
En este mensaje abordaremos otros aspectos del arrebatamiento de los creyentes.
Cuando los creyentes sean arrebatados, la mayoría de ellos —los cuales han fallecido a lo largo de todas las generaciones—, serán resucitados de entre los muertos. Esta mayoría está representada por las diez vírgenes mencionadas en Mateo 25:1-12. Mateo 25:1 dice: “Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que, tomando sus lámparas, salieron al encuentro del novio”. Aquí el número diez representa a la mayoría de los creyentes. La totalidad de los creyentes está representada por el número doce. Los dos restantes aparecen en Mateo 24:40-42. Cuando el Señor Jesús regrese, los creyentes pertenecerán a una de las dos categorías representadas por el número dos en Mateo 24 y por el número diez en Mateo 25. Debido a que los dos hombres y las dos mujeres estaban trabajando, ellos representan a los creyentes que estén vivos cuando el Señor regrese. En cambio, las diez vírgenes estaban todas dormidas, lo cual indica que la mayoría de los creyentes habrán fallecido para el tiempo cuando el Señor regrese. En Mateo 25:1-12 el Señor Jesús trata sobre lo que sucederá con la mayoría de creyentes, los cuales habrán muerto antes de Su venida.
Las vírgenes representan a los creyentes en el aspecto de la vida (2 Co. 11:2). Los creyentes son como vírgenes puras que llevan el testimonio del Señor (la lámpara) en la era oscura y salen del mundo al encuentro del Señor. Para esto necesitan que el Espíritu no sólo more en ellos, sino que también los llene.
En Mateo 25:1 las lámparas representan el espíritu de los creyentes (Pr. 20:27), el cual contiene al Espíritu de Dios como aceite (Ro. 8:16). Los creyentes irradian la luz del Espíritu de Dios desde el espíritu de ellos. De esta manera, llegan a ser la luz del mundo, como lámparas que resplandecen en la oscuridad de este siglo (Mt. 5:14-16; Fil. 2:15-16) a fin de ser el testimonio del Señor para la glorificación de Dios.
En 25:1 vemos que las vírgenes “salieron al encuentro del novio”. Esto significa que los creyentes salen del mundo al encuentro del Cristo que viene hacia ellos. El novio representa a Cristo, quien es la persona más agradable y atractiva (Jn. 3:29; Mt. 9:15). Por tanto, los creyentes son las vírgenes que salen, y el Señor es el Novio que viene.
Mateo 25:5 dice: “Y tardándose el novio, cabecearon todas y se durmieron”. El Señor verdaderamente ha demorado Su venida. En Apocalipsis Él prometió venir pronto, pero ya han pasado unos dos mil años y Él todavía demora Su venida. A causa de esta demora, las vírgenes “cabecearon todas y se durmieron”. Aquí, “cabecearon” significa enfermarse (Hch. 9:37; 1 Co. 11:30), y “se durmieron” denota la muerte (1 Ts. 4:13-16; Jn. 11:11-13). Mientras el Señor demora Su venida, la mayoría de los creyentes se enfermarán y luego morirán.
Mateo 25:6 dice: “Y a la medianoche se oyó un grito: ¡He aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!”. La medianoche representa el momento más oscuro de esta era de tinieblas (la noche). Aquel tiempo será el fin de esta era, el tiempo de la gran tribulación. “Un grito” se refiere a la voz del arcángel (1 Ts. 4:16).
A continuación Mateo 25:7 dice: “Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas”. Aquí “se levantaron” hace referencia a la resurrección de entre los muertos (1 Ts. 4:14). Ésta es la resurrección predicha en 1 Tesalonicenses 4:16 y 1 Corintios 15:52.
Después que las vírgenes se levantaron, “arreglaron sus lámparas”. Esto significa que las vírgenes se ocuparon de su testimonio en vida e indica que en cuanto a nuestra vida para el testimonio del Señor si no hemos sido perfeccionados antes de nuestra muerte, tendremos que serlo después de la resurrección.
