
En este mensaje continuaremos considerando a Cristo como misterio de Dios.
En Colosenses 2:16 y 17 Pablo dice: “Nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o Sábados, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; mas el cuerpo es de Cristo”. Estos versículos revelan que Cristo, como misterio de Dios, es el cuerpo, la realidad, de todas las sombras.
En el versículo 16 Pablo aborda asuntos referentes a nuestro vivir diario, semanal, mensual y anual. Comer y beber son asuntos diarios, los Sábados son semanales, las lunas nuevas son mensuales y las fiestas son anuales. Todos los aspectos de nuestro vivir son sombras de Cristo. La comida y la bebida representan satisfacción y fortalecimiento diarios (1 Co. 10:3-4), y el Sábado representa compleción y descanso semanales (Mt. 11:28-29). Si no logramos compleción, no podemos disfrutar de descanso. El descanso siempre viene a raíz de la compleción y la satisfacción. Cuando hemos finalizado algún asunto y estamos satisfechos con ello, entonces podemos descansar. Después que Dios completó Su obra de creación al sexto día, Él disfrutó de descanso el séptimo día (Gn. 2:1-3). Por tanto, el Sábado denota compleción y descanso semanales.
La luna nueva representa un nuevo comienzo mensual con luz en la oscuridad (Jn. 1:5; 8:12). Así como la luna nueva señalaba un nuevo comienzo en tiempos del Antiguo Testamento, también Cristo nos da la oportunidad de un nuevo comienzo con luz en medio de la oscuridad actual. Antes que viniésemos al Señor, estábamos en oscuridad, al igual que todos los judíos incrédulos actualmente. Pero después de creer en Él, disfrutamos a Cristo como nuestra luna nueva que nos trae luz en medio de la oscuridad.
Las fiestas representan disfrute y gozo anuales (1 Co. 5:8). Tres veces al año el pueblo escogido de Dios se reunía para las fiestas anuales, las cuales eran tiempos de disfrute, de regocijarse juntos en la presencia del Señor. Aunque estas fiestas eran disfrutables, ellas eran simplemente sombras de Cristo. Él es el verdadero alimento y bebida, nuestra verdadera compleción y descanso, la verdadera luna nueva y la verdadera fiesta. Diariamente comemos y bebemos a Cristo, semanalmente tenemos compleción y descanso en Él, mensualmente experimentamos un nuevo comienzo en Él, y durante todo el año Él es nuestro gozo y disfrute. Por tanto, diaria, semanal, mensual y anualmente Cristo es para nosotros la realidad de toda cosa positiva.
Todo lo mencionado anteriormente en relación con la ley ceremonial es sombra de las realidades espirituales en Cristo, las cuales son las cosas por venir. Tal como el cuerpo físico del hombre, el cuerpo mencionado en Colosenses 2:17 es la sustancia misma; y tal como la sombra que el cuerpo humano proyecta, los ritos de la ley son sombra de las cosas reales del evangelio. Cristo es la realidad del evangelio. Todas las cosas buenas del evangelio pertenecen a Él. La economía de Dios se enfoca en el Cristo todo-inclusivo. Por tanto, no hay cabida para la religión judía ni para la filosofía griega: sólo hay cabida para el Cristo todo-inclusivo. Aunque Pablo alguna vez fue muy fuerte en el judaísmo, cuando recibió la revelación acerca de Cristo pudo comprender que tanto la filosofía griega como la tradición judía carecían de todo valor. En la economía de Dios únicamente Cristo es de valor.
Como cuerpo de las sombras, el Cristo todo-inclusivo es la realidad de todas las cosas positivas en el universo (cfr. Ro. 1:20; Ef. 3:18). Debido a que el universo con los billones de cosas y personas que contiene fue creado con el propósito de describir a Cristo, Él —al revelarse a Sus discípulos— podía fácilmente encontrar en cualquier entorno algo o alguien que le sirviera de ilustración de Sí mismo (Col. 1:15-17; Jn. 1:51; 10:9-11; 12:24; Mt. 12:41-42). El Antiguo Testamento usa seis categorías principales de cosas como tipos que describen a Cristo: seres humanos, animales, plantas, minerales, ofrendas y alimentos. Cristo es tipificado por seres humanos, tales como Adán (Ro. 5:14), Melquisedec (He. 7:1-3), Isaac (Mt. 1:1), Jonás (12:41) y Salomón (v. 42). Cristo es tipificado por animales, tales como un cordero (Jn. 1:29), un león, un buey, una águila (Ez. 1:10) y una gacela (Cnt. 2:9). Cristo, quien es el árbol de la vida (Gn. 2:9), es tipificado por plantas tales como la vid (Jn. 15:1), el manzano (Cnt. 2:3), la higuera, el granado y el olivo (Dt. 8:8); las diferentes partes de un árbol son también tipos de Cristo, tales como el retoño, el tocón, la rama, la raíz, el renuevo y el fruto (Is. 11:1, 10; 4:2; Lc. 1:42; Ap. 5:5).
