
Desde 1 Tesalonicenses hasta la Epístola a Filemón vemos la experiencia y disfrute de Cristo en muchos asuntos prácticos relacionados con nuestro andar cristiano.
En 1 y 2 Tesalonicenses Cristo en Su venida es revelado como la esperanza de la iglesia. Ambas epístolas a los tesalonicenses fueron escritas a la luz de la venida del Señor. En particular, cada capítulo de 1 Tesalonicenses termina refiriéndose a la venida del Señor. Esto muestra que el escritor, Pablo, vivía y laboraba teniendo presente la venida del Señor, tomándola como atracción, incentivo, meta y advertencia (1:10; 2:19; 3:13; 4:15-18; 5:23). Quienes no creen en Cristo no tienen esperanza, pero los creyentes tienen una esperanza con numerosos aspectos. Un aspecto de nuestra esperanza, la cual podríamos llamar la esperanza de la iglesia, es el Cristo venidero, es decir, Cristo en Su venida. Cristo es el Marido de la iglesia. Sin la presencia visible de Cristo, la iglesia es como una viuda, una mujer sin su marido. Por tanto, nuestra única esperanza es el regreso de nuestro Marido a la tierra.
En 1 Tesalonicenses 1:3 Pablo habla de “perseverancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo”. La esperanza de la venida de Cristo es la causa de nuestra perseverancia. Esta perseverancia procede de la esperanza en la venida del Señor, o de la esperanza en el Señor que viene. Mientras vivimos en la tierra como creyentes y testigos de Cristo padecemos sufrimientos, para los cuales requerimos de perseverancia. En la vida de iglesia y también en nuestra vida familiar todos necesitamos perseverancia. Es imprescindible que seamos entrenados y educados: primero para trabajar, después para laborar y, finalmente, para perseverar. En la obra de pastorear a otros, la perseverancia es crucial. Si hemos de tener éxito en pastorear a los santos, tenemos que ser perseverantes. La perseverancia implica sufrimiento, no disfrute. El pastoreo siempre implica cierto grado de sufrimiento. Todos necesitamos un incentivo que nos sirva de ánimo para soportar el sufrimiento. Por tanto, debemos tener la esperanza de la venida de Cristo como la causa de nuestra perseverancia.
La perseverancia constituye para nosotros una verdadera fortaleza. Si tenemos perseverancia, podemos hacerlo todo. La perseverancia viene de la esperanza de gloria (Col. 1:27). Tenemos la esperanza de que veremos al Señor, que un día Él vendrá y que un día estaremos con Él en la gloria (3:4). Tenemos la esperanza de verle y reunirnos con Él. Con frecuencia no podemos hacer ciertas cosas ni las haríamos, y asimismo frecuentemente determinamos no ser derrotados, simplemente debido a que sabemos que veremos al Señor. Tenemos que permanecer firmes y combatir la batalla hasta el final debido a que un día, quizás mañana, nos reuniremos con Él. Ésta es nuestra esperanza. En virtud de tal esperanza tenemos perseverancia. Esta perseverancia es el poder y la fortaleza que requerimos para sufrir, laborar, continuar avanzando, vivir para Él y sacrificarlo todo por Él. La fortaleza radica en la perseverancia, y la perseverancia radica en la esperanza.
Nuestra esperanza está puesta en el Cristo venidero con Su gloria; la perseverancia de esta esperanza produce la longevidad de nuestra obra de fe. Mediante tal perseverancia podemos subyugar todo tipo de desilusiones, desaliento e imposibilidades; también podemos prevalecer sobre todo tipo de oposición, obstáculos e impedimentos (He. 4:16; Fil. 2:13; 4:11-13; 2 Ts. 3:5). Tal perseverancia consuma en ganar a los pecadores, alimentar a los creyentes, perfeccionar a los santos y edificar la iglesia, el Cuerpo de Cristo, para el reino de Dios y de Cristo (2 Co. 6:4; 1 Co. 15:58). Debemos ser personas que perseveran en virtud de la esperanza de la venida del Señor.
