
En 1 Corintios 6:11 Cristo es presentado como Aquel que lava y como el Espíritu: “Mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo, y en el Espíritu de nuestro Dios”. En contraste con el lavamiento, la santificación y la justificación mencionados en 1 Juan 1:7; Hebreos 10:29 y Romanos 3:24-25, el lavamiento, la santificación y la justificación presentados en 1 Corintios 6:11 no se efectúan por medio de la sangre, de modo objetivo. Son el lavamiento subjetivo de la regeneración conforme a Tito 3:5, la santificación subjetiva efectuada por el Espíritu mencionada en Romanos 15:16, y la justificación subjetiva en el Espíritu como se ve en este versículo en 1 Corintios 6. Todos estos elementos de la salvación de Dios fueron llevados a cabo en nosotros en el nombre del Señor Jesucristo (es decir, en la persona del Señor, en una unión orgánica con el Señor por fe) y en el Espíritu de Dios (es decir, en el poder y la realidad del Espíritu Santo). Primero, fuimos lavados de las cosas pecaminosas; segundo, fuimos santificados, apartados para Dios, transformados por Dios; y tercero, fuimos justificados, aceptados, por Dios.
Según 1 Corintios 6:11, es en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios que fuimos lavados, santificados y justificados. En el Nuevo Testamento la expresión en el nombre del Señor Jesucristo significa en la persona del Señor, porque el nombre denota a la persona. Además, al decir “en el nombre del Señor Jesucristo, y en el Espíritu de nuestro Dios”, Pablo indica que debemos vincular el nombre del Señor con el Espíritu de nuestro Dios. El nombre es la persona, y la persona es el Espíritu de nuestro Dios. Es en esta persona, el Dios Triuno, que fuimos lavados, santificados y justificados. Aquí el lavamiento, la santificación y la justificación no son meramente asuntos externos, objetivos y que atañen a nuestra posición; más bien, son asuntos internos, subjetivos y que atañen a nuestra manera de ser. Este lavamiento intrínseco, esta santificación intrínseca y esta justificación intrínseca son llevados a cabo por el propio Dios Triuno en la persona del Señor Jesucristo, esto es, el Espíritu de nuestro Dios.
Nosotros somos lavados, santificados y justificados en el nombre del Señor Jesús. Si una persona con cierto nombre no existe, ese nombre es en vano; pero cuando llamamos por nombre a una persona viva, esa persona responde inmediatamente. Asimismo, cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, Él responde y nosotros experimentamos la persona misma del Señor. El Señor es una persona viviente, no meramente un nombre. Por tanto, siempre que invocamos el nombre del Señor Jesús, invocamos a la persona del Señor. Puesto que el nombre es la persona y la persona es el Espíritu, cuando invocamos el nombre del Señor, Él viene a nosotros como Espíritu. Por experiencia sabemos que cuando continuamos invocando el nombre del Señor, disfrutando Su nombre y Su Espíritu, somos continuamente lavados, santificados y justificados. Sin embargo, cuando cesamos de invocar al Señor, la experiencia subjetiva del lavamiento, la santificación y la justificación deja de ser nuestra experiencia.
Podemos experimentar este lavamiento, esta santificación y esta justificación subjetivamente día tras día. Hay una persona dentro de nosotros, y Su nombre es Jesucristo. Él está constantemente operando en nuestro interior a fin de lavarnos, santificarnos y justificarnos. Esta persona en realidad es el Espíritu, el Espíritu de Jesucristo; Él es también el Espíritu de nuestro Dios. Por tanto, el Dios Triuno corporificado en Cristo y hecho real como Espíritu es Aquel que lava y el Espíritu.
Cristo es Aquel que lava y el Espíritu, y nosotros estamos unidos a Él como un solo espíritu. En 1 Corintios 6:17 se nos dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. En este versículo la frase se une hace referencia a la unión orgánica que los creyentes tienen con el Señor al creer en Él (Jn. 3:15-16). Esta unión es mostrada por la de los pámpanos y la vid (15:4-5). No sólo es un asunto de vida, sino también un asunto en vida (la vida divina). Tal unión con el Señor resucitado sólo puede efectuarse en nuestro espíritu.
La expresión un solo espíritu indica que el Señor como Espíritu se mezcla con nuestro espíritu. Nuestro espíritu fue regenerado por el Espíritu de Dios (3:6), el cual ahora está en nosotros (1 Co. 6:19) y es uno con nuestro espíritu (Ro. 8:16). Ésta es la manera en que el Señor, quien se hizo el Espíritu vivificante por medio de la resurrección (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17) y quien ahora está con nuestro espíritu (2 Ti. 4:22), es hecho real para nosotros. En las epístolas de Pablo, por ejemplo en Romanos 8:4-6, frecuentemente se hace referencia a este espíritu mezclado.