Cristo también es tipificado por minerales, tales como el hierro, el cobre, la plata y el oro (Dt. 8:9b, 13), y diversas clases de piedras: la piedra viva (1 P. 2:4), la roca (1 Co. 10:4), la piedra angular (Mt. 21:42), la piedra cimera (Zac. 4:7), la piedra de fundamento y la piedra preciosa (1 Co. 3:11-12). Las ofrendas que tipifican a Cristo incluyen el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, la ofrenda elevada, la ofrenda mecida y la libación (Lv. 1—7; Éx. 29:26-28; Nm. 28:7-10; cfr. Jn. 4:24). Cristo es tipificado por alimentos, tales como el pan, el trigo, la cebada, las uvas, los higos, las granadas, las aceitunas, la leche y la miel (6:35; Dt. 8:8-9a; 26:9). En el Nuevo Testamento, Cristo es el Espíritu de realidad que hace real para nosotros las inescrutables riquezas de todo lo que Él es al conducirnos a Sí mismo como realidad divina (Jn. 14:6a; 1 Jn. 5:6; Jn. 14:17; 16:13). Los elementos de la realidad de todos los tipos están en el Espíritu, y el Espíritu transfunde e imparte todas estas riquezas en nosotros por medio de las palabras del Señor (Fil. 1:19; Jn. 6:63; Col. 3:16; Ef. 6:17-18; Ap. 2:7).
Cristo como realidad de todas las cosas positivas debe ser experimentado por nosotros en todas las áreas de nuestro vivir diario. Quienes creemos en Cristo debemos considerar todas las cosas y evaluarlas en conformidad con Cristo, quien lo es todo para nosotros en términos prácticos. Cristo, el misterio de Dios y la sustancia de toda cosa positiva, lo es todo para nosotros: nuestro aliento, bebida, alimento, luz, vestimenta y nuestra morada (Jn. 20:22; 4:10, 14; 7:37-39a; 6:35, 57; 1:4; 8:12; Gá. 3:27; Jn. 15:5, 7a). Al considerar todas las cosas positivas que hay en el universo, debemos evaluarlas en conformidad con Cristo. Si consideramos todas las cosas según Cristo, nuestro vivir diario será cambiado. ¡Qué tremenda revelación es ésta! El Cristo a quien hemos recibido no es un Cristo estrecho; por el contrario, Él está lleno y es rico, ilimitado y todo-inclusivo. Él no solamente es nuestro Redentor, nuestro Salvador y nuestra vida: Él lo es todo para nosotros.
Según el principio rector en la Biblia, lo primero que se presenta con relación a cierta categoría frecuentemente incluye todas las otras cosas que pertenecen a esa categoría. El libro de Apocalipsis afirma que Cristo es el Alfa y la Omega (22:13). Esto no quiere decir, sin embargo, que Cristo sea solamente esas dos letras del alfabeto, sino que Él es todas las letras del alfabeto. Debido a que Él es la primera letra, Él también es todas las otras letras. Este mismo principio se aplica a la muerte de los primogénitos en el libro de Éxodo (12:29). El primogénito de los egipcios representaba a todos los egipcios. Asimismo, cuando la Biblia dice que Cristo es el Primogénito de toda creación, ello implica que en Cristo están incluidas todas las cosas que componen la creación. Este concepto es confirmado en Colosenses 2, donde Pablo dice que cosas tales como el comer, el beber, las fiestas, las lunas nuevas y los Sábados son sombras, y que Cristo es el cuerpo, la sustancia, de esas sombras.
