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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 346-366)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS CINCUENTA Y OCHO

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(64)

  En este mensaje, continuaremos considerando al Cristo que es la vida de los santos.

5) Hacen morir sus miembros terrenales

  En Colosenses 3:5 Pablo dice: “Haced morir, pues, vuestros miembros terrenales: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y avaricia, que es idolatría”. En nuestros miembros pecaminosos se encuentra la ley del pecado, que nos hace cautivos del pecado y convierte nuestro cuerpo corrupto en el cuerpo de muerte (Ro. 7:23-24). Por tanto, nuestros miembros, los cuales son pecaminosos, son identificados con las cosas pecaminosas, tales como la fornicación, la impureza, las pasiones, los malos deseos y la avaricia. En Colosenses 3:6 Pablo señala que por estas cosas “la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia”. En el versículo 7 él procede a decir que los creyentes anduvieron en otro tiempo en estas cosas cuando vivían en ellas.

  En el versículo 5 Pablo nos exhorta a hacer morir nuestros miembros terrenales. Este mandato se basa en el hecho de que fuimos crucificados con Cristo (Gá. 2:20a) y bautizados en Su muerte (Ro. 6:3). Aplicamos la muerte de Cristo a nuestros miembros pecaminosos al crucificarlos, por la fe, mediante el poder del Espíritu (8:13). Esto corresponde a Gálatas 5:24. Cristo llevó a cabo la crucifixión todo-inclusiva. Ahora la aplicamos a nuestra carne lujuriosa. Esto es muy diferente del ascetismo.

  La muerte todo-inclusiva de Cristo en la cruz es aplicada a nosotros en el momento del bautismo. Todos los que creen en el Señor Jesús deben ser bautizados. En el bautismo no solamente reconocemos la muerte de Cristo, sino también la aplicamos a nosotros mismos. Por tanto, en el bautismo somos introducidos en la muerte de Cristo y somos sepultados.

  Según Romanos 8:11 y 13, hacer morir los hábitos del cuerpo es una acción efectuada en el poder del Espíritu; no es algo que se logre mediante esfuerzo propio. Nuestros propios intentos por hacer morir los hábitos del cuerpo no son más que ascetismo. Hacemos morir las cosas negativas en nosotros por el poder del Espíritu Santo. A fin de hacer esto, debemos abrirnos al Espíritu y permitir que el Espíritu fluya en nosotros. Por medio del fluir del Espíritu, experimentaremos la eficacia de la muerte de Cristo. Esto no es ascetismo, sino la operación del Espíritu dentro de nosotros.

  En Colosenses 3:8 Pablo habla de desechar las cosas psicológicas malignas: “Desechad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, lenguaje soez e injurioso de vuestra boca”. Si comparamos este versículo con los versículos anteriores, veremos que Pablo clasificó las cosas de la carne en una categoría y las cosas del alma caída en otra. Todas las cosas negativas, sean de la carne o del alma caída, tienen que ser desechadas. No hacemos esto por nuestra propia energía, sino por el poder del Espíritu todo-inclusivo.

6) Se despojan del viejo hombre con sus prácticas

  A continuación, en el versículo 9 Pablo dice: “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus prácticas”. Este versículo indica que despojarse del viejo hombre es como despojarse de una vestidura vieja. La totalidad de la persona del viejo hombre tiene que ser desechada. En este versículo Pablo dice que nos hemos despojado del viejo hombre porque nos despojamos del viejo hombre en el bautismo. Nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo (Ro. 6:6) y fue sepultado en el bautismo (v. 4). En primer lugar, hacemos morir las concupiscencias físicas, luego desechamos las cosas malignas psicológicas, y por último nos despojamos de todo el viejo hombre y sus prácticas. Esto no se realiza mediante nuestra propia energía, sino mediante el poder del Espíritu todo-inclusivo.

  Cuando vivimos juntamente con Cristo podemos hacer morir las concupiscencias de la carne, desechar los aspectos malignos del alma caída y despojarnos de la totalidad de nuestro viejo ser. Después, en términos positivos, podemos vestirnos del nuevo hombre. Al vivir juntamente con Cristo, experimentarle como nuestra vida y buscar las cosas de arriba, desechamos todas las cosas negativas y nos vestimos del nuevo hombre.

