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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 367-387)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS SETENTA

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(76)

  En este mensaje continuaremos considerando la experiencia y disfrute que tenemos de Cristo como Hijo del Hombre, quien es superior a los ángeles.

e. Aquel que es el Autor de la salvación fue perfeccionado por Dios mediante sufrimientos

  Según Hebreos 2:10, Dios perfeccionó “por los sufrimientos al Autor de la salvación”. La palabra griega aquí traducida “Autor” significa “Capitán, Originador, Inaugurador, Líder y Pionero”. La salvación mencionada en este versículo, en el versículo 3 y en 1:14 nos salva de nuestra condición caída y nos introduce en la gloria. Jesús como el Pionero, el Precursor (6:20), fue el primero en entrar en la gloria, y nosotros Sus seguidores tomamos el mismo camino para ser introducidos en la misma gloria, la cual Dios dispuso para nosotros (1 Co. 2:7; 1 Ts. 2:12). Él abrió el camino, y hoy nosotros seguimos el camino. Por tanto, Él no sólo es el Salvador que nos rescató de nuestra condición caída, sino también el Autor que como Pionero entró en la gloria para que nosotros seamos llevados a la misma condición.

  Cristo es el Capitán de la salvación. Esta expresión indica que todos los creyentes salvos conforman un ejército que tiene a Cristo, el Precursor, como su Capitán. Además, Él fue perfeccionado mediante sufrimientos. Esto se refiere a Su humanidad. Él no solamente era perfecto en Su humanidad, sino que además fue perfeccionado mediante muchos sufrimientos como hombre.

  Para ser salvos del infierno solamente, no necesitaríamos de un capitán; pero si hemos de entrar en la gloria, en la buena tierra de reposo, necesitamos al Capitán. La salvación de Dios no consiste meramente en rescatarnos del infierno y ponernos en el cielo. Su salvación consiste en salvarnos de toda cosa negativa e introducirnos en la gloria, en el glorioso reposo. Esta clase de salvación no se realiza de la noche a la mañana; es un proceso que abarca la vida entera. Debemos seguir a nuestro Capitán a lo largo de toda nuestra vida.

  Los hijos de Israel salieron de Egipto en una sola noche. Aquello ciertamente tuvo lugar de la noche a la mañana. Sin embargo, a fin de que ellos entrasen en la buena tierra de reposo, debían seguir a su capitán. Al principio ellos siguieron a Moisés, y después siguieron a Josué. Ellos tenían un capitán para su salvación. Después que cruzaron el mar Rojo, ellos ciertamente fueron salvos, pero fueron salvos en un grado muy reducido. Ellos habían recorrido apenas una pequeña parte del camino y ahora debían seguir a su capitán para recorrer todo el resto del camino. Ellos tenían tal capitán de la salvación.

  A fin de lograr Su propósito de llevar muchos hijos a la gloria, Dios debía tener un ejemplo, un modelo. Tal persona sería apta para ser el capitán que tomara la delantera a fin de llevar muchos hijos a la gloria. Jesús es este Capitán. Sin embargo, antes de llegar a ser el Capitán, Jesús debía ser perfeccionado mediante sufrimientos (He. 2:10). Perfeccionar a Jesús era hacerlo perfecto en términos de Su capacitación. Esto no implica que hubiera alguna imperfección de virtud o atributo en Jesús, sino únicamente que se requería de la compleción de Su experiencia de los sufrimientos humanos a fin de capacitarlo para ser el Autor, el Líder, de la salvación de Sus seguidores.

  Como Dios que existe por Sí mismo y para siempre, el Señor Jesús es completo y perfecto desde la eternidad hasta la eternidad, pero era necesario que fuese perfeccionado a través de los siguientes procesos: la encarnación, la participación de la naturaleza humana, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección y la ascensión. Así fue habilitado para ser el Cristo de Dios y el Salvador nuestro.

  Sin pasar por sufrimientos, El Señor Jesús como hombre no habría podido estar en la gloria; y si Él no estuviera en la gloria, no habría sido perfeccionado ni hecho apto. Pero al pasar por sufrimientos, Él entró en la gloria. Ahora Él es plenamente apto, completamente perfecto, para cumplir con Su cargo de Capitán.

