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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 323-345)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS TREINTA Y TRES

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(39)

  En este mensaje comenzaremos a considerar los aspectos de la experiencia y disfrute que tenemos de Cristo según es revelado en Efesios. Aunque el Nuevo Testamento revela muchos aspectos de Cristo que podemos experimentar y disfrutar, los aspectos de Cristo presentados en Efesios son mucho más profundos que los presentados en otros libros del Nuevo Testamento. Esto se debe a que los aspectos de Cristo revelados en Efesios tienen por finalidad producir la iglesia y edificar el Cuerpo de Cristo.

61. La esfera y el medio de las bendiciones espirituales en los lugares celestiales

  En Efesios 1:3-14 vemos que Cristo es la esfera y el medio de las bendiciones espirituales en los lugares celestiales. Efesios 1:3 dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”. La expresión en Cristo, mencionada numerosas veces en esta epístola, indica que Cristo es la esfera y el medio de todas las bendiciones divinas, espirituales y celestiales (1:1, 10, 12, 20; 2:6-7, 10, 13; 3:6, 11, 21; 4:32). Cristo es la virtud, el instrumento y la esfera en que Dios nos ha bendecido. Fuera de Cristo, aparte de Cristo, Dios no tiene nada que ver con nosotros; pero en Cristo Él nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales. Además, Cristo es el elemento de la bendición divina, esto es: Cristo mismo es la bendición divina.

  Todas las bendiciones con las cuales Dios nos bendijo, siendo espirituales, están relacionadas con el Espíritu Santo. El Espíritu de Dios no sólo es el canal, sino también la realidad de las bendiciones de Dios. El Espíritu es la naturaleza y esencia de la bendición divina que hemos recibido. En el versículo 3 Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu están relacionados con las bendiciones que nos son concedidas; cuando Dios nos bendice, en realidad Él mismo se imparte a nuestro ser. El Padre es la fuente de la bendición divina, Cristo el Hijo es el elemento de la bendición y el Espíritu es la naturaleza y esencia de la bendición.

  Las bendiciones no solamente son espirituales, sino también están en los lugares celestiales. La palabra celestiales aquí no sólo denota el lugar celestial, sino también la naturaleza, estado, característica y atmósfera celestiales de las bendiciones espirituales con las cuales Dios nos ha bendecido. Estas bendiciones provienen de los cielos y tienen una naturaleza, estado, característica, sabor y atmósfera celestiales. Los que creen en Cristo disfrutan en la tierra de estas bendiciones celestiales, bendiciones a la vez espirituales y celestiales. Son diferentes de las bendiciones con las cuales Dios bendijo a Israel. Aquellas bendiciones eran físicas y terrenales. Las bendiciones que se nos conceden a nosotros provienen de Dios el Padre, están en Dios el Hijo, vienen por medio de Dios el Espíritu y están en los lugares celestiales. Son las bendiciones espirituales que el Dios Triuno nos concede en Cristo a nosotros, los creyentes. Son las bendiciones en los lugares celestiales, y tienen una naturaleza, estado, característica y atmósfera celestiales.

  La palabra bendición literalmente denota “buen hablar o buena expresión, palabras agradables, palabras amables, lo cual implica abundancia y beneficio”. Dios nos ha bendecido con Sus palabras buenas, finas y amables. Cada una de tales palabras nos es una bendición. Los versículos del 4 al 14 son un relato de tales palabras, de tales bendiciones. Todas estas bendiciones son espirituales, están en los lugares celestiales y están en Cristo.

a. La elección de Dios

  La primera de todas las bendiciones de Dios es que Él nos escogió, nos eligió, en la eternidad pasada. En la eternidad pasada, Él nos escogió; nosotros fuimos Su elección. En 1:4 Pablo dice: “Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor”. De entre un sinnúmero de personas Dios, según Su presciencia infinita, nos escogió a nosotros, y esto lo hizo en Cristo. Cristo fue la esfera en la cual fuimos elegidos por Dios. Fuera de Cristo no somos la elección de Dios.

