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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 346-366)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS CUARENTA Y SEIS

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(52)

  En este mensaje comenzaremos a considerar los aspectos de la experiencia y disfrute de Cristo revelados en Filipenses. El tema del libro de Filipenses y su concepto rector es la experiencia que tenemos de Cristo. La experiencia de Cristo es la llave maestra que nos abre este libro. Si usamos esta llave para cada versículo y frase de este libro, veremos que aquí a Pablo lo único que le interesa es la experiencia de Cristo.

74. El medio por el cual es producido el fruto de justicia

  En Filipenses 1:11 Cristo es revelado como el medio por el cual es producido el fruto de justicia. En los versículos 9 y 10 Pablo ora en favor de los filipenses pidiendo tres cosas: que su amor abunde en pleno conocimiento y en todo discernimiento, que pongan a prueba y aprueben las cosas que difieren, y que sean puros y sin ofensa para el día de Cristo. El secreto para estas tres cosas es hallado en el versículo 11, donde Pablo se refiere a ser “llenos del fruto de justicia, que es por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios”. Según la estructura gramatical, el versículo 11 modifica los tres asuntos por los cuales Pablo había orado. Habiendo sido llenos del fruto de justicia, los filipenses podían abundar en amor, poner a prueba todas las cosas para aprobar las que difieren, y ser puros y sin ofensa. Esto indica que ser llenos del fruto de justicia por medio de Jesucristo es la condición requerida para estos tres asuntos. Para que nuestro amor abunde, para aprobar las cosas que difieren poniéndolas a prueba y para ser puros y sin ofensa, primero tenemos que ser llenos del fruto de justicia que es por medio de Jesucristo.

  El versículo 11 se refiere a la experiencia de Cristo. Aquí vemos que la clave es la experiencia de Cristo. Sabemos que el versículo 11 se refiere a la experiencia de Cristo debido a la frase por medio de Jesucristo. El fruto de justicia es producido por medio de Cristo. Este fruto viene a nosotros mediante nuestra experiencia de Cristo. Procedente del Cristo que disfrutamos y experimentamos, obtenemos el fruto de justicia. Cuanto más experimentamos a Cristo, más esta experiencia resultará en el fruto de justicia. El fruto de justicia es el producto vivo de la vida apropiada que los creyentes llevan mediante el elemento de la justicia y con una posición justa delante de Dios y del hombre. Dicha vida no puede vivirse mediante el hombre natural de ellos para que se gloríen en sí mismos, sino por medio de Jesucristo como la vida de los creyentes, experimentado por ellos para la gloria y alabanza de Dios. Por medio de Cristo debemos ser fructíferos en cuanto a la justicia; no debemos transgredir contra Dios ni contra el hombre en ningún asunto. Entonces tendremos el rico fruto relacionado con la justicia. Si experimentamos a Cristo como medio por el cual producimos el fruto de justicia, entonces nuestro amor abundará, pondremos a prueba las cosas para aprobarlas y seremos puros y sin ofensa.

75. Aquel que suministra abundantemente

  Filipenses 1:19-21 presenta a Cristo como Aquel que suministra abundantemente. En Filipenses 1:19 Pablo habla de “la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo”. La abundante suministración procede del Espíritu de Jesucristo; por tanto, Cristo como Espíritu de Jesucristo es Aquel que suministra abundantemente. La palabra griega traducida “abundante suministración” en el versículo 19 se refiere a la suministración de todo lo que necesitaba el coro por parte del corega, el director del coro. La abundante suministración del Espíritu todo-inclusivo era dada a Pablo para que pudiera vivir a Cristo y magnificarlo en sus sufrimientos por Él.

a. Como Espíritu de Jesucristo

  Cristo, como Aquel que suministra abundantemente, es el Espíritu de Jesucristo. En la Biblia, la revelación con respecto a Dios, a Cristo y al Espíritu es una revelación progresiva. El Espíritu se menciona primero como Espíritu de Dios, en relación con la creación (Gn. 1:2). Luego es mencionado como Espíritu de Jehová, en el contexto de la relación de Dios con el hombre (Jue. 3:10; 1 S. 10:6); después, como Espíritu Santo, en relación con la concepción y el nacimiento de Cristo (Lc. 1:35; Mt. 1:20); más adelante, como Espíritu de Jesús, en relación con el vivir humano del Señor (Hch. 16:7) y como Espíritu de Cristo, en relación con la resurrección del Señor (Ro. 8:9); y aquí es mencionado como Espíritu de Jesucristo.

