
La Nueva Jerusalén, la ciudad santa, tiene muchos aspectos. El siguiente aspecto que consideraremos es el muro de la ciudad.
La Nueva Jerusalén tiene “un muro grande y alto” (Ap. 21:12a). El muro tiene como fin separar y proteger. La Nueva Jerusalén es la ciudad santa y, como tal, estará totalmente apartada para Dios y protegerá completamente los intereses de Dios.
Apocalipsis 21:18a dice: “El material de su muro era de jaspe”. Según el versículo 11, el jaspe es “una piedra preciosísima, [...] diáfana como el cristal”. Su color es un verde oscuro, el cual simboliza la vida en sus riquezas. El jaspe en 21:18, según lo indica 21:11 y 4:3, representa la gloria que Dios trasmite en Su vida rica (2, Jn. 17:22). La apariencia de Dios es como jaspe, como también lo será la apariencia de la ciudad santa. El muro de la ciudad y su primer cimiento están edificados con jaspe.
El jaspe es producido por la obra transformadora del Señor Espíritu (2 Co. 3:17-18). Al igual que todas las piedras preciosas transparentes, el jaspe es una sustancia transformada; ella fue primero creada y, después, fue transformada. Este mismo principio se aplica a nosotros como constituyentes de la Nueva Jerusalén. Ninguno de nosotros es jaspe por haber sido creado como tal; más bien, fuimos creados de barro (Gn. 2:7). No obstante, fuimos regenerados y ahora estamos en el proceso de ser transformados. A la postre, todos seremos jaspe, poseedores de la vida de Dios y que tienen Su semejanza. Tendremos tanto el elemento de Dios como la apariencia de Dios.
El jaspe representa una sustancia transformada por el Espíritu Santo. El elemento de esta sustancia es las riquezas de Cristo (Ef. 3:8). Es con las riquezas de Cristo que el Espíritu Santo transforma a los creyentes, cuyo elemento natural es barro. Después que hemos sido regenerados con Cristo como vida divina, comenzamos a ser transformados por el Espíritu Santo con el elemento de la vida divina de Cristo para constituir el material requerido para la edificación del muro de la ciudad santa.
El muro de jaspe de la Nueva Jerusalén expresa la imagen de Dios en Su gloria. Hemos visto que, según Apocalipsis 4:3, el jaspe es la apariencia de Dios. El hecho de que el material para edificar el muro de la ciudad santa sea jaspe indica que la Nueva Jerusalén, como expresión corporativa de Dios en la eternidad, tiene la apariencia, la gloria expresa, de Dios, pues expresa la imagen de Dios en Su gloria. Además, el muro de la ciudad tiene una sola apariencia en todos sus cuatro lados. Esto indica que todas las diferencias se han desvanecido y que la ciudad es la expresión única del Dios Triuno. El muro de la ciudad santa es la expresión del Dios de jaspe, y el Dios de jaspe es expresado en la ciudad de jaspe a través del muro de jaspe. La vida de iglesia alcanzará su consumación en la Nueva Jerusalén venidera con su expresión única: la expresión de la imagen divina lograda mediante la transformación y la edificación.
Apocalipsis 21:17 dice: “Midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de ángel”. En la resurrección, el hombre será como los ángeles (Mt. 22:30). Por consiguiente, “de medida de hombre, la cual es de ángel” indica que el muro de la ciudad no es natural, sino que está en resurrección. El principio rector de la resurrección consiste en que la vida natural es aniquilada y la vida divina surge en su lugar. Esto es resurrección. El muro de la ciudad es medido no solamente en conformidad con la naturaleza divina, sino también en conformidad con la resurrección.
La ciudad en sí es una montaña de oro con una altura de doce mil estadios, pero según Apocalipsis 21:17 el muro de la ciudad mide ciento cuarenta y cuatro codos. Ciento cuarenta y cuatro equivale a doce por doce. El número doce denota la perfección absoluta y la compleción eterna en la administración eterna de Dios. Multiplicar doce por doce denota la perfección absoluta y la compleción eterna de las perfecciones absolutas y de las consumaciones eternas, es decir, es la perfección absoluta y compleción eterna de la santa ciudad en la administración eterna de Dios multiplicadas por doce. ¡Cuán perfecto y completo es el muro de la ciudad santa en la administración eterna de Dios!
