
En Gálatas 3:1-22 Cristo es revelado como la descendencia de Abraham. Según Génesis 22:17-18a, el Señor le prometió a Abraham: “De cierto te bendeciré y multiplicaré grandemente tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá la puerta de sus enemigos. En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra”. En esta profecía tenemos la promesa de que la descendencia de Abraham sería una gran bendición para toda la humanidad, pues todas las naciones serían bendecidas mediante su descendencia.
Esta profecía fue repetida a Isaac en Génesis 26:4 y nuevamente a Jacob en Génesis 28:14. Estos tres versículos no son tres profecías, sino una sola profecía acerca de Cristo como descendencia de Abraham. El cumplimiento de estas palabras proféticas no solamente consta en Mateo 1:1, que dice que Cristo es el hijo de Abraham, sino también en Gálatas 3:16, que dice: “A Abraham fueron hechas las promesas, y a su descendencia. No dice: Y a los descendientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: ‘Y a tu descendencia’, la cual es Cristo”. Cristo nació como un descendiente de Abraham, nacido del linaje escogido; por tanto, Él era la descendencia de Abraham.
Como descendencia de Abraham, Cristo en Su humanidad bendice a todas las naciones con el evangelio de Cristo (vs. 8-12, 16). Él trajo Dios a nosotros y nos llevó a Dios para que disfrutemos la bendición de Dios. Él trae bendiciones a las naciones. Sean judíos o gentiles, todos serán bendecidos en Él (Gn. 22:18a). Como veremos en este mensaje, Gálatas 3:14 indica que la bendición es el Espíritu como consumación del Dios Triuno. Cuando recibimos al Espíritu, recibimos al Dios Triuno como vida eterna para que sea nuestra bendición. Mediante la fe en Cristo hemos recibido el Espíritu. El Espíritu también es llamado el Espíritu de gracia (He. 10:29). Cuando la bendición que Dios dio a Abraham viene a nosotros, es gracia; esta gracia es la descendencia de Abraham. Puesto que Cristo es ahora el Espíritu (2 Co. 3:17), Él no es solamente la descendencia que hereda las promesas, sino también la bendición de las promesas heredadas por nosotros.
Según Gálatas 3:16, Cristo es la descendencia de Abraham, el Heredero que recibe las promesas. Aquí Cristo es la descendencia única que hereda las promesas. Así que, para heredar la bendición prometida, tenemos que ser uno con Cristo. Fuera de Él no podemos heredar las promesas que Dios hizo a Abraham. A los ojos de Dios, Abraham tiene una sola descendencia, Cristo. Tenemos que estar en Él para participar de las promesas dadas a Abraham.
Según Gálatas 3:14, la promesa hecha a Abraham era que Dios mismo vendría para ser la descendencia de Abraham, y que dicha descendencia sería una bendición para todas las naciones al convertirse en el Espíritu todo-inclusivo que puede ser recibido por los hombres (1 Co. 15:45). Así pues, a la postre, la bendición de Abraham tuvo como fruto a Cristo, la única descendencia, en quien todas las naciones de la tierra son bendecidas (Hch. 3:25-26; Gá. 3:16). Todos los creyentes en Cristo, como miembros del Cristo corporativo (1 Co. 12:12), están incluidos en esta descendencia como herederos de la bendición prometida por Dios (Gá. 3:7, 29).
Como descendencia de Abraham, Cristo en Su humanidad fue crucificado y hecho maldición por nosotros a fin de redimirnos de la maldición de la ley. Gálatas 3:1 menciona que Jesucristo fue crucificado; después, el versículo 13 añade: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: ‘Maldito todo el que es colgado en un madero’)”. Cristo como nuestro Sustituto en la cruz no sólo llevó la maldición por nosotros, sino que también fue hecho maldición por nosotros. La maldición de la ley fue resultado del pecado del hombre (Gn. 3:17). Cuando Cristo quitó nuestro pecado en la cruz, Él nos redimió de la maldición de la ley.
Mediante su caída Adán nos trajo a todos nosotros bajo la maldición; como descendientes caídos de Adán, nosotros los pecadores estábamos bajo la maldición. El origen de la maldición es el pecado del hombre. Dios trajo la maldición después del pecado de Adán, diciendo: “Maldita es la tierra por tu causa” (v. 17). La señal que denota la maldición son los espinos (v. 18). Por esta razón, después del pecado de Adán la tierra produjo espinos.
