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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 323-345)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS CUARENTA Y CUATRO

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(50)

72. Los constituyentes de la armadura de Dios

  Efesios 6:10-20 revela que Cristo es los constituyentes de la armadura de Dios. En este pasaje de la Palabra, la iglesia es revelada como el guerrero que derrota al enemigo de Dios. Como guerrero, la iglesia tiene necesidad de poderío y de toda la armadura de Dios.

  El versículo 11 empieza con las palabras: “Vestíos de toda la armadura de Dios”. Para combatir en la guerra espiritual necesitamos toda la armadura de Dios. Toda la armadura de Dios es dada a todo el Cuerpo y no a ningún miembro del Cuerpo de forma individual. La iglesia es un guerrero corporativo, y los creyentes juntamente conforman este guerrero único. Solamente el guerrero corporativo puede vestirse con toda la armadura de Dios, y no los creyentes de forma individual. Debemos combatir la guerra espiritual en el Cuerpo, y no individualmente.

  El encargo respecto a vestirnos de toda la armadura de Dios está en forma imperativa, es decir, es un mandato. Dios ha provisto la armadura para nosotros, pero Él no nos la pone, sino que nosotros mismos debemos ponernos la armadura que Dios proveyó. Debemos ejercitar nuestra voluntad para cooperar con el mandato de Dios en cuanto a ponernos la armadura.

  El Señor con Su poderío es la armadura que nos ponemos para protegernos. Nosotros, quienes somos el Cuerpo, necesitamos vestirnos de Cristo mismo como nuestra armadura. A fin de combatir en la guerra espiritual, es imprescindible que tengamos a Cristo como toda la armadura de Dios.

a. La verdad como cinto

  La primera parte del versículo 14 dice: “Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad”. Ceñir nuestros lomos tiene por finalidad fortalecer todo nuestro ser. Todo nuestro ser necesita ser fortalecido con la verdad. Tal fortalecimiento no es para sentarse, sino para estar de pie.

  De acuerdo con el uso de la palabra verdad en el capítulo 4 (vs. 15, 21, 24-25), la verdad aquí se refiere a Dios en Cristo como la realidad en nuestro vivir, es decir, Dios que llega a ser la realidad y la experiencia de nuestro vivir. De hecho, esto es Cristo mismo expresado en nuestras vidas (Jn. 14:6). Tal verdad, tal realidad, es el cinto que fortalece todo nuestro ser con miras a la guerra espiritual. Nuestro vivir tiene que ser regido por un principio y un estándar, el cual es nada menos que Dios mismo expresado en nuestro vivir de manera práctica. Cuando nuestros lomos estén ceñidos con tal verdad, seremos hechos fuertes con el propósito de estar en pie.

  Supongamos, sin embargo, que nuestro vivir diario se encuentra muy por debajo de la norma respecto a la verdad que está en Jesús. En lugar de poder permanecer de pie y resistir en el día malo, huiremos. Debido a que en nuestra vida diaria carecemos del testimonio de Dios y la expresión de Dios, no tenemos la fuerza requerida para estar firmes contra las estratagemas del diablo. Si somos descuidados en nuestra vida diaria, no podremos permanecer firmes contra los poderes de las tinieblas. A fin de que nosotros permanezcamos firmes, nuestro diario vivir tiene que conformarse al principio de la verdad y al estándar de la verdad, esto es: Dios mismo expresado como el principio que rige nuestro andar diario, como el estándar de nuestro vivir diario y como el modelo de nuestra vida.

  Quienes tienen tal vivir ciertamente tienen sus lomos ceñidos con la verdad. Éstos son los que pueden confrontar ataques y oposición. Debido a que ellos están ceñidos con la verdad, pueden permanecer firmes ante los opositores. Pero si Dios no es expresado en nuestra vida diaria y en nuestro andar diario, no tendremos un cinto que ciñe nuestros lomos y careceremos de la fuerza para estar firmes contra el enemigo. No tendremos el poder requerido para enfrentar oposición o controversia.