Cristo, quien es superior a todas las cosas de la filosofía griega y la religión judía, es el cuerpo, la realidad, de todas las sombras del Antiguo Testamento, tales como las fiestas, los Sábados, las lunas nuevas, el comer y el beber. Sin embargo, esto es completamente diferente del panteísmo, la creencia satánica que identifica a Dios con las cosas materiales del universo. Según la Biblia, podemos decir que Cristo es la realidad de toda cosa positiva en el universo; Él es la realidad de nuestro alimento, nuestra bebida y la luna nueva, la cual denota un nuevo comienzo con luz en medio de la oscuridad. Pero no podemos tergiversar esto y afirmar que literalmente nuestros alimentos, nuestras vestimentas y nuestras casas sean Cristo. Esto sería la vil doctrina herética del panteísmo. Esto es diabólico y lo repudiamos sin reservas. No obstante, tenemos base bíblica para afirmar que Cristo es la realidad de toda cosa positiva en el universo: Él es la puerta, los pastos, el Pastor, la luz y la vida (Jn. 10:9, 14; 8:12; 14:6). Por tanto, podemos afirmar que Cristo lo es todo para nosotros, esto es, Aquel que es la realidad de todas las cosas positivas.
Muchas cosas en el entorno de nuestra vida diaria también son sombras de Cristo. Por ejemplo, los alimentos que comemos son una sombra, no el verdadero alimento. El verdadero alimento es Cristo. Cristo también es la verdadera bebida. La vestimenta que nos cubre, embellece y abriga también es una sombra de Cristo. Cristo es Aquel que verdaderamente cubre nuestra desnudez, nos abriga y nos imparte Su belleza. Cristo también es nuestra verdadera morada y verdadero descanso. Las casas en las cuales vivimos son una sombra de Cristo como nuestra morada. El descanso del cual disfrutamos por la noche también es figura de Cristo como nuestro descanso. Incluso la satisfacción de la cual disfrutamos después de una buena comida no es la verdadera satisfacción, sino apenas una sombra de Cristo, quien es la realidad de la satisfacción.
Todos los días, semanas y años tenemos necesidad de Cristo. Todas las cosas positivas en nuestro vivir diario, semanal, mensual y anual tienen que ser Cristo. Cristo tiene que llegar a serlo todo para nosotros, no meramente de manera doctrinal, sino en términos de nuestra experiencia. Cristo debe ser nuestra compleción, descanso, nuevo comienzo, disfrute, gozo, alimento, bebida y satisfacción. Aunque Cristo es universalmente vasto, Él también constituye todos los aspectos detallados de nuestro vivir diario en términos prácticos.
Todo cuanto hagamos día tras día debe recordarnos a Cristo como la realidad de eso que hacemos. Al comer nuestros alimentos, debemos tomar a Cristo como el verdadero alimento y orar a Él de este modo: “Señor Jesús, no solamente te agradezco por estos alimentos y los ingiero. Señor, te tomo como la realidad de estos alimentos”. Cuando bebamos algo también debemos beber a Cristo. Al vestirnos debemos recordar que Cristo es la verdadera vestimenta y debemos experimentarle como tal. Al ponernos nuestras ropas materiales, también debemos vestirnos de Cristo. Es fácil disfrutar a Cristo de este modo. Incluso nuestra respiración debe recordarnos que necesitamos respirar a Cristo espiritualmente.
Si seguimos la práctica de tomar a Cristo como la realidad de todas las cosas materiales en nuestra vida diaria, nuestro andar diario será revolucionado y transformado. Estará lleno de Cristo. Cuando comamos y bebamos, hemos de tomar a Cristo como nuestro alimento y bebida espiritual. Todo cuanto hagamos nos recordará de la necesidad de contactar a Cristo, disfrutar a Cristo, experimentar a Cristo y tomar a Cristo como nuestro todo. Practicar esto día tras día es verdaderamente disfrutar a Cristo.
Según las matemáticas divinas, únicamente Cristo tiene valor. Las doctrinas y las opiniones carecen de toda importancia. Lo único que importa es Cristo, a quien aplicamos para nuestro vivir diario, semanal, mensual y anual. Si Cristo verdaderamente es todo para nosotros en nuestro vivir diario, semanal, mensual y anual, entonces no será necesario que nosotros expresemos nuestra opinión. Tenemos a Cristo como nuestro único factor, razón, elemento y fuente.
