
En Juan 14:7-26 Cristo, quien es la casa del Padre, también es revelado como la expresión del Padre hecha real como Espíritu. Este capítulo revela que el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu—, en Jesucristo, se imparte en Sus creyentes. Al impartirse Dios en nosotros, Él es triuno. Él es uno, y es tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Cristo el Hijo es la corporificación y la expresión del Padre (vs. 7-11), y el Espíritu es la realidad del Hijo y el propio Hijo hecho real en nosotros (vs. 17-20). En el Hijo el Padre es expresado y visto (incluso, el Hijo es llamado el Padre en Isaías 9:6), y como Espíritu el Hijo es revelado y hecho real (2 Co. 3:17). El Padre es expresado en el Hijo entre los creyentes, y el Hijo como Espíritu es hecho real en los creyentes. Dios el Padre está oculto; Dios el Hijo se manifiesta entre los hombres; y Dios el Espíritu entra en el hombre para ser su vida, su suministro de vida y su todo. Por tanto, el Dios Triuno —el Padre en el Hijo, y el Hijo como Espíritu— se imparte en nosotros para ser nuestra porción a fin de que lo disfrutemos como nuestro todo en Su Trinidad Divina.
Juan 14:7-11 revela que Cristo el Hijo, como expresión del Padre, está en coinherencia con el Padre. Al estudiar las verdades profundas con respecto a la Trinidad, podemos usar tres expresiones particulares: la frase verbal estar en coinherencia, el sustantivo coinherencia y el adjetivo coinherente. El Hijo no solamente coexiste con el Padre, sino que también está en coinherencia con el Padre. ¿Cuál es la diferencia entre coexistir y estar en coinherencia? Coexistir es existir juntos al mismo tiempo; estar en coinherencia es existir el uno en el otro, morar el uno en el otro. Afirmar que el Padre y el Hijo coexisten significa que Ellos existen juntos, pero afirmar que el Padre y el Hijo están en coinherencia significa que moran el uno en el otro.
Juan 14:10 nos habla acerca de esta coinherencia: “¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí?”. Aquí vemos el morar mutuo entre el Padre y el Hijo. En el versículo 11 el Señor añade: “Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí”. El Señor afirma que el Hijo está en el Padre y que el Padre está en el Hijo. ¡Qué misterio es éste! El Padre mora en el Hijo, y el Hijo mora en el Padre. Cuando el Hijo vivía en la tierra, Su vivir era un permanecer mutuo; Él permanecía en el Padre, y el Padre permanecía en Él.
El Nuevo Testamento no solamente dice que Cristo el Hijo y el Padre están el uno con el otro, sino que además revela que el Hijo y el Padre están en coinherencia. Que el Hijo esté en coinherencia con el Padre significa que el Hijo está en el Padre y que el Padre está en el Hijo. Juan 17:21 es otro versículo que revela esta coinherencia: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros”. El Hijo y el Padre coexisten a manera de coinherencia. Esto significa que mientras coexisten, el Padre existe en el Hijo y el Hijo existe en el Padre.
Es fácil ver el asunto de la coexistencia, pero es mucho más difícil ver el asunto de la coinherencia. La coexistencia del Hijo y el Padre significa que Ellos existen juntos. La coinherencia del Hijo y el Padre significa que el Hijo está en el Padre y que el Padre está en el Hijo. Debido a esta coinherencia del Padre y el Hijo, podemos afirmar que el Padre y el Hijo son dos-uno.
Como Aquel que está en coinherencia con el Padre, Cristo el Hijo también trabaja juntamente con el Padre. En Juan 14:10 el Señor dice: “¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí? Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él hace Sus obras”. Aquí vemos que el Hijo habla y el Padre trabaja. El hablar del Hijo equivale al trabajar del Padre. Todo cuanto el Hijo hace, lo hace en coordinación con el Padre, quien permanece y opera en Él para la realización de Su economía. Puesto que el Padre está en el Hijo, cuando el Hijo habla, el Padre —quien permanece en el Hijo— realiza Su obra. El Padre realiza Su obra en el hablar del Hijo, porque Ellos están uno dentro del otro.