  Que seamos elegidos no depende de lo que somos o hacemos; depende de lo que Cristo es, de lo que Él ha realizado y de lo que Él hará por nosotros. Ninguno de nosotros merece la selección de Dios. Sin embargo, Dios nos escogió, no en nosotros mismos, ni en nuestra situación ni tampoco en nuestra esfera, sino en Cristo como el medio, la esfera, la condición y la circunstancia. Cristo lo es todo para la elección que Dios hace de nosotros.

  Dios nos escogió para que fuésemos santos. Aquí la palabra santos no sólo denota ser santificados, apartados para Dios, sino también ser diferentes, distintos, de todo lo profano. Sólo Dios es diferente, distinto, de todas las cosas. Por tanto, Él es santo; la santidad es Su naturaleza. Él nos escogió para que fuésemos santos. Él nos hace santos impartiéndose a Sí mismo, el Santo, en nuestro ser, a fin de que todo nuestro ser sea impregnado y saturado de Su naturaleza santa. Para que nosotros, los escogidos de Dios, seamos hechos santos tenemos que ser partícipes de la naturaleza divina de Dios (2 P. 1:4) y permitir que todo nuestro ser sea empapado de Dios mismo. Esto es diferente de solamente la perfección sin pecado o de la pureza inmaculada. Esto hace que nuestro ser sea santo en la naturaleza y el carácter de Dios, tal como lo es Dios mismo.

  Dios nos escogió no solamente para que fuésemos santos, sino también para que fuésemos sin mancha. Una mancha es como una partícula ajena en una piedra preciosa. Los escogidos de Dios deben estar saturados únicamente de Dios mismo, sin ninguna partícula ajena, tal como el elemento humano natural y caído, la carne, el yo o las cosas mundanas. Esto es no tener mancha, ni mezcla alguna, ni otro elemento que sea ajeno a la naturaleza santa de Dios. La iglesia, después de ser lavada completamente por el agua en la Palabra, quedará santificada de tal manera (Ef. 5:26-27).

  En nosotros mismos no somos santos ni perfectos, pero en Cristo somos santos y perfectos. No debiéramos mirarnos a nosotros mismos, sino mirarlo a Él. Además, todos debemos considerarnos los unos a los otros según Cristo, no según nosotros mismos; debemos considerar a todos los creyentes como hermanos y hermanas santos en Cristo. Debido a que no hay nada que no sea santo ni perfecto en Cristo, todos nosotros somos santos y perfectos en Él. Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo para que seamos santos y sin mancha.

b. La predestinación efectuada por Dios

  Después que Dios nos escogiera para ser santos viene Su predestinación para que seamos Sus hijos. En la eternidad pasada, antes de la fundación del mundo, fuimos predestinados, marcados, por Dios. Efesios 1:5 dice: “Predestinándonos para filiación por medio de Jesucristo para Sí mismo, según el beneplácito de Su voluntad”. La frase por medio de Jesucristo significa por medio del Redentor, quien es el Hijo de Dios. Por medio de Él fuimos redimidos para ser hijos de Dios, quienes tienen la vida y posición de hijos de Dios.

  Las palabras griegas traducidas “predestinándonos” también pueden traducirse “marcándonos de antemano”. Marcar de antemano es el proceso, mientras que la predestinación es el propósito, el cual es determinar cierto destino de antemano. Dios nos escogió antes de la fundación del mundo, marcándonos de antemano para un determinado destino.

  La acción de Dios de marcarnos de antemano tenía como fin destinarnos para filiación. Fuimos predestinados para ser hijos de Dios aun antes de ser creados. Así que, como criaturas de Dios necesitamos ser regenerados por Él de manera que participemos de Su vida para ser Sus hijos. La filiación implica no sólo tener la vida sino también la posición de hijo. Los que han sido señalados por Dios tienen la vida para ser Sus hijos y la posición de heredarlo a Él. Ser hechos santos —ser santificados al infundirse Dios en nosotros y luego al mezclar Su naturaleza con nosotros— es el proceso, el procedimiento, mientras que ser hijos de Dios es el objetivo, la meta, y es asunto de que seamos unidos al Hijo de Dios y conformados a cierto modelo, a saber, a la imagen misma del Hijo primogénito de Dios (Ro. 8:29; Col. 1:15), a fin de que todo nuestro ser, incluyendo nuestro cuerpo (Ro. 8:23), sea hecho hijo por Dios.

