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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 323-345)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS VEINTICUATRO

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(30)

51. Aquel que fue revelado en el apóstol

  En Gálatas 1:16 Cristo es presentado como Aquel que fue revelado en el apóstol. Cuando Saulo de Tarso —quien iba camino a Damasco para apresar a los que invocaban el nombre del Señor— se oponía a Cristo y perseguía a las iglesias, Cristo se apareció a él. Al encontrarse con Cristo allí, Saulo vio a Cristo, fue cautivado por la aparición de Cristo y llegó a ser Pablo el apóstol. Años después de su conversión, el apóstol declaró en Gálatas 1:15-16 que le agradó a Dios revelar a Su Hijo en él. Aquí Pablo no dijo que Cristo se le reveló a él, sino que le agradó al Padre revelar a Cristo en Pablo. Esta revelación no es meramente una visión externa, sino algo que vemos internamente. Pablo tuvo una visión interna de Cristo; internamente comenzó a ver a Cristo. Esta visión interna lo hizo un apóstol y lo hizo apto como tal, de modo que —en vez de meramente enseñar doctrinas y teología según cierta religión— él pudiera presentar a otros al mismo Cristo que había sido revelado en él.

a. El apóstol recibió el evangelio por revelación de Jesucristo

  En 1:11-12 Pablo dice: “Os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo”. Estos versículos revelan que el evangelio de Pablo no fue enseñado por el hombre, que el hombre no fue la fuente de su evangelio y que él recibió una revelación maravillosa del evangelio procedente directamente del propio Señor.

  El apóstol recibió el evangelio por revelación de Cristo. Aquí la revelación de Cristo no se refiere meramente a la revelación recibida mediante Jesucristo o a la revelación con respecto a Cristo; más bien, se refiere a la persona misma de Cristo, quien fue revelado en el apóstol. Pablo recibió el evangelio mediante tal revelación personal. La revelación consiste en abrir el velo a fin de mostrar algo escondido a la vista. Un día Dios abrió el velo a Pablo, y él inmediatamente vio al Cristo revelado.

  El evangelio que el apóstol recibió por la revelación de Cristo es el centro de la revelación de Dios en el Nuevo Testamento (Ro. 1:1, 9). El evangelio de Pablo es una revelación del Dios Triuno que fue procesado para llegar a ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17; Gá. 3:2, 5, 14). Su evangelio está centrado en que el Dios Triuno es nuestra vida para ser uno con nosotros y hacernos uno con Él a fin de que podamos ser el Cuerpo de Cristo con miras a expresar a Cristo en una manera corporativa (Ro. 8:11; 12:4-5; Ef. 1:22-23). El enfoque central del evangelio de Pablo es Dios mismo en Su Trinidad, quien llega a ser el Espíritu procesado y todo-inclusivo a fin de ser para nosotros la vida y el todo para nuestro disfrute de modo que Él y nosotros seamos uno para expresarlo a Él por la eternidad (Gá. 4:4, 6; 3:13-14, 26-28; 6:15).

  Cristo, una persona viviente, es el enfoque del evangelio de Pablo. Por eso, todo el énfasis del libro de Gálatas está en Cristo como centro. Cristo fue crucificado para redimirnos de la maldición de la ley y rescatarnos de la presente y maligna corriente religiosa del mundo (3:1, 13; 1:4, 15-16). Cristo resucitó de los muertos para vivir en nosotros (v. 1; 2:20). Nosotros fuimos bautizados en Cristo, fuimos identificados con Él y nos hemos revestido de Cristo, habiéndonos vestido con Él; así que, estamos en Cristo y hemos llegado a ser Suyos (3:27-29; 5:24). Cristo ha sido revelado en nosotros, ahora Él vive en nosotros y será formado en nosotros (1:16; 2:20; 4:19). La ley nos ha conducido a Cristo, y en Cristo todos somos hijos de Dios (3:24, 26). En Cristo heredamos la bendición prometida por Dios y disfrutamos al Espíritu todo-inclusivo (v. 14). En Cristo todos somos uno (v. 28). No debemos dejarnos privar de todo el provecho que tenemos en Cristo y así ser separados, cortados, de Él (5:4). Necesitamos que Cristo suministre gracia a nuestro espíritu para que lo vivamos a Él (6:18). El deseo de Dios es que Su pueblo escogido reciba a Su Hijo en su ser; esto es el evangelio (1:15-16; 2:20; 4:19).