Puesto que Cristo el Hijo está en coinherencia con el Padre, ver al Hijo es ver al Padre. El Hijo no se expresa a Sí mismo; Él expresó únicamente al Padre (vs. 7-9). Cristo era el Hijo, no obstante, Él expresó al Padre. Debido a que el Hijo no se expresa a Sí mismo sino al Padre, la expresión del Hijo es la expresión del Padre. Por tanto, cuando vemos al Hijo, vemos al Padre. Esto queda demostrado por la conversación entre el Señor Jesús y Felipe en Juan 14. En el versículo 7 el Señor hizo notar a los discípulos que si le conocieran a Él, también conocerían a Su Padre. Después, Él les dijo: “Desde ahora le conocéis, y le habéis visto”. Sin embargo, Felipe respondió: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta” (v. 8). A esto el Señor Jesús respondió: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (v. 9). En el Hijo el Padre es expresado y visto, pues el Hijo es la expresión del Padre. Si hemos visto al Hijo, hemos visto al Padre, porque el Padre está corporificado en el Hijo a fin de ser expresado por medio de Él.
Que el Hijo esté en coinherencia con el Padre no tiene un propósito doctrinal; más bien, esta coinherencia tiene por finalidad que experimentemos la impartición de Dios. Cristo el Hijo está en coinherencia con el Padre a fin de que Él juntamente con el Padre puedan impartirse en nuestro ser.
Juan 14:16-20 revela que Cristo, la expresión del Padre, es hecho real para nosotros como Espíritu. El Padre está corporificado y es expresado en el Hijo entre los creyentes, y Cristo el Hijo es hecho real para nosotros como Espíritu que entra en los creyentes y permanece en ellos. A fin de poder permanecer en nosotros, el Señor debía ser transfigurado, transformado, de la carne al Espíritu. Él vino en la carne para estar entre nosotros, pero tenía que transfigurarse para ser el Espíritu antes de poder entrar en nosotros. ¿Cómo fue transfigurado el Señor? El Señor fue transfigurado de la carne al Espíritu mediante Su muerte y resurrección.
Cristo hecho real para nosotros como Espíritu es el otro Consolador. En el versículo 16 el Señor dijo: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre”. Este versículo muestra que el Espíritu es “otro Consolador”. La palabra griega aquí traducida “Consolador” es parákletos (castellanizada como paracleto) y significa “abogado”, “alguien que estando a nuestro lado se encarga de nuestro caso, de nuestros asuntos y de todas nuestras necesidades”. La palabra griega que se traduce “Consolador”, es la misma palabra traducida “Abogado” en 1 Juan 2:1. Hoy en día tenemos al Señor Jesús en los cielos y también al Espíritu dentro de nosotros como nuestro Paracleto, quien se encarga de nuestro caso. El Espíritu Santo, la realidad de Jesús y quien hace real para nosotros al Señor, es Aquel que está a nuestro lado ministrándonos y encargándose de todas nuestras necesidades.
Cristo hecho real para nosotros como este Espíritu, este Consolador, es el Espíritu de realidad. En Juan 14:17 el Señor dijo: “El Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros, y estará en vosotros”. Él es el Espíritu de realidad debido a que todo cuanto el Padre es en el Hijo, y todo cuanto el Hijo es, es hecho real para nosotros en el Espíritu. El Espíritu es quien hace real para nosotros lo que Dios el Padre es y lo que Dios el Hijo es. Dios el Padre es luz, y Dios el Hijo es vida. La realidad de esta vida y luz es simplemente el Espíritu. Si no tenemos al Espíritu, no podemos tener la luz de Dios el Padre. Si no tenemos al Espíritu, no podemos tener a Dios el Hijo como nuestra vida. La realidad de todos los atributos divinos tanto de Dios el Padre como de Dios el Hijo, es el Espíritu.
Los versículos 16 y 17 de Juan 14 también revelan que Cristo es hecho real para nosotros como Espíritu a fin de estar con nosotros y estar en nosotros. Él no solamente permanece con los creyentes (v. 16), sino también en ellos (v. 17). Como hemos visto, cuando el Señor estaba en la carne, Él sólo podía estar entre los discípulos, sólo podía estar con ellos. Pero después de llegar a ser el Espíritu vivificante, el Espíritu de realidad en Su resurrección, Él ahora puede permanecer no solamente con nosotros, sino también en nosotros. Por ser el Espíritu, Cristo entra en nosotros y permanece en nosotros.