7) Se visten del nuevo hombre, el cual se va renovando conforme a la imagen del que lo creó

  Después, en Colosenses 3:10 Pablo dice: “Y vestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno”.

a) Vestirse del nuevo hombre

  Revestirse del nuevo hombre es como vestirse de una vestidura nueva. La palabra griega traducida “nuevo” en Colosenses 3:10 significa nuevo con relación al tiempo, mientras que la palabra traducida “nuevo” en Efesios 4:24 significa nuevo en naturaleza, calidad o forma. Puesto que Cristo es el elemento constitutivo del nuevo hombre, quienes conformamos el nuevo hombre somos uno con Cristo.

  El nuevo hombre es de Cristo. Es Su Cuerpo, creado en Él en la cruz (2:15-16). No es una entidad individual, sino corporativa. Según la clara visión presentada en Efesios 2:15, el nuevo hombre es una entidad corporativa. Esto queda demostrado por el hecho de que fue creado de dos pueblos, los judíos y los gentiles. Además, el versículo 16 indica que el nuevo hombre creado de estas dos colectividades es el Cuerpo de Cristo. Por tanto, el nuevo hombre y el Cuerpo son términos sinónimos y podrían usarse indistintamente.

  Que la iglesia sea el Cuerpo de Cristo pone énfasis en la vida, y que la iglesia sea el nuevo hombre pone énfasis en la persona (1 Co. 12:12; Ef. 4:4, 4:24; 2:15). Como Cuerpo de Cristo, la iglesia requiere de Cristo como su vida; como nuevo nombre, la iglesia requiere de Cristo como su persona (Col. 3:4; Ef. 3:17a). El nuevo hombre es el Dios-hombre corporativo, con Cristo —el Hijo primogénito— como Cabeza, y los creyentes —los muchos hijos de Dios— como Cuerpo. Debemos llevar la vida de un Dios-hombre por causa del nuevo hombre, el Dios-hombre corporativo.

  A fin de vestirnos del nuevo hombre en términos de nuestra experiencia, debemos tomar a Cristo como nuestra persona (v. 17a; Gá. 2:20). La iglesia es el nuevo hombre, y en este nuevo hombre hay una sola persona: Cristo (Mt. 17:5; Col. 3:10-11). Tenemos que despojarnos del viejo hombre y tenemos que vivir por nuestra nueva persona (vs. 5-9; Ro. 6:6; Gá. 2:20; Ef. 4:22-24). Cuando vivimos tomando a Cristo como nuestra persona, especialmente en lo relacionado con tomar decisiones, nuestro vivir será el vivir del nuevo hombre (Jn. 4:34; 5:30; 6:38; Ro. 15:32; Jac. 4:13-15).

  Además, si hemos de vestirnos del nuevo hombre en términos prácticos, debemos hacerlo todo en el nombre del Señor Jesús (Col. 3:17). El nombre denota la persona, y la persona del Señor es el Espíritu (2 Co. 3:17a). Obrar en el nombre del Señor es actuar en el Espíritu; esto es vivir a Cristo (Gá. 5:16; Ro. 8:4; Fil. 1:21).

b) Ser renovados

  Por un lado, Pablo se refiere a la creación del nuevo hombre (Ef. 4:24); por otro, se refiere a la renovación del nuevo hombre (Col. 3:10). Puesto que el nuevo hombre ya fue creado, ¿por qué todavía es necesario que sea renovado? ¿Cómo es posible que el nuevo hombre sea creado como tal y también sea renovado? La creación del nuevo hombre tuvo lugar en nuestro espíritu. Cuando nuestro espíritu fue regenerado, el nuevo hombre fue creado. Por tanto, la regeneración del espíritu es en realidad la creación del nuevo hombre. Sin embargo, en lo que al alma se refiere, el nuevo hombre todavía precisa ser renovado. Es crucial que esta renovación se lleve a cabo especialmente en nuestra mente, la parte principal del alma, como se indica por medio de la expresión hasta el conocimiento pleno en el versículo 10. Antes que fuésemos regenerados, nuestro espíritu humano formaba parte de la vieja creación. Después, en el momento de nuestra regeneración, Dios el Espíritu vino a nuestro espíritu con la vida divina y la naturaleza divina. Esto significa que el Espíritu de Dios regeneró nuestro espíritu con los elementos de la vida divina y la naturaleza divina. En otras palabras, cuando fuimos regenerados, Dios el Espíritu trajo la vida divina y la naturaleza divina a nuestro espíritu. Antes de la regeneración no teníamos nada divino. Pero en el momento de la regeneración algo divino —la vida y la naturaleza de Dios— fue añadido a nuestro espíritu. Esta adición del Espíritu y de la vida divina a nuestro espíritu produjo un nuevo ser: el nuevo hombre. Al recibir la vida y la naturaleza de Dios, nacimos de Dios y fuimos hechos hijos de Dios.