c. La gracia de Dios

  La elección y predestinación de Dios están relacionadas con la gracia de Dios. En Efesios 1:6 Pablo dice: “Para alabanza de la gloria de Su gracia, con la cual nos agració en el Amado”. Lo que es revelado en este versículo es el producto de la predestinación para filiación mencionada en el versículo anterior. Esto significa que la alabanza de la gloria de la gracia de Dios es el producto, el resultado, de la filiación (v. 5). Dios nos predestinó para filiación con el fin de que fuésemos la alabanza de Su expresión en Su gracia, es decir, para alabanza de la gloria de Su gracia. Finalmente, todas las cosas positivas del universo alabarán a Dios por la filiación (Ro. 8:19), cumpliendo así lo que se menciona en este versículo.

  La gracia de Dios es Dios que viene para ser todo para nosotros y para hacer todo por nosotros. Todo cuanto Dios vino a ser y hacer para nosotros es Dios mismo como gracia que viene a nosotros en Su encarnación. Esto es claramente revelado en Juan 1, que nos dice que Dios, como Palabra, se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia y de realidad, y que la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo (vs. 14, 16-17).

  La gracia es lo que Dios es para nosotros con miras a nuestro disfrute, mientras que la gloria es Dios expresado (Éx. 40:34). “La gloria de Su gracia” indica que la gracia de Dios, la cual es Dios mismo como nuestro disfrute, lo expresa a Él. Dios es expresado en Su gracia, y Su predestinación resulta en la alabanza de esta expresión. Al recibir gracia y disfrutar a Dios, tenemos el sentir de la gloria. La gracia es Dios mismo como nuestro disfrute, la gloria es Dios manifestado, y la gloria de la gracia de Dios es Dios expresado en nuestro disfrute de Él.

  Efesios 1:6 dice que Dios nos agració en el Amado. Que Dios nos agracie significa que Él nos ha puesto en una posición de gracia a fin de que seamos el objeto de la gracia y el favor de Dios, esto es, que disfrutemos de todo lo que Dios es para nosotros. Debido a que estamos en la posición de gracia y somos objeto de la gracia, Dios está complacido con nosotros, Su deleite está en nosotros, y nosotros disfrutamos de Él y llegamos a ser Su disfrute. Por tanto, tiene lugar un disfrute mutuo: nosotros lo disfrutamos a Él, y Él nos disfruta a nosotros. Aquí, en la gracia, Él es nuestro gozo y satisfacción, y nosotros somos Su gozo y satisfacción.

  El Amado en el versículo 6 es Cristo, el Hijo amado de Dios, en quien Él se complace (Mt. 3:17; 17:5). Así que Dios, al darnos Su gracia, nos hace objeto de Su complacencia. Esto es verdaderamente un placer para Dios. En Cristo hemos sido bendecidos por Dios con toda bendición. En el Amado Dios nos agració y fuimos hechos el objeto de Su favor y complacencia. Como tal disfrutamos a Dios, y Dios nos disfruta a nosotros en Su gracia en Su Amado, quien es Su deleite. En Su Amado nosotros también venimos a ser Su deleite.

  La frase en el Amado comunica el pleno deleite, la satisfacción y el disfrute que Dios el Padre tiene en nosotros debido a que hemos sido hechos objeto de Su gracia y deleite. En este sentido debemos todos sentir aprecio por nosotros mismos e, incluso, tenernos en alta estima porque hemos sido posicionados en la gracia y hemos sido hechos objeto del deleite de Dios. Debemos tener tal visión con respecto a nosotros mismos, no según nuestro estado natural, sino según el hecho de que hemos sido escogidos, predestinados, regenerados y agraciados. Dios se deleita en nosotros, no en nosotros mismos, sino en Su Amado. Habiendo sido hechos objeto de la gracia de Dios, hemos hallado favor en Cristo.