El muro de la Nueva Jerusalén es “grande y alto” (v. 12) para efectuar una separación completa y perfecta como corresponde a la santidad de Dios. El muro que rodea la ciudad separa lo que está dentro de ella de todo lo demás. Esta separación en la Nueva Jerusalén es la santificación absoluta. La designación la ciudad santa significa la ciudad separada, en el sentido de que es una ciudad separada de todo lo que no sea Dios mismo. Esta ciudad, como corporificación del Dios Triuno procesado, es una ciudad separada, santificada y santa.
Aunque el muro de la ciudad santa sirve principalmente para expresión, espontáneamente se convierte en una separación y protección para ella. Todo lo que es separado también es conservado y protegido. El muro nos separa de todo lo que es común (v. 27), nos protege y nos guarda en la esfera de la expresión de Dios.
Habiendo considerado el muro de la ciudad santa, ahora procederemos a considerar sus puertas. La Nueva Jerusalén tiene doce puertas (v. 12). Las doce puertas de la ciudad santa sirven para establecer comunicación, para entrar y salir. Puesto que doce es el número de perfección absoluta y compleción eterna en la administración de Dios, las doce puertas indican que en la Nueva Jerusalén la comunicación es absolutamente perfecta y eternamente completa para la administración de Dios.
Apocalipsis 21:12b dice que la ciudad tiene “doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel”. Aquí Israel representa la ley del Antiguo Testamento, lo cual indica que la ley está representada en las puertas de la Nueva Jerusalén. La ley vigila y observa para asegurar que toda comunicación, toda entrada y salida de la ciudad santa, satisfaga los requisitos de la ley. Por tanto, todas las comunicaciones de esta ciudad se conforman a la ley de Dios.
No debiéramos pensar que la ley es inútil. Nada que esté en las manos de Dios es inútil. La ley no es útil para producir hijos, pero sirve para probar si somos auténticos hijos de Dios. La gracia es la madre que produce a los hijos, y la ley examina a estos hijos a fin de que quede demostrado que ellos son auténticos hijos y que, por tanto, tienen derecho a recibir la herencia.
Las doce puertas de la ciudad santa fueron producidas según la ley. Cristo murió por nuestros pecados en conformidad con la ley y, en un sentido muy positivo, Cristo mismo también fue resucitado de entre los muertos a fin complementar la ley. Incluso nuestro arrepentimiento es conforme a la ley, pues nos arrepentimos debido a que habíamos quebrantado la ley y confesamos nuestros pecados en conformidad con la ley. Por tanto, la ley fue el factor básico en la muerte de Cristo y en nuestro arrepentimiento y confesión. Esto significa que las doce puertas de perla se conforman por completo a la ley y satisfacen los requisitos de la ley. Nuestra entrada en la ciudad santa no quebrantó la ley; más bien, dicha entrada tiene lugar en conformidad con la ley e, incluso, satisface los requisitos de la ley. Todo lo requerido por la ley fue satisfecho cuando entramos en la ciudad santa. Nuestra entrada en la Nueva Jerusalén fue algo íntegramente legal, legítimo y justificado porque Cristo, mediante Su muerte y resurrección, satisfizo por completo los requisitos de la ley.
Las puertas de la Nueva Jerusalén sirven al propósito de que todos los santos entren en la ciudad santa y participen de ella. Apocalipsis 22:14 dice: “Bienaventurados los que lavan sus vestiduras, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad”. “Entrar por las puertas en la ciudad” es entrar en la Nueva Jerusalén, la esfera de la bendición eterna de Dios, mediante la regeneración efectuada por Cristo, quien vence la muerte e imparte vida.
Apocalipsis 21:12 dice que las puertas de la ciudad santa tienen doce ángeles. En la economía eterna de Dios, los ángeles son espíritus ministradores (He. 1:14). Ellos sirven a los que heredan la salvación y participan de la bendición eterna de la Nueva Jerusalén, que es el centro del cielo nuevo y la tierra nueva. Los ángeles serán los porteros de nuestra heredad, mientras que nosotros disfrutaremos de la rica herencia que tendremos en la economía eterna de Dios. Todo esto se halla implícito en el significado que encierra el número doce.
Los doce ángeles vigilan las puertas conforme a la gracia que ha cumplido los justos requisitos de la ley.