  Debido a que la vida y naturaleza divinas han sido añadidas a nuestro espíritu, nuestro espíritu regenerado ha llegado a formar parte de la nueva creación. La diferencia entre la vieja creación y la nueva creación es que la vieja creación no tiene a Dios dentro de ella, pero la nueva creación sí tiene algo de Dios mismo añadido a ella. La razón por la cual el espíritu regenerado forma parte de la nueva creación y del nuevo hombre es que la vida y la naturaleza de Dios han entrado en él. En nuestro espíritu tenemos algo divino: la vida y la naturaleza de Dios.

  En el momento de la regeneración, la vida y la naturaleza de Dios fueron añadidas a nuestro espíritu, haciendo de éste la nueva creación. No obstante, el alma con sus facultades —mente, parte emotiva y voluntad— permanece en la vieja creación. Por tanto, es necesario que la vida y naturaleza divinas se propaguen de nuestro espíritu a nuestra alma y la saturen. Este proceso de propagación y saturación es lo que llamamos transformación. En Romanos 12:2 Pablo nos encarga a ser transformados “por medio de la renovación de vuestra mente”. Puesto que la mente es la parte principal del alma, la renovación del alma depende de la renovación de la mente. Nuestra alma será renovada en la medida que la vida y naturaleza divinas se propaguen de nuestro espíritu regenerado a nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Esta renovación del alma es, en realidad, la renovación del nuevo hombre.

  Aunque hemos sido regenerados, con frecuencia tenemos la tendencia a vivir en conformidad con el viejo hombre, es decir, a vivir en conformidad con la vieja creación. Sin embargo, en lo profundo de nuestro espíritu tenemos la aspiración, el deseo, de vivir en novedad de vida (6:4; 7:6). Este deseo viene del nuevo hombre en nuestro espíritu, que busca propagar la vida y naturaleza divinas en nuestra alma. Esta propagación es la renovación del nuevo hombre.

  Aquello en lo cual pensamos día tras día indica dónde está puesta nuestra mente. Nuestra mente no debiera estar puesta en la religión, la filosofía ni la cultura, sino en Cristo y en Su ministerio celestial. Cuanto más pongamos nuestra mente en las cosas de arriba —en Cristo y en Su ministerio celestial—, más los elementos divinos en nuestro espíritu saturarán nuestra alma y la renovarán. Todo cuanto está en nuestro espíritu tendrá curso libre para propagarse en todo nuestro ser interior. Mediante esta saturación y propagación, el alma es renovada. Finalmente, cuando nuestro cuerpo sea transfigurado, también será renovado (Fil. 3:21). Por tanto, nuestro espíritu ha sido regenerado, pero nuestra alma está siendo renovada. Por un lado, en nuestro espíritu el nuevo hombre fue creado con elementos nuevos: los elementos de la vida divina y del Espíritu Santo. Por otro, en nuestra alma el nuevo hombre está siendo renovado.

c) Hasta el conocimiento pleno conforme a la imagen de Dios, Aquel que creó al nuevo hombre

  En Colosenses 3:10 Pablo dice que el nuevo hombre se va renovando hasta el conocimiento pleno “conforme a la imagen del que lo creó”. Aquí la imagen se refiere a Cristo, el Amado de Dios, como expresión de Dios (1:15; He. 1:3). Dios el Creador creó en Cristo al nuevo hombre (Ef. 2:15).

  Es significativo que el nuevo hombre está siendo renovado conforme a la imagen de Dios. Esto significa que la renovación del nuevo hombre tiene por resultado lograr el conocimiento pleno y que este conocimiento pleno se conforma a la imagen de Dios. La imagen de Dios en Colosenses 1:15 se refiere a la expresión de Dios y a la plenitud de Dios, esto es, Cristo mismo.

  El nuevo hombre ha sido creado en nuestro espíritu, pero nuestra mente todavía no ha sido renovada hasta el conocimiento pleno. Debemos ser renovados en nuestra mente hasta el conocimiento pleno conforme a la expresión de Dios, esto es, conforme a Cristo como imagen de Dios. Esto significa que necesitamos que nuestra mente sea renovada en conformidad con lo que Cristo es. Esto puede ocurrir únicamente en la medida en que somos renovados hasta el conocimiento pleno.