  El Espíritu de Jesucristo es “el Espíritu” mencionado en Juan 7:39. Éste no es meramente el Espíritu de Dios antes de la encarnación del Señor, sino el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo con divinidad, después de la resurrección del Señor, al cual se le añadió la encarnación del Señor (Su humanidad), Su vivir humano bajo la cruz, Su crucifixión y Su resurrección. El ungüento santo para la unción mencionado en Éxodo 30:23-25, un compuesto de aceite de oliva y cuatro clases de especias, es un tipo completo del Espíritu de Dios compuesto, quien ahora es el Espíritu de Jesucristo. Aquí no es el Espíritu de Jesús ni el Espíritu de Cristo, sino el Espíritu de Jesucristo. El Espíritu de Jesús se relaciona principalmente con la humanidad del Señor y con Su vivir humano; el Espíritu de Cristo se relaciona principalmente con la resurrección del Señor. Para experimentar la humanidad del Señor, como se muestra en Filipenses 2:5-8, necesitamos el Espíritu de Jesús. Para experimentar el poder de la resurrección del Señor, mencionado en 3:10, necesitamos el Espíritu de Cristo. El apóstol, en su sufrimiento, experimentó tanto el sufrimiento del Señor en Su humanidad como la resurrección del Señor. Por tanto, para él, el Espíritu era el Espíritu de Jesucristo, el Espíritu compuesto, todo-inclusivo y vivificante del Dios Triuno. Tal Espíritu tiene, y aun es, la abundante suministración para una persona como el apóstol, quien experimentaba y disfrutaba a Cristo en Su vivir humano y en Su resurrección. A la postre, este Espíritu compuesto, el Espíritu de Jesucristo, viene a ser los siete Espíritus de Dios, que son las siete lámparas de fuego delante del trono de Dios, los cuales llevan a cabo Su administración en la tierra a fin de efectuar Su economía con respecto a la iglesia, y que también son los siete ojos del Cordero, los cuales trasmiten a la iglesia todo lo que Él es (Ap. 1:4; 4:5; 5:6).

  No estamos satisfechos con simplemente tener un entendimiento doctrinal del Espíritu de Jesucristo. Tenemos que avanzar para experimentar al Espíritu vivificante, compuesto y todo-inclusivo, quien es el Dios Triuno procesado como Aquel que lo es todo para nosotros. Mediante tal Espíritu Pablo padeció por la economía de Dios y, simultáneamente, disfrutó el abundante suministro que lo fortalecía en resurrección. Pablo era un vencedor no porque tuviera una voluntad férrea; él pudo ser un vencedor porque experimentó y disfrutó al Espíritu todo-inclusivo con Su abundante suministración, que moraba en él a fin de serlo todo para él. Pablo comprendió en su experiencia que el Dios Triuno estaba forjándose Él mismo en su ser. Que nosotros también experimentemos y disfrutemos al Dios Triuno que nos suministra y se forja en nosotros como Espíritu vivificante, compuesto y todo-inclusivo.

  Con el Espíritu de Jesucristo hay un suministro abundante. Este suministro es una bebida todo-inclusiva que contiene muchos ingredientes. Todo cuanto necesitamos está en dicha bebida divina. Cuando oramos de manera genuina e invocamos el nombre del Señor, el ungüento compuesto es aplicado a nosotros en nuestra situación y disfrutamos las riquezas de la abundante suministración del Espíritu.

b. Para que los creyentes vivan a Cristo

  La abundante suministración del Espíritu de Jesucristo tiene por finalidad que vivamos a Cristo. En Filipenses 1:19 Pablo dice: “Sé que por vuestra petición y la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi salvación”. En este versículo salvación significa ser sustentado y fortalecido para vivir a Cristo y magnificarle; esto requiere la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. Las circunstancias en las que Pablo se encontraba le obligaron a experimentar y disfrutar a Cristo de manera más plena mediante la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. Las circunstancias de Pablo le alentaron a vivir a Cristo y a magnificar a Cristo.

