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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 367-387)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS SETENTA Y SIETE

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(83)

99. El fiador y Mediador de un mejor pacto, el nuevo pacto

  En el libro de Hebreos Cristo es presentado como el fiador y el Mediador de un mejor pacto, el nuevo pacto. Según 7:22, Jesús fue “hecho fiador de un mejor pacto”. La palabra griega traducida “fiador” significa “garantía, garante, patrocinador”, y procede de la raíz de la palabra que denota “una mano en la cual algo es puesto como garantía”, lo cual implica que la garantía, el aval, no puede ser revocada. Cristo no sólo es el consumador del nuevo pacto; Él también es el aval, la garantía, de que todas las cosas de ese pacto serán cumplidas. Él es el fiador, quien garantiza la eficacia de este pacto. Cristo es el fiador del mejor pacto con base en el hecho de que Él es el Sumo Sacerdote viviente y perpetuo.

  Cristo se dio a Sí mismo en arras al nuevo pacto y a nosotros. Ahora no hay posibilidad alguna de que Cristo cambie de parecer. La eficacia del nuevo pacto está garantizada porque Él mismo se dio a nosotros en calidad de arras. Esta garantía depende enteramente de Su sacerdocio divino.

  La garantía provista por Cristo al darse en arras es ilimitada debido a que el Cristo que se dio a Sí mismo en arras es ilimitado. Él puede hacerlo todo por nosotros y hará todo por nosotros. Él es un fiador apto, capaz y hábil. Cristo es también el fiador, el Garante, del nuevo pacto. Él no solamente es el Garante, sino que Él mismo es la garantía, quien nos asegura el nuevo pacto. Él está siempre disponible y es siempre prevaleciente, con lo cual cumple todo lo que garantizó.

  El nuevo pacto, el pacto establecido con base en la ley de vida, jamás podría fallar debido a que Cristo mismo es el fiador de este pacto. Todo lo incluido en este pacto será cumplido. No es cumplido por nosotros, sino por nuestro fiador. Cristo no solamente es el consumador del nuevo pacto, sino que Él también es el fiador, las arras que garantizan que todo en dicho pacto será cumplido.

  Según Hebreos 8:6, Cristo además “es Mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas”. En el ministerio celestial de Cristo, Él como Mediador es el Albacea del nuevo pacto, el nuevo testamento, que Él nos legó por medio de Su muerte. El mejor pacto mencionado en el versículo 6 no sólo fue establecido sobre las mejores promesas de una mejor ley, la ley interna de vida (vs. 10-12), sino que también fue consumado con los mejores sacrificios de Cristo (9:23), que lograron una redención eterna para nosotros (v. 12), y la mejor sangre de Cristo, la cual purifica nuestra conciencia (v. 14). Aún más, el Sumo Sacerdote de este mejor pacto, el Hijo eterno del Dios viviente, ministra con un ministerio más excelente (8:6) en el mayor y más perfecto tabernáculo (9:11).

  El establecimiento del nuevo pacto está basado no solamente en la sangre del Señor Jesús, sino que además el propio Señor Jesús es el Mediador de este pacto. Ser un mediador significa asumir la responsabilidad por ambas partes; como Mediador, Cristo asume la responsabilidad por el lado de Dios y por el lado del hombre. En otras palabras, como Mediador, Él es quien hace cumplir el pacto para hacerlo realidad. El Señor Jesús estableció este nuevo pacto con Su propia sangre y Él también lo hace cumplir mediante Su vida incorruptible.

  El pacto está compuesto por aquellas cosas logradas por Cristo que no dependen de ciertas condiciones o términos para su íntegra realización. Al derramar Su sangre, Cristo hizo entrar en vigor este título de propiedad, el pacto, y mediante Su muerte nos dejó este título de propiedad a manera de legado o testamento. Hebreos 9:16-17 dice: “Porque donde hay testamento, es necesario que conste la muerte del testador. Porque el testamento se confirma sólo en caso de muerte; pues no es válido mientras el testador vive”. Un pacto es un acuerdo hecho por aquel que entrega algo, el cual tiene vigencia mientras dicha persona esté viva; un testamento, en cambio, es la expresión de la última voluntad de una persona. Cuando el que hizo el pacto muere, el pacto entra en vigor como testamento. Mediante Su muerte y el derramamiento de Su sangre, Cristo firmó el título de propiedad y nos lo dejó a manera de legado. Debido a que Aquel que hizo tal testamento murió, tenemos el derecho legal y jurídico de reclamar para nosotros lo contenido en ese testamento.