  Con relación al nuevo hombre, nuestra mente tiene que ser renovada hasta tal conocimiento pleno, conforme al Cristo todo-inclusivo que es la imagen de Dios, la expresión del Dios invisible. Nuestra mente debe ser renovada a tal grado que logremos tener una clara visión de Cristo como imagen de Dios. Cuando nuestra mente sea llena con el conocimiento del Cristo todo-inclusivo, ello ejercerá influencia sobre nuestras emociones. Esto hará que sintamos mayor aprecio por el Señor Jesús. El amor está relacionado con nuestras emociones, y las emociones están relacionadas con el entendimiento que tenemos en nuestra mente. Cuando nuestra mente es renovada, espontáneamente nuestras emociones son también renovadas. Tanto en términos de nuestra experiencia espiritual como de nuestra experiencia humana, la mente afecta las emociones y las emociones afectan la voluntad.

  Debemos ser renovados en nuestra mente a fin de que nuestras emociones manifiesten el amor apropiado por el Señor. Muchos santos son fríos con relación al Señor debido a que sus mentes poseen un conocimiento muy escaso de Él. Cuanto más conocimiento tengamos del Cristo todo-inclusivo, más aprecio sentiremos por Él y más le amaremos. Aunque todavía necesitamos de mucha más renovación, no obstante, poseemos cierto grado de conocimiento del Señor Jesús. Este conocimiento de Él hace que le amemos. Con base en nuestro amor y aprecio por el Señor, ejercitamos nuestra voluntad decidiendo ser para Él, seguirle, vivirle, cultivarle y producirle en nosotros. Somos nosotros quienes decidimos vivir para Él y para Su testimonio. Esta decisión se origina en nuestra parte emotiva, y la parte emotiva a su vez ha sido influenciada por el conocimiento apropiado de Cristo.

  El punto central detrás de las palabras de Pablo en Colosenses es la renovación de la mente hasta el conocimiento pleno de Cristo. Los colosenses necesitaban lograr el conocimiento pleno, no según la filosofía, el gnosticismo, las observancias judaicas o las ordenanzas paganas, sino el conocimiento pleno conforme a la imagen de Dios, la cual es el Cristo maravilloso, glorioso y todo-inclusivo. Necesitamos experimentar la renovación que resulta en el pleno conocimiento conforme a tal Cristo.

  Es necesario que seamos capturados por nuestro querido Señor Jesús. Cuanto más nuestra mente es renovada hasta lograr el conocimiento apropiado de nuestro Señor, más le amaremos. La renovación que tiene lugar en nuestra mente hasta el conocimiento pleno conforme a la imagen de Dios crea dentro de nosotros el debido aprecio por el Señor. Este aprecio hace que le amemos. Cuando tengamos tal amor por el Señor, diremos: “Señor Jesús, quiero seguirte a cualquier precio. Estoy dispuesto a pagar cualquier precio, incluso el precio de mi vida, para ser uno contigo y ser para Ti. Señor, quiero tomarte como mi vida y mi persona. Quiero vivirte, cultivarte y producirte en mí. Señor Jesús, estoy aquí para Ti y sólo para Ti”.

  La renovación del nuevo hombre es conforme a Cristo, quien es la imagen y expresión de Dios. Cuando ponemos nuestra mente en las cosas de arriba, el camino está abierto para que el nuevo hombre propague el elemento divino desde nuestro espíritu a nuestra alma. Esta propagación del elemento divino dentro de nosotros es conforme a Cristo, quien es la imagen de Dios, la expresión de Dios. Cuanta más renovación tenga lugar en nuestra alma, más podremos expresar a Dios. En otras palabras, cuanta más renovación experimentemos en el alma, más tendremos la imagen de Cristo. Aunque hemos sido regenerados, es posible que tengamos muy poco de la imagen de Cristo en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. En lugar de ello, tal vez nos aferremos a la imagen del viejo Adán. Pero si fijamos nuestra mente en las cosas de arriba, el elemento divino que está en nuestro espíritu se propagará a nuestra alma. Como resultado de la propagación del elemento divino, tendremos la imagen de Dios y llegaremos a ser Su expresión.

c. Los constituyentes del nuevo hombre

  En 3:11 Pablo procede a decir: “Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. La palabra donde, la cual se refiere al nuevo hombre en el versículo 10, significa en el nuevo hombre. No solamente no hay ninguna persona natural en el nuevo hombre, sino que además, no hay posibilidad de que en él exista persona natural alguna ni tampoco hay cabida para ella. En el nuevo hombre no hay griegos, quienes sienten interés por la sabiduría filosófica, ni judíos, quienes sienten interés por las señales milagrosas (1 Co. 1:22); tampoco hay circuncisión, aquellos que observan los ritos religiosos de los judíos, ni incircuncisión, aquellos que no toman en cuenta la religión judía. Además, en el nuevo hombre no hay bárbaro, escita, esclavo ni libre. Un bárbaro es una persona inculta, y los escitas eran considerados las personas más bárbaras, los esclavos eran los que habían sido vendidos como esclavos y los libres eran los que habían sido liberados de la esclavitud. No importa qué clase de persona seamos, en lo que al nuevo hombre se refiere, tenemos que considerar que no somos nadie. En el nuevo hombre únicamente Cristo tiene cabida; no hay cabida para ningún tipo de persona natural. Por tanto, en la iglesia ninguno de nosotros es alguien.

