
Colosenses 2:2-23 revela que podemos experimentar y disfrutar a Cristo como misterio de Dios. En el versículo 2 Pablo habla del “pleno conocimiento del misterio de Dios, es decir, Cristo”. Esto significa que, como Aquel que es el relato de Dios y el todo de Dios, Cristo declara plenamente a Dios. Como misterio de Dios, Cristo es la Palabra de Dios (Jn. 1:1; Ap. 19:13); Cristo es la definición, la explicación y la expresión de Dios. Además, como misterio de Dios, el relato misterioso de Dios, el Cristo todo-inclusivo es la historia de Dios; toda la historia de Dios está en Cristo y es Cristo (Jn. 1:14; 1 Co. 15:45; Ap. 4:5). Dios es un misterio. Aunque Dios es infinito y eterno, sin principio ni fin, Él también tiene una historia, un relato. La historia de Dios se refiere al proceso por el cual Él pasó a fin de que pudiera entrar en el hombre y el hombre pudiera ser introducido en Dios.
Según Su beneplácito, Dios creó los cielos y la tierra y todos los billones de cosas que hay en el universo. Por tanto, Dios realizó la obra de la creación. Génesis 1:1 dice que en el principio Dios creó los cielos y la tierra, pero Mateo 28:19 habla de bautizar a los creyentes en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu. Sabemos que el Padre, el Hijo y el Espíritu son el Dios que se menciona en Génesis 1:1. Sin embargo, la diferencia es que en los tiempos de Génesis 1:1, Dios todavía no había pasado por un proceso mediante la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección y la ascensión. Lo dicho en Mateo 28:19 fue presentado por el Señor después que Él entró en resurrección, habiendo pasado por la encarnación, por el vivir humano y por la crucifixión. Después de Su resurrección, Él encargó a Sus discípulos que hicieran discípulos a las naciones y las bautizaran no en el nombre del Creador —a quien podríamos llamar el Dios no procesado—, sino en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu; esto es bautizar a los creyentes en el Dios procesado. El Dios procesado es Dios que está disponible para Su pueblo escogido y en quien, por ende, Su pueblo puede bautizarse. Si bien no es posible bautizar a los creyentes en el Dios revelado en Génesis 1:1, podemos bautizarlos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu, es decir, podemos bautizarlos en el Dios Triuno procesado.
En la actualidad el Dios Triuno es el Espíritu. En el tiempo de lo dicho en Juan 7:39 aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado. Él todavía no había pasado por la muerte ni entrado en la resurrección. Ahora que Cristo ha pasado por la muerte y ha entrado en la resurrección, el Espíritu está presente. Este Espíritu es Cristo, y Cristo es la historia de Dios, el misterio de Dios. Como Aquel que es la historia de Dios, Cristo es el Dios procesado, el Dios procesado a fin de llegar a ser el Espíritu todo-inclusivo, quien ahora mora en nuestro espíritu y es uno con nuestro espíritu.
El Cristo a quien hemos recibido es el misterio de Dios y la historia de Dios. El Cristo a quien hemos recibido es Dios con Su maravillosa historia, esto es: el Dios que pasó por el proceso de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección, la ascensión, la glorificación y la entronización. Como Aquel que es la historia de Dios, Cristo es el misterio de Dios. Debido a que los judíos no tienen a Cristo, el Dios en quien ellos creen carece de tal historia. Aparte de Cristo, no se tiene la historia de Dios ni tampoco el misterio de Dios.
Como Aquel que es el misterio de Dios, Cristo también es la corporificación de Dios (Col. 2:9) y el Espíritu vivificante (1 Co. 14:45; 2 Co. 3:17). A fin de conocer a Cristo en realidad como corporificación de Dios, debemos experimentarle como Espíritu vivificante. La realidad de Cristo como corporificación de Dios está en Cristo como Espíritu vivificante. Como misterio de Dios, Cristo no es solamente la corporificación de la plenitud de Dios, sino también el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu a fin de ser un solo espíritu con nosotros. Debemos decirle al Señor: “Lo único que me interesa es tenerte en mi espíritu como corporificación de Dios y como Espíritu vivificante. Debido a que eres tan real, viviente y práctico en mi espíritu, puedo vivir por Ti y contigo. Señor, mi único anhelo es experimentarte de este modo”.