No solamente hemos sido salvos y redimidos, sino que incluso somos un solo espíritu con el Señor, y como resultado, poseemos la vida y naturaleza divinas. No es simplemente que seamos uno con Él de una manera general. En realidad somos un solo espíritu con Él. Debemos testificar con plena seguridad de que verdaderamente creemos que somos un solo espíritu con el Señor. Debemos ver esto tanto en términos de nuestra experiencia como de la doctrina. Todos debemos humillarnos ante el Señor y orar: “Señor, muéstranos la visión de que somos un solo espíritu contigo. No estoy satisfecho con tener meramente un conocimiento doctrinal de este asunto. Señor, ábrenos los cielos y haznos ver que somos un solo espíritu contigo”.
En el momento en que fuimos salvos y regenerados, nuestro espíritu fue unido al Señor, y fuimos hechos uno con Él. Cuando fuimos salvos y regenerados, entramos en una unión orgánica con el Dios Triuno. Esta unión es real y vital. Como resultado de la salvación y la redención, el Señor se impartió en nuestro espíritu y nos hizo uno con Él. Ahora, no importa lo que hagamos, no podemos separarnos para ya no ser uno con Él en el espíritu. Incluso si procurásemos quebrar esta unión, el Señor no estaría de acuerdo. ¡Qué maravilla que pecadores como nosotros podamos ser un solo espíritu con el Señor!
Ser un solo espíritu con el Señor es entrar en una unión orgánica con Él, estar unidos con Él orgánicamente. Tal unión con el Cristo resucitado puede realizarse únicamente en nuestro espíritu, porque actualmente Cristo es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) y ahora está con nuestro espíritu. Tenemos que ejercitarnos y practicar experimentar al Señor como Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu. Esto es practicar ser un solo espíritu con el Señor.
La vida cristiana no es una vida religiosa ni ética; más bien, es una vida que consiste en ser un solo espíritu con el Señor. Según la economía neotestamentaria de Dios, el Señor desea entrar en nuestro ser, llegar a ser uno con nosotros y hacernos uno con Él. El requisito en el Nuevo Testamento es que vivamos siendo un solo espíritu con el Señor. Debemos vivir a Cristo al ser un solo espíritu con Él. Debemos orar al Señor en la mañana: “Gracias por un nuevo día para practicar ser un solo espíritu contigo. Señor, concédeme la porción de gracia para este día de modo que viva siendo un solo espíritu contigo”. Cuanto más seamos un solo espíritu con Él en nuestro diario vivir, más disfrutaremos la salvación, la santificación y la transformación.
En 1 Corintios 7:22-23 Cristo es revelado como el Amo de los creyentes: “El que en el Señor fue llamado siendo esclavo, liberto es del Señor; asimismo el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo. Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres”. Estos versículos indican que internamente, los creyentes deben ser esclavos de Cristo únicamente; no deben hacerse esclavos de los hombres. Cristo compró a los creyentes por precio, es decir, con Su sangre preciosa (6:20; Hch. 20:28; 1 P. 1:18-19; Ap. 5:9). Como resultado de ello, los creyentes se convirtieron en Sus esclavos a fin de servirle haciendo la voluntad de Dios (Ef. 6:6-7). Tenemos que considerarlo a Él como nuestro Amo y tenemos que servirle diariamente haciendo la voluntad de Dios.
En concordancia con esto, en Efesios 6:5-7 Pablo dice: “Esclavos, obedeced a vuestros amos según la carne con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como esclavos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios; sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres”. Pablo exhorta a los esclavos a obedecer con temor y temblor, con sencillez de corazón, como a Cristo. En otras palabras, los esclavos deben obediencia a sus amos, así como a Cristo. Esto significa que los esclavos deben considerar a sus amos como si ellos fueran el Señor. La relación entre esclavos y amos es también un tipo de nuestra relación con Cristo, nuestro Amo. Debemos obedecerle como esclavos con sencillez de corazón.
Un esclavo debe hacer la voluntad de Dios de corazón. Aquí la expresión de corazón equivale a “del alma”, “de nuestro ser interior”. Esto significa servir no sólo con el cuerpo físico, sino también con el corazón. Los esclavos debían servir de buena voluntad, “como al Señor y no a los hombres”. Esto indica que la intención de Pablo era dirigir a los esclavos al Señor. Como esclavos de Cristo, los creyentes tienen que obedecerle como su Amo y hacer la voluntad de Dios de corazón.