La perseverancia propia de la esperanza mencionada en 1 Tesalonicenses 1:3 corresponde con esperar al Hijo de Dios según es mencionado en el versículo 10. Si tenemos la perseverancia propia de la esperanza, entonces esperaremos de los cielos al Hijo de Dios. Con la perseverancia propia de la esperanza aguardamos por el regreso del Hijo de Dios.
Una característica importante de nuestra vida cristiana es que esperamos de los cielos al Hijo de Dios. Como cristianos, tenemos que llevar una vida que declare ante los demás que nuestra esperanza no está puesta en esta tierra ni en esta era; en lugar de ello, nuestra esperanza está puesta en el Señor que viene, y nuestro futuro está en Él. Nuestro destino, meta y futuro no están en esta tierra, sino que están centrados por completo en el Señor que viene. Él será nuestra esperanza, nuestro futuro y nuestro destino. Nosotros vamos al Señor, y nuestro destino es reunirnos con Él. Como creyentes en Cristo declaramos que estamos esperando de los cielos la venida del Hijo de Dios.
Cristo en Su venida es también nuestra expectativa, Aquel que nos librará de la ira venidera. En el versículo 10 Pablo dice que los creyentes en Tesalónica esperaban “de los cielos a Su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera”. Mientras los incrédulos esperan la ira que vendrá sobre ellos, nosotros, los creyentes, esperamos a Cristo como Aquel que nos librará de la ira venidera, la ira del juicio venidero de Dios (Ro. 2:5-9).
La venida de Cristo es nuestro incentivo a fin de laborar para Él fomentando el crecimiento de los creyentes hasta la madurez, de modo que ellos sean nuestra esperanza, gozo, corona y gloria en Su venida. En 1 Tesalonicenses 2:19-20 Pablo dice a los creyentes en Tesalónica: “¿Cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que nos gloriemos delante de nuestro Señor Jesús, en Su venida? ¿No lo sois vosotros? Pues vosotros sois nuestra gloria y gozo”. Estos versículos indican que, puesto que los apóstoles eran para los creyentes nodrizas y padres que exhortan (vs. 7, 11), los creyentes, como hijos de los apóstoles, eran su gloria y gozo. Si laboramos fielmente para Cristo, a Su venida Él nos recompensará con gozo, con una corona y con gloria.
En los versículos 19 y 20 Pablo indica que se dará una recompensa a quienes laboren con el Señor en cuidar a los creyentes a fin de que éstos anden como es digno de Dios. Dicha recompensa estará conformada por los mismos creyentes a quienes hemos cuidado al llegar ellos a ser nuestra corona, gloria y gozo. ¡Qué gloria será para un obrero cristiano que quienes él cuidó sean hallados maduros al regreso del Señor! ¡Qué corona y gozo será esto para él! Por el contrario, ¡qué vergüenza será si ninguno de esos creyentes ha crecido ni madurado!
El resultado de nuestra obra con los santos jóvenes debe ser que éstos maduren. Si ellos maduran apropiadamente, estarán en el reino participando de la gloria de Dios. Esta madurez llegará entonces a ser nuestra corona, nuestro gozo y aquello en lo cual nos gloriemos en presencia del Señor Jesús a Su venida. Aquellos que fueron edificados, suministrados, pastoreados y guiados por nosotros serán nuestra corona, gozo y aquello en lo cual nos gloriemos delante del Señor. Sin embargo, suponga que aunque laboremos continuamente con los creyentes nuevos, esto no sirva de nada. Si ésta fuese la situación, al regreso del Señor nuestra labor no tendrá ningún resultado que mostrar. ¡Qué vergüenza sería esto! Cuando el Señor Jesús venga, será manifestado el resultado de nuestra labor. Debemos aprender a laborar de cierta manera con los jóvenes y los creyentes nuevos de tal modo que fomentemos el crecimiento de ellos hasta la madurez y pueda producirse un resultado positivo de nuestra labor ante el Señor a Su regreso. Este resultado será, entonces, nuestra corona y gloria a manera de recompensa por nuestra obra en la actualidad.