  El escritor de Hebreos menciona los sufrimientos porque cuando esta epístola fue escrita, los cristianos hebreos estaban padeciendo sufrimientos (10:32-35). Ellos estaban siendo perseguidos. En cierto sentido, su sufrimiento no era bueno, pues ellos se sintieron turbados debido a ello; sin embargo, en otro sentido, aquel sufrimiento era el proceso que les ayudaba a entrar en la gloria. El Señor Jesús, como Capitán de la salvación, pasó por todos los sufrimientos y entró en la gloria. Él es nuestro Pionero, nuestro Precursor. Él ha ido delante de nosotros para abrir el camino a la gloria. El camino ha sido establecido, y todo lo que necesitamos hacer es seguirlo a Él. Nuestros sufrimientos no debieran turbarnos. Debemos sentirnos consolados. Todos los sufrimientos nos ayudan a lo largo de las calzadas a Sion (Sal. 84:5).

  Cuanto más seguimos a Cristo en Su camino, más tenemos que estar preparados para experimentar sufrimientos. Los sufrimientos son buenos; constituyen una gran ayuda. Debemos agradecer al Señor por nuestros sufrimientos debido a que todos ellos son nuestros ayudadores. Es posible que cuanto más los cristianos oren al Señor y le amen, más problemas tengan. Según nuestras experiencias podemos comprender que los muchos problemas que enfrentamos nos han sido medidos con toda precisión. No son demasiado largos ni demasiado breves, y todos ellos parecen sobrevenir justo al tiempo apropiado. Al mirar en retrospectiva nuestras experiencias, vemos cuán bueno fue que nos ocurrieran ciertas cosas en el momento en que acontecieron. No debiéramos sentirnos turbados por nuestros problemas. Ante todo lo que nos pueda suceder, debemos alabar al Señor declarando que éste es el proceso para entrar en la gloria. Él nos conduce a la gloria, la cual ha sido sembrada en nuestro ser interior. La gloria ha sido sembrada en nosotros como una semilla que será desarrollada hasta ser aquella gloria en la cual entraremos.

  La gloria en la cual entraremos es la gloria del elemento divino que ha sido sembrado en nosotros, el florecimiento del elemento divino que está dentro de nosotros. No entramos en esta gloria por nuestros propios medios, sino con el Capitán pionero en tal camino, quien entró en la gloria y ahora nos conduce a la gloria.

  Cuando Pablo padecía a causa del aguijón en la carne, le pidió al Señor tres veces que dicho aguijón le fuese quitado (2 Co. 12:7-8); pero el Señor le respondió diciendo: “Bástate Mi gracia” (v. 9). En lugar de quitar el aguijón, el Señor proveyó a Pablo Su gracia abundante ministrándose Él mismo al apóstol como suministro, como gracia, que habría de sustentarlo y sostenerlo mientras pasaba por todos los sufrimientos. De este modo, estos sufrimientos produjeron gloria en él.

f. Aquel que santifica y los santificados son todos de un mismo Padre; por lo cual Él los llama hermanos, les anuncia el nombre del Padre y canta himnos a Dios Padre en medio de ellos

  Hebreos 2:11-12 dice: “Porque todos, así el que santifica como los que son santificados, de uno son; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: ‘Anunciaré a Mis hermanos Tu nombre, en medio de la iglesia te cantaré himnos de alabanzas’”. Aquel que santifica, Cristo, es del Padre, y los que son santificados, los creyentes, también son del Padre. Por esta razón, Él los llamó hermanos, les anunció el nombre del Padre y cantó himnos de alabanzas a Dios Padre en medio de ellos. Esto tuvo lugar después de Su resurrección. Según Juan 20, el Cristo resucitado —como Hijo primogénito de Dios— vino a reunirse con Sus hermanos, los discípulos.

  El que santifica es Cristo, el Hijo primogénito de Dios, y los que son santificados son los creyentes de Cristo, los muchos hijos de Dios. El Hijo primogénito y los muchos hijos de Dios son nacidos del mismo Dios Padre en resurrección (Hch. 13:33; 1 P. 1:3) y tienen la misma vida y naturaleza divinas. Por tanto, Él no se avergüenza de llamarlos hermanos.