b. Le agradó a Dios revelar al Hijo de Dios en el apóstol

  En Gálatas 1:15 y 16a Pablo dice: “Agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por Su gracia, revelar a Su Hijo en mí”. El Hijo de Dios, quien es la corporificación y expresión de Dios el Padre (Jn. 1:18; 14:9-11; He. 1:3), es vida para nosotros (Jn. 10:10; 1 Jn. 5:12; Col. 3:4). El deseo que Dios tiene en Su corazón es revelar a Su Hijo en nosotros para que lo conozcamos, lo recibamos como nuestra vida (Jn. 17:3; 3:16) y seamos hechos hijos de Dios (1:12; Gá. 4:5-6). Como Hijo del Dios viviente (Mt. 16:16), Él es muy superior al judaísmo y sus tradiciones (Gá. 1:13-14). Los judaizantes habían fascinado a los gálatas al grado que éstos consideraban las ordenanzas de la ley como superiores al Hijo del Dios viviente. Por tanto, al comienzo de esta epístola el apóstol dio testimonio de que había estado profundamente involucrado en el judaísmo y que había progresado mucho en ello, pero que Dios, al revelar a Su Hijo en él, lo había rescatado de la corriente del mundo, la cual era maligna a los ojos de Dios. En su propia experiencia, el apóstol pudo comprobar que no había comparación entre el Hijo del Dios viviente y el judaísmo con sus tradiciones muertas que había heredado de sus antepasados.

1) El beneplácito de Dios es revelar a Su Hijo en nosotros

  En 1:16 Pablo recalca el hecho de que el Hijo de Dios fue revelado en él. Esto indica que Dios nos revela a Su Hijo dentro de nosotros. Esto no es algo externo sino interno; no es una visión externa, sino algo que vemos internamente. No es una revelación objetiva, sino subjetiva.

  Además, Pablo dice que le agradó a Dios revelar a Su Hijo en él. Esto indica que revelar al Hijo de Dios le trae placer a Dios. Nada es más grato para Dios que develar, revelar, la persona viviente del Hijo de Dios.

  En el tiempo señalado por Dios, cuando Saulo, celoso en su religión, perseguía a la iglesia, el Hijo de Dios le fue revelado a él. Dios pudo soportar el celo de Saulo por las tradiciones de sus padres, pues esto produjo un fondo oscuro sobre el cual revelar a Cristo. En el tiempo que le agradó, Dios reveló a Su Hijo en Saulo de Tarso. A Dios le agradó revelarle la persona viviente del Hijo de Dios. Revelar a Su Hijo en nosotros es un placer para Dios. Es Cristo, el Hijo de Dios —no la ley—, en quien Dios el Padre siempre se complace (Mt. 3:17; 12:18; 17:5).

  El Hijo de Dios, una persona viviente, es contrario a la religión del hombre. Esto era verdad en tiempos de Saulo de Tarso, ha sido verdad a los largo de los siglos y es verdad en la actualidad. En lugar de centrar su atención en esta persona viviente, el hombre tiene la tendencia natural de dirigir su atención a la religión con su tradición. Pero desde Génesis 1 hasta Apocalipsis 22 la Biblia revela una persona viviente. A Dios le importa únicamente esta persona viviente.