Mateo 25:2 dice acerca de las vírgenes que “cinco de ellas eran insensatas y cinco prudentes”. El número cinco se compone de cuatro más uno, lo cual significa que la responsabilidad reposa en el hombre (representado por el número cuatro) al cual ha sido añadido Dios (representado por el número uno). El hecho de que cinco sean insensatas y que cinco sean prudentes no indica que la mitad de los creyentes es insensata y que la otra mitad es prudente. Indica que todos los creyentes tienen la responsabilidad de ser llenos del Espíritu de Dios.
El versículo 4 nos dice que “las prudentes tomaron aceite en sus vasijas”. El hombre es un vaso hecho para Dios (Ro. 9:21, 23-24), y su personalidad está en su alma. Por tanto, aquí las vasijas representan las almas de los creyentes. Las cinco vírgenes prudentes no sólo tienen aceite en sus lámparas, sino que también toman aceite en sus vasijas. El hecho de que tengan aceite en sus lámparas significa que el Espíritu de Dios mora en su espíritu (8:9, 16), y el hecho de que tomen aceite en sus vasijas significa que el Espíritu de Dios llena y satura sus almas.
El Nuevo Testamento revela que nuestro espíritu es el lugar donde el Espíritu Santo mora. Según Romanos 9, somos vasos hechos por Dios. Nuestro ser, nuestra personalidad, está en nuestra alma. Por tanto, el vaso en este versículo representa al alma. Mediante la regeneración tenemos el Espíritu de Dios en nuestro espíritu. Esto hace que nuestra lámpara arda. Pero la cuestión es si tenemos, o no, la porción adicional del Espíritu Santo requerida para llenar nuestra alma. Aunque tenemos aceite en nuestra lámpara, todavía tenemos necesidad de la porción adicional de aceite en nuestra alma. Esto significa que el Espíritu tiene que propagarse desde el interior de nuestro espíritu a todas las partes de nuestra alma. Entonces en nuestra alma hemos de tener una cantidad adicional del Espíritu Santo. Si tenemos esta porción adicional, somos prudentes. Sin esta porción adicional del Espíritu, no podemos velar ni estar preparados. A fin de velar y estar preparados, es preciso que seamos llenos del Espíritu Santo, esto es, que el Espíritu mismo se extienda desde nuestro espíritu a todas las partes de nuestro ser.
Mateo 25:10 dice: “Las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta”. “Las que estaban preparadas” debe de referirse a los invitados a la cena de las bodas del Cordero (Ap. 19:9). Debemos estar preparados (Mt. 24:44) al siempre tener aceite en nuestra vasija, al estar siempre llenos del Espíritu de Dios en todo nuestro ser. La fiesta de bodas hallada en Mateo 25:10, la cena de las bodas del Cordero, se realizará en los aires (1 Ts. 4:17) durante el transcurso de la venida del Señor. Por tanto, sucederá antes de la manifestación del reino y será un disfrute mutuo con el Señor a manera de recompensa que será dada a los creyentes que estén preparados, es decir, que estén equipados por haber sido llenos del Espíritu Santo antes de morir. Después que quienes hayan estado preparados entren con el Novio en la fiesta de bodas, la puerta será cerrada. Ésta no es la puerta de la salvación, sino la puerta por la cual uno entra en el disfrute de las bodas del Señor.
Mateo 25:3 dice: “Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite”. El aceite representa al Espíritu de Dios (Is. 61:1; He. 1:9). Las vírgenes insensatas sólo tenían aceite en la lámpara, mas no tenían la porción adicional de aceite en sus vasijas. Aparte de poseer el Espíritu que las regeneró, ellas no fueron llenas del Espíritu, esto es, no tenían la porción adicional del Espíritu Santo.
El versículo 8 dice: “Las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan”. Lo dicho aquí implica que aun después de que los creyentes insensatos sean resucitados, todavía necesitarán que el Espíritu de Dios los llene. La expresión se apagan es prueba de que las lámparas de las vírgenes insensatas estaban encendidas, pues contenían aceite, pero no tenían una provisión suficiente. Las vírgenes insensatas representan a los creyentes que son regenerados por el Espíritu de Dios y en los cuales mora el Espíritu de Dios, pero que no han sido llenos del Espíritu de Dios para que todo su ser esté saturado de Él.
El versículo 9 añade: “Mas las prudentes respondieron diciendo: Podría ser que no haya suficiente para nosotras ni para vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas”. Esto indica que nadie puede llenarse del Espíritu Santo en lugar de otros. Podemos prestarnos muchas cosas, pero no podemos prestarnos el ser llenos del Espíritu Santo. Esto puede compararse con el comer. Nadie puede comer por otro.
Las vírgenes prudentes le dijeron a las insensatas que acudieran a los que venden aceite y comprasen para ellas mismas. Los que venden deben de ser los dos testigos que aparecen durante la gran tribulación, es decir, los dos olivos y los dos hijos de aceite (Ap. 11:3-4; Zac. 4:11-14). Durante la gran tribulación, los dos hijos de aceite, Moisés y Elías, vendrán a ayudar al pueblo de Dios.
Comprar indica que es necesario pagar un precio. Para ser lleno del Espíritu Santo hay que pagar un precio, tal como renunciar al mundo, negarnos a nosotros mismos, amar al Señor por encima de todo y estimar todas las cosas como pérdida por amor de Cristo. Si hoy en día no pagamos este precio, tendremos que pagarlo después de resucitar. Quienes no pagan el precio requerido, no tienen la porción adicional del Espíritu Santo. A la postre, las vírgenes insensatas comprenderán que tienen que amar al Señor con todo su corazón y su alma. Ellas verán que es necesario que renuncien al mundo y se nieguen a sí mismas.
Las insensatas que no tomaron aceite en sus vasijas ni estaban preparadas para cuando el Señor Jesús vino, se perderán la fiesta de bodas del Cordero. Con respecto a la fiesta de bodas, Mateo 25:11-12 dice: “Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco”. Que las vírgenes insensatas vinieran más tarde hace referencia al arrebatamiento tardío de los creyentes resucitados. Ellas pagaron el precio por la porción adicional de aceite, pero adquirieron el aceite demasiado tarde. El tiempo reviste gran importancia aquí, pues cuando ellas vinieron, la puerta estaba cerrada.
Cuando las vírgenes insensatas le pidieron al Señor que les abriera la puerta, Él les dijo: “No os conozco”. Aquí, la expresión no os conozco indica que no los reconoce, no los apruebo, como en Lucas 13:25; Juan 1:26, 31 y 8:19. Las vírgenes insensatas tenían sus lámparas encendidas, salieron al encuentro del Señor, murieron y fueron resucitadas y arrebatadas, pero tardaron en pagar el precio para que el Espíritu Santo las llenara. Debido a esto el Señor no las quiso reconocer, o aprobar, para que así no participaran en las bodas. Ellas pierden esta recompensa dispensacionalmente, pero no su salvación eterna.
En 1 Tesalonicenses 4:15 Pablo dice: “Por lo cual os decimos esto en virtud de la palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron”. La palabra griega traducida “venida” es parousía, que significa “presencia”. La venida de Cristo será Su presencia junto con Sus creyentes. Según el Nuevo Testamento, la parusía del Señor, Su presencia, tendrá lugar durante un período de tiempo. Esta parusía se iniciará a partir del tiempo en que los vencedores serán arrebatados al trono, continuará con la venida del Señor al aire (Ap. 10:1) y culminará con Su venida a la tierra (Mt. 24:30; Ap. 1:7). Durante el transcurso de Su parusía tendrá lugar el arrebatamiento de la mayoría de los creyentes al aire (1 Ts. 4:15-17), el establecimiento del tribunal de Cristo (2 Co. 5:10) y las bodas del Cordero (Ap. 19:7-9).
En 1 Tesalonicenses 4:16b se nos dice: “Los muertos en Cristo resucitarán primero”. Los creyentes que murieron, representados por las diez vírgenes, serán los primeros en resucitar y ser arrebatados a la parusía del Señor.