1) Aquel que santifica y los que son santificados son de un mismo Padre

  Según Hebreos 2:11: “Todos, así el que santifica como los que son santificados, de uno son”. Aquel que santifica es Cristo, y quienes son santificados son los creyentes. Por tanto, Cristo y nosotros, los creyentes, somos todos de uno solo. La palabra griega traducida “de” realmente significa “provenientes de”. Esto significa que Cristo y nosotros, Aquel que santifica y los que son santificados, proceden todos de una sola fuente, de un solo Padre. La fuente ciertamente no se refiere a la posición, sino a la naturaleza misma, a la manera de ser. El Santificador y los santificados provienen de una misma fuente, de un mismo Padre. El Padre es la fuente del Santificador, y el Padre también es la fuente de todos los santificados.

  Aquel que santifica y los que son santificados, de uno son. Debido a esto, Él no se avergüenza de llamarnos hermanos; más bien, para Él es algo glorioso poder llamarnos hermanos debido a que tanto Él como nosotros procedemos de la misma fuente. Él procedió del Padre, y nosotros también procedimos del Padre.

  Aquel que santifica es el Hijo de Dios. En Su condición original y antes de Su encarnación, el Hijo de Dios no podía santificarnos. Sin embargo, hoy en día Aquel que santifica no es solamente el Hijo de Dios, sino el Hijo de Dios encarnado. Si Él no se hubiera encarnado, no habría podido santificarnos.

  Como Aquel que se encarnó, Cristo es el Hijo del Hombre. Este Hijo del Hombre no podía santificarnos hasta que fuera crucificado, resucitado, glorificado y exaltado. Éstas son las cualidades Suyas que lo hacen apto para ser Aquel que nos santifica. El Hijo de Dios encarnado debía pasar por la muerte y la resurrección a fin de que Su humanidad pudiera nacer de Dios y Él pudiera ser glorificado y exaltado a la posición de Aquel que santifica.

  A fin de ser Aquel que santifica, Cristo tenía que ser producido como Hijo primogénito de Dios (1:6). El Primogénito puede santificarnos porque Él, al igual que nosotros, posee dos naturalezas y porque nosotros poseemos las mismas naturalezas que Él posee. Aquel que nos santifica no es solamente el Hijo unigénito de Dios, sino que Él es el Hijo primogénito de Dios, Aquel que posee la naturaleza humana y también la naturaleza divina. Debido a que Él y nosotros poseemos ambas naturalezas, Él puede santificarnos. Es únicamente después que fue producido el Hijo primogénito que Aquel que santifica podía asumir Su cargo para realizar Su obra santificadora. Esto significa que Él tenía que pasar por el proceso de la encarnación, la crucifixión, la resurrección, la glorificación y la exaltación. Después de pasar por este proceso, Él llegó a ser el Hijo primogénito de Dios. En otras palabras, el Hijo primogénito de Dios fue producido. Éste es Aquel que nos santifica. Él es apto para ser Aquel que nos santifica, y nosotros somos aptos para ser los santificados.

  Él es apto para ser Aquel que santifica porque Él es el Hijo primogénito de Dios, y nosotros somos aptos para ser los santificados porque somos los muchos hijos de Dios. Él fue hecho apto mediante Su encarnación, crucifixión, resurrección, glorificación y exaltación. Después de pasar por este proceso, Él llegó a ser el Hijo primogénito de Dios. Los requisitos que reunimos para ser los santificados consisten en que hemos recibido la propiciación por nuestros pecados (2:17), hemos sido librados de la esclavitud de la muerte (vs. 14-15) y hemos sido engendrados para ser los muchos hijos de Dios (v. 10). Ahora tanto Él como nosotros hemos sido hechos aptos. Aquel que santifica es apto, y nosotros los santificados somos aptos. Fuimos hechos plenamente aptos por medio de la propiciación y la resurrección de Cristo.

  Hemos visto que Aquel que santifica y los que son santificados, de uno son. Esto significa que todos ellos proceden de un solo Padre. Aquel que santifica y los que son santificados son hijos nacidos del mismo Padre. Puesto que Él y nosotros nacimos del mismo Padre, somos Sus hermanos. Nosotros y Él procedemos todos de la misma fuente y compartimos con Él la misma vida y naturaleza. En esta vida y naturaleza ahora estamos bajo Su obra de santificación, cuya finalidad es transformarnos para que dejemos de ser naturales y seamos conformados a Su imagen a fin de que seamos glorificados con la gloria de Dios. La santificación consiste en separar a los hijos renacidos de Dios apartándolos para Dios, en transformarlos metabólica y orgánicamente con el elemento de la vida divina, en conformarlos a Su imagen y en glorificarlos con Su gloria. El significado de la obra santificadora de Dios es que el Hijo primogénito de Dios está trabajando en los muchos hijos de Dios.