Sin embargo, la maldición no era por completo oficial sino hasta que la ley fue dada. La ley ahora declara que todos los descendientes caídos de Adán están bajo la maldición. En otras palabras, la maldición es implementada mediante la ley. Esto significa que la ley administra la maldición. Por tanto, la maldición está relacionada con la ley de Dios; es la exigencia del Dios justo sobre los pecadores.
Mientras que la ley nos condena y hace la maldición oficial, Cristo —mediante Su crucifixión— nos ha redimido de la maldición de la ley; en la cruz Él incluso fue hecho maldición por nosotros. Por tanto, la maldición que vino mediante la caída de Adán fue eliminada por la obra redentora de Cristo.
Cuando Cristo llevó sobre Sí nuestros pecados, Él también llevó sobre Sí la maldición. La corona de espinas indica esto (Jn. 19:2, 5). Puesto que los espinos son señal de la maldición, que Cristo llevara una corona de espinas indica que Él tomó sobre Sí nuestra maldición en la cruz. Debido a que Cristo fue maldito en lugar de nosotros, la exigencia de la ley fue cumplida y Él pudo redimirnos de la maldición de la ley.
Cristo no solamente nos redimió de la maldición, sino que incluso fue hecho maldición por nosotros. Esto indica que Él fue absolutamente abandonado por Dios. Dios abandonó a Cristo económicamente y también le consideró maldición. En la cruz Cristo realizó la gran obra de librarnos de la maldición de la ley al realizar la obra de llevar nuestros pecados y quitar la maldición.
Cuando Dios creó al hombre, Él tenía la intención de que el hombre disfrutase a Dios como su bendición. Pero mediante la caída de Adán, el hombre perdió a Dios mismo como su bendición y disfrute. No solamente eso, sino que puesto que el hombre no sabía que era un ser totalmente caído, incurable y sin esperanza, él buscaba agradar a Dios mediante sus propios esfuerzos. Esto obligó a Dios a promulgar la ley para poner al descubierto la condición caída del hombre. Sabedor de que el hombre no podía cumplir la ley, Dios le dio la ley al hombre, no para que la cumpliese, sino para que el hombre se diera cuenta de que es un ser completamente caído y sin esperanza.
Aquí debemos ver que antes de promulgar la ley, Dios prometió una bendición a Abraham: de él vendría la descendencia que sería una bendición no solamente para su propia casa, su linaje, sino también para todas las naciones, todos los gentiles. Con Adán tenemos el pecado y la maldición, pero con Abraham tenemos la promesa de Dios. El trasfondo de esta promesa era la maldición que pesaba sobre la humanidad. Debido a que la humanidad estaba bajo maldición, la dirección que seguía el hombre era hacia abajo. Pero Dios intervino, llamó a Abraham y prometió que en su descendencia todas las naciones —la humanidad bajo maldición— serían bendecidas.
No obstante, los hijos de Israel no comprendieron que la intención de Dios no era que ellos intentasen guardar la ley, sino llevarlos de regreso a la promesa dada a su antepasado, Abraham, mediante la ley. Debido a que los hijos de Israel no vieron que la función de la ley era poner al descubierto su condición caída y restaurarlos a la bendición prometida, ellos intentaron guardar la ley, con lo cual vinieron a estar bajo la maldición de la ley (Dt. 27:15-26). Los hijos de Israel, por ser caídos en su naturaleza, ciertamente no cumplían con la norma de la ley; por tanto, se encontraban bajo maldición al sujetarse a la ley.
Mediante Su encarnación Cristo vino como descendencia de Abraham, y mediante Su crucifixión Cristo murió en la cruz para ser hecho maldición por nosotros. Al hacerlo, Cristo libró de la maldición a todos los que creen en Él. Mediante Su obra en la cruz, Cristo fue hecho maldición por nosotros y nos redimió de la maldición de la ley a fin de que la bendición de Dios prometida a Abraham fuese concedida a todos los que creen en Cristo.