El Cristo venidero también es la causa para que seamos irreprensibles en santidad delante de nuestro Dios y Padre. En 1 Tesalonicenses 3:13 se nos dice: “Para afirmar vuestros corazones irreprensibles en santidad delante de nuestro Dios y Padre, en la venida de nuestro Señor Jesús con todos Sus santos”. La frase irreprensibles en santidad significa que no se halló defecto en nuestra santidad. El tema de 1 Tesalonicenses es una vida santa para la vida de iglesia: servir al Dios vivo, conducirnos de una manera santa y esperar la venida del Señor. El tema de 2 Tesalonicenses es el aliento y la corrección acerca de la vida santa para la vida de iglesia. Los asuntos destacados en estas epístolas son la santidad y la santificación.
Afirmar irreprensibles los corazones de los creyentes resulta de la fe y del amor. Esto produce espontáneamente la esperanza del regreso de nuestro querido Señor, en quien creemos y a quien amamos. Interiormente, nuestro corazón debe ser afirmado en santidad; exteriormente, nuestro cuerpo debe ser guardado en santificación (1 Ts. 4:4; 5:23). Esto es así para que tengamos una vida santa, y esta vida santa es para la vida de iglesia.
Que nuestro corazón sea afirmado es resultado de que nuestra fe sea perfeccionada y de que nuestro amor crezca y abunde (3:6, 10, 12). Que nuestro corazón sea afirmado irreprensible en santidad conlleva la santificación de nuestra manera de ser, no meramente que seamos separados en cuanto a nuestra posición ni simplemente una perfección que consiste en no pecar. Esto indica que el Señor realiza en nosotros una obra de edificación. Esta obra de edificación consiste en afirmar nuestro corazón. Nuestro corazón necesita ser edificado, ser afirmado irreprensible.
En 2 Tesalonicenses 2:13 se nos dice: “Nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación en santificación por el Espíritu y en la fe en la verdad”. Este versículo habla de salvación en santificación, y 1 Tesalonicenses 3:13 habla de ser irreprensibles en santidad. “En santidad” no es lo mismo que “en santificación”. Por supuesto, tanto santidad como santificación se refieren a un elemento que es santo. Pero santidad se refiere al elemento mismo, mientras que santificación se refiere al proceso de ser hecho santo, al proceso de ser santificado. Un proceso tiene lugar a fin de hacernos santos; este proceso es la santificación. Por tanto, estar en santidad equivale a estar en el elemento, y estar en santificación equivale a estar en el proceso de ser hechos santos.
La salvación de Dios tiene lugar en santificación. Esto significa que la salvación de Dios conlleva un proceso continuo a través del cual somos hechos santos. En la medida que este proceso tiene lugar, nosotros disfrutamos el poder salvador de Dios. La santidad es el elemento de la naturaleza santa de Dios. Es en este elemento que hemos de ser irreprensibles. Que nuestro corazón sea afirmado irreprensible en santidad requiere que el elemento de santidad sea añadido a él. Debemos ser irreprensibles en el elemento de la santidad y también debemos experimentar el proceso de santificación a fin de que podamos disfrutar la salvación de Dios diariamente e, incluso, a cada hora.