Cristo es hecho real para nosotros como Espíritu para vivir juntamente con nosotros en resurrección a fin de que vivamos. Esto es lo que indica lo dicho por el Señor a los discípulos en el versículo 19: “Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veis; porque Yo vivo, vosotros también viviréis”. Esto se refiere a la resurrección de Cristo. Cuando el Señor fue resucitado, nosotros fuimos resucitados con Él. En 1 Pedro 1:3 se nos dice que Cristo nos regeneró en Su resurrección. En Su resurrección fuimos vivificados juntamente con Él. Por tanto, debido a que Él vive en resurrección, nosotros también vivimos, pues fuimos regenerados en Su resurrección. Al venir como Espíritu, Él entra en nosotros y hace que vivamos tal como Él vive. La vida que Él vive es la vida de resurrección. Después de Su resurrección, Él viene para entrar en nosotros como Espíritu. Así que Él vive y nosotros también vivimos por Él (Gá. 2:20). Él vive por la vida de resurrección, y nosotros vivimos por Él al ser partícipes de Él como vida de resurrección.
Cristo es hecho real para nosotros como Espíritu para que podamos aprehender que Él está en el Padre, que nosotros estamos en Él y que Él está en nosotros. En Juan 14:20 el Señor dijo: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. El día mencionado en este versículo es el día de la resurrección. En el día de la resurrección los discípulos conocerían que el Señor estaba en el Padre, que los discípulos estaban en Él y que Él estaba en ellos. Esto es la coinherencia. Así como Cristo está en el Padre, también lo están los discípulos. Ahora donde Él está, también están los discípulos. Él murió para preparar el camino a fin de que nosotros podamos entrar en Dios y que Dios pueda entrar en nosotros. Después, al estar en nosotros e introducirnos en el Padre, el Señor puede edificarnos juntamente en el Dios Triuno a fin de constituir Su morada eterna.
Cristo, la expresión del Padre hecho real para nosotros como Espíritu, viene a nosotros con el Padre y hace morada con nosotros (vs. 21-23). En el versículo 23 el Señor dijo: “El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. Según este versículo, el Dios Triuno en Cristo viene al creyente para hacer una morada mutua con él. La morada mencionada en el versículo 23 es una de las muchas moradas mencionadas en el versículo 2. Será una morada mutua, en la cual el Dios Triuno mora en los creyentes y éstos moran en Él. No debemos olvidar que cada uno de nosotros es una de las muchas moradas en la casa del Padre. El Padre y el Hijo hacen de aquel que ama a Jesús Su morada. El Padre y el Hijo vienen al creyente para hacer morada con él a fin de que el creyente y Ellos tengan una morada. El creyente será la morada de Ellos, y Ellos serán la morada del creyente. Este versículo sirve de fundamento para Juan 15:4-5: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. La gran mayoría de cristianos no comprende que el fundamento para 15:4-5 es 14:23, donde tenemos la morada mutua hecha realidad por la manifestación del Padre y el Hijo como Espíritu al creyente que ama a Dios. En otras palabras, esta morada es preparada mediante la visitación del Dios Triuno al creyente. Cuando el Dios Triuno nos honra con Su visita, Su visitación hace de nosotros Su morada y hace de Él nuestra morada. A la postre, nosotros y Él, Él y nosotros, llegamos a ser una morada mutua. Nosotros moraremos en Él y Él morará en nosotros. En tal situación no hay lugar para el pecado, el mundo, Satanás, el viejo hombre o la carne. Todo este tipo de cosas han sido alejadas.
Hemos tenido esta experiencia en el pasado. En lo profundo de nuestro ser sentíamos tierno aprecio por el Señor Jesús y le dijimos que le amábamos. Después, el Señor nos dijo que puesto que le amábamos, Su mandamiento era que no debíamos hacer esto o aquello. Le respondimos al Señor con un “amén”, quizás incluso con lágrimas en nuestros ojos. De inmediato tuvimos el sentir de que Él se manifestaba dentro de nosotros. Estábamos en Su presencia en un grado muy intenso. En aquel entonces percibíamos que Él nos llenaba consigo mismo y nos sentíamos atraídos a Él. Permanecíamos en Él, y Él permanecía en nosotros. Éramos Su morada, y Él era nuestra morada. Todos hemos tenido esta clase de experiencia, ya sea de manera profunda o superficial, por un tiempo prolongado o por apenas unos minutos. Debemos tener esta experiencia durante todo el día.
El Señor Jesús despierta nuestro amor, y en respuesta a ello quizás digamos: “Señor Jesús, te amo”. El Padre responde a nuestro amor por el Hijo, y después el Padre y el Hijo vienen a nosotros para hacer morada en nuestro espíritu. En realidad, el Padre y el Hijo vienen para apoderarse de nosotros, para poseernos. De esta manera, el Padre y el Hijo se establecen en nosotros parar hacer morada con nosotros, es decir, para edificar la casa del Padre. Este asunto reviste gran importancia. La morada significa que nosotros, los seres humanos, podemos llegar a ser la morada de Dios. Dios en Cristo desea, incluso anhela, entrar en nosotros, poseernos y hacer de nosotros Su morada.