  El relato de la experiencia de los discípulos con el Señor Jesús en el monte de la Transfiguración sirve como ilustración de esto (Mt. 17:1-18). Después de llevar aparte a un monte alto a Pedro, a Jacobo y a Juan, el Señor Jesús “se transfiguró delante de ellos, y resplandeció Su rostro como el sol, y Sus vestidos se volvieron blancos como la luz” (v. 2). Junto con los otros dos discípulos, Pedro vio la gloria del Señor. Él también vio a Moisés y a Elías hablando con el Señor. Aunque es poco probable que Moisés y Elías estuvieran en gloria, no obstante, ellos estaban conversando con el Jesús glorificado. Según Mateo 17:4, Pedro dijo a Jesús: “Señor, bueno es que nosotros estemos aquí; si quieres, haré aquí tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés, y otra para Elías”. Al hacer esta sugerencia, Pedro elevaba a Moisés y a Elías al mismo nivel que el del Señor Jesús. Pedro había heredado la tradición antigua con respecto a Moisés, representante de la ley, y con respecto a Elías, representante de los profetas. Para los judíos, Moisés y Elías eran los representantes de la totalidad del Antiguo Testamento. Por tanto, incluso en el monte de la Transfiguración, Pedro manifestó su celo por las tradiciones relacionadas con Moisés y Elías. Pero, como se nos dice en este relato, mientras Pedro aún hablaba “he aquí una nube luminosa los cubrió; y he aquí salió de la nube una voz que decía: Éste es Mi Hijo, el Amado, en quien me complazco; a Él oíd” (v. 5). Entonces Moisés y Elías desaparecieron de la escena. Cuando los discípulos alzaron sus ojos, “a nadie vieron sino a Jesús solo” (v. 8). Esto indica que a los ojos de Dios no hay cabida para la religión o la tradición, sino únicamente para la persona viviente de Su Hijo.

2) Cristo, el Hijo de Dios, es la corporificación del Dios Triuno hecho real a nosotros como Espíritu vivificante

  Es significativo que en Gálatas 1:15 y 16 Pablo no dice que Dios reveló a Cristo en él, sino que Dios reveló a Su Hijo en él. Hablar respecto a Cristo no nos lleva a involucrarnos del mismo modo que hablar respecto al Hijo. La razón para que exista esta diferencia es que siempre que hablamos respecto al Hijo de Dios, inmediatamente nos involucramos con el Padre y el Espíritu. Según los escritos de Pablo, tener al Hijo es tener tanto al Padre como al Espíritu. El Hijo es la corporificación del Dios Triuno hecho real a nosotros como Espíritu para nuestro disfrute (2 Co. 13:14). Por tanto, cuando Pablo dice que le agradó a Dios revelar a Su Hijo en él, esto significa que Aquel que fue revelado en él era la corporificación del Dios Triuno hecho real como Espíritu procesado y todo-inclusivo.

  En las epístolas de Pablo vemos que el Hijo es el misterio de Dios, la corporificación de Dios y Aquel en quien la plenitud de la Deidad habita corporalmente (Col. 2:2, 9). Un día, mediante la encarnación, el Hijo de Dios se hizo un hombre llamado el postrer Adán quien, mediante la muerte y la resurrección, llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). En 2 Corintios 3:17 Pablo dice: “El Señor es el Espíritu”. Si consideramos todos estos versículos en su conjunto, veremos que en la encarnación el Hijo de Dios, la corporificación de la plenitud de la Deidad, se hizo hombre y que, en resurrección, esta misma Persona es ahora el Espíritu vivificante.

  Con respecto a Cristo como Hijo de Dios, hay dos “llegar a ser”. Según Juan 1:14 la Palabra, el Hijo de Dios, se hizo carne. En otras palabras, Él se hizo hombre. Además, según 1 Corintios 15:45 esta Persona, llamada el postrer Adán, fue hecha Espíritu vivificante. Ésta es la razón por la cual Pablo puede afirmar explícitamente en 2 Corintios 3:17 que el Señor es el Espíritu. El Hijo de Dios es, por tanto, la corporificación del Dios Triuno hecho real a nosotros como Espíritu vivificante. Esta persona maravillosa es contraria a la religión del hombre.