Debemos enfocar nuestra atención en Cristo como misterio de Dios y en la iglesia como misterio de Cristo (Ef. 3:4-6). Como misterio de Dios, el Cristo todo-inclusivo es la corporificación de Dios y el Espíritu vivificante. Como misterio de Cristo, la iglesia es el Cuerpo de Cristo, Su plenitud, y también es el nuevo hombre, a fin de ser la expresión plena de Cristo (1:23; Col. 3:10-11). Del mismo modo en que Cristo es la historia de Dios, así también la iglesia es la historia de Cristo. Como historia de Cristo, la iglesia es el misterio de Cristo. En la iglesia somos la continuación de esta historia.
En Colosenses 2:3 Pablo dice que en Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Al escribir Colosenses, Pablo combatía contra la filosofía gnóstica al declarar que Cristo, Aquel que es la totalidad de todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, es mucho mejor, mucho más elevado y mucho más profundo que la filosofía gnóstica. Conforme a la historia, la influencia de la enseñanza gnóstica, que es una mixtura de la religión judía y la filosofía griega, había invadido las iglesias gentiles en los tiempos de Pablo. Los que estaban bajo la influencia de tal enseñanza se consideraban a sí mismos como personas poseedoras de gran sabiduría y mucho conocimiento, pero tales personas hablaban muchas cosas acerca de Dios y de Cristo que no concordaban con la verdad. Por tanto, Pablo les dijo a los creyentes colosenses que todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento verdaderos están escondidos en Cristo. Esto se refiere a la sabiduría y el conocimiento espirituales de la economía divina tocante a Cristo y la iglesia. La sabiduría está relacionada con nuestro espíritu, y el conocimiento está relacionado con nuestra mente (Ef. 1:8, 17).
Además, la sabiduría y el conocimiento se refieren a todas las “historias” de Dios. Todas las historias de Dios son sabiduría y conocimiento. Toda la sabiduría y el conocimiento propios de las historias de Dios están escondidos en este Cristo quien es el misterio de Dios. Por tanto, Colosenses 2:6-7 indica que quienes hemos recibido a Cristo Jesús el Señor debemos andar en Él y ser arraigados y sobreedificados en Él, y no prestar atención a las vanas palabras propias de la filosofía y doctrinas filosóficas de los gnósticos.
Dios es la única fuente de sabiduría y conocimiento. Todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento están escondidos en el Cristo que es el misterio de Dios. Debido a que la iglesia en Colosas había sido invadida por filosofías paganas, Pablo quería ayudar a los colosenses a identificar los orígenes de la sabiduría y el conocimiento hasta conducirlos a su verdadera fuente en Dios mismo. Cristo es el misterio de Dios y, como tal, únicamente Él es la fuente de toda sabiduría y conocimiento.
El hecho de que la sabiduría y el conocimiento están corporificados en Cristo queda demostrado por las palabras que Él habló, especialmente las que constan en los Evangelios de Mateo y de Juan. En estos libros el Señor habló acerca del reino y acerca de la vida. Las palabras dichas por el Señor según constan en estos libros contienen la filosofía más elevada. Ninguna de las enseñanzas de los filósofos, incluyendo las enseñanzas éticas de Confucio, puede compararse con tales palabras. El concepto hallado en las palabras del Señor es hondo y profundo. Todo aquel que procure hacer un estudio exhaustivo de la filosofía tendrá que admitir que la filosofía más elevada se halla en las enseñanzas de Jesucristo. Verdaderamente todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están en Él. Puesto que la sabiduría y el conocimiento se hallan acumulados como un tesoro en Cristo, no podemos tener sabiduría ni conocimiento a menos que tengamos a Cristo.
Si ejercitamos nuestro ser para contactar al Señor, Cristo como Espíritu vivificante saturará nuestro espíritu y nuestra mente. Entonces nosotros también, en nuestra experiencia, tendremos la sabiduría y el conocimiento que están escondidos en Cristo. De este modo le experimentaremos como misterio de Dios. No debemos ser como los colosenses, quienes permitían que la filosofía pagana los defraudara impidiéndoles disfrutar de la sabiduría y del conocimiento escondidos en Cristo.