  En el nuevo hombre Cristo es todos. En la iglesia como nuevo hombre, Cristo lo es todo. Esto implica que Él es todos y cada uno de los hermanos y hermanas. Esto también implica que todos y cada uno de los hermanos y hermanas tienen que ser constituidos con Cristo. En el nuevo hombre no puede haber miembros judíos ni miembros gentiles; únicamente puede haber miembros-Cristo. Si hemos de ser constituidos con Cristo, Cristo tiene que ser añadido a nosotros más y más. Tenemos que ser empapados con Cristo, saturados con Cristo y tener a Cristo forjado orgánicamente en nuestro ser. Finalmente, seremos reemplazados por Cristo. Entonces, en realidad Él será todos y estará en todos. Él será cada uno de los miembros, cada una de las partes, del nuevo hombre.

  El nuevo hombre no llega a existir por medio de que cristianos de diversos países sean reunidos. Esto sería una nueva organización, y no el nuevo hombre. El nuevo hombre llega a existir en la medida que nosotros seamos saturados, llenos y empapados de Cristo y reemplazados por Él mediante un proceso orgánico. El nuevo hombre es Cristo en todos los santos, quien nos empapa y nos reemplaza hasta que toda distinción natural sea eliminada y todos seamos constituidos con Cristo.

  En Colosenses Pablo presenta al Cristo que es la plenitud del Dios invisible. Después de mencionar un aspecto tras otro de este Cristo, él habla del nuevo hombre. Entre Cristo como plenitud de Dios, presentado en el capítulo 1, y el nuevo hombre, presentado en el capítulo 3, tenemos la experiencia y disfrute del Cristo todo-inclusivo. El resultado de nuestra experiencia y disfrute de este Cristo es la iglesia como nuevo hombre. Por tanto, el nuevo hombre es producido a raíz de nuestro disfrute de Cristo como plenitud de Dios. En la medida que disfrutamos diariamente a Cristo, Él es forjado en nosotros, constituido en nuestro ser. De este modo Cristo llega a ser nuestro elemento constitutivo. Día tras día Cristo está siendo constituido en nosotros. Finalmente, todos seremos íntegramente constituidos de Él. Como resultado de ser constituidos con Cristo, llegamos a ser el nuevo hombre.

  La única manera en que Cristo puede ser todos y estar en todos en el nuevo hombre consiste en que Él llegue a ser nuestro elemento constitutivo. El proceso de ser constituidos con Cristo tiene lugar por medio de nuestro disfrute de Cristo. Debemos decir: “Señor Jesús te amo, te atesoro y te disfruto. Señor, estoy aquí en la tierra para Ti y únicamente para Ti”. Cuanto más nos abrimos al Señor y le contactamos de este modo, más Él se infunde en nosotros y nos llena hasta el borde. Al invocar al Señor, alabarle y ofrecerle nuestro agradecimiento y adoración, somos llenos con Él. Por medio de tal disfrute y experiencia de Cristo gradualmente somos constituidos con Cristo. Es en la medida que le disfrutamos que Él llega a ser nuestro elemento constitutivo.

1) Es todos los miembros

  En el nuevo hombre Cristo lo es todo; Él es todos los miembros del nuevo hombre. Él es todo en el nuevo hombre. En realidad, Él es el nuevo hombre, Su Cuerpo (1 Co. 12:12-13). En el nuevo hombre, Cristo es la centralidad y la universalidad.

  La palabra todo en Colosenses 3:11 se refiere a todos los miembros que constituyen el nuevo hombre. Cristo es todos estos miembros. Puesto que Cristo es todos y está en todos en el nuevo hombre, y nosotros formamos parte del nuevo hombre, somos parte de Cristo. Cada miembro, cada parte, del nuevo hombre, es Cristo. Él es todos en el nuevo hombre. En la iglesia, el nuevo hombre, no hay nada sino únicamente Cristo.