  A continuación, en el versículo 21 Pablo dice: “Porque para mí el vivir es Cristo”. La vida de Pablo consistía en vivir a Cristo. Si hemos de vivir a Cristo, tenemos que tomarle como nuestra persona y ser una sola persona con Él. Él y nosotros tenemos que ser uno de manera práctica. En Gálatas 2:20 Pablo declara: “Vive Cristo en mí”. Para Pablo, esto no era mera doctrina, sino que era un hecho. También debe ser algo real para nosotros que Cristo viva en nosotros. Además, debemos permanecer en Él y permitir que Él permanezca en nosotros.

  La vida de Pablo consistía en vivir a Cristo. Para él, el vivir era Cristo, no la ley ni la circuncisión. No deseaba vivir la ley sino a Cristo, ni deseaba ser hallado en la ley, sino en Cristo (Fil. 3:9). Cristo no era sólo su vida interiormente, sino también su vivir exteriormente. Él vivía a Cristo porque Cristo vivía en él. Él era uno con Cristo tanto en vida como en el vivir que llevaba. Él y Cristo tenían una misma vida y un mismo vivir. Vivían juntos como una sola persona. Cristo vivía dentro de Pablo como su vida, y Pablo manifestaba a Cristo como el vivir de Cristo. La experiencia normal que tenemos de Cristo es vivirlo a Él, y vivirlo es magnificarlo siempre, sin importar cuáles sean las circunstancias en que nos encontremos.

  Vivir a Cristo no es meramente tener una vida santa, ni tampoco vivir la santidad. Vivir a Cristo es vivir a una persona. Debemos simplemente vivir a Cristo. Debemos llevar una vida que sea Cristo mismo. En nuestra vida cristiana, con frecuencia seguimos siendo nosotros los que vivimos nuestra vida natural. No estamos viviendo a Cristo. Vivir a Cristo es permitir que Él mismo viva desde nuestro interior.

  A fin de vivir a Cristo, tenemos que tomarle como nuestra persona y como nuestra vida. Cada mañana debemos orar: “Señor, gracias por otro día para practicar vivirte a Ti. Señor, por mí mismo no puedo hacer esto. Te pido me recuerdes que debo vivirte y me concedas la gracia necesaria para ello”. A Dios no le interesa cuán santos, espirituales o victoriosos seamos en nosotros mismos; en realidad, vivir de ese modo por medio de nuestro propio esfuerzo equivale a esforzarse por cumplir la ley. Lo que cuenta a los ojos de Dios es Cristo y el vivir de Cristo. Todos tenemos que combatir y luchar para entrar en el auténtico vivir de Cristo de manera práctica. Dios desea que Su pueblo viva a Cristo. No debemos preocuparnos por la santidad, la espiritualidad o la victoria como si fueran un fin en sí mismos, y tampoco debemos preocuparnos por nuestras virtudes o atributos naturales. En lugar de ello, debemos concentrar toda nuestra atención en vivir a Cristo y preocuparnos únicamente por vivir a Cristo a fin de que Él sea magnificado en nosotros.

  En el libro de Filipenses Pablo nos anima a tener todos un único pensamiento (2:2). Este único pensamiento es vivir a Cristo. Debemos preocuparnos únicamente por vivir a Cristo y magnificarle. En lugar de buscar la santidad, la espiritualidad o la victoria, debemos procurar vivir a Cristo y magnificarle siempre con todo denuedo, ya sea por vida o por muerte. El deseo de Dios en la actualidad es que vivamos a Cristo. No debemos permitir que nada nos distraiga apartándonos de una experiencia personal y directa de Cristo. Hoy en día debemos enfocar nuestra atención en esta única cosa: vivir a Cristo.

  Cuando Pablo estaba en prisión, él vivía a Cristo. Por tanto, él podía ser hallado no en la ley, sino en Cristo. En todo tiempo los hombres, los ángeles y los demonios podían encontrar a Pablo en Cristo. Nosotros también debemos ser hallados por los demás en Cristo, no simplemente en nuestro buen comportamiento. Los demás deben percibir que hay algo diferente acerca de nosotros. Todos nuestros parientes, amigos y colegas deben hallarnos en Cristo.