En Gálatas 3:10 Pablo dice: “Todos los de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: ‘Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas’”. Si intentamos guardar la ley, estaremos en la carne y automáticamente venimos a estar bajo maldición, pues todos los de las obras de la ley están bajo maldición. En lugar de intentar guardar la ley, debemos agradecer que la ley nos ponga al descubierto y después debemos despedirnos de ella. Debemos dejar la ley y acudir a Cristo y a la cruz.
Cristo, la descendencia de Abraham, fue crucificado y hecho maldición por nosotros a fin de redimirnos de la maldición de la ley para que podamos recibir el Espíritu como la bendición del evangelio prometida a Abraham, la promesa de que todas las naciones serían bendecidas en Él. Gálatas 3:14 dice: “Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. Este versículo combina la promesa del Espíritu con la bendición de Abraham. La bendición de Abraham es la bendición prometida por Dios a Abraham (Gn. 12:3) para todas las naciones de la tierra. La promesa se cumplió y esta bendición vino en Cristo a las naciones por medio de la redención que Él realizó mediante la cruz. El contexto de Gálatas 3:14 indica que el Espíritu es la bendición que Dios prometió a Abraham para todas las naciones, la cual fue recibida por los creyentes por medio de la fe en Cristo. El Espíritu es el Espíritu compuesto, quien es Dios mismo procesado en Su Trinidad a través de Su encarnación, crucifixión, resurrección, ascensión y descenso a fin de que lo recibamos como nuestra vida y nuestro todo. Éste es el enfoque del evangelio de Dios. El aspecto material de la bendición que Dios prometió a Abraham era la buena tierra (Gn. 12:7; 13:15; 17:8; 26:3-4), la cual tipifica al Cristo todo-inclusivo (Col. 1:12). Puesto que Cristo finalmente es hecho real para nosotros como Espíritu todo-inclusivo y vivificante (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17), la bendición del Espíritu prometido corresponde a la bendición de la tierra prometida. En realidad, el Espíritu, quien es Cristo hecho real en nuestra experiencia, es la buena tierra, la fuente del abundante suministro de Dios para nuestro disfrute.
En Gálatas 3:14 vemos que la bendición de la promesa es el Espíritu, y en el versículo 16 vemos que las promesas fueron hechas a la descendencia de Abraham, la cual es Cristo. Por un lado, el Espíritu es el Cristo todo-inclusivo. Por otro, el Espíritu, la bendición de la promesa, fue dado a Cristo, quien es la descendencia. Cuando creímos en el Señor Jesús, le recibimos como descendencia, como vida. Esta descendencia es el Espíritu vivificante y todo-inclusivo, la realidad de la buena tierra. El Cristo que hemos recibido como descendencia es el Espíritu tipificado por la buena tierra. Cristo vino a nosotros como descendencia, pero al nosotros vivir por Él, Él se convierte en la tierra (el Espíritu todo-inclusivo), la cual es nuestra porción. Éste es el cumplimiento de la palabra de Dios dada a Abraham de que mediante su descendencia la bendición del evangelio vendría a todas las familias de la tierra.
Nuestra bendición es Dios mismo, quien está corporificado en Cristo y es hecho real a nosotros como Espíritu impartido en nosotros para nuestro disfrute. En el universo únicamente Dios mismo es una bendición; todo lo demás es vanidad de vanidades (Ec. 1:2). Incluso el universo entero no puede compararse con nuestro Dios Triuno. Si tenemos a Dios, tenemos la bendición. Sin embargo, que Dios llegue a ser nuestra bendición involucra un proceso. Así como los alimentos tienen que ser cocinados para llegar a ser nuestra bendición, Dios tenía que ser “cocinado” a fin de ser nuestra bendición. Antes de pasar por un proceso, Dios era un Dios “crudo”. Al pasar por un proceso, Dios llegó a ser el Dios “cocinado” a fin de ser nuestra vida y suministro de vida. Este Dios en Su totalidad es el Espíritu procesado, consumado, todo-inclusivo y vivificante que mora en nosotros. Él, como maravilloso Espíritu, es la bendición de Dios para nosotros. La bendición del evangelio es el Espíritu, la suma total y la totalidad del Dios Triuno procesado.
Nuestra bendición espiritual por la eternidad consiste en heredar el Espíritu, la consumación del Dios Triuno procesado, como nuestra herencia. En el cielo nuevo y la tierra nueva en la Nueva Jerusalén disfrutaremos al Dios Triuno procesado, quien es el Espíritu todo-inclusivo, consumado y vivificante (Ap. 22:1; Jn. 7:37-39). Incluso en la actualidad, no hay nada más disfrutable que el Espíritu que mora en nosotros.