  En el nuevo hombre únicamente Cristo tiene cabida. Podríamos preguntarnos de qué manera Cristo puede ser todos en el nuevo hombre. Para que esto se haga realidad, tenemos que tomar a Cristo como nuestra vida y vivirle a Él, no a nosotros mismos. Si Cristo es el vivir de todos los santos, entonces únicamente Él tendrá cabida en el nuevo hombre. Los estadounidenses ya no vivirán una vida estadounidense, y los japoneses ya no vivirán una vida japonesa. Todos los santos, independientemente de su nacionalidad, vivirán a Cristo. Entonces de una manera real y práctica, Cristo será todos los miembros del nuevo hombre. Cristo será nosotros. Porque todos vivimos a Cristo, y no a nosotros mismos, Cristo será todos nosotros, esto es, cada uno de los miembros del nuevo hombre.

2) Está en todos los miembros

  En el versículo 11 Pablo dice no solamente que Cristo es todos, sino también que Él está en todos. En otras palabras, por un lado, Cristo es todos los miembros, y por otro, Él está en todos los miembros. Puesto que Pablo dice que Cristo es todos, ¿por qué había la necesidad de que él dijese que Cristo está en todos? Si Pablo no hubiera dicho que Cristo está en todos, únicamente que Él es todos, entonces podríamos pensar que en el nuevo hombre Cristo es necesario, pero nosotros no. No debiéramos pensar que debido a que Cristo es todos los miembros en el nuevo hombre, nosotros no somos nada y no somos necesarios. Por un lado, la Biblia afirma que en el nuevo hombre no hay cabida para la persona natural, porque Cristo es todos los miembros; no obstante, por otro, Pablo dice que Cristo está en los miembros. El hecho de que Cristo esté en los miembros del nuevo hombre indica que los miembros siguen existiendo.

  Cuando tomamos a Cristo como nuestra vida y vivimos juntamente con Él, buscando las cosas de arriba, tenemos el profundo sentir en nosotros que somos uno con Cristo y que Cristo es nosotros (Gá. 2:20). Pero simultáneamente tenemos incluso un sentir aún más profundo que Cristo está en nosotros. Por tanto, decimos verdad al afirmar que Cristo está en nosotros y que Él es nosotros. Nosotros formamos parte del nuevo hombre con Cristo en nosotros. Continuamos existiendo, pero no existimos sin Cristo; somos personas habitadas por Cristo. Ahora podemos regocijarnos y decirle al Señor: “Señor Jesús, cuando te tomo como mi vida y vivo juntamente contigo, Tú eres yo. Yo soy por completo uno contigo. Pero Señor, todavía estoy aquí, pues Tú estás en mí. Yo estoy aquí, pero estoy aquí contigo”. Según nuestra experiencia, todos podemos dar tal testimonio. Cuando vivimos a Cristo y somos uno con Él, decimos: “Señor Jesús, éste no soy yo, eres Tú”. Sin embargo, al mismo tiempo tenemos el sentir de que estamos con el Señor y que Él está en nosotros.

  La meta suprema de Dios en Su economía consiste en obtener este nuevo hombre que está constituido del Cristo preeminente y todo-inclusivo que ha sido forjado en un pueblo corporativo. El nuevo hombre es Cristo constituido en nosotros. Por un lado, el nuevo hombre es Cristo; por otro, nosotros los creyentes somos el nuevo hombre. Por esta razón, en el nuevo hombre Cristo y nosotros somos uno. Todos debemos tener tal visión elevada de la economía de Dios. Según esta visión, nosotros y Cristo somos uno, pues nosotros y Él tenemos una sola vida con un solo vivir.

  En Colosenses 3:10-11 vemos que en el nuevo hombre Cristo es todos y en todos. Cristo es todos los miembros y está en todos los miembros. En el nuevo hombre no hay cabida para persona natural alguna; más bien, Cristo es todos y está en todos. Afirmar que en el nuevo hombre Cristo es todos y está en todos indica que somos uno con Cristo y que Cristo es uno con nosotros. Incluso podemos afirmar que Cristo es nosotros y que nosotros somos Él. Esto apunta a nuestra unión con Cristo. Por tanto, el vivir de los santos tiene que ser un vivir que está en unión con Cristo, un vivir que está identificado con Él. Si vivimos de tal modo, nosotros y Cristo, Cristo y nosotros, somos uno. Nosotros vivimos, y Cristo vive en nuestro vivir.

  En tal unión nosotros y Cristo, Cristo y nosotros, somos uno. En un sentido muy práctico, Cristo es nosotros y nosotros somos Cristo, pues vivimos como una sola persona. Su vida es nuestra vida, y nuestro vivir es Su vivir. Por tanto, Cristo vive en nuestro vivir. Éste es el vivir cristiano normal, el vivir que se conforma al estándar divino y que cumple con los requisitos de Su economía.