  Si hemos de ser hallados en Cristo, tenemos que vivir a Cristo. Únicamente cuando vivamos a Cristo seremos hallados en Él por los demás, por los ángeles y por los demonios. Sin embargo, si somos personas que guardan la ley, seremos hallados en la ley en lugar de ser hallados en Cristo. No vivimos para expresar la ley ni magnificarla; nuestra meta es expresar a Cristo y magnificarle. Todos debemos orar: “Señor, ten misericordia de mí y rescátame no solamente de las cosas pecaminosas, sino también de las cosas buenas, incluso de las cosas espirituales, que te reemplazan a Ti en mi vida diaria. Señor, rescátame de todas las cosas llevándome de regreso a Ti. Te pido me concedas la gracia cada día a fin de que yo pueda verdaderamente vivirte y ser hallado en Ti”. Que todos busquemos esta única cosa y vayamos en pos de esta única cosa: vivir a Cristo.

  Cristo es nuestra vida. Nosotros, los Dios-hombres, llevamos una vida humana para expresar a Dios no por nuestra propia vida, nuestra vida natural, sino por la vida divina de Cristo en resurrección (Col. 3:4). Este vivir de Cristo incluye ir en pos de Cristo y ganar a Cristo (Fil. 3:8, 12-14). Si no ganamos a Cristo, no podemos vivirle. Vivir a Cristo también incluye gustar de Él a fin de crecer en Él (1 P. 2:2-3), disfrutar a Cristo como porción asignada por Dios y participar de Sus riquezas en la comunión de Dios (Col. 1:12). En 1 Corintios 1:9 se nos dice que Dios nos ha llamado a la comunión de Cristo, al disfrute de Cristo. Si no ganamos a Cristo ni gustamos de Él, no podemos disfrutarle y, por ende, no podemos vivirle.

  Permanecer en Cristo y permitir que Él permanezca en nosotros a fin de que Su vida crezca al llevar fruto también forma parte de vivir a Cristo (Jn. 15:4-5). Vivir a Cristo por la vida divina de Cristo en resurrección equivale a que Cristo crezca en nosotros a fin de que seamos conformados a la imagen de Cristo como Primogénito entre muchos hermanos (Gá. 4:19; Ro. 8:29b). Además, vivir a Cristo incluye crecer en Cristo en todas las cosas a fin de que podamos madurar hasta alcanzar la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Col. 1:28b; 13, Ef. 4:15b).

  Que vivamos a Cristo significa que independientemente de cuáles sean nuestras circunstancias, Cristo es magnificado en nosotros y no somos avergonzados en ningún asunto. Cuando el apóstol sufría en su cuerpo, Cristo era magnificado, es decir, Cristo era mostrado o declarado grande (ilimitado), exaltado y loado. Los sufrimientos del apóstol le concedieron la oportunidad de expresar a Cristo en Su grandeza ilimitada. El apóstol quería que solamente Cristo fuese magnificado en él, no la ley ni la circuncisión. El libro de Filipenses muestra cómo experimentar a Cristo. Magnificar a Cristo en cualquier circunstancia es experimentarlo con el máximo disfrute.

  Si permitimos que la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo opere en nosotros, nuestro vivir diario será cambiado. Por medio del vivir apropiado, Cristo será visto grande a ojos de los demás. Nosotros tendremos la carga de siempre magnificar a Cristo con todo denuedo. Al magnificar nosotros a Cristo, los demás verán Su grandeza y que Él es ilimitado. Magnificar a Cristo de tal modo es vivirle.

  Cristo es el Espíritu todo-inclusivo y vivificante; como tal, Él está en nuestro espíritu y está unido a nuestro espíritu, a saber, un solo espíritu mezclado. Debemos permanecer en el espíritu mezclado, vivir en el espíritu mezclado, respirar en el espíritu mezclado, orar en el espíritu mezclado y tener comunión con Él en el espíritu mezclado. Cristo como Espíritu en nuestro espíritu debe dirigirnos en todas las cosas. Vivir a Cristo es vivir al Espíritu que entró en nuestro espíritu para hacerse un solo espíritu con nosotros. Por tanto, vivir a Cristo consiste en vivir en nuestro espíritu mezclado.