  En el caso de un testamento existe la necesidad de un albacea o árbitro. Un testamento entra en vigor cuando el que lo hizo muere, pero debido a que algunas de las partes nombradas en dicho testamento podrían no conducirse correctamente, existe la necesidad de que un albacea aplique fielmente el testamento. Después de resucitar y ascender a los cielos, Cristo se convirtió en el Albacea del testamento en el tribunal celestial. Cristo no solamente es Aquel que hizo el pacto y quien legó el testamento, sino que Él también es el Albacea del testamento. Al derramar Su sangre Él estableció el pacto, al morir Él legó el testamento, y en resurrección y ascensión Él es actualmente el Albacea de este testamento en el tribunal celestial.

  En el versículo 15 tenemos la palabra pacto, y en el versículo 16, la palabra testamento. En griego se usa la misma palabra tanto para pacto como para testamento. Un pacto es un acuerdo que contiene algunas promesas de llevar a cabo ciertas cosas a favor de las personas con quienes fue hecho el pacto, mientras que un testamento es un documento que contiene ciertas cosas ya cumplidas y legadas al heredero. El nuevo pacto que fue consumado con la sangre de Cristo no es solamente un pacto, sino también un testamento en el cual nos han sido legadas todas las cosas logradas por la muerte de Cristo. Primero, Dios dio la promesa de que haría un nuevo pacto (Jer. 31:31-34). Luego, Cristo derramó Su sangre para establecer el pacto (Lc. 22:20). Puesto que este pacto contiene promesas de hechos logrados, es también un testamento. Este testamento, este legado, fue confirmado y ratificado por la muerte de Cristo, y es ejecutado por Cristo en Su ascensión.

  El Nuevo Testamento, por tanto, es un nuevo testamento a fin de ser nuestra herencia. Este nuevo testamento tiene por finalidad legar las bendiciones divinas, entre las que se incluye la persona de Cristo y Su obra redentora todo-inclusiva. Aquel que estableció este nuevo testamento es Jesucristo, quien murió para establecerlo. Ahora, todo cuanto Él estableció nos ha sido legado y está disponible para nosotros.

  Todas las promesas de Dios han llegado a ser hechos logrados en el nuevo pacto mediante la obra redentora de Cristo, y todos estos hechos logrados han llegado a ser legados en el nuevo testamento. Como Mediador del nuevo pacto, Cristo en resurrección ahora está aplicando el nuevo pacto, y como Albacea, Él hace cumplir el nuevo testamento a fin de que todos los legados con base en los hechos logrados lleguen a ser efectivos para nuestro pleno disfrute de ellos.

  Cristo estableció el nuevo pacto (el cual se convirtió en el nuevo testamento, la voluntad testada) con Su sangre conforme a la justicia de Dios mediante Su muerte redentora (Mt. 26:28; Lc. 22:20; He. 9:15). En resurrección, Cristo se convirtió en la realidad de todos los legados del nuevo testamento así como el Mediador, el Albacea, encargado de hacer cumplir el nuevo testamento en conformidad con la justicia de Dios (8:6; 9:15; 12:24). Por tanto, Cristo es el nuevo pacto como el nuevo testamento (cfr. Is. 42:6; 49:8).

  Cristo, como corporificación de las riquezas de la Deidad (Col. 2:9; 1:19) y como Aquel que fue crucificado y resucitó, ha llegado a ser el pacto de Dios dado a Su pueblo. Él es la realidad de todo lo que Dios es y de todo lo que Dios nos ha dado. La salvación de Dios, la justicia de Dios, la justificación de Dios, el perdón de Dios, la redención de Dios, las riquezas de Dios y todo cuanto Dios tiene y hará, nos ha sido legado por pacto. Como realidad de todos los legados en el nuevo testamento, Cristo, quien es el Espíritu consumado, vivificante y todo-inclusivo que mora en nosotros (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17; Ro. 8:9-11), está en nuestro espíritu y se ha hecho un espíritu con nosotros (2 Ti. 4:22; 1 Co. 6:17). Cristo en calidad de pacto es el fiador (He. 7:22), y el Espíritu es las arras (2 Co. 1:22; Ef. 1:14), para garantizar que Dios, corporificado en Cristo, es la herencia para Su pueblo (Ro. 8:17a; Hch. 26:18).