En 2:6-7 Pablo dice: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Cristo, a Jesús el Señor, andad en Él; arraigados y sobreedificados en Él”. Nosotros, los santos, habiendo creído en Cristo y habiéndole recibido, ahora andamos en Él. Aquí “andar en Él” significa vivir, conducirse, hablar y mantener nuestro ser en el Cristo maravilloso y todo-inclusivo. Andamos habiendo sido arraigados en Él como lo es una planta en el suelo y habiendo sido edificados en Él como lo es un edificio sobre su fundamento (1 Co. 3:9, 11). Cristo no solamente es el suelo en el cual estamos arraigados, sino también el fundamento sobre el cual somos edificados. Estamos arraigados y somos sobreedificados en Cristo; esto indica que estamos íntegramente en Cristo.
En Colosenses 2:6 Pablo dice que hemos “recibido al Cristo, a Jesús el Señor”. Cristo es la porción de los santos (1:12) para ser disfrutada por nosotros. Creer en Él es recibirlo. Como Espíritu todo-inclusivo (2 Co. 3:17), Él entra en nosotros y mora en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22) a fin de llegar a serlo todo para nosotros.
Una vez que hemos recibido a Cristo Jesús, no es necesario que lo recibamos nuevamente; pero debemos aplicar lo que hemos recibido. Diariamente debemos poner en práctica aplicar al Cristo viviente en términos prácticos. Para emplear un término común, debemos “usar” a Cristo. Esto es difícil porque por nacimiento no es natural para nosotros “usar” a Cristo, ni tampoco nuestro adiestramiento nos condiciona para que le “usemos”. La lección más difícil que tenemos que aprender como cristianos es la de aplicar a Cristo y usarle. En nuestro vivir diario espontáneamente nos valemos del yo en lugar de valernos de Cristo. No necesitamos esforzarnos por valernos del yo, sino que lo usamos automática y espontáneamente. En lo relacionado con aplicar a Cristo, ciertamente debemos velar y orar; es decir, debemos permanecer alertas.
Si bien todos hemos recibido al Señor Jesús, no le usamos lo suficiente. Si dejamos de aplicarlo, entonces en términos prácticos, en nuestro vivir diario, que lo hayamos recibido significa muy poco. Nuestra experiencia de Cristo no debe ser superficial, y no debemos dar por sentado muchas cosas. Estamos agradecidos por la salvación de Dios en Cristo y por haberle recibido; pero ahora tenemos que proceder a aplicar a Aquel que hemos recibido.
De la manera que hemos recibido a Cristo, debemos andar en Él. Andar es vivir, actuar, conducirnos y ser, lo cual implica todo cuanto compone nuestro vivir diario . Andar en Cristo es vivir, moverse, actuar y tener nuestro ser en Cristo. No debemos vivir, andar, movernos, actuar ni tener nuestro ser en ninguna otra cosa que no sea Cristo mismo. Además, andar en Cristo significa no tener nada que sustituya a Cristo. Debido a la caída del hombre, la cultura reemplaza a Dios en la vida del hombre. El hombre fue hecho para Dios y necesita que Dios sea su vida, su disfrute y todo para él. Pero debido a que perdió a Dios, el hombre inventó la cultura como sustituto de Dios. Ahora, en Su economía Dios ha dispuesto que Cristo, Su Hijo, efectúe la redención, traiga al hombre de regreso a Dios y, entonces, reemplace todos los sustitutos consigo mismo. Los diversos factores y elementos de nuestra vida humana son, todos ellos, sustitutos de Cristo, pero los factores y elementos que han llegado a ser sustitutos de Dios ahora tienen que ser reemplazados con Cristo. A fin de que ésta sea nuestra experiencia, debemos andar en Cristo. Cristo no solamente es la esfera, el ámbito, en el cual andamos, sino que Él también es todos los factores y elementos de nuestra vida humana. Experimentar a Cristo de este modo es andar en Él.
Debemos andar, vivir y actuar en Cristo para que disfrutemos Sus riquezas, así como los hijos de Israel vivieron en la buena tierra y disfrutaron todo su rico producto. Hoy en día la buena tierra es Cristo como Espíritu todo-inclusivo (Gá. 3:14), quien mora en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22; Ro. 8:16) para que le disfrutemos. Andar conforme a este Espíritu (v. 4; Gá. 5:16) es el punto central y crucial del Nuevo Testamento.
En Gálatas 3:14 Pablo dice: “Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. Aquí Pablo se refiere a la promesa de Abraham y a la promesa del Espíritu. Esta bendición se refiere a la buena tierra, y el cumplimiento de esta bendición para nosotros en la actualidad es Cristo como Espíritu todo-inclusivo. Por tanto, según el concepto de Pablo, andar en Cristo como buena tierra es andar en el Espíritu todo-inclusivo.
En Colosenses 2:6 Pablo nos insta a andar en Cristo, pero en Gálatas 5:16 él nos exhorta a andar por el Espíritu. Además, en Romanos 8:4 él habla de andar conforme al espíritu. Estos versículos indican que la buena tierra para nosotros hoy en día es el Espíritu todo-inclusivo que mora en nuestro espíritu. Este Espíritu todo-inclusivo es el Cristo todo-inclusivo como Dios Triuno procesado. Después de ser procesado, el Dios Triuno es el Cristo todo-inclusivo como Espíritu todo-inclusivo que nosotros podemos experimentar. Actualmente este Espíritu todo-inclusivo mora en nuestro espíritu para ser nuestra buena tierra.
Cristo es la corporificación de Dios y la expresión de Dios. Mediante la encarnación Él llegó a ser el postrer Adán, quien fue crucificado para nuestra redención. En resurrección este postrer Adán llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Por tanto, en 2 Corintios 3:17 Pablo dice: “El Señor es el Espíritu”. Debido a que Cristo como Espíritu vivificante mora en nuestro espíritu, somos un solo espíritu con Él. En 2 Timoteo 4:22 Pablo dice: “El Señor esté con tu espíritu”, y en 1 Corintios 6:17: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Por tanto, Cristo como buena tierra todo-inclusiva está ahora en nuestro espíritu.
Puesto que el Espíritu todo-inclusivo está mezclado con nuestro espíritu, debemos poner nuestra mente en este espíritu mezclado (Ro. 8:6). Al hacer esto, espontáneamente estaremos poniendo nuestra mente en Cristo. Entonces tenemos que proceder a andar en este espíritu mezclado. Esto significa que tenemos que vivir, movernos, conducirnos y tener nuestro ser conforme al espíritu. De este modo experimentaremos a Cristo y le disfrutaremos como la buena tierra. Nada en el Nuevo Testamento es más central, crucial y vital que andar conforme al espíritu mezclado. Cristo como Espíritu todo-inclusivo mora en nuestro espíritu para ser nuestra vida, nuestra persona y nuestro todo. Actualmente nuestra necesidad consiste en regresar a Él, poner nuestra mente en el espíritu y andar conforme al espíritu. Esto es andar en Cristo como misterio de Dios.
En nuestra experiencia Cristo debe ser la buena tierra en la cual vivamos y andemos. Esto no debería ser para nosotros mera doctrina. Debemos orar: “Señor, quiero vivir y andar en Ti. Señor, te pido que seas la buena tierra para mí en mi experiencia y que todo aspecto de mi vivir pueda estar en Ti”. Andar en Cristo es la manera en que experimentamos a Cristo como misterio de Dios (Col. 2:6).
Después de exhortarnos a andar en Cristo, en el versículo 7 Pablo añade de inmediato: “Arraigados y sobreedificados en Él”. Si hemos de andar en Cristo, tenemos que cumplir con estas condiciones: estar arraigados en Él y ser sobreedificados en Él. El fundamento que tenemos para andar en Cristo es que ya hemos sido arraigados en Cristo y que estamos en el proceso de ser sobreedificados en Él.
En 2:7 Pablo se refiere a estar arraigados en Cristo. Al igual que las plantas, nosotros somos organismos vivos. Como tales, hemos sido arraigados en Cristo, quien es nuestro suelo, nuestra tierra, para que absorbamos todas Sus riquezas como alimento. Estas riquezas llegan a ser el elemento y la sustancia con los cuales crecemos y somos edificados. Ser arraigados tiene como fin el crecimiento en vida. Si bien ser arraigados ya ha sido logrado, ser edificados, cuya finalidad es la edificación del Cuerpo de Cristo, es algo que continúa siendo realizado. Ambos asuntos se llevan a cabo en Cristo.
Pablo comprendía la importancia que tiene estar arraigados en Cristo. Él sabía que era algo muy grave ser trasplantado de Cristo para estar arraigado en otras cosas, tales como la filosofía pagana o las ordenanzas judías. Él quería que los colosenses vieran que la filosofía no era el suelo en el que ellos habían sido arraigados. Ellos habían sido arraigados en Cristo. Él es nuestro único suelo. Lamentablemente, muchos cristianos no están arraigados en Cristo adecuadamente. No obstante, si estamos arraigados adecuadamente en Él, nada podrá distraernos de Él.
A fin de estar arraigados en Cristo, primero tenemos que ser plantados en Él. Varios pasajes en la Biblia se refieren al hecho de plantar. El cántico de Moisés dice lo siguiente: “Tú los introducirás y los plantarás en el monte de Tu heredad, / el lugar que has hecho, oh Jehová, para Tu morada” (Éx. 15:17). Salmos 92:13 dice: “Plantados en la casa de Jehová, / florecerán en los atrios de nuestro Dios”. En Jeremías 2:21 el Señor dice acerca de Su pueblo: “Yo te había plantado como vid escogida, / toda ella de simiente fiel”, y en 32:41: “Los plantaré en esta tierra en fidelidad, con todo Mi corazón y con toda Mi alma”. En Mateo 15:13 el Señor Jesús dijo: “Toda planta que no plantó Mi Padre celestial, será desarraigada”. Según Juan 15, el Señor Jesús se consideraba a Sí mismo la vid y consideraba al Padre el labrador, Aquel que plantó la vid y la cuida. En 1 Corintios 3:9 Pablo dice que nosotros, los creyentes, somos la labranza de Dios. En Colosenses 2:7 vemos que fuimos arraigados en Cristo. Cristo es la tierra, el suelo, y Dios nos ha plantado en Él.
En 1 Corintios 3:6 Pablo dice que él plantó, que Apolos regó y que Dios da el crecimiento. Esto también indica que los creyentes son plantas y que Cristo es el suelo. Ahora debemos preguntarnos en qué parte de nuestro ser tenemos la experiencia de ser plantados. Ciertamente esto no tiene lugar ni en nuestra mente ni en nuestro cuerpo, sino en nuestro espíritu. La experiencia de ser plantados en Cristo y de ser arraigados en Él tiene lugar en nuestro espíritu (6:17). Cuando una planta está arraigada en el suelo, se hace uno con el suelo. Primero, la planta es introducida en el suelo, después los nutrientes del suelo entran en la planta. De este modo, la planta y el suelo se hacen uno en vida. El elemento nutritivo en el suelo corresponde a la vida en la planta, y algo dentro de la planta corresponde al elemento propio del suelo. Podríamos decir que se produce una comunión entre la planta y el suelo. En esta comunión, esos factores en la planta y en el suelo que se corresponden mutuamente llegan a ser uno en vida. Por tanto, la planta y el suelo llegan a ser una sola unidad en vida.
En nuestro espíritu tenemos la experiencia de ser plantados en Cristo, pues es allí que somos unidos a Él y hechos un solo espíritu con Él. El Señor, quien es el suelo en el cual estamos arraigados, es el Espíritu. Si Él no fuese el Espíritu, sería imposible para nosotros ser plantados en Él. Además, si únicamente tuviéramos un cuerpo y un alma mas no un espíritu, sería imposible que nosotros fuéramos plantados en el Señor como Espíritu vivificante. Sin embargo, debido a que el Señor es el Espíritu y debido a que tenemos un espíritu, existe la debida correspondencia entre nosotros y Él. Cuando fuimos regenerados, Cristo como Espíritu vivificante se hizo uno con nuestro espíritu. Como Juan 3:6 indica claramente, la regeneración tiene lugar en el espíritu. Cuando fuimos regenerados, fuimos arraigados en Cristo, el suelo. Por esta razón Pablo usa el presente perfecto en Colosenses 2:7. Fuimos plantados y arraigados en Cristo cuando fuimos regenerados en nuestro espíritu.
Únicamente cuando permanecemos en el espíritu estamos en realidad arraigados en Cristo y, por ende, podemos andar en Él. Hemos sido plantados en Cristo. Pero cuando nos volvemos a nuestro espíritu, tenemos la experiencia de estar arraigados en Él. Habiendo sido arraigados en Cristo, podemos andar en Él. De este modo experimentamos a Cristo como la buena tierra con el rico suelo que nos provee el elemento nutritivo de vida. Cuanto más estamos arraigados en este suelo, más absorbemos el nutrimento de Cristo en nuestro ser. Éste no es el Cristo objetivo de la doctrina, sino el Cristo subjetivo en nuestra experiencia.
Debemos ejercitar de continuo nuestro espíritu. A esto se debe que al final del libro de Colosenses Pablo nos encargue a perseverar en oración (4:2). Sin embargo, si en lugar de ejercitar nuestro espíritu ejercitamos nuestra mente, parte emotiva y voluntad, Satanás nos impedirá disfrutar al Espíritu todo-inclusivo en nuestro espíritu. Satanás, el astuto y maligno, usa el entorno para mantenernos fuera del espíritu. Por tanto, debemos ejercitar continuamente nuestro espíritu invocando el nombre del Señor a fin de llegar a estar más profundamente arraigados en el Espíritu todo-inclusivo. Entonces absorberemos las riquezas de Cristo, creceremos en Cristo y, espontáneamente, seremos edificados en Cristo. Como resultado de ello, andaremos en Él. Ésta es la experiencia práctica de Cristo que todos necesitamos.
Habiendo sido arraigados en Cristo, el suelo rico y fértil, debemos proceder a absorber Sus riquezas. Como un árbol absorbe los elementos nutritivos del suelo por medio de sus raíces, nosotros también debemos absorber las riquezas de Cristo en nuestro ser. El crecimiento de un árbol depende del nutrimento que absorba del suelo por medio de sus raíces. Puesto que hemos sido arraigados en Cristo, debemos permanecer en Él de manera práctica. En nuestra experiencia debemos permanecer arraigados en Cristo.
Debemos dedicar tiempo a disfrutar al Señor en calidad de tierra todo-inclusiva para que todos los elementos de Cristo como rico suelo puedan ser absorbidos en nuestro ser a fin de que seamos hechos completos en Él en términos de nuestra experiencia (2:10a; 4:2). Si contactamos al Señor y dedicamos tiempo a leer la Palabra con mucha oración, llegaremos a estar profundamente arraigados en Cristo. La única manera de llegar a estar profundamente arraigados en Cristo como suelo consiste en contactar al Señor y absorber diariamente el agua en la Palabra. Cuanto más contactemos el suelo y absorbamos el agua, más creceremos. Primero crecemos hacia abajo, y luego hacia arriba. Después que hayamos crecido hacia abajo por un período de tiempo, automáticamente dejaremos de andar en otras cosas que no sean Cristo mismo. En lugar de ello, debido a que nos hemos arraigado profundamente en Cristo, viviremos, andaremos, actuaremos y tendremos nuestro ser en Cristo.
En la mañana muchos santos dedican cierto tiempo para estar con el Señor. Sin embargo, aunque pasan un tiempo con Él, es posible que no absorban mucho de Sus riquezas. La razón para esto es que están demasiado apurados. Si hemos de absorber las riquezas de Cristo en nosotros como nuestro nutrimento, es necesario que no estemos apurados. Cada mañana debemos dedicar una cantidad adecuada de tiempo para absorber al Señor. No debemos ser perezosos ni indolentes en este asunto. Cuando separamos un tiempo para disfrutar al Señor, los elementos del rico suelo son absorbidos en nuestro ser interior.
Debemos pasar tiempo con el Señor no solamente en la mañana, sino también a lo largo del día. Debemos absorber al Señor durante todo el día; debemos ser como los árboles que continuamente absorben las riquezas del suelo. Esto significa que tenemos que aprender a practicar el continuo disfrute de Cristo. Debemos permitir que toda cosa física sea para nosotros un recordatorio de Cristo, pues todas estas cosas son sombra del cuerpo que es Cristo (2:16-17). La vestimenta que nos ponemos cada día debe recordarnos de Cristo. Debemos vestirnos de Él en nuestro espíritu y por nuestro espíritu. Beber un vaso de agua debe recordarnos que debemos beber a Cristo al ejercitar nuestro espíritu. Llevar a cabo esta práctica equivale a ser arraigados en Cristo y absorber Sus riquezas.
A fin de absorber las riquezas del Cristo que es nuestro suelo, debemos tener raíces tiernas y nuevas. No debemos resignarnos a envejecer, sino que debemos permanecer lozanos y ser renovados día a día. Debemos orar al Señor: “Señor, quiero que mi consagración sea fresca y quiero abrirme a Ti de nuevo. Quiero que mis raíces sean tiernas de modo que pueda absorber Tus riquezas. Señor, no permitas que mis raíces envejezcan”. Si nuestras raíces son tiernas y nuevas para absorber las riquezas de Cristo, automáticamente creceremos con las riquezas que asimilemos. Esto es disfrutar a Cristo y experimentarle subjetivamente diariamente y a cada hora. Debemos desestimar nuestra situación, nuestra condición, nuestros fracasos y debilidades, y simplemente dedicar tiempo para absorber al Señor. Al dedicar tiempo para absorber al Señor, crecemos con el crecimiento de Dios en nosotros para la edificación del Cuerpo de Cristo (Mt. 14:22-23; 6:6; Col. 2:7a, 19b; cfr. Lc. 8:13).
Habiendo sido arraigados en Cristo, ahora estamos siendo “sobreedificados en Él” (Col. 2:7). Cuando Pablo usó la palabra sobreedificados en el versículo 7, no se refería directamente a la edificación del Cuerpo de Cristo; más bien, esta expresión denota un aumento en nuestra estatura espiritual, lo cual puede compararse con el aumento en la estatura de una persona a medida que ella crece físicamente. La única manera en que un niño puede crecer físicamente consiste en asimilar alimentos nutritivos. Del mismo modo, crecemos espiritualmente al asimilar el rico nutrimento de Cristo. Esto es lo que significa ser sobreedificados en Cristo, como es mencionado en el versículo 7. Pablo primero dice que hemos sido arraigados en Cristo; después procede a decir que estamos siendo sobreedificados en Cristo. Ningún árbol puede crecer sin haberse arraigado primero. El crecimiento del árbol es la edificación de este árbol. Al absorber en nuestro ser las riquezas procedentes de Cristo como suelo, somos edificados con estas riquezas. Lo que absorbemos en nuestro ser llega a ser el material con el cual somos edificados. Él es el material, la sustancia y el elemento con el cual podemos adquirir una medida espiritual mayor a fin de que podamos ser edificados personalmente y con otros como Cuerpo de Cristo.
Nosotros somos las plantas, y Cristo es el suelo para nosotros; nosotros también somos el edificio, y Cristo es el material con el cual somos edificados. De manera muy similar a como un niño de los Estados Unidos es “edificado” al comer lo producido por este país, nuestra medida espiritual es edificada al alimentarnos de Cristo. Es posible que en la actualidad nuestra medida espiritual sea muy reducida. Es necesario que crezcamos para obtener una mayor medida de Cristo, y la manera de crecer consiste en alimentarnos de Cristo, tomándolo en nuestro interior y digiriéndolo. Entonces Él nos será añadido cada vez más en mayor medida. Cristo crecerá dentro de nosotros, y nuestra medida aumentará. Cristo es el material para la edificación de nuestra medida espiritual.
Si estamos carentes en cuanto a estatura espiritual, no podemos ser edificados como Cuerpo de Cristo. En Efesios 4:13 Pablo dice: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. El Cuerpo de Cristo tiene una estatura, y a esta estatura le corresponde cierta medida en plenitud. Todos debemos crecer hasta que lleguemos a la plena medida de la estatura del Cuerpo de Cristo. Que nosotros seamos edificados no significa en primer lugar que seamos edificados como iglesia, el Cuerpo; más bien, significa que somos edificados en el Señor y experimentamos un aumento en nuestra estatura. Aquí, en Colosenses 2:7, ser sobreedificados en realidad significa crecer en vida. Primero somos arraigados en Cristo como Espíritu todo-inclusivo y, después, crecemos en Él. Nos edificamos al crecer. Nuestra edificación depende de que asimilemos en nuestro ser las riquezas de Cristo como suelo. Habiendo asimilado estas riquezas en nuestro ser, creceremos y seremos edificados. Cuando hayamos crecido plenamente, seremos edificados. Por tanto, ser edificados simplemente significa crecer. A fin de crecer, necesitamos el nutrimento. Nuestro crecimiento depende de cuánto nutrimento hayamos asimilado en nosotros al estar arraigados en Cristo. Debido a que estamos arraigados en Él, absorbemos en nuestro ser las riquezas del Espíritu todo-inclusivo. Entonces crecemos en virtud del nutrimento derivado de tales riquezas.
La edificación del Cuerpo depende de la edificación personal e individual de todos los miembros. Si un miembro en particular no ha sido edificado personalmente, no podrá ser edificado en el Cuerpo. Para ser edificado en el Cuerpo, primero tenemos que ser edificados nosotros mismos. Cuando hayamos llegado a ser miembros edificados personalmente, podremos ser edificados conjuntamente con otros en el Cuerpo.
En concordancia con esto, Pablo dice en Efesios 4:15 y 16: “Asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en Aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. Aquí el concepto es similar al presentado en Colosenses 2:19. Tenemos que asirnos a la verdad en amor a fin de que podamos crecer en todo en Aquel que es la Cabeza. Procedente de la Cabeza —en quien hemos crecido— obtenemos el nutrimento, como lo denota el uso de la palabra suministro. Mediante el suministro procedente de la Cabeza, el Cuerpo crece y se edifica a sí mismo en amor. Hay mucho implícito aquí. El enfoque central de todo lo que implica Efesios 4:15-16 es que debemos estar arraigados en Cristo y absorber Su nutrimento en nuestros er a fin de que este nutrimento se convierta en el elemento y la sustancia con la cual crecemos y somos edificados.
Primero, crecemos individualmente, y después, corporativamente. El crecimiento individual llega a convertirse en el crecimiento corporativo. Por tanto, no solamente los miembros son edificados individualmente, sino que el Cuerpo es edificado corporativamente. Podemos servirnos de nuestros cuerpos físicos a manera de ilustración. Nuestro cuerpo es edificado por medio del crecimiento de los miembros individuales. Si los miembros no crecen, el cuerpo no puede crecer. Sin el crecimiento, los miembros del cuerpo no pueden edificarse a sí mismos; esto haría imposible que el cuerpo en su conjunto fuese edificado. Por tanto, la edificación del cuerpo depende de la edificación de los miembros individuales del cuerpo. Si todos los miembros crecen y son edificados individualmente, el cuerpo será edificado corporativamente. La edificación de la iglesia está basada en la edificación de los miembros individuales. Además, la edificación de los miembros depende de su crecimiento, el cual, a su vez, depende de estar arraigados en Cristo y absorber las riquezas de Cristo para que éstas lleguen a ser el elemento con el cual crecen los miembros.
No debemos ser distraídos de Cristo y la iglesia. Los colosenses habían sido arraigados en Cristo, pero todavía tenían que proceder a ser edificados en la iglesia. A fin de ser edificados corporativamente, los colosenses tenían que abandonar las observancias judaicas así como las ordenanzas y filosofías paganas. De otro modo, ellos habrían sido trasplantados fuera de Cristo y arraigados en algo diferente. Además, ellos habrían sido desviados de la vida de iglesia. Siempre que tomamos alguna clase de filosofía, ordenanza, observancia o práctica en lugar de tomar a Cristo, la vida de iglesia es anulada. Somos divididos por aquellos creyentes que tienen opiniones diferentes con respecto a estos asuntos. Quienes están preocupados por tales cosas con el tiempo dejarán de atender a la vida de iglesia y no les será posible ser edificados de manera corporativa. ¡Cuán crucial es que estemos arraigados en Cristo y seamos edificados en Cristo y en la iglesia! De este modo experimentamos a Cristo como misterio de Dios.
En resumen, hemos recibido a Cristo como misterio de Dios. Ahora debemos andar en Cristo, esto es, vivir, movernos, actuar y tener nuestro ser en Cristo. Si hemos de andar en Cristo, debemos absorber Sus riquezas al estar arraigados en Él y ser edificados como miembros individuales del Cuerpo. Debemos hundir nuestras raíces cada vez más profundo de modo que podamos absorber más de Sus riquezas. Entonces creceremos y seremos edificados en Él. Cuando estemos adecuadamente arraigados en Cristo y seamos personalmente edificados en Cristo, llegaremos a ser la expresión de Cristo. Esta expresión de Cristo, o sea, Cristo manifestado en nuestro vivir, con el tiempo llegará a ser algo corporativo. En esto consiste la iglesia como Cuerpo y como nuevo hombre. Cuando la iglesia llegue a ser en realidad tal nuevo hombre, será entonces que Cristo regresará.