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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 306-322)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS DIECINUEVE

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(25)

43. El medio de la reconciliación

  En 2 Corintios 5:18-21 se nos revela la reconciliación completa de los creyentes con Dios y a Cristo como el medio de esta reconciliación. Este pasaje de la palabra muestra tres clases de personas: los apóstoles que han sido plenamente reconciliados con Dios, los pecadores y los creyentes que no han sido plenamente reconciliados con Dios.

a. Por medio de Él, Diosreconcilió a los apóstoles consigo mismo

  En 2 Corintios 5:18 Pablo dice: “Dios [...] nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación”. Este versículo indica que, por medio de Cristo, Dios reconcilió plenamente a los apóstoles consigo mismo y que ellos fueron enviados para reconciliar a los pecadores con Dios y para reconciliar plenamente con Dios a los creyentes. Debido a que los apóstoles fueron traídos de regreso a Dios, ellos tenían el ministerio de reconciliar a otros con Dios. De este modo los apóstoles recibieron como comisión el ministerio de la reconciliación, un ministerio dedicado a hacer que las personas regresen plenamente a Dios.

b. En Él, Dios reconcilió al mundo consigo mismo

  En 2 Corintios 5:19 Pablo dice: “Dios en Cristo estaba reconciliando consigo al mundo, no imputándoles a los hombres sus delitos, y puso en nosotros la palabra de la reconciliación”. Por un lado, Dios estaba reconciliando consigo al mundo en Cristo; por otro, Dios lleva a cabo la obra de reconciliación por medio de los apóstoles, quienes han sido plenamente reconciliados con Dios por medio de Cristo.

c. En nombre de Cristo, los apóstoles ruegan a los creyentes que se reconcilien con Dios

  En 2 Corintios 5:20 Pablo continúa, diciendo: “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, exhortándoos Dios por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”. En el versículo 19 el mundo es reconciliado con Dios, mientras que en el versículo 20 los creyentes son reconciliados con Dios y han de ser más profundamente reconciliados con Él. Esto indica claramente que se requieren dos pasos para que los hombres sean completamente reconciliados con Dios. El primer paso es reconciliar a los pecadores con Dios, separándolos del pecado. Con este propósito Cristo murió por nuestros pecados (1 Co. 15:3) para que Dios nos los perdonara. Éste es el aspecto objetivo de la muerte de Cristo. En este aspecto, Él llevó nuestros pecados en la cruz para que Dios los juzgara en Él en lugar de juzgarlos en nosotros. El segundo paso consiste en reconciliar con Dios a los creyentes que viven en la vida natural, apartándolos de la carne. Con este propósito Cristo murió por nosotros —las personas— para que vivamos atentos a Él en la vida de resurrección (2 Co. 5:14-15). Éste es el aspecto subjetivo de la muerte de Cristo. En este aspecto Él fue hecho pecado por nosotros para ser juzgado y aniquilado por Dios a fin de que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él. Por medio de los dos aspectos de Su muerte Él ha reconciliado completamente con Dios al pueblo escogido de Dios.

  Estos dos pasos de reconciliación son representados claramente por los dos velos del tabernáculo. En tiempos antiguos, cuando los hijos de Israel venían a contactar a Dios, ellos debían pasar a través de los dos velos a fin de entrar en el Lugar Santísimo. El primer velo es llamado el “lienzo”, el cual era la cortina a la entrada del tabernáculo, esto es, la entrada al Lugar Santo (Éx. 26:36). Un pecador que era traído a Dios a través de la reconciliación de la sangre propiciatoria entraba en el Lugar Santo al pasar este lienzo. Esto tipifica el primer paso de la reconciliación. El segundo velo (vs. 31-35; He. 9:3) todavía lo separaba de Dios, quien estaba en el Lugar Santísimo. Este velo tenía que ser rasgado para que el pecador pudiera ser traído a Dios, al Lugar Santísimo. Éste es el segundo paso de la reconciliación. Según Hebreos 10:20, el segundo velo en el interior del tabernáculo tipifica la carne. Los creyentes corintios habían sido reconciliados con Dios, habiendo pasado el primer velo y entrado en el Lugar Santo. No obstante, todavía vivían en la carne. Ellos tenían que pasar a través del segundo velo para entrar en el Lugar Santísimo a fin de vivir con Dios en su espíritu (1 Co. 6:17). Por un lado, el velo —su carne, su ser natural y su vida natural— ya había sido partido, rasgado, por Dios en la crucifixión de Cristo (Mt. 27:51; He. 10:20). Por otro, el Espíritu que reconcilia operaba en ellos a fin de hacerles pasar por el velo al interior del Lugar Santísimo. La meta de esta epístola era traerlos allí para que fueran personas en el espíritu (1 Co. 2:15), en el Lugar Santísimo. Esto era lo que el apóstol quería decir con la expresión: “Reconciliaos con Dios”. En esto consistía presentarlos perfectos en Cristo (Col. 1:28).