  La verdad con la cual estamos ceñidos para la guerra espiritual en realidad es el Cristo que hemos experimentado. En Filipenses 1:21 Pablo dice: “Para mí el vivir es Cristo”. Este Cristo a quien Pablo vivía era su cinto de la verdad. Este Cristo era Dios expresado y revelado en el andar diario de Pablo. Debido a que el vivir diario de Pablo se conformaba al modelo de Cristo, él tenía la fuerza para enfrentar toda oposición y circunstancias adversas. Debido a que Pablo estaba ceñido con la verdad, él tenía la fuerza requerida para estar firme.

b. La justicia como coraza

  A continuación, en Efesios 6:14 Pablo dice: “Vestidos con la coraza de justicia”. La coraza de justicia protege nuestra conciencia, la cual está representada por el pecho. Satanás es nuestro acusador. En nuestra lucha contra él necesitamos una conciencia libre de ofensa (Hch. 24:16), pero no importa cuán buena sintamos que está nuestra conciencia, necesitamos cubrirla con la coraza de justicia. La justicia equivale a ser rectos tanto con Dios como con los hombres. Si tenemos tan sólo un pequeño problema con Dios o con los hombres, Satanás nos acusará, y habrá grietas en nuestra conciencia a través de las cuales se escaparán nuestra fe y confianza. Por tanto, necesitamos la coraza de justicia para estar protegidos de la acusación del enemigo. Tal justicia es Cristo (1 Co. 1:30).

  Si en alguna cosa no somos justos, nuestra conciencia será una conciencia con ofensas, pero si hemos de participar en la guerra espiritual es imprescindible que tengamos una conciencia libre de ofensas, una conciencia sin agujeros. Cuando nuestra conciencia tiene agujeros, nuestra fe se escurrirá a través de tales agujeros. Si las acusaciones y ofensas permanecen en nuestra conciencia, la fe desaparecerá. Por tanto, debemos tomar medidas con respecto a nuestra conciencia a fin de tener una buena conciencia, una conciencia libre de ofensas. Además, debemos vestir la coraza de justicia para cubrir con ella nuestra conciencia.

  Apocalipsis 12:11 dice: “Ellos le han vencido por causa de la sangre del Cordero”. Ser cubiertos con la sangre del Cordero consiste principalmente en estar cubiertos con la coraza de justicia. La justicia está en la sangre, y la cobertura propia de la sangre es la coraza. Aun cuando esto puede ser difícil de explicar en términos doctrinales, podemos entenderlo en términos de nuestra experiencia. Siempre que intentamos combatir contra el poder de las tinieblas, Satanás, mediante sus acusaciones, hace que nuestra conciencia se vuelva muy sensible. Estos sentimientos en realidad no corresponden a la sensibilidad de la conciencia, sino que son resultado de las acusaciones de Satanás. Inmediatamente nuestra respuesta a tales acusaciones debe ser: “Venzo a Satanás, el acusador, no por mi propia perfección, ni aun por tener una conciencia libre de ofensas, sino por la sangre del Cordero. Soy defendido contra sus acusaciones por la coraza de justicia”.

  La justicia que cubre nuestra conciencia y que nos guarda de las acusaciones de Satanás es Cristo mismo. Él es nuestra justicia. Estamos cubiertos no por nuestra propia justicia, sino por Cristo como nuestra justicia. Algunos podrían preguntarse de qué manera la coraza de justicia puede relacionarse tanto con Cristo como con la sangre. En nuestra experiencia no podemos separar la sangre de Cristo mismo. Aparte de Su sangre, Cristo no podría cubrirnos. Bajo el lavamiento de Su sangre, Él llega a ser nuestra justicia. Siempre que estamos a punto de tomar parte en la guerra espiritual, debemos orar: “Señor, cúbreme contigo mismo como mi justicia. Señor, me escondo bajo Tu sangre”. Además, tenemos que decirle al acusador: “Satanás, te venzo no por mi propio mérito, sino por la sangre prevaleciente del Cordero”.

c. El evangelio de la paz como firme cimiento para calzar nuestros pies

  Efesios 6:15 dice: “Calzados los pies con el firme cimiento del evangelio de la paz”. Nos calzamos los pies para tener una posición firme y la fuerza necesaria para pararnos en la batalla. Esto no es para andar por un camino o correr una carrera, sino para pelear la batalla.