La ciudad santa “se halla establecida en cuadro” (Ap. 21:16) y tiene tres puertas en cada uno de los cuatro lados: “Al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas” (v. 13). Las puertas de los cuatro lados están orientadas hacia las cuatro direcciones de la tierra, lo cual significa que la entrada a la santa ciudad está disponible para todos los pueblos de la tierra (5:9).
Que hubiera tres puertas en cada lado de la ciudad santa significa que los tres del Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— cooperan para introducir a la gente en la ciudad. Esto es lo que indican las tres parábolas de Lucas 15. Estas parábolas tratan acerca del pastor y la oveja perdida, la mujer y la moneda perdida, y el padre y el hijo pródigo que regresa. El pastor se refiere al Hijo; el padre, por supuesto, se refiere al Padre; y la mujer representa al Espíritu. A fin de que un pecador sea traído de regreso a la casa del Padre, son necesarios el Hijo, el pastor, para que traiga de regreso a la oveja perdida; el Espíritu, para que alumbre los corazones de las personas a fin de que éstas se arrepientan; y el Padre, para que reciba al hijo pródigo arrepentido que regresa. Por tanto, el Dios Triuno es la entrada a la morada de Dios, la ciudad santa.
El hecho de que el Dios Triuno realiza la obra de introducir a las personas en la ciudad santa también está implícito en lo dicho por el Señor en Mateo 28:19: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Ser bautizado en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es la entrada a la ciudad santa. Por tanto, el Padre, el Hijo y el Espíritu son las tres puertas en cada lado de la ciudad.
Las tres puertas no están cada una de ellas respectivamente en cada lado; más bien, hay tres puertas en cada uno de los cuatro lados de manera reiterada. Así pues, las puertas de un lado son exactamente iguales a las de los otros tres. Esto indica que el Dios Triuno está disponible para las personas procedentes de todos los cuatro rincones de la tierra.
Que hubiera tres puertas en cada uno de los cuatro lados, de modo que constituyan un total de doce, implica la mezcla del Dios Triuno con el hombre, la criatura de Dios. El número cuatro representa a la criatura (Ap. 4:6), y el número tres, por supuesto, representa al Dios Triuno. El número doce no denota una adición, sino una multiplicación. Tres multiplicado por cuatro resulta en doce, lo cual indica que el Dios Triuno se mezcla con Su criatura, el hombre, a fin de producir una composición, una entidad compuesta.
Apocalipsis 21:21 dice: “Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era de una sola perla”. Estas perlas tienen al propio Cristo como su esencia de vida, producto de Su muerte todo-inclusiva que libera la vida y Su resurrección que secreta la vida.
El oro de la ciudad santa representa la naturaleza divina, y las piedras preciosas representan lo que es producido mediante la obra transformadora del Espíritu Santo. El significado de la perla es hallado en la manera en que dicha perla es producida. Las perlas son producidas por las ostras en las aguas de la muerte. Cuando una ostra es herida por un grano de arena, la ostra secreta su líquido vital alrededor del grano de arena y lo convierte en una perla preciosa. Esto describe cómo Cristo, Aquel que vive, entró en las aguas de la muerte, fue herido por nosotros y secretó Su esencia de vida sobre nosotros a fin de convertirnos en perlas preciosas útiles para la edificación de la expresión eterna de Dios.
El hecho de que las doce puertas de la ciudad santa sean doce perlas significa que la regeneración efectuada por el Cristo que vence la muerte y secreta vida es la entrada a la ciudad. Esta entrada satisface los requisitos de la ley, la cual es representada por Israel y está bajo la observación de los ángeles guardianes. Por tanto, la perla constituye la entrada a la ciudad.
Cada puerta es, respectivamente, una perla. Esto indica que la entrada a la ciudad es única y se hace una vez y para siempre, es decir, solamente podemos entrar a la ciudad mediante la regeneración efectuada una sola vez y para siempre, la cual Cristo logró con Su muerte vencedora y que libera la vida y con Su resurrección que secreta e imparte vida. La entrada a la Nueva Jerusalén en calidad de ciudad santa es, por tanto, Cristo mismo como corporificación del Dios Triuno para ser la gracia que está bajo la vigilante observación de los ángeles a fin de cumplir todos los requisitos de la ley. Tal entrada es por completo legal y legítima. ¡Alabado sea el Señor por esta entrada maravillosa!