  El pensamiento central de la Biblia es que Dios desea que nosotros vivamos a Cristo para la edificación del Cuerpo de Cristo. El punto principal de nuestra vida cristiana es vivir a Cristo. Vivir a Cristo debe ser nuestro objetivo primordial; todos los problemas en nuestra vida cristiana vienen porque no vivimos a Cristo. Habiendo entendido que Cristo es el Espíritu vivificante en nuestro espíritu, debemos practicar vivir a Cristo hasta que vivamos a Cristo de manera habitual.

  El punto culminante, el punto más elevado, de la revelación divina contenida en toda la Biblia es vivir a Cristo. A fin de vivir a Cristo tenemos que practicar ser un espíritu con Él, y a fin de practicar ser un espíritu con Él, tenemos que ejercitar nuestro espíritu para orar sin cesar. Si oramos sin cesar desde nuestro espíritu: “Señor, vive en mí; Señor, vive a través de mí”, edificaremos el hábito de no vivir nuestro yo, sino vivir a Cristo; entonces viviremos a Cristo habitualmente. El hábito de vivir a Cristo es el hábito de la oración. Si no oramos sin cesar, no podemos vivir a Cristo. Es únicamente mediante tal oración continua, tal oración que es como respirar, que podemos vivir a Cristo espontáneamente. A fin de tener tal vida de oración, tenemos que velar y orar, orando en todo tiempo en el espíritu y para ello velando con toda petición y perseverando en la oración (Mt. 26:41; Ef. 6:18; Col. 4:2). Además, el fundamento en el cual nos basamos para orar es nuestro amor por el Señor. Debido a que amamos al Señor y le buscamos, gustamos de contactar al Señor, orar a Él e invocarle. Parte del secreto de vivir a Cristo consiste en decirle al Señor una y otra vez que le amamos.

  Vivir a Cristo requiere que le amemos al máximo. Al estar ocupados en nuestras actividades diarias, nuestro vivir no debe consistir en tales actividades sino que debe ser Cristo. Nuestra mente debe estar concentrada en Cristo, pero que nuestra mente esté concentrada en Cristo depende de nuestro amor por Él. Ésta es la razón por la cual el Nuevo Testamento nos ordena amar a Cristo (Mr. 12:30; Ap. 2:4-5; Jn. 14:23; 21:15-17; 1 P. 1:8). Si no amamos a Cristo, no podemos vivirle; amarle es la mejor manera de concentrar todo nuestro ser en Él. Cuando una madre joven da a luz un bebé, todo su vivir se centra en ese recién nacido; para ella, su vivir es su bebé recién nacido debido al amor que ella siente por él. Asimismo, cuando amamos a Cristo al máximo, todo nuestro ser está ocupado con Él y le vivimos. Es necesario que Cristo nos cautive a tal grado que incluso en nuestros sueños vivamos a Cristo.

  En resumen, debemos vivir a Cristo para magnificarlo por la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. Debemos ser salvos del fracaso de no vivir a Cristo y de la derrota de no magnificar a Cristo. El Espíritu tiene una rica provisión para suministrarnos plenamente a fin de que vivamos a Cristo para que Él sea magnificado. La abundante suministración del Espíritu de Jesucristo contiene todo lo que el Dios Triuno procesado y consumado —el cual está corporificado en el Cristo todo-inclusivo y es hecho real a nosotros como Espíritu todo-inclusivo— es, tiene, ha logrado, ha obtenido, ha alcanzado y hará. Esta abundante suministración del Espíritu es las abundantes riquezas de Cristo a fin de que, en el tiempo, sean atendidas las necesidades de los que buscan a Cristo. Cuando verdaderamente busquemos a Cristo, recibiremos esta abundante suministración. Es en virtud de esa abundante suministración del Espíritu de Jesucristo que los que buscan a Cristo, los cuales son Sus vencedores en la consumación de la era presente, le viven a Él para que Él sea magnificado en la economía neotestamentaria de Dios a fin de producir y edificar el Cuerpo orgánico de Cristo como complemento del Dios Triuno consumado, lo cual alcanzará su consumación en la Nueva Jerusalén, que es Su agrandamiento y expresión eternos por la eternidad.

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