  La expresión firme cimiento del evangelio de la paz se refiere al establecimiento del evangelio de la paz. En la cruz Cristo hizo la paz por nosotros, tanto con Dios como con los hombres, y esta paz ha venido a ser nuestro evangelio (2:13-17). Este evangelio de la paz ha sido establecido como un firme cimiento, como la presteza con que podemos calzar nuestros pies. Estando calzados así, tendremos una posición firme a fin de pararnos para pelear la guerra espiritual. La paz para un fundamento tan firme también es Cristo (v. 14).

  A fin de entender el pensamiento de Pablo en este versículo, es preciso ver que aquí el evangelio es el evangelio de la paz. Según Efesios 2:15 y 16, en la cruz Cristo logró la paz para que los gentiles pudieran contactar a los creyentes judíos y para que todos los creyentes pudieran contactar a Dios. Esta paz constituye las nuevas de gran gozo, las buenas nuevas; en otras palabras, es el evangelio. Por esta razón, el versículo 17 dice que Cristo predicó el evangelio de la paz.

  Nosotros también debemos predicar esta paz como evangelio. El evangelio de la paz mencionado en 6:15 es la paz lograda por Cristo en la cruz para que todos los creyentes sean uno con Dios y los creyentes gentiles sean uno con los creyentes judíos. Esta paz es nuestro evangelio. Con esta paz tenemos un firme cimiento, el cual es un apoyo firme para que estemos de pie. Por tanto, la paz lograda por Cristo en la cruz es un apoyo firme, un cimiento firme. Al combatir contra los poderes malignos, la paz que Cristo logró es el firme cimiento para nuestros pies. Para tomar parte en la guerra espiritual, nuestros pies tienen que estar calzados con este firme cimiento.

  Al combatir es crucial permanecer de pie. Tenemos que ser capaces de permanecer de pie y resistir los ataques del enemigo. Quienes son derrotados huirán, pero los victoriosos se mantendrán firmes. Al luchar contra el enemigo, descubriremos que Satanás no huye. Incluso cuando le vencemos, él continúa luchando contra nosotros; por tanto, debemos ser capaces de mantenernos firmes. La guerra espiritual es un combate de lucha libre. A fin de luchar contra el enemigo, tenemos necesidad de un apoyo firme para nuestros pies. Si tenemos nuestros pies calzados con el firme cimiento del evangelio de la paz, podemos resistir cualquier ataque del enemigo. Si tenemos tal posición firme, nada podrá sacudirnos. No importa lo que suceda, podemos permanecer firmes y resistir en el día malo.

  Generalmente la paz es lo contrario a la guerra. Cuando tenemos paz, no combatimos, y cuando combatimos, no tenemos paz. Pero aquí combatimos con paz y en paz. Combatimos al permanecer firmes en la paz. Si perdemos la paz que hay entre nosotros y Dios, o entre nosotros y otros creyentes (Col. 3:15), perdemos la base que tenemos para luchar. Cristo es la paz para que nosotros seamos uno con Dios y uno con los santos. Esta paz es el firme cimiento que nos permite permanecer firmes contra el enemigo.

d. La fe como escudo

  Efesios 6:16 dice: “Sobre todo, habiendo tomado el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno”. Necesitamos ceñir nuestros lomos con la verdad, cubrir nuestra conciencia con la justicia, calzar nuestros pies con la paz y proteger todo nuestro ser con el escudo de la fe. Si vivimos por Dios como verdad, tenemos justicia (4:24), y la justicia produce la paz (He. 12:11; Is. 32:17). Teniendo todo esto, podemos fácilmente tener fe como un escudo contra los dardos de fuego del maligno. Cristo es el Autor y Perfeccionador de tal fe (He. 12:2). Para poder estar firmes en la batalla, necesitamos estar equipados con estas cuatro partes de la armadura de Dios.

  El escudo de la fe no es algo que nos ponemos, sino algo que tomamos para protegernos contra los ataques del enemigo. La fe viene después de la verdad, la justicia y la paz. Si la verdad está presente en nuestro vivir y si tenemos la justicia por cobertura y la paz como nuestra base, espontáneamente tendremos fe. Esta fe es una salvaguarda contra los dardos de fuego, los ataques, del enemigo.