Es significativo que después de hablar de Cristo como cuerpo de las sombras, Pablo proceda a decir: “Que nadie, con humildad autoimpuesta y culto a los ángeles, os defraude juzgándoos indignos de vuestro premio” (Col. 2:18a). Según el contexto, el premio es el disfrute de Cristo como cuerpo de todas las sombras. El disfrute de Cristo es un verdadero premio. Actualmente podemos disfrutar a Cristo como nuestra recompensa, nuestro premio. Este premio no es solamente el Cristo objetivo, sino particularmente el disfrute subjetivo de Cristo. Según los versículos del 16 al 18, ser defraudados de nuestro premio es ser defraudados del disfrute subjetivo de Cristo diaria, semanal, mensual y anualmente. Los creyentes judíos fueron distraídos de Cristo por los judaizantes, mientras que los creyentes gentiles fueron arrastrados por ciertos conceptos filosóficos. Ambos fueron defraudados de la experiencia y disfrute subjetivos de Cristo. Debemos examinarnos con respecto a si nosotros estamos experimentando y disfrutando a Cristo de manera práctica diaria, semanal, mensual y anualmente. Es muy posible que nosotros, al igual que los colosenses, también hayamos sido defraudados de nuestro premio. No debemos permitir que nadie nos defraude de este premio, y debemos disfrutar a Cristo en todos los pequeños detalles de nuestro vivir diario.
Según 1:26, la palabra de Dios completada mediante el ministerio de Pablo era “el misterio que había estado oculto desde los siglos y desde las generaciones, pero que ahora ha sido manifestado a Sus santos”. Este misterio es Cristo en nosotros, la esperanza de gloria (v. 27). Aun cuando poseamos un conocimiento considerable de la Biblia, no tendremos la compleción de la revelación divina a menos que hayamos experimentado adecuadamente a Cristo diaria, semanal, mensual y anualmente. Nuestra necesidad es que el Cristo subjetivo llegue a ser nuestro disfrute a fin de completar la revelación divina dentro de nosotros. Si estamos carentes en cuanto a la experiencia y disfrute de Cristo, también estamos carentes en cuanto a la revelación de Dios. Su revelación requiere del Cristo que experimentamos como su compleción.
En 2:19 Pablo habla de asirse “de la Cabeza, en virtud de quien todo el Cuerpo, recibiendo el rico suministro y siendo entrelazado por medio de las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento de Dios”. La herejía de rendir culto a los ángeles distraía a los creyentes en Colosas y les impedía asirse de Cristo, la Cabeza. La economía de Dios consiste en reunir todas las cosas bajo una cabeza en Cristo mediante Su Cuerpo, la iglesia, para hacer de Cristo el centro de todas las cosas (Ef. 1:10, 22-23). La estratagema del insidioso consiste en desviar a los santos y derribar al Cuerpo. La herejía en Colosas separaba a los santos de la Cabeza. Esto causaba daño al Cuerpo. La revelación de Pablo exaltó a Cristo, con lo cual salvaguardó el Cuerpo e hizo que éste fuera edificado. Debemos ser resguardados en Cristo por causa de la vida de iglesia.
Ser resguardados en Cristo por causa de la vida de iglesia consiste en asirse de Él como Cabeza, en virtud de quien el Cuerpo crece con el crecimiento de Dios. El crecimiento guarda relación con la vida, la cual es Dios mismo. Por ser el Cuerpo de Cristo, la iglesia no debe ser privada de Cristo, quien es la corporificación de Dios como fuente de vida. Al asirse de Cristo, la iglesia crece con el crecimiento de Dios, con el aumento de Dios como vida.
Este crecimiento tiene lugar en la medida que todo el Cuerpo es ricamente abastecido y conjuntamente entrelazado por medio de las coyunturas y ligamentos. La función de las coyunturas es dar el suministro al Cuerpo, mientras que la función de los ligamentos es entrelazar a los miembros del Cuerpo. En la iglesia algunos miembros son coyunturas y otros son ligamentos. El Cuerpo crece por medio de las coyunturas y los ligamentos. Esto indica que no podemos crecer con el crecimiento de Dios de manera individualista, sino que tenemos que estar en la iglesia.