2) Anuncia el nombre del Padre a los hermanos

  A continuación, el versículo 12 dice: “Anunciaré a Mis hermanos Tu nombre, en medio de la iglesia te cantaré himnos de alabanzas”. El Hijo primogénito anunció el nombre del Padre a Sus hermanos después de resucitar de entre los muertos, cuando se reunió con los muchos hijos del Padre (Jn. 20:17, 19-23). La iglesia mencionada en Hebreos 2:12 hace referencia a una entidad corporativa compuesta de los muchos hermanos del Hijo primogénito de Dios.

  Hebreos 2:11-12 indica que en resurrección Cristo generó muchos hermanos. Mediante Su resurrección nosotros fuimos regenerados (1 P. 1:3). Su muerte liberó la vida divina que estaba dentro de Él, y Su resurrección impartió la vida de Dios en nosotros a fin de que pudiésemos ser hechos los muchos hijos de Dios y Sus muchos hermanos. Él era el único grano de trigo que cayó en la tierra, murió y brotó para hacer germinar muchos granos, los cuales somos nosotros (Jn. 12:24). Él era el único grano, y nosotros ahora somos los muchos granos, Sus muchos hermanos, generados por Él en Su resurrección. Por tanto, inmediatamente después de Su resurrección Él nos llamó Sus hermanos (20:17).

  En Su resurrección Cristo no solamente generó muchos hermanos, sino que también vino a Sus hermanos y les anunció el nombre del Padre (He. 2:12). El nombre del Padre es simplemente el Padre. El Padre es Su nombre. El Padre denota la fuente de vida y la fuente del ser. Todos procedemos de Él. Aquel que santifica, el Hijo primogénito, y todos los santificados, los muchos hijos, proceden todos del único Padre. En el día de Su resurrección, el Señor anunció el nombre del Padre a los discípulos. A partir de ese día Pedro llegó a comprender que él poseía la naturaleza divina. Por tanto, en su segunda epístola, Pedro declara que somos “participantes de la naturaleza divina”, habiendo recibido “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad” (3, 2 P. 1:4). Hemos recibido la naturaleza divina, y todas las cosas que pertenecen a la vida nos han sido dadas debido a que todos nosotros nacimos del Padre.

  En la iglesia el Hijo primogénito de Dios anuncia el nombre del Padre a Sus hermanos. Debido a que el Padre es la fuente de la vida y naturaleza divinas, anunciar el nombre del Padre equivale a mostrar a los muchos hermanos la fuente de esta vida y naturaleza. Aunque en tiempos antiguos el pueblo judío conocía a Dios, no conocían al Padre. Ellos conocían a Dios como Creador, mas no como Padre que engendra. Conocían el poder creador de Dios, pero no conocían la capacidad engendradora del Padre. Conocían el poder de Dios, pero no conocían —en términos de su experiencia— la vida del Padre. Antes de la resurrección, ni siquiera los discípulos de Jesús conocían la vida del Padre y Su capacidad engendradora. Antes del día de la resurrección, lo que los discípulos conocían era meramente lo que el pueblo judío conocía. Sin embargo, el día de la resurrección el Señor vino a ellos para anunciarles al Padre a fin de darles a conocer el Padre como fuente de la vida.

  Según Juan 20, Jesús visitó a Sus discípulos la noche del día de Su resurrección. Pero Juan no nos dice explícitamente que Él anunció el Padre a los discípulos. Esto es mencionado proféticamente en Salmos 22:22. Según esta profecía, después de Su resurrección Cristo vino principalmente a Sus discípulos para darles a conocer el Padre. La vida y naturaleza del Padre había llegado a ser de ellos. El ser mismo del Padre había sido transferido al ser de ellos. Esto es lo que significa anunciar el nombre del Padre a los discípulos. Tal anuncio no consistió meramente en mencionar el nombre, sino que fue una impartición en el ser de los discípulos de todo lo que el Padre es: Su vida, Su naturaleza y Su mismo ser. Nosotros, los hijos de Dios, hemos llegado todos a ser participantes de la naturaleza divina (2 P. 1:4). Para nosotros, Dios ya no es solamente el Dios creador, sino también el Padre que engendra. Él nos engendró; Él nos impartió Su vida, Su naturaleza e, incluso, impartió Su ser a nuestro ser. Esto es lo que significa anunciar el nombre del Padre.