3) La intención única de Dios es darnos a Su Hijo, una Persona viviente

  El enfoque central de la Biblia no son las prácticas, las doctrinas ni las ordenanzas, sino la persona viviente del Hijo de Dios, quien es la corporificación del Dios Triuno hecho real a nosotros en nuestro espíritu como Espíritu todo-inclusivo a fin de que le disfrutemos, participemos de Sus riquezas y le vivamos (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17; Fil. 1:19; Gá. 6:18). El corazón de Dios está completamente ocupado con la persona viviente de Su Hijo. La intención única de Dios es darnos a Su Hijo, una Persona viviente. Sin embargo, a causa de la caída, fácilmente somos distraídos para preocuparnos por otras cosas en lugar de Cristo mismo. Es crucial que tengamos una visión de esta Persona viviente y todo-inclusiva. Esta Persona incluye al Padre, al Hijo y al Espíritu; incluye tanto divinidad como humanidad. Aunque esta Persona viviente es todo-inclusiva a tal grado, es una realidad concreta para nosotros, pues como Espíritu vivificante, Él está en nuestro espíritu regenerado. Por un lado, Él está en los cielos como Señor, Cristo, Rey, Cabeza, Sumo Sacerdote y Ministro celestial (Hch. 10:36; 1 Ti. 6:15; He. 4:14-15; 7:26; 8:2). Por otro lado, Él está en nuestro espíritu a fin de ser todo para nosotros (2 Ti. 4:22). Él es Dios, el Padre, el Redentor, el Salvador, el hombre, la vida, la luz y la realidad de toda cosa positiva. Ésta es la persona viviente del Hijo de Dios.

  Desde el tiempo en que esta Persona viviente fue revelada en Saulo, el velo fue quitado y Saulo fue iluminado con respecto al Hijo de Dios. Por tanto, a él únicamente le importaba esta Persona y ya no le interesaba la religión ni la tradición. Debemos orar para poder ver tal visión de la persona viviente del Hijo de Dios e interesarnos más en Él que en cualquier otra cosa. Sin esta Persona viviente como realidad y contenido de la vida de iglesia, incluso la vida de iglesia se convertirá en una tradición. Es vital que veamos esta Persona viviente.

  No debiéramos atesorar nada, incluyendo nuestro conocimiento bíblico o nuestras experiencias y logros espirituales, que reemplace a esta Persona viviente. Diariamente y a cada hora debemos experimentar a esta Persona viviente. La iglesia es el Cuerpo de esta persona, Su expresión concreta y viviente. Como corporificación del Dios Triuno hecho real a nosotros en calidad de Espíritu vivificante y todo-inclusivo, Él está dentro de nosotros para ser todo cuanto necesitemos. Él es contrario a todo lo demás. Sin Él, todo se convierte en una tradición hecha por otros o por nosotros mismos.

  Todo cuanto tengamos aparte de Cristo, la persona viviente del Hijo de Dios, es religión. Esta Persona viviente es la corporificación del Dios Triuno procesado y todo-inclusivo hecho real a nosotros en nuestro espíritu como Espíritu vivificante. En nuestro espíritu le disfrutamos, le experimentamos, participamos de Sus riquezas y le vivimos. Ser cristiano consiste en ser alguien ocupado por una Persona viviente, no por una religión. El judaísmo es una religión formada por el hombre en letra muerta con vanas tradiciones. Pero el Hijo de Dios es vida, la vida eterna e increada de Dios (Jn. 14:6). A fin de ser experimentado y disfrutado por nosotros, esta Persona es el Espíritu todo-inclusivo con la realidad divina (1:14; 1 Jn. 5:6).

  Como persona viviente, Cristo es espiritual y misterioso. Si Dios no revelase a Su Hijo en nosotros, ningún ser humano podría ver a esta Persona viviente. Los cristianos pueden leer la Biblia y estudiarla minuciosamente y, aun así, ver muy poco de Cristo. Desde el principio hasta el final de la Biblia, especialmente en el Nuevo Testamento, Cristo ocupa el lugar central. La revelación de Dios a lo largo de las Escrituras está enfocada íntegramente en Cristo.