Para entender apropiadamente lo que significa asirse de la Cabeza, debemos considerar Colosenses 2:16-17, donde Pablo dice que Cristo es el cuerpo, la sustancia, la realidad, de todas las sombras, tales como el comer, el beber, los Sábados, las lunas nuevas y las fiestas. Con base en este hecho, Pablo nos advierte que no debemos permitir que nadie nos defraude deliberadamente de nuestro premio, esto es, el disfrute subjetivo que tenemos de Cristo. Quienes procuran defraudarnos son los que se apoyan en lo que ellos han visto y no están asidos de la Cabeza. Por tanto, existe un vínculo entre Cristo como cuerpo de las sombras y asirse de la Cabeza. En otras palabras, el Cristo que es la realidad de todas las cosas positivas es Aquel que es la Cabeza del Cuerpo. Si hemos de comprender qué significa asirse de la Cabeza, tenemos que comprender en qué consiste disfrutar a Cristo como realidad de todas las cosas positivas. Si no disfrutamos a Cristo de este modo, no podemos, en términos de nuestra experiencia, asirnos de Él como Cabeza. Por tanto, podemos afirmar que asirse de la Cabeza es simplemente disfrutar a Cristo como realidad de todas las cosas positivas.
La vida cristiana genuina es una vida en la que disfrutamos a Cristo. Debemos disfrutar al Señor todo el día. Siempre que disfrutamos continuamente a Cristo, automáticamente nos asimos de Él como Cabeza. Por tanto, la mejor manera de asirse de la Cabeza consiste en disfrutarle. No hay mejor manera de asirse de Cristo que comerle. Así como tomamos posesión de los alimentos al ingerirlos y comerlos, también tomamos posesión de Cristo al comerle.
En 2:16-19 Pablo da un gran salto, yendo del Cristo que lo es todo para nuestro disfrute al Cristo que es la Cabeza. Al disfrutar a Cristo como nuestro alimento, bebida, aire y nuestro todo, somos elevados al nivel correspondiente a nuestra experiencia de asirnos de Cristo como Cabeza. Pero si dejamos de disfrutar a Cristo, entonces inmediatamente dejamos de asirnos a Él como Cabeza. Únicamente cuando le disfrutamos podremos también asirnos de Él. Ésta no es una doctrina que hayamos aprendido de los libros de teología; es un hecho de la experiencia cristiana. Asirse de la Cabeza es disfrutar a Cristo continuamente. Somos vasos hechos para contenerlo a Él, y nos asimos de Él al comerle, beberle y respirarle.
Asirse de la Cabeza también equivale a permanecer en Cristo (Jn. 15:4). Asirse de la Cabeza implica que no estamos desprendidos ni separados de Él. Cuando Pablo escribió a los colosenses, ellos en cierto modo se habían desprendido de Cristo por causa de su cultura. La cultura puede convertirse en un elemento aislante que nos separe de Cristo. Asirse de la Cabeza es permanecer en Cristo sin ningún elemento aislante entre nosotros y Él.
Que el Cuerpo esté asido de la Cabeza significa que el Cuerpo no se permite estar separado de la Cabeza. Si verdaderamente estamos asidos de Cristo como Cabeza, nada nos separará de Él. Cuando vivimos por nuestra cultura en lugar de vivir por Cristo, nos separamos del Cristo que es la Cabeza y somos defraudados de nuestro premio, el cual es el disfrute de Cristo.
Además, debido a que la autoridad de Cristo como Cabeza está en resurrección, el disfrute de Cristo espontáneamente nos introduce en la resurrección y nos salva de nuestro ser natural. Todos somos naturales. Si no somos introducidos en la resurrección mediante el disfrute de Cristo, permaneceremos en nuestra persona natural. Cuanto más disfrutemos a Cristo, menos naturales seremos.
El disfrute de Cristo también nos introduce en la ascensión. Cuanto más disfrutamos a Cristo, más estamos en los lugares celestiales en términos de nuestra experiencia. Esto significa que mediante el disfrute de Cristo somos hechos celestiales. No solamente dejamos de ser naturales, sino que además dejamos de ser terrenales. El disfrute de Cristo hace que estemos en resurrección y en ascensión. Cuanto más disfrutamos a Cristo, más estamos en los cielos. Por tanto, asirse de Cristo como Cabeza equivale a estar en los cielos en términos de nuestra experiencia. También es verdad que estar en los cielos es asirse de la Cabeza. En términos de nuestra experiencia, asirse de la Cabeza y estar en los cielos son uno y la misma cosa.