  Ciertamente no tenemos fe en nuestra propia habilidad, fortaleza, mérito o virtud. Nuestra fe tiene que ser en Dios (Mr. 11:22). Dios es real, viviente, presente y está disponible. Debemos tener fe en Él.

  También debemos tener fe en el corazón de Dios. Todo cristiano precisa conocer a Dios y Su corazón, y confiar en ellos. El corazón de Dios para con nosotros es siempre bueno. No importa lo que nos suceda o qué clase de sufrimientos experimentemos, siempre debemos creer en la bondad del corazón de Dios (Ro. 8:31-39). Dios no tiene la menor intención de castigarnos, de herirnos o de hacer que suframos pérdida.

  Junto con nuestra fe en el corazón de Dios, también debemos tener fe en la fidelidad de Dios (1 Co. 1:9; 1 Jn. 1:9). Nosotros podemos cambiar, pero Dios no cambia. Como dice Jacobo 1:17, en Dios no hay mudanza ni oscurecimiento causado por rotación. Además, Dios no puede mentir (Tit. 1:2), sino que Él es siempre fiel a Su palabra.

  Dios no solamente es fiel, sino también capaz. Por tanto, debemos tener fe en la capacidad de Dios. En Efesios 3:20, Pablo declara que Dios “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos”.

  Otro aspecto adicional de nuestra fe es la fe en la palabra de Dios. Dios está obligado a cumplir todo lo que ha dicho. Cuanto más Él hable, más responsable es de cumplir Sus propias palabras. Podemos decirle: “Dios, Tú has hablado, y Tu Palabra escrita está en nuestras manos. Señor, estás obligado a cumplir Tu palabra”. Debemos alabar a Dios por Su palabra fiel.

  También debemos tener fe en la voluntad de Dios. Debido a que Dios es un Dios de propósito, Él tiene una voluntad (1:9, 11). Su voluntad con respecto a nosotros es siempre positiva. Por tanto, no importa lo que nos suceda, no debemos dudar de la voluntad de Dios, y no debemos preocuparnos por nuestra propia felicidad o nuestro entorno; más bien, debemos tener fe en la voluntad de Dios y atender a ella. Nuestro entorno puede cambiar, pero la voluntad de Dios jamás cambia.

  Además, tenemos que tener fe en la soberanía de Dios (Ro. 9:19-29). Debido a que Dios es soberano, Él jamás puede cometer un error. Bajo Su soberanía, incluso nuestros errores cooperan para bien. Si Dios en Su soberanía no nos permitiera cometer errores, no nos sería posible cometerlos. Cuando nos equivocamos, debemos arrepentirnos; no obstante, no hay necesidad de remordimientos, pues ello significaría que nos falta fe para creer que Dios es soberano sobre nuestros errores. Después de arrepentirnos por un error o por alguna carencia nuestra, debemos ejercitar fe en la soberanía de Dios. No hubiéramos podido cometer ese error si Él, en Su soberanía, no nos lo hubiera permitido. Por tanto, no hay necesidad de sentir remordimientos.

  Todos debemos tener completa fe en Dios, en el corazón de Dios, en la fidelidad de Dios, en la capacidad de Dios, en la palabra de Dios, en la voluntad de Dios y en la soberanía de Dios. Si tenemos tal fe, los dardos de fuego de Satanás no podrán dañarnos.

  Los dardos de fuego son las tentaciones, propuestas, dudas, preguntas, mentiras y ataques de Satanás. Toda tentación es un engaño, una falsa promesa. Con frecuencia Satanás nos hace propuestas. Por esta razón, debemos sumergirnos en la Palabra. Si no estamos en la Palabra, careceremos de cobertura para protegernos de las propuestas del diablo. Las dudas y las preguntas también son dardos de fuego de Satanás. Obsérvese que un signo de interrogación se parece mucho a una serpiente. Fue Satanás quien preguntó a Eva: “¿Es cierto que Dios ha dicho?” (Gn. 3:1). Cuando el diablo nos interroga de tal modo, nuestra respuesta debe ser huir, sin siquiera hablarle. Muchas veces Satanás nos ataca con mentiras, pero el escudo de la fe nos protege contra tales dardos de fuego.