  Además, la rica gracia de Dios ha logrado la redención para nosotros y nos aplicó el perdón (Ef. 1:7). La gracia de Dios no sólo es rica (v. 7), sino también abundante (v. 8). Las riquezas de la gracia de Dios han abundado para nosotros, por un lado, conforme a la sabiduría relacionada con el plan de Dios en la eternidad, y por otro, conforme a la prudencia relacionada con la ejecución de Su plan en el tiempo. La gracia abundante de Dios, como veremos en este mensaje, logra que todas las cosas sean reunidas bajo una cabeza en Cristo (v. 10), hace de nosotros una herencia para Dios (v. 11) y nos capacita para heredar todo lo que Dios es (v. 14).

d. La obra redentora de Dios

  En Efesios 1:7 Pablo procede a decir: “En quien tenemos redención por Su sangre, el perdón de los delitos según las riquezas de Su gracia”. El versículo 7 da continuación al versículo 6. Como dijimos antes, el versículo 6 revela que nosotros hemos llegado a ser objeto del favor de Dios, pues fuimos agraciados en el Amado. La frase en quien en el versículo 7 se refiere a el Amado mencionado en el versículo 6. Esto significa que hemos sido redimidos en el Amado, en Aquel en quien Dios se deleita. Por tanto, a los ojos de Dios, la redención no es un asunto lamentable, sino algo en lo cual nos debemos deleitar. La expresión en el Amado significa en el deleite de Dios. En el deleite de Dios, el Amado, tenemos redención. Hemos sido redimidos por medio de la sangre derramada por nosotros por el Amado de Dios en la cruz.

  Fuimos escogidos y predestinados en el pasado, pero después de ser creados, caímos. A fin de que Dios llevase a cabo Su plan con nosotros, Él debía lograr la redención en Cristo por medio de Su sangre a fin de resolver todos los problemas que existían entre nosotros y Dios. Éste es otro elemento de las bendiciones que Dios nos ha concedido.

  El perdón de nuestros delitos es la redención efectuada por la sangre de Cristo. Sin derramamiento de sangre, no hay perdón de pecados (He. 9:22). Debido a que la muerte de Cristo en la carne al ser crucificado ha cumplido los requisitos de Dios, Su sangre llega a ser el instrumento para nuestra redención. La redención se refiere a lo que Cristo realizó por nuestros delitos; el perdón es la aplicación a nuestros delitos de lo que Cristo realizó. La redención fue lograda en la cruz cuando Cristo derramó Su sangre, mientras que el perdón es aplicado por el Espíritu de Dios cuando creemos en Cristo y hacemos confesión ante el Dios justo.

e. Reunir bajo una cabeza todas las cosas

  En Efesios 1:10 Pablo dice: “Para la economía de la plenitud de los tiempos, de hacer que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra”. Debemos notar que es en Cristo que Dios se ha propuesto reunir bajo una cabeza todas las cosas. Aquí la palabra Cristo literalmente significa “el Cristo”; se refiere al Cristo que se menciona en el versículo 1 y en el versículo 3, Aquel en quien están todas las bendiciones espirituales de Dios y en quien están los santos fieles, que participan de las bendiciones. Él es una persona definida; por eso, es llamado “el Cristo”.

  La palabra griega traducida “economía” en el versículo 10 es oikonomía, que significa “ley doméstica, administración familiar y por derivación significa distribución, plan o economía administrativa”. La economía que Dios, según Su deseo, planeó y se propuso en Sí mismo, es que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas en la plenitud de los tiempos. Esto se lleva a cabo por medio de la impartición del abundante suministro de vida del Dios Triuno, como factor vital, en todos los miembros de la iglesia, para que sean levantados de la situación de muerte y unidos al Cuerpo.

  La expresión los tiempos en el versículo 10 se refiere a las eras. La plenitud de los tiempos será cuando aparezcan el cielo nuevo y la tierra nueva después que se hayan cumplido todas las dispensaciones de Dios en todas las eras. En total hay cuatro eras: la era de pecado (Adán), la era de la ley (Moisés), la era de la gracia (Cristo) y la era del reino (el milenio).

  El propósito eterno de Dios es reunir bajo una cabeza todas las cosas en Cristo, quien ha sido designado Cabeza universal. Mediante todas las dispensaciones de Dios en todas las eras, todas las cosas llegarán a estar sujetas a Cristo como Cabeza en el cielo nuevo y en la tierra nueva. Eso será la administración y economía eterna de Dios. Así que, reunir todas las cosas bajo una cabeza es el resultado de todos los asuntos mencionados en los versículos del 3 al 9. Dios nos escogió para que fuésemos santos, nos predestinó para filiación, logró la redención para nosotros mediante la sangre de Cristo, nos impartió Su gracia en el Amado e hizo que esta gracia abundase para nosotros en toda sabiduría y prudencia a fin de reunir bajo una cabeza todas las cosas en Cristo.