En 1 Corintios 10:3-4 Cristo es presentado como el alimento espiritual y como la roca espiritual.
Como alimento espiritual, Cristo nutre a los creyentes. En el versículo 3 Pablo dice: “Todos comieron el mismo alimento espiritual”. La expresión alimento espiritual se refiere al maná (Éx. 16:14-18), el cual tipifica a Cristo como nuestro suministro diario de vida (Jn. 6:31-35) para la travesía de la vida cristiana. Todos los creyentes debemos comer el mismo alimento espiritual, y no debemos comer nada que no sea Cristo. Cristo, como maná celestial, debe ser el único alimento del pueblo de Dios.
Juan 6 revela que Cristo es el maná verdadero por ser el alimento celestial que Dios nos ha dado. Como maná verdadero, Cristo fue enviado por Dios el Padre para que el pueblo escogido de Dios viva por Cristo. En los versículos 32 y 33 Él dijo: “Mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es Aquel que desciende del cielo y da vida al mundo”. Luego, en el versículo 35 declaró: “Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre”. A continuación, en el versículo 57 Él dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí”. Sin comer a Cristo como maná verdadero, es imposible para nosotros vivir por Cristo.
Además, el maná significa que Cristo como alimento celestial ha de ser impartido en nosotros para nuestro nutrimento a fin de constituirnos como un pueblo celestial. Todo ser humano es una constitución de la comida que ha comido. La comida es todo aquello que ingerimos para nuestra satisfacción, y la comida que comemos entra en nosotros orgánicamente y llega a ser nuestra constitución. Antes de su éxodo de Egipto, los hijos de Israel tenían una constitución egipcia. El libro de Números muestra que mientras los hijos de Israel atravesaban el desierto, ellos recordaban el pescado, los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos que habían comido de balde en Egipto (11:5). Esta dieta hizo que los hijos de Israel fueran hechos egipcios en su constitución.
Dios dio a comer el maná a los hijos de Israel a fin de que cambiasen su dieta de una dieta terrenal a una dieta celestial. Mientras los hijos de Israel viajaron por cuarenta años en el desierto, la dieta divina reemplazó su dieta egipcia. Mediante el cambio de su dieta, los hijos de Israel llegaron a ser una constitución de la dieta celestial. Por tanto, ellos dejaron de ser egipcios para convertirse en un pueblo celestial.
El maná tipifica a Cristo como nuestro alimento celestial, nuestro pan de vida y nuestro pan vivo (35, Jn. 6:41, 48, 50-51). Lo que nos ayuda más en nuestro diario vivir con el Señor es comer a Cristo como alimento celestial. Al comer a Cristo llegamos a ser Cristo, es decir, Cristo llega a ser nuestro elemento constitutivo. Si comemos a Cristo, llegamos a ser Él y, entonces, le vivimos. Al participar de Él como nuestro alimento celestial día tras día, Él nos reconstituye para cambiar nuestra constitución interna. Desde el primer día que Cristo entró en nosotros, debemos tomarle como nuestro alimento diario a fin de ser constituidos con Cristo como nuestra dieta celestial con miras a que lleguemos a ser un pueblo celestial.
A continuación, en 1 Corintios 10:4 Pablo dice: “Todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo”. Como roca espiritual, Cristo sigue a los creyentes para darles la bebida espiritual. La bebida espiritual en el versículo 4 se refiere al agua viva que fluyó de la roca hendida (Éx. 17:6), la cual tipifica al Espíritu, nuestra bebida todo-inclusiva, quien fluyó del Cristo crucificado y resucitado (Jn. 7:37-39; 1 Co. 12:13). En Su crucifixión Cristo, como roca espiritual y viva, fue herido por la autoridad de la ley de Dios a fin de que el agua de vida en resurrección pudiera fluir de Él a Su pueblo redimido para que éste beba. El agua de vida que fluye de la roca herida representa al Espíritu (Jn. 7:37-39). Todos debemos beber la misma bebida espiritual y debemos beber únicamente del Espíritu todo-inclusivo.
La roca que fue golpeada y hendida para hacer fluir el agua viva para el pueblo escogido de Dios era una roca física. Sin embargo, el apóstol la llamó una roca espiritual porque tipificaba a Cristo, quien fue golpeado y hendido por Dios para hacer fluir el agua de vida (Jn. 19:34) a fin de saciar la sed de Sus creyentes. Por eso, el apóstol dijo que la roca era Cristo. Puesto que era una roca espiritual que representaba a Cristo, podía seguir a los hijos de Israel. Esto indica que Cristo como roca verdadera sigue a Sus creyentes.