Refiriéndose a la resurrección, en 1 Corintios 15:23 Pablo dijo: “Cada uno en su debido orden: las primicias, Cristo; luego los que son de Cristo, en Su venida”. Los que son de Cristo son los que creen en Cristo, los justos, que serán resucitados para vida al regreso del Señor antes del milenio (Jn. 5:29; Lc. 14:14; 1 Ts. 4:16; 1 Co. 15:52; Ap. 20:4-6).
En Juan 5:28 y 29 el Señor Jesús dice: “Vendrá la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán Su voz y saldrán: los que hicieron lo bueno, a resurrección de vida, y los que practicaron lo malo, a resurrección de juicio”. Aquí tenemos dos clases de resurrecciones físicas. La “resurrección de vida” es la resurrección de los creyentes salvos antes del milenio. Cuando regrese el Señor Jesús, los creyentes que hayan muerto resucitarán para disfrutar la vida eterna. Por tanto, a esta resurrección se le llama la resurrección de vida. Cuando regrese el Señor Jesús, todos Sus creyentes que hayan muerto serán resucitados y, junto con los creyentes que estén vivos, serán llevados a los aires (1 Ts. 4:17). Sin embargo, todos los incrédulos que hayan muerto serán resucitados después del milenio a fin de ser juzgados ante el gran trono blanco (Ap. 20:11-15). Por tanto, a esa resurrección se le llama la resurrección de juicio. Nosotros, los creyentes, disfrutaremos y participaremos en la resurrección de vida, pero los incrédulos sufrirán el juicio de la perdición eterna en la resurrección de juicio.
En Lucas 14:14 el Señor Jesús dice: “Te será recompensado en la resurrección de los justos”. La resurrección de los justos es la resurrección de vida, cuando Dios recompensará a los santos (Ap. 11:18) al regresar el Señor (1 Co. 4:5). Por tanto, la resurrección de los justos es una resurrección con recompensa.
Apocalipsis 20:4b se refiere a quienes “vivieron y reinaron con Cristo mil años”. Aquí la palabra vivieron significa “resucitaron”. En el versículo 5b a esto se le llama “la primera resurrección”. Luego, el versículo 6a añade: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección”. La palabra griega aquí traducida “primera” también puede traducirse “mejor”. La primera resurrección es la mejor. No solamente es la resurrección de vida, sino también la resurrección de recompensa (Lc. 14:14), la superresurrección, es decir, la resurrección extraordinaria, la cual procuraba alcanzar el apóstol Pablo (Fil. 3:11), la resurrección del reinado como recompensa para los vencedores, la cual los capacita para reinar como co-reyes de Cristo en el reino milenario. Por consiguiente, “bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección”. Ésta es la bendición más elevada: heredar el reino manifestado en la tierra e incluso ser reyes en el mismo. Los vencedores resucitados, tales como el hijo varón mencionado en Apocalipsis 12:5 y los mártires tardíos mencionados en 15:2, no serán los únicos que participarán de las bendiciones de la primera resurrección, sino que también los vivos que fueron arrebatados, tales como las primicias en 14:1-5, participarán de esta resurrección. No debiéramos conformarnos meramente con participar de la resurrección general; más bien, debemos aspirar a tener parte en la primera, la mejor, resurrección.
En Filipenses 3:11 Pablo dice: “Si en alguna manera llegase a la superresurrección de entre los muertos”. Aquí “llegase” significa “alcanzase”. La superresurrección de entre los muertos denota la resurrección sobresaliente, la resurrección superior, la cual será un premio para los santos vencedores. Esto significa que es la resurrección que se distingue de la resurrección común, la resurrección con honores, comparable a graduarse con honores. Esta resurrección es una resurrección para ejercer el reinado a manera de recompensa dada a los vencedores a fin de que éstos puedan reinar como co-reyes con Cristo en el reino milenario. Todos los creyentes que mueran en Cristo tendrán parte en la resurrección de entre los muertos cuando el Señor regrese, pero los santos vencedores disfrutarán una porción extra, una porción sobresaliente, de esa resurrección. Ésta es la “mejor resurrección” mencionada en Hebreos 11:35. La mejor resurrección no solamente es la primera resurrección, la resurrección de vida, sino también la resurrección sobresaliente, la resurrección en la cual los vencedores que son del Señor recibirán la recompensa del reino.