  Efesios 1:22 dice que Dios dio a Cristo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Esto revela que la sujeción de todas las cosas bajo Cristo como cabeza es dado a la iglesia con la finalidad de que el Cuerpo de Cristo participe de todo lo que pertenece a Cristo como Cabeza después de haber sido rescatado del montón de escombros resultado del desplome universal en muerte y tinieblas, que fue causado por la rebelión de los ángeles y del hombre. En Cristo, Dios se encuentra en el proceso de reunir todas las cosas en los cielos y la tierra bajo una cabeza. No obstante, sin la iglesia como Cuerpo que corresponda a Cristo, la Cabeza, sería imposible para Dios reunir todas las cosas bajo una cabeza en Cristo. Reunir todas las cosas bajo una cabeza es logrado por la Cabeza, pero no puede ser logrado sin un Cuerpo para la Cabeza. Que Cristo sea Cabeza sobre todas las cosas, que todas las cosas sean sujetas a la autoridad de Cristo y que todas las cosas sean reunidas bajo una cabeza en Cristo dependerá, todo ello, de si la iglesia ha sido producida y ha crecido (4:14-16; Col. 2:19). Cuando la iglesia haya crecido plenamente, Dios podrá hacer que todas las cosas estén sujetas a la autoridad de Cristo. Es por medio de la iglesia que Cristo puede ser la Cabeza sobre todas las cosas. A la postre, el Cuerpo con Cristo como Cabeza será la Cabeza universal sobre todas las cosas. Cuando todo esté sometido a Cristo como Cabeza, habrá paz y armonía absolutas (Is. 2:4; 11:6; 55:12; Sal. 96:12-13), lo cual será un rescate completo del caos. Esto empezará con los tiempos de la restauración de todas las cosas (Hch. 3:21).

  Cuando Dios creó el universo, todas las cosas del universo se encontraban en armonía; todas las cosas en él estaban en armonía, no en caos. Dios y el universo estaban en armonía. Esta armonía es la gran unidad del universo. Todas las cosas relacionadas con el universo dependen de Dios, quien es único, como factor de su unidad. El centro del universo es Dios mismo; por tanto, la unidad del universo es Dios mismo. Había unidad en la creación del universo, y en esta unidad no había confusión. No obstante, a causa de la rebelión de Satanás, la cual fue seguida por la caída del hombre, esta unidad original en la creación fue arruinada de modo que el universo entero se sumió en confusión. Satanás dañó la unidad del universo en la creación al introducir la muerte en toda la creación, muerte que quebrantó la relación que existía entre el Creador y la creación. En otras palabras, cuando Satanás introdujo la muerte en el universo, el universo fue separado de Dios y la unidad del universo fue perdida. Por tanto, no hay armonía plena en el universo.

  No obstante, Dios tenía un plan eterno que consiste en reunir todas las cosas bajo una cabeza en Cristo, es decir, hacer que Cristo sea la Cabeza de todas las cosas y la Cabeza sobre todas las cosas. La manera en que Dios procede para recobrar la unidad entre Su creación consiste en impartirse Él mismo en Cristo como vida a nosotros (Ro. 8:6, 10-11, 19-21). El Dios Triuno como vida trae luz, y la luz redunda en armonía y conduce todas las cosas a la unidad. Por tanto, los creyentes participan en este proceso de reunir todo bajo una cabeza al crecer en vida, al ser reunidos bajo una cabeza en la vida de iglesia apropiada y al vivir bajo la luz de Cristo (Jn. 1:4; Ap. 21:23-25). Cuanto más crezcamos en vida, más seremos reunidos bajo una cabeza y más seremos rescatados del colapso universal (Ef. 4:15; Col. 2:19). Este proceso de reunir todas las cosas bajo una cabeza en Cristo todavía continúa, y esto será plenamente logrado y manifestado cuando Cristo finalice Su obra de generar la nueva creación a partir de la vieja creación mediante todas las dispensaciones de Dios. Es por medio de esta nueva creación que Cristo reunirá bajo una cabeza toda la creación y la introducirá en la unidad universal; esto resultará en el cielo nuevo y la tierra nueva. En el cielo nuevo y la tierra nueva con la Nueva Jerusalén como centro, todas las cosas serán reunidas bajo una cabeza en Cristo; esto será la plena realización del proceso de reunir todas las cosas bajo una cabeza, del cual se habla en Efesios 1:10. En Apocalipsis 21 vemos la Cabeza, el Cuerpo que rodea la Cabeza y todas las naciones que andan a la luz de la ciudad. El universo entero será reunido bajo una cabeza en la luz manifestada mediante la ciudad transparente (v. 18).