Pablo afirmó con plena seguridad que la roca física de Éxodo 17:6 era un roca espiritual y que esta roca era Cristo. En realidad, la roca en Éxodo 17 era física. Sin embargo, debemos tener una visión espiritual de esta roca física y ver dentro de lo espiritual a través de lo físico. Debido a que Pablo vio esta roca conforme a su vista espiritual, a sus ojos ello era una roca espiritual. Para él, aquella roca era Cristo, y él afirmó esto con toda seguridad en 1 Corintios 10:4.
Mediante la encarnación, Cristo vino a la tierra como roca. En la cruz, Él fue herido por la autoridad de la justa ley de Dios a fin de efectuar la obra redentora de Dios. Su costado fue abierto, y el agua viva fluyó para que el pueblo de Dios bebiera (Jn. 19:34). Esta agua viva es el agua de vida en resurrección, es decir, el Espíritu vivificante y todo-inclusivo como consumación del Dios Triuno. Esta agua de vida apaga nuestra sed y satisface nuestro ser.
A fin de beber del agua de vida, primero tenemos que estar en la posición adecuada para beber (1 Co. 12:13) y, además, debemos estar sedientos (Jn. 7:37; Ap. 21:6). Luego, tenemos que acudir al Señor (Jn. 7:37; Ap. 22:17), pedirle al Señor (Jn. 4:10; cfr. Nm. 20:8) e invocar el nombre del Señor (Is. 12:3-4; Hch. 2:21).
Como roca espiritual, Cristo sigue a los creyentes a fin de ser la fuente de agua viva para ellos (Éx. 17:6; Jn. 4:14). Principalmente, el Señor condujo a los hijos de Israel a través del desierto hacia la buena tierra estando en una columna de nube por el día y en una columna de fuego por la noche (Éx. 13:21); pero con relación a muchos detalles, el Señor los seguía en su travesía por el desierto porque ellos eran desobedientes a Su dirección. Asimismo, el Señor mayormente nos guía a nosotros, los creyentes neotestamentarios, a la gloria (He. 2:10), pero con relación a muchos detalles Él nos sigue a causa de nuestra desobediencia. Por ejemplo, Él no quiere que vayamos a ciertos lugares. No obstante, cuando vamos a esos lugares, Él no nos abandona, sino que todavía nos sigue con el propósito de traernos de regreso bajo Su dirección.
Por un lado, el Señor estaba dirigiendo a los hijos de Israel a través del desierto hacia la buena tierra; como resultado de ello, ellos entraron en la buena tierra. Por otro lado, mientras los hijos de Israel deambulaban en el desierto durante cuarenta años, el Señor seguía a este pueblo necio. En la actualidad, debemos saber que Cristo, como roca espiritual, nos sigue a quienes neciamente andamos errantes por el desierto de nuestra alma. A la postre, Él logrará Su propósito de introducirnos en Sí mismo como realidad de la buena tierra. Entonces le diremos al Señor: “Tú eres el Señor. Nosotros fuimos tan necios al deambular en el desierto de nuestra alma por muchos años. No obstante, a lo largo de estos años de andar errantes, nuestra verdadera condición —nuestra pecaminosidad, nuestra infidelidad y nuestra escasez de agua viva— fue puesta al descubierto. No obstante, Tú, como roca espiritual, nos seguiste para darnos la bebida espiritual que apagase nuestra sed y nos trajese de regreso para estar bajo Tu dirección. Con el tiempo, Tú nos has introducido en Ti mismo como nuestra buena tierra de Canaán”.
Como nuestro guía, Cristo no solamente nos guía, sino que también nos sigue. El Cristo que nos sigue como roca espiritual es Aquel de quien fluye el Espíritu vivificante como agua viva que sacia nuestra sed. El hecho de que la roca espiritual siguiera a los hijos de Israel indica que ellos no obedecían al Señor. Aunque ellos le desobedecieron, tenían la roca que los seguía, y el agua viva que fluía de la roca apagaba la sed de este pueblo pecador. Según el significado intrínseco de 1 Corintios 10:4, la situación de los creyentes neotestamentarios es exactamente la misma que la de los hijos de Israel en el Antiguo Testamento. Cristo nos guía, pero nosotros no le obedecemos. Por tanto, como roca espiritual Él nos sigue para hacer fluir Su vida eterna a fin de apagar nuestra sed y, a la postre, llevar a cabo el propósito de Dios, es decir, introducirnos a todos nosotros en el Cristo todo-inclusivo como realidad de la buena tierra.