  El nuevo testamento es el pacto que Dios nos dio. Sin Cristo, todos los legados del nuevo testamento —la voluntad testada— serían nada. Cuando Dios nos dio la Biblia como un testamento, esto significó que Él nos daba a Cristo mismo. Cristo es la centralidad y la universalidad como realidad del nuevo testamento. Cuando Cristo es dado a nosotros, esto significa que Él es el pacto. No sólo tenemos los componentes del nuevo testamento en nuestra mente, sino también poseemos en nuestro espíritu la realidad de este pacto, quien es Cristo. Por tanto, Él es el pacto.

  El nuevo testamento como testamento tiene muchas promesas. Todas estas promesas son los legados de tal testamento. Cristo lo es todo para tal testamento, y Él es todos los componentes de dicho testamento. Finalmente, Él es el testamento. Sin Cristo, la Biblia estaría vacía. Cristo es la realidad de la Biblia. Sin Cristo, el nuevo pacto, el nuevo testamento, sería algo vacío. Cristo es la realidad del nuevo testamento; por ende, Cristo es el nuevo testamento. Es imposible separar a Cristo del nuevo testamento. Ahora podemos entender la lógica por la cual Dios considera que Cristo es el pacto que nos fue dado. Por tanto, Cristo ha llegado a ser el nuevo pacto como nuevo testamento en conformidad con la justicia de Dios para ser la base de la salvación completa que Dios efectúa, todo ello mediante Su muerte y en Su resurrección. La manera de recibir y disfrutar a Cristo como pacto dado a nosotros consiste en ejercitar nuestro espíritu, vivir conforme a nuestro espíritu y permanecer en nuestro espíritu, con el cual está Cristo (2 Ti. 4:22).

  Cristo es el Mediador de este pacto, Aquel que lleva a cabo este pacto y el Testador de este pacto, es decir, Aquel que nos da este pacto como un testamento. Él es el Albacea de este testamento, esta voluntad testada, y Él también es el sacrificio con el cual dicho testamento fue hecho posible. Él es Aquel que trae consigo tal pacto, y ahora todos nosotros hemos sido hechos partícipes de Él. En la actualidad el Espíritu Santo es la realidad de esta Persona maravillosa. Ser hechos partícipes de Cristo significa haber sido hechos partícipes del Espíritu Santo, quien es la realidad de Cristo. Ahora, de día en día, participamos de este Espíritu, el Espíritu de gracia (He. 10:29).

a. Sacerdote para siempre mediante juramento

  En Hebreos 7:21 vemos que Cristo, como Mediador del nuevo pacto, llegó a ser el Sumo Sacerdote viviente y perpetuo mediante juramento. Como Hijo unigénito de Dios e Hijo primogénito de Dios, Cristo llegó a ser Sumo Sacerdote mediante juramento hecho por Dios (vs. 20-21, 28). Ninguno de los sacerdotes levíticos fue designado como tal mediante juramento de Dios. No obstante, según Salmos 110:4, Dios juró hacer a Cristo Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. En Hebreos 7 el escritor cita aquel juramento del salmo 110. Esto reviste gran significado, pues demuestra que el hecho de que Cristo llegase a ser el Sumo Sacerdote divino fue algo consumado y establecido mediante juramento de Dios.

b. Obtuvo más excelente ministerio

  Hebreos 8:6 dice que Cristo “tanto más excelente ministerio ha obtenido, cuanto es Mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas”. Los sacerdotes del Antiguo Testamento tenían un ministerio, y los hijos de Israel respetaban su ministerio. Pero el ministerio que Cristo obtuvo en Su ascensión —Su ministerio en el trono— es más excelente que el ministerio desempeñado por los sacerdotes del Antiguo Testamento en el tabernáculo. Éste es Su ministerio celestial en el Lugar Santísimo.

  Como Ministro del tabernáculo verdadero (el celestial), Cristo obtuvo en Su ascensión un más excelente ministerio a fin de ministrarnos los cielos, el cual no solamente es un lugar sino una condición de vida, a fin de que podamos tener la vida y el poder celestiales para llevar una vida celestial en la tierra, tal como la que Él llevó mientras estuvo aquí, y de este modo cumplamos con nuestro llamamiento celestial (3:1).