f. Somos hechos herencia a fin de heredar a Dios como nuestra herencia

  Después de presentar la revelación con respecto a reunir todas las cosas bajo una cabeza en Cristo, Pablo se refiere al hecho de que en Cristo fuimos hechos herencia a fin de heredar a Dios como nuestra herencia. En Efesios 1:11 Pablo dice: “En Él asimismo fuimos designados como herencia”. La frase en Él se refiere al Cristo que es la Cabeza revelado en el versículo 10, lo cual indica que hemos sido puestos en este Cristo que es la Cabeza. En nosotros mismos, es decir, según nuestro ser natural, no somos dignos de ser herencia de Dios, pero en el Cristo que es la Cabeza fuimos hechos herencia de Dios.

  La expresión en Él del versículo 11 implica una esfera y un elemento. Cristo no es solamente nuestra esfera, sino también nuestro elemento, con el cual estamos siendo transformados en un tesoro a fin de llegar a ser la herencia de Dios, Su propiedad privada y personal. No solamente somos aquellos que fueron redimidos por Dios en Cristo, sino que también somos la preciosa herencia de Dios producida en Cristo como esfera y con Cristo como elemento de vida. Estar en Cristo es estar en Él como elemento divino. Día tras día Cristo mismo es forjado en nosotros a fin de que Él pueda llegar a ser nuestro elemento. Aunque nosotros mismos somos de barro e indignos de ser heredados por Dios, el elemento divino ha hecho de nosotros un tesoro excelente para que lleguemos a ser herencia de Dios. Si vivimos en Cristo día tras día, experimentaremos y disfrutaremos a Cristo no solamente como esfera en la cual disfrutamos la impartición de Dios a nuestro ser, sino también como elemento divino, el ingrediente productor, con el cual Dios hará de nosotros Su herencia.

  En Adán éramos seres caídos, pero mediante Su redención Cristo nos sacó de Adán y nos introdujo en Él mismo como esfera y elemento. Puesto que Cristo ahora es el Espíritu (2 Co. 3:17), esta esfera y elemento son el Espíritu, el Espíritu vivificante. El Espíritu es nuestra esfera y nuestro elemento. En esta esfera y con este elemento, el Dios Triuno en Cristo como Espíritu vivificante se imparte en nosotros para transformarnos metabólicamente y hacer de nosotros un tesoro especial, el patrimonio de Dios, la herencia de Dios. En este universo Dios es el único que es precioso. Ahora este Dios precioso de valor inigualable se forja en nosotros para hacer de nosotros Su gloriosa herencia.

  La frase griega traducida “fuimos designados como herencia” también puede traducirse “hemos obtenido herencia”. El verbo griego significa “elegir o asignar por suertes”. Así que, esta cláusula literalmente significa que en Cristo fuimos designados como una herencia escogida. Fuimos designados como herencia para heredar a Dios mismo como nuestra herencia. Por un lado, fuimos hechos herencia para Dios; por otro, heredamos a Dios mismo como nuestra herencia. Aquí tenemos una herencia mutua maravillosa: hemos llegado a ser la herencia de Dios (v. 18) para Su deleite, y heredamos a Dios como nuestra herencia (v. 14) para nuestro deleite. Estamos en Él para ser Su herencia y disfrute, y Él está en nosotros para ser nuestra herencia y disfrute.