  Los dardos de fuego del diablo vienen en forma de pensamientos inyectados a nuestra mente. Estos pensamientos parecen ser nuestros propios pensamientos, pero en realidad son los de Satanás. Jamás deberíamos confesar al Señor todos esos pensamientos inyectados por Satanás en su astucia; más bien, debemos decir: “Señor, soy un ser caído, pero estoy bajo Tu obra de purificación. Satanás, este pensamiento es tuyo, y tú debes hacerte responsable por él. No voy a compartir tal responsabilidad”.

  Si hemos de tener fe para ser defendidos contra los dardos de fuego de Satanás, precisamos de un espíritu apropiado con una conciencia libre de ofensas. Sin embargo, la fe no está principalmente en nuestro espíritu ni en nuestra conciencia, sino en nuestra voluntad, la parte más fuerte de nuestro corazón. Romanos 10:10 dice que creemos con nuestro corazón. Según nuestra experiencia, tal fe en nuestro corazón está relacionada principalmente con el ejercicio de nuestra voluntad. Nadie con una voluntad débil puede tener una fe fuerte. Jacobo 1:6 dice que quien duda es semejante al oleaje del mar, que es arrastrado por el viento. Tal persona posee una voluntad vacilante. Por tanto, si hemos de tener fe, debemos ejercitar nuestra voluntad.

e. La salvación como yelmo

  En la primera parte de Efesios 6:17 Pablo dice: “Recibid el yelmo de la salvación”. Esto sirve para proteger nuestra mente contra los pensamientos negativos disparados por el maligno. Este yelmo, esta protección, es la salvación de Dios. Satanás inyecta amenazas, preocupaciones, ansiedades y otros pensamientos debilitantes en nuestra mente. La salvación de Dios es la protección que tomamos contra todo esto. Tal salvación es el Cristo salvador a quien experimentamos en nuestra vida diaria (Jn. 16:33).

  Los dardos de Satanás vienen a nosotros a través de nuestra mente. Por tanto, así como nuestra conciencia necesita de la coraza de justicia y nuestra voluntad necesita del escudo de la fe, también nuestra mente requiere del yelmo de la salvación. Necesitamos la verdad, la justicia, la paz, la fe y luego la salvación. Si la verdad está presente en nuestro vivir, tendremos la justicia como nuestra cubierta protectora. La justicia tiene por resultado la paz, y la paz nos da la base para tener fe. Entonces la fe trae consigo la salvación.

f. El Espíritu, la palabra de Dios, como espada

  En Efesios 6:17 Pablo también habla de “la espada del Espíritu, el cual es la palabra de Dios”. De las seis partes de la armadura de Dios, la espada del Espíritu es la única que es usada para atacar al enemigo. Con la espada despedazamos al enemigo. Sin embargo, la espada no es lo primero que tomamos; más bien, primero tenemos que ceñirnos con el cinto, vestir la coraza y ponernos el calzado, para entonces tomar el escudo de la fe y el yelmo de la salvación. Cuando estamos íntegramente protegidos y tenemos la salvación como nuestra porción, podemos recibir la espada del Espíritu.

  Espíritu, y no espada, es el antecedente de la expresión elcual en el versículo 17; esto indica que el Espíritu es la palabra de Dios. Tanto el Espíritu como la palabra son Cristo (2 Co. 3:17; Ap. 19:13). Cristo, quien es el Espíritu y la palabra, nos provee de una espada como arma ofensiva para derrotar y matar al enemigo.