  En el Antiguo Testamento, cuando un pecador acudía a Dios, primero tenía que venir al altar a fin de que sus pecados fueran perdonados mediante la sangre de la ofrenda por el pecado. Después de experimentar el perdón de pecados, él podía entrar en el Lugar Santo. Éste es el primer paso de la reconciliación, el paso por el cual un pecador comienza a ser reconciliado con Dios. Ésta es la situación en la que actualmente se encuentra la mayoría de auténticos cristianos. Ellos han sido reconciliados parcialmente con Dios mediante la cruz en la cual Cristo murió como su ofrenda por el pecado, donde Él derramó Su sangre para quitar sus pecados. Cuando ellos creyeron en Cristo, fueron perdonados por Dios, reconciliados con Dios y traídos de regreso a Él. Anteriormente, ellos se habían alejado de Dios; pero mediante el arrepentimiento regresaron a Él y fueron reconciliados con Él. Sin embargo, han sido reconciliados con Dios sólo parcialmente.

  Aunque los creyentes han sido salvos y parcialmente reconciliados con Dios, ellos todavía viven en la carne, es decir, viven en el alma, en la vida natural. El velo de la carne, del hombre natural, todavía los separa de Dios. Esto significa que su ser natural es un velo de separación. Por tanto, ellos precisan del segundo paso de reconciliación, el paso en el cual el velo de separación de la carne es crucificado a fin de que ellos puedan entrar en el Lugar Santísimo.

  Las bendiciones de Dios pueden ser halladas en el Lugar Santo, pero Dios mismo está en el Lugar Santísimo. Anteriormente, como pecadores, estábamos fuera del tabernáculo; no obstante, cuando creímos en el Señor, entramos al Lugar Santo. Ahora, para obtener a Dios mismo, es necesario que seamos adicionalmente reconciliados por el Señor y entremos en el Lugar Santísimo. Ésta es la reconciliación completa, la cual no solamente nos saca del pecado sino también de la carne, del hombre natural, del ser natural. Entonces somos traídos a Dios y llegamos a ser uno con Él.

  Como aquellos que han sido reconciliados con Él en el primer paso, amamos al Señor y le servimos. Sin embargo, podemos amarle y servirle de una manera natural. Además, es posible que seamos muy activos en la vida de iglesia, pero que nuestro vivir en la iglesia sea natural. Esto significa que vivimos de manera natural y todo nuestro ser es natural. Por tanto, Dios opera por medio de Cristo para reconciliarnos consigo de manera más completa y profunda. Él pone al descubierto nuestra vida natural y nuestra verdadera situación de modo que podamos condenar nuestro ser natural y aplicar la cruz subjetivamente. Entonces, al ser crucificado nuestro hombre natural, experimentamos el segundo paso de la reconciliación. En este paso, el velo de nuestro hombre natural es rasgado a fin de que podamos estar en el Lugar Santísimo, viviendo en la presencia de Dios.

  El primer velo representa el aspecto objetivo de la muerte de Cristo, a saber: Él murió por nuestros pecados (1 Co. 15:3). Pero el segundo velo representa el aspecto subjetivo de la muerte de Cristo, a saber: cuando Él murió, murió juntamente con nosotros y nosotros morimos juntamente con Él (Gá. 2:20). Ahora debemos darnos cuenta de que somos personas que han sido aniquiladas. Como tales, ya no debemos vivir para nosotros mismos, sino vivir atentos a Cristo. Debemos experimentar que nuestra carne es raída. Esto significa que según Gálatas 5:24, debemos crucificar la carne. Esto es rasgar el velo y, con ello, experimentar el aspecto subjetivo de la muerte de Cristo al tomar medidas con respecto a la carne.

  El segundo paso de la reconciliación es mucho más profundo que el primer paso, porque no tiene lugar en el atrio, fuera del tabernáculo, sino dentro del Lugar Santo, dentro del tabernáculo. En vez de tener lugar una vez para siempre, este tipo de reconciliación es continuo. Si consideran su experiencia, se darán cuenta de que no importa por cuánto tiempo hayan sido cristianos buscadores, todavía tienen el sentir en lo profundo de su ser de estar separados de la presencia de Dios a causa de algo, principalmente a causa de su vida natural, de su viejo hombre, de su yo. Es posible que sean personas muy buenas, amables, piadosas, santas y espirituales; no obstante, saben que todavía hay algo que los separa de la presencia de Dios. No son completamente uno con Dios ni están íntegramente en armonía con Él. En lugar de ello, debido a que todavía están separados de Él, tienen necesidad del segundo paso de la reconciliación. Necesitan experimentar la aplicación del aspecto subjetivo de la muerte de Cristo a su situación. En otras palabras, el aspecto subjetivo de la muerte de Cristo debe ser aplicado a su vida natural. Esta aplicación del aspecto subjetivo de la muerte de Cristo crucifica su carne, rasgando el velo que los separa de la presencia interna de Dios.

  Si somos sinceros y honestos con Dios en nuestra búsqueda de Él, comprenderemos que ésta es nuestra situación. Ésta es la razón por la cual frecuentemente comenzamos nuestra oración con confesión. Tal vez digamos: “Padre, confieso que todavía estoy separado de Ti. En cierto sentido, estoy contigo; pero en un sentido más profundo, no estoy contigo. Estoy separado de Ti no por algo pecaminoso, sino por mi vida natural. Padre, perdóname y concédeme misericordia para que pueda aplicar el aspecto subjetivo de la muerte de Cristo a mi ser interior a tal grado que mi vida natural sea íntegramente crucificada”. Esto es experimentar que el velo sea rasgado dentro de nosotros para que, a través del velo rasgado de la vida natural, podamos ser reconciliados con la presencia interna de Dios el Padre.

d. Dios lo hizo pecado por nosotros para que fuésemos hechos justicia de Dios en Él

  En 2 Corintios 5:21 Pablo dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en Él”. Según este versículo, Dios hizo a Cristo pecado por nosotros a fin de que seamos hechos justicia de Dios en Él. Esto indica que a la postre quienes fueron traídos de regreso a Dios en el Lugar Santísimo disfrutarán al máximo a Cristo e, incluso, serán hechos la justicia de Dios en Él. En la unión orgánica con Cristo, quienes han sido reconciliados con Dios en la segunda etapa de la reconciliación llegarán a ser la justicia misma de Dios.

  Como ya hicimos notar, Cristo no solamente murió por nuestros pecados para que fuésemos perdonados de los mismos, sino que también fue hecho pecado por nosotros para que llegásemos a ser la justicia de Dios en Cristo. Muchos de los cristianos en la era actual únicamente saben que Cristo murió por sus pecados. Ellos no saben que Cristo murió por ellos como Aquel que fue hecho carne, la vieja creación. En 2 Corintios Pablo no dice que Cristo murió por nuestros pecados; más bien, en 5:14 él dice: “Uno murió por todos”. Esto significa que Cristo murió por nosotros. En 1 Corintios 15:3 Pablo dice que Cristo murió por nuestros pecados. A fin de que nuestros pecados puedan ser perdonados por Dios, Cristo murió por nuestros pecados. Esto, sin embargo, es simplemente la etapa inicial de la reconciliación. Cristo murió en la cruz no solamente por nuestros pecados, sino que también Él murió por nosotros, por nuestra carne, nuestro ser natural, nuestro hombre exterior. Cristo murió en la cruz a fin de que nuestro hombre exterior, nuestro ser natural, pueda ser aniquilado a fin de que seamos hechos justicia de Dios. Por tanto, Cristo murió por nuestros pecados a fin de que podamos ser perdonados y justificados por Dios. Además, Cristo murió por nosotros a fin de que podamos llegar a ser la justicia de Dios.

  Cristo no conoció el pecado ni por contacto directo ni por experiencia personal. No obstante, Él fue hecho pecado por nosotros para que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en Él. El pecado provino de Satanás, quien se rebeló contra Dios (Is. 14:12-14). Este pecado, el cual provino del maligno, entró en el hombre (Ro. 5:12) e hizo que el hombre no sólo fuera pecador sino el pecado mismo bajo el juicio de Dios. Por consiguiente, cuando Cristo se hizo hombre en la carne (Jn. 1:14), Él fue hecho pecado (no pecaminoso) por causa nuestra para ser juzgado por Dios (Ro. 8:3), con la finalidad de que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él.

  La justicia proviene de Dios para Su administración (Sal. 89:14; 97:2; Is. 32:1). Esta justicia es Cristo como nuestra justicia (1 Co. 1:30), que nos hace justicia de Dios en Él (no justos delante de Dios). Por medio de la redención de Cristo, el hombre, quien es un pecador e incluso es el pecado mismo, es hecho justicia de Dios, siendo reconciliado con el Dios justo, y es hecho una nueva creación que vive para Dios con miras a Su propósito eterno. Los apóstoles tienen la comisión de ministrar a este Cristo, junto con todos los resultados gloriosos de Su logro maravilloso, a Sus creyentes, quienes son los miembros que forman Su Cuerpo.

  La expresión en Él en 2 Corintios 5:21 significa en unión con Él, no sólo en cuanto a nuestra posición sino también orgánicamente en resurrección. Éramos enemigos de Dios (Col. 1:21) debido a que llegamos a ser pecado, lo cual provino de Satanás, quien se rebeló contra Dios. Pero Cristo fue hecho pecado por nosotros haciéndose uno con nosotros mediante Su encarnación. Por medio de Su muerte, Dios lo condenó en la carne como pecado, en nuestro lugar, a fin de que fuésemos uno con Él en Su resurrección para ser justicia de Dios. Por esta justicia, nosotros, los enemigos de Dios, pudimos ser reconciliados con Él y hemos sido reconciliados con Él (2 Co. 5:18-20; Ro. 5:10). En la unión orgánica con Cristo, quienes fueron traídos de regreso a Dios en el Lugar Santísimo son hechos justicia de Dios. Ellos no solamente son hechos justos, sino que ellos son la justicia de Dios. Esto significa que ellos no solamente llegan a ser personas justas, sino que ellos llegan a ser la justicia misma.

  Antes que fuéramos salvos, nos encontrábamos en una condición que era completamente condenada por Dios. No había nada correcto, y Dios no podía, de manera alguna, justificar la condición en la que nos encontrábamos. Pero después que fuimos salvos, fuimos introducidos en un estado en el cual podíamos ser justificados por Dios. Esto es justicia. Sin embargo, si somos honestos, debemos reconocer que, por un lado, estamos en una condición de justicia pero que, por otro, ciertas cosas relacionadas con nuestro vivir no son correctas. Estas cosas podrían no ser comparables al vil pecado que quizás manifestábamos en nuestra vida antes de ser salvos. No obstante, todavía hay ciertas cosas incorrectas. En particular, todavía persiste cierta separación entre nosotros y Dios causada por nuestro hombre natural, nuestro yo. Esto es pecado.

  En 2 Corintios 5:21 Pablo afirma que Cristo fue hecho pecado por nosotros para que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en Él. Aquí el pecado en realidad es sinónimo de la carne. Juan 1:14 dice que Cristo, la Palabra, se hizo carne. En 2 Corintios 5:21 se nos dice que Él fue hecho pecado. Según Romanos 8:3, Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado. Por tanto, el pecado y la carne son sinónimos. Además, puesto que la carne es nuestro hombre exterior, entonces el hombre exterior es totalmente pecado. Nosotros mismos, nuestro ser natural, no es sino pecado. Que Cristo fuese hecho carne en Su encarnación equivalía a ser hecho pecado. Esto también significa que Él fue hecho nosotros. Cuando Él fue crucificado, Él llevó nuestro hombre natural —el hombre exterior, la carne y el pecado— a la cruz y lo clavó allí. Fue entonces que Dios condenó el pecado, la carne y el hombre exterior. Cuando Cristo murió en la cruz, Dios condenó nuestro hombre natural. El objetivo de Dios al hacer esto era que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en Cristo. El Cristo resucitado es justicia, resurrección y el Espíritu vivificante. En Él, podemos ser hechos justicia de Dios. Ésta es la máxima consumación de la salvación de Dios.

  Dios desea tener en la tierra un pueblo no solamente conformado por personas justas; Él desea un pueblo que, a los ojos de Dios, el diablo, los ángeles y los demonios, sea la justicia de Dios. Ser hechos justos delante de Dios es una cosa, pero ser la justicia de Dios es otra. Ser hechos justicia de Dios es el más elevado disfrute del Dios Triuno en Cristo.

  En Adán caímos tan bajo que llegamos a ser pecado. No solamente éramos pecaminosos delante de Dios, sino que llegamos a ser el pecado mismo. Pero ahora en Cristo, habiendo sido traídos completamente de regreso a Dios, podemos disfrutar a Cristo a tal grado que, en Él, somos hechos justicia de Dios. ¡Qué reconciliación! Tener este disfrute equivale a estar en la cumbre de la salvación de Dios, en la cumbre de nuestra santa Sion.

e. Llegamos a ser Sus embajadores

  En 2 Corintios 5:20 Pablo dice: “Somos embajadores en nombre de Cristo, exhortándoos Dios por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”. Según este versículo, los embajadores de Cristo son uno con Dios; son como Dios, y ellos exhortan como Dios. Sus palabras son las palabras de Dios, y lo que hacen es lo que Dios hace. Además, la expresión en nombre de Cristo significa en representación de Cristo. Como aquellos que representan a Cristo, los apóstoles eran embajadores de Cristo que realizaban una obra de reconciliación. Así como un embajador es una persona autorizada a representar a su gobierno, los apóstoles estaban autorizados por Cristo a representarle a fin de realizar la obra de reconciliación. Ellos eran uno con Cristo y uno con Dios; Cristo era uno con ellos, y Dios también era uno con ellos. Dios, Cristo y los apóstoles eran uno al llevar adelante el ministerio de la reconciliación.

  Un embajador de Cristo es alguien que representa a Dios, la suprema autoridad en el universo. Dios ha dado a Cristo toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mt. 28:18). Dios designó a Cristo para que fuese el Señor de todos, el Rey de reyes y Señor de señores (Hch. 2:36; 10:36; 1 Ti. 6:15; Ap. 17:14; 19:16). En la actualidad Jesús es el Cristo, el Señor de todos y la autoridad suprema. El Señor tiene necesidad de algunos embajadores en la tierra que sean aptos para representarle (Mt. 28:19). La autoridad suprema es Cristo, la Cabeza, y nosotros como miembros del Cuerpo tenemos que ser los representantes de la Cabeza, Sus embajadores.

  Según 2 Corintios 5:20, Pablo y sus colaboradores, quienes habían sido plenamente reconciliados con Dios, eran los embajadores de Cristo. El uso del término embajadores indica que los apóstoles fueron comisionados con un ministerio específico, el de representar a Cristo para realizar el propósito de Dios. Puesto que ellos habían experimentado ambos pasos de la reconciliación, ellos se encontraban en el Lugar Santísimo. Después, ellos buscaban llevar a otros no solamente del atrio al interior del tabernáculo, sino que también procuraban llevarlos del Lugar Santo al Lugar Santísimo.

  Únicamente quienes han sido plenamente reconciliados con Dios en ambos pasos de la reconciliación pueden ser embajadores de Cristo. Los embajadores de Cristo son aquellos que han atravesado el segundo velo y han entrado al Lugar Santísimo, donde pueden acercarse al trono de la gracia a fin de ser uno con Dios (He. 4:16). Debido a que son uno con Dios, ellos son aptos para ser enviados por Dios como Sus embajadores. Únicamente quien ha atravesado ambos velos, ha sido plenamente reconciliado con Dios y, por ende, es absolutamente uno con Dios, con lo cual puede ser Su embajador representándolo con plena autoridad. Tal persona está plenamente autorizada por Dios para hacerse cargo de todo lo relacionado con el reino de Dios en la tierra. Debemos, pues, experimentar y disfrutar al máximo a Cristo como Aquel que es el medio de la reconciliación a fin de que podamos llegar a ser Sus embajadores.

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