  Al tener a Dios en Cristo forjado en nosotros, llegamos a ser constituidos como herencia. Ya hemos sido puestos en el Cristo que es la Cabeza, pero todavía estamos en el proceso de ser hechos herederos de Dios en plenitud. En este proceso, la vida natural tiene que ser eliminada y la naturaleza divina tiene que crecer al ser forjada más en nuestro ser. Dios es el tesoro, y Él está forjándose como tesoro en nosotros a fin de que podamos llegar a ser un tesoro para Él.

g. Esperanza

  En Efesios 1:12 Pablo se refiere a la esperanza todo-inclusiva que tenemos en Cristo: “A fin de que seamos para alabanza de Su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo”. La esperanza que tenemos en Cristo es la esperanza del llamamiento de Dios mencionada en el versículo 18. Esta esperanza divina incluye: (1) a Cristo mismo y la salvación que nos traerá cuando regrese (Col. 1:27; 1 P. 1:5, 9); (2) el traslado que nos llevará de la esfera terrenal y física a la esfera celestial y espiritual, junto con la glorificación (Ro. 8:23-25, 30; Fil. 3:21); (3) el gozo de ser reyes juntamente con Cristo en el milenio (Ap. 5:10; 2 Ti. 4:18) y (4) el disfrute consumado de Cristo en la Nueva Jerusalén, con las bendiciones universales y eternas en el cielo nuevo y la tierra nueva (Ap. 21:1-7; 22:1-5).

  Nosotros los creyentes neotestamentarios somos los que primeramente esperábamos en Cristo, es decir, durante la era presente. Los judíos tendrán su esperanza en Cristo en la próxima era. Nosotros tenemos nuestra esperanza puesta en Cristo hoy, antes que Él regrese para establecer Su reino mesiánico.

h. El sellar y el darse en arras del Espíritu Santo

  En 1:13-14 Pablo se refiere a otra bendición espiritual que tenemos en Cristo: el sellar y el darse en arras del Espíritu Santo. “En Él también vosotros, habiendo oído la palabra de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y en Él habiendo creído, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia, hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de Su gloria”. Ser sellado con el Espíritu Santo es ser marcado con el Espíritu Santo como un sello vivo. Hemos sido designados como herencia de Dios (v. 11). Cuando fuimos salvos, Dios puso en nosotros Su Espíritu Santo como sello para marcarnos e indicar que pertenecemos a Dios. El Espíritu Santo, quien es Dios mismo que entra en nosotros, nos imprime la imagen de Dios, representada por el sello, haciéndonos semejantes a Dios.

  El sellar del Espíritu es el mover del Espíritu dentro de nosotros, quien se propaga en todo nuestro ser, saturando diariamente nuestra mente, emoción y voluntad. Hemos sido sellados con el Espíritu que sella, quien nos satura, nos empapa y se mezcla con nosotros, haciéndonos a Él y nosotros de una sola constitución. Además, cuanto más somos sellados, más llevamos la imagen de Dios y más nos parecemos a Dios. Por medio del sellar del Espíritu, expresamos a Dios.

  La palabra griega para “arras” en el versículo 14 significa “el anticipo, la garantía; es decir, una prenda en dinero, un pago parcial dado por adelantado, el cual garantiza el pago completo”. Puesto que nosotros somos la herencia de Dios, el Espíritu Santo es un sello sobre nosotros. Debido a que Dios es nuestra herencia, el Espíritu Santo es las arras de esta herencia que nos es dada. Dios nos da Su Espíritu Santo no sólo como garantía de nuestra herencia, asegurando nuestra heredad, sino también como anticipo de lo que heredaremos de Dios, permitiéndonos gustar de antemano de la herencia total. En tiempos antiguos, la palabra griega que aquí se traduce “arras” se usaba en la compra de tierras. El vendedor daba al comprador una porción del suelo, una muestra tomada de la tierra. Por tanto, según el griego antiguo, las arras también son una muestra. El Espíritu Santo es la muestra de lo que heredaremos de Dios en plenitud.