4) La necesidad de renunciar a nuestros conceptos, volver nuestro corazón al Señor, prestar atención a nuestro espíritu y dedicar tiempo a la Palabra en un espíritu de oración a fin de recibir una revelación subjetiva del Hijo de Dios

  Con respecto a la revelación del Hijo de Dios en nosotros, Pablo aborda dos casos en 2 Corintios 3 y 4: el caso de los judíos en particular y el caso de los creyentes en general. Cuando los judíos leen el Antiguo Testamento, ellos lo leen con su entendimiento velado. En 2 Corintios 3:15 Pablo dice: “Aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos”. Aquí el velo se refiere a la religión del judaísmo. En 4:4 Pablo procede a decir que el dios de este siglo ha cegado las mentes de los incrédulos. El dios de este siglo es Satanás. Aquellos que han sido cegados o velados piensan que no adoran nada; en realidad, su dios es Satanás. Los ateos adoran a Satanás sin saber lo que hacen. Casi todas las personas en la actualidad, tengan poca o mucha cultura, han sido cegadas por el dios de este siglo.

  Debemos aplicar a nosotros mismos lo dicho aquí acerca de estar velados. Es crucial que permanezcamos alertas, pues es posible que cualquier cosa que no sea Cristo mismo sea usada como un velo por Satanás, el astuto. Si hemos de recibir la revelación del Hijo de Dios, debemos renunciar a nuestros conceptos. Todo concepto, sea espiritual o carnal, es un velo. A fin de obtener la revelación debemos renunciar a nuestros conceptos.

  En la actualidad, Dios resplandece en todo lugar. Esta era de la gracia es una era de luz. Dios resplandece, y la Biblia también resplandece. Además, el Espíritu todo-inclusivo que se mueve sobre la tierra está lleno de gracia. Sin embargo, incluso mientras la Biblia resplandece y el Espíritu se mueve, muchos todavía no reciben revelación. La razón es que se aferran a ciertos conceptos y están velados por dichos conceptos.

  Con respecto a recibir revelación, no hay problemas por el lado de Dios. Por Su lado todo está preparado. El problema está íntegramente de nuestro lado. Debemos renunciar a los velos; esto es, debemos renunciar a nuestros conceptos. Es importante que oremos: “Señor, ayúdame a renunciar a todo lo que sea un velo”. Si nos aferramos a nuestros conceptos mientras leemos la Biblia, seremos como los antiguos judíos que tenían un velo que cegaba sus mentes siempre que leían las Escrituras. Pero si renunciamos a nuestros conceptos al leer la Palabra, la leeremos a cara descubierta. Entonces la luz resplandecerá en nosotros subjetivamente.

  También debemos orar: “Señor, confío en Ti para derrotar al dios de este siglo. Aparte de Ti no adoro nada. Señor, vuelvo mi corazón a Ti y renuncio a todos mis conceptos. No quiero adorar a nadie que no seas Tú”. Si oramos de este modo, la luz resplandecerá y recibiremos revelación. Si renunciamos a nuestros conceptos y volvemos nuestro corazón al Señor, los velos serán quitados y el dios de este siglo no tendrá cabida en nuestro ser.

  La revelación del Hijo de Dios es una revelación interna. Esta revelación interna tiene lugar en nuestro espíritu a través de nuestra mente que ha sido iluminada. Debido a que la mente juega un rol importante, es crucial que renunciemos a nuestros conceptos, todos los cuales están en la mente. Si nos aferramos a los conceptos en nuestra mente, la revelación podría estar en nuestro espíritu, pero no podrá penetrar nuestra mente velada. Debemos renunciar a nuestros conceptos de modo que nuestra mente pueda ser liberada y hacerse transparente. Entonces, cuando el Espíritu resplandezca en nuestro espíritu, este resplandor entrará en nuestra mente transparente. Así hemos de recibir una revelación interna.

  Si hemos de ver la revelación de Cristo, también tenemos que volver nuestro corazón al Señor. Según 2 Corintios 3:16, cuando el corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado. Cuanto más volvemos nuestro corazón al Señor, menos cabida en nuestra vida y en nuestro ser tendrá el dios de este siglo. Debemos decirle al Señor que no nos aferramos a nada aparte de Él y que nuestro corazón es completamente para Él. Entonces estaremos bajo el resplandor de la luz celestial y recibiremos la revelación de la persona viviente del Hijo de Dios.