3) Alaba al Padre en la iglesia

  En resurrección Cristo no solamente anunció el nombre del Padre a Sus hermanos, sino también alabó al Padre en la iglesia (He. 2:11-12). Cuando el Señor anunció el nombre del Padre a Sus hermanos, Él alabó el nombre del Padre en la iglesia. Los hermanos conforman la iglesia. A nivel individual, ellos son Sus hermanos, y a nivel colectivo, ellos son la iglesia generada en Su resurrección. En la noche del día de Su resurrección Sus hermanos se reunieron, y Él vino a reunirse con ellos. Aquella fue la primera reunión de la iglesia. En la reunión de la iglesia el Señor no solamente anunció el nombre del Padre a Sus hermanos, sino que también alabó al Padre en medio de la iglesia.

  Ésta es la alabanza que el Hijo primogénito ofrece al Padre dentro de los muchos hijos del Padre en las reuniones de la iglesia. Cuando nosotros, los muchos hijos de Dios, nos reunimos como iglesia y alabamos al Padre, el Hijo primogénito alaba al Padre en nuestra alabanza. No es que el Hijo alabe al Padre aparte de nosotros y por Su cuenta, sino que alaba dentro de nosotros y con nosotros por medio de nuestra alabanza. En nuestro canto Él canta himnos de alabanzas al Padre. Si nosotros no cantamos, ¿cómo puede Él cantar? Cuanto más cantamos al Padre, más disfrutamos Su presencia, Su mover, Su unción y la impartición de Su vida en nosotros. De esta manera creceremos en Él y seremos introducidos en Su glorificación sobre todas las cosas.

  Actualmente en la reunión apropiada de la iglesia, el Cristo resucitado está en medio nuestro, a pesar de que Él es invisible. Tal como Mateo 18:20 nos dice, donde hay dos o tres reunidos en el nombre del Señor, allí está Él en medio de ellos. En las reuniones de la iglesia, Él se reúne con nosotros y canta himnos de alabanzas al Padre. De hecho, Él canta en nosotros; Él canta en nuestro cantar. Debido a que Cristo está dentro de nosotros, si nosotros permanecemos en silencio, Él no puede cantar. Asimismo, si no hablamos, Él no puede hablar. Cuando cantamos, Él canta; cuando hablamos, Él habla. Puesto que Él no solamente está en medio de nosotros sino también dentro de nosotros, debemos tomar la iniciativa de hablar y cantar a fin de que Él pueda hablar y cantar himnos de alabanzas al Padre en nuestro hablar y cantar.

  A lo largo de los siglos, el Hijo primogénito continuamente ha cantado himnos de alabanzas al Padre en la iglesia. Él hace esto en todos Sus hermanos. Cuando cantamos himnos al Padre desde nuestro espíritu, Él canta con nosotros en nuestro espíritu. ¡Esto es maravilloso! La iglesia en la tierra actualmente conforma junto con el Hijo primogénito de Dios una sola entidad corporativa, el Cuerpo. En las reuniones de la iglesia, el Hijo primogénito de Dios canta alabanzas al Padre. Todas las veces que venimos a las reuniones, tenemos que abrir nuestros labios para alabar al Padre. Si lo hacemos, de inmediato cooperamos con el Hijo primogénito de Dios que mora en nosotros. Para que ganemos más del Hijo primogénito, debemos alabar al Padre. Cuanto más alabemos al Padre, más ganaremos del Hijo primogénito. Cuanto más cantemos, más cantará Él en nuestro cantar. La mejor manera de que Cristo labore juntamente con nosotros consiste en cantar alabanzas al Padre.