  En el nuevo hombre, Cristo es todos y también está en todos. Esto no solamente conlleva experimentar a Cristo como realidad de lo que diariamente necesitamos, sino también tenerlo como nuestra vida y ser uno con Él en la empresa divina. Cuando somos uno con Él de este modo, Él llega a ser nosotros y nosotros vivimos teniéndolo a Él en nosotros. No vivimos solos, sino con Cristo en nosotros. Día tras día debemos tener más experiencia de esto: tomar a Cristo como nuestra vida, vivir juntamente con Él, buscar las cosas de arriba y coordinar con Cristo para llevar a cabo el propósito eterno de Dios. Entonces podremos afirmar que para nosotros el vivir es Cristo y que Cristo vive en nosotros (Fil. 1:21; Gá. 2:20). Debido a que Cristo es el único elemento constitutivo del nuevo hombre, no debe haber diferencias entre los creyentes que forman parte de este nuevo hombre. En el nuevo hombre sólo hay cabida para Cristo. Cristo es todos y está en todos. Esto significa que Cristo es cada una de las partes del nuevo hombre y que Él está en todas ellas. La meta de esta extensa revelación de Cristo es que todos nosotros vivamos a Cristo.

  Además, en la renovación del nuevo hombre, Cristo es todas las cosas y Él está en todos los miembros. Esto indica que en la renovación del nuevo hombre, Cristo es verdaderamente todo-inclusivo. Por un lado, Él está en todas las personas, los miembros del nuevo hombre; por otro, Él es todas las cosas en la renovación del nuevo hombre, incluyendo todas las virtudes y atributos, tales como el amor, la paciencia y la humildad (Col. 3:12-14). Todas estas virtudes son Cristo mismo. En la renovación del nuevo hombre, Cristo es todas las maravillosas virtudes, todas las cosas buenas y todos los atributos positivos.

  Si hemos de vivir a Cristo como elemento constitutivo del nuevo hombre, debemos ser regidos por la paz de Cristo (vs. 12-15) y la palabra de Cristo debe morar en nosotros (vs. 16-17). La paz de Cristo tiene que ser el árbitro dentro de nuestro ser, y la palabra de Cristo tiene que morar ricamente en nosotros. Como cristianos, somos de diversas procedencias y tenemos conceptos diferentes. Estas diferencias nos llevan a tener desacuerdos entre nosotros, por lo cual se hace necesario que haya un árbitro. Este árbitro es la paz de Cristo. Es crucial que permitamos a la paz de Cristo presidir en nuestro corazón y decir la última palabra con respecto a cualquier controversia entre nosotros. El árbitro no debiera ser nuestras opiniones, conceptos, elecciones o preferencias; debe ser la paz de Cristo, a la cual fuimos llamados en un solo Cuerpo.

  La paz de Cristo es la paz a la que se refirió Pablo en Efesios 2:15, donde nos dice que Cristo abolió “en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”. Esta paz es la unidad del nuevo hombre, el Cuerpo. Al abolir las ordenanzas, Cristo ha creado de pueblos diferentes un solo y nuevo hombre. Ahora dentro de nosotros como miembros del nuevo hombre hay algo que Pablo llama la paz de Cristo. Por tanto, la paz de Cristo es la unidad del nuevo hombre que está compuesto por diferentes pueblos. Aparte de la obra de Cristo en la cruz, no puede haber unidad entre los diferentes pueblos; pero mediante Su muerte Cristo hizo la paz, esto es, produjo la unidad. Esta unidad del nuevo hombre ahora está dentro de nosotros. Ahora tenemos que permitir que esta unidad, la paz de Cristo, sea el árbitro en nuestros corazones. Ella debe ejercer la función de un árbitro a fin de resolver disputas entre diversas partes. Debemos hacer a un lado nuestra opinión, nuestro concepto, y prestar atención a la palabra dada por el árbitro que mora en nosotros. No hay necesidad de que discutamos ni de que expresemos nuestra opinión. Debemos simplemente permitir que la paz de Cristo tome la decisión final.