  Hebreos 8:2 dice que Cristo es “Ministro de los lugares santos, de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre”. Cristo ministra en el tabernáculo verdadero, en los cielos, el cual está unido a nuestro espíritu. Como nuestro Sumo Sacerdote en los cielos, Cristo nos introduce en el cielo, llevándonos del atrio terrenal al Lugar Santísimo celestial, el cual está unido a nuestro espíritu por medio de Él mismo como escalera celestial (Gn. 28:12; Jn. 1:51). Los sacerdotes en la tierra sirvieron como sombra (He. 8:5), pero este Ministro en los cielos sirve ministrándonos la realidad. Todo cuanto era realizado por los sacerdotes en la tierra en el Antiguo Testamento era una sombra de las cosas reales por venir. Lo que ellos hicieron en la tierra sirvió únicamente como sombra de la realidad, pero todo cuanto este Ministro en los cielos ministra en el Nuevo Testamento es la realidad. Su ministerio más excelente en los cielos sirve ministrándonos la realidad de las cosas celestiales en la impartición divina.

  En el antiguo pacto el sumo sacerdote era un hombre mortal, y su ministerio era sombra de las cosas buenas por venir. Pero el nuevo testamento tiene un Sumo Sacerdote quien es el Hijo del Dios eterno, con un ministerio más excelente (vs. 1-13). Su ministerio es el ministerio del sacerdocio real y divino en los cielos, el cual, mediante Su intercesión, ministra la vida divina con todas sus riquezas como nuestro suministro diario a fin de introducirnos en Su perfección y glorificación.

  El ministerio más excelente de Cristo consiste en interceder por nosotros. La intercesión de Cristo es como un motor poderoso que da energía a una máquina para operar. Así como el motor funciona para transmitir poder a la máquina, el Cristo que intercede en los cielos está transmitiendo el poder celestial a nosotros.

  Únicamente dos versículos en la Biblia, Hebreos 7:25 y Romanos 8:34, dicen que Cristo intercede por nosotros, y estos dos versículos se corresponden mutuamente. Según Romanos 8, Cristo intercede no meramente por los pobres pecadores a fin de que éstos sean justificados, sino también por los creyentes para que éstos sean glorificados. Esto corresponde con la intercesión descrita en Hebreos 7:25, donde se nos dice que Cristo intercede por nosotros a fin de que seamos salvos por completo. Ser salvos por completo es el equivalente de la glorificación. Como hicimos notar en uno de los mensajes anteriores, ser glorificados es tener nuestro ser completamente saturado con el sacerdocio divino de Cristo. Cuando todo nuestro ser haya sido saturado y empapado con Su sacerdocio divino, eso será nuestra glorificación, el último paso de la salvación de Dios. En ese tiempo disfrutaremos de plena filiación, la cual llegará a su consumación mediante la redención de nuestro cuerpo (Ro. 8:23). La glorificación no nos salva de nuestros pecados, ni siquiera de la muerte, sino que nos salva de los productos derivados de la muerte, esto es: el gemir, la vanidad, la corrupción, la esclavitud y el deterioro. Estos productos derivados de la muerte hacen que sea imprescindible para nosotros ser salvos por completo, y Cristo puede hacer precisamente esto. Sin Hebreos 7 jamás nos daríamos cuenta de que el Cristo intercesor es el Sumo Sacerdote real y divino. Sin Hebreos 7 podríamos pensar, según Romanos 8, que el Cristo intercesor es únicamente el Salvador. Pero el Cristo intercesor es más que simplemente el Salvador; Él es el Sumo Sacerdote real y divino, el Ministro celestial. El Ministro celestial es nuestro Cristo intercesor.

  En Romanos 8 vemos la intercesión de Cristo realizada en los cielos así como también el gemir que hay en todo el universo. Toda la creación gime por liberación, gime para ser liberada de los productos derivados de la muerte. En la actualidad, tenemos la intercesión de nuestro Cristo en los cielos y el gemir en todo el universo. Dios tiene que encontrar un pueblo en la tierra que sea Su “máquina operante” a fin de traer la libertad gloriosa. Nosotros debemos ser el pueblo a través del cual Dios opere para traer la glorificación.

  Esta libertad gloriosa primero tiene que ser introducida en nuestro ser. Esto es logrado mediante nuestro Intercesor celestial. La intercesión de Cristo en el tercer cielo nos vigoriza aquí en la tierra. Siempre que oramos, percibimos el fortalecimiento, el vigorizar, procedente de la intercesión del Señor. Nuestra obra cristiana debe ser lograda en virtud de la energía transmitida a nosotros por la dínamo celestial. Cuando oramos por los intereses del Señor sobre la tierra, tenemos el profundo sentir de que la intercesión del Señor nos fortalece desde adentro. El ministerio celestial de Cristo no es un ministerio que cuida de lastimosos pecadores, sino que es un ministerio más excelente que pone en operación la economía de Dios. Como Ministro celestial con este ministerio más excelente, Cristo intercede por nosotros y nos ministra.

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