Nuestro corazón es ciertamente culpable, merece ser reprendido, debido a que es voluble; un corazón que no fluctúa es un corazón irreprensible (Sal. 57:7; 108:1; 112:7). Dios es Aquel que no cambia, pero según nuestro nacimiento natural nuestro corazón es voluble, tanto en nuestra relación con los demás como en nuestra relación con el Señor (cfr. 2 Ti. 4:10; Mt. 13:3-9, 18-23). No hay una sola persona que, conforme a su vida humana natural, se mantenga firme en su corazón; debido a que nuestro corazón es muy voluble, no es en absoluto digno de confianza (Jer. 17:9-10; 13:23). En términos de la salvación provista por Dios, la renovación del corazón tiene lugar una vez para siempre, pero en términos de nuestra experiencia, nuestro corazón es renovado continuamente debido a que es voluble (Ez. 36:26; 2 Co. 4:16). Debido a que nuestro corazón es voluble, es necesario que sea renovado continuamente por el Espíritu santificador a fin de que pueda ser afirmado y edificado en el estado de ser santo, apartado para Dios, ocupado por Dios, poseído por Dios y saturado con Dios (Tit. 3:5; Ro. 6:19, 22). Si nuestro corazón es establecido, edificado y afirmado sobre un cimiento sólido, entonces llegará a ser irreprensible. Un corazón que no fluctúa es un corazón irreprensible.
Debemos comprender y admitir que nuestro corazón es voluble. Por tanto, debemos recibir misericordia y gracia de parte del Señor para darle a Él nuestro permiso a fin de que afirme nuestro corazón. Él está a la espera de que le demos permiso antes de laborar dentro de nosotros para afirmar nuestro corazón. Cuando nuestro corazón sea afirmado, llegará a ser un corazón irreprensible.
Cuando estábamos lejos del Señor, nuestro corazón estaba siempre alejado de Él. En lugar de ser ocupado por el Señor, nuestro corazón estaba ocupado por muchas otras cosas. Además, nuestro corazón ciertamente no estaba saturado con el Señor. Sin embargo, podemos alabar al Señor que por Su misericordia y gracia ahora estamos camino de ser completamente apartados para el Señor, plenamente ocupados por Él e íntegramente saturados con Él. Cuando este proceso haya sido completado, nuestro corazón se encontrará en estado de ser santo, en el estado de santidad.
Que nuestro corazón sea afirmado irreprensible en santidad incluye mucho más que simplemente hacer que nuestro corazón se vuelva al Señor y sea puro para con Él (2 Co. 3:16; Mt. 5:8). Esto implica que nuestro corazón que se ha vuelto al Señor y es puro para con Él ahora sea apartado para el Señor, sea ocupado por el Señor y sea saturado con el Señor. Tal corazón no solamente se ha vuelto al Señor, sino que también está imbuido de una intención pura. Ha sido apartado para Él, está plenamente ocupado por Él y ha sido íntegramente saturado con Él. Es aquí, en tal estado, que nuestro corazón será afirmado. Una vez que nuestro corazón haya sido afirmado, estará firme y ya no podrá ser movido ni cambiado. Además, cuando nuestro corazón se encuentre en tal condición, llegará a ser irreprensible.
Ser irreprensible no es lo mismo que ser perfecto. Cuando algo es perfecto, no tiene mancha ni defecto; esto va más allá de ser irreprensible. En otras palabras, ser irreprensible no es tan bueno como ser sin mancha. En 1 Tesalonicenses 3:13 Pablo no exige perfección; más bien, exige sólo que nuestro corazón sea irreprensible. La manera en que nuestro corazón puede ser irreprensible consiste en que sea afirmado por el Señor. Si nuestro corazón es afirmado por Él, seremos personas cuyo corazón ha sido apartado para el Señor, está ocupado por Él y es saturado con Él. Entonces nuestro corazón estará firme, afirmado y edificado en santidad. Aquí, en este estado de santidad, el estado de ser hecho santo, nuestro corazón llega a ser irreprensible.
Todos tenemos que poner nuestra mirada en el Señor para que tenga misericordia de nosotros. Debemos orar pidiendo: “Señor, ten misericordia de mí. Quiero que mi mente sea renovada. Quiero que mi parte emotiva sea llena con Tu amor. Quiero tener una voluntad que verdaderamente sea uno con Tu voluntad”. Si tenemos tal corazón, entonces nuestro corazón será afirmado irreprensible en santidad, irreprensible en el estado de ser hecho santo.