  Por ser personas que forman parte del nuevo hombre, no sólo debemos permitir que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestros corazones, sino también que la palabra de Cristo habite en nosotros, more en nosotros, haga su hogar en nosotros. Tenemos que estar dispuestos a hacer a un lado nuestros conceptos, nuestras opiniones, y dar plena cabida a la palabra de Cristo. Si deseamos que la palabra de Cristo more en nosotros, debemos vaciar todo nuestro ser interior. Todas nuestras partes internas —nuestra mente, parte emotiva, voluntad, corazón y nuestro espíritu— tienen que ser vaciadas y hechas disponibles para ser llenas con la palabra de Cristo. Esta palabra no solamente debe morar en nosotros, sino también habitar en nosotros, hacer su hogar en todas las partes de nuestro ser interior. ¡Que todos los ambientes y rincones de nuestro ser sean habitados por la palabra de Cristo! Si hemos de vivir a Cristo como Aquel que es el elemento constitutivo del nuevo hombre, será imprescindible que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestro corazón y que la palabra de Cristo sea el contenido de nuestro ser interior. Todos debemos dar amplia cabida a la paz de Cristo que ejerce de árbitro y a la palabra de Cristo que nos habita.

  Además, debemos perseverar en la oración (Col. 4:2). Cuando entramos en la oración genuina, nos encontramos muy lejos de nuestra cultura, pues somos uno con el Señor viviente. Cuando oramos con otros de este modo, verdaderamente somos uno con ellos en el espíritu de oración. Entonces tocamos la realidad del nuevo hombre, donde no hay griego ni judío, bárbaro ni escita, circuncisión ni incircuncisión. Comprendemos que el nuevo hombre está constituido solamente de Cristo y que en este ámbito no existen las diferencias culturales. Sin embargo, cuando dejamos de orar, regresamos a nuestra vida natural con sus opiniones y luchas.

  En 3:3 y 4 vemos que Cristo, quien es el enfoque central de la economía de Dios y la realidad de toda cosa positiva, es nuestra vida. Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Esto significa que hoy en día estamos viviendo en Dios. Como Aquel que es nuestra vida, Cristo es el elemento constitutivo del nuevo hombre. En el nuevo hombre, el Cristo que es nuestra vida es todos y está en todos.

  El deseo del corazón de Dios es obtener el nuevo hombre. Éste fue Su plan en la eternidad pasada, y ésta fue la razón por la cual Él creó el universo y, en Cristo, efectuó la redención en favor nuestro. Nuestra predicación del evangelio y el hecho de que seamos la nueva creación igualmente tienen por finalidad el nuevo hombre. Ha llegado el tiempo para que Dios tenga al nuevo hombre expresado en la tierra. Si tomamos a Cristo como nuestra vida y vivimos juntamente con Él, el nuevo hombre será manifestado a fin de satisfacer el deseo de Dios.

  Cuando disfrutamos a Cristo como realidad de todas las cosas positivas, llegamos a ser personas que toman conciencia del Cuerpo. Esto indica que el disfrute de Cristo redunda en el Cuerpo de Cristo. Entonces, a medida que avancemos en nuestra experiencia de Cristo como nuestra vida y compartamos con Él el mismo vivir, el mismo destino y la misma gloria, el resultado no solamente será la iglesia como Cuerpo de Cristo, sino incluso la iglesia como nuevo hombre.

  En 1:9—3:11 vemos siete aspectos principales de la persona de Cristo: Cristo es la porción de los santos (1:9-14); Él es el primero tanto en la creación como en la resurrección (vs. 15-23); Él es el misterio de la economía de Dios (vs. 24-29); Él es el misterio de Dios (2:1-7); Él es el cuerpo de todas las sombras (vs. 8-23); Él es la vida de los santos (3:1-4); y Él es el elemento constitutivo del nuevo hombre (vs. 5-11). Estos aspectos de Cristo son presentados en una secuencia maravillosa. Primero vemos que Cristo es la porción de los santos y, por último, que Él es el elemento constitutivo del nuevo hombre. Esto indica que el resultado supremo de que disfrutemos a Cristo como nuestra porción es que le experimentamos como contenido y elemento constitutivo del nuevo hombre. Siempre que disfrutamos a Cristo se produce un resultado definido, un producto, de este disfrute. Afirmar que disfrutar a Cristo como porción de los santos tiene como resultado experimentar a Cristo como elemento constitutivo del nuevo hombre indica que el disfrute de Cristo tiene como resultado la vida de iglesia. Cristo es la porción todo-inclusiva de los santos, la cual está tipificada por la buena tierra. Si disfrutamos a Cristo como tal porción, el resultado será el nuevo hombre que tiene a Cristo como su contenido. Finalmente, el Cristo que disfrutamos como nuestra porción llega a ser el elemento constitutivo del nuevo hombre. En este nuevo hombre Cristo es todos y está en todos. Por tanto, es crucial que nosotros aprendamos a vivir a Cristo como Aquel que es el elemento constitutivo del nuevo hombre.

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