  Esta revelación interna de Cristo es subjetiva, y esta revelación subjetiva es dada en nuestro espíritu por el Espíritu (Ef. 1:17; 3:5). Tanto nuestro espíritu como el Espíritu de Dios son realidades. No podemos negar que dentro de nosotros tenemos un espíritu humano. Tampoco podemos negar que el Espíritu divino está en nuestro espíritu. A fin de recibir la revelación del Hijo de Dios, tenemos que atender a las profundidades de nuestro ser, esto es, a nuestro espíritu. Es en nuestro espíritu que el Espíritu resplandece, revelándonos a Cristo en nosotros y hablándonos acerca de Cristo. También es de ayuda orar-leer la Palabra, especialmente los versículos de las epístolas de Pablo (6:17-18). Esto nos permitirá ver a Cristo y recibir una revelación subjetiva de esta Persona viviente.

  En resumen, a fin de recibir una revelación interna, subjetiva y espiritual, todos tenemos que aprender a renunciar a nuestros conceptos, volver nuestro corazón al Señor, prestar atención a nuestro espíritu y orar los versículos contenidos en los escritos de Pablo. Entonces el Espíritu nos iluminará y nos hablará de Cristo. Como resultado, recibiremos una revelación subjetiva del Hijo de Dios.

5) Cristo revelado en nosotros es el centro del plan de Dios

  Cristo revelado en nosotros es el centro del plan de Dios. El plan de Dios no es tener una religión ni tampoco lograr muchas obras religiosas. El plan de Dios es revelar a Cristo en nosotros, hacer de Cristo nuestra vida y nuestro todo, y regenerarnos y transformarnos para que seamos miembros de Cristo.

  Cuando Dios el Padre revela a Su Hijo en nosotros, Él siembra a Cristo como semilla de vida en nosotros. Que Dios revele a Cristo, Su Hijo, en nosotros equivale a que Dios imparta a Cristo en nosotros. Cuando el Hijo de Dios es revelado en nosotros, algo divino es añadido a nosotros. La elección y el llamamiento no añaden nada a nuestro ser, pero la revelación del Hijo de Dios en nosotros hace que la divinidad sea añadida a nuestra humanidad. Dios mismo es añadido a nuestro ser para llegar a ser nuestra vida. Aquel que tiene al Hijo tiene la vida (1 Jn. 5:12). Por tanto, tener al Hijo de Dios revelado en nosotros significa tener a Dios añadido a nosotros para que sea nuestra vida.

  Dios hizo del apóstol Pablo un ministro de Cristo apartándolo, llamándolo (Gá. 1:15) y revelando a Su Hijo en él (v. 16). En tiempos de la conversión de Pablo, a Dios le agradó revelar a Cristo en él. Entonces Pablo comprendió que lo que le importa a Dios no es que él cumpla la ley, le adore o haga buenas obras, sino que Cristo, el Hijo de Dios, como Persona viviente, sea revelado en él. El punto central del evangelio es que el Hijo de Dios entre en nosotros como nuestra persona para llegar a ser nuestra vida y suministro de vida, para ser formado en nosotros, para hacerse uno con nosotros e, incluso, hacerse nosotros.

  El Nuevo Testamento dice que Pablo servía de modelo para todos los creyentes (1 Ti. 1:15-16). Por tanto, tal como Dios reveló a Cristo en Pablo, Dios tiene que revelar a Cristo en cada uno de los creyentes. Nosotros, los creyentes genuinamente regenerados y salvos, podemos testificar que desde que escuchamos el evangelio, Cristo ha sido revelado dentro de nosotros. No hubiéramos podido ser salvos a menos que Cristo hubiera sido revelado en nuestro interior. Desde que oímos el evangelio, la semblanza de una persona —el Hijo de Dios— comenzó a resplandecer dentro de nosotros, y día tras día Él es revelado a nosotros más y más. Actualmente, Cristo continúa resplandeciendo en nosotros, y nosotros vemos de continuo más de Él. Esta revelación de Cristo es obra de Dios. Todos los aspectos de la vida cristiana surgen de esta revelación. Vivimos la vida cristiana conforme al Cristo que hemos visto. Nuestra vida cristiana surge del Cristo a quien vemos día tras día. Es imprescindible que Cristo sea revelado de continuo en nosotros. Desde el día que creímos en el Señor Jesús, es necesario que Dios siga revelando a Cristo en nosotros continuamente; esta revelación jamás debe cesar.