En el evangelio completo de Dios, en Cristo no sólo hemos recibido la bendición de ser perdonados, lavados y limpiados; aún más, hemos recibido la mayor bendición, la cual es el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— como Espíritu procesado, todo-inclusivo y vivificante que mora en nosotros de una manera muy subjetiva para nuestro disfrute. ¡Oh, qué bendición poder disfrutar como nuestra porción diaria a Aquel que es todo-inclusivo!
La bendición del evangelio prometida a Abraham es el Espíritu todo-inclusivo, el Espíritu mezclado con la divinidad de Cristo, Su humanidad, Su vivir humano, Su muerte todo-inclusiva con su eficacia, Su poderosa resurrección con su poder de vida y Su ascensión. Este Espíritu compuesto es el Espíritu mencionado en Juan 7:39, el Espíritu que aún no había hasta que Jesús fuera glorificado. En este versículo el Señor les dijo a los discípulos que aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aun glorificado. El Espíritu Santo ya estaba allí, pero aún no había el Espíritu compuesto y todo-inclusivo debido a que entonces, cuando Jesús dijo esas palabras, Él aún no había sido glorificado, esto es, Él aún no había sido crucificado y resucitado (Lc. 24:26). Fue mediante Su crucifixión y resurrección que Cristo llegó a ser el Espíritu vivificante, el Espíritu compuesto, quien es la consumación del Dios Triuno procesado.
El Espíritu compuesto y todo-inclusivo es tipificado por el aceite de la santa unción, un ungüento compuesto de aceite de oliva con cuatro especias descrito en Éxodo 30. Un hin de aceite de oliva era mezclado con cuatro especias a fin de producir el aceite de la santa unción, el ungüento santo. Las cuatro especias —mirra, canela, cálamo y casia— eran mezcladas con el aceite para convertirse en un ungüento compuesto. En tipología el aceite representa al Espíritu de Dios, y el ungüento compuesto —el aceite mezclado con cuatro especias— representa al Espíritu compuesto. Mediante tal proceso de composición el aceite se convertía en un ungüento. Antes de Éxodo 30 “aún no había” este compuesto; pero después de Éxodo 30 tal ungüento definitivamente existía. Asimismo, antes que Cristo fuera crucificado, resucitado y glorificado, aún no había el Espíritu como Espíritu vivificante y todo-inclusivo (Jn. 7:39). Pero mediante el proceso de la crucifixión de Cristo y la resurrección de Cristo, el Espíritu de Dios, tipificado por el aceite, se convirtió en el Espíritu compuesto, tipificado por el ungüento.
Los significados que encierran los ingredientes de este ungüento compuesto son los siguientes: La mirra fluida, una especia usada en sepulturas (Jn. 19:39), representa la preciosa muerte de Cristo (Ro. 6:3). La canela aromática representa la dulzura y eficacia de la muerte de Cristo (8:13). El cálamo aromático, procedente de una caña que crecía erguidamente en un lugar pantanoso o cenagoso, representa la preciosa resurrección de Cristo (Ef. 2:6; Col. 3:1; 1 P. 1:3). La casia, usada en tiempos antiguos para repeler insectos y serpientes, representa el poder de la resurrección de Cristo (Fil. 3:10). Además, puesto que el número cuatro representa a las criaturas (Ez. 1:5), de las cuales el hombre es cabeza (Gn. 1:26), y el número uno representa al único Dios (Dt. 4:35; 1 Ti. 2:5), las cuatro especias representan la humanidad de Cristo en la creación de Dios y el hin de aceite de oliva representa al único Dios con Su divinidad. Por tanto, la mezcla del aceite de oliva con las cuatro especias representa el compuesto, la mezcla, de Dios y el hombre, de la divinidad y la humanidad, en el Espíritu compuesto (cfr. Lv. 2:4). Además, las medidas especificadas para las cuatro especias, que conforman un total de tres unidades completas de quinientos siclos cada una, de las cuales la unidad del medio estaba dividida en dos mitades, representan al Dios Triuno en resurrección, en quien el segundo, el Hijo, fue “partido” mediante Su muerte en la cruz. Puesto que en la Biblia el número cinco denota responsabilidad (Mt. 25:2), los cinco elementos del ungüento compuesto y las tres unidades de quinientos siclos conformadas por cuatro especias representan al Dios Triuno en resurrección como el poder, la capacidad, requerido para asumir responsabilidad. Con base en los significados mencionados, la composición de las cuatro especias con el aceite de oliva a fin de hacer el aceite de la unción significa la mezcla de los elementos ya mencionados con el Espíritu de Dios mediante el proceso de la encarnación de Cristo, Su vivir humano, Su crucifixión, Su resurrección y Su ascensión, a fin de producir el Espíritu compuesto. Antes de la crucifixión y resurrección de Cristo, el Espíritu de Dios no tenía estos elementos. Pero después de la resurrección de Cristo estos elementos fueron mezclados con el Espíritu de Dios, y el Espíritu de Dios llegó a ser el Espíritu, esto es, el Espíritu compuesto simbolizado por el ungüento compuesto.
El Espíritu es la consumación del Dios Triuno procesado dado a nosotros como bendición del evangelio. Al presentar la verdadera bendición del evangelio, Pablo no enumeró diversos elementos tales como la paz, el gozo y el perdón de pecados; más bien, Pablo se refiere únicamente a una sola persona: el Espíritu como consumación del Dios Triuno procesado. La Biblia revela que nuestro Dios es triuno (28:19). El Padre planeó, y Cristo el Hijo creó el universo mediante el Espíritu (Ef. 1:9; Gn. 1:1-3; Jn. 1:3; Col. 1:16; He. 1:2, 10; Sal. 102:25-27). Un día Dios vino en la encarnación para ser un hombre llamado Jesús; Él se hizo el Dios-hombre, Dios que vive en un hombre. Él era el Hijo con el Padre por el Espíritu (Jn. 8:29; Mt. 12:28); la Trinidad entera estaba corporificada en Él (Col. 2:9). Después de llevar una vida humana por aproximadamente treinta y tres años y medio, Él fue a la cruz. Al morir en la cruz, Él moría como el Hijo con el Padre por el Espíritu. En la cruz Él no moría meramente como Hijo de Dios en la carne humana; más bien, la totalidad del Dios Triuno estaba involucrada en Su crucifixión (He. 9:14). Por esta razón, Hechos 20:28 dice que Dios ganó la iglesia por Su propia sangre, esto es, la sangre de Su Hijo, Jesucristo (1 Jn. 1:7). Aunque muchos maestros cristianos no se atreven a decir que Dios murió en la cruz, Charles Wesley reconoció esta verdad y dijo en uno de sus himnos: “¿Cómo será —qué gran amor— / Que por mí mueras Tú mi Dios?” (Himnos, #141). Después de Su muerte en la cruz, Él fue sepultado. Después, al tercer día, Él salió del Hades y del sepulcro y fue resucitado. Por un lado, como hombre, Él fue resucitado por Dios de los muertos (Ro. 8:11; Hch. 2:24, 32; 10:40); por otro, como Dios mismo, Él resucitó de los muertos (10:41; 1 Ts. 4:14). Según 1 Corintios 15:45, en Su resurrección Cristo, el postrer Adán, fue hecho Espíritu vivificante, el Espíritu que vivifica (2 Co. 3:6). Que Cristo sea el Espíritu vivificante está confirmado por 2 Corintios 3:17, que dice: “El Señor es el Espíritu”.