  Cristo nos ha dado a conocer al Padre como fuente de vida. Ahora en las reuniones de la iglesia Él espera que nosotros cooperemos con Él cantando alabanzas al Padre. La mejor manera de brindarle tal cooperación consiste en abrir nuestro espíritu y cantar alabanzas al Padre. Cuanto más cantemos de este modo, más disfrutaremos de Su cantar. Cuando alabamos al Padre, disfrutamos a Cristo. Somos uno con Cristo alabando al Padre en las reuniones de la iglesia. Cuanto más alabemos al Padre en las reuniones de la iglesia, más Él alabará al Padre en nuestras alabanzas, y más disfrutaremos a Cristo y más ganaremos de Él.

g. Él es hecho semejante en todo a Sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel Sumo Sacerdote en lo que a Dios se refiere, para hacer propiciación por los pecados de ellos

  Hebreos 2:17 dice: “Por lo cual debía ser en todo hecho semejante a Sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel Sumo Sacerdote en lo que a Dios se refiere, para hacer propiciación por los pecados del pueblo”. El Hijo de Dios fue hecho semejante a nosotros, Sus hermanos, en el sentido de que participó de sangre y carne (v. 14). Esto fue hecho con dos propósitos, uno negativo y otro positivo. El propósito con sentido negativo fue destruir por nuestro bien al diablo, quien está en la carne. El propósito con sentido positivo fue convertirse en nuestro misericordioso y fiel Sumo Sacerdote, quien tiene la naturaleza humana, para poder comprendernos en todas las cosas.

1) Fue hecho semejante en todo a Sus hermanos

  El Señor fue hecho semejante en todo a Sus hermanos a fin de poder comprenderlos. Cristo fue hecho partícipe de nuestra naturaleza, con lo cual participó de sangre y carne, a fin de identificarse con nosotros. Él es el Hijo primogénito de Dios, y nosotros somos Sus muchos hermanos. No obstante, todos nosotros somos débiles y frágiles en la carne, así que Él se hizo un hombre en la carne, al igual que nosotros. Debido a que somos débiles y frágiles, tenemos necesidad de que Él se identifique con nosotros. Que el Señor se identifique con nosotros es un aspecto de Su encarnación.

2) Es un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel

  Cristo, como Sumo Sacerdote, nos ministra a Dios mismo y las riquezas de la vida divina. Como Dios-hombre, Él está plenamente calificado para ser nuestro Sumo Sacerdote. Los primeros dos capítulos de Hebreos abarcan principalmente dos asuntos: que Cristo es el Hijo de Dios, Dios mismo, y que Él es el Hijo del Hombre, el hombre mismo. Aquí “misericordioso” corresponde al hecho de que Él es un hombre; “fiel” corresponde al hecho de que Él es Dios.

  Ser misericordioso corresponde con el hecho de que Cristo es un hombre. Él se hizo hombre y vivió en la tierra como tal, pasando por todos los sufrimientos humanos. Como resultado, Él es plenamente apto para tener misericordia de nosotros. Él sabe cómo ser misericordioso con el hombre. Él es un hombre con las experiencias propias de la vida humana, con las experiencias propias del sufrimiento humano.

  Él se encarnó para ser igual a nosotros (vs. 14, 17). Incluso podemos decir que Él es más que simplemente parecido a nosotros, pues en Su vida humana Él padeció algunas cosas que nosotros no padecimos. A fin de ser hecho apto como misericordioso Sumo Sacerdote, Él se hizo igual a nosotros identificándose con todas nuestras debilidades.

  Si hemos de ser fieles, no solamente necesitamos tal virtud, sino que también debemos tener la capacidad de cumplir con nuestra palabra. Cristo, como Sumo Sacerdote, es el Dios fiel. Dios es fiel (10:23). Él puede cumplir con todo lo que dice. Dios jamás miente (6:18). Él puede cumplir todo cuanto habló; Él posee todos los medios necesarios para cumplir lo que ha dicho. Únicamente Dios puede ser completamente fiel. Ninguno de nosotros puede ser completamente fiel. En contraste con esto, nada puede impedirle a Dios cumplir con Su palabra. Jesús puede ser un fiel Sumo Sacerdote debido a que Él es el Dios todopoderoso. Puesto que Él, el Hijo de Dios, es Dios mismo, Él puede ser fiel. Por ser nosotros los muchos hijos de Dios y los muchos hermanos del Primogénito, somos tanto divinos como humanos; no obstante, no somos todopoderosos. Somos humanos en nuestra naturaleza humana y somos divinos en Su naturaleza divina, pero no somos todopoderosos en Su Deidad. Puesto que Él es el Dios todopoderoso, Él puede ser fiel a nosotros.