  El darse en arras del Espíritu es para nuestro disfrute. Si el Espíritu fuera únicamente el sellar, podríamos llegar a aburrirnos con la experiencia del Espíritu, pero no nos cansamos ni aburrimos del Espíritu debido a que el Espíritu es también el darse en arras dentro de nosotros. Algunos creyentes no tienen mucho apetito por Cristo porque no les importa el darse en arras del Espíritu. Si decimos: “Señor Jesús, eres tan dulce”, percibiremos más dentro de nosotros el darse en arras del Espíritu. Cuanto más el Espíritu se da en arras en nosotros, más disfrutamos al Cristo que tenemos. Este disfrute hace crecer nuestro apetito por Cristo. Cuanto más gustemos del Señor, mayor será nuestro apetito por Él; y cuanto más apetito tengamos, más gustaremos de Él. Por medio de este ciclo glorioso, participamos diariamente de Dios hasta que en la eternidad Dios llegará a ser nuestro pleno disfrute, y gustaremos plenamente de Él.

  Disfrutamos primero el sellar del Espíritu Santo y, después, Su darse en arras. El sellar del Espíritu Santo indica que somos herencia de Dios, mientras que Su darse en arras dentro de nosotros indica que Dios será nuestra herencia. El Espíritu Santo es el sello de Dios, una marca puesta sobre nosotros para indicar que somos posesión de Dios y Su herencia, es decir, que le pertenecemos. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo es las arras en nosotros a fin de garantizarnos que Dios es nuestra posesión y nuestra herencia.

  El sellar y el darse en arras del Espíritu Santo no son asuntos que tengan lugar una vez para siempre. El sellar y el darse en arras del Espíritu Santo ha comenzado, continúa y continuará avanzando en nosotros hasta la redención de nuestro cuerpo. Todos los días el Espíritu Santo nos sella, haciéndonos cada vez más herencia de Dios; Él se da en arras en nosotros haciendo que, gradualmente, Dios llegue a ser nuestra herencia. El sellar y el darse en arras del Espíritu nos transformará por completo.

  El día que fuimos salvos difícilmente nos parecíamos a Dios; por tanto, difícilmente teníamos la apariencia que corresponde a la herencia de Dios. No obstante, la intensificada obra de sellar realizada por el Espíritu Santo dentro de nosotros cada vez más hará que nos parezcamos a Dios; como resultado, verdaderamente tendremos la apariencia que corresponde a la herencia de Dios. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo se da en arras en nosotros, haciendo que Dios sea nuestra herencia y dándonos plena certeza de que Dios jamás podrá retirarse de nuestro ser, pues Él —como Espíritu— ha estado dándose en arras dentro de nosotros. El sellar y el darse en arras del Espíritu nos transformará por completo en un tesoro para Dios y, por último, nos hará Dios en vida y naturaleza, mas no en la Deidad.

i. La redención de nuestro cuerpo

  La impartición del Espíritu en Su sellar y darse en arras redunda en la redención de nuestro cuerpo. En Efesios 1:13-14 Pablo dice que en Cristo fuimos sellados con el Espíritu Santo de la promesa hasta la redención de la posesión adquirida. Aquí la frase hasta la redención de la posesión adquirida denota el propósito de la acción de sellar mencionada en el versículo 13. El sello del Espíritu Santo es viviente, y opera en nosotros para empaparnos y transformarnos con el elemento divino de Dios hasta que alcancemos la madurez en la vida de Dios y finalmente seamos redimidos por completo, incluso en nuestro cuerpo.

  “Redención” en el versículo 14 se refiere a la redención de nuestro cuerpo (Ro. 8:23), es decir, la transfiguración de nuestro cuerpo de humillación en un cuerpo de gloria (Fil. 3:21). Hoy en día el Espíritu Santo es para nosotros una garantía, un anticipo y una muestra de nuestra herencia divina, hasta que nuestro cuerpo sea transfigurado en gloria, cuando heredaremos a Dios en plenitud. La extensión de las bendiciones que Dios nos ha concedido abarca todos los puntos cruciales desde la elección realizada por Dios en la eternidad pasada (Ef. 1:4) hasta la redención de nuestro cuerpo para la eternidad futura. Todas estas bendiciones no son terrenales, sino divinas y celestiales. Que todos aprendamos a experimentar y disfrutar a Cristo como la esfera y el medio de todas las bendiciones espirituales en los lugares celestiales.

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