El Espíritu vivificante es la máxima consumación del Dios Triuno procesado. El Dios Triuno —Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu— ha pasado por un proceso para alcanzar Su consumación en el Espíritu. Por tanto, el Espíritu es la consumación del Dios Triuno que pasó por muchos procesos en Cristo. Este Espíritu vivificante es la bendición del evangelio. La bendición del evangelio es el Dios Triuno procesado que llega a nosotros como Espíritu. En este Espíritu compuesto y todo-inclusivo está la totalidad de la persona de Cristo y de Su proceso, lo cual incluye Su divinidad, Su humanidad, Su crucifixión por la cual efectuó la redención, Su resurrección por la cual nos imparte vida y Su ascensión por la cual fue hecho Señor de todo (Ro. 8:11; 2 Co. 3:18). Si tenemos el Espíritu, lo tenemos todo y no nos falta nada. El Espíritu lo es todo para nosotros a fin de que vivamos la vida cristiana. La vida cristiana es por completo el Dios Triuno procesado y consumado como Espíritu todo-inclusivo. Si tenemos el Espíritu, tenemos a Dios, el hombre, la redención y el perdón de pecados. El Espíritu es nuestro Dios, nuestro Padre, nuestro Señor, nuestro Redentor, nuestro Salvador y nuestro Pastor; el Espíritu es nuestra vida, nuestro suministro de vida, nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra transformación y nuestra redención. El Espíritu todo-inclusivo es el Dios Triuno procesado y consumado dado a nosotros como bendición. Debemos alabar al Señor por haber recibido al Espíritu como tal bendición y que podremos disfrutarle todo el tiempo por la eternidad.
Gálatas revela la manera de recibir, experimentar y disfrutar al Cristo todo-inclusivo como Espíritu vivificante y todo-inclusivo, el cual es la totalidad de la bendición que todo lo abarca, la bendición del evangelio completo de Dios, a saber: al revelar Dios a Cristo en nosotros (1:16a; Ef. 1:17; Gn. 13:14-18; Ef. 3:8, 19); al recibir a Cristo por el oír con fe (Gá. 3:2); al nacer según el Espíritu y al haber enviado a nuestros corazones el Espíritu del Hijo de Dios (4:29b, 6); al revestirnos de Cristo mediante el bautismo que nos pone en Cristo (3:27); al identificarnos con Él en Su muerte para que ya no seamos nosotros quienes vivamos, sino que Él viva en nosotros (2:20); al vivir y andar por el Espíritu (5:16, 25); al ser formado Cristo en nosotros mediante dolores de parto (4:19); al sembrar para el Espíritu con miras a cumplir el deseo y el propósito del Espíritu, a fin de realizar lo que el Espíritu desea (6:7-8); al gloriarnos en la cruz de Cristo y vivir una nueva creación (vs. 14-15); y al disfrutar la gracia del Señor Jesucristo con nuestro espíritu (vs. 17-18).
En resumen, mediante la caída de Adán el linaje humano vino a estar bajo la maldición, pero Dios prometió a Abraham que en su descendencia las naciones, que habían venido a estar bajo la maldición, serían bendecidas. Cristo ha cumplido la promesa que Dios le hizo a Abraham. Si Cristo no hubiera venido como descendencia de Abraham, le habría sido imposible a Dios cumplir la promesa que le hizo a Abraham. Además, Cristo como descendencia de Abraham nos ha redimido de la maldición de la ley a fin de que la bendición de Abraham pueda venir a las naciones en Él. Cristo murió una muerte sustitutiva en la cruz a fin de librarnos de la maldición introducida por medio de Adán. Después, en resurrección Cristo, quien como postrer Adán era la descendencia única de Abraham, llegó a ser el Espíritu vivificante. El Cristo resucitado como Espíritu vivificante es la descendencia transfigurada de Abraham, el linaje de Abraham, quien ha sido impartido en nosotros para hacernos hijos de Abraham, la descendencia corporativa de Abraham, aquellos que pueden recibir y heredar al Espíritu consumado como bendición de Abraham (3:7, 14; 4:28). La bendición prometida a Abraham viene a nosotros mediante la redención efectuada por Cristo; ahora en Cristo todas las naciones serán bendecidas. La maldición ha sido quitada, y la bendición ha venido. Antes que creyéramos en Cristo y fuéramos salvos, estábamos bajo maldición al sujetarnos a la ley. Habiendo creído en Cristo, ya no estamos bajo maldición; somos bendecidos por medio de Cristo en Su humanidad como descendencia de Abraham, y somos bendecidos con el Espíritu consumado, quien es la consumación del Dios Triuno procesado (3:13-14). Como descendencia de Abraham, Cristo nos trajo al Dios Triuno procesado y consumado como nuestra bendición para nuestro disfrute. El Cristo todo-incluso como descendencia de Abraham ha llegado a ser el Espíritu todo-inclusivo y, como tal, es la totalidad de la bendición que todo lo abarca, la bendición del evangelio completo de Dios en Cristo con miras a la impartición divina conforme a la economía divina.