  La Palabra es la Biblia. Pero si esta Palabra es para nosotros meramente un texto escrito, ella no es el Espíritu ni la espada. La palabra griega para “palabra” en Efesios 6:17 es réma, la palabra que el Espíritu nos habla en cualquier momento y en una situación determinada. Cuando lógos, la palabra constante en la Biblia, viene a ser réma, la palabra específica para el momento, tal réma será el Espíritu. Tal réma, que viene a ser el Espíritu, es la espada que despedaza al enemigo. Por ejemplo, podríamos leer cierto versículo una y otra vez, pero quizás éste sólo siga siendo lógos para nosotros, o sea, el texto escrito. Tal palabra no podrá aniquilar nada, pero un día el Espíritu nos habla con ese versículo, el cual se convierte en réma para nosotros, es decir, la palabra que el Espíritu nos habla al presente, en ese momento y que es una palabra viviente. En ese momento tal réma se convierte en el Espíritu. Debido a ello, en Juan 6:63 el Señor Jesús dijo: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. Aquí también el texto griego traducido “palabras” es réma. Dicho hablar en ese momento y en el presente es el Espíritu; esta clase de hablar es la espada. Por consiguiente, la espada, el Espíritu y la palabra son uno.

  En nuestra experiencia cristiana la Palabra y el Espíritu siempre deben ser uno. Si no tomamos la Palabra, no podemos tener el Espíritu. En nuestra experiencia recibimos el Espíritu mayormente mediante la Palabra. Al contactar la Palabra de manera viviente, ella se convierte en el Espíritu para nosotros. Pero no debemos tomar la Biblia sin el Espíritu. Es imprescindible tener tanto la Palabra como el Espíritu.

  Cristo es tanto el Espíritu como la Palabra. Él no es el Espíritu sin ser la Palabra, ni tampoco es la Palabra sin ser el Espíritu. Debido a que Él es tanto la Palabra como el Espíritu, Él nos creó con una mente para entender y un espíritu para recibir. Cuando acudimos a la Biblia, debemos ejercitar tanto nuestra mente como nuestro espíritu. Ejercitamos nuestra mente al leer y ejercitamos nuestro espíritu al orar. Puesto que debemos leer y orar, debemos orar-leer la Palabra. Al orar-leer nuestro espíritu se hace fuerte y está preparado para aniquilar al enemigo. No debemos únicamente ejercitar nuestro espíritu para recibir el Espíritu, sino también ejercitar nuestra mente para reflexionar sobre la Palabra. Cuanto más nuestro espíritu sea fortalecido al orar-leer la Palabra, más dispuestos estaremos a usar la espada del Espíritu para aniquilar al enemigo. En nuestro hablar debemos tener una espada con la cual despedazar al enemigo.

  Con toda la armadura de Dios obtenemos la verdad, la justicia, la paz, la fe y la salvación. Finalmente, tenemos la palabra réma, el Espíritu, la espada; ésta es nuestra arma de ataque para arremeter contra el enemigo. Cuando poseemos toda la armadura de Dios, incluyendo la espada, no solamente estamos protegidos sino también preparados para luchar contra el enemigo. Al tener la verdad, la justicia, la paz, la fe y la salvación, estamos equipados, somos hechos aptos, somos fortalecidos y recibimos poder para usar la espada en la guerra espiritual. Entonces el enemigo puede ser cortado por nuestra espada y es aniquilado por nosotros.

g. Aplicada mediante la oración

  Efesios 6:18 dice: “Con toda oración y petición orando en todo tiempo en el espíritu, y para ello velando con toda perseverancia y petición por todos los santos”. La expresión con toda perseverancia y petición modifica al verbo recibir mencionado en el versículo 17. Por medio de la oración recibimos no sólo el yelmo de la salvación, sino también la palabra de Dios. Esto indica que debemos recibir la palabra de Dios por medio de toda oración y petición. Necesitamos orar al recibir la palabra de Dios. Hemos visto que toda la armadura de Dios está compuesta de seis partes. La oración se puede considerar como la séptima; es el medio por el cual aplicamos las otras partes.