Llegar a esta superresurrección significa que todo nuestro ser ha sido resucitado paulatina y continuamente. Dios primero resucitó nuestro espíritu que estaba en una condición de muerte (Ef. 2:5-6); luego, desde nuestro espíritu Él procede a resucitar nuestra alma (Ro. 8:6) y nuestro cuerpo mortal (Ro. 8:11), hasta que todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— sea completamente resucitado a partir de nuestro viejo ser por Su vida y con Su vida. Éste es un proceso en vida por el cual tenemos que pasar hasta que lleguemos a la superresurrección, nuestro premio. Así que, la superresurrección debe ser la meta y el destino de nuestra vida cristiana.
Después que aquellos creyentes que murieron —representados por las diez vírgenes— hayan sido resucitados, entonces los que de entre los creyentes estén vivos —representados por los dos hombres y las dos mujeres en Mateo 24:40-41 y por una de las dos personas mencionadas en Lucas 17:34—, que fueron dejados y que todavía permanezcan para el tiempo de la venida del Señor, serán arrebatados junta y simultáneamente con los que sean resucitados. En 1 Tesalonicenses 4:17 se nos dice: “Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes al encuentro del Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”. Según este versículo, tanto los creyentes que murieron como aquellos que estén vivos serán arrebatados adonde está el Señor. Primero, los muertos serán resucitados, y después, juntamente con ellos seremos arrebatados para reunirnos con el Señor en el aire.
En 1 Tesalonicenses 4:15 Pablo dice “nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron”; y en el versículo 17 vuelve a referirse a “los que vivimos, los que hayamos quedado”. Si consideramos este asunto cuidadosamente, comprenderemos que esto indica, o por lo menos implica, que algunos de los que están vivos no serán dejados. Algunos de ellos desaparecerán. Éstos que todavía estén vivos y que no quedarán son vencedores.
Hay una diferencia entre el arrebatamiento de los vencedores y el arrebatamiento de los creyentes que estén vivos y hayan permanecido hasta la venida del Señor. El arrebatamiento de los vencedores tendrá lugar antes de los últimos tres años y medio, un período conocido como la gran tribulación. En otras palabras, los vencedores serán arrebatados antes de la tribulación (Ap. 3:10); pero aquellos que estén vivos y hayan permanecido serán arrebatados al final de la tribulación, esto es, cuando suene la trompeta final (1 Co. 15:52).
Según 1 Tesalonicenses 4:17, aquellos creyentes que estén vivos y hayan quedado serán arrebatados “en las nubes”.
Aquellos creyentes que hayan permanecido hasta la venida del Señor serán llevados “al encuentro del Señor en el aire” (1 Ts. 4:17). Aquí vemos que hay una diferencia entre el arrebatamiento de los vencedores y el arrebatamiento de aquellos creyentes que estén vivos y hayan quedado hasta la venida del Señor, no solamente en relación con el tiempo de su arrebatamiento, sino también con respecto al lugar adonde serán arrebatados. Según Apocalipsis 12 los vencedores son arrebatados al trono de Dios en el tercer cielo; en cambio, según 1 Tesalonicenses 4, el arrebatamiento de aquellos que estén vivos y hayan quedado será en las nubes en el aire.
La mayoría de los creyentes —tanto de los que murieron y fueron resucitados como también de los que estén vivos a la venida del Señor— después de ser arrebatados para ir al encuentro del Señor en el aire, estarán con el Señor (v. 17) para disfrutar la presencia del Señor al verle cara a cara (1 Jn. 3:2). Entonces ellos disfrutarán la presencia del Señor más intensamente que cuando disfrutaban Su presencia meramente en sus espíritus en la actualidad.