gracia —la cual es Dios mismo como porción que nos ha sido dada para nuestro disfrute— con frecuencia nos visita en forma de tribulaciones. Si comprendemos esto y experimentamos la impartición del Dios Triuno procesado, nos gloriaremos en nuestras tribulaciones.

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