  Cuanto más revelación recibamos del Hijo de Dios, más Él vivirá en nosotros. Cuanto más Él viva en nosotros, más llegará a ser para nosotros la bendición central y única del evangelio, la cual Dios prometió a Abraham. Esto significa que Él será para nosotros la tierra todo-inclusiva hecho real a nosotros como Espíritu vivificante, procesado y todo-inclusivo. Si renunciamos a nuestros conceptos, volvemos nuestro corazón al Señor, prestamos atención al espíritu y pasamos tiempo en la Palabra, Cristo será revelado en nosotros, vivirá en nosotros y será formado en nosotros. Día tras día Él llegará a ser cada vez más un disfrute para nosotros. Como resultado de ello, esta Persona viviente hará de nosotros una nueva creación en términos prácticos. El libro de Gálatas finalmente nos lleva a la nueva creación por medio de la revelación interna de la persona viviente del Hijo de Dios. La carga de Pablo al escribir el libro de Gálatas, y nuestra necesidad actual, es que seamos introducidos en un estado en el cual estemos llenos de la revelación del Hijo de Dios y, por tanto, lleguemos a ser una nueva creación, de modo que Cristo viva en nosotros, sea formado en nosotros y sea disfrutado por nosotros continuamente como Espíritu todo-inclusivo.

c. Para que el apóstol le anunciase como evangelio entre los gentiles

  Cristo fue revelado en Pablo para que éste le anunciase como evangelio entre los gentiles (Gá. 1:16). Desde que por primera vez se encontró con el Señor camino a Damasco, el Cristo revelado por Dios comenzó a resplandecer dentro de Pablo. Él no solamente recibió una revelación de Cristo, sino también la carga de predicar, de ministrar y de presentar a esta Persona a los demás. El apóstol Pablo no predicaba la ley sino que anunciaba a Cristo, el Hijo de Dios, como evangelio; no anunciaba meramente la doctrina acerca de Él, sino Su misma Persona viviente.

  La predicación apropiada del evangelio no consiste en predicar una doctrina, sino en predicar la persona del Hijo de Dios. El Hijo de Dios es la corporificación del Padre y es hecho real a nosotros como Espíritu. Predicar el evangelio es predicar esta Persona. Siempre que prediquemos el evangelio, lo que tiene que causar una profunda impresión en nuestros oyentes es la persona viviente del Hijo de Dios. No importa cuál sea el tema de nuestro mensaje evangelizador, el enfoque central de nuestra predicación tiene que ser esta Persona viviente.

  Según Hechos 26:16, la aparición del Señor hizo de Saulo de Tarso un testigo de las cosas que había visto del Señor y de aquellas en las cuales Él se le aparecería. El Señor le dijo a Saulo que Él le revelaría otras cosas, no como meras enseñanzas sino mediante Su aparición. Tenemos que ver las cosas con respecto a Cristo por medio de que Cristo se aparezca a nosotros. Todo lo que el apóstol Pablo ministraba a los demás eran las cosas en las cuales el Señor se le apareció. Ser un testigo de Cristo no es cuestión de enseñanza y conocimiento; más bien, es cuestión de aparición y visión. Las cosas en las cuales el Señor se nos aparece son las cosas que tenemos que ministrar a los demás. Debemos orar diciendo: “Señor, aparécete a mí para que en Tu aparición yo pueda ver algo y después hable a las personas de lo que he visto”. Cuando oremos de este modo, el Señor Jesús se nos aparecerá, y Su aparición nos dará una visión. Su aparición hará de nosotros testigos; entonces hablaremos a los demás de lo que hemos visto en la presencia del Señor viviente. A Dios le agradó revelar a Su Hijo en nosotros a fin de que podamos anunciar a Su Hijo como evangelio. Nuestra predicación tiene que ser resultado de lo que hemos visto. No predicamos doctrina; en lugar de ello, ministramos y somos testigos de lo que hemos visto en la aparición de Cristo. Después que hemos visto la visión, debemos contactar a otros diciéndoles que Cristo se nos ha aparecido y que nosotros le hemos visto.

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