Con base en nuestra experiencia sabemos que el Padre y el Hijo nos visitan constantemente. En nuestra vida diaria, el Padre y el Hijo vienen con frecuencia a visitarnos. Podríamos estar en casa, en la escuela o en el trabajo, pero dondequiera que estemos, el Padre y el Hijo vienen a visitarnos para realizar una obra edificadora en nosotros al hacer una morada que será el lugar para el morar mutuo del Dios Triuno y nosotros.
Cristo viene a nosotros como Espíritu Santo enviado por el Padre en el nombre del Hijo. En el versículo 26 el Señor dijo: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que Yo os he dicho”. Aquí vemos que el Consolador, el Espíritu Santo, iba a ser enviado por el Padre en el nombre del Hijo. Por tanto, el Espíritu Santo no solamente viene del Padre, sino también por medio del Hijo. Así que, el Espíritu Santo viene no solamente del Padre sino también del Hijo, y Él es la realidad no solamente del Padre sino también del Hijo. Por tanto, cuando invocamos el nombre del Hijo, obtenemos al Espíritu (1 Co. 12:3).
El Espíritu Santo no solamente es enviado por el Padre, sino que es enviado “de con” el Padre (Jn. 15:26). En el griego, la preposición traducida “del” es pará. Esta palabra significa “al lado de”, y con frecuencia denota “de con”. Esta preposición aparece también en otros pasajes del Evangelio de Juan, como por ejemplo en Juan 6:46: “No que alguno haya visto al Padre, sino Aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre”. La palabra de en este versículo es la preposición pará en el griego. El sentido que ella tiene es “de con”. El Señor no sólo procede de Dios, sino que también está con Dios. Al mismo tiempo que procede de Dios, Él todavía está con Dios (8:16, 29; 16:27). Asimismo, el Consolador, el Espíritu Santo, es enviado “de con” el Padre. Esto significa que el Espíritu no solamente procede del Padre, sino que también viene con el Padre. Cuando el Padre envía al Espíritu, Él viene con el Espíritu. El Consolador procede del Padre y viene con el Padre. El Padre es la fuente. Que el Espíritu proceda de tal fuente no significa que la deje, pues el caso es que Él viene con la fuente.
El Consolador, el Espíritu Santo, es enviado por el Padre en el nombre del Hijo. Por tanto, el Espíritu Santo viene en el nombre del Hijo para ser la realidad de Su nombre. El nombre es el Hijo mismo, y el Espíritu es la persona, el ser, del Hijo. Cuando invocamos el nombre del Hijo, obtenemos el Espíritu (1 Co. 12:3). El Hijo vino en el nombre del Padre (Jn. 5:43) porque el Hijo y el Padre son uno (10:30). Ahora el Espíritu vendrá en el nombre del Hijo porque el Espíritu y el Hijo también son uno (2 Co. 3:17). Debido a que el Espíritu y el Hijo son uno, el Espíritu puede ser enviado como Hijo por el Padre. Esta interpretación indica categóricamente que el Espíritu es el Hijo. Que el Padre envíe al Espíritu en el nombre del Hijo significa que el Padre envía al Espíritu como Hijo. Esto es el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— que finalmente llega a nosotros como Espíritu.
El Espíritu viene en el nombre del Hijo. Cuando invocamos el nombre de Jesús, el Espíritu viene. El nombre del Hijo es Jesús, y Su persona es el Espíritu. Dios el Padre envía al Espíritu, y el Espíritu viene en el nombre del Hijo. Finalmente, es el Dios Triuno quien viene. Cuando el Espíritu viene a nosotros, el Padre también viene. El Hijo también está aquí porque el Espíritu viene con el Padre en el nombre del Hijo. El Padre desde Sí mismo envía al Espíritu, y el Espíritu viene en el nombre del Hijo. El Espíritu viene como Hijo. Él es el Hijo que viene, y este Hijo que viene es “de con” el Padre. Por tanto, cuando uno viene, todos los tres están presentes. Al invocar el nombre del Señor podemos disfrutar y experimentar a Cristo como expresión de Dios hecha real a nosotros por el Espíritu a fin de que Cristo el Hijo venga a nosotros con el Padre y haga morada con nosotros.