  La frase modificadora con toda oración y petición del versículo 18 está relacionada con todos los seis componentes de la armadura de Dios abordados en los versículos del 14 al 17. Es por medio de toda oración y petición que ceñimos nuestros lomos con la verdad, nos vestimos con la coraza de la justicia y calzamos nuestros pies con el firme cimiento del evangelio de la paz. Además, es mediante la oración que tomamos el escudo de la fe y recibimos el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, el cual es la palabra de Dios. Siempre que estamos por vestirnos de la armadura o tomar alguna de sus partes, debemos orar. No podemos ni debemos intentar usar parte alguna de la armadura de Dios sin oración. La oración es la única manera de aplicar la armadura de Dios. Es la oración la que hace que la armadura esté disponible para nosotros de manera práctica. Por tanto, la oración es crucial y vital.

h. Somos fortalecidos en Él y en el poder de Su fuerza

  El versículo 10 dice: “Fortaleceos en el Señor, y en el poder de Su fuerza”. Aquí la palabra griega traducida “fortaleceos” tiene la misma raíz que la palabra poder hallada en 1:19. Para hacer frente al enemigo de Dios, para combatir contra las fuerzas malignas de las tinieblas, necesitamos ser fortalecidos con la grandeza del poder que levantó a Cristo de entre los muertos y lo sentó en los cielos, muy por encima de todos los espíritus malignos del aire. El hecho de que vayamos a ser fortalecidos en el Señor indica que en la guerra espiritual contra Satanás y su reino maligno, únicamente podemos combatir en el Señor y no en nosotros mismos. Cada vez que estamos en nosotros mismos, somos vencidos. Por tanto, debemos ser fortalecidos en el Señor, esto es, debemos experimentar a Cristo como nuestro poder, como Aquel que nos fortalece internamente al saturar todas las partes de nuestro ser. Cuando Cristo nos fortalece como dínamo celestial y nos vigoriza desde nuestro interior, Él nos satura y nos infunde vigor.

  No podemos combatir la guerra espiritual en nosotros mismos; únicamente podemos combatir en el Señor y en el poder de Su fuerza. En 6:10 Pablo se refiere al poder, al poderío y a la fuerza. Primero, somos fortalecidos por el poder que levantó a Cristo de los muertos y lo hizo Cabeza sobre todas las cosas. Entonces conocemos el poderío y la fuerza de Dios.

  La exhortación a fortalecernos implica la necesidad de ejercitar nuestra voluntad. Si hemos de ser fortalecidos para la guerra espiritual, nuestra voluntad tiene que ser fuerte y estar ejercitada. No debemos tener una voluntad débil y vacilante. Ser fortalecidos involucra nuestra voluntad. En el mandamiento dado por Pablo: “Fortaleceos”, se combina un elemento activo con uno pasivo. Debemos ejercitar nuestra voluntad para ser fortalecidos en el Señor.

  En resumen, la armadura de Dios que nos protege es Cristo aprehendido por nosotros como nuestra verdad, justicia, paz, fe y salvación. La verdad como cinto, la justicia como coraza, el evangelio de la paz como firme cimiento, la fe como escudo, la salvación como yelmo y el Espíritu, la palabra de Dios, como espada, son, todos ellos, diversos aspectos de Cristo en nuestra experiencia. Debemos experimentar a Cristo como nuestro cinto de la verdad; debemos experimentar a Cristo como justicia que protege nuestra conciencia; debemos experimentar a Cristo como evangelio de la paz que fortalece nuestra posición a fin de combatir en la guerra espiritual; debemos experimentar a Cristo como fe que sirve de escudo para todo nuestro ser protegiéndolo de los ataques del enemigo; debemos experimentar a Cristo como salvación que protege nuestra mente contra los pensamientos negativos que Satanás busca inyectar en nuestra mente; y debemos experimentar a Cristo como espada del Espíritu a fin de aniquilar al enemigo. Todos estos aspectos de Cristo son aplicados a nosotros mediante la oración. A fin de combatir la guerra espiritual, debemos experimentar a Cristo como Aquel que es los constituyentes de la armadura divina y fortalecernos en Cristo y en el poder de Su fuerza. Por ser el guerrero corporativo, debemos ser internamente fortalecidos con Cristo como dínamo celestial y vestirnos externamente con Cristo como constituyentes de la armadura de Dios; en otras palabras, debemos mezclarnos con Cristo. Que nos esforcemos por experimentar y disfrutar a Cristo, Aquel que es los constituyentes de la armadura de Dios, a fin de combatir la guerra espiritual y derrotar al enemigo de Dios.

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