  Cristo puede ser un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel porque Él es el Hijo del Hombre con la naturaleza humana y es el Hijo de Dios con la naturaleza divina. Él es plenamente apto. Nuestro Sumo Sacerdote, Jesucristo, el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre, es misericordioso y fiel porque Él es tanto Dios como hombre.

3) Para hacer propiciación por los pecados de ellos

  En Su muerte, Cristo hizo propiciación por los pecados del pueblo de Dios (2:17). La palabra griega aquí traducida “propiciación” es iláskomai, que significa apaciguar, reconciliar a uno al satisfacer las exigencias del otro, es decir, propiciar. El Señor Jesús hizo propiciación por nuestros pecados a fin de reconciliarnos con Dios al satisfacer las justas exigencias de Dios que pesaban sobre nosotros. Por tanto, Él apaciguó a Dios por nosotros.

  Jesús hizo propiciación por nuestros pecados, satisfaciendo así los requisitos de la justicia de Dios y estableciendo una relación de paz entre Dios y nosotros, a fin de poder darnos Su gracia en paz. Él ha resuelto definitivamente todo conflicto que había entre nosotros y Dios. Puesto que solemos suscitar conflictos entre nosotros y Dios, todos los cuales tienen que ser resueltos, todos los días debemos disfrutar a Cristo como sacrificio propiciatorio, el cual apacigua a Dios para resolver nuestra situación.

  Él nos purificó de nuestros pecados (1:3). Por tanto, debemos estar en paz. Hemos sido purificados de nuestros pecados. Aunque tenemos que aborrecer nuestros pecados, no debiéramos ser turbados por ellos. Cristo nos purificó de nuestros pecados una vez para siempre (7:27).

  Los primeros dos capítulos de Hebreos revelan que, por medio de Su encarnación, ascensión y glorificación, Cristo el Hijo de Dios —quien es Dios mismo— se hizo igual a nosotros y nos hizo iguales a Él. Somos seres humanos, y Él se hizo un ser humano. Él es divino e hizo que poseyéramos la vida y naturaleza divinas. Puesto que Él es hombre y, simultáneamente, Dios mismo, Él es superior a los ángeles. En el capítulo 1 vemos que Cristo es Dios, y en el capítulo 2 vemos que Él es un hombre. Él es el Dios-hombre, la mezcla de Dios y el hombre.

  El capítulo 1 de Hebreos revela que Cristo es el Hijo de Dios que viene a hablar, a proclamar y a expresar a Dios. Como tal, Él es superior a los ángeles. En el capítulo 2 vemos que Él es el Hijo del Hombre, quien es hecho Señor, el Cristo, el Capitán y el Salvador. Que Él sea nuestro Señor, Cristo, Capitán y Salvador no se basa principalmente en Su divinidad, sino en Su humanidad. Éste es un asunto muy práctico. Es debido a que Él es un hombre que Él es el Señor, el Cristo, el Capitán y el Salvador. Los ángeles, que no poseen humanidad, jamás podrían ser nuestro Señor, Cristo, Capitán y Salvador. Únicamente Cristo en Su humanidad puede ser tal Persona para nosotros. Además, esta humanidad no es una humanidad natural, sino una humanidad resucitada, elevada y ascendida, una humanidad a la que Dios coronó de gloria y de honra.

  Ahora nos será de ayuda considerar ciertos contrastes entre Hebreos 1 y 2 respecto a la manera en que revelan a Cristo para nuestra experiencia y disfrute. En el capítulo 1 Cristo es el Hijo de Dios, pero en el capítulo 2 Él es el Hijo del Hombre (1:2, 5; 2:6). El capítulo 1 dice que Cristo está en los cielos, pero el capítulo 2 dice que Él está en la tierra (1:3, 13; 2:9, 14). En el capítulo 1 Cristo es Aquel que está en el trono, pero en el capítulo 2 Él está en la iglesia (1:3; 2:12). El capítulo 1 dice que Cristo está a la diestra de Dios, pero el capítulo 2 dice que Cristo está con los hijos que Dios le dio (1:3; 2:13). En el capítulo 1 Cristo es Aquel a quien los ángeles de Dios adoran, pero en el capítulo 2 Él es Aquel que alaba a Dios (1:6; 2:12). Finalmente, en el capítulo 1 Cristo es Aquel en quien confían las personas, pero en el capítulo 2 Él es Aquel que confía (1:10-12; 2:13).

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