Si en nuestra experiencia abandonamos temporalmente a Cristo y dejamos de asirnos a Él como Cabeza, tendremos el sentir de ser terrenales. Siempre que somos terrenales no estamos asidos de la Cabeza, pero si en nuestra vida diaria disfrutamos a Cristo continuamente, nos asiremos de Él como Cabeza y estaremos en los cielos en términos de nuestra experiencia. Entonces seremos un pueblo celestial.
Según Colosenses 3:1-4, nuestro vivir debe estar en los cielos, donde está el trono de Dios. Por un lado, Cristo como nuestra Cabeza está en nuestro espíritu (1:27; 2 Ti. 4:22); por otro, Él está en los cielos, no en la tierra (Col. 3:1). Únicamente cuando estamos en los cielos estamos asidos de Él como Cabeza. Disfrutar a Cristo es asirse de la Cabeza, y asirse de la Cabeza es estar en los cielos.
En términos de nuestra experiencia podemos estar en los cielos únicamente al disfrutar a Cristo, la Cabeza, como Espíritu vivificante en nuestro espíritu. En 2 Corintios 3:17 se nos dice: “El Señor es el Espíritu”. Si Cristo fuera únicamente la Cabeza y no el Espíritu, sería imposible para nosotros contactarle o asirnos de Él en términos de nuestra experiencia. Pero aunque la posición de Cristo es la que corresponde a la Cabeza, en nuestra experiencia Él es el Espíritu vivificante. Según 2 Timoteo 4:22, el Señor, quien es el Espíritu, ahora está en nuestro espíritu. En los cielos Cristo es la Cabeza, pero en nuestro espíritu Él es el Espíritu. Por tanto, asirse de Cristo como Cabeza no solamente equivale a disfrutarle y a estar en los cielos, sino que también equivale a estar en nuestro espíritu. Si hemos de asirnos de la Cabeza, tenemos que estar en el espíritu.
En Colosenses 2:18 Pablo usa la expresión vanamente hinchado por la mente puesta en la carne. La mente forma parte del alma, y la carne está relacionada con el cuerpo físico del hombre. Todo aquel que está vanamente hinchado por la mente puesta en la carne no está asido de Cristo como Cabeza, pues se encuentra en su mente carnal, no en el espíritu. Siempre que estamos en la mente o en la carne, no estamos asidos de la Cabeza. Pero cuando nos volvemos de la carne y de la mente al espíritu, automáticamente nos asimos de Cristo como Cabeza. Si nos quedamos en nuestra mente carnal, no podremos tocar a Cristo ni asirnos de Él. Pero si nos volvemos al espíritu, estaremos asidos de la Cabeza, quien es el Espíritu vivificante en nuestro espíritu.
Por tanto, a fin de asirnos de Cristo como Cabeza debemos disfrutar a Cristo, estar en los cielos y estar en nuestro espíritu. Con base en nuestra experiencia sabemos que estas tres cosas van juntas. Siempre que disfrutamos a Cristo, estamos en los cielos y en nuestro espíritu, no en la mente ni en la carne. En términos de nuestra experiencia, estar en el espíritu equivale a estar en el tercer cielo. Según la Biblia, el Lugar Santísimo está tanto en el tercer cielo como en nuestro espíritu (He. 10:19; 4:14, 16). Siempre que nos volvemos al espíritu, estamos en los cielos disfrutando al Señor. Es de este modo que nos asimos de la Cabeza.
En Colosenses 2:17 Pablo dice que el cuerpo, la realidad, de todas las sombras es de Cristo; pero en el versículo 19 él no se refiere a Cristo, sino a que nos asimos de la Cabeza. La razón para este cambio en terminología de Cristo a la Cabeza es que nuestro disfrute del Señor hace que tomemos conciencia del Cuerpo. Si disfrutamos a Cristo continuamente, no seguiremos siendo individualistas. Los santos que son individualistas son aquellos que no disfrutan al Señor con regularidad. Cuanto más disfrutamos a Cristo, más conciencia tendremos del Cuerpo. Debemos tener contacto con el Señor por la mañana, pero en la noche debemos venir a las reuniones de la iglesia. No es normal disfrutar al Señor durante el día y descuidar las reuniones de la iglesia, la cual es Su Cuerpo. Incluso si nuestras circunstancias no nos permiten asistir a todas las reuniones, interiormente debemos tener el sentir que todo nuestro ser interior está con los santos en la reunión de la iglesia. Tener tal conciencia del Cuerpo es resultado de disfrutar a Cristo.
Lo que disfrutamos de Cristo día a día es, de hecho, algo que proviene de Él como Cabeza. Es por ello que cuando disfrutamos a Cristo, Él hace que tomemos conciencia del Cuerpo. Cuanto más disfrutamos a Cristo, más intenso es nuestro deseo por el Cuerpo. Sin embargo, si dejamos de contactar al Señor por algún tiempo, automáticamente descuidaremos la vida de iglesia o perderemos interés en las reuniones. Cuanto menos contactemos al Señor, más criticaremos a la iglesia y a los santos. Entonces tendremos la inclinación a detectar las fallas y carencias de los demás. Esta carencia nuestra en cuanto al disfrute de Cristo abrirá la puerta para que el enemigo, Satanás, intervenga y nos incite a criticar a los demás miembros del Cuerpo. No obstante, si empezamos a disfrutar al Señor nuevamente, la puerta poco a poco se irá cerrando; y si disfrutamos a Cristo continuamente, la puerta finalmente se cerrará por completo. Así, en lugar de criticar a la iglesia, alabaremos al Señor por la vida de iglesia y testificaremos de cuánto la amamos. Lo que produce este tipo de cambio no es una amonestación o corrección, sino el haber recobrado nuestro disfrute de Cristo.
La persona querida y preciosa a quien disfrutamos como nuestra comida, nuestra bebida y nuestro aliento es la Cabeza del Cuerpo. Debido a que Pablo entendía esto perfectamente, él pudo pasar directamente del tema de Cristo como realidad de todas las cosas positivas para nuestro disfrute al tema de Cristo como Cabeza. Puesto que el Cristo que disfrutamos como nuestro todo es la Cabeza del Cuerpo, cuanto más nosotros le disfrutemos, más tomaremos conciencia del Cuerpo. Esto indica que disfrutar a Cristo no es una acción individualista, sino un asunto relacionado con el Cuerpo. Por ser miembros del Cuerpo debemos disfrutar a Cristo de manera corporativa.
En Colosenses 2:19 Pablo habla de “todo el Cuerpo”. Disfrutar a Cristo nos mantiene unidos como miembros del Cuerpo. Cuanto más disfrutamos a Cristo, más amamos a los demás miembros del Cuerpo. El disfrute que tenemos de Cristo nos lleva a amar a todos en la vida de iglesia. Aun aquellos que nos parecen más difíciles de amar, llegan a ser queridos y preciosos para nosotros. Sin embargo, si dejamos de disfrutar a Cristo, menospreciaremos a algunos santos de la iglesia. En realidad, la iglesia y los santos siguen siendo los mismos, pero es nuestra actitud la que cambia. No obstante, si recibimos el suministro de Cristo y empezamos a disfrutarle nuevamente, todos los miembros del Cuerpo volverán a ser queridos para nosotros. Así, tendremos la agradable sensación de que, como miembros del Cuerpo, amamos a todos los demás miembros.
Es el disfrute de Cristo lo que hace que Él sea la Cabeza en nuestra experiencia. Cristo no puede ser nuestra Cabeza en términos subjetivos y en nuestra experiencia a menos que le disfrutemos. Se nos puede decir una y otra vez que Cristo es la Cabeza del Cuerpo, pero no tendremos ninguna conciencia de que Él sea la Cabeza a menos que le disfrutemos con regularidad. Cuanto más disfrutemos a Cristo, más aprehenderemos en términos de nuestra experiencia que el Cristo que disfrutamos es la Cabeza del Cuerpo. Aprehender esto hará que tomemos conciencia del Cuerpo y que amemos a todos los miembros del Cuerpo.
Colosenses 2:19 hace referencia al suministro y a que el Cuerpo es entrelazado. Cuando el Cuerpo recibe el suministro y es entrelazado al asirse de la Cabeza, el Cuerpo crece con el crecimiento de Dios. La frase en virtud de quien en este versículo indica que el Cuerpo de Cristo crece a partir de la Cabeza, puesto que todo el suministro proviene de la Cabeza. En cierto sentido, Cristo es la Cabeza; en otro sentido, Él es el suelo (v. 7). Al absorber las riquezas del suelo, nos asimos de la Cabeza. Asimismo, recibir el suministro de la Cabeza equivale a absorber las riquezas del suelo.
Cuando disfrutamos a Cristo en los cielos y en nuestro espíritu, nos asimos de la Cabeza y absorbemos Sus riquezas. Entonces, en virtud de Aquel que es la Cabeza procederá algo para que se produzca el crecimiento de Dios en nosotros. Esto significa que más del elemento de Dios será añadido a nuestro ser y, por ende, al Cuerpo. Esto hace que el Cuerpo crezca con el crecimiento, el aumento, de Dios.
A fin de experimentar el crecimiento genuino, primero tenemos que ser arraigados en Cristo, nuestra buena tierra. Somos plantas arraigadas en Cristo como suelo. A medida que el árbol crece, absorbe el agua y los nutrientes del suelo en el que está arraigado. A medida que estas riquezas son absorbidas por el árbol, ellas se convierten en el aumento del árbol. El árbol crece con el aumento de las riquezas procedentes del suelo. Del mismo modo, nosotros somos plantas vivas que han sido arraigadas en Cristo como nuestro suelo. Lo que absorbemos de Cristo en nuestro ser —el elemento de las riquezas del Cristo como suelo— llega a convertirse en el aumento de Dios en nosotros. Nuestra tierra es Cristo, y Cristo es la corporificación del Dios Triuno. Por tanto, la tierra es el Dios Triuno. Esto significa que cuando absorbemos las riquezas del suelo, absorbemos las riquezas del Dios Triuno. En realidad, absorbemos al propio Dios Triuno. Mediante tal absorción, ingerimos más de Dios. Al hablar del crecimiento de Dios nos referimos a este aumento de Dios dentro de nosotros.
El auténtico crecimiento en vida consiste en crecer con el crecimiento de Dios, esto es, crecer con el aumento, la adición, de Dios. En Sí mismo, Dios no puede crecer ni necesita crecer, pues Él es eterno, perfecto y completo. Sin embargo, sí es necesario que Dios crezca en nosotros. Todos nosotros necesitamos más aumento, adición, de Dios dentro de nosotros. Necesitamos crecer con el crecimiento de Dios, es decir, necesitamos que Dios aumente, crezca, en nosotros.
Dios es rico en todo sentido. Él es rico en gloria y en todos los atributos divinos. Él es rico en amor, en bondad, en misericordia, en luz, en vida, en poder y en fortaleza. Las riquezas de Dios son inagotables. Ahora este rico Dios está añadiéndose a nosotros. Las riquezas de Dios son el elemento y la sustancia en virtud de las cuales crecemos. Dios es real, rico y sustancial, y nosotros debemos absorberlo.
Actualmente nuestro Dios es el Espíritu procesado y todo-inclusivo, y nosotros tenemos un espíritu con el cual podemos absorberle. Por tanto, tenemos que ejercitar nuestro espíritu a fin de permanecer en Su presencia para absorberle. Para esto se requiere tiempo. Aun cuando todos hemos tenido la experiencia de absorber las riquezas de Dios, nuestra experiencia todavía no es adecuada. Debido a ello, tenemos que dedicar más tiempo a absorberle. No debiéramos pasar tanto tiempo en nuestra mente, parte emotiva ni voluntad, sino pasar más tiempo en nuestro espíritu a fin de adorar al Señor, alabarle, darle gracias y conversar libremente con Él. Al tener comunión con Él de este modo, absorberemos Sus riquezas y Él añadirá más de Sí mismo a nuestro ser. Cuanto más de Dios sea añadido a nosotros, más crecimiento nos dará Él. Es de este modo que Dios causa el crecimiento.
En resumen, asirnos de Cristo, la Cabeza, equivale a disfrutarle continuamente como el cuerpo de todas las sombras, a estar en los cielos y a permanecer en nuestro espíritu. Al asirnos de Cristo, nuestra Cabeza, llegamos a estar conscientes del Cuerpo porque el Cristo a quien disfrutamos como nuestra verdadera comida, bebida, Sábado, luna nueva y fiestas, es la Cabeza en virtud de quien tomamos conciencia del Cuerpo. Al experimentar la vida del Cuerpo, absorbemos las riquezas que proceden de la Cabeza. Estas riquezas son los elementos de Dios mismo, los cuales se convierten en el aumento de Dios en los miembros del Cuerpo, aumento en virtud del cual todo el Cuerpo crece. Por tanto, el crecimiento del Cuerpo viene como resultado de disfrutar a Cristo, de asirnos a Él como Cabeza y de absorber Sus riquezas.