Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 323-345)»
Чтения
Marcadores
Mis lecturas

LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS VEINTINUEVE

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(35)

57. El Hijo de Dios

  En Gálatas 4:4-7 Pablo presenta a Cristo como Hijo de Dios.

a. Enviado por Dios, nacido de mujer y nacido bajo la ley

  En Gálatas 4:4 Pablo dice: “Cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley”. Aquí “la plenitud del tiempo” se refiere a la culminación de los tiempos del Antiguo Testamento, la cual sucedió en el tiempo señalado por el Padre (v. 2). En el versículo 4 Pablo describe al Hijo de Dios como “nacido de mujer y nacido bajo la ley”. La mujer es la virgen María (Lc. 1:27-35). El Hijo de Dios nació de ella para poder ser la simiente de la mujer, según lo prometido en Génesis 3:15. Además, Cristo nació bajo la ley, como se revela en Lucas 2:21-24 y 27, y Él guardó la ley, como se revela en los cuatro Evangelios.

  A fin de efectuar la redención era necesario que el Hijo de Dios llegase a ser un ser humano nacido de mujer y nacido bajo la ley. Para vestirse de humanidad, la naturaleza humana, Él tenía que proceder de una mujer. Al nacer de una mujer, Jesús, el Hijo de Dios, era un hombre participante de carne y sangre (He. 2:14). Si Él no hubiera participado de sangre y carne, habría sido imposible que el Hijo de Dios efectuase la redención, la cual requería del derramamiento de sangre.

b. Para redimir a los que estaban bajo la ley a fin de que recibiesen la filiación

  Después, en Gálatas 4:5 Pablo dice: “Para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la filiación”. El pueblo escogido de Dios estaba encerrado por la ley bajo la custodia de ésta (3:23). Cristo nació bajo la ley a fin de redimir a los escogidos de Dios de la custodia de la ley, para que recibieran la filiación y llegaran a ser hijos de Dios. Mediante la obra redentora de Cristo, ellos fueron liberados de la ley a fin de poder recibir la filiación. Por tanto, no debían volver a la custodia de la ley para estar bajo su esclavitud, como a los gálatas se les indujo a hacer, sino que debían permanecer en la filiación divina para disfrutar el suministro de vida del Espíritu en Cristo.

  La obra redentora de Cristo nos introduce en la filiación para que disfrutemos la vida divina. La economía de Dios no consiste en hacernos personas que guardan la ley, personas que obedecen los mandamientos y ordenanzas de la ley que fue dada con un propósito temporal, sino en hacernos hijos de Dios que heredan la bendición de la promesa de Dios, la cual fue dada con miras a cumplir Su propósito eterno. El propósito eterno de Dios es obtener muchos hijos para Su expresión corporativa (He. 2:10; Ro. 8:29). Con tal objetivo, Él nos predestinó para filiación (Ef. 1:5) y nos regeneró a fin de que fuésemos hijos Suyos (Jn. 1:12-13). Nosotros debemos permanecer en Su filiación para llegar a ser Sus herederos a fin de heredar todo lo que Él ha planeado para Su expresión eterna, y no debemos sentir aprecio por la ley y así ser distraídos con el judaísmo.

  La filiación implica vida, madurez, posición y privilegio. Para ser hijos de Dios tenemos que tener la vida del Padre; no obstante, tenemos que avanzar al madurar en esta vida (He. 6:1). La vida y la madurez nos dan el derecho, el privilegio y la posición requeridos para heredar las cosas del Padre. Según el Nuevo Testamento, la filiación incluye vida, madurez, posición y derecho.

c. Debido a que fuimos hechos hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!

  En Gálatas 4:6 Pablo procede a decir: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!”.

1) Dios envió el Espíritu de Su Hijo

  El Hijo de Dios es la corporificación de la vida divina (1 Jn. 5:12). Por tanto, el Espíritu del Hijo de Dios es el Espíritu de vida (Ro. 8:2). Dios nos da Su Espíritu de vida no porque guardamos la ley, sino porque somos Sus hijos. Si somos personas que guardan la ley, no tenemos derecho a disfrutar al Espíritu de vida de Dios; pero por ser hijos de Dios, estamos en posición de participar del Espíritu de Dios y tenemos pleno derecho a disfrutar a este Espíritu, que posee el abundante suministro de vida. Tal Espíritu, el Espíritu del Hijo de Dios, es el enfoque de la bendición de la promesa de Dios a Abraham (Gá. 3:14).

  Gálatas 4:4-6 hace referencia a cómo el Dios Triuno produce muchos hijos para el cumplimiento de Su propósito eterno. Dios el Padre envió a Dios el Hijo para redimirnos de la ley a fin de que recibiéramos la filiación. También Él envió a Dios el Espíritu, el Espíritu de vida (Ro. 8:2), para impartirnos Su vida con la finalidad de hacernos Sus hijos en realidad.

  Gálatas 4:4 y 6 se refieren a dos clases de envíos. El versículo 4 dice que Dios envió a Su Hijo, y el versículo 6, que Dios envió el Espíritu de Su Hijo. Según la promesa de Génesis 3:15, Cristo vino bajo la ley como simiente de la mujer a fin de redimir a quienes estaban bajo la ley para que éstos pudieran recibir la filiación. El objetivo de la obra redentora de Cristo es, por tanto, la filiación. Mediante Su redención Cristo abrió el camino para que nosotros poseyéramos la filiación. Sin embargo, si el Espíritu no hubiera venido, nuestra filiación habría sido una filiación en posición o en forma, pero no una filiación con realidad. La realidad de la filiación, la cual depende de la vida y la madurez, viene únicamente por el Espíritu. Por tanto, Gálatas 4:6 declara que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo.

  No debemos pensar que el Espíritu del Hijo sea una persona separada del Hijo. El Espíritu del Hijo es otra forma del Hijo. Aquel que fue crucificado fue Cristo, pero Aquel que entra en los creyentes es el Espíritu (3:1-2). Cristo fue crucificado para nuestra redención, pero al morar en nosotros para ser nuestra vida, Él es el Espíritu. Cuando el Hijo murió en la cruz, Él era Cristo, pero cuando entra en nosotros, Él es el Espíritu. Primero Él vino como Hijo bajo la ley a fin de hacernos aptos para la filiación. Pero después que concluyó esa obra, Él llegó a ser, en resurrección, Espíritu vivificante y viene a nosotros como Espíritu del Hijo. Por tanto, primero Dios el Padre envió al Hijo para efectuar la redención jurídica y hacernos aptos para la filiación. Después, Él envió al Espíritu a fin de vitalizar la filiación y hacerla real en términos de nuestra experiencia, es decir, para introducirnos en su realidad. Actualmente la filiación depende del Espíritu del Hijo de Dios.

  Básicamente, la filiación es un asunto de vida. La posición y el derecho de los hijos dependen de la vida. Por tanto, recibir la filiación de Dios es recibir la impartición de la vida divina. Esto indica que para poder disfrutar de la filiación de Dios, necesitamos el Espíritu. Aparte del Espíritu, no podemos nacer de Dios para obtener la vida divina. Una vez hemos nacido del Espíritu, tenemos necesidad del Espíritu a fin de crecer en vida. Sin el Espíritu no podemos tener la posición, el derecho ni el privilegio correspondientes a la filiación. Todos los puntos cruciales referentes a la filiación dependen del Espíritu. El Espíritu del Hijo de Dios es la realidad de la filiación. Por el Espíritu tenemos el nacimiento divino y la vida divina. Mediante el Espíritu crecemos hacia la madurez. Por causa del Espíritu tenemos la posición, el derecho y el privilegio correspondientes a la filiación. Por tanto, sin el Espíritu la filiación sería un término vano y hueco. Pero cuando el Espíritu viene, la filiación es hecha real a nosotros. Por el Espíritu de filiación podemos hacer plenamente real para nosotros la filiación de Dios en vida, madurez, posición y derecho.

  Para que nosotros seamos hijos de Dios de manera real y concreta, necesitamos con urgencia el Espíritu. Dios envía al Espíritu a nuestro ser interior mediante el oír de la palabra. Siempre que en oración leemos y asimilamos un pasaje de la Palabra, recibimos el suministro del Espíritu.

2) El Espíritu de Su Hijo está en nuestros corazones y clama: ¡Abba, Padre!

  En 4:6 Pablo dice que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo. De hecho, fue en nuestro espíritu donde entró el Espíritu de Dios en el momento de nuestra regeneración (Jn. 3:6; Ro. 8:16). Ya que nuestro espíritu está escondido en nuestro corazón (1 P. 3:4), y puesto que lo dicho aquí se refiere a un asunto que está relacionado con nuestros sentimientos y nuestro entendimiento, los cuales pertenecen al corazón, Gálatas 4:6 dice que el Espíritu del Hijo de Dios fue enviado a nuestros corazones.

  En Romanos 8:15, un versículo análogo a éste, vemos que nosotros los que hemos recibido espíritu filial clamamos en este espíritu: “¡Abba, Padre!”, mientras que Gálatas 4:6 dice que el Espíritu del Hijo de Dios clama en nuestro corazón: “¡Abba, Padre!”. Esto indica que nuestro espíritu regenerado y el Espíritu de Dios están mezclados como uno, y que nuestro espíritu está en nuestro corazón. También indica que la filiación divina viene a ser real para nosotros por medio de nuestra experiencia subjetiva en lo profundo de nuestro ser. En este versículo, para sustentar su revelación, Pablo apeló a esta experiencia de los creyentes gálatas. Esta apelación fue convincente e irrefutable porque consistía no sólo de doctrinas objetivas, sino también de hechos experimentados de forma subjetiva.

  Abba es una palabra aramea, y Padre es la traducción de la palabra griega Pater. Este término compuesto fue empleado primero por el Señor Jesús en Getsemaní mientras oraba al Padre (Mr. 14:36). La combinación del título arameo con el título griego expresa un afecto muy intenso al clamar al Padre. Un clamor tan cariñoso implica una íntima relación en vida entre un hijo verdadero y el padre que lo engendró. ¡Qué hecho maravilloso que seamos hijos de Dios! Tenemos la certeza de que verdaderamente somos hijos de Dios porque en nuestro espíritu podemos tiernamente clamar: “¡Abba, Padre!”.

  Como seres humanos no solamente tenemos un espíritu, sino también nuestra persona, nuestro ser. El centro de nuestra persona es nuestro corazón. Que nosotros seamos hechos hijos de Dios no solamente involucra nuestro espíritu, sino también nuestro corazón, el centro de nuestra personalidad. Puesto que el espíritu está en el corazón (1 P. 3:4), no es posible que el Espíritu sea enviado a nuestro espíritu sin que también sea enviado a nuestro corazón. Es importante que comprendamos que nuestro espíritu es el núcleo, la parte central, de nuestro corazón. Cuando el Espíritu de Dios fue enviado a nuestro espíritu, el Espíritu fue enviado al núcleo de nuestro corazón. Cuando el Espíritu clama dentro de nosotros, Él clama desde nuestro espíritu y a través de nuestro corazón. Por tanto, con relación a la filiación, nuestro corazón tiene que estar involucrado.

  El sentir interno que tenemos al invocar al Señor desde nuestro espíritu y a través de nuestro corazón tiene lugar principalmente en el corazón, no en el espíritu. Esto implica que para ser auténticamente espirituales debemos ser emotivos de la manera apropiada. No somos estatuas insensibles; somos seres humanos con sentimientos. Por tanto, cuanto más clamamos: “¡Abba, Padre!” en el espíritu, más profundo será el sentir tierno e íntimo que tengamos en nuestro corazón.

  El sentir que tenemos al invocar de este modo es tierno e íntimo. Aunque el Espíritu de filiación ha venido a nuestro espíritu, el Espíritu clama en nuestros corazones: “¡Abba, Padre!”. Esto indica que nuestra relación con nuestro Padre en la filiación es una relación muy tierna e íntima. ¡Cuán tierno y dulce es invocar a Dios diciendo: “Abba, Padre”! Invocar de manera tan íntima involucra tanto nuestras emociones como nuestro espíritu. El Espíritu de filiación en nuestro espíritu clama: “¡Abba, Padre!” desde nuestro corazón. Esto demuestra que tenemos una auténtica y probada relación en vida con nuestro Padre. Verdaderamente somos Sus hijos.

d. Como hijos, también somos hechos herederos por medio de Dios

  En Gálatas 4:7 Pablo añade: “Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por medio de Dios”. El creyente neotestamentario ya no es esclavo de las obras bajo la ley, sino que es un hijo en vida bajo la gracia. En lugar de la ley que nos mantiene bajo custodia, tenemos al Espíritu todo-inclusivo, quien lo es todo para nosotros. Mientras que la ley no podía dar vida, el Espíritu nos vivifica y nos lleva a la madurez de modo que tengamos la plena posición y derecho correspondiente a los hijos. La custodia ejercida por la ley ha sido reemplazada por el Espíritu de filiación.

  Como hijos, también somos herederos por medio de Dios. Un heredero es un hijo mayor de edad según la ley (la ley romana se usa como ejemplo) habilitado para heredar las propiedades del padre. Los creyentes neotestamentarios no llegan a ser herederos de Dios por medio de la ley ni por su padre carnal, sino por medio de Dios, el propio Dios Triuno, es decir, el Padre, que envió al Hijo y al Espíritu (vs. 4, 6); el Hijo, que realizó la redención para hacernos hijos (v. 5); y el Espíritu, que lleva a cabo la filiación dentro